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Preámbulo

"Viernes, 2 de octubre de 1992.

El pasado sábado 26 de septiembre, Lilia Luján, única hija y heredera del empresario Francisco Luján y de la modelo italiana Enrica Bianco, formalizó su compromiso con el diseñador de modas José Gutiérrez Junior, dueño de la reconocida marca Lilian Pegú.

La agradable velada tuvo lugar en el Castillo de Chapultepec y recibió a centenares de invitados que acompañaron a los futuros esposos en un charla amena acerca de los pormenores del enlace y los preparativos necesarios para la boda, que celebrarán en Cancún el 15 de mayo de 1993.

Finalmente, los ahí reunidos, saborearon una exquisita cena y brindaron por la felicidad de Lili y Pepe bajo la luz de la luna y la agradable melodía de los violinistas que le dieron el rtoque final a la noche".

—¡Qué horror! —murmuro escandalizada y tiro el periódico a un lado del sofá de la sala de lectura en donde estoy sentada—. ¡Mamá! —grito más alto de lo que me es permitido normalmente. —¡Mamá! —grito aún más alto al ver que no recibo respuesta—. ¡Mam...

—¡Cómo vuelvas a gritar así te vas a quedar sin voz hasta el día de tu boda! —dice mi madre sin enfado al entrar por la puerta del salón de lectura en donde me encuentro acostada.

—¿Ya viste la nota del periódico, ma? ¿Qué onda con los fotógrafos? Mira la foto que pusieron, ¡salí con los ojos cerrados y parece que tengo bigote! —le digo señalando una pequeña mancha bajo mis labios y se sienta a mi lado.

Mi pelo rubio se nota triste y sin vida por los colores opacos del periódico y el verde de mis ojos no pudo robar la atención debida porque mis párpados se atravesaron en el camino.

—¡Estas guapísima, Lili, no inventes! —me contradice sin ni siquiera mirar.

—Ma, ¡es en serio! Me veo horrible, parezco Hitler y mira la cara de Pepe —apunto con el dedo el periódico infernal.

—¿Qué tiene Pepe? Igual está guapísimo, como siempre.

Su pelo castaño está relamido hacia atrás y su cara, tan inocente como un bebé, nos mira sonriendo temeroso y su brazo cubre mi hombro desnudo.

—Ash, mamá, estás insportable —le reclamo pataleando sobre el sofá—. Velo bien, tiene cara así como de susto. La gente va a pensar que no se quiere casar conmigo, que le da miedo o que estaba enfermo del estómago o algo. ¿No podemos demandar al fotografo y al periodista que escribió esto? —pregunto de forma inocente aunque sé muy bien la respuesta.

Mi madre suelta una carcajada y dice: —¿Yo estoy insoportable? ¡Y eso que todavía faltan ocho meses para tu boda! Ay amora, amora. Y al periodista, ¿por qué lo quieres demandar?, ¿él qué culpa tiene de que la foto haya salido manchada y que el pobre de Pepe esté muerto de miedo por casarse contigo?

—¡Mamá! —le gritó más alto aún y la empujo levemente fuera del sofá—. Es un cursi, no se le ocurrió nada mejor que: "la agradable velada donde se saboreó una exquisita cena a la luz de la luna..." —completo imitando una voz refinada—. ¿Los periodistas necesitan licencia para trabajar? Se la deberían de quitar a este. —Aviento el periódico lo más lejos posible de nosotras.

—Pues yo solo espero que el pobre de Pepe no te complazca todos tus caprichitos, sino quién sabe en qué demonio te convertirás —me dice con una sonrisa y me da dos palmadas en las piernas.

—¿Pero me vas a querer aunque me convierta en un monstruo horrible, así con garras y todo? —digo y salto sobre de ella sorprendiéndola.

—¡Ya eres un monstruo! —grita entre risas tratándose de defender de mi ataque de monstruo— ¡Esta bien, esta bien! ¡Te amo, Liliana! ¡No me despeines que ya vamos a salir!

