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Dieciséis



XVI


Sebastián y Julia le tienen un plato preparado a Dragón por si quiere acercarse a la mesa, pero está demasiado contento observando su propio reflejo en la pantalla apagada del televisor como para acercarse a comer.

—¿Eres compañera del trabajo de Mauren?

—No, señora.

—¿En dónde lo conociste?

—¿Todavía se pone a leer catálogos de cocina? —Sebastián apunta divertido con el cuchillo a Mauren, luego se lleva un trozo de carne a la boca.

Al señor no le agradará saber que su hijo gasta una desorbitada cantidad de dinero en suscripciones a revistas extrañas de utensilios que solo hojea una vez y tira a la basura de inmediato. Mentira, bueno sería que ese desordenado las tirara a la basura, en cambio las deja botadas por ahí en cualquier lugar.

—Nos ayudó con el vecino Daniel cuando falleció —aclara Helene.

Los cubiertos pierden la intensidad de antes, poco a poco se aplaca el sonido. Sebastián observa hacia este lugar donde Dragón y yo esperamos que algo magnífico aparezca repentinamente de la televisión, creo que el señor está llamando al perro, pero este se ha quedado totalmente quieto al lado de mí.

—¿Algún problema?

—No. —Julia empuja el plato con delicadeza—. Nada, Mau.

—Sí. Que, de repente, llegas un día a la casa con alguien que desconocemos. Sin ofender, niña. —Sebastián vuelve a dirigirse a Mauren—. Casa que no has pisado por semanas. No sabemos qué pasa en tu vida. Nada aparte de que embolsas difuntos.

—¡Sebastián!

—Bueno, ¿qué quieren que haga? ¿Dejo el trabajo? ¿Me vengo a llorar con ustedes todas las tardes? ¿A rezar?

La atención de todos se centra en los ladridos de Dragón hacia el televisor, no hay nada ahí, sin embargo, el perro colea y ladra con fuerza. Mauren solo observa la comida en su plato, remueve el queso con el tenedor, lo estira, juega con la comida. Suspira. Pasa la mirada a Helene, se queda observándola por varios segundos, pero ella está concentrada en rascar las comisuras de sus ojos, como si evitara que algo saliera de ellos.

—Debiste esperarme con Sabino —reclama Mauren—. A ellos simplemente nunca les agradó mi trabajo.

—¿Quién demonios quiere que su hijo trabaje recogiendo mierda? —suelta Sebastián.

Tiene un buen punto, a nadie le gustaría ver a su hijo recogiendo gusanos de cadáveres.

—Bien —susurra Mauren—. Me voy.

—Anda. Te veo dentro de un año —responde su padre.

Mauren se apresura al pasillo, no va hacia la izquierda, donde está la puerta de entrada, sino al lado contrario. Julia deja salir una lágrima, intenta esconder su rostro entre una servilleta. Me da pena. ¿Es este silencio el que quedó en la casa después de perder a Tomás?

—Lo siento mucho. No debí venir.

Julia seca sus ojos y le dedica una pequeña sonrisa a Helene. Sebastián se levanta enfurecido, recoge su plato para dirigirse a la cocina y avienta sus cubiertos al lavabo. Dragón sale de trance para correr y ver a su dueño.

—No he podido hablar con él desde entonces. —La voz de Julia se quebranta—. Se suponía que Tomás tenía un importante juego esa tarde. Un partido de fútbol. No nos dijo. No nos dijo que iba a jugar. Nunca nos decía nada, ni siquiera sabíamos que jugaba fútbol. Mauren era el único que sabía de Tomás. El teléfono sonó un par de veces porque no había llegado a la cancha, pero no había nadie acá. Mauren lo estuvo buscando por toda la escuela. Luego vino hacia acá. Y... La pistola era de mi abuelo, la teníamos guardada en una vitrina, nunca la usábamos, nadie la tocaba. No sabíamos, nunca pensé que Tomás... Nunca nos dijo nada. Nunca nos dijo nada. Nada, nada, nada...

Helene aprieta sus manos, casi se le ha olvidado respirar, Julia simplemente saca y saca más detalles, uno más oscuro que otro. Ni siquiera mira a Helene, ni al espanto que tiene en la cara. Deja que las palabras salgan de sus labios como cascada. Le comparte su sufrimiento.

—Solíamos llegar a las seis a la casa. Uno después del otro. Sebas más tarde. A veces más temprano. Ese día llegamos demasiado tarde. Y Mauren estaba aquí, mi bebé, tenía catorce años. Ahí. —Señala la sala—. No había llamado a la policía, no había llamado a nadie. Mauren estaba limpiando el cuerpo de su hermano. Había tanta sangre por todos lados. Tanta.

Tan pequeño.

