20. Su Historia
Sus miradas lo decían todo. Era pura felicidad, lo que nunca había visto Rocío en los ojos de su abuela mientras su abuelo Paco vivía. De hecho, su abuela Julieta solo sonreía cuando estaba con sus nietos, nunca con su fallecido esposo, entendiendo la morena ahora, muchos de sus comportamiento.
- Queremos ir al pueblo para que Andrés conozca a tu padre y a tus tíos -le contó la abuela Julieta sin perder la sonrisa de su rostro.
- Pero antes - dijo Andrés tomando la palabra dirigiéndose a su nieto - quiero que Julieta conozca a tu padre y a tu tía Sol.
- Lo van a flipar, todos -respondió Ferrán llevándose la mano al cuello algo nervioso, pues no sabía como se tomaría su familia el nuevo matrimonio de su abuelo.
- Lo sé. Pero es lo que hay, Ferrán -le contestó su abuelo, dándole ya igual todo lo que lo demás pensaran de é.
- ¿Y dónde vais a vivir, abuela? -preguntó esta vez Rocio, sabiendo en los ojos de su abuela la respuesta.
- Aquí, en Foios -le contestó ella sonriéndole- pero no pongas esa cara que iré a verte al pueblo. Además, creo que serás tú la que venga más a verme a mi, que yo a ti.
Rocío sintió sus mejillas sonrojarse. Ferrán pasó su brazo alrededor de sus hombros y la atrajo hacia su pecho consciente de la incomodidad de la chica.
- O a Barcelona -replicó el delantero culé.
Rocío giró levemente su cabeza para mirar a Ferrán. A esos ojos brillantes que la miraban de una manera tan única y tan especial, que por él iría al fin del mundo si fuera necesario.
- A Barcelona también -respondió la malagueña siendo atraída hacia el valenciano con un tierno abrazo.
Media hora más estuvieron haciendo planes. Discutiendo que hacer o no hacer. Como dar la noticia a las respectivas familias. Rocío miró a su abuela con una pequeña sonrisa que ella entendió a la perfección porqué su nieta la miraba así.
- Abuela. Creo que ya va siendo hora de que nos contéis vuestra historia -le pidió Rocio sin poder aguantarse más la curiosidad por lo que ambos habían vivido. Andrés le dio un apretón en la mano a su nueva esposa y asintió su cabeza con levedad.
- Si, ya va siendo hora -les contestó Julieta- pero os lo advierto, es una historia muy triste aunque ahora tenga un final feliz. Y por nada del mundo quiero que odies a tu abuelo, Rocío.
- ¿Y porque habría de hacerlo?
- Cuando termine, te lo vuelvo a preguntar, cariño.
Julieta cogió aire con fuerza, dispuesta a desnudar su alma. A contar su secreto más grande. Aquel que estuvo guardado en su corazón durante tantos años. Que tantas lágrimas le causó. De tanto sufrimiento.
- Bien... Todo comenzó hace ya muchos años. Yo estaba recién casada, apenas unos meses....
UNOS CUANTOS AÑOS ANTES
Dicen que el casado, casa quiere, y a poder ser, solamente con su esposa. En el caso de Francisco y Julieta, no era así. La madre de ella se había instalado muy alegremente en la pequeña casa donde vivía el joven matrimonio. La mujer era viuda, y aunque tenía más hijos, parecía que prefería "molestar" de alguna manera a su hija recién casada.
Ni las insinuaciones de Julieta habían logrado disuadir a Ana, para que volviera a su hogar en un pequeño pueblo cerca de la capital malagueña. Es más, a Francisco, su marido, no parecía molestarle la presencia de su suegra, incluso cuando había algún conflicto entre madre e hija, parecía ponerse de lado de la mayor ante el desespero de Julieta.
- Deberías salir ya antes de que se te haga de noche por el camino -Francisco comprobó de nuevo las sujeciones del caballo y le hizo un gesto a su esposa para que montara en el animal.