Un golpe en la puerta interrumpe nuestro juego infantil.

—Señorita Lili, le llama su prometido, Pepe— dice Rosalba, mi empleada favorita. Le doy dos besos a mi madre y me levanto del sillón para correr a contestar. Mi madre me toma de una pierna y tira de mí para traerme de vuelta al sillón. ¿Quién pensaría que una mujer así tan delgada y fina podría tener tanta fuerza?

Después de acostarme y atraparme las manos por la espalda, me enseña sus dedos traviesos y comienzo a reirme anticipadamente.

—¡No, mamita, please no, cosquillas, no, mami, en serio! —le suplico entre risas.

—¡Soy el monstrúo... de las cosquillas! —dice con las manos en la boca mientras mueve los dedos como si fueran sus labios. El simple hecho de verla hacer estas payasadas, me hace reirme al grado tal de tener que escapar al baño antes de ir a contestarle a Pepe.

—¡Si corta conmigo por hacerlo esperar es tu culpa! —le grito desde el baño. 

Estoy más que emocionada por mi boda. Es lo único que he soñado desde que tengo uso de razón y Pepe es más de lo que jamás podría haber llegado a imaginar. Pero sé que voy a extrañar vivir con mis papás. Más que mis padres han sido mis amigos, cómplices y compañeros a lo largo de mis veintitrés añitos. Aunque mi madre jamás llora, estoy segura que el día de mi boda tendrá que esconderse de la prensa, sobre todo de los fotógrafos ineptos, como el de nuestra cena de compromiso, para que no la vean con el moco tendido.

—Baby, ¿ya viste la foto del periódico? —suelto al contestar el teléfono en el despacho de mi papá. Por alguna razón que desconozco, me encanta hablar por teléfono desde su cueva.

—La estoy viendo, muñequita, por eso te llamo. Quería saber cómo estabas.

Me conoce tan bien. Apenas llevamos tres años juntos, pero pareciera que llevamos vidas compartiendo nuestros días. Aunque me dolerá dejar esta casa y a mi familia, ya no puedo esperar para despertar todos los días a su lado.

—¡Imagínate! ¿Cómo crees que estoy? Y lo peor es que mi mamá piensa que estoy loca porque quiero demandar al fotógrafo y quitarle la licencia al periodista —digo aventando las manos al aire.

Escucho a Pepe darle la razón a mi mamá con sus carcajadas.

—¡Baby! —lo regaño interrumpiendo sus risas— ¡Salí con los ojos cerrados! ¿Estás de acuerdo que no solo tomó una foto? ¿Por qué tuvo que poner esa?

—Pues sus razones habrá de tener, ¿no seria él al que le gritaste que apagara el flash porque te deslumbraba mientras cenabas? —me pregunta en un tono burlón y tratando de ocultar las risas.

—¡Baby! ¡Basta! ¡Esos flashes estaban a punto de dejarme ciega! ¡Y además te pones de su lado! El mundo está en mi contra hoy —concluyo en un tono más bajo, exagerando desproporcionadamente mi reacción.

—Claro que no, muñequita, hermosa, ¿quién la quiere a la princesita? —responde en un tono mimado, pero sin dejar de burlarse de mí— Ya, mi amor, no te enojes. Lo más increíble de todo es que aún con los ojos cerrados y ese bigotazo en plan Emiliano Zapata, estas divina. ¿No viste la cara que tengo de bobo? Así me veo siempre cuando estoy contigo, todo mensote.

—No es cierto, tú sales guapísimo. Me encanta que estabas super rasuradito así con tu piel de bebé y que a ti sí se te ven esos ojotes cafés que conquistarían a cualquiera —confieso subiendo los pies al escritorio de mi papá.

—Ay, pues a mí me encantan tus mentiras —me dice riendo. Eso es algo muy nuestro. Siempre que nos decimos lo mucho que nos queremos o lo guapos que estamos, le decimos al otro que miente. Y aunque lo llevamos diciendo tres años, no me canso de escucharlo. Es como si cada vez que dijéramos eso, retumbara un "te amo" por detrás. —Pues te llamaba para quitarte ese mal sabor de boca, ¿vamos a comer?

—Voy a ir a ver vestidos de novia con mi mamá y Valentina, no sé cuánto nos tardemos —le cuento con la voz menos emocionada de lo normal por ver una foto en el escritorio de mi papá que me trae recuerdos nostálgicos.

Tomo la foto y estudio bien cada detalle. Tendría unos cinco años a lo mucho y mi papá me tenía sobre sus hombros. La foto fue tomada justo en el momento en que se escapaban mis risotadas. Tiene tanta vida que siento que puedo escucharme reír. Es un milagro que haya salido mi cabeza entera, dado a que la foto la tomó mi mamá y siempre suele sacar solo los pies y cortar todas las cabezas. Es lo que tiene ser modelo, como siempre es ella quien posa, piensa que no tiene que preocuparse por aprender a sacar una buena foto.

Es inevitable notar el parecido que tengo con mi papá. Aunque el color de ojos y pelo los saqué de las raíces europeas de mi mamá, las facciones de mi cara son una copia calca de las raíces aztecas de mi padre. Las pestañas chinas y pobladas. Los ojos hundidos. La barba partida. El pelo lacio y grueso. El color de piel se lo debo a las escapadas a Acapulco que me doy con mis amigas de la universidad de vez en cuando. Con los años he logrado que ese color nieve se tostara un poco y por ello me parezco aún más a mi papá.

—¿Baby, sigues ahí?

—Ay perdón, mi amor, estaba distraída.

—¿Serán los nervios, ya tan pronto? Te decía que si se van a ir de compras, te veo en tres meses, entonces.

—Bueno vestido de novia solo puedo comprar uno, o sea que por lo menos sabes que no estaré de tienda en tienda llenando bolsas, como siempre. Además faltan ocho meses, me gustaría bajar estas lonjitas antes de comprarme un vestido —me quejo agarrandome el exceso de "grasa" de mi panza.

—Ni se te ocurra bajar un solo kilo más ¡Vas a desaparecer, muñequita! Así estás perfecta. Ya sabes cómo me pone tu cuerpo así tal cual o yo diría que hasta te puedes dejar engordar unos diez kilitos de más y estarías igual de deliciosa.

—No, no, no, no, no, nada de kilos de más —repelo jugando con el cable en espiral del teléfono y no empieces a hablar de cosas sexys porque ahí viene mi papá —susurro en la bocina al escuchar los pasos en la madera. Ya tengo la suficiente confianza con él para hablar de temas sexuales, sin que se me suban los colores a la cara. En estos tres años hemos hecho de todo un poco, pero no lo he dejado "robarse mi flor", como dice Valentina, quien por cierto ya le urge plantar nuevas flores, porque de tanto que las regala su jardín ya parece desierto.

—¡Pero mira nada más qué sorpresa! —exclama mi papá en un tono sarcástico al entrar por la puerta— ¡de todos los cuartos de la casa, jamás pensé encontrarte en mi despacho! —completa dejando su portafolio a un lado de la entrada y se acerca a darme un abrazo—. Deberíamos de pasar tu cuarto para acá, pasas más tiempo aquí que allá. Y... no me digas, déjame adivinar que soy buenísimo para ver más allá de lo evidente —me ordena llevándose las manos a la cabeza como si fuera un psíquico— estás hablando con... con... ¿el terrible Pepe le Pew? —afirma con un tono de duda.

Llevo mi mirada al techo y me quito la bocina de la oreja acercándosela a mi padre para que Pepe lo salude.

—Buenas, suegrito, ¿listo para perder en el pokarito de mañana? —lo escucho gritarle.

—Creo que no es buena idea que vengas mañana, mi querido Pepe el Grillo —contesta mi padre quitándome el auricular de la mano—, me temo mucho que estas son ligas mayores. Si te atreves a pasarte por aquí, seguramente lo perderás todo y estoy seguro que ya sin un centavo, Lili se quitará al fin esa venda de los ojos y te quedarás sin novia y sin dinero en un mismo día —suelta con una risa macabra y fingida.