Entonces Sabino y él empezaron a limpiar otras casas. Mauren se refugió en el dolor ajeno. En otros cuerpos. Lo entiendo, lo entiendo ahora. Para borrar el dolor de su hermano tenía que ver cosas más grotescas. Necesitaba ser menos humano.

¿Cuántas veces no repitió la misma escena?

Se torturó a sí mismo.

—Julia —habla Helene—, lo que hace Mauren por las personas es muy importante. Y él es feliz haciéndolo.

La señora solo asiente y deja ir a Helene. El demonio de ojos tristes se queda de pie a mi lado un segundo, observa mis manos. Duda y yo también. Debería ser honesto, pero no quiero serlo. La sigo por el pasillo, este será mi deber hasta el fin de sus días.

Se adentra al cuarto de Mauren. Él está sentado en su cama, con los codos apoyados en las piernas, la espalda encorvada y las manos entrelazadas sobre el mentón. Observa a Helene entrar y solo le dedica un segundo antes de volver a mirar el suelo. Respira profundamente cuando ella le deja una de las bolsas frente a sus pies.

—¿Qué es?

—Chocolates. Chocolates buenos, son belgas. Supongo que son buenos. La verdad nunca los he probado, pero se ven exquisitos. —Mauren se talla los ojos cansado—. Sabino me pidió el favor de venir hasta acá. Lo siento mucho, malentendió las cosas y creo que no ha sido la mejor idea. Debí de esperarlo en la oficina, pero su jefe es demasiado manipulador. Dijo que me iba a morir esperando ahí.

—Sí. No debiste venir. ¿Para qué me buscas? ¿Qué quieres?

—Disculparme. —Señala la cicatriz de Mauren.

—Ya me pediste disculpas por eso. ¿Qué quieres?

Helene voltea a verme.

¿Me buscaba a mí?

Helene arrastra una silla del cuarto para quedar frente a Mauren, le mira directamente a los ojos. Tiembla. Sacude sus manos de arriba a abajo. Susurra algunas palabras que no entiendo. Parece que prepara un ritual. Cosas de demonio, he de suponer.

—¿Recuerda nuestro segundo encuentro? —cuestiona Helene—. ¿Lo que me preguntó? No entendía bien por qué insistía tanto, ahora tiene sentido que me preguntara si se parecía a usted. ¿Aún lo busca?

—¿De qué hablas?

—Tomás.

La puerta se cierra lentamente, como si una ligera fuerza imaginaria empujara la madera. Mauren se levanta asustado, traga saliva. Su piel empalidece mientras observa a Helene. Los ojos de ella se han vuelto rojos en un segundo. Están empapados de sangre. Ella intenta detener las gotas con el dorso de ambas manos, pero es en vano. Algunas caen hasta su mezclilla y la manchan.

—Ese día Tomás no estaba contigo. —Helene pasa y vuelve a pasar las manos sobre sus ojos—. Lo buscas en cada casa, ¿no es así? Le quieres reclamar.

—No.

—Todavía te duele. No lo puedes olvidar.

—No.

—Y no te puedes perdonar.

Helene —hablo.

Dos gotas caen de sus ojos mientras me busca, talla sus ojos en un intento de aclarar su vista, exhala por la molestia, le cuesta levantar sus propios párpados. Mauren observa preocupado los dedos de ella envueltos en sangre. Sus mejillas, sus labios, su quijada: todo está coloreado de rojo.

La cabeza de Helene se mueve caóticamente de un lado a otro, sus labios se abren por sí solos sin dejar salir palabra alguna. De un momento a otro su respiración se ha vuelto terrible y dolorosa, pero no hay quejido alguno. Y como si ya hubiera hecho esto desde hace tiempo, truena las muñecas de ambas manos y se desploma por completo en la silla.

Mauren se acerca preocupado, levanta el mentón de Helene y la mueve un poco. El toque parece dolerme a mí, porque me dan ganas de quitarle las manos de ella. Me permito colocar mis manos sobre los hombros de ella, pero hay algo distinto entre sus venas. Como si la sangre de entre sus venas corriera con mayor brutalidad.

—¿Mauren?

No es Helene. La voz que ha salido de su garganta no es de ella. Es grave. Siniestra. La forma en la que se percibe su cuerpo es diferente, no es su personalidad. Es alguien más. La suelto.

—Mauren. —Las manos de Helene toman los hombros de Mauren y lo sacuden un poco. Como si no lo hubiera visto hace tiempo, hace una mueca nostálgica y le da un par de golpes—. Estás muy grande. ¿Cuánto mides? No más que yo, ¿o sí?...

Helene se levanta del asiento, intenta comparar la altura con Mauren y se pega junto a él. Mauren está en shock. No aparta la mirada del demonio de ojos rojos.

—Ay Dios, parezco la abuela. —La expresión del cuerpo de Helen cambia en cuanto se ve sus manos—. Esta niña tiene una extraña cosa dentro de sí. Lo noté desde hace un par de días cuando estaba contigo, es como si no fuera humana, como si fuera de acá... Oye, Rafael no tiene vergüenza, dile que te regrese el Mario Kart. Ya van varias veces que le tiro las cosas de su cuarto para ver si agarra la onda de que no debe robar cosas de muertos, pero no ha funcionado nada.

Mauren cae rendido frente al cuerpo extraño.

—¿Tomás? —pregunta el joven desesperado.

—¿Por qué se te ocurrió dejar galletas de mantequilla frente al árbol? ¿Cómo creías que me las iba a comer? Vas a matar a los patos.

Las manos de Helene recorren la espalda de Mauren con cuidado, lo acarician y le dan un par de golpecitos. Intenta consolarlo, sin importarle que manche ruidosamente las ropas de su hermano.

—Lo siento mucho —exclama Mauren en el suelo.

Helene se acuclilla y alza con cierta violencia el rostro de Mauren. Le mira directamente a los ojos, pese a lo tenebrosa que luce la cara de Helene, Mauren encuentra algo de paz en ese encuentro.

—No tienes que sentir nada... A menos que te estés disculpando por lo horrible que tienes a tu casa. Si me dijeras ahora que tienes un criadero de ratas ahí, no lo dudaría. ¿De verdad no te da cosa estar con el envase de sopa instantánea de hace un mes ahí? Te va a dar algo. Oye. —Se separa un poco de él—. Quiero tocar a Dragón, pero temo mancharlo todo. ¿Me reconocería?

—Helene le tiene miedo —habla Mauren risueño—. Debiste ver su cara, estaba pálida, como si el gordo pudiera comerla.

—También quiero ver a mamá y a papá, pero no puedo llevar a Helene con la voz distorsionada y llena sangre porque capaz que llaman al cura y la mandan a exorcizar.

Mauren asiente despacio, en sus ojos no parece tener duda de que su hermano está frente a él. Bien podría ser un truco del demonio de ojos tristes aprovechándose de la labilidad de la piedra, pero el joven se deja llevar y cree.

—Te he visto llorar. Sabes que... Sabes que lo agradezco, ¿verdad? Lo que hiciste, lo que haces. Y sabes que tenía que ser. Nadie tiene la culpa, solo...—Los ojos del demonio vuelven a mí, toma la chamarra de la cama de Mauren y se la pasa a este—. Mau, ¿puedes traer a Dragón? De verdad quisiera tocarlo solo un poco.

Mauren se coloca la chamarra encima, pasa al baño de la habitación y abre el grifo. Tengo que recordarme a mí mismo que Helene no es quien me está enfrentando con la mirada, es alguien a quien le robaron las ganas de vivir. Cuando el joven sale del baño, vuelve a asegurarse de que es su hermano quien está en la habitación, solo le falta un segundo para comprobarlo y salir corriendo por el perro.

—¿Le queda poco? —pregunta después de unos segundos.

Su pregunta me irrita. ¿De quién habla? ¿De Helene? ¿De Mauren? ¿De mí? Decido mentir por si Helene sigue ahí escuchando en la oscuridad de sus ojos rojos.

—No lo sé. Eso no me toca decidirlo a mí.

—¿Y a quién sí?

Me alzo de hombros. La Central, quizá. Quien quiera que esté arriba de ellos, tal vez.

Tomás vuelve a la silla.

—Cuídalos.

El hombre que ya debería de estar muerto entra corriendo con Dragón detrás de sus piernas. Voltea a ver a los ojos hundidos y sangrientos que su hermano ha pedido prestados. Una pequeña sonrisa sale de los labios de él al notar el perro. Dragón se queda quieto y baja la cabeza.

Es demasiado tarde cuando Mauren intenta acercarse una vez más. El cuerpo ahora convulsiona, saca espuma por la boca y avienta la cabeza para atrás. Se desliza de la silla hasta el suelo. Crea un golpe seco en toda la habitación. Mauren se acerca a sujetar la cabeza con cuidado. Gotas de sudor se derraman de entre las sienes del demonio, la sangre va secándose poco a poco sobre su piel. Mauren la mantiene junto a él, le habla despacio dándose cuenta de que ha regresado. Y yo, yo solo la observo perder un poco más la vida.

Helene mira la habitación preocupada, mueve ligeramente los dedos de sus manos, luego las sacude levemente, mantiene la mirada en Mauren, aún visiblemente confundida.

—Perdón.

Mauren carcajea en silencio. Le sostiene las manos y las aprieta con cariño. Las acaricia despacio, tanto como a mi me gustaría hacerlo en este momento.

—¿Estás bien?

—No hay problema, hago esto todo el tiempo.

Me escondo en una esquina, resbalo por la pared hasta quedar en el suelo. Observo mis manos y llevo mis dedos hacia mis párpados. Me imagino que de estos también salen gotas rojas.

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