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Cinco



V


La madre de Sofía hace sonar el claxon de la minivan al llegar al lugar, a pesar de que las únicas personas sentadas en la banca enfrente de la oficina son Mauren y Sofía; y perfectamente la vieron estacionarse. Son cerca de las nueve de la noche, algunas tiendas comienzan a cerrar, la luna ya está posando en el cielo, un ligero viento se cierne para enfriar el lugar.

De los días que llevo aquí, esta es una rutina común. Mauren espera en silencio frente a la librería hasta que llegan por Sofía. Es un momento tranquilo con un escenario cautivador, donde algunos corren saliendo de los locales para alcanzar el transporte. Otros caminan en búsqueda de la tienda de conveniencia del final de la calle. Doctores salen con sus batas de la torre del hospital que está al final de la cuadra. Las noches son ajetreadas aquí. Sofía observa a su compañero, intenta hablar, pero decide quedarse callada.

—¿Tu mamá aún no lo sabe?

—No.

La señora de la minivan voltea saludando con efusividad, al momento regresa a la pantalla que alumbra su rostro. Sofía decide caminar un par de locales adelante de Edenis, pretendiendo que acaba de salir de trabajar de una librería que nunca ha pisado, para no atormentar a su madre.

—¿Crees que deba decirle? —pregunta la chica—. Sé que ya llevo más de seis meses acá, pero no sé cómo vaya a reaccionar. No quiero que piense cosas extrañas, ni que se alarme.

—No es de mi incumbencia cómo quieras actuar. —Mauren se acerca un poco y habla quedito, tanto que casi no lo escucho—. Pero puedo seguir esperando aquí hasta que decidas decirle.

Logra sacar una sonrisa de la chiquilla que se levanta despacio, como no queriendo irse de su lado.

—Gracias —responde apenada—, y gracias por venir siempre conmigo. Te debo algo. ¿Un desayuno?

Mauren no responde, se mantiene en la banca asintiendo sin mucha atención y levanta la mano en forma de despedida.

—Salúdame a tu mamá, nos vemos mañana.

Sofía aprieta la agarradera de su pesada mochila. Vuelve a hacer ese ademán de querer decir algo, pero Mauren no lo nota, ni la incita a hablar. Se queda callada una vez más, guardando las palabras para sí misma. Acelera el paso para llegar pronto a la camioneta.

Mi encomendado se despide, una vez más, desde lejos con la mano. Se mantiene sentado otro momento, voltea la cabeza en hacia el cielo. ¿Está viendo las constelaciones? Imposible con la contaminación de esta ciudad y su cielo gris.

No, no son las estrellas. Es una humareda.

—¿Otro incendio?

Una pareja abrazada pasa enfrente de nosotros, Mauren es una persona solitaria, así que no se inmuta mientras se abrazan con cariño y carcajean con tanta felicidad. No me sorprende el hecho de que rechace a diestra y siniestra a sus pretendientes, es el tono que más le queda. Lo que me sorprende es la tranquilidad de todos mientras varias sirenas de policías truenan cerca de aquí. Ninguno de los presentes voltea con curiosidad, las dejan pasar.

La casa de Maduren está cerca de este local, solo hay que atravesar un par de cuadras hacia el oeste y detrás del parque con el árbol que quiso crecer hacia el suelo, hay un complejo de departamentos al que siempre regresa Mauren a dormir.

Ahí yacen paredes blancas con espacios gigantescos entre los muebles, cajas de cartón en vez de cajoneras para guardar sus pertenencias, una pequeña sala y un televisor, además de una cama con sábanas de un verde horrible. Eso es lo único que lo espera.

Eso y un silencio. El silencio siempre lo recibe.

Al momento veo pasar una coleta desarreglada con paso decidido. La blusa negra con estampado de chiles de diferentes colores es algo que reconozco de inmediato. Parece decidida a acelerar el ritmo, hasta que voltea a esta banca. Su andar se detiene por completo, el cabello se ve más desastroso ahora que no está en movimiento. Mechones de este caen a los lados del rostro y otros más quieren volar al cielo junto al humo.

La brisa nocturna no ayuda a que Helene desaparezca, por más que piense en ello. No tenía la intención de volver a encontrarme con ella. Solo eran divagaciones mías lo de imaginarme que podría seguir con la teoría de los demonios.

Llevo mis manos a mi rostro al instante que mis ojos se cruzan con los suyos. Se suponía que solo iba a ser un segundo.

—¿Leonardo?

Volteo a Mauren sin decir absolutamente nada, si esperaba que él no recordara del incidente de la mañana, ahora no espero nada. Está observando a la muchacha con confusión, ha cambiado su postura a una más defensiva. ¿Por qué ha dicho mi nombre con tanta alegría?

—¿No fuiste tú quien me aventó en la mañana?

Así que también la recuerda él.

Helene se cruza de brazos y baja la cabeza un poco. Evita mirar a Mauren, así que dirige sus ojos hacia mí.

—Lo siento.

—Me abriste la cabeza.

