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Capítulo 3

No podía creerlo, otra vez en lo mismo, buscar a mi padre en el hospital se había vuelto cada vez más frecuente. Siempre ocurría luego de que se desapareciera por varios días de la casa.

Esa noche podía ver la luna llena en el cielo y una suave brisa que llenaba de vida toda la calle. Caminaba rumbo al hospital, era casi media noche. Coger algo hacia el centro a esta hora era muy difícil, todos los autos que pasaban eran de choferes de altos ejecutivos del norte con grandes sumas de dinero dispuestos a gastar cada centavo en el burdel de Lolita, el más conocido en toda el área, así que no había mejor forma que llegar que seguir caminando.

No importaba que tan cansado estaba, tenía que velar por el estado de mi papá, puede ser un desperdicio de persona, pero el encargado de él, era yo. Como por arte de magia paró un carro justo al lado del mío.

—Oye muchacho, es peligroso estar a estas horas solo en la calle, vamos entra.

Era todo lo que quería, faltaba bastante para llegar a la clínica y realmente estaba muy cansado. Agradecí el amable gesto del chofer y le indiqué la ruta a seguir y por una razón inexplicable sonrió.

Llegamos rápido al hospital y salí corriendo del auto, pero él me detuvo, agarrándome del brazo.

—¿No piensas agradecer? —dijo.

Al escuchar sus palabras me puse rojo de la vergüenza, las circunstancias actuales me habían hecho olvidarme de agradecerle por su ayuda. De momento salió del coche y agarró una bata de médico que llevaba dentro.

—Soy el doctor Fernando Mendoza, el médico que está de guardia esta noche —me dijo, preguntándome la razón por la que estaba en este lugar a esta hora.

En lo que caminamos hasta el cuerpo de guardia le fui comentando al doctor lo sucedido, realmente no sabía con toda veracidad qué había pasado por lo que solo pude decirle que mi padre estaba en el hospital por un golpe.

Llegamos y pregunté por el señor Roberto Casas, mi padre. La recepcionista me orientó que estaba en el pasillo de la izquierda. Cuando llegue a donde estaba mi papá, se me llenaron los ojos de lágrimas. Allí estaba él, con una venda que cubría su cabeza, una herida de ocho puntos.

—¿Usted es su hijo? —preguntó un señor que al parecer lo había traído a urgencias.

Asentí a su pregunta y me contó que estaba caminado por la calle cuando vio a mi padre desmayarse y comenzar a convulsionar, él rápido lo montó en un auto rumbo al hospital, al llegar fue que se dio cuenta del golpe que Roberto tenía en la cabeza, al ver que su camisa estaba cubierta de sangre.

Agradecí y me dispuse a pagarle, no mucho por supuesto, no había trabajado lo suficiente como para ganar una propina extra. El señor me pidió de forma amable que guardara el dinero, que habría hecho eso con cualquiera. Le dediqué una sincera sonrisa, era increíble cómo aún había gente así.

Me senté junto a mi padre y de momento vi a ese hombre que en alguna ocasión fue, a ese padre amoroso que muchas veces se quedaba dormido contándonos cuentos para dormir.

*******
Vi una luz al fondo y caminé hacia ella, no sabía dónde estaba, pero decidí ir hacia adelante. Vestía un traje, al parecer uno bastante caro. Observé mi reflejo a través de varios cristales, tan diferente a mi aspecto normal, tan distinto que apenas podía creer que era yo. Vi las cámaras y a todo un público frente a mí, todos aplaudiendo y levantándose de sus asientos llenos de euforia, como si el Real Madrid hubiese ganado el partido contra el Barcelona. Sonreí hasta que de repente algo comenzó a temblar y todo desapareció. Pude sentir un grito.

Levanté la cabeza de la camilla asustado, todo había sido un sueño, pero susto el mío cuando vi a mi padre temblando sin parar como una hoja seca en otoño removida por el aire. No pude pronunciar palabra alguna, estaba paralizado, respiré y tragué profundo.

—¡Ayuda por favor! —grité y salí corriendo en busca de los médicos, a esa hora con seguridad estaban en cualquier esquina durmiendo un poco.

Entre nervios toqué puerta por puerta en todos los locales que hallé en mi camino, hasta que en uno de ellos encontré al doctor Fernando, quien se hallaba tomándole la presión a una señora con sobrepeso, a la cual le había subido la tensión tras darse cuenta de que su esposo le había sido infiel con su propia prima y en reacción le había cortado de cuajo el miembro viril como reprimenda, algo exagerada.

El doctor salió corriendo conmigo y permaneció junto a mi padre hasta que mostró mejorías. Le agradecí una vez más, había sido bastante desagradable el susto que me había provocado ver dicha escena.

Ya comenzaba a amanecer. Me levanté cuando la luz que se colaba a través de las ventanillas dio en mi rostro. Era el momento de la entrega de guardia y un nuevo doctor llegaba, esta vez el señor Fernández, el cual por las observaciones dadas con anterioridad nos daba de alta médica, señalando que teníamos que ir al neurólogo para poder detectar la razón de estás convulsiones, algo realmente preocupante.

Pedí un taxi y llevé a mi padre directo a casa, él estaba tranquilo, más que nunca, tenía toda la piel lastimada debido a la caída.

—¿Papi que te pasó? —Mi hermano salió corriendo hacia nosotros cuando el taxi estacionó frente a la casa.

Como respuesta rápida le dije al pequeño que papá era el nuevo payaso del pueblo y que había tenido que raparse la cabeza y poner un vendaje para poder colocarse la peluca y la nariz roja. Ernesto comenzó a reír tras mis palabras.

Acosté a mi padre en la cama y le preparé algo bien fuerte para comer, para así y sólo de esta forma él pudiese descansar y yo irme para el trabajo. Me encontraba tan cansado, no había podido dormir apenas y tenía que ir directo a "Los Ñoquis". En otras palabras, prometía ser un excelente día de trabajo.

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