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Capítulo noventa:


El segador brillo del fuego dorado se desvaneció en el aire, dejando el cielo casi vacío.

El carro de Helios se quedó suspendido en las alturas, admirando como su tormenta solar había despejado el Aether. No habían nubes, y mucho menos cazas estelares.

—¿Q-qué pasó... qué pasó con Vader?—preguntó Geir.

Nadie parecía conocer bien la respuestas.

En las gradas, los dioses empezaron a celebrar.

—¡Lord Helios desintegró por completo a ese humano!

—¡Era obvio que ese pedazo de chatarra no iba a durar demasiado contra él!

—¡Tomen eso, estúpidas plagas!

Helios inspiró profundamente y se relajó, disponiéndose a bajar hacia la arena y reclamar su victoria. Un escenario esperanzador y luminoso incluso para los humanos.

Pero el rugido de una nave que viajaba desde las alturas llegó para matar toda esperanza de victoria.

Los láseres verde esmeralda partieron el aire y tomaron por sorpresa a todos los espectadores y al propio Helios.

El titán no tuvo tiempo para responder, sólo pudo alzar los brazos esperando poder aguantar el golpe.

Pero los disparos no le apuntaban a él.

La cuadriga solar se desplomó de los cielos, cayendo violentamente cuando uno de sus tres bueyes fue literalmente destruido por el poder de los cañones del TIE Advanced.

—Eres imprudente al bajar tus defensas—dijo la mecánica voz del lord sith mientras reaparecía en el campo de batalla.

La veloz nave pasó a un lado de la cuadriga de Helios, para luego volver a subir y posicionarse para un siguiente ataque.

—¿Cómo fue que Vader sobrevivió a la tormenta solar de Helios?—preguntó Apolo horrorizado—. ¡Debería no ser nada más que cenizas!

Will observó atentamente la nave imperial, no se veía bien, temblaba y echaba humo. Grandes cortinas negras que se extendían desde la parte trasera del caza y dejaban un rastro de contaminación por el cielo.

Aun así, el hijo de Apolo no pudo evitar soltar una risa.

—Dio un salto al hiperespacio y lo canceló de inmediato—entendió—. Prácticamente aceleró a la velocidad de la luz para luego detenerse de golpe. Eso tuvo que ser terrible para la estructura de la nave y salud del piloto, pero le sirvió para sobrevivir a la tormenta de fuego, atravesándola literalmente a la velocidad de la luz.

Apolo miró sombríamente cono la cuadriga de Helios se precipitaba desde las alturas mientras el caza de Vader se preparaba para una segunda ráfaga de disparos.

—Y lo más irónico del asunto—siguió Will—. La nave de Vader obtiene su poder del sol. Los panales de sus alas son celdas solares de alto rendimiento.

Apolo gruñó.

—Ya no puedo seguir viendo esto.

Él tomó su arco, pero la firme mano de Brunhild lo detuvo.

—No puedes ni vas a intervenir—dijo firmemente.

—Pero...

—Incluso si es a favor de los dioses, la intervención será castigada, y me niego a perder esta batalla por tu culpa.

Apolo miró con tristeza las alturas.

Helios tomó su espada y con los ojos llenos de lágrimas cortó las riendas de su segundo animal sagrado muerto.

La carroza se estabilizó y los bueyes empezaron a gruñir, un gruñido que poco a poco se transformaba en un rugido.

Sus peludos cuerpos se transformaron en troncos escamosos. Sus pesuñas se convirtieron en garras. Sus cuernos desaparecieron para dejar paso a colmillos, y grandes alas surgieron en sus espaldas.

—Dragones del sol—reconoció Apolo—. Odio a esas cosas.

Los dos dragones se elevaron por el cielo, rugiendo con tanta ira como Helios, deseosos de matar a aquel que les había arrebatado a dos de sus hermanos.

Los dragones exhalaron un par de pilares de fuego, que el caza de Vader logró evadir a medias girando sobre si mismo.

Sin embargo, el daño en la estructura de la nave ya era demasiado, sin tanta velocidad al moverse, el caza fue alcanzado en un costado por uno de los pilares, y se precipitó dando vueltas incontrolablemente hacia el suelo.

En un rápido giro de los eventos, Helios recuperó la delantera en el combate.

—¡Roda...!—exclamó el titán—. ¡Ya he perdido a dos de mis corceles, estoy luchando por exterminar a los humanos que tanto amé, ¿cuánto más necesitas para perdonarme?!

...

La tragedia de Helios había empezado por culpa de aquello que lo hacía tan especial, su bondad.

El titán que había apoyado a los dioses, que llevaba la luz al mundo y daba consejo a todo el que lo necesitara.

Capaz de verlo todo desde el carro solar en las alturas, era incapaz de hacer la vista gorda a los asuntos que involucraban a sus amigos de una u otra forma.

Tal vez recuerden aquella vez que informó a la diosa Deméter del secuestro de su hija Perséfone por parte del rey de helheim. O aquella ocasión en la que entregó una copa dorada a Hércules para que éste pudiera cruzar el mar de camino a su décimo trabajo.

Así que cuando vio a Afrodita, esposa de su amigo Hefesto, acostándose con Ares, tuvo que actuar de inmediato.

El titán corrió a contarle lo que vio al señor de la forja, quien herido y traicionado agradeció a Helios y luego tendió una trampa al par de dioses antes mencionados. Humillándolos públicamente frente a todos los cielos gracias a una red dorada.

Para Helios el incidente se había terminado, sin embargo para Afrodita apenas estaba apunto de comenzar.

Una simple maldición lanzada por la diosa del amor causo que incluso el poderoso Helios cayera derrotado, por nada más y nada menos que una simple y pequeña mortal: Clímene.

Una oceánide, una ninfa, un espíritu de la naturaleza que a los ojos de los dioses no era mucho más que un humano del común. Vivían en Midgard, se mezclaban con los humanos libremente y tenían descendencia con ellos. No eran más que un tipo de mortales ligeramente más longevo.

Y aún con eso, llamó la atención de Helios.

Terriblemente presente en su mente y sueños, el dios titán no sabía cómo actuar.

Él tenía una esposa que amaba, Roda, hija de Poseidón. Por lo que se sentía terrible y sucio de tan sólo anhelar estar con alguien más.

Tal vez si el señor del sol hubiera sabido que todo se trataba de una maldición podría haber acudido con su primo Zeus y éste hubiera obligado a Afrodita a detenerse.

Pero Helios jamás supo lo que le pasó.

Un día como cualquier otro simplemente no pudo más y se acercó hacia la mortal.

Palabras que se convirtieron en conversaciones, conversaciones que se convirtieron en visitas constantes, visitas que se transformaron en algo aún mayor.

Y antes de darse cuenta, ambos ya habían engendrado a seis hermosas hijas, las Helíades, y a un hijo, el menor de todos, un semidiós llamado Faetón.

Esa fue la gota que colmó el vaso, porque cuando el hechizo de Afrodita se rompió sobre Helios, él ya había desarrollado un amor genuino por los siete hijos que había tenido con Clímene.

Aún así, el titán se sentía demasiado sucio e indigno.

Se retiró a los cielos, pensado en cómo confrontar la situación que se avecinaba. Y es que fue solo cuestión de tiempo para que la noticia de los nuevos siete hijos de Helios llegaran a oídos de los Helíodas: los siete reyes de la isla de Rodas, hijos de Helios y Roda.

Y por consiguiente, la noticia llegó a Roda.

Una brutal pelea se desató entre la diosa del mar y el titán del sol.

Helios había pasado en cuestión de segundos de ser visto como un amoroso padre y esposo, a ser un sucio traidor que su familia repudiaba.

Sus hijos cortaron cualquier contacto con él, y Roda quedó simplemente destrozada. Y cuando su tristeza pasó, llegó la incontenible ira.