Mi papá adora a Pepe. Se llevan muy pesado, pero su amor es innegable. Dice que es como el hijo que nunca quiso tener. Lo que más me encanta es que mis padres y sus padres se llevan de piquete de ombligo y por eso fue feliz cuando supo que se quería casar conmigo, pero no tan pronto. Siempre me dice que me lo piense dos veces, que viaje más, que conozca el mundo, pero Pepe es mi mundo. Lo demás lo puedo conocer con él. Eso fue lo que le respondí con los ojos nadando en lágrimas, cuando vino a casa con su papás a pedir mi mano: tu ya eres mi mundo, pero muero por crear uno nuevo contigo.

Veo la bocina del teléfono moverse en frente de mí y entiendo que mi papá ya terminó de molestar a mi novio... prometido. Todavía me cuesta trabajo decirle así.

—Convéncelo de que no venga mañana que perderá todo lo que tiene —me dice mi padre al devolverme el auricular— acuérdate que puedo ver el futuro.

—Más bien tuviste suerte, pa. Pudo haber sido Valentina del otro lado de la línea —le respondo altanera. Son casi las dos únicas personas con las que hablo por teléfono. Somos como una pequeña familia y amo que seamos tan unidos.

—Imposible, Vale está abajo con tu mamá —me rebate levantando las cejas.

—Amor, ¡ya me voy que me están esperando para ir a ver vestidos! —exclamo al teléfono mucho más entusiasmada que antes—, si terminamos pronto te llamo para ir a cenar, ¿si? Te extraño, muero por verte —susurro con un tono mimado.

—¡Me encantan tus mentiras! Espero tu llamada, muñequita.

Cuelgo y veo a mi padre con la mano cerca de la cara imitando un teléfono.

—¡Te extraño! ¡Muero por verte! —repite con una imitación muy barata de mi voz.

—¡Me caes fatal!—. Tomo un papel sobre la mesa, lo aplasto en mi mano haciéndolo una bola y se lo aviento en la cara. Me rió como una niña traviesa y salgo de su despacho corriendo para evitar una guerra de bolas de papel. Al ir bajando esas interminables escaleras de mármol me encuentro con mi mi mejor amiga.

—¡Oye! ¿Y sí era algo importante? —escucho a mi padre a lo lejos.

—¡Demasiado tarde, pa! —respondo a gritos.

—¿Qué pasó? —dice mi amiga preocupada.

—Nada, mi papá, que tiene mucho tiempo libre. ¿Nos vamos?

La tomo del brazo y bajamos juntas las escaleras mientras devoramos a la clase entera de dirección estratégica.

—¿Viste la blusa que llevaba hoy Paola? —le pregunto aterrada— yo se que no tiene amigos, pero ¿nadie le puede decir lo mal que se le ve? Sentía que mi espacio visual estaba siendo limitado por su presencia, güey. Che gorda, me caga.

—Bueno, Lilu, pero las gorditas también tienen derecho a sentirse sexys de vez en cuando —me refuta y engancha su brazo con el mío.

—Me parece bien, que se sienta sexy... en su casa, pero no enfrente de mí. ¡Qué asco!

Entramos a la cocina y veo a mi madre metiéndole la cuchara a olla de Chelo, la cocinera, quien la mira impaciente para que le dé su aprobación.

—Buenisima, Chelo. Échale una pizca más de sal, que ya sabes que al señor le gusta todo muy sabroso.

Ver esa escena me arruga el corazón un poco y no puedo evitar acercarme a la olla para meterle la cuchara a la sopa de Chelo.

Cuando mi papá me preguntó qué quería de regalo de bodas, le dije que a la Chelo y a Rosalba. Cómo me encantaría que mi nueva cocina oliera igual que esta. Al entrar puedo saborear nada más con el olfato las tortillas calientitas de maíz, hechas a mano y las salsas tan picantes que hasta raspan la garganta.

Abro el tortillero, tomo una tortilla y la remojo en el molcajete que está lleno de una salsa roja con tomate y chile chipotle seco.

—¡Deja ahí, Liliana! —me reprende mi mamá— ¡No te va a quedar ningún vestido!

—Ay, es solo una, ma.

Chelo me guiña un ojo y me da otra cuando mi mamá se gira hacia el coche.

¡Cómo voy a extrañar a esta mujer!

Mi mamá se negó rotundamente a dejarme a sus mejores empleadas, que además tardó tanto en entrenar. Mis suegros decidieron regalarnos un departamento en Bosques de las Lomas, por lo que mi papá pensó que lo mejor sería regalarnos nuestra luna de miel por todo el continente americano. Europa ya lo tenemos muy visto, por eso empezaremos en el sur de Argentina, en la Patagonia. Subiremos por todo América del Sur hasta llegar a Centro América, de ahí tomaremos un crucero por el Caribe y conectaremos en Estados Unidos para seguir subiendo hasta Canadá y terminar nuestros dos meses de viaje en un crucero por Alaska.

Claro que me encanta la idea de recorrer el mundo con mi mundo, Pepe. Pero me hubiera gustado que mi mamá accediera a dejarme a Chelo al menos un par de veces a la semana.

Suspiro al salir de la cocina y le agradezco a mi querida cocinera el gesto de hacerme engordar con sus tortillas deliciosas.

—¿Vienes con nosotros, no? —pregunta mi madre señalándome el coche del chofer.

Jesús espera como siempre a un lado de la puerta de ese Mercedes Benz, negro y lujoso.

—Ya sabes que o-dio lo lento que maneja Jesús, mamá. Parece que va pasando encima de cartones de huevos y no quiere romperlos. Me estresa —le digo a sabiendas que mi voz es lo suficientemente alta para que pueda escucharme—. Me llevo mi coche, además, depende de la hora en la que terminemos, me iré a cenar con Pepe después.

—Valentina, vente conmigo y te regresas con mamá. ¿Duermes hoy en casa? —Asiente y se mete dentro de mi convertible rojo.

Me encanta saber que al llegar a casa, me puedo quedar horas platicando con Vale. Esa es otra de las muchas cosas que voy a extrañar cuando esté casada.

La imagen que se refleja en el espejo me sorprende hasta mí misma.

—Pareces salida de un cuento de hadas —reconoce Vale al verme salir por las cortinas de los vestidores de la pequeña boutique.

Escucho a mi madre a lo lejos soltar un pequeño grito ahogado. La miro a los ojos y veo que lucha contra las lágrimas que parecen quererla traicionar y no puedo evitar soltar una carcajada.

—Mamá, ¿vas a llorar?

—¡Por supuesto que no! Pero te ves... pareces una princesa... no,no, no, ¡un ángel!

—¿Verdad? ¡A mi también me encanta! —exclamo emocionada.

Paso las manos por mis pechos para sentir la suavidad de la tela y las bajo lentamente por mi cintura, mientras veo mi reflejo en el largo espejo ovalado de la habitación. La tela es de satín y tiene millones de pequeños dobleces, es brillante del torso y mate en la parte larga de la falda. Tiene cuerpo y un brillo natural que me obliga a seguir admirándolo. La falda se abre poco a poco quedando al ras del suelo como boca de campana. Tiene unos pequeños dobleces solo por un lado de la cadera y un solo tirante lleno de flores blancas.

En el reflejo, no solo veo mi imagen, sino la de Pepe, al verme caminando por el altar. Su sonrisa se extiende dejándome ver esos dientes perfectamente alineados y sus ojos llenos de vida esperando por mí.

—Es perfecto, amora, perfecto. ¿te lo llevas? —interrumpe mi madre mis pensamientos.

—¡Me encanta! Pero, ¿no debería de ver más?

La dependienta se acerca al escuchar el alboroto.

—Señorita Luján, si me permite opinar, a mi me parece que ese vestido está hecho para usted.

Miro al techo con molestia después de escuchar sus palabras y suelto un gemido. 

Odio que la gente de las tiendas me hable y me alabe. Siempre que abren la boca lo hacen con la única intención de vender. Son hipócritas y mentirosos. Jamás he oído que una dependienta me diga: Señorita ese vestido le queda como el culo. Seguro que por eso Paola se compra ese tipo de blusas pegaditas y va por el mundo enseñando la celulitis a lado de su ombligo. ¡Qué asco!

—Lili, ¡estás hermosa! En serio, hasta me dan ganas de casarme —refuerza Valentina.

Esas ya son palabras mayores.

—Lili, piénsalo. Si no te lo llevas ahorita y no encuentras nada mejor, tal vez cuando regreses ya no está.

—¿Lo puedo dejar apartado? —pregunto a la señora que está distraída buscando otros vestidos para mí.

—Puedes apartarlo con la mitad por cinco días, pero no hay devoluciones.

—Deberíamos poner un negocio de apartado de vestidos —le digo a Vale sarcásticamente mientras me coloco un velo sobre el pelo.

Mi madre y Valentina inhalan aire con sorpresa al mismo tiempo, cuando ven la perfección del velo armonizando con el vestido.

—No tengo palabras... estás... voy al baño.

Vale y yo comenzamos a reír, pues sabemos que por fin hemos encontrado el punto débil de mi madre.

—¡Me lo llevo! —ordeno confiadamente.

—¿Qué? —escucho a mi madre desde el baño.

—¡No creo que ningún otro vestido te haga llorar! —completo asintiendo satisfecha.

No quiero quitármelo. Me siento tan bien envuelta en esos pedazos de seda y satín. Me giro frente al espejo para poder ver todos los ángulos. Entre más lo veo, más me gusta.

—Quítenmelo ya o me quedo aquí para siempre.

—Hay que hacerle unos pequeños arreglos de lo largo y tal vez prensar un poco esta parte de la cintura, aunque si la boda es en ocho meses, habrá que venir nuevamente unas semanas antes para darle los toques finales.

La empleada pone unas agujas por todo lo largo de mi cintura y cerca de mis pies y me ayuda a bajar el cierre acompañándome hasta el vestidor.

—Hasta pronto —le digo a mi vestido dejándolo sobre el mismo gancho cubierto de tela.

—Pues Pepe no me va a creer cuando le diga que encontré mi vestido a la primera —me giro con Vale mientras mi mamá paga mi vestido con la tarjeta de mi padre.

En teoría, Pepe tendría que pagarlo, pero mi papá le dijo que a partir de que estemos casados, él se tiene que hacer responsable de mí por completo y para siempre, antes no. La responsabilidad de vestir a una hija, es del padre.

Saco mi nuevo Nokia de mi bolsa, aprieto las teclas que me sé de memoria, saco la antena del teléfono lo más alto que puedo para buscar recepción y espero a que dé tono.

—José Gutiérrez —contesta con esa voz masculina que me enamoró desde que la escuché en clase por primera vez.

Pepe es más grande que yo por cuatro años. Exactamente igual que mi papá y mi mamá. Por casualidades de la vida, también mis padres se casaron a nuestra edad, por ello mi papá no pudo refunfuñar tanto. Aunque si por él hubiera sido, me hubiera tenido en casa ¡hasta los treinta!

Nos conocimos en clases en la universidad, a pesar de ser mayor que yo, porque nos obligaban a llevar esas materias de relleno que se llaman "de integración". Jamás me había interesado "integrarme" tanto en una clase, como cuando lo escuché decir "presente", mientras el profesor pasaba lista. Unos presumen de haber conocido el amor a primera vista. El mío fue a primer oído.

—Baby, soy yo, ¿qué crees?

—¿Que ya recorriste mil ocho mil tiendas y aún no encuentras tu vestido?

