Capítulo 1
Hoy puedo decir que soy el mejor en lo que hago; premios, fama, aplausos y flashes de las cámaras a cualquier lado al que vaya.
Soy alguien afortunado porque tengo a mi lado al hombre que amo y que está contento con mi progreso en el mundo de la actuación. Realmente no ha sido fácil mi paso por la industria cinematográfica. La envidia, las peleas, el tener que acostarte con un superior para obtener un papel protagónico, si quieres triunfar. Ese es el día a día de un actor, siempre teniendo cuidado de tus compañeros que son como víboras listas para morderte e inyectar su veneno.
Pero aún me veo como antes, no quiero volver a ser ese pobre muchacho que pasó mucho para poder llegar a donde estoy. Yo soy el gran, el único y majestuoso Nathan Moore y no hay nadie que me quite de este lugar que he tomado.
Ciertamente con ayuda de pastillas y mi minibar he podido sobrevivir al peso de todas las malas caras que me observan todo el tiempo a la expectativa de si hago algo mal, claro sin que mi amor lo sepa. Soy un sobreviviente de esas calles y para allí no vuelvo.
Hace varios años atrás
Era increíble cómo me quedaba mirando la televisión todo el tiempo, viendo ese programa de entretenimiento, sin vergüenza alguna a contarlo. Muchas veces tomaba un pomo e imaginaba que era un micrófono, presentando algún programa inventado por mi imaginación en el salón de la casa. Quería muchas cosas para mi vida, llegar a ser alguien que todos recordaran era una de esas metas que tenía en mente.
Vivía al sur de la ciudad, con un padre ausente que solo venía en ocasiones a pedir comida y dinero. Siendo joven tuve que abandonar mis estudios y mi sueño de graduarme de la Universidad para atender a mi hermano pequeño, en pocas palabras era yo quien mantenía la casa.
Siempre buscando trabajos por ahí, a mi edad ya tenía más de tres hojas llenas de mi currículum. En esos momentos estaba de mesero en un bar de mala muerte por las noches y los fines de semana iba a trabajar con el personal de la construcción a varias partes del país, construyendo principalmente casas a los ricos de sociedad. Cada vez que veía esas casas tan gigantes, llenas de cuadros y reliquias con valores exorbitantes me imaginaba viviendo en una así.
Muchas veces tuve que volver a la casa sin prácticamente nada de comer, pero siempre conseguí algo para Ernesto, mi hermanito. Yo podía pasar la noche sin comer, pero él aún era un niño y no tenía la culpa de haber nacido en una familia donde se preocupaba una sola persona.
Hace unos años atrás mi padre, Roberto Casas, era un hombre trabajador y aunque no era muy cariñoso conmigo, amaba a mi madre y mucho más que ella acababa de dar a luz a mi hermano. Pero como muchos hombres que no aprovechan y aman verdaderamente a la mujer que tienen, él le fue infiel. Mi madre un día se enteró y cuando lo vio en el acto junto a una mujer de moral fácil se echó a correr, aturdida y sin darse cuenta de que la calle estaba llena de autos en movimiento sufrió un terrible accidente que la mantuvo por tres días en estado de coma inducido para después morir.
Mi papá quedó traumado de por vida y después de eso su rutina se convirtió en constantes visitas al bar de la esquina para ahogar sus penas en alcohol, como si eso pudiera traer de vuelta a mi madre. A él lo echaron del trabajo y se fue de la casa para vivir cada día con una puta distinta, quitándole al pobre infeliz el poco dinero que conseguía.
Esa era mi familia.
Muchas veces tuve que soportar que mis compañeros de la universidad me dijeran cosas debido a mi situación económica, pero sinceramente no me importaba, luego dejé la escuela. Tuve que hacer de todo para que mi hermano no pasara necesidad. Sabía que algún día yo obtendría todo con lo que tanto había soñado, dinero, ropa, fama y oportunidad de comerme el mundo, como ahora mismo.
Todas las noches en el bar de la esquina me tocaba contar hasta diez. Mi jefe, el señor Fermín Velázquez, me miraba con cara de morbo, como si se imaginara teniendo sexo conmigo. Su imagen y todo su ser era repulsivo. Era un señor gordo, calvo, siempre con olor a grasa, como una freidora viviente, con todo lo que sudaba cuando estaba cerca de la cocina podía serlo fácilmente.
Una vez trató de sobrepasarse conmigo cuando estaba a punto de cerrar el establecimiento, era ya medianoche y me cogió contra la barra, listo para besarme. Gracias a Dios que tenía a mi mano un caldero, con el cual le di un buen golpe en la cabeza, diciéndole que no se atreviera a acercarse a mí de esa forma de nuevo.
Ser pobre y mucho más siendo del sur fue muy difícil. En las calles había de todo, drogas, asesinatos y hasta brujería. No era el mejor espacio para que alguien pasará su niñez y así fue la mía en ese lugar tan repugnante y los más triste, Ernestico también estaba pasando su niñez allí.
Cada día antes de acostarme le pedía a Dios y a todos los santos por mi familia. Pedía que todos saliéramos adelante y ser hombres de bien, mas siempre hallaba algún momento en mi oración para pedir eso que nunca olvidaba: «ser recordado para siempre», luego de eso chequeaba que mi hermano durmiera y después me iba directo a mi lado de la cama para poder dormir y prepárame para otro día más de mi vida.
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