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NOCHE DE APUESTAS

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Elsa Menzel Pov

«Me duele la cabeza. ¿Cuánto he dormido? ¿Qué hora es?». Me levanté lentamente del... ¿Suelo...? Observando con dificultad la sala hecha un total desastre. Entrecerré mis parpados acostumbrándome mejor a la luz del sol que entraba por una de las ventanas que no recordaba haber dejado abierta o... cerrada.

Caminé hasta la cocina para servirme un poco de agua y beber un medicamento para la resaca que me atormentaba en esa mañana o... ¿Tarde? Giré mi cabeza hacia el reloj de pared asegurándome de la hora. Para mi suerte no tenía trabajo hoy, y después de que el dolor cesará tal vez podría prepararme algo: porque no pensaba hacerlo con ese malestar.

Normalmente en mi vida pasada me llevaban el desayuno a mi alcoba mientras recién me levantaba. No me gustaba tanto que lo hicieran, ya que mis horas de sueño estaban limitadas. Y actualmente podía dormir hasta la hora que deseara en mis días libres. No había mejor cambio que ese.

Antes de llegar a la cocina me tropecé un poco con mis pies y apoyé mis manos en el fregadero. Con notable cansancio lavé mi rostro, y luego me serví un vaso de agua, para después buscar el medicamento que se encontraba en el baño. En eso, escuché un refunfuño de unas de mis amigas que también había dormido conmigo en el suelo del salón.

Mientras bebía la pastilla y tomaba el resto del agua, la observé levantarse con mi mismo malestar y no dudé en volver a la cocina para agarrar otro vaso e ir a entregárselo con el medicamento.

Mérida: Gracias... —dijo con su voz ronca.

Su cabello como de costumbre se encontraba hecho un desastre; peor que el mío cuando me desperté.

Mérida: ¿Qué harás hoy? —preguntó estando aun un poco soñolienta.

—Saldré a caminar —contesté con simpleza.

Mérida asintió no haciendo ninguna consulta del porqué, siempre salía a despejar mis pensamientos. Normalmente se había vuelto un pasatiempo para mí distraerme de las cosas que hacía que, mi vida común y corriente continuara. Claramente tenía varios planes que deseaba cumplir para llegar... a esa vida que mi padre consiguió. Una vida multimillonaria; una vida exitosa. Aunque pude haber omitido siete años de puro trabajo cansado y haberlo tenido sin mover un solo dedo.

Sin embargo, no era una idea que me gustara. Nacer con un futuro planeado sin descubrir lo que me rodeaba en mi entorno o no hallar las cosas que me apasionaban por estar bajo reglas estrictas. Algunos tal vez pensaran que era lo mejor: porque tenía todo económicamente a mi alcance, pero... después de haber entrado en consciencia del daño que me estaba haciendo ese hogar y las diferencias de lo que uno obtenía en una vida "normal", me hizo plantearme acerca de lo que realmente quería.

«Tranquilidad...»

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Encontrarme caminando por el mismo parque a una hora de mi casa, se había convirtió en una rutina amada para mí. El heladero que trabajaba los fines de semana no se sorprendía de verme cuando pedía uno de sus deliciosos helados. Y justamente, estaba haciendo una corta fila con un libro en mi mano derecha y un bolso celeste colgando en mi hombro izquierdo.

Cuando estuve cerca, despojé la cantidad de dinero exacta del costo de lo que pediré.

—Hola, Elsa. Es un bonito día, ¿no? ¿Vas a pedir lo de siempre?

—Por supuesto que lo es, Oaken. Y sí, deseo un helado de chocolate con chispas de chocolate.

Oaken rio ligeramente.

—A la orden.

Mientras mi pedido estaba siendo realizado, aproveché para mirar mi entorno observando a varias personas pasar su fin de semana plácidamente acompañado de alguien posiblemente cercano o conocido.

—¿Has escuchado las noticias?

Volteé a verlo, mirándolo con extrañes.

—No. ¿Ha ocurrido algo grave?

—¿Conoces al empresario, Agnarr Runeard? —dijo con una sonrisa en el rostro, mientras colocaba otra bola de helado encima de la primera.

Me tensé y tragué con dificultad.

—He... escuchado sobre él, pero... no me he puesto a leer ninguna de sus acciones.

—Las personas están preocupadas.

«¿Por qué estarían preocupados?», pensé tomando mi helado y entregándole el dinero.

—Las cosas en su negocio van demasiado bien —continuó—, pero muchos... sospechan y piensan varias posibilidades que lo llevó a tomar esa decisión.

«¿Decisión? ¿Qué decisión?».

—Disculpe —interrumpió alguien con nerviosismo—. ¿Me podría dar un helado de fresa?

Parpadeé confundida y me aparté ligeramente.

—Leeré las noticias —dije dándome la vuelta para retirarme.

—¡Ten un buen día! —exclamó alegre como siempre.

Levanté mi mano en señal de despedida y continúe avanzando hasta llegar a una de las bancas vacías. Afirmé mi vaso de helado con su cuchara a un lado y abrí mi libro en la parte donde estaba el separador. Nuevamente agarré mi vaso y empecé a comer mientras leía.

La historia que me encontraba leyendo, se llamaba: "Hecha de estrellas". Debía admitir que la trama era bastante buena y me había atrapado por completo.

Una de las cosas que me encantaba de mi nueva vida, era imaginar volver a mi lectura mientras disfrutaba de la tranquilidad que me era otorgada. El sonido de los niños jugando, los autos pasando, los árboles moviéndose y las personas hablando, no me creaban ninguna molestia y tampoco interrumpían mi lectura.

Llevaba aproximadamente unos tres años visitando el mismo parque y haciendo... la misma rutina. Llegaba con un libro, pedía un helado y me sentaba en una de las bancas para leer cómodamente a la vez que disfrutaba del delicioso sabor del chocolate.

En los días de invierno no me era permitido salir por el clima, pero eso no me detenía en pasar un día tranquilo. Lo que hacía en esos momentos que la tormenta de nieve no me dejaba salir, era simplemente quedarme en casa y prepararme una taza de chocolate caliente. Cuando el clima nevado se encontraba de buena manera, entonces visitaba una cafetería, ordenaba un chocolate caliente y tomaba asiento en una de las mesas libres cerca de la ventana.

Muy corriente o muy común para una chica como yo, ¿no? Simplemente me gustaba a veces en mis días libres pasar el tiempo sola dedicándome a las cosas que más disfrutaba. Leer, tomar fotografías y dibujar. Tenía en total unas cincuenta libretas donde proyectaba esos nuevos monumentos, edificios o casas que se cruzaban por mi cabeza. También dibujaba otras cosas como: paisajes, la naturaleza, algunos animales que captaron mi atención y había fotografiado antes, y.... recuerdos.

En algunas ocasiones necesitaba en realidad despejar y trasmitir en una hoja mis pensamientos; mi pasado. Pero una vez acabado el dibujo, no lo volvía a ver y simplemente lo escondía en uno de los cajones de mi habitación. Confiaba mucho en mis amigas como para preocuparme en que registraran mi hogar mientras no me encontraba.

—Disculpa...

Levanté la mirada ante el llamado cercano topándome con otra mirada, pero de un chico desconocido de cabello color verde agua y ojos marinos que, al dar un pequeño vistazo encima de su hombro, venía acompañado de una señora de aproximadamente setenta años con la misma tonalidad de ojos; pero de cabello blanco. Lo miré con curiosidad provocándole un pequeño sobresalto y sonrojes en sus mejillas. Sonreí ante tal reacción, y su rubor incremento y se extendió hasta sus orejas.

—Quería... Yo... Bueno... Entregarte esto —dijo, extendiéndome una flor amarilla—. Me pareciste muy... bonita.

Asentí y tomé la flor por el tallo con delicadeza.

