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LATIDOS DE CORAZONES

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Elsa Menzel Pov

Decir que me encontraba nerviosa era poco. Anna no tardaría en llegar y lo peor... era que ninguna de las que estaban involucradas en el "plan bien planificado" sabía que ella vendría a mi hogar. ¡Ni Tiana! ¡No logré decirle a Tiana tampoco!

Iba a tener mi sexta o séptima cita con Anna en mi hogar, y antes de que viniera, aproveché para esconder cualquiera cosa que me delatara o dieran indicios de mi sexo, aunque de eso no tenía mucho.

Lo mayor que poseía era el álbum de fotografías, pero eso se encontraba en mi habitación y no dejaría que Anna entrara bajo ninguna circunstancia.

El día de ayer cuando las demás abandonaron mi hogar me puse a repasar las cosas que podrían suceder en esa "cita". Hice una lista de las otras cosas que podríamos hacer, pero... todas eran muy anticuadas y no creía que a Anna le gustaría. Sin embargo, no destaqué ninguna y si tenía que cumplirlas cuando el ambiente se sintiera... incomodo o aburrido. Lo haría.

Suspiré profundamente y volteé a ver nuevamente la puerta principal. Hace una media hora Anna me había avisado de que se hallaba cerca. Ella se estaba guiando por la dirección de Google Maps que le había enviado, sin embargo... se había cumplido la hora y Anna no daba señales de que apareciera.

Estaba empezando a preocuparme, pero no quería alterarme antes de tiempo. Deseaba mantener la calma y esperarla con paciencia. No obstante, mis acciones me contradecían. Mi pierna derecha no dejaba de moverse, me mordía las uñas e intentaba no ver la puerta cada cinco minutos.

Pero, justamente cuando bajé la mirada y encendí mi móvil para verificar de nuevo la hora, el timbre de mi hogar me hizo sobresaltar provocando también que mi corazón latiera con prisa. Me levanté de mi asiento y me aseguré de que no tuviera alguna arruga en mi camisa. Seguidamente exhalé en un intento de controlar los nervios que se habían hecho presente.

Al tomar la perilla suspiré una vez más, y luego abrí la puerta recibiéndola con una sonrisa; pero no me esperaba que entrara de inmediato y cerrara la puerta con un poco de agresividad sin dejarme decir un: "hola". Me quedé ahí parada como una estatua tratando de asimilar lo que acababa de suceder. Cualquier rastro de nerviosismo e inseguridad en mí, desapareció en ese instante.

Me tomó unos segundos para salir de mi trance. Volteé a verla notando la capucha larga de color negro que llevaba consigo. Elevé una ceja y esperé a que se diera la vuelta para poder verla. Lo hizo después de observar un poco el lugar; se quitó la capucha y giró a verme con una resplandeciente sonrisa que me dejó anonadada.

—¡Lo siento! —dijo con alegría.

Tragué saliva y bajé la mirada cuando empezó a quitarse completamente lo que la ocultaba, descubriendo debajo de eso un hermoso vestido crema que me hizo agarrar y contener aire. Sentía mis mejillas tibias y mis nervios nuevamente empezaban a aparecer. Sin embargo, una pregunta que se presentó en mi cabeza me hizo mirarla con extrañes.

—¿Escapas de alguien? —le pregunté, ganándome una mirada divertida.

—Digamos que me han puesto a un vigilante.

«¿Vigilante?». La miré asombrada no esperando esa respuesta.

—¿Estás bien? —nuevamente consulté y me acerqué para tomar la capucha.

Ella me la entregó y agradeció sutilmente.

—Ahora me encuentro bien —dijo con tranquilidad.

Le sonreí con sutileza y asentí. Me aproximé al comedor doblando la capucha para dejarla en el respaldo de una de las sillas. Lastimosamente no tenía percheros de ropas en la entrada como en las películas.

—Bueno... Bienvenida a mi hogar.

Anna miró el entorno con curiosidad y después dirigió sus ojos azul turquesa a los míos azules. Nuevamente el aire de mis pulmones se quedó atascado en mi garganta. Cada vez la belleza natural de aquella chica me impactaba más. Era extraño, pero no me creaba una mala sensación como para dejar de mirarla.

—¿Has almorzado? —preguntó manteniendo esa sonrisa.

Parpadeé y nuevamente volví a estar consciente. Me estaba perdiendo muy a menudo y eso me estaba empezando a molestar un poco.

