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MI PASADO
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Elsa Menzel Pov
Flashback
Hacía frio. Hacía demasiado frio. Pero sorprendentemente aguantaba esas bajas temperaturas y me empecé a acostumbrar en el pasar el tiempo.
Mis ventanas estaban abiertas, y la sirvienta asustada de la nieve que entraba sin parar las cerró de inmediato. Seguidamente me revisó de pies a cabeza y un pequeño gritó escapó de sus labios cuando encontró las palmas de mis manos ensangrentadas por unas cortadas poco profundas.
No recordaba que me había pasado, pero si no haberle dado la mínima importancia a lo sucedido porque no lo sentía; no sentía el dolor, ni la sangre escurrirse. Mi mirada estaba perdida en la nevisca de afuera; mi mente igualmente se encontraba en otro lugar.
Lo poco que permanecía todavía en mi memoria, era a la sirviente llegar y limpiar mis manos. El alcohol puesto en una toalla si lo sentí, provocando que volviera en sí, y que mis parpados se cerraran con fuerza para soportar el ardor. Mordí mis labios aguantando las ganas de llorar por el dolor.
Tenía cinco años... Y eso... había sucedido el mismo día del funeral de mi madre. Estaba vestida de negro, y la falda de mi vestido se había manchado de rojo.
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—¿Dónde está? —le pregunté con cansancio al sirviente.
—Vendrá pronto —avisó con tranquilidad.
Nunca llegó. Mi padre, nunca llegaba a la hora que el mismo había dicho para almorzar juntos. Él nunca se presentó después de ese. Y yo... dejé de esperarlo.
La comida era deliciosa, pero una parte de mi perdió ese... encanto. Simplemente la masticaba e ingería dándole a mi cuerpo lo que necesitaba para que siguiera con vida. «Vida...» Esa palabra me causaba nostalgia. Había pasado un año desde su perdida y mi padre... en ningún momento me había consolado.
Me sentía vacía; me sentía sola; me sentía aislada. Y eso, en ese instante empezaba a importarme poco, sin embargo, lo que no sabía era que, al pasar el tiempo comenzaría a afectarme.
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Tenía mi mirada perdida otra vez; podía apostar que había desaparecido también ese brillo peculiar en mis ojos azules. Estaba aburrida de la misma rutina que era: levantarme, desayunar, alistarme, estudiar, almorzar, volver a mis estudios, cenar y prepararme para dormir. No hacía nada más que esas esenciales cosas.
No me era permitido salir del hogar por miedo a que contagiara algo y quedara como... mi madre. En ese tiempo desconocía la causa de su muerte, pero no era novedad que falleciera por algo común.
—¿Cómo se dice? —preguntó mi instructora de lenguaje.
—Une salade s'il vous plait... —susurré en francés.
—Mas alto, querida.
—Une salade s'il vous plait —repetí en un tono mejor.
Ella sonrió y asintió en aprobación. Yo simplemente me limité a suspirar y prestar atención, pero en un momento de la clase mis manos empezaron a temblar y mi mente me hizo recordar a mi madre en la camilla del hospital. Inmóvil; sin respirar.
Repentinamente, mi respiración se quedó atascada en mi garganta y las lágrimas se acumularon de repente en mis ojos.
No queriendo deshacerme frente a otra persona, pedí como pude permiso para ir al baño. La señora lo concedió sin pensarlo y, rápidamente procedí a abandonar mi asiento y correr hacía donde estaba. Me encerré y senté en cuclillas. Abrí mis ojos y observé mis manos. Lagrimas empezaron a caer desesperadamente sin algún consuelo, y mi respiración empezó a volverse errática.
Los recuerdos de esa noche comenzaron a atormentarme causando que de mis labios se escapara un pequeño y débil: "mamá". Mi corazón palpitaba con tanta prisa que podía escuchar mis latidos fuertes golpeando con ferocidad mi cabeza. Negué ese sentimiento tratando de calmarme, pero eso no ayudó.
Minutos escasos después me di por vencida en luchar contra esa emoción y hundí mi rostro en mis piernas, permaneciendo... más de tres horas en ese lugar.
Y la señora, no me molestó.
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—¿Qué te parece?
—Esta... bonita —dije sin muchos ánimos observando a la muñeca frente a mí.
Él me miró, esperando a que dijera algo más. Sin embargo, no lo obtuvo. El regalo me parecía un bonito gesto, pero a la vez no era mi gusto y tampoco me gustaba que me visitara una vez cada dos meses con el fin de preguntar por mis responsabilidades o bienestar. Dos meses eran mucho tiempo.
—¿Cómo has estado?
—Bien... —susurré con la mirada perdida en el suelo. Mi mente era un caos.
Sentía la mirada de Agnarr en mí, pero la ignoré. Y estuvimos en un silencio incomodo por unos minutos.
