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16. Dame una razón

DÍAS DESPUÉS

Rocío puso su mano en la cara y miró a través de los cristales del coche de Ferrán. Una ligera llovizna golpeteaba en el vidrio acompañando el silencio de la pareja. Casi ni habían hablado desde que se montaron en el vehículo. Y ese mutismo los estaba matando a los dos, sin ser capaces ninguno de admitirlo en voz alta.

- En media hora llegamos -compartió Ferrán la información con ella, atreviéndose por fin a hablar.

- Bien -le contestó Rocio, ofreciéndole una pequeña sonrisa que él correspondió de igual manera, aunque sintiendo Ferrán el corazón en un puño a causa de toda esta extraña situación que ambos estaban viviendo. 

- Dime que te pasa, Rocío. Desde que hemos dejado Ibiza apenas me hablas.

- ¿Iba en serio lo de las tres semanas, Ferrán? -le preguntó la morena con una gran anhelo en el tono de su voz. 

- Por supuesto. Ya te lo he dicho. Me quedan tres semanas antes de incorporarme a los entrenamientos, y, quiero pasarlas contigo -le confirmó él aún con esa calmada sonrisa en su boca. 

- ¿Porqué? quiero decir, podrías estar haciendo otras cosas. Irte lejos con tus amigos. Viajar. ¿Porqué no lo haces? dame una razón. 

Ferrán se llevó las manos a la cara intentando calmar esa desazón que tenía. Tomó una curva y vio un recoveco a un lado de la carretera. Paró el coche ahí y cogió aire fuertemente para después, centrarse en Rocío y en lo que le quería contestar.

- Tú eres esa razón, Rocío. Solo hace dos putos días que te conozco y he estado más a gusto contigo que con nadie en mi vida. Porque quiero seguir teniéndote a mi lado, ¿es mucho pedir?

- ¿Y luego? -el labio de la chica tembló ligeramente. Ferrán se acercó a ella posando su dedo pulgar debajo de su barbilla, alzándola esta para poder centrar su mirada de forma más intensa en la morena. 

- Vivamos el día a día, Rocío. Sin pensar. Sin hacer planes. Déjate llevar -Su frente se posó en la suya. Sus alientos entremezclados. Sus labios podían casi rozarse con sólo un suspiro. 

- Llevo haciéndolo desde que te conozco, Ferrán Torres.

Rocío acortó la distancia que los separaba y tomó su boca para besarlo profundamente en los labios. Fue un beso de una nueva promesa. O quizás, del comienzo de lo que sería una futura despedida. 

- Tengo miedo, Ferrán -le confesó ella una vez se separaron- tengo miedo de lo que pasará después.

- Eso no existe, céntrate en el ahora, Rocío. Yo no te voy a dejar que tengas miedo.

El valenciano acarició su mejilla con mucha suavidad, rozando con la yema de sus dedos su barbilla. Le obsequió una pequeña sonrisa y volvió a ponerse a los mandos del automóvil. Decidió poner música. Sonó "Dos oruguitas". Y ambos sonrieron al escucharla.

- Al final va a ser nuestra canción, Rocío. Cada vez que la escucho me acuerdo de ti -le confesó él esta vez con una sonrisa más amplia en su rostro. 

- Me pasa igual. Me recuerda a la otra mañana cuando... -se mordió la morena el labio antes de contestar compartiendo una cómplice mirada que a ella la hizo sonrojar. 

- ¿Cuándo lo hicimos encima de la cómoda?

Ferrán le dio una sonrisa burlona que ella correspondió golpeando su brazo. Él atrapó su mano y se la llevó a los labios para besarla. Durante unos segundos, la miró y lo que vio en sus ojos le alteró considerablemente el corazón. 

¿Estaría ya enamorado de ella?

¿Era posible que en sólo dos días ya la amaba?

Ferrán no quería dar respuestas tempranas a sus preguntas, pero sabía, que la contestación a las dos, era un si rotundo.

- ¿Y donde vamos a estar esas 3 semanas? -le preguntó Rocío con el semblante más tranquilo y queriendo hacer planes pero, de día a día. 

- Por lo pronto, en mi casa, pero ya se me ocurrirá algo -puso su mano derecha Ferrán en el muslo desnudo de la chica, roce este que erizo su piel pero que la hizo sentir bastante cómoda. 

- Tú lo que quieres es tenerme todo el día en tu cama, que ya te voy conociendo, Ferrán -le advirtió ella con una carcajada.

- Pues como idea me parece genial.

Ferrán le dio una burlona sonrisa y su mente empezó a maquinar todos los posibles escenarios donde estar con ella. Se le ocurrió una maravillosa idea que llevaría a cabo en cuanto llegara a casa. Aunque todo dependía también, de lo que sus abuelos tuvieran pensado.

- ¿Sabes que es lo increíble, Ferrán? Que sé perfectamente donde están tus cosquillas pero no sé cuál es tu comida preferida.