—Es un bonito gesto de tu parte, muchas gracias —dije amablemente, para después acercar la flor a mi nariz e inhalar sutilmente su aroma.

El chico se retiró con una sonrisa en su rostro, pero la señora permaneció quieta en su lugar mirándome con ternura.

—Es un buen muchacho.

La observé con calma esperando a que continuara.

—A este paso, cambiará su manera de pensar acerca de las personas. Muchas gracias por aceptarle la flor de esa manera.

—No hay problema —contesté con una sonrisa a media dejando la flor entre las páginas de mi libro.

—¿Tienes novio? Pareces ser una buena mujer.

—Gracias. Y no, no tengo pareja.

—Si te interesa. —La señora, buscó un papel en su bolso y apuntó un número telefónico para luego entregármelo—. Puedes llamarlo y conocerlo. Prometo que no te arrepentirás.

Había tomado el papel con seguridad, y lo inspeccioné una vez que se retiró. Los dígitos estaban bien escrito y no me sorprendió la amabilidad con la que se había dirigido a mi persona. No sobre pensé mucho lo ocurrido y simplemente dejé el papel entre las hojas de mi libro.

Recosté mi espalda en la banca, levanté mi cabeza y observé las hojas de los árboles moverse al compás de la suave brisa. Una sonrisa sutil se dibujó en mis labios ante la calma que sentía.

No había sido la primera vez que alguien se me acercaba y me entregaba su número telefónico; tampoco había sido la primera vez que una señora me recomendaba a su nieto. Esas situaciones las tomaba con serenidad, pero había visto que otras personas las tomaban con alteración o burla o ilusión. No veía por qué alterarse o ilusionarse o burlarse por un simple número de una persona que no conocían.

Tal vez había sido porque en mi primer lugar, no me atraía o creó algún interés de ese tipo, pero... aun así... no le veía necesario actuar de esa manera. Quizás descubriría después como eran esas emociones que revolotearía dentro de mí, y causaría que tenga esos impulsos y pensamientos vagos, pero dispuestos a hacer algo para llamar la atención de esa persona.

Quería decir, no pensaba estar sola por el resto de mi vida. Claramente deseaba tener a alguien con quien compartir esos momentos tranquilos, sin embargo, no había podido concentrarme en específicamente eso porque... escondía un secreto. «¿Qué sucedería cuando esa persona descubriera quien soy en realidad? ¿Qué pensaría de mí? ¿Se molestaría por que le escondí ese pequeño detalle?» Era obvio que sí.

Y por eso y otras razones más que incluían el "miedo", no había conseguido enamorarme. Solamente que llegasen a gustarme o atraerme alguien. Honestamente, no había pasado por ese escalón de enamoramiento profundo e incondicional. «¿Mis sentimientos están cerrados?». Lo dudaba, pero era posible. Quizás... aún no había llegado la persona adecuada que me hiciera sentir... perdida.

Suspiré y cerré mis ojos por unos minutos que me tardé en dejar esos pensamientos a un lado, antes de volver a mi lectura.

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Regresé a mi hogar encontrando todo limpio y en su lugar. Sonreí agradeciendo de que aun después de tanto tiempo guardaran sus modales. Caminé hacia la mesa colgando mi bolso en una de las sillas para después dirigirme a la cocina y servirme un vaso de leche de chocolate. Al tenerlo, me aproximé a los escalones que conducen a mi habitación, pero antes de subir observé el salón por encima de mi hombro a cinco personas sentadas en el sofá con vestimentas negras, un gato negro y velas encendidas en la mesa.

No le di importancia, hasta que me detuve a rememorar lo que había visto.... «Espera... ¿Cinco personas sentadas en el sofá de mi sala vestidas de negro, acompañadas de un gato negro y velas aromáticas?». Fruncí el ceño y me encaminé totalmente extrañada al salón.

