Capítulo sesenta y ocho:
Como dios de la muerte, Anubis era una de las deidades de Helheim más antiguas, inclusive siendo el líder del panteón egipcio, siendo el juez del inframundo y reinando en el juicio celestial.
O al menos lo fue en el pasado.
Anubis no tenía precisamente la figura paterna más admirable. Era hijo de Seth, el señor del caos y el mal, cosa que en un principio le ganó una muy mala fama como hijo del señor rojo.
Sin embargo poco a poco fue ganándose una reputación como el temido señor de la muerte, cosa que Anubis no entendía.
Le era comprensible que le temieran como el hijo de Seth, pero no entendía que era lo que llevaba a todos a su alrededor a temerle a la muerte.
Esto mismo fue lo que lo llevó a cambiar a sí mismo, actuando como todos pensaban de la muerte, alguien frío e implacable, capaz de vencer al más fiero de los guerreros y más antiguo que el más sabio de los ancianos.
Sin embargo, fue la firme pero comprensiva y amorosa mano que se posó en su hombro la que le hizo cambiar de opinión.
—Mira los desiertos, sobrino—dijo Osiris, el dios de la agricultura—. La tierra seca, donde a primera vista solo habita la muerte.
El joven Anubis miró las Arenas sin entender lo que su tío le estaba diciendo.
—Es el reino de mi padre—contestó la muerte—. Es natural que sea yo el que habite ese paisaje sin vida.
Osiris se río un poco y negó con la cabeza.
—Sobrino, recuerda que soy dios de la fertilidad, y por eso sé que incluso en el desierto más seco la vida se abre camino.
Anubis negó con la cabeza.
—En las arenas solo habitan seres como yo—respondió—. Implacables, fríos y crueles, así es como la muerte se mueve, las criaturas del reino de mi padre son como yo, la Muerte.
Osiris miró con tristeza a su joven sobrino.
—Por favor, Anubis, quiero que mires con más atención—pidió—. Fíjate en los perros del desierto, los chacales.
La muerte obedeció sin entender nada.
Durante días y noches Anubis bagó por el desierto, observando y estudiando a dichos animales, sabiendo en el fondo de él que las palabras de su tío Osiris eran importantes, tenían un significado oculto que el estaba más que dispuesto a enfrentar.
Y finalmente lo entendió, esos animales, que él creía fríos y crueles, no lo eran. Eran depredadores, pero no atacaban a cualquiera sin razón alguna, eran más que eso.
"Me descubro pensando en la humanidad. Su actitud hacia mi regalo es extraña. ¿Por qué temen las tierras sin sol? Tan natural es nacer como morir. Pero me temen. Les aterrorizo. Intentan aplacarme. No me aman.
Pero hoy lo entendí, soy el remedio para el enfermo, como salir a un jardín tras la enfermedad
Soy la muerte, como el olor de la mirra. Como sentarse bajo una vela con un buen viento.
Soy como la corriente de un arroyo, como la vuelta de un hombre del barco de guerra a casa.
Soy la muerte, como el hogar que un hombre ansia ver, después de muchos años prisionero.
Finalmente comprendía. Tengo una función que desempeñar, responsabilidades que cumplir"
—Parafraseado de The Sandman Vol 2 (Neil Gaiman)
Una revelación que cambió por completo la forma en que la Muerte se veía a sí misma, un cambio en su forma de ser y actuar, cumpliendo con su sagrada misión, guiando las almas a la otra vida y siendo el alivio del dolor, una bocanada de aire en las profundidades del mar, la luz al final del túnel.
El respeto que el dios sentía por su tío Osiris creció y creció, se hicieron más cercanos, y el respeto no hacía más que crecer.
Anubis sentía una enorme admiración por el dios de la agricultura y fertilidad, confiaba ciegamente en él, y Osiris respondía a esa confianza abriéndole los ojos a Anubis para que su fe ciega se convirtiera en una lealtad crítica y fundamentada.
Sin embargo, todo tenía que llegar a su fin.
Seth, el dios rojo, señor del caos y la maldad, rey de los desiertos, asesinaría a Osiris.
Y con un profundo dolor en su alma, la Muerte cumplió su sagrado trabajo, tomando el alma de su amado tío.
Pero, por única vez en su vida, la Muerte decidió que él no sería la luz al final del túnel. Convertiría el fin en un nuevo renacer.
