El Monstruo Marino:
AÑO 1564
William Adams nació en el condado de Kent, Inglaterra.
Mientras que se ganaba la vida como un marinero al igual que su padre, su madre le enseñó cierto arte marcial.
Pese a que la madre de William era una mujer, algo era practicado en la Europa del momento: juicios por duelo. Era una guerrera veterana que continuaba peleando como una guerrera suplente.
Y así, esa madre con un increíble talento para el combate le confió la danza de la muerte que ella misma había perfeccionado a su hijo, que había heredado su mismo talento.
Olas sacudían los embravecidos mares, sacudiendo la trirreme griega de un lado a otro con violencia. William se reía a carcajadas, habiendo cruzado hojas con su oponente y forcejeando frente a frente.
—Ya es tiempo de que use mi Dirk Dance—sonrió el marinero—. ¿Acaso un honorable rey entre los dioses puede hacer algo como una danza?
La mirada de Poseidón reflejaba un odio tan puro que resultaba palpable en el aire. Todo aquel imparable poder e irrefrenable ira, tanta intensión asesina en un hombre de apariencia tan elegante sólo sirvieron para excitar aún más el ánimo del británico.
—Eso es tan erótico—rió—. Entonces, mostrémosle al público nuestra sesión de dos. Aunque... ¿Podrá seguirme el ritmo?
La daga del humano se deslizó sobre el tridente del dios a toda velocidad, echando chispas al contacto.
—¡¡Su reacción es muy lenta!!
Con un poderoso movimiento, Adams expuso por completo la guardia de su adversario. Poseidón abrió los ojos en gesto de confusión, viendo como su adversario continuaba atacando entre salvajes aullidos:
—¡¡Allá voy!!
Ambos contrincantes se deslizaron a través del campo de batalla. Poseidón retrocedía sin poder evitarlo, con las armas de ambos chocando una y otra vez en el aire, balanceándose de un lado a otro en medio de una mortal danza de espadas.
Poseidón notó como sus movimientos estaban siendo controlados, como su tridente no respondía a su fuerza, sino a la de su oponente, como su cuerpo se movía en contra de su voluntad, haciéndole moverse de forma extraña y errática, exponiendo su guardia del todo, a una distancia demasiado cercana como para usar la lanza apropiadamente.
—¿Qué le parece nuestra danza?—sonrió Admas, enseñando los dientes.
La hoja del británico atravesó el aire como un rayo. Sangre mancho la cubierta del barco, haciendo que los dioses saltasen de sus asientos en absoluta conmoción.
"Finalmente"—pensó Brünnhild—. "¡¡Poseidón ha sido cortado!!"
El tirano de los mares abrió los ojos desmesuradamente, incrédulo ante lo innegable. En las gradas, Mōri Terumoto sonreía con malicia, observado el campo de batalla mientras reía por lo bajo, satisfecho en la elección de su guerrero representante, seguro de que sería finalmente William quien trajese la primera victoria de la humanidad.
—Aquellos que son tragados por la danza Adams ya no serán capaces de pelear bajo su propia voluntad. Pero su especialidad aún está por comenzar—comentó—. Esto me trae recuerdos de la impresión que sufrí el día que fui testigo de él...
TRES MESES ATRÁS, DOMINIO DE CHOUSHU, SUO
—¡¡Señor, ha ocurrido algo importante!!—avisó con urgencia un samurai, cubierto de sangre y heridas.
—¿Qué demonios ocurre?—cuestionó Terumoto irritado—. En estos momentos estoy a punto de elegir al representante del Clan Mōri para el Tenkaichi.
—¡¡L-lo cierto es que acabamos de descubrir un barco extranjero encallado!!—se explicó el guerrero—. Cuando estábamos a punto de tratar de detener a los marineros... u-un monstruo salió del interior del barco...
Mōri se mostró intrigado.
—¿Has dicho "un monstruo"?
