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Seis




VI


Conforme avanza por la calle, Helene voltea varias veces hacia atrás. Me queda clara la idea de que no le agrada que la siga, sin embargo, no entiendo por qué Mauren también se ha alzado de la banca para ir detrás de nosotros.

Ella apresura el trote a la parada de autobuses. He pensado en detenerla con la voz, pero ningún sonido sale de mí. Simplemente espero a que se detenga en una de esas veces que voltea.

—¿Helene? —Mauren le habla dubitativo—. Es Helene, ¿verdad?

La joven se detiene de golpe. Con impaciencia, espera a que mi encomendado la alcance y hable. Otras seis personas están sentadas en la banca esperando el transporte, giran la cabeza para apreciar con mejor perspectiva la escena. Los anuncios publicitarios a los lados iluminan los rostros de todos. Se añade la séptima persona al grupo de espectadores, pues una anciana se acerca a bendecir a todos esbozando una cruz en el aire. Las arrugas se visualizan más gracias a las luces, el cansancio del día se ve expresado en cada surco de su piel; estira un brazo y ahueca la mano para pedir limosna. Un mensaje automático de su cuerpo al momento que ve un rostro.

Es extraño. Incluso ella, quien necesita un bastón para andar, quien comerá de esas monedas que una extraña saca de su cartera, con el cuerpo cansado y encorvado, no morirá pronto.

En cambio Mauren, el joven que mira con preocupación a Helene, de rutinas tranquilas, vida monótona, pintando todo de un gris tranquilo; tiene contadas las respiraciones.

La muerte le sigue de cerca.

Los carteles iluminados promocionan un filme de horror. Una cara llena de sangre mira al horizonte con una ligera sonrisa. Detrás, una criatura asomándose a través de la rendija de una puerta. ¿Por qué disfrutan de estas cosas los humanos? Vísceras, cuchillos, mentes turbias, sangre, violencia... ¿Qué tiene de interesante ello?

—Mire, está bien. Vi algo que no debí. Solo, déjelo. —Las manos de Helene ondean en el aire, vuelve a mirarme incrédula—. Lo siento. Ha sido un día largo.

—Mis ojos están aquí. —Mauren voltea hacia atrás—. ¿Hay alguien detrás de mí? ¿Estás viéndolo ahora?

La voz de mi encomendado suena apurada y sube de tono con cada pregunta. Helene se ha limitado a no contestar. Y, al parecer, ninguno de los humanos presentes tiene otra cosa que hacer porque todos están atentos a la conversación de estos dos. Incluso algunos intentan encontrar la figura detrás de Mauren. Es ciertamente un alivio que no tengan los ojos de Helene.

—¿Eres de esas personas que ven cosas? ¿Chamán? ¿Bruja?

Helene pasa sus manos sobre su cabello, ha creado un verdadero nido de pájaros en su cabeza. Niega con la cabeza repetidamente. Da unos pasos hacia atrás, choca con el brazo de alguien más y apenada pide perdón, no le responden nada de vuelta. Todos prestan más atención a sus pasos mientras ella busca una salida. Comienza a respirar con nerviosismo y no deja la mirada en un punto concreto. Sus orbes pasan de las personas a los automóviles en la calle, de los locales que van cerrando cortinas a los semáforos. Termina mirando el cielo negro.

Se rinde.

Una vez más descansa la mirada sobre mí. Debe ser un sentimiento extraño el poder ver algo que nadie más puede. Su ceño se frunce y sus manos tallan los párpados más tiempo del que debería hacerlo. Quizá está intentando despertar de la sensación de pesadilla que le aborda.

El cartel publicitario ahora me parece más siniestro, después de pasar varios segundos viendo la misma cosa cambian las perspectivas. Ahora veo más sangre, la sonrisa es más torcida y la puerta se ve más gigante.

Una ruta se detiene en la parada. El monóxido que sale del escape del transporte da la bienvenida a todos. Varias personas se suben, otras más llegan corriendo a las puertas. Pisadas unas tras de otras desaparecen detrás de las puertas. La parada se queda casi vacía en cuestión de segundos, hasta que arranca el chófer. Helene se queda quieta observando cómo parte el camión, con Mauren atento al lado de ella.

—Esa era mi ruta —exclama Helene frustrada—. Ahora tengo que esperar otros quince minutos.

—No parecías muy entusiasmada por regresar a casa —responde Mauren.

Helene comienza a caminar de un lado a otro frente a la parada. Mauren sigue buscando algo detrás de sí mismo. Se está convenciendo de las palabras de Helene y eso no pinta muy bien para mí.

—Estabas muy segura de que había alguien atrás, de que alguien me acompañó. Lo dijiste varias veces. ¿Cómo era? ¿Podías verlo claramente? ¿De qué color era su cabello? ¿Se parecía a mí?

Nunca creí que Mauren fuera alguien supersticioso. Ahora hace movimientos extraños con las manos, se pellizca en diferentes zonas de su antebrazo y mira con demasiada curiosidad a Helene. Incluso interrumpe su espacio personal como si esperara que una respuesta extraordinaria saliera de ella. El demonio de ojos vivos, ahora sentado en la banca, permanece enfadado e intentando aplacar el cabello de la coleta.

¿Por qué yo habría de parecerme a Mauren?

—Me equivoqué. —Rompe el silencio Helene—. No había nadie con usted en la mañana. A veces... a veces veo cosas que no son reales.

La última frase sale raspada de su garganta. He alcanzado a escuchar el dolor escondido entre los huecos de las palabras. Sus dedos buscan con urgencia la clavícula y termina rascándose un poco más. Helene respira profundamente, vuelve a buscar refugio en los automóviles que pasan con velocidad. Su cuello los persiga de izquierda a derecha.

—A veces veo cosas que no son reales —repite ella.

Una parte de esas palabras calan, a pesar de que sean mentiras. Soy real. Estoy aquí, tanto como ellos.

—Incluso me llamaste por otro nombre —intercede Mauren.

—Me confundí.

—Definitivamente dijiste ustedes más de tres veces.

—Escuchaste mal.

—Señalaste un punto y te referiste a él. ¿Estuvo conmigo en la mañana?

Helene, más cansada que cualquier otra cosa, se mantiene en silencio. Silencio que agradezco. No tengo idea de las cosas que me harían en la central si averiguan de este suceso. Agradezco al destino por no cruzar a un Nos conmigo en este momento. Somos carroñeros incluso los unos con los otros. Es nuestra naturaleza, así nos han criado. Las recompensas de entregar a un Nos rebelde pesan más que la lealtad a un compañero. Por eso estoy seguro de que si un Nos pasara y escuchara esto, me atravesarían la lengua con clavos.

Los labios de Helene se entreabren. De seguro le ha impactado la imagen de Mauren quien se rinde poco a poco, quien ahora oprime los labios y observa un punto en el horizonte. Ya debe estar pensando en el camino que debe recorrer para llegar al silencio de su casa.

—Lo siento —se disculpa de golpe Mauren en un susurro—. ¿Qué estoy haciendo?

Él avanza después de un largo suspiro, pero la ruidosa inhalación de Helene me vuelve a ella. Sus manos están en el pecho, intenta recomponer la calma. Mauren sigue avanzando, pero no tengo que escucharla hablar para saber que quiere respuestas de mí. Espero un poco más, hasta que los pasos de Mauren dejan de escucharse.

—¿Qué fue todo eso? —pregunta mirando al horizonte—. Pensé que usted era...

No termina la oración así que busco en mi mochila algo antes de tomar asiento en la parada. Es un objeto de cobre, denso y pequeño. Si miras a través de un extremo, encontrarás una ventana llena de colores con patrones distintos. No sé su nombre. Se lo paso a ella, pero no lo toma.

—Si le sirve de algo —hablo despacio—, yo tampoco sé qué está pasando. Pero aprecio mucho que mantenga todo esto en secreto. Mauren no debe saber de mí. Es lo mejor.

Helene decide sentarse algunos asientos alejada de mí. Sube sus pies a la banca, abraza sus rodillas y coloca su frente en ellas. Se esconde unos segundos. Llega otra chica a sentarse del otro lado de la parada, tiene los audífonos puestos y no levanta la mirada de la pantalla. Vuelvo a intentar que Helene se interese en el objeto antes de que la extraña vea que están volando cosas.

Quiero que me diga qué es. Si han de hacerme nudos en la lengua por hablar con humanos, quisiera saber qué es esto antes de que me torturen.

—¿Podría decirme qué es?

Lo pongo a un lado de ella, hasta entonces Helene decide asomarse un poco con la mirada. Lo toma con una mano despacio y lo lleva a su rostro. Lo inspecciona con cuidado y le da vueltas hasta hartarse. Cierra el ojo izquierdo para poder ver la imagen por el pequeño orificio.

—Es un caleidoscopio —responde—. Es pesado y viejo. Se ve caro. ¿De dónde sacó este?

Caleidoscopio.

—China.

—¡China!

La otra joven levanta la cabeza por un momento, se quita un auricular y mira a Helene, pero esta última mira a la calle como si no hubiera gritado nada. Ya no se ata las piernas, las deja caer para balancear los pies con delicadeza.

—¿Lo robaste también? —La chica de los audífonos vuelve a su teléfono—. No creas que no noté que le robaste a Daniel. Le robaste a un muerto. Eso, definitivamente, es pecado. ¿Cuántas cosas llevas ahí?

¿Daniel? El hombre que bajaron envuelto en sábanas. Deben de haberlo embalsamado ya.

—No lo va a extrañar. Ni lo va a pedir de vuelta.

—¿Estás muerto? —pregunta.

—Yo no puedo morir —contesto confundido—. No soy...

Se levanta de la parada repentinamente, parece perder el equilibrio un segundo y levanta su índice hacia mí. Creo que me pide que espere. Enseguida la madera de la parada cruje por el repentino cambio de peso, la chica de los audífonos también se ha levantado y ahora le pregunta a Helene si se siente bien. Sin embargo, el demonio no responde, comienza a correr lejos sin esperar a nadie.

La sigo con apuro entre las personas. Volteo hacia atrás para cerciorarse de que la otra chica se ha quedado en la parada. Seguramente está aturdida y espantada. Sí, es el efecto que crean los demonios como Helene.

No tardo mucho en alcanzar a Helene, se ha escondido en un rincón de entre las calles. La veo arquear hacia a un lado de los botes de basura. Intenta ocultarse de los pocos transeúntes. Pálida y débil. Espero que se recupere pronto, he encontrado otro objeto en la bolsa del que deseo conocer el nombre.

Es una caja cuadrada de color plateado que cabe en mi mano. Tiene varios botones, una pantalla y una cruz. Se puede doblar a la mitad. No puede ser un ordenador, es demasiado pequeño y no hace ruido. Toco el hombro de ella delicadamente cuando termina su desastre.

—Dios —exclama—. ¿Sigues aquí?

—Mira, es una caja extraña. ¿Qué es?

Me mira estupefacta, aún inclinada en una posición no natural.

—¿Todavía quieres vomitar? —pregunto.

—¡Es una consola portátil! Pones un cartucho de juego, lo enciendes y ya.

—¿Y cómo hago eso?

—Ay, no. —Toma de entre mis manos el cuadrado y apunta con su índice en la ranura inferior—. Aquí pones un cartucho de videojuego, le pides al cielo que siga funcionando el vejestorio, enciendes con este botón y listo, te envicias hasta morir.

Tomo de vuelta el rectángulo extraño entre mis manos. ¿Funcionará como esos teléfonos? Ojalá tuviera un cartucho para saber si funciona realmente.

Se ve enfadada, tanto como para que yo pueda preguntar otra cosa y me quiera contestar amablemente. Pero estoy seguro de que reconocerá las cosas que he recolectado. Hay tantas cosas que he recolectado a través de mi estadía con los humanos de las que desconozco el nombre.

Ella se recuesta en la pared del local más cercano con la cortina metálica cerrada. Es tiempo de volver con Mauren. Jamás había pasado tanto tiempo lejos de mi trabajo. La ciudad es peligrosa, ahora mismo podrían estar dándole un balazo, o podría estar perdiendo sangre en medio del cruce de una calle, rodeado de personas, agonizando en el caliente pavimento, pensando en los utensilios de cocina del catálogo...

—Si no está muerto... Si no está muerto, ¿qué es usted?

La pregunta ha salido sigilosa, casi no ha querido sacarla de ella. Sus ojos se mueven de izquierda a derecha buscando la respuesta en mi mirada, tal vez no quiere que le responda realmente. Qué interesante es esto de mantener la mirada con alguien vivo, ver su respiración arriba abajo, ver el ligero vaivén de las pestañas que cubren ojos vivos. Hay una diminuta hoja amarilla entre uno de los rebeldes mechones de su cabello, contrasta entre el fondo negro, y pese a la ligera brisa nocturna, se queda aferrada a Helene.

Por un impulso que no controlo, levanto la mano para quitarle la hoja. Torpemente lo hago, porque rozo su frente en el acto y tardo en remover la hoja. Es la segunda vez que siento su piel, la segunda vez que no se disuelve el envase... ¿Disolverán esta piel mía si descubren a Helene?

Aún no he contestado a su pregunta, pero no tiene valor que conozca lo que soy.

Más cuando yo mismo dudo de mi existir.

—Eso no importa —respondo—. ¿Su hermano ha vuelto?

Ruidosamente pasa sus uñas sobre la clavícula, he de tener que acostumbrarme a ese tic suyo. Unas marcas rojizas se quedan ahí por su desesperación. Vuelve a mirar al cielo, la humareda ya se va disipando, pero todavía no se alcanzan a ver las estrellas.

—Supongo que no. —Me apuro en contestarme a mí mismo—. ¿Vio en las noticias a su hermano? Salió corriendo de un billar en llamas.

Estática, como una estatua, pero inundada de expresiones dolorosas. Sus ojos se cristalizan, pero no derraman ninguna lágrima. Ahora lo noto, este es un pobre escenario donde saco todo de ella. Me imagino que esta es una de las razones por las que no convivimos con los humanos. Mi curiosidad hará que mis manos traspasen su vientre para ver si encuentro algo que guardar.

No puedo dejar más tiempo solo a Mauren. Las imágenes de él perdiendo la vida se hacen más vívidas en mi pensamiento con cada segundo que paso frente a Helene, pero me quedo otro par de segundos para ver cómo el demonio de ojos vivos le llora al cielo.

—¿Helene?

—He mentido, Leonardo —susurra—. ¿Lo has notado? ¿Escuchaste la voz de aquel que buscaba?

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