—¿Alguien murió? —pregunté, no sorprendiéndome de verlas a todas aun en mi hogar, pero previamente había supuesto que se habían retirado por haber llegado y no escuchar ningún ruido.

Ariel: Mis esperanzas por él —soltó con enojo.

Mérida: Mi confianza en él.

Rapunzel: La dignidad de ella.

Tiana: No sé de qué están hablando. Simplemente me vestí de la misma manera cuando las vi a todas así.

Bella: Por dos.

Arqueé confusa una ceja y tomé asiento a lado de Tiana.

—¿Qué está sucediendo?

Mérida: Él, la engañó.

Rapunzel: Y no es la primera vez.

Ariel: Segunda vez —aclaró.

Bella, Tiana y yo, nos miramos aún más confundidas.

—¿Quién es ella?

—¡Anna! —exclamaron las tres.

Abrí mis labios, pero luego los cerré sin decir alguna palabra; sin embargo, después de unos segundos hablé.

—¿Quién es Anna? —me atreví a preguntar.

Ariel, Mérida y Rapunzel, se miraron y asintieron como tomando y asegurando una apresurada y repentina decisión.

Mérida: Me debes un favor —lanzó contra mí, apuntándome con su dedo índice.

La miré sorprendida, pero más extrañada. «¿Un favor?».

—¿Disculpa?

Bella: ¿A qué viene todo esto?

Tiana: A una chica que desconocemos nosotras que le han sido infiel. O eso me parece.

Ariel: ¿No se recuerdan de Anna?

Bella: ¿Debería? —preguntó con timidez.

Mérida rodeó sus ojos.

Mérida: Anna, la novia de Kristoff.

—¿Quién es Kristoff? —me atreví a preguntar otra vez, pero estando todavía perdida en la conversación.

Rapunzel: El amigo leal de Hans.

—¿Hans, tiene un amigo leal?

«¿Desde cuándo?».

Tiana: ¿Para eso me pidieron que trajera a mi gato?

Mérida: Bien, comencemos de nuevo. Anna pertenecía a un grupo de porristas en la universidad de California.

«Oh... Ahora sé porque no la recuerdo. No me gustan las porristas y su universidad es diferente».

Ariel: Luego empezó a salir con Kristoff.

Rapunzel: En otras palabras, el perro de Hans.

Ariel: El demostró ser muy distinto a Hans. La mayoría del tiempo estaban separados, pero decían que cuando Hans tenía un problema acudía a él.

Mérida: ¿Enserio no me prestaron atención cuando se los mencione? —preguntó, dirigiéndose a nosotras tres.

Mis amigas y yo volvimos a mirarnos.

—No lo recuerdo —contesté desviando la mirada.

Bella: Tenía otras cosas en mente, lo siento.

Tiana: No me interesa la vida del insoportable Westergaard.

Mérida: Bien, pues Anna es nuestra mi amiga.

Bella: ¿Desde cuándo? ¿Y cómo?

Mérida: Es una larga historia, pero la contaré. Sin embargo, necesito que Elsa cumpla con el favor que me debe del juego de ayer.

—¿Exactamente a que jugamos? —dije un poco tímida con mis manos entre mis muslos.

Mérida: He grabado el momento cuando te propongo el juego. —Ella, despojó el móvil del bolsillo de su pantalón negro—. Entonces... ¿Lo cumplirás?

Hice una dudosa mueca analizando la situación. Claramente el favor que pedirá incluirá, posiblemente, a su amiga, pero... «Rayos. Debo dejar de beber tanto y mantenerme un poco sobria en esas reuniones de amigas».

—Si tienes pruebas, no puedo rehusarme —contesté vencida sonriendo con nerviosismo.

«Esto va a salir mal...»

Ariel: ¡Perfecto!

—¡Te harás pasar por un hombre un mes completo! —gritó Mérida y Rapunzel.

Mi mirada cambió a una de incredulidad y mi sonrisa se desvaneció.

«¿Qué...?»

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Fin del Cap. 1 (Noche de apuestas)

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