Trece
XIII
Creí que Mauren moriría anoche.
Sus espasmos nunca cesaron, la ventana no fue cerrada, las cortinas quedaron bailando con el viento toda la noche. Y él, él permaneció hecho un ovillo reclamando al suelo, no pudo dormir ni un solo segundo. Su escena sombría solo fue acompañada por sus densas y largas lágrimas.
En mi cabeza su fin no era ese, su cuerpo no iba a rendirse de un momento a otro, no; pero su alma sí.
El frío de la noche no le iba a quitar ese último aliento. Mientras estaba sentado debajo de la ventana, frente a mi encomendado sufriendo, me imaginé que los sollozos iban a terminar repentinamente. Imaginé que se levantaría sin decir nada y él mismo se arrebataría la vida. Pero horas después, aquí sigue Mauren. De pie, en la zona trasera del restaurante cotidiano que lo recibe gustoso. Ha pedido lo mismo de siempre. Carga una bolsa del desayuno a pesar de ser las tres y media de la tarde. Panqueques y fruta. El café se lo tomó adentro. No lo disfrutó, esperó a que se enfriara el líquido un par de minutos y después bebió el contenido de la taza sin pausa alguna. Luego salió hasta acá.
Ahora escucha en silencio el ruido de las vajillas, el cuchicheo de los clientes y de los meseros. Espera sin mucha desesperación, sin muchas ganas de nada. Quizá algo de él murió anoche y yo no estuve para acompañarlo.
La puerta se abre enseguida. La joven que sale del lugar se abalanza sin cuidado hacia Mauren. Tiene el mandil negro lleno de harina, pero no parece importarle manchar a mi trabajo. Ella lo envuelve en sus brazos y oculta su rostro contento en el cuello de él. Susurra algunas cosas que no alcanzo a comprender, pero estoy seguro de que Mauren tampoco las comprende.
Me alejo un par de pasos. Sin mi mochila y mis recuerdos me siento sin escudo frente a ellos. Indefenso, casi desnudo. No tengo otra cosa que hacer en esta escena además de cruzar los brazos y observar.
Mauren está frío, no se mueve. Ni siquiera hace el intento de levantar los brazos para corresponder el cariñoso abrazo. Se queda tieso ante la voz alegre. Sus labios se mantienen cerrados, sus ojos bien muertos. Quizá ni siquiera la está escuchando. Parece que las palabras de ella no lo acarician, no alcanzan a tocarlo. Yo no esperaba otra cosa, ha estado así de extraño desde que sus ojos se cansaron de llorar, justo cuando el sol comenzó a salir esta mañana.
Ella le deja un beso callado en la quijada, luego otro en la mejilla. Después de dejar la tinta rosa de su labial se atreve a dejar salir una carcajada sonora, como si hubiera hecho una maravillosa travesura. La separación hace reaccionar a Mauren un poco. Toma un respiro y levanta una de sus manos para tocar el cabello trenzado de quien parece tenerle tanto aprecio.
—Hola, Reni.
Ella baja la mirada apenada, sus mejillas se sonrojan de inmediato. Se cubre con sus brazos, pero no deja de sonreír. Es hermosa. Es genuinamente hermosa, radiante, viva. Su corazón palpita con tanta fuerza que puedo escucharlo hasta acá, pero no tiene la suficiente fuerza para alcanzarlo.
—¿Cómo estás? ¿Te llegó mi carta?
Mauren asiente varias veces sin mirarla directamente a los ojos. Sus manos son obligadas a levantarse, se entrelazan flojamente con las de Reni. Los brazos de ambos bailan un rato sobre el aire, la entretienen a ella por poco tiempo hasta que se da cuenta del rostro vacío de Mauren. Es insuperable la barrera que existe entre ellos. Él no se alegra ni un poco de verla y ella cree ver al mundo en él.
—Bien —reacciona—. Bien. Perdón por no haberte escrito. Estuve ocupado.
Reni corta la distancia entre ellos, la brillante sonrisa sigue sin desaparecer de su rostro. Pega su nariz a la de él. Mueve la cabeza de izquierda a derecha. Sigue aguantándole la mirada tan pesada y oscura a él. Sobre ella no se presenta el efecto del vacío, no le cuesta verle de esa manera. Vaya afecto debe tenerle para aguantarlo de esa manera, para querer acercarse a él de esa forma.
No debería de hacer esas cosas, alguien como ella no debería preocuparse tanto por Mauren. Estoy seguro de que antes, cuando más vida le quedaba a él, se comportaba de la misma manera con Reni. Con una actitud fría. Seca. Movimientos causados por un efecto dominó más que por uno de voluntad.
—¿Y por qué pides disculpas?
—Porque sé que tendría que haberte escrito de vuelta.
—Si lo hicieras ahora, ¿qué me escribirías, Mauren?
—Lo que quisieras. Es lo que menos importa, mereces que te escriban cartas también.
—Está bien, Mauren. No tienes que escribirme. Además, es egoísta de mi parte obligarte a hacer algo que no te gusta. Sé lo mucho que odias escribir los reportes. Y tu trabajo es muy pesado. No me imagino lo que a veces tienes que soportar.
—No, Reni, no es eso. Me gustaría escribirte algún día.
Ella se desprende de él lentamente. Sonríe incluso con la mirada confundida sobre los ojos de mi trabajo. Espera a que siga hablando, pero no hay palabra alguna. Entonces mantiene el brutal silencio. Repasa con una de sus manos la quijada de Mauren y luego acaricia su cabello. Lo mima como a un niño pequeño a pesar de su fría actitud.
—Pero no vas a hacerlo. ¿Verdad, Mau?
No. Mauren nunca va a escribir nada a nadie. Incluso si quisiera, si lo intentara ahora. No alcanzaría a hacerlo.
De las mejillas de Reni una lágrima baja con gracia, casi como si estuviera bailando. Llega a la comisura de sus labios hasta que es interrumpida por ella misma con una carcajada dolida. Baja ambas manos a los hombros de Mauren y se queda ahí, dando unas pequeñas palmadas. Poco a poco se retira de mi encomendado, sin decir nada.
—Lo siento, Reni. No puedo hacerlo.
La chica niega varias veces con la cabeza.
—¿No puedes o no quieres, Mauren?
Reni ha cambiado la posición de los brazos a una más defensiva. La sonrisa se va desvaneciéndo poco a poco. Mauren la va matando despacito.
—Reni, no voy a darte lo que deseas porque no lo tengo. Quieres que te quiera. Y yo no sé querer. No tengo nada que darte, Reni. Absolutamente nada. —Mauren toma las manos de Reni y las aprieta despacio—. No soy buena persona, Reni.
—Lo eres, Mauren. Eres muy buena persona.
—Estuve contigo porque pensé que sería divertido. Porque de repente, en las noches, me aburro. Reni, llegaste, me abrazaste y me hiciste reír un rato. Pero lo que yo tengo dentro no me dejará nunca, es muy vil. Soy cualquier cosa, menos una buena persona.
—No digas eso.
—Lo siento mucho...
—¿Leíste las cartas?—interrumpe Reni— Mauren, ¿leíste alguna de las cartas?
Ni un solo rastro de sonrisa, desesperadamente ella busca la respuesta en los ojos de Mauren, pero el silencio le confirma su terror. Respira profundamente y se adentra de nuevo al restaurante sin decir una palabra más.
Las manos de Mauren quedan en el aire, la fantástica aura que trajo la chica consigo se ha vuelto en un denso umbral triste. Mi encomendado se queda observando el lugar vacío que dejó Reni. No lo hubiera creído, que Mauren podía parecer un poco más muerto que anoche, pero ahora que se ha ido ella, el contraste es demasiado para no notarlo.
No creo que le quede mucho tiempo.
Le sigo en cuanto decide moverse, sus pasos van despacio. Supongo que nos dirigimos a las oficinas del trabajo, no tiene ningún otro lugar a dónde ir. No tiene ningún otro lugar a dónde llegar con los pasos arrastrados.
Algo jala mi pantalón deteniéndome.
Un niño pequeño vestido de blanco carga un enorme saco lleno de papeles. El saco tiene casi la mitad de altura de él. Con sus manos carga un expediente metálico lleno de apuntes y rayones. Antes de hablarme apunta un par de cosas en un formulario.
—¿Nos 145135? Con el nombre de... ¿Leonardo?
Apunta un par de cosas en la hoja después de examinarme de pies a cabeza. Es alguien de la Central. Huele enteramente a muerte.
—Sí.
—¿Lleva la llave de su trabajo con usted?
Meto la mano debajo de mi chamarra, saco la llave de Mauren y enseguida me tiende un sobre. Dudo tomarlo. Pensé que los asuntos con la Central habían acabado anoche con Diego.
—¿Qué es?
—Su nuevo trabajo, 145135.
—¿Nuevo encomendado? No es posible. Estoy siguiendo a esa piedra de allá. —Señalo a Mauren quien avanza sin mí—. Debe de ser un error. Lleva el sobre de regreso.
—No hay ningún error, no puedo regresar el sobre. Es suyo ahora.
—No voy a recibirlo. Es imposible seguir a dos personas al mismo tiempo, la Central lo sabe.
Vuelve a checar el expediente con cansancio. Pasa las hojas por encima y lee un par de segundos sin mirarme de vuelta. Mauren se me ha adelantado, ya le he perdido de vista. Pateo una diminuta roca con mi pie, me concentro en los demás sobres. Esa bolsa del Nos solo me hace recordar la mochila que he perdido. Tantos artilugios recolectados para que quedaran abandonados en una esquina de un edificio.
—145135, ya verifiqué los datos. En efecto, tiene que omitir el caso de Mauren Gil. Ha quedado en pausa el caso, pero usted ya no tiene que preocuparse por eso. Seguramente algún otro Nos se encargará de él. Lo que importa es que hay una nueva orden desde la Central para usted, este es su nuevo trabajo.
—Nunca había escuchado de cambios repentinos.
El Nos pone una cara de fastidio y deja el expediente bajo su brazo derecho.
—Mira, ¿Lorenzo?
—Leonardo.
—Leonardo —corrige—, no tengo idea de qué está pasando. No sé por qué te han cambiado, no sé quién ha dado la orden, no sé si se pueda cambiar de trabajo de un día para otro. Lo que sé es que tienes un sobre nuevo y yo tengo que entregártelo. Y lo mejor para ambos es que lo aceptes, porque de lo contrario vendrá alguien a quitarte el envase por evasión de responsabilidades y te dejará en la putrefacta masa negra que somos, no sin que antes te queme de pies a cabeza. Y yo tendré que hacer un montón de papeleo porque un idiota no quizo aceptar un sobre.
Una vez más me extiende el sobre negro. Lo sacude un par de veces hasta que suena la llave pegando contra el papel. Lo acepto receloso.
Estaba seguro de que Mauren iba a morir pronto.
—¿Quién se encargará de Mauren?
—¿De quién?
—De mi trabajo incompleto.
Vuelve a aventarme una mirada de fastidio, regresa a sus hojas para escribir algo más.
—No lo sé. No me importa. No quiero saberlo. Pero no hay error en el sistema, ese humano está destinado a morir pronto. —Me extiende la mano—. Llave anterior, por favor.
Le entrego la pequeña llave de cobre. Se supone que la colgaría en el cuello de Mauren una vez que dejara de respirar.
—145135, esto es todo de mi parte. Recuerde abrir el sobre lo antes posible y encontrar al nuevo trabajo. —Señala la llave colgante de su cuello—. Coloque la llave de esta manera cuando termine su tarea y no dude en contactarnos si tiene algún problema. Mi nombre es Isidro y fue un... placer atenderlo en este día. Hasta luego.
Rasgo sin cuidado el papel del sobre negro sacándo la hoja y la fotografía. La llave se cae al suelo y el eco de su golpe recorre el callejón.
Pero es demasiado tarde para cuando intento buscar de nuevo al Nos, este ya ha desaparecido.
No necesito leer el nombre. Este es el rostro de Helene.
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