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Tres


III


No, Mauren no morirá hoy.

Pero casi me hace chocar contra las puertas de vidrio de la oficina. Gracias, Mauren. No ha dejado de maldecir y aventar rabietas contra las cosas. Intentó calmar su enojo subiendo tanto como pudo el volumen de la radio en el trayecto hacia acá, pero creo que no funcionó. ¿Y cómo iba a funcionar? Si estaban dando un programa donde el invitado principal era un brujo que curaba dolores con cartas extrañas.

—¿Mauren? ¿Qué te pasó?

Si mi memoria no me falla, ella es Sofía. Es la primera que se levanta de su escritorio para acercarse a ver la frente herida de Mauren, la chiquilla deja salir un quejido y se empalidece al ver de cerca, llamando la atención de los otros dos que aún yacían sentados.

Tengo algunos días acompañando a Mauren a este lugar, así que he aprendido a medias los nombres de quienes están aquí. El hombre de traje es Gael y la mujer de los labios morados es Ari... Aunque también puede ser Arantxa, o Amanda. No lo sé. No soy bueno para eso, lo de relacionar un rostro con una palabra no es lo mío. Al menos, en el tiempo que llevo siguiendo gente moribunda no he desarrollado esa habilidad. Supongo que tiene que ver con eso de querer escribir los nombres de las personas en la libreta.

Sofía, quien intercambia palabras con mi encomendado, es la más joven de aquí. Siempre lleva algo extraño pintado en las uñas (en esta ocasión trae aliens amarillos), y al parecer nunca se separa de aquella mochila verde. Papeles, cuadernos, barras energéticas y sobres pequeños de cafés instantáneos es lo que suele cargar. Me parece que aún estudia porque suele dejar libros gordos y en cuanto tiene algún descanso se la pasa leyéndolos.

Está enamorada de Mauren, pero no sé por qué alguien se enamoraría de esta roca. Lo descubrí el primer día que llegué aquí. Me tocó verla trabajar con Mauren y los sentimientos de la joven exudaban sin poder ser atenuados. Sofía disfruta mucho el tiempo que pasa con él. (Demasiado). Sus ojos se alegran de inmediato cuando tiene cerca a Mauren, y la torpeza llega hasta sus dedos, se le caen las cosas como si estuvieran embarradas de mantequilla.

Pero no solo fueron los ojos los que me hicieron llegar a esa conclusión. Por momentos pensé que estaba juzgando demasiado rápido, pero no me equivoqué. Sofía le sonríe con cariño, le habla en un tono agradable y mejora su humor en cuanto está al lado de Mauren. Lo quiere. Increíblemente lo quiere. Supongo que por eso busca con urgencia el botiquín médico aunque Mauren le dice que no es para tanto.

En la otra esquina de las amplias oficinas, ahí delante de los muebles llenos de folders y cuadernillos, está el escritorio de ¿Ari? La de labios coloridos. Creo que tiene cuarenta, quizá cincuenta años. Es muy hábil para hacer varias cosas a la vez. Sin embargo, la cualidad que más me llama la atención de esa humana en particular, es lo buena que es jugando en el celular.

Ayer que vine, deslizaba sus dedos con suma precisión y cero esfuerzo. En un aparato tan pequeño como ese debería de ser difícil lograr ganar algo, pero a la mujer seguido le aparecía un letrero que decía "Posición 1".

De vez en cuando también la veo interesada en alguna publicación en las redes sociales, sobre todo aquellas que tienen que ver con animales. Y supongo que le gustan los programas de historia, siempre tiene puesta la televisión con el canal de las guerras y los señores de barbas largas. Aunque a veces, como hoy, deja el noticiero.

Solo quedan dos escritorios. Fácil de distinguir uno del otro. El que parece bote de basura le pertenece a Mauren y el que solo tiene un termo gigante es de Gael, quien también se ha levantado a ver la herida de su compañero. De él sé muy pocas cosas, como que es callado, pero no de la misma manera en que Mauren lo es; y que no puede venir a este lugar sin portar un traje y un reloj vistoso. Es un hombre alto que llama mucho la atención. Los autos con los que suele llegar a este lugar son extravagantes y brillan demasiado. Al parecer siempre ha sido así, porque nadie se sorprende de verlo con corbata y anillos gigantes todos los días.