Helios se quedó solo, aislado en su palacio, sin salir, sin hablar, sin comer y sin dormir. Solamente se sentaba en su trono dorado y miraba a la nada, preguntándose cómo había caído tan bajo.

La cosa fue tan seria que dioses solares de otros panteones se vieron obligados a acudir a Grecia para suplir el rol de Helios en el carro solar, todo para evitar que la eterna noche se cerniera sobre el territorio helénico.

El menor de los hijos de Helios, Faetón, aún era muy pequeño como para entender bien lo que sucedía.

El solo sabía dos cosas, su padre era el sol Helios. Y él se había ido para ya no volver.

Faetón alardeaba con sus amigos de que su padre era el dios-sol, y ellos se resistían a creerlo. Uno de ellos, Épafo, decía ser hijo de Zeus para competir con él, lo que enojó a Faetón, que terminó acudiendo a su padre Helios, buscándolo incansablemente hasta encontrar su gran palacio dorado.

Helios estaba extremadamente alegre de volver a ver a un miembro de su familia, su hijo menor ni más ni menos, que no lo odiaba, y que de echo lo había buscado sin descanso.

En su extrema felicidad, el titán juró por el río Estigia darle a su hijo lo que pidiera. Faetón quiso conducir el carruaje solar un día. Aunque Helios intentó disuadirle, Faetón se mantuvo inflexible, y debido a su inquebrantable juramento, Helios accedió.

Cuando llegó el día, los cielos estaban emocionados, todos creían que Helios finalmente volvía al cielo, pero se equivocaban.

Faetón se dejó llevar por el pánico y perdió el control de los caballos blancos que tiraban del carro. Primero giró demasiado alto, de forma que la tierra se enfrió. Luego bajó demasiado, y la vegetación se secó y ardió. Faetón convirtió accidentalmente en desierto la mayor parte de África, cosa que no agradó mucho a los dioses nativos.

Finalmente, Zeus fue obligado a intervenir golpeando el carro desbocado con un rayo para pararlo, y Faetón se ahogó en el río Erídano. Su amigo Cicno se apenó tanto que los dioses lo convirtieron en cisne. Sus hermanas, las helíades, también se apenaron y fueron transformadas en álamos, quienes se quedarían llorando alrededor del lago para toda la eternidad.

En un solo día, y por culpa nada más que suya, Helios había matado a sus siete hijos menores.

Si antes Helios estaba deprimido, ahora simplemente no tenía intenciones de vivir más.

Pero no podía irse, no después de lo que le había hecho a Roda. Helios se juró a sí mismo que no moriría hasta que su esposa lo perdonara.

Las cosas no fueron bien, primero hubieron décadas en las que Helios se encerró en su palacio sin hacer nada más que sufrir.

Tiempo que Apolo aprovechó para hacerse con el control del carro solar, haciéndose llamar Apolo-Helios, señor del sol.

El titán no solo había perdido a su familia por su insensatez, a sus hijos seguro por su emoción. Sino que ahora también debía sumar su único dominio por su irresponsabilidad.

Luego llegó su época de esconderse, esconderse de la furia de Poseidón, quien se había enterado de lo sucedido, y jamás perdonaría un acto de traición por parte de un dios hacia otro.

Luego, cuando lograba deshacerse por el suficiente tiempo del tirano de los mares, Helios intentaba acercarse a Roda o a sus hijos Helíodas. Nunca tuvo éxito.

Pero finalmente Zeus lo convenció de dar la cara en el Ragnarok. Eliminar por completo a los humanos sería muestra de que el titán no amaba a nada más que a su esposa. Y vengar la muerte de Poseidón, el padre de Roda, sería la cereza del pastel.

Es por eso que Helios no podía perder, su determinación ardía como el sol y su luz que bañaba a todo el universo destelleaba enérgicamente mientras cabalgaba hacia las alturas por primera vez en milenios.

...

Y ahora, mientras el TIE Advanced se acercaba más y más al suelo, Helios observaba desde las alturas, preparándose para dar el golpe de gracia.

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