- No me gustan esos nubarrones que hay en el cielo -le dijo Julieta mirando hacia arriba. Un ligero estremecimiento recorrió su cuerpo pensando en la posibilidad de que una tormenta la pillara por el camino.
- No me duele la pierna, así que no lloverá. No pongas más excusas y vete ya, mujer.
Julieta torció el gesto y se dispuso a subir al caballo con la ayuda de su marido. Ni un beso de despedida le dio Francisco. Ni su madre salió siquiera a decirle adiós. Sisó al caballo y este emprendió la marcha por el viejo camino de labriego.
Julieta iba a Almería a ver a una curandera que según decían, ayudaba a que las mujeres se quedaran embarazadas con sus mágicos ungüentos. Apenas llevaban unos meses de casados, y la cigüeña parecía no querer visitar su humilde hogar. Julieta no tenía prisa por tener hijos. Quería disfrutar un poco de la vida, aún sin ellos. Pero su madre, que parecía saber más del cuerpo de su hija que ella misma, se había empeñado en que visitara a la buena señora, argumentando que cuanto antes supieran si todo funcionaba en condiciones, mejor.
El viaje lo realizaría ella sola, pues no disponían de tanto dinero para ir los tres a Almería. Julieta tenía algo de miedo. Por la tormenta que sabía que se avecinaba, así como en el dichoso viaje que debía realizar sola.
No llevaba ni una hora de camino cuando los primeros relámpagos empezaron a cruzar el cielo logrando que su caballo se asustara y empezará a cambiar el rumbo del camino. Julieta decidió volver al cortijo pues se temía que la tormenta descargaría encima de ella y el caballo no querría continuar.
Azuzo las riendas del animal instándole a ir al galope huyendo de las primeras gotas gruesas de lluvia. Julieta estaba empapada, más asustada si cabe. La tormenta la perseguía y ella sólo deseaba llegar a su hogar y ponerse delante del calor de su chimenea.
Vislumbró la pequeña casita, unos minutos después, sintiéndose muy aliviada. Se bajó del caballo y ató las tiendas a la valla de entrada. Estaba tan empapada que no podía pensar con claridad. Se acercó a la casa deseando cambiarse de ropa y tomar algo caliente que calmara su creciente ansiedad.
Fue poner un pie en el porche de entrada y todo su cuerpo se congeló a la vez que su corazón sufría un vuelco terrible. En le silencio del campo, sólo se escuchaba el repiqueteo de la lluvia y los gemidos provenientes de dentro de la casa.
Se acercó con sigilo llevando su mano a la garganta y temiéndose lo peor. A través de una pequeña rendija de la entreabierta puerta, vio una escena que jamás olvidaría en la vida. Y que le hizo odiar a Francisco, a su marido, hasta el día de su muerte.
Su madre estaba ofrecida encima de esa mesa de comedor donde realizaban las comidas. Estaba desnuda. Y su esposo, Francisco, aquel que le juró fidelidad y amor, la embestía sin piedad agarrado a su pelo. Parecían dos animales, por sus gritos y gemidos. Dos personas salvajes que daban rienda suelta a sus más bajos instintos sin importarle las consecuencias de sus actos.
Julieta no pudo permanecer ni un minuto más viendo tan dolorosa escena. Caminó despacio de nuevo hacia su caballo. Las lágrimas se mezclaban con las de la lluvia. Pero ya no le importaba. Tenía un dolor tan grande en su corazón, tal desconsuelo, que hasta las ganas de vivir se le habían quitado.
Montó en el caballo sin importarle ya la tormenta. Su vida había dejado de tener sentido. No podría vivir con dos personas que tan alegremente, la estaban engañando y faltando al respeto. Pensó que era ella la que sobraba. La que no debería estar aquí.
A lo lejos vio el puente por donde pasaban las vías del tren. La llamaba para que fuera y no sé lo pensó.
Solo tenía un objetivo en su cabeza. Desaparecer y no sufrir más este dolor.
Y así fue como dirigiéndose hacia una muerte segura, la encontró el abuelo Andrés...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro