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MI DESEO
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Iduna Arendelle Pov
«¿Cómo una persona puede cambiar tan... repentinamente?» Esa pregunta era ridícula, bastante ridícula en las perspectivas de otras personas. Sin embargo, en mi punto de vista era bastante coherente. Conocía a Agnarr mucho antes de que nos comprometiéramos. Fuimos amigos por tres años y en ese tiempo fue donde comenzó a fluir ese cariño sentimental que se inclinaba más a un amor puro y arduo.
No obstante, el cambio que tuvo después de que nos casáramos me dejo sorprendida. El enfocaba todo su tiempo en el proyecto que deseaba llevar a cabo. Y no me molestaba, en absoluto. Lo apoyaba y me dedicaba a ayudarlo. Sin embargo, no recibía nada a cambio. Ningún abrazo o beso como agradecimiento. Eso... me hacía sentir bastante distanciada y... a veces me cuestionaba si estaba en realidad comprometida; me sentía bastante sola.
En algunas ocasiones, Agnarr, la pasaba encerrado en nuestra habitación realizando ese proyecto, mientras por mi parte me encargaba de hacer un poco de labor en la casa.
El día que le mencioné acerca de mi embarazo, el volvió a hacer el hombre amable y amoroso que conocí. Me cuido en los primeros meses dividiendo bastante bien su tiempo. Estaba feliz de tenerlo de regreso y recibir esas acciones afectuosas que me empezaban a hacer falta. Trabajar y seguir con un proyecto de largo plazo era difícil, y lo entendía.
Sin embargo, sus amigos comenzaron a presionarlo y nuevamente lo perdí. Me quedaban cinco meses de embarazo y el proyecto que había empezado hace seis años dio sus frutos. Poco a poco las cosas empezaron a mejorar y el cambio de ambiente fue un poco brusco para mí, pero no me tomo tanto en acostumbrarme.
Él dijo, antes de conseguir todo eso: "Te daré una buena vida, y mi hija también la tendrá". Sus intenciones nunca fueron malas. Estaba feliz con sus palabras, aunque fuera un hombre dedicado a su trabajo sabía que aún me amaba. Era como su apoyo emocional que necesitaba más en esos momentos. Y me conformaba con solo tenerlo a mi lado, sin embargo, admitía que necesitaba a veces de su amor y cariño.
Agnarr era un hombre comprometido, seguro, orgulloso y egoísta. Comprometido en su trabajo, seguro de sus decisiones, orgulloso con sus palabras y egoísta en la parte de enamorarse tanto de sus empeños que a veces me hacía asimilar que ignoraba que existía.
No obstante, esa poca soledad que me rodeaba desapareció cuando la personilla que había estado en mi vientre por nueve meses nació. Me encontraba feliz, demasiado feliz. Y más aún cuando Agnarr estaba a mi lado recibiéndola conmigo.
«Elsa...» Sería su nombre. Me había decidido por ponerle ese nombre tan... peculiar y hermoso. Le quedaba a la perfección. Y estando en mis brazos, hice una promesa mentalmente que estaba dispuesta a cumplir.
Ella nunca estaría sola, nunca la dejaría sola. Siempre me tendría a mí; siempre estaría a su lado.
Mi niña... era algo desordenada e imperativa, pero dedicada y atenta a la vez. Tenía una mentalidad y energía increíble. Amaba verla jugar; amaba verla divertirse; amaba verla sonreír y escucharla reír. Cuando lloraba, mamá siempre estaba ahí para acudir a ella.
Era tan... encantadora. Sabía que nunca me cansaría de ayudarla; de pertenecer a su lado y cantarle hermosas canciones que le sacaban más de una sonrisa.
En muchas ocasiones durmió conmigo, ya que Agnarr estaba muy ocupado como siempre. Algunas veces nos hacia una pequeña visita y preguntaba como estábamos. Elsa siempre lo recibía con un abrazo y él la levantaba para cargarla en sus brazos. Por mi parte, me acercaba y acariciaba su hombro para después apoyar mi cabeza en ese lugar.
Agnarr siempre me miraba con cariño. El aún me amaba, aunque no permaneciera tanto tiempo a mi lado; el aun intentaba dar su presencia. Claramente gracias a su trabajo la economía fue ascendiendo y más cosas llegaron. Éramos considerados como una familia multimillonaria cuando Elsa cumplió los tres años de edad.
En su cumpleaños, Agnarr quiso regalarle algo de gran valor, pero fue negado por mi parte. Nuestra hija tenía suficientes cosas como para recibir más. No deseaba que se convirtiera en una persona quisquillosa y evité darle tantos regalos como pude. Simplemente se los entregaba cuando realizaba algo que le había costado mucho trabajo, como, por ejemplo: Armar una torre de bloques o saber al menos la mitad del abecedario.
Sus obsequios eran siempre chocolates, o helado de chocolate con chicas de chocolate. No podía darle tanto por miedo a que se enfermera de diabetes, pero casi siempre era recompensada por su esfuerzo con obsequios simples.
Quería que Elsa, creciera con humildad.
—Mamá —llamó con sutileza, encontrándose acostada a mi lado observando las constelaciones proyectaba en el techo por una lampara.
—Dime, cariño —le respondí, girando a verla.
—¿Mañana salimos?
—¿A dónde quieres ir? —le pregunté con más interés, girando un poco mi cuerpo para obsérvala mejor.
—A donde esta papá.
Una sonrisa sutil se dibujó mis labios ante esa respuesta.
—Papá está muy lejos ahora —le recordé.
Agnarr se encontraba haciendo un viaje de negocios en ese momento.
—¿No podemos? —consultó con inocencia, ganándose una mirada de ternura de mi parte.
Sin dudar la tomé por su cintura y la acerqué a mi cuerpo. Ella de inmediato se acurruco en mi pecho.
—¿Quieres verlo?
Elsa asintió.
—No vino en mi cumpleaños.
Era verdad, Agnarr no se hizo presente en su cumpleaños número cuatro. A esa edad, Elsa ya conocía totalmente el abecedario y hablaba con más fluidez. Era impresionante como su mente captaba todo con rapidez. Lo consideraba como un talento; un talento bastante bueno.
—Vendrá pronto, cariño.
No era la primera vez que Elsa pedía ver a su padre, aunque estuviera siempre distante y ocupado en su trabajo, Elsa lo quería. Me daba un poco de inquietud a veces en causar que sus expresiones se volvieran tristes, pero de algo estaba segura. Yo... no le mentiría a mi hija. La amaba demasiado como para crearle falsas ilusiones.
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Al cumplir sus cinco años, me sentía... un poco cansada. Y era extraño para mi sentirme tan debilitada de repente. Una de las señoras encargadas de hacer el aseo del hogar, acudió a mi cuando me apoyé en el barandal de las escaleras. Mi mano derecha se encontraba en mi boca, evitando que vomitara. Pensé en ese momento que se trataba de un simple mareo, nada de qué preocuparme de más. Posiblemente había ingerido algo en la cena anterior que me cayó bastante mal.
Llegué a la habitación donde se encontraba Elsa cumpliendo sus estudios. Al abrir la puerta, mi niña me recibió con una enorme sonrisa y corrió hacia mí. Su tutora igualmente sonrió al vernos y le agradecí con la mirada por cumplir con su trabajo. Ella simplemente asintió y prosiguió a retirarse dejándome a solas con la personita más hermosa del mundo.
—Te tengo un regalo.
—¿Enserio? —le pregunté curiosa apartándola un poco para verla.
—No está terminado, aún falta —me dijo con alegría y entusiasmo.
Le deposité un pequeño beso en su frente y la levanté para cargarla en mis brazos y llevarla a la mesa.
—¿Mamá? —llamó, abrazando mi cuello.
—¿Sí, cariño?
—Quiero ver las estrellas hoy.
—Entonces veremos juntas las estrellas hoy. ¿Te parece?
—¡Sí! ¡Gracias, mamá!
Sonreí cariñosamente. Y al ingresar al salón donde se encontraba el comedor, nos topamos a un hombre hambriento devorando su plato sin piedad. Arqueé una ceja al verlo de esa manera, no esperando topármelo, ni ver un comportamiento así de él, ya que normalmente siempre mantenía los modales, pero en cierta parte me gustaba que pudiera ser el mismo con nosotras.
—¡Papá! —gritó Elsa. La bajé de mis brazos y ella corrió hacia su padre que la recibió con un fuerte abrazo.
—¡También te extrañe! —exclamó con felicidad.
Permanecí en mi lugar, observando el hermoso momento. Agnarr podía no estar la mayoría del tiempo, pero seguía siendo el hombre amable que una vez conocí, aunque admitía que me sentía bastante excluida en sus planes de vida por su distancia y dedicación a su trabajo.
A punto de dar un paso para acercarme, repentinamente regreso el mareo que me había atacado en las escaleras con anterioridad. Sin embargo esta vez fue más fuerte, y rápidamente me apoyé en lo primero que encontré.
—¿Iduna? —lo escuché decir en un tono preocupado, mientras se levantaba de su asiento.
Mi cuerpo se sentía fatal, y me empezaba a costar respirar. Era una sensación demasiada extraña y confusa. Nunca antes me había sentido de esa manera. Y cuando intenté recomponerme, no tuve la fuerza suficiente para hacerlo. Mi vista estaba borrosa y lo único que pude visualizar fue la silueta de Agnarr acercarse.
—Agnarr... —susurré débilmente, antes de perder la consciencia.
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Escuchaba... un pitido, luego dos y después tres. Mis ojos se abrieron con lentitud visualizando el lugar donde me encontraba. Era una habitación de hospital. Parpadeé confundida no entiendo la razón por la cual me hallaba en ese sitio. Había tenido un simple mareo, nada de qué preocuparse de más. Imaginé que pronto saldría de ese lugar.
Pero... la entrada imprevista de Agnarr en la habitación con un semblante de preocupación, me hizo dudar de esa posibilidad. Algo estaba sucediéndome y parecía algo bastante malo para que tuviera esa expresión en su rostro.
—¿Qué sucede? —le pregunté débilmente sintiendo un pequeño dolor pulsante en uno de mis senos.
—Estas despierta —soltó en un susurró, al percatarse de que desperté.
Rápidamente se acercó y agarró mi mano derecha apretándola con sutileza.
—¿Cómo te sientes?
—Cansada.
Nuevamente contemple ese semblante de tristeza y temor. Sin embargo, lo ignoré al recordar la persona que había alegrado mis días solitarios antes de que naciera.
—¿Dónde está, Elsa?
—Afuera. Esperando. ¿Quieres que entre?
—¿Agnarr, que sucede? —le pregunté, cansada de que ver esa expresión.
Observé como tragó saliva con dificultad y también sus ojos cristalizarse. Sentí como sus dos manos tomaron con más fuerza la mía y empezaron a temblar ligeramente. El agachó su cabeza y habló.
—Tienes que ser fuerte, Iduna, por favor.
Lo miré confundida e intenté calmarlo, pero me sentía demasiada débil, el dolor estaba aumentado y sentía un poco de dificultad al respirar.
¿Qué estaba pasándome?
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De una cosa estaba segura, que había dormido con lágrimas en mis ojos. Cuando me levanté pude sentir la humedad en mis mejillas. El temor me invadió nuevamente y le pedí a la encargada que no dejaran pasar a Elsa, aún. Aun no podía verla. Ella no podía verme en ese estado. Tenía que asimilarlo primero.
Estaba muriendo, no podía creerlo. ¿Por qué ahora? ¿Por qué me sucedía a mí? No deseaba morir, al contrario, deseaba vivir y ver a mi hija crecer, quería saber de sus decisiones; quería saber de las aventuras que tendría; quería conocer a sus amigos; quería ver sus... logros; quería... tantas cosas que me fueron arrebatas con una simple noticia.
Estaba muriendo y no sabía que hacer; no sabía en que pensar. ¿Qué se suponía que hiciera? ¿Qué se suponía que pensara? No era tan sencillo, no era para nada sencillo entender que en unos meses ya no estaría a lado de mi hija, ni de mi esposo. Tenía miedo. Tenía tanto miedo. No quería abandonarlos, pero especialmente... no quería dejarla a ella.
Tenía tantas preguntas sin respuestas. Me sentía triste, enojada e impotente. Demasiado impotente. Pase días sola en la habitación y sabía que Elsa estaba ansiando verme, ya que imaginaba que no había dejado de preguntar por mí. Aun no me encontraba lista para verla, pero sabía que no podía hacerla esperar más.
Sin embargo... ¿Qué pensaría ella cuando se enteré que su mamá estaba falleciendo? ¿Cómo la haría sentir eso? Bastante mal. Tal vez por la edad que tenía, pensaría que la estaba tratando de abandonar. No esperaba tampoco que lo entendiera, puesto que... a mi también me estaba constando.
No quería morir... Y de tan solo pensarlo me aterraba. Las preguntas más importantes que me hacía eran: ¿Quién se encargaría de Elsa cuando no estuviera? ¿Qué haría ella sin mí? Quería quedarme a lado de mi hija. ¿Eso era tanto pedir?
—¡Mamá!
Le di mi mejor sonrisa. La abracé con todas mis fuerzas sintiéndome nuevamente... completa y con... vida. Peiné su cabello albino, acaricié su cabeza y la llené de besos. Al final, junté nuestras frentes y dejé que pequeñas lagrimas brotaran de mis ojos.
—¿Estas bien?
—Estoy bien, cariño.
—¿Cuándo vas a salir? Debemos ver las estrellas juntas.
—¿Qué te parece si traes el proyecto aquí y las vemos? —le propuse, no queriendo responder la primera pregunta.
Ella sonrió y asintió animada.
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Me tomó un mes completo en aceptar más o menos lo que me sucedería. Era difícil, aún era difícil. Sin embargo, necesitaba mantenerme fuerte para recibir con una sonrisa a mi hija. Una amiga que había hecho hace mucho tiempo atrás, me propuso una idea que me fascino.
Iba a morir y no deseaba irme sin dejar nada. La idea era simple y gracias a ella pude realizarlo con rapidez.
Me sentía emocionada al planificarlo, me entretenía demasiado escribiendo e imaginando como se lo tomaría Elsa al saber que su madre... siempre la estuvo presente. Quería que ella estuviera consciente de que la quería. La quería demasiado. Al encontrarme entretenida ignoré esos sentimientos de tristeza que me causaba al no haber visto a Agnarr después de que se enterara de mi enfermedad.
Él me amaba, pero Elsa lo hacía aún más. Y estaba conforme con eso.
Cuando acabé, sabía que no me quedaba mucho tiempo. Los doctores ya habían hablado conmigo y me estaba "preparando" para decirle adiós a este mundo, pero... no estaba preparada para decirle "adiós" a Elsa.
—¿Qué haces, cariño? —le pregunté observando como dibujaba algo en una hoja encima de mi camilla.
—Mi futura casa.
—Oh... —solté sorprendida.
El dibujo, le estaba quedando bastante bien.
—Vivirás conmigo —agregó, mirándome con una sonrisa.
Mi corazón se aplacó y acaricié su cabeza en señal de agradecimiento.
—Me encantaría. ¿Qué has traído en tu mochila esta vez?
Elsa se exaltó y rápidamente se acercó a su mochila para sacar el proyector.
—¡Hoy veremos las estrellas! —exclamó con emoción.
—¡Eso suena increíble! —dije con el mismo ánimo.
En esa noche Elsa estaba conmigo acurrucada en mis brazos mientras mirábamos las constelaciones. Mis dedos peinaban su cabello albino, a la vez disfrutaba plenamente de la compañía de mi hija.
—¿Falta mucho para que termines lo que dibujabas?
—Puedo termínalo mañana. ¿Me esperas a que lo termine?
—Por supuesto, cariño.
Quedamos en silencio unos minutos que le tomó a Elsa dormirse en mis brazos. Me incliné con cuidado y besé su mejilla. Permanecí observándola mientras con mi dedo acaricia su suave piel.
—Te quiero... —susurré—. No olvides que mamá siempre te quiso.
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Me levanté mareada, mi respiración era muy lenta y la mirada del doctor solo me decía una cosa. Lo miré con lágrimas en mis ojos, y él igualmente trato de no derramarlas. Solo me miraba con tristeza. Le pregunté de mi hija, y respondió que ella se encontraba en camino.
Cerré mis ojos dejando que mis lagrimas se deslizaran por mis mejillas. Estaba demasiado débil y mis parpados pesaban demasiado. En ese momento empecé a recordar bastante cosas. Sonreí con fuerza sintiéndome feliz de haberle dedicado el tiempo que me quedaba a mi niña.
Mi pulso se volvió cada vez más débil e intenté aguantar, porque deseaba... deseaba tanto ver la casa que había creado mi hija para nosotras dos, pero... no pude. No pude...
"Lo lamento, Elsa. Mamá... ya no podrá ver tu dibujo".
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Fin del Cap. 10 (Mi deseo)
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