—No tengo mucho tiempo, Elsa.
—Nunca tienes tiempo —respondí enseguida frunciendo mi ceño. No quería verlo y no pensaba hacerlo, o era probable que llorara del enojo y tristeza acumulada.
—Eso no está a discusión.
—Sólo vienes cuando te acuerdas de que tienes una hija —solté.
Silencio. Mis palabras seguramente lo lastimaron, pero eso no me importaba. Solo necesitaba... un abrazo de la última persona paternal que me quedaba. Tenía siete años y aun... lo quería. Sin embargo, cuando agarré el valor necesario para ponerme de pies y... querer abrazarlo, recibió un llamado de uno de los hombres que trabajaban para él.
Y Agnarr... me dejó plantada esperando por... ese cariño.
Mi corazón se estrujó con fuerza, mis dientes agarraron mi labio inferior, y lágrimas de rabia y tristeza escaparon en abundancia de mis ojos.
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Respiré entre cortado encontrándome otra vez sola en mi habitación, mientras observaba la mesa de madera que había roto con mis propias manos. Ignoré por unos minutos los toques continuos en mi puerta, pero cuando se volvieron insoportable grité de rabia.
—¡Déjame sola!
El sonido se detuvo al instante y los pasos de la posible nueva sirvienta se alejaron dándome lo que pedí de una manera bastante brusca. Estaba furiosa; estaba triste, y no hice más que caer de rodillas en frio suelo de mi cuarto y ocultar mi rostro con mis manos para ahogar nuevamente mi llanto.
No importaba cuantas veces sollozara; no importaba cuantas veces destrozara algo por enojo o simplemente porque quería deshacerme de ese aire asfixiante, él no vendría. Demostrándome una vez más que mi salud mental era lo de menos.
En ese día no salí a almorzar, ni cenar. Simplemente había desayunado con algo de esfuerzo. Me quedé encerrada en mi habitación con la ventana abierta dejando que la brisa del invierno entrara sin problema. El frio me relajaba y secaba mis lágrimas. A veces me ponía a imaginar que las convertían en pequeños cubitos de nieves que se deshacían como vidrio al tocar el suelo.
Respirar el aire fresco me traía tranquilidad y provocaba que mis pensamientos se perdieran, haciendo también que mis sentimientos heridos se dispersaran. Podía permanecer horas observando la brisa entrar por mi ventana, pero en una de esas ocasiones inconscientemente me quedé dormida.
Aunque no sintiera el frio, mi cuerpo tenía un límite.
Cuando me levanté estaba en una camilla de hospital por hipotermia. Lo primero que se me vino a la mente al girar mi cabeza hacia el lado derecho, fue ver a mi madre esperando pacientemente a que despertara. Sin embargo, no encontré nada.
Recordé lo sucedido y me hice de inmediato una idea de lo que debieron hacer para sacarme de mis aposentos. Solté una pequeña risa hallando gracioso mi estado. Y nuevamente las lágrimas que creí que habían cesado por tanto utilizarlas, aparecieron nuevamente y se deslizaron por mis mejillas.
No había nadie. No había nadie esperando a que despertara. Ni siquiera él.
En ese momento, entré en cuenta que... ya no le importaba; así como tampoco le importó mi madre. Su trabajo era mucho más importante.
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Lo envidiaba. Envidiaba su trabajo. Envidiaba que eso lo mantuviera ocupado todo el tiempo. Deseaba poder tener esa atención; deseaba que me dedicara esas horas.
—¿Cómo te sientes?
—Bien —dije de mala gana con una bendita en el puente de mi nariz.
—¿Qué está sucediéndote? —preguntó pasivamente.
—Nada.
«No lo necesito, no lo necesito». Esas palabras, era lo que me repetía cuando estaba a mi lado luego de tanto... tiempo.
—¿No quieres saber cómo me fue en la reunión de ayer?
—No.
Él se quedó callado por unos segundos.
—Lo siento, yo... Lo siento.
Agnarr... no hizo presencia alguna en ninguno de mis cumpleaños después de la muerte de mi madre. Me preguntaba a veces si algo estaba mal conmigo para que lo alejara de esa manera, pero... honestamente no conseguía una respuesta a esa pregunta y me daba miedo hacerla.
—Quiero salir —solté rompiendo otros segundos de silencio.
—Sabes que no es posible. No quiero que te enfermes.
—Y cuando lo estuve, ¿Dónde estabas?
—Ocupado —dijo seriamente—. Necesito mantener mi trabajo; necesito mantener nuestro apellido.
—¿Por qué eso es importante? —pregunté sin verlo.
—Somos una familia, Elsa. Una familia muy importante —comentó con una sonrisa que no observé, pero que sabía que estaba ahí—. Me gustaría enseñarte a mis amigos. Quiero que te conozcan.
—No quiero.