—No, al revés, fue el primero que me probé —confieso orgullosa.

—¿En serio? Mi amor ya te quiero ver... aunque no sé cuánto tiempo pueda aguantar sin querertelo quitar cuando te vea entrar por la iglesia. Me imagino que está precioso, para no haber visto ni uno más.

—Con decirte que mi mamá lloró.

—¿Qué? —pregunta completamente sorprendido.

Salimos de la tienda mientras yo aún sostengo mi celular entre la oreja y el hombro y busco dentro de mi bolsa las llaves de mi coche.

Jesús se acerca al vernos salir y abre la puerta trasera del coche.

—Perame un segundo, amor, que me despido y ahorita me dices dónde nos vemos.

Abrazo a mi madre y a mi amiga con la emoción que me tiene dominada y llena de expectativas de un futuro que se aproxima deprisa.

Las despido con la mano mientras cruzo la calle y vuelvo a ponerme el celular en la oreja. Sigo sin encontrar las llaves de mi coche. Deberían de inventar algo para que no perdamos las llaves.

—Amor, ¿dónde nos vemos? —pregunto emocionada al sentir las llaves en mi bolsa.

—¿Vamos a comer al japonés que te gusta?, ¿se te antoja sushi? —me pregunta y tiro las llaves al suelo. Me agacho a recoger las llaves y todo lo que está en mi bolsa se cae al suelo también. Yo no sé por qué cargo tanto maquillaje si nunca suelo retocarmelo cuando estoy en la calle, es de mal gusto. Pero ahí están en el suelo mis sombras, labiales, corrector para las ojeras, mi cartera con todo mi dinero al aire. ¡Qué  estrés!

—Ay amor, ya tiré todo, qué desastre. Sí, vamos ahí si quieres, o a dónde tú quieras, me da igual. ¿Te veo ahí? —le digo mientras trato de meter mis cosas nuevamente a mi nueva Prada.

—Okey. Oye, ¿Sabes una cosa? —pregunta misterioso.

—No sé, ¿qué cosa? —respondo poco curiosa pues me estresa sobremanera que mi bolsa entera esté en el suelo en medio de la calle.

—Te amo, Liliana. Y ya no puedo esperar a ser tu esposo.

—Me encantan tus mentiras —les respondo sonriendo. Es muy raro que me diga que me ama. Aunque lo demuestra de mil maneras y lo dice sin usar esas palabras, no puedo negar en la voz al responderle, que me encanta escucharlo.

Escucho unas llantas chillar al hacer fricción con el suelo intentando frenar. Un golpe estruendoso me hace pensar que ha habido un choque e inmediatamente busco a mi madre y a Vale entre los coches. No puedo verlas.

Mi celular está en el suelo, junto con mi bolsa, me agacho a recogerlo y siento algo duro golpear mi cadera en un instante. Un impacto más choca en mi espalda con fuerza y finalmente siento mi cabeza tocar el suelo.

Puedo ver mi vestido danzando frente a mí y alejarse suavemente. Se sustituye esa imagen por la de mi madre sonriendo mientras prueba la sopa, su sonrisa se disuelve y escucho a mi amiga Vale hablando sobre el chico que conoció el día anterior. Su voz se pierde y aparece mi padre imitando mi voz con la mano en su oído como si fuera un teléfono "te extraño" dice y desaparece para dejar entrar a mi Pepe hablando en clase el dia que lo conocí, me mira de reojo y sonríe. Su imagen se disuelve y entran mis suegros riendo a carcajadas mientras juegan pokar, a su lado están sentados mis amigos de la prepa y puedo ver a Chelo y Rosalba paseando por la casa. La imagen se disuelve y aparece mi papá empujándome en mi bicicleta. Mi mamá se acerca a mí con una muñeca, mi primera muñeca, me la acerca a la cara moviéndola hacia los lados y me da un beso en la nariz. Escucho mi primera palabra: mapa. Y veo una luz muy blanca mientras resuena el eco de mi primera palabra una y otra vez.


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