Capítulo 2
Estoy aquí, siendo solamente yo. Soy Fabio Casas, un hombre con ganas de dejar huellas en el mundo. Soy un guerrero con ansias de comerse el universo, pero siento que estoy parado, que algo me frena y no puedo avanzar. Así era mi pensar diario.
Mi padre hacía ya unos días que no llegaba a la casa y Ernesto, mi hermano, preguntaba por él. Aún era muy pequeño para darse cuenta de que desgraciadamente no podíamos contar con este sujeto.
Otro día de trabajo en "Los Ñoquis", hasta el nombre de este bar provocaba risas. Tener que soportar a todos allá adentro, por Dios. Lo que sí puedo asegurar es que siempre trataba a todos de forma amable y de vez en cuando me ganaba alguna propina. Allí en el trabajo solo me llevaba bien con la cocinera, creo que ambos sufrimos el acoso del señor Velázquez, al parecer en su casa no era lo bastante atendido y pretendía que nosotros lo tratáramos como un rey, volviéndonos sus esclavos.
Salí a fregar los platos, ayudando a Loraine, ella estaba muy cansada y a mí no me costaba nada hacerlo. Fui hasta la parte trasera, creo que era el lugar más feo del bar y eso no era algo fácil, porque todo el local era de película de terror. Puse algo de música para animar el ambiente, incluso me imaginaba en un plató de televisión, vistiendo uno de esos trajes elegantes y con mi pelo quizás rubio. Me imaginaba altivo, que podía ser mejor que todos.
Mientras lavaba los platos y los cubiertos me puse a bailar, aprovechando que me encontraba solo. Realmente parecía un loco, pero estar procesando todo eso en mi mente, gracias a la imaginación, era uno de los pocos momentos de felicidad que tenía, hasta que sentí una respiración en mi cuello.
Apenas tuve tiempo de girar hacia atrás para ver lo qué pasaba. Era ese cerdo de Velázquez; me cogió por los brazos, apretándome contra su cuerpo. Intentó obligarme a hacer lo que él tanto quería, sin embargo, no le iba a dar ese gusto. Cogí uno de los tenedores sucios del fregadero y en medio del forcejeo, sin que él se diera cuenta, se lo encajé en la espalda llena de grasa. Salí corriendo hacia donde estaba mi amiga y le expliqué todo lo sucedido, no podía creer que tuviésemos que soportar siempre lo mismo.
—Fabio, toma lo que queda de día, que yo voy hablar con él —Me miró a los ojos—. Nos vemos mañana, esta situación tiene que acabarse, pero deja que lo trate de arreglar yo mi niño —Acarició mi rostro.
Loraine más que una amiga, era casi una madre para mí y sí, realmente le hice caso y salí de allí, no quería escándalos en el trabajo, por muy cabreado que estuviese. Fui en busca de mi hermano y tomamos un bus directo hasta la playa que quedaba a unos minutos.
En cuanto el bus paró, bajamos automáticamente. Era increíble poder sentir la brisa del mar, esa que me transportaba a todos los lugares que podía imaginar. Corrimos hacia la orilla como dos locos. Había muchas personas frecuentando la playa, parecía que todos hoy necesitaban estar en contacto con la naturaleza y yo no era la excepción.
Tan solo sentir el agua en mis pies mientras caminaba por la orilla era algo que no tenía precio. Cogí a mi hermano y me lo puse en los hombros, a él le encantaba que yo lo cargará y comenzara a correr por la arena, yo amaba oírlo reír. Realmente quería que él pudiera cambiar de vida, que no pasara todo el trabajo que hasta ahora nos había tocado vivir.
Fuimos hasta un puesto de comida, pedimos unos sándwiches y unos batidos para tener algo en el estómago.
—Tata, extraño a mamá. —dijo de pronto.
Me quedé frío cuando oí las palabras de mi hermano. Nunca habíamos hablado de nuestra madre, quizás para evitar el dolor de su ausencia y mucho más él que era muy pequeño cuando ella murió, por lo que era imposible que se acordará. Tan solo conocía su rostro por las fotos en blanco y negro que habían en casa.
—Ay Taty, igual yo, pero piensa que ella, dónde quiera que esté nos cuida, sé que es así —No pude evitar abrazarlo fuertemente, ambos lo necesitábamos.
Ya el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, por lo que decidí que era hora de volver a casa. Cogimos un carro que se dirigía cerca de nuestro domicilio. En el camino Ernesto iba cerrando sus ojos, trataba con todas sus fuerzas de no quedarse dormido, pero le fue imposible, terminando con la cabeza apoyada en mis piernas.
—¿Estaba buena la playa? —Me preguntó el chófer tratando de buscar algún tema de conversación.
—Sí —afirmé—, habían muchas personas hoy allá, y el pequeño disfruto lo más que pudo.
Notaba que él quería seguir la conversación, pero ya habíamos arribado al frente del bar, llegando a mi destino. Le fui a pagar y se negó, argumentando que lo había hecho por ayudar.
Cuando ya iba camino a casa, Loraine apareció de la nada y me dijo que había hablado con el señor Velázquez, dejando bien claras las cosas y que el ritmo que había mantenido de meterse con nosotros tenía que acabarse, que si no cambiaba lo íbamos a denunciar, comprometiéndose a cumplir con lo requerido. Eso era sin dudas una buena noticia.
Llegué a casa con mi hermano dormido en mi espalda y entré, por lo visto era otro día sin Roberto, mi padre se encontraba ausente una vez más. A pesar del sueño que tenía hice que Ernesto tomara un baño y lo arropé en la cama hasta que se quedó dormido.
Cuando me disponía a cerrar la casa, alguien me llama. Era Julia la vecina chismosa de al lado, todo un personaje. No estaba para enterarme de los cotilleos más recientes del vecindario, sin embargo, ella me aseguró que no se trataba de eso.
—Fabio, tu papá sufrió un golpe en una caída producto a la borrachera que tenía, me llamaron del hospital para que te avisara.
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