—¿Por qué no? —dijo dudoso.
—Ellos son tu familia. No yo —dije, para después ponerme de pies y dejarlo solo en el salón de la biblioteca.
«Sus amigos...» Eran su nueva familia. «Su trabajo». Era su vida. «Y yo...» Dejé de pertenecer allí.
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Estaba observando detenidamente el techo de mi habitación. Mis pensamientos divagaban nuevamente y muchas preguntas se acumulaban en mi mente. Unas de esas eran: ¿Cómo sería una vida fuera de la que tenía? ¿Cómo sería caminar por la calle o conducir un auto? ¿Cómo sería comer un helado mientras caminabas sin preocupaciones del apellido que cargabas encima? ¿Qué tan diferente sería estudiar fuera del lugar que llamaba "hogar"? Y lo más importante... ¿Cómo se sentiría tener... compañía? «Amigos...»
Amigo, era esa persona que te acompañaría y estaría para ti en los días buenos y malos; era esa persona que a pesar de no tener esa conexión sanguínea te apreciaría como si la tuvieras; era esa persona que te escucharía hablar con atención de cualquiera cosa que te apasionara, o también que permaneciera a tu lado si deseabas... desahogarte.
«Desahogarme...» Esa palabra hizo un eco en mi mente. Necesitaba a alguien a quien abrazar; necesitaba a alguien que me escuchara; necesitaba a alguien que me acompañara. Estaba sola en un hogar que era cuatro veces más grande que una casa promedio, con personas desconocidas que simplemente hacían su labor diaria para ganar el dinero que mi padre hacía fluir.
Me volteé hacía la izquierda y recogí un poco mis piernas. Me encontraba cansada de llorar; tenía mis parpados hinchados y mis mejillas húmedas. Mis manos estaban temblando como de costumbre. Había tomado esas acciones como normales luego de que no cesaran en cuatro años.
Cerré mis ojos soltando un pequeño quejido de tristeza. Seguidamente... me puse a recordar cuando estuve fuera de ese lugar; fuera de las rejas que rodeaban la mansión. Recordé... los momentos donde me puse a observar, con un poco de miedo pero con sorpresa a la vez, lo que me rodeaba. Mi mano estaba siendo sujetada en ese momento que salí a "conocer". Y la sonrisa de mi madre no demoró en hacerse presente al haber yo apuntado algo que me asombró totalmente.
Sonreí con debilidad y descansé... con ese recuerdo en mente.
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Empecé a investigar; empecé a leer varios libros que me ayudaran a interactuar con las personas. También, busqué información en las redes y me aconsejé de videos de personas que parecían confiables y amables en enseñarte a través de una pantalla como poder hacer amigos. Recordaba que, en ese momento, mis nudillos estaban vendados, e incluyendo que habían cambiado de sirvienta otra vez.
Eso ya no me importaba; dejó de importarme hacía ya mucho tiempo. Seguía en lo mío; seguía con el plan que construí en mi cabeza.
Al pasar los años continuaba desahogándome de la única manera que sabía, aunque me detuve dos años antes de cumplir mi mayoría de edad. Estaba consciente que debía dejar ese mal habitó, ya que no sería bien visto para las nuevas personas que conocería. Y sí, me encontraba dispuesta a salir de esa casa por las buenas o por las malas, y tener la suerte de conocer a alguien.
El aire era demasiado asfixiante, y me habían prohibido recibir del aire fresco que me relajaba desde que estuve en una camilla de hospital por hipotermia. Me ahogaba y sentía como mi propia vida se iba de mis manos. Debía salir lo antes posible. «¿Y qué mejor que hacerlo entrando a una universidad?»
Busqué e investigué las diferentes carreras que la faculta proporcionaba y escogí la que más me llamaron la atención. Una de esas sería mi vocación para comenzar esa nueva vida planeada. Además, ya tenía seleccionado el lugar donde trabajaría, puesto que, antes de irme del lugar donde estaba iba a poner ciertas reglas.
Sabía con exactitud a qué hora y que fecha venía siempre mi padre a "visitarme" por sólo veinte minutos. En ese día, repasé las palabras que ensayé previamente para confrontarlo. Dicho de otra manera, me preparé adecuadamente.
Me sentía lista para explorar el mundo que me rodeaba. Y rogaba internamente que mi padre no me retuviera.
Estaba nerviosa. Tan nerviosa que no dejaba de jugar con el collar que me había regalado, no personalmente, en mis cumpleaños número dieciocho. Además, de que no dejaba de moverme de un lado a otro con una hoja en mi mano derecha.
Y, en el momento que entró a la biblioteca en mi búsqueda, mi corazón... se aceleró, pero estaba segura que en ningún momento vacilaría.
Mi decisión... ya estaba tomada.
Fin del Flashback
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Fin del Cap. 5 (Mi pasado)
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