El jefe, quien maneja los hilos de este lugar y mantiene todo en orden, es Sabino. Suele estar detrás de la puerta negra. Seguramente se encuentra ocupado porque la puerta está cerrada. Normalmente la deja abierta para poder ver el programa que tiene Mariana en la televisión o para salir corriendo cuando va pasando el carrito de chucherías. Tiene la edad de Mauren, treinta y tantos años, y estos dos son muy buenos amigos. Eso lo supe de inmediato por el par fotos de la oficina que tiene Sabino en su escritorio, en esas posa al lado de Mauren cuando eran niños. Tiene más fotos con la piedra que con su propia familia.

Mauren ya se ha sentado en su silla, tiró indiscretamente un par de folders en el suelo para poder hacerlo. Sofía se acerca con el botiquín apurada y Mauren le pide que lo deje ahí en el escritorio. Pero ese lugar es un desastre, no hay espacio para alma alguna. Tiene demasiados papeles encima, cuadernos de diversos colores tapizan el área, arriba de los papeles hay botellas de agua vacías y algunas bolsas arrugadas de papas fritas.

Para ser un limpiador, es un caos total. La chiquilla no tiene otro remedio aparte de poner el botiquín encima de los papeles con cuidado de no estropear el desorden de Mauren.

—Yo lo hago —exclama de golpe Mauren al ver a Sofía tomar el alcohol—, no es tan grave.

—Pero está sangrando y está abierta la herida. No se ve bien. ¿Y si necesitas sutura?

Ahora que pongo atención, parece que le cuelga un pedazo de piel de la frente. No, no se ve bien. Ese ser extraño llamado Helene debe de tener una gran fuerza escondida. ¿Es aún temprano para desechar la teoría del demonio?

Me pregunto si habrá encontrado a su hermano, el asesino de gatos y de otras cosas.

—No.

Maitén sonríe forzado hacia Sofía y enciende la pantallita de su computadora. La muchacha se cruza de brazos y le ve teclear con fuerza en el aparato. Está masacrándolo.

En la televisión aparece una imagen de un billar en llamas. Ariana le tiene el volumen bajo a la televisión, pero asumo que el video fue tomado en la noche por algún individuo con su celular por lo poco clara que se ve la imagen. Lo único brillante que reluce en la escena es el fuego.

—Vaya, justo se incendia la ciudad ahora que hay pocos bomberos —habla Gael—, creo que leí en alguna parte que la semana pasada renunciaron varios por la falta de apoyos económicos.

El hombre ha llamado la atención de todos en la oficina, causa que todos volteen a la televisión. Enseguida, Ariana, seguro que ese no es su nombre, pero es necesario dejarle uno; toma el control en sus manos para subir el volumen del canal. Algunos bomberos están intentando apagar el fuego mientras siguen saliendo personas del lugar. El problema parece ser que encima del billar que se incendia, hay una vivienda de la cual el humo comienza a salir de las ventanas pequeñas.

La cámara se mueve de un lado a otro, un muchacho con chamarra azul aparece corriendo de entre las llamas en una esquina de la pantalla. Ha salido de una puerta metálica, mientras los chorros de agua son expulsados. Un policía le llama la atención y lo toma en brazos, sin embargo, el hombre que lo acogió lo suelta de inmediato y da un par de pasos hacia atrás, como si algo lo hubiera espantado. El muchacho desaparece de la escena corriendo.

«El incendio ocurrido sobre la calle Campeche, cerca del boulevard Zaragoza al este de la ciudad, se registró a las 11:43 de la noche el día de ayer. El fuego dañó la vivienda y dos vehículos. Las autoridades no reportaron heridos. Los bomberos llegaron al operativo y se controló la situación. Aún se desconocen las causas que originaron el incidente.»

Puede que esté loco, y que mi memoria no sea buena, pero yo ya había visto esa chamarra. Que bueno, también he visto como veinte personas con los mismos tenis negros en diversos puntos de la ciudad así que no es imposible que sea alguien diferente...

—Fue un brillante fuego. —Sabino sale de la oficina y se acerca a la cafetera de la entrada—. Se podía ver desde mi casa. ¿Y a ti qué te pasó ahora?

—Nada —responde Mauren.

Mauren deja caer ambas manos sobre la mesa, tumbando un par de papeles a su paso. El canal de televisión se cambia, ahora aparecen un par de señores y un joven, todos con lentes, sentados alrededor de una mesa redonda. Ariana baja el volumen del televisor y vuelve a concentrarse en el teléfono.

Esta es la parte aburrida del trabajo, el de Mauren y el mío. Mauren ahora rellena los espacios en blanco del reporte de su limpieza. Fecha, dirección, cliente, hora, informe general. Y yo, aquí, de pie, buscando un rincón en el que no choque con nadie ni deje caer por accidente las cosas.

—¿Te partieron la madre?

Mauren da un manotazo al aire y el botiquín termina en el suelo, igual que otros papeles más. No es un buen día para Mauren, pero no creo que hoy muera por su mala suerte.

—¿Puedo terminar esto e irme a desayunar sin que me molesten, por favor?

Son como las tres de la tarde. No sé si comer a esa hora pueda catalogarse como desayuno. Igual Sabino se alza de hombros y asiente mientras vierte el café instantáneo en la taza. El teléfono suena, Ariana no espera los timbres y levanta el aparato de inmediato. Anota algunas cosas en su cuaderno mientras contesta la llamada y mira de soslayo a su celular. Por la manera en que se curva su boca, creo que perdió la partida.

Es extraño no escuchar ese aparato sonar cuando se está presente en la oficina. Sabía que los humanos morían a cada rato, sin embargo, no sabía que este tipo de servicios fueran tan solicitados. Quizá tenga que ver que la ciudad se esté pudriendo. En cada puesto de periódico solo logro ver gente asesinada en los titulares y las sirenas de los carros policiales se escuchan a cada rato, una detrás de otra; montones de ruidos agobantes, vibrantes, macabros. Las personas siguen sus vidas como si nada pasara. Claro, el acostumbrarse a la violencia es necesario para sobrevivir. El cese del miedo ante la sangre se ha vuelto un deber aquí.

Aunque en esta oficina, al menos para Mauren, no parece ser el caso. Él no tuvo que quitarse ningún miedo. Él adora la sangre. Es un humano extraño.

—Bueno, me voy de nuevo a los autobuses. —Gael toma su saco del asiento y se levanta—. ¿Me prestas las llaves del auto, Mauren? Se me olvidó ponerle gasolina a la otra camioneta y no creo llegar.

Gael se encarga de los accidentes automovilísticos sangrientos. La semana pasada una ruta 7 atropelló a un peatón en una curva donde no tenía visibilidad. Desde entonces, todos los días tiene que pasar a limpiar bien esa chatarra. Debe asegurarse de que no haya trozos de piel interrumpiendo las llantas antes de que el autobús vuelva a funcionar. Supongo que a la gente no le agradaría observar una gigante mancha de sangre en el frente del transporte.

Ariana levanta la mano y llama la atención de Sabino. Tapa el teléfono y lo baja.

—A un hombre que le dispararon en el hombro hace un par de horas y el asiento del copiloto quedó manchado desde la mañana. ¿Lo refiero, Sabino?

El jefe asiente después de tomar un sorbo de café. Una mueca de disgusto le aparece en el rostro, como a todos después de probar el líquido negro de esa máquina. A nadie le gusta el café de aquí.

—Ya le digo que lo limpie —habla Ariana.

—No tienes que referir a los clientes —susurra Sofía—. Nos vamos a ir a la bancarrota si sigues así. Tengo libre ahorita, puedo ir.

Sabino le da unos golpes tiernos en la cabeza, apunta con el índice al material esparcido en la mesa de la chica. A los libros y los cuadernos.

—Nosotros no nos encargamos de limpiar esa clase de cosas. Y no puedo mandarte sola a checar la camioneta de un muy probable pandillero. Mandaría a Mauren, pero está de mal humor y alguien tiene que coserle esa frente.

Definitivamente este negocio se irá a la quiebra con esa clase de decisiones, pero el jefe tiene razón. Sofía es apenas una chiquilla. Todavía llora después de ver una trágica escena y siempre tiene que ir acompañada de alguno de los dos chicos. No tengo idea de por qué ha decidido trabajar en un lugar así, ni de por qué la han aceptado para trabajar aquí.