- Fácil. La fideua que hace mi madre, ¿y la tuya?

- Las croquetas de mi abuelo. Son deliciosas. 

- ¿Y tu color favorito?

- El azul -respondió ella mostrándole el vestido de ese mismo color que llevaba hoy puesto. 

- Yo soy más de verde.

- Creí que era el azul grana.

Rocío rio y le sacó la lengua a Ferrán. Durante los siguientes minutos, se dedicaron a hacerse preguntas un poco tontas, pero que les hicieron a ambos reír y así quitar el nerviosismo que antes se habían apoderado de ellos. 

- Es delito que nunca hayas visto un partido de fútbol, Rocío -le regañó Ferrán pues lo que él deseaba es que ella, algún día, fuera a ver un encuentro donde él jugara. 

- Porque no me gusta -le contestó ella con un encogimiento de hombros y siendo esta respuesta algo que no dejó satisfecho al valenciano. 

- Eso es porque no me has visto jugar.

- Pues ya sabes, sólo tienes que invitarme.

- ¿Irías a verme? -le preguntó él bastante ilusionado con esa posibilidad.

- Si tú me lo pides, iré.

La sonrisa de Rocío fue todo lo que él necesitó para saber que ella no mentía al decirle que lo vería jugar un partido. Y la idea le gustaba cada vez más.

- Pero quiero una camiseta con tu nombre -le dijo ella cada vez más emocionada pensando en el día que fuera a ver al valenciano jugar.

- Eso está hecho. Pero si vienes a verme, será visita completa. Te quedas en mi casa y te enseño Barcelona -Rocío emitió una carcajada y acabo asintiendo.

- Ferrán, te voy a decir que si a todo lo que me pidas.

El chico ladeó un poco si cabeza para devolverle una sonrisa que no hacía sino, acrecentar aún más todo lo que estaba sintiendo por ella. Cogió su mano derecha y la llevó a su mejilla manteniéndola allí unos segundos.

- Pues te voy a pedir muchas cosas entonces.

La ubicación que les habían mandado sus abuelos, les llevó hasta una pequeña aldea cerca de la provincia de Castellón. Ellos les esperaban en un hotel junto a la playa. Ferrán y Rocío se bajaron del coche mirando el paisaje costero que tenían justo delante de ellos.

- Este sitio es precioso -le dijo Rocío. Puso su cabeza en el pecho de Ferrán y lo abrazó por la cintura.

- Ideal para perderse y que no te encuentre nadie.

Ferrán la estrechó entre sus brazos dejando un pequeño beso en su mejilla. Bajó su mano hasta buscar la suya, y así, unidos, caminaron hacia el hotel.

El recepcionista les indicó que sus abuelos les esperaban en un patio adyacente, donde estaban desayunando. Le agradecieron sus indicaciones y se dirigieron hacia allí.

- Estoy un poco nerviosa, Ferrán -le admitió Rocio cuyos latidos golpeaban con demasiada fuerza contra su pecho. 

- Bueno, si hubiera pasado algo malo, no nos hubieran pedido venir.

- Eso también es verdad.

- Rocío.

Ferrán se paró en la misma puerta del patio. La giró hasta tener su rostro a pocos centímetros del suyo. Ambos compartieron una bonita y calmada mirada.

- Prométeme que pase lo que pase entre ellos, a nosotros no nos va a afectar. Aún no estoy dispuesto a perderte -le dijo Ferrán cuyas palabras le hicieron tragar saliva a Rocio y casi emocionarse con su petición.

- Te lo prometo.

Ferrán suspiró aliviado y besó si mejilla. Tiró de su mano entrando en el patio. Buscaron a sus abuelos con la mirada y los localizaron en una de las esquinas, junto a un enorme ventanal.

Estaban uno al lado del otro. Sonriéndose. Besándose. Se acercaron lentamente, pero, algo aliviados de ver esa complicidad entre la pareja.

Julieta fue la primera en verlos. Levantó su cabeza y una enorme sonrisa cruzó su cara. Delante de ella tenía a lo que le faltaba para ser feliz, y por la cara de su nieta, vislumbraba que también elle lo era. No le pasó desapercibida las manos entrelazadas de la pareja. Algo que la llenó de satisfacción.

- ¡Ya estáis aquí! -exclamó ella poniéndose en pie.

Durante los siguientes minutos, hubo un intercambio de abrazos y besos por parte de las cuatro personas que acaban de reencontrarse. 

Cálidos besos.

Abrazos verdaderos.

- Sólo faltabais vosotros - le dijo Julieta a su nieta acariciando su mejilla con mucha dulzura- ahora si que va a ser todo perfecto.

-¿Perfecto para qué, abuela? -le preguntó Rocio sin entender nada. Julieta se giró mirando a Andrés. Él asintió con su cabeza mirando emocionado a la malagueña.

- Para que seáis nuestros padrinos de boda.

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