—N-no... ¿Deseas que haga algo o pida... algo? —consulté sintiéndome... torpe. Demasiado torpe. «¿Qué me está sucediendo?»

Ella se rio y negó con la cabeza.

—Para la próxima vendré en jeans y camisa —dijo con burla—. ¿Me darás un recorrido?

Me ruboricé y apreté mis puños. «Esta va a hacer... una larga tarde».

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—Te lo dije... no hay mucho que ver.

—¿Ese es tu perro? —indagó, ignorando mis palabras mientras apuntaba con su dedo pulgar el patio.

Volteé a ver confundida y me topé con nuevamente el perro del vecino en mi territorio. Arqueé una ceja, no entendiendo porque ese animal se la pasaba en ese lugar.

—No. No tengo perros.

—¿Te gustaría tener?

La miré y asentí ligeramente.

—¿Y por qué no tienes uno?

—No tendría tiempo para cuidarlo. Trabajo de lunes a sábados —le expliqué, y luego caminé hacia donde quedaba la cocina—. ¿Qué deseas que prepare? —dije sin verla ingresando con naturalidad.

Escuché sus pasos seguirme y sin ponerle tanta atención abrí el refrigerador. Buscaba los ingredientes que tenía y agradecía de haber llenado la nevera tres días atrás. Encontré un chocolate en la puerta y sonreí tomándolo.

—¿Quieres...?

Silencio. Quedé sin palabras mirándola con asombro. «¿Me beso...?» Me había besado la mejilla. Anna se acercó a mi oreja derecha y agarró el chocolate que sostenía en mi mano izquierda.

—Yo cocinare —dijo, para después tomar distancia con una sonrisa en sus labios.

Exhalé aun recordando... la sensación de sus labios en mi mejilla. Al salir otra vez de mi trance me sonrojé abruptamente y retrocedí, dándole acceso a mi refrigerados como afirmación a sus palabras. Desvié la cabeza enseguida para que no viera mi notable rubor excesivo.

«¡Cálmate, Elsa, te estas comportando como una chiquilla! Fue sólo un simple beso», me regañé.

—¿Qué te parece hacer la receta que tenías aquel día? La de las papas con la salsa.

Levanté la mirada observándola de reojo.

—Si gustas... Te ayudare con las papas.

Anna asintió y giró a verme.

—Me encargare del horno —dijo y supuse que recordó lo que dije acerca de eso.

No era buena con el horno.

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—No era difícil.

—Lo dices porque sabes cómo funciona —murmuré en queja mirando el platillo hecho.

Anna había creado la receta que no podía porque me atemorizaba usar el horno: por malas experiencias pasadas. En la mesa del comedor se hallaban unas papas horneadas con aceite de oliva muy bien hechas con la salsa encima. Al lado del plato, se encontraba un vaso de jugo de toronja.

—Es fácil. Podría enseñarte. Además, tienes un buen horno que no está siendo usado. Eso es un desperdicio, Elson.

—Si usted lo dice, Anna —dije agarrando el tenedor—. Gracias por... hacer la comida. No sabía que eras buena cocinando.

—Debiste suponerlo, ¿no?

Negué con la cabeza.

—No pensé en ello.

—¿Y en qué piensas?

—Kristoff —solté inconscientemente de mal humor. Ese nombre creaba una sensación desagradable en mi estomago que no me permitía a veces comer con naturalidad. Sin embargo, cuando me percaté de lo que había dicho, me sobresalté y miré a Anna con arrepentimiento—. ¡Lo siento! No quería mencionarlo... Simplemente... Yo... Me da un poco de... curiosidad en... conocer cómo van... las... cosas... —terminé susurrando tímidamente lo último.

Anna me miraba con seriedad sosteniendo su cubierto. Bajé la cabeza y arrugué mi pantalón.

—Lo siento... —musité.

«¡¿Por qué dijiste eso?! ¡Tonta! ¡¿Y por qué estas actuando de esta manera?! ¡Una Arendelle...! No. No soy una Arendelle. No más. ¡Supéralo, Elsa!».

—¿Crees que deba llamar a mi padre?

Levanté la cabeza y la miré confundida. «¿A su padre...?»

—¿Disculpa? —dije confundida.

Ella suspiró y me miró con un semblante más calmado.

—Mi padre es profesor. Supongo que él está esperando a que vuelva, pero no lo he llamado.