—No, mis manos no hicieron eso. Que yo sepa, se golpeó con la..

Helene detiene sus palabras ante la expresión dura de Mauren. La chica pasa sus manos sobre el cabello una y otra vez, como si recordara que la pinta que lleva no es agradable. Noto una cicatriz larga en el brazo izquierdo, cerca del codo.

—Hoy no he hecho nada más que equivocarme. ¿De verdad está herido? —Con cierto temor, Helene se acerca a examinar la herida de Mauren. Las vendas ya se han movido todas y poca cosa le cubren. Yo aprovecho para dar unos pasos hacia atrás—. ¡Pero si tiene un agujero en la cabeza!

La sonrisa con la que exclama se disipa de inmediato. Decido, por mera superstición, persignarme.

—Lo siento mucho. ¿Cuál es su nombre?

—Mauren.

—Mucho gusto, Mauren, soy Helene.

—¿Mucho gusto? —Deja salir una risa irónica—. Hace un momento parecías muy contenta del hoyo en la cabeza.

—Soy mala con eso de las reacciones... Necesita algo de puntos. Tengo un par de amigos en el hospital, puedo hacerlo pasar sin que haga fila y...

—No.

Helene suspira mientras busca algo en su bolsillo trasero, saca un paquete de gomitas. Son diferentes a las de la mañana, estas tienen forma de pirámides pequeñas. Lleva la mirada hacia el cielo y respira profundamente.

—¿Gustan?

Mauren niega con la cabeza y yo hago lo mismo. Se le ve una reacción estupefacta, yo sigo con ambas manos cerca de la boca. No estoy muy seguro de qué debo de hacer en estos eventos. ¿Salir corriendo?

Es posible. Quiero hacerlo. Podría correr unas cuadras hacia la casa de mi encomendado. O, en todo caso, esconderme.

Aunque también tengo curiosidad por Héctor, ¿lo habrá interceptado? ¿ya habrá regresado a casa? Se le ve igual de ansiosa que en la mañana, lo sé porque come a la misma velocidad las gomitas, o tal vez ese es un grotesco hábito de ella. Sigue observando el cielo, también nota la humareda, oprime los labios enseguida.

—¿No es un trabajo interesante el suyo? Ir a erradicar los restos de alguien. Despojarse de sus cosas. No conocía a mi vecino hasta que ustedes fueron a sacar todas sus pertenencias. Tenía ciertas cosas interesantes.

—¿Abriste las cajas?

Helene duda un segundo en contestar, esconde los dulces que le quedan y mira de vuelta al horizonte de la calle. Me gustaría que no dudara más en salir corriendo.

—No. Tal vez. Solo algunas, las que estaban vencidas. No fue mi culpa, tardaron mucho en pasar por las cajas y ustedes las dejaron sin cintas... Además él se llevó...

Pongo una de mis manos sobre mis labios suplicando por silencio. Ni siquiera me atrevo a observarla. No se suponía que el asunto escalara a este espacio.

Mauren se pasa desesperadamente las manos por el cabello. Supongo que no será agradable que el sobrino descubra que estuvieron esculcando las pertenencias de su tío difunto, pero también hay una alta probabilidad de que jamás se dé cuenta. O quizá ni le importe. Si no le importó que arrastraran a su tío difunto por las escaleras...

—¿Puedo preguntarte porque me hablas de ustedes? —pregunta Mauren repentinamente.

Ya se ha dado cuenta de que algo no cuadra en las palabras de la chica que ahora sonríe confundida. Ella se cruza de brazos y chista. Vuelve a mirarme, pero no tengo palabra alguna para ella. Ahora mismo no debo intervenir en absoluto o...

—Porque, pues, fuiste con él —me señala a mí.

Mauren voltea atrás, pero, por supuesto, no nota nada más que un espacio solo. Regresa a Helene extrañado. Preocupado. Incluso me atrevo a decir que ahora la mira con cierto temor. Sí, cualquiera creería que Helene está fuera de sí.

La sonrisa va desapareciendo de ella, rasca su clavícula hasta dejarse enrojecida la piel y ladea la cabeza.

—¿Es esto una broma?

De nuevo la dureza de Mauren se hace presente en sus palabras. Helene queda muda. Con la poca luz que ofrece el farol de la calle puedo notar que empalidece un poco, pero no por el tono de voz de la piedra. Sino por mí.

Da unos pasos hacia delante. Pensé que reaccionaría con más fuerza, pensé que quizá intentaría convencer a Mauren de mi existencia. Pero solo está ahí sin decir nada... Es gracioso, me molesta que no lo intente más.

Le regreso la mirada un segundo. No sé a qué estoy jugando, pero la llamo. Inténtalo. Házlo. Háblale de mí. No volveré a pedirte que calles...

Se supone que solo sería un segundo.

Siento cierta culpabilidad por esa confusión en su rostro. Ella no tiene ni la menor idea de quién soy.

A sus ojos soy un simple humano.

—Helene, Mauren no puede verme —rompo el silencio.

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