Nueve
El dibujo de este capítulo fue realizado por "Jenchibi", así la pueden encontrar en sus redes <3
IX
Los cuadros pintados después de la muerte son silenciosos y oscuros. Dejan los sitios en estados tenebrosos y siniestros. No se conforman hasta cavar un hueco en el espectador que nunca dejará de sangrar.
¿Por qué lo disfruta tanto Mauren? ¿Por qué él puede mirar las pinturas sin sangrar?
El lugar está vacío. Si la casa pudiera hablar tendría un tono apenado. Por esos muebles de la sala que se encuentran desacomodados, por la madera de estos llena de polvo. El desorden habla despacio desde las esquinas. A la derecha se encuentra una cocina, cuyo lavabo está repleto de platos sucios, atacados por el goteo constante del grifo. Del otro lado de la casa hay papeles aventados a mitad de la sala, a merced del viento que entra por la ventana, como si hubieran sido abandonados después de una catástrofe. Incluso en la mesa frente al televisor, posa un vaso de refresco a la mitad, esperando a su dueño a que venga por él.
Estamos invadiendo a la casa, a su intimidad. Por supuesto, la hemos encontrado en el peor momento posible. Todas las puertas de las habitaciones están abiertas de par en par, mostrando un caos similar entre ellas, otra de las cosas por las que se apena el lugar.
Las indicaciones de Ariana, Arantxa, Mariana... No sé, las indicaciones de ella al telefonear en la entrada fueron claras. Subiendo las escaleras en el primer cuarto a la derecha, encontraremos un azul en el baño. Todavía desconozco la terminología exacta del trabajo de Mauren. Pero por el rostro que cargó Sofía en el trayecto, me imagino que las cosas no serán tan sencillas como lo fueron con Daniel.
Mauren y Sofía comparten un silencio mientras suben las escaleras. Lucen como si fueran a ir a un lugar especial. Los trajes alargados y blancos los deforman. Se han vestido en la entrada de la casa, al lado de las fotografías que colgaban de la pared. Por un momento imaginé que el recuerdo de las personas revivía en el papel, y que sus ojos se posaban sobre los dos muchachos que estaban a punto de interrumpir el silencio de la casa.
Antes de adentrarse a la habitación, Sofía respira profundamente, por el contrario, Mauren está impaciente de ver la escena, es lo único que lo ha traído de vuelta desde que cayó rendido en el parque ayer. Pero ya me les he adelantado a ambos, yo quiero ser el primero en verlo. Todavía desconozco a qué se refería Mariana cuando les dio el encargo a los muchachos. Mis memorias recorren varias imágenes cuando escucho al color azul, como el color de la tinta, o el color de un globo volando hacia el eterno cielo azul, un pez betta aleteando dentro de una pequeña pecera, los ojos de decenas de personas. Sobre todo, los de aquellas que vi morir.
No me detengo a ver con detenimiento la habitación. Tiene lo mismo que todas. Cama, armario, lámparas, una ventana con suaves cortinas de color crema, una televisión que descansa sobre un mueble con cajones, y algunos otros aparatos... Mariana dijo que el baño era importante.
Me detengo un par de segundos en el cambio de baldosas, me quedo ahí. Mirando los surcos que hay entre las piezas del suelo. El par de segundos se convierte en otro par, y en otro par. Volteo atrás, los otros dos inspeccionan la habitación sin tocar nada aún. Sofía cuida sus pasos, va detrás de Mauren, como si este pudiera protegerla del aura macabra que ha inundado el cuarto.
Azul. Aquí el azul es igual a una tina llena de sangre. Brillante, acuosa. Sin pudor alguno del hedor que deja el líquido. Quieta. Un baño romano.
Hace tiempo Seneca aceptó la sentencia que le dio el emperador Nero, el suicidio. Abrió las venas de sus brazos junto a su esposa quien decidió románticamente vivir la misma muerte que Seneca. Pero la sangre es quisquillosa, le agrada pelear. Incluso cuando has decidido dejar de respirar, el cuerpo intenta vivir.
Abrirse las venas no fue suficiente para Seneca así que cortó sus rodillas y sus piernas. Fue una muerte lenta y dolorosa. Pidió veneno, pero tampoco funcionó. Entonces, decidió tomar un baño con agua caliente para tratar de calmar el dolor y animar a la sangre. Invitarla a salir. Tiró algo de esa misma agua al suelo proclamando que era una libación para Júpiter el libertador. Murió tiempo después.
No me muevo de lugar. Dejo que Mauren me atraviese para que él aprecie el color por sí mismo. El rojo es el primer color que el cerebro humano detecta, pero ante los orbes de Mauren no solo es un tono brillante. Es especial. Uno que le aviva.
El baño romano es una tortura humana, sin embargo, el color que se queda después en el agua es asquerosamente ilustrativo. Como un bote de pintura roja recién abierto. Tan ruidoso. Tan brillante que hace querer meter las manos dentro y dejarse una marca con este.
El silbido de Mauren comienza mientras el envase vuelve a tomar forma. Es el coro de una canción que reconozco, pero a la cual no puedo poner un título porque no lo recuerdo. Supongo que él silba para no perderse dentro de sí mismo.
Las órdenes para estos dos fueron claras. Hay que limpiar hasta tener el lugar vacío. Quiere decir que la familia no quiere lidiar con ningún recuerdo de este sitio, así que Mauren y Sofía tendrán que llevarse la vida del cliente en cajas de cartón y bolsas negras de basura. Como si eso fuera posible.
No han pasado ni dos minutos desde que las fotografías de la entrada parpadearon y ya están guardando las cosas. Sofía ha empezado por los cajones. Ahí descansaban las identificaciones, algunas credenciales de la infancia relucen en el fondo de los cajones. Están dobladas. Maltratadas. La mayoría de estas han sido raspadas con la intención de borrar el nombre y la foto.
Me permito cambiarle el nombre a quien se abrió las venas. Luis. Luis porque solo la primera letra es aquella que quedó visible en una de las tarjetas. Lorenzo, Lázaro, Lucio... Pudo haber sido tantas personas y terminó siendo la que se ahogó en una tina.
Mauren avienta sin cuidado alguno las tarjetas a las cajas de cartón. Se apresura a revisar el resto de los cajones y a vaciarlos conforme pasa entre ellos. No sé qué es, pero tanto él como Sofía buscan algo con rapidez entre las esquinas de este lugar.
—¿Nada?
—Nada —contesta Sofía.
—Tengo que empezar con el baño. Ten cuidado por si encuentras agujas.
No hay imagen clara que muestre el rostro de quien murió, pero no se necesita una. Dentro de este cuarto está la esencia de ese humano. Todo lo que encierran estas paredes son las cosas que le hicieron vivir y morir.
Sofía se mueve hacia el fondo de la habitación, a un lado de la cama, frente al librero lleno a medias. Abre un par de libros y busca entre las páginas antes de colocarlos con cuidado en una de las cajas. Ahora pasa con esperanza a los anuarios. Hojea las páginas hasta que encuentra una que está mal recortada. Un perfecto recorte rectangular que extirpa al cliente completamente del anuario. Se esmeró en desaparecer de cada rincón posible.
El silbido de Mauren interrumpe el silencio, la misma canción vuelve a salir de entre sus labios. Sofía ya ha dejado algunas cajas a tope para cerrarlas con cinta. El librero del cuarto ha quedado vacío. Con cuidado de no toparme con la joven, me asomo al hueco que forma este con la pared. Nadie suele buscar en estos lugares. Cabellos, basura, montones de polvo y bolas de papel arrugadas residen detrás del librero. Pero hay algo más.
Se escucha el agua roja caer por las tuberías. No lo dudo, enseguida estiro mi brazo para recoger el objeto colorido. Ojalá Sofía no lo note, pero tengo que empujarlo solo un poco. Dejo que el envase se llene de polvo y se raspe con el filo de la madera falsa hasta que cojo el objeto con los dedos que he robado. Es un juguete colorido. Está hecho de palmas secas, tintado con rombos de diferentes tonos de azul. Es un cilindro simpático, abierto de cada extremo. Sofía está ocupada doblando la ropa del armario para acomodarla dentro de las bolsas, de repente se detiene a observar el diseño de una playera, tal vez se pone a pensar en que jamás volverá a ser usada. Como sea, me da tiempo para esconder en mi mochila el objeto.
El ruido de un cepillo que friega la superficie se desplaza por toda la habitación. Uno, dos, tres. Uno, dos, tres.
—Le gustaba la música —habla Sofía en voz alta.
—¿Qué?
—¡Que le gustaba la música!
El armario ahora está abierto de par en par. Una pila de cajas de discos se esconde en una esquina de este. Hay más de esas cosas plásticas que prendas colgadas en el tubo de metal. Una funda de guitarra los acompaña en el fondo del mueble, empolvada y cerrada.
—¿No pudiste encontrarlo?
—No. —Sofía toma algunos de los discos y los va colocando dentro de las cajas—. Mauren, ¿podemos posponer el jueves de helados?
El traje de Mauren se ha manchado las mangas de rojo, algunas salpicaduras de sangre mezcladas con la espuma del jabón contrastan con el blanco del uniforme. Un intenso aroma a cloro se va expresando por este lugar detrás de él. Mauren espera desde la puerta del baño, con un silencio abrupto, a que Sofía siga hablando.
—Te ves cansado y todavía falta ir a la colinita. Podemos ir otro día.
—Sofía, sé sincera.
Sofía duda ante la imagen molesta de su compañero. La comprendo, no es el rostro más tierno que le he visto a Mauren. Es siniestro.
—¿Sofía?
—No me gusta quién eres después de un azul —responde ella—. Dejas de comer, dejas de hablar. Te pierdes. Te afecta, y te afecta mucho. Nunca me has dicho nada, pero sé que...
Se calla.
Mauren ya no está en la puerta escuchándola, ha vuelto a fregar el piso. Ha vuelto a silbar mientras lo talla. Uno, dos, tres. Sofía se rinde y vuelve al armario, se esconde una lágrima, mantiene la cabeza agachada y vuelve al trabajo. La veo dudar un segundo, segundo que basta para que la pequeña montaña de discos se venga abajo estrepitosamente.
Desesperada intenta levantar los discos con sus manos, pero solo logra que la torre se caiga un poco más. El edificio de plástico ahora luce deforme sobre el suelo.
—Lloras cada vez que vienes a una casa nueva y te pones a rezar en la entrada antes de irte. Te da miedo entrar a ver los gusanos que se comen al cuerpo y en múltiples ocasiones haces un desastre. Entorpeces el proceso. —Mauren se detiene un segundo sobre la puerta del baño—. De entre tú y yo, ¿a quién le afecta más todo esto?
Un estruendo proveniente de la planta baja detiene sus palabras. Quizá iba a hablar otro poco, quizá mi trabajo no había terminado de expulsar el fuego de su interior. Ahora tendrá que quemar su interior porque la puerta fue abierta.
Camino hacia el exterior de la habitación para asomarme por el barandal de las escaleras. El ruido de alguien corriendo por las habitaciones de abajo se esparce en toda la casa. Desde aquí, puedo observar a Sofía y Mauren que quedan pálidos, escondidos y callados en el cuarto. Como si estuvieran a punto de ser descubiertos en un ritual secreto.
Allá abajo veo unos cabellos dorados que van de un lado a otro, largos. Catastróficos, erróneos en las decisiones. Ha entrado dos veces a la cocina, e incluso se ha detenido una tercera vez en la entrada como si no estuviera segura de que ya ha pasado por ahí. Me pregunto si las fotografías de la entrada le han hecho saber que habíamos entrado a su casa.
El eco de un grito sube hasta nosotros.
Es el verdadero nombre de quien se ha suicidado:
Luigi.
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