Cuando mi vasallo usó la palabra "monstruo", pensé que se trataba de sólo una exageración. Sin embargo, cuando lo vi, instintivamente supe que absolutamente nunca me debía convertir en el enemigo de un monstruo marino.
—¡Señor! ¡Es aquí!—explicó el samurai, una ves llegados a la costa.
Desde la espalda de su caballo, Mōri observó la peor de las masacres manchando la playa de rojo y cubriendo la arena con cuerpos sin vida.
—¿Qué demonios es esto...?
Con ojos abiertos como platos, fue testigo de la solitaria figura de una bestia que se alzaba sobre los cadáveres: un hombre desnudo de cabello sacudido por el viento y descuidada barba que miraba a los recién llegados con unos ojos inyectados en sangre.
—No puede ser... ¿decenas de mis guerreros han sido asesinados por un sólo hombre?
El monstruo marino se volvió hacia él con aquella mirada perdida en la locura y los deseos carnales, hablando con voz rota tras días de naufragio, pero poderosa, salvaje en su vibrar:
—Hey, so you have finally arrived—sonrió—. Are you the boss around here?
Mōri alzó una ceja.
—Esas palabras... ¿es inglés?
La sombría mirada de William seguía clavada sobre él.
—For now, prepare me some alcohol and women. Otherwise, I will kill you and take all your territory. All right, boss?
Con el más absoluto de los horrores, Mōri Terumoto comprendió que acababa de conocer al monstruo del Tenkaichi.
En el presente, dios y hombre cruzaban armas a toda velocidad mientras se movían por el campo de batalla y las olas sacudían el mar. William sonreía, cubierto en agua marina y sudor, empujando cada vez más a su oponente.
—¡¿Qué ocurre, Lord Poseidon?! ¡¡Sus pasos se han vuelto más lentos!!
Un nuevo corte se abrió en el cuerpo de la deidad, escupiendo un chorro de sangre desde su brazo derecho. William cargó su peso sobre su adversario, cruzando hojas, quedando cara a cara con el dios, mirándole muy fijamente a los ojos y desde muy cerca, sonriendo de oreja a oreja, riendo a carcajadas.
—El atractivo sexual de su hermoso cuerpo ha aumentado al teñirse de sangre—comentó—. Demonios, es la primera vez que quiero violar a un hombre.
—¡INCREÍBLE!—exclamó Heimdall—. ¡POSEIDÓN ES COMPLETAMENTE INCAPAZ DE PELEAR BAJO SU PROPIO MOVIMIENTO! ¡¡ES COMO SI ESTUVIERA SIENDO FORZADO A BAILAR CON WILLIAM!!
Brünnhilde se llevó una mano al rostro, sonriendo con satisfacción a causa del devenir de los eventos.
—Es el resultado esperable—dijo—. En las técnicas de espada occidentales, uno controla a su oponente golpeando la hoja de su espada. Esto es algo que rara vez se ve en los estilos de espada de Japón. Una técnica conocida como "Bind".
Un arte marcial con un ritmo y espacio únicos, Dirk Dance. Una técnica con la que se pueden controlar los movimientos del oponente, Bind. Aquellos que se enfrentan a William Adams, quien controla y combina ambas, sufrirá una agonizante muerte por ahogamiento, como si hubieran sido tragados por un remolino.
Y así parecía ser, pues Poseidón se hundía cada vez más, perdiéndose en las profundidades de los mares que se suponía él gobernaba con puño de hierro. De entre la penumbra del abismo, un terrible monstruo emergía, envolviéndolo con su serpentino ser, alzándose imponente e inabarcable, una serpiente de imposibles magnitudes, el mismísimo Leviatán que moraba en las aguas antiguas de la creación y esperaba el momento de abalanzarse y cerrar sus fauces sobre su víctima.
Ambos adversarios cruzaron armas una vez más. William respiraba con agitación, el rostro chorreando de sudor.