Los egipcios solían creer que la muerte no era más que un nuevo comienzo, el inicio de algo más grande. Cada día era un nuevo mundo, y cada muerte un nuevo nacimiento.
Isis, diosa de la magia y esposa de Osiris, reuniría los pedazos del cuerpo destruido de Osiris, y Anubis lo reanimaría, usando vendajes y hechizos logró restaurar casi en su totalidad a Osiris, pero había cometido un error crucial.
Cuando Osiris fue reanimado, un único pedazo de su cuerpo jamás fue recuperado, su miembro viril había sido devorado por el dios cocodrilo Sobek (el traga pitos). La falta de una parte tan importante del cuerpo causó que Osiris no regresara en toda su gloria a la vida.
En su lugar, era un muerto en vida, débil y acabado.
Las esperanzas del regreso de Osiris cayeron al abismo más profundo.
Sin embargo, eso no sería el final del dios de la fertilidad.
Al ser un dios reanimado, Osiris era débil en el mundo terrenal, pero en la Duat, en el inframundo, era más poderoso de lo que nunca antes pudo sí quiera imaginar ser. Anubis supo al instante lo que tenía que hacer.
El dios entregó el trono del inframundo a su tío Osiris, nombrándolo juez de los muertos y agradeciéndole por todo en el proceso.
Anubis siguió con su labor sagrada de tomar y guiar almas de los muertos, además de supervisar los juicios celestiales al lado de su primo Horus, con ambos dioses vigilando la balanza de la Ma'am y asegurando que las almas dignas recibieran una recompensa, mientras que las malvadas fueran devoradas.
Por más milenios que pasaban, por más guerras y muertes, Anubis siempre hacia su trabajo sin dudar.
Pero, por alguna razón, esta vez, en aquel combate del Ragnarok, dudaba, algo dentro de él, en lo más profundo sabía que tomar el alma de aquella maga no era lo correcto.
Pero también sabía que ese no era el momento para dudar, la Muerte había posado sus suaves alas negras sobre su presa, y eso significaba que no se echaría atrás, sin importar que.
...
Sadie y Anubis se lanzaron al mismo tiempo a la carga.
El dios saltó ágilmente evitando el primer ataque de la maga, para intentar atacar con una lluvia de cortes y cuchilladas con sus hojas negras.
Sadie hizo girar el báculo dorado e invocó su poder, encendiendo la punta con una llama negra que se expandió hasta convertirse en un escudo protector que desvió los ataques del dios.
—Magia de la muerte contra magia de la muerte—dijo Sadie—. Lamentaras no haber tomado mi alma cuando pudiste.
La joven golpeó el estómago del dios y lo lanzó con fuerza hacia atrás, al mismo tiempo en que las llamas negras lo envolvían en un extraño capullo de oscuridad.
Los cuchillos del dios sobresalieron de entre las cuerdas de fuego negro y absorbieron las flamas dentro de sus hojas. Anubis mostró sus colmillos antes de volver a atacar.
Sadie y él intercambiaron una serie de ataques mientras giraban uno alrededor del otro, con el báculo de Anubis protegiendo a la maga. El dios supo que si quería ganar dicho encuentro, tendría que destruir su propia arma.
Anubis cargó una vez más, y Sadie respondió invocando los vientos, pero en lugar de tonalidades multicolores, ahora eran de un negro muerte.
Anubis cortó el aire com sus cuchillos, y dos líneas de oscuridad se trazaron en el aire.
El dios siguió atacando una y otra vez, trazando más líneas de oscuridad por la arena, por las cuales la muerte se filtraba, deterioraba la estructura del estadio e irradiaba debilidad hacia Sadie.
La maga sentía que se le iban las fuerzas en las extremidades, conocía la sensación del abrazo de la muerte, aunque de una manera un poco más literal, sabía que tenía que detenerlo pronto.
Anubis se paró en seco frente a Sadie y alzó ambos brazos mientras sujetaba con fuerza sus cuchillos y sus ojos brillaban con una luz azul propia de miles de almas cosechadas.
—¡Deja que la muerte envuelva la arena!—gritó—. ¡Deja que tu dolor terminé, que su cansancio se desvanezca y que las preocupaciones se vayan! ¡La muerte está aquí para librarte de todos esos pesares!
Las grietas se expandieron y empezaron a liberar energía oscura en forma de rayos.