Supongo que cada uno de estos humanos tiene su razón para estar tan cerca de la sangre y de la muerte.

En un inicio pensé que me cruzaría con alguno de los míos en las escenas sangrientas. Pero en todas estas ocasiones en las que he seguido a Mauren, nunca me ha tocado ver a un Nos.

Pero tampoco me sorprende, yo suelo quedarme un par de minutos más después de la muerte de cada humano. No es que sea psicópata ni nada por el estilo, es un hábito que no puedo quitarme. Escribo el nombre, la fecha y dibujo al ser en mi cuaderno. Son dibujos horribles, poco parecido tienen a las caras verdaderas de quienes se mueren. Es en el final, después de haber terminado, cuando les entrego la llave. Hasta que decido que ha pasado suficiente silencio entre nosotros.

Nadie en la central suele reclamarme por ello, por eso no he dejado de hacerlo. Además, es agradable llenar las páginas en blanco de un cuaderno. Por el momento, en el que traigo ahora, he llenado cerca de seis o siete hojas con nombres en cada página. Allá en casa tengo más escondidos debajo de la cama.

Estos días han sido bastante normales. Exceptuando, claro, al demonio de ojos vivos que tiene por nombre Helene. En ninguna década me había tocado conocer a alguien como ella que pudiera verme. Ni médiums, médicos, sacerdotes, chamanes, bebés... A veces ladran algunos perros si paso cerca de ellos, pero siendo sinceros, los perros a veces le ladran hasta a su propia sombra.

Lo extraño es que tampoco me había enterado de algún Nos que hubiera podido comunicarse con los humanos, no de manera directa.

Soy consciente de que podemos dejar señales. Si lo quisiera, podría mover la torre de basura de Mauren. Por supuesto, eso lo notarían todos y no sería inteligente de mi parte, sería intervenir demasiado en su vida.

No debemos de intervenir en las muertes de nuestros trabajos. Solo somos observadores. Arrancamos los últimos alientos de los humanos. Por supuesto, no de una manera tan literal. No hay una aspiradora succionadora de almas, ni nada parecido... Mi deber no es saber cómo funciona perfectamente la central. Yo solo obedezco y al final del mes me dan un par de vales. Estoy juntando esos para poder comprar un mejor mueble para mis colecciones de objetos de humanos muertos. No puedo quejarme, es eso o quedarme en el limbo inmenso de huesos podridos junto a los recolectores.

Volviendo al punto de mi interacción con los objetos en esta realidad, mover de lugar una taza que no usaría Mauren, no tendría por qué estar directamente relacionada con su muerte. Pero, si recogiera el alboroto que se encuentra en su habitación, tal vez el curso de las cosas sería diferente.

A veces se suelen escuchar leyendas en la central. Una de las más conocidas, es la del Nos que decidió arrebatar la vida de su trabajo con sus propias manos. Justificaba su acto como una acción piadosa ante alguien que estaba sufriendo en cada inhalación y el Nos se había cansado de escuchar tanto sufrimiento en tan poco espacio. No somos seres carentes de empatía, después de todo, seguimos atados a los envases de los humanos. El problema de aquel Nos, fue que olvidó el objetivo por el cuál seguía al humano, dejó que su falso corazón le inundara la razón de falsas esperanzas. Así que cada latido del humano solo perpetuaba el dolor y las pesadillas de ambos. En una de esas noches tormentosas, el Nos se equivocó. Creyó que nosotros podríamos otorgar salvación. Y no somos nada más que augurio de penas.

La central se encargó de dar justicia al caso. Al Nos le quitaron la voluntad de sus manos, e hicieron que el mismo se buscará el corazón dentro del envase vacío. Ahí donde él juraba que se escuchaba un latido, solo había un vacío eterno que comía sus dedos.

Nuestros envases no son para siempre, pero con el mantenimiento adecuado, los cuerpos se regeneran. Así que sus dedos volvieron a la vida una y otra vez para ser destruidos por sí mismo mientras buscaba algo que no existía.

Cerca del año treinta se rindió el Nos, pero para mí, se rindió el mismo día que le empezó a importar el dolor del humano.

Quizá es producto de la leyenda, pero a veces temo convertirme en alguien así. En mis pesadillas lo único que puedo escuchar es el nombre que he robado.

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