—¿Qué ocurre?—preguntó—. ¿Acaso sus movimientos se están volviendo cada vez más lentos? ¿Ya estás llegando a tu limite?
Una leve sonrisa tiró de los labios del dios tirano de los mares. Silbando una extraña melodía, Poseidón lanzó una promesa al aire, con la mirada oscurecida y los músculos de su cuerpo hinchándose de poder. La presión se volvió demasiado como para soportarla, y en medio de un salvaje estallido de huracanados vientos William fue mandado a volar de espaldas.
En menos de un parpadeo, un profundo corte sangrante apareció en el costado izquierdo del humano. Luego, antes de que nadie pudiese reaccionar, la cabeza de británico escupió sangre a chorros.
"Imposible..."—pensó William, comenzando a desesperarse y temer—. "Esto es..."
Adams se las arregló para protegerse con su daga de la siguiente estocada, pero la brecha entre ambos se hacía más corta a cada momento. Los ojos muertos de Poseidón, como oscuras cuencas oceánicas, se fijaron sobre su víctima mientras una serie de veloces golpes con su tridente empezaban a abrir múltiples cortes en la piel del humano, desgarrando su piel, destrizando su carne, músculo y hueso, enviando terribles descargas de dolor a través de todos sus sistemas.
"¿Qué...? Esta sensación es... como si mi intensión asesina se estuviera reduciendo rápidamente hasta su límite"—comprendió William, mientras se veía atrapado en un remolino, en un maremoto, como si el océano mismo se hubiese vuelto en contra del Leviatán.
Adams se hundía, incapaz de respirar, incapaz de moverse. Perdía fuerza en las extremidades y sangre a litros. La sombra de un dios furioso se cernía ante él, eterno, imparable, digno e inamovible. La furia de los mares desatada sobre un único individuo, una entidad primigenia que existiese en los cielos antes del Big Bang mismo. Un rey cruel y poderoso que sometía los océanos bajo su inconmensurable ira.
"Así que esto es un dios..."
Y el Leviatán se hundió, arrastrado impotente por la corriente, por la tormenta, por la furia y terror viviente que los mares encarnaban, pues ni siquiera el enorme Leviatán era algo ante la inmensidad del océano, y William Adamas no era nadie ante el tremendo poder de los dioses.
—¿Qué demonios está pasando ahora?—se revolvió el público.
—Esto es...
—¡¿POSEIDÓN ESTÁ HACIENDO RETROCEDER A WILLIAM SÓLO CON ESTOCADAS?!—gritó Heimdall, antes de que algo más llamase su atención—. ¿EH? EL CIELO ESTÁ...
Nubes oscuras se cerraron sobre el anfiteatro como la tapa de un sarcófago. Una fina cortina de lluvia cayó desde las alturas, rápidamente convirtiéndose en una rugiente tormenta de huracanados vientos
—Sí, ya falta poco—sonrió Hermes, divertido.
—Las olas... el mar se está embraveciendo—comentó Ares.
Las olas azotaron la embarcación, amenazando con volcarla, haciendo la madera chillar, los remos crujir y arrancando las velas del mástil. La lanza de Poseidón atravesaba el cielo como un rayo, dejando rastros de tejido carmesí a su paso. William seguía retrocediendo, cada vez más cubierto de sangre, cada vez más sumido en la desesperación.
—¿Qué pasa?—preguntó con voz fría el tirano de los mares.
Ese momento fue el primero en que los dioses habían dirigido aquellas palabras a un hombre.
Una cruel sonrisa se ensanchó en el rostro de la deidad, con sus secos ojos reluciendo con retorcida diversión:
—Creí que eras capaz de controlar mis movimientos, insignificante pedazo de mierda.
"LEER LA VOLUNTAD DE LOS DIOSES ES ARROGANTE. REVELARSE EN ESA ARROGANCIA ES RESERVADO PARA AQUELLOS VERDADERAMENTE FUERTES"
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