«¿No lo ha llamado...?», pensé con sorpresa. Recordé que, en la conversación del día anterior habían dicho que lo hizo, pero... resultaba que no era cierto. «¡Lo sabía!». No me confiaba de sus palabras porque en realidad Anna... escondía cosas, y no solamente a mi persona, sino también a sus amigas, pero, ¿Por qué? ¿Por qué lo hacía?

—¿Tu... quieres volver?

—Me da vergüenza.

—¿Por qué?

—Digamos que no tuve una amorosa relación fraternal con él. En la universidad siempre era presionada en sus clases, y en el hogar me obligaba a estudiar hasta que mi mente no pudiera entrarle más información.

«Oh...». Ella suspiró de manera cansada.

—Cuando conocí a Kristoff pensé que tenía una oportunidad de sentirme... libre. Y al principio así fue. Tuve el valor para enfrentar a mi padre y nos dijimos un par de verdades que creó heridas mutuas y profundas. Entonces... me da vergüenza verlo.

«¿Vergüenza?»

—Suena más a que tienes miedo —comenté con un semblante más tranquilo y neutro—. Miedo a volver a ese ciclo... que no te permitía... ser tu misma. —Parpadeé confundida sintiéndome... sentida por esas palabras; sentía que me las había dicho a mí misma. Carraspeé mi garganta y nuevamente recuperé la compostura— Anna. —«Necesito saberlo. Necesito estar segura.» — ¿Aun amas a Kristoff?

Silencio. Nos miramos por unos cortos segundos. Ella sonrió ligeramente.

—Dejé de amarlo desde hace un año.

«¡¿Un año?!». La observe asombrada, y ella se rio por mi expresión.

—Debes tener muchas preguntas —dijo.

«¡¿Muchas?! ¡¡¡Tengo demasiadas!!!»

—Anna...

—Primero —interrumpió—, a comer.

Tensé mi mandíbula mirándola fijamente. «Un año...» Anna había dejado de amar a Kristoff desde hace un año...

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Estaba deliciosa. Su creación estaba demasiada deliciosa. Internamente deseaba tener de nuevo la oportunidad de probar la misma comida que hizo. Sin embargo, sabía muy profundamente que eso no sucediera y me lastimaba en cierta parte. Extrañamente mi pecho se estrujaba ante ese pensamiento asegurado.

Anna me odiaría cuando descubriera quien era, y me hacía sentir mal el tan sólo imaginarlo. No obstante, en ese instante me encontraba disfrutando de su tacto. No recordaba cómo había terminado acostada en sus piernas recibiendo suaves caricias en mis mejillas. Sentía que podía estar todo el día en ese lugar.

—Eres como un niño.

—Soy un niño —dije con mis parpados cerrados.

—¿Te gusta ser mimado? —preguntó con cierta burla.

—A veces.

—¿Y por qué no practicas deporte, niño? A los de tu edad les encanta —dijo utilizando el mismo tono anterior.

Me reí y abrí mis ojos.

—¿Has visto mi cuerpo? No creo que necesita ser ejercitado, Anna. Además, te comenté anteriormente que no soy bueno en eso.

Ella cambio su mirada a una más coqueta, y una de sus manos bajó lentamente deslizando su dedo índice desde mi rostro, pasando por mi pecho y llegando a mi abdomen. Me volví a ruborizar por esa repentina acción.

—No... No he visto tu cuerpo —dijo con una voz... que me creó escalofríos.

Me levanté de sus piernas y nuevamente aclaré mi garganta para desaparecer ese ambiente... lujurioso que ella había creado. Mi pregunta había sido de manera inocente.

—Lo siento. Estaba jugando —soltó, y noté un poco de nervios en su voz.

—Está bien. No hay problema. ¿Quieres hablar de eso? Tengo dudas, Anna —dije mirándola con una sonrisa.

—Y a mí me gustaría pasar más tiempo contigo que desperdiciarlo hablando de ese tema. Aún hay tiempo. —Anna extendió su mano a mi rostro posicionándola en mi mejilla derecha. Instintivamente incliné mi cabeza hacia su palma—. ¿Te parece tener tiempo para los dos?

«Que extraño...» Su tacto ya no me creaba nervios. Al contrario, mi cuerpo lo recibía de manera inconscientemente positiva.

—Por supuesto... —susurré. Seguidamente tomé con mi mano su mano colocada en mi rostro y giré mi cabeza depositando, nuevamente de manera impulsiva, un beso en su palma. Después la miré contemplando el sutil rubor en sus mejillas.

«Anna...»

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Fin del Cap. 14 (Latidos de Corazones)

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