Geir empezó a temblar acobardada, pero para su sorpresa Brunhild también lo estaba haciendo.
—¿Qué está pasando, hermana?—preguntó desesperada la joven.
—Y-yo... yo creo... creo que... no lo sé...
En su palco, Ares también empezó a temblar.
—¡¿Qué demonios está sucediendo?!
Hermes ladeó la cabeza.
—No es para tanto, así se ve siempre cuando entras o sales de Helheim—murmuró.
Ares miró a su hermano preocupado.
—¿Cómo sabes que...?
—No olvides, hermano, que al igual que Anubis, también soy el guía de los muertos, entrar y salir de Helheim es normal en mi día a día.
Ares tragó saliva y miró las gritas descontroladas en la arena, que parecían estar consumiendo la realidad misma.
—Pero... ¡¿pero porque estamos entrando a Helheim?!
Hades se llevó la mano a la barbilla y analizó el cielo.
—No estamos entrando a Helheim—decidió—. Helheim está subiendo al Valhalla.
—¿S-subiendo?—murmuró Ares.
Zeus se rascó la barba preocupado.
—Eso no puede ser bueno—decidió—. El caos que se crearía de dicha fusión de reinos... oh, ya veo.
Ares miró a sí padre.
—¿Q-qué cosa, Lord Ze-Zeus?
El anciano señaló la arena de batalla.
—El pequeño Anubis está invocando al caos, en su significado más destructivo—explicó—. Igual que su padre Seth, está usando el caos como un arma.
Sadie también lo había notado.
—Definitivamente estás loco—gruñó—. ¡¿Quieres matarnos a todos?!
Anubis sonrió satisfecho al ver el poder que había desatado, respirando con dificultad y su rostro perlado de sudor, pero satisfecho.
—No si puedes detenerlo—dijo el dios—. Me imagino que una maga como tú conoce el hechizo más poderoso que existe en la magia egipcia.
Sadie miró el cielo en caos y miró furiosamente a la Muerte.
—Eres un idiota, no tengo suficiente magia como para...
—El báculo—interrumpió Anubis—. Mi báculo tiene poder más que suficiente, si puedes manejarlo.
Sadie sabía que era una trampa, Anubis quería que detuviera el caos.
Pero, por otro lado, sí no lo hacía todos morirían en cuestión de segundos,
—No tienes idea de lo mucho que te odio en este momento—gruñó Sadie.
La joven hizo girar su báculo y golpeó el suelo con todas sus fuerzas, dos alas de luz multicolor brotaron de su espalda y sus ojos se iluminaron despidiendo un color blanco puro. Los jeroglíficos se arremolinaron a su alrededor al tiempo que gritaba la palabra de poder más poderosa que existía:
—¡Ma'at!
¡ORDEN!
...
Y por si les interesa, aquí el fragmento original del que parafraseé el poema sobre la muerte.
Contexto: Dream (sueño) también conocido como Morfeo, es el protagonista de los cómics de Sandman, en los que se habla de The Endless (Los eternos), pertenecen a DC y son de lo mejor qué hay en materia de cómics, lo recomiendo encarecidamente.
Hoy tengo la muerte ante mí... (fragmento de The Sandman)
Me descubro pensando en la humanidad. Su actitud hacia el regalo de mi hermana es extraña. ¿Por qué temen las tierras sin sol? Tan natural es nacer como morir. Pero la temen. Les aterroriza. Intentan aplacarla. No la aman.
Hace muchos miles de años oí una canción en un sueño, una canción mortal que celebraba su regalo. Aún la recuerdo:
"Hoy tengo la muerte ante mí: como un remedio para el enfermo, como salir a un jardin tras la enfermedad.
Hoy tengo la muerte ante mí: como el olor de la mirra. Como sentarse bajo una vela con un buen viento.
Hoy tengo la muerte ante mí: como la corriente de un arroyo, como la vuelta de un hombre del barco de guerra a casa.
Hoy tengo la muerte ante mí: como el hogar que un hombre ansia ver, despues de muchos años prisionero. "
Ese poeta olvidado la comprendía. Mi hermana tiene una función que desempeñar, igual que yo. Los Eternos tenemos responsabilidades. Yo tengo responsabilidades. Camino a su lado, y la oscuridad abandona mi alma. Camino con ella, y oigo el suave aleteo de sus poderosas alas...
Casa de muñecas - The Sandman Vol 2 (Neil Gaiman)
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro