𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝖙𝖎𝖉𝖊𝖓𝖊𝖘 𝖘𝖙ø𝖗𝖘𝖙𝖊 𝖗𝖆𝖓
EL MÁS GRANDE ROBO DE TODOS LOS TIEMPOS.
https://youtu.be/Dyu5WheASPY
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https://youtu.be/b0d8sSmZqzs
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Capital del Reino de Aztlán
Las gigantescas e imponentes murallas de la ciudad retemblaron y se resquebrajaron. Los cimientos de los edificios fluctuaban y se rompían, provocando caídas masivas de torreones, rascacielos y templos piramidales. Los espantosos alaridos de los habitantes de Aztlán, todos ellos deidades menores, vibraban por los cielos y la tierra, altos y fuertes como en los días de la Guerra Civil.
Y Malinaxochitl, ensangrentada de pies a cabeza por heridas mortales, pensaba que hoy era el día en que moriría.
A duras penas tenía control sobre la Lanza Matlacihua. No fue capaz de replicar la habilidad de teletransportación como lo hizo en el palacio de Mictlán, ni tampoco podía invocar otras habilidades de esta. Antes de si quiera poder estudiar el funcionamiento de esta arma, Malina era interrumpida por Nahualopitli, quien la vapuleaba físicamente con guantazos, puñetazos, rodillazos y patadas. Pero a pesar de todos los ataques que recibía, Malina se negaba a soltar la lanza, su única esperanza de poder derrotar al nuevo Rey de Mictlán.
<<Nahualopitli... dijo que hablé con los muertos...>> Pensó Malina mientras se reincorporaba del suelo infestado de escombros y de polvo. Miró de soslayo la lanza oxidada. La visión de la imagen de Mictecacihuatl se impregnó en la lanza, la mirada seria, pero a la vez determinada y solemne. <<¿Es por eso... que aparecí en el Reino de Mictlán? ¿Por qué tú me llamaste...? ¿Y por mi... afinidad a la magia de Mictlán...?>>
Una sombra humanoide se cernió sobre ella. El corazón de Malina se congeló. Alzó levemente la mirada, topándose de frente con la ignominiosa sombra de Nahualopitli a un metro suyo.
—Hacerme aparecer en mitad de la ciudad de Aztlán... —masculló el demonio azteca— Revelarme ante todos los dioses de Aztlán... Y usar la maldita lanza de esa desgraciada reina que tanto me complicó la vida... —apretó ambos puños. Las sombras que ocultaban su cara se desvanecieron, revelando una irascible mueca de colmillos apretados y ojos rojos destellantes. La furia lo consumió antes de poder decir nada más, y fulminó a Malina con un feroz puñetazo en el rostro que la lanzó a lo largo y ancho de la carretera.
La Diosa Hechicera barrió el pavimento con su rostro y su cuerpo se desdobló incontables veces. Chocó y atravesó barandas y estatuas hasta acabar apelmazada en el suelo adoquinado de una plaza rectangular. Los dioses aztecas que se hallaban en los alrededores dieron gritos de espanto y corrieron por sus vidas, evaporándose del lugar lo más rápido que pudieron. Su mano seguía aferrada al mango de la lanza, pero tales eran los nervios nacidos del dolor que Malina no sabía cuánto tiempo más podría aguantar de esta manera.
La Diosa Hechicera trató de reincorporarse del pedestal, pero su rostro recibió de lleno un sádico puntapié por Nahualopitli que hizo chocar su nuca contra la piedra. El demonio azteca agarró a Malina por el cuello y la alzó lo más alto que pudo extender su brazo. Malina quedó elevada a más de dos metros en el aire. Su cuello comenzó a ser lentamente aplastado por delgados dedos de Nahualopitli. El demonio azteca fue envuelto por una imperiosa e implacable aura carmesí, evocación de las llamas primordiales de Mictlantecuhtli. El suelo bajo sus pies se quebró por la presión de su poder, y Malina sintió una vez más su alma ser consumida por él.
—¡Hoy se acaba la estirpe del Señor Mictlán! —maldijo Nahualopitli. Los ojos de Malina perdieron su color hasta volverse completamente blancos. La fuerza protestante de su cuerpo se agotó, y los dedos estuvieron a nada de soltar la Lanza Matlacihua. Nahualopitli amplió la sonrisa fiera.
Malinaxochtli pareció perder la consciencia, y su alma haber sido devorada por la vorágine de Nahualopitli. Por su mente pasó un solo pensamiento que concibió momentos atrás. Su afinidad a la magia de Mictlán, misma que usaba Nahualopitli ahora mismo para erradicarla. ¿Será acaso...?
A su mente llegaron los horridos e insoportables gritos de los dioses. Pero no los alaridos de los que oían de la masacre, sino de los del pasado, de cuando la perseguían y la cazaban como a una bruja. "Maldita", "abominación", "espectro del mictlán"... Todas esas palabras resonaron en su mente como un alocado coro de su alarmado subconsciente. Todas ellas causando un estrago mental en su cerebro.
En su desesperación por salvarse, por querer volver a estar en los brazos de su hermano mayor, Malinaxochtli, con el cuello doblado y a punto de dislocarse, murmuró rasposamente:
—Tlate... Tlatel... —chirrió los dientes— ¡TLATELCHIHUALLI!
De repente las filigranas que se abrían en la superficie oxidada de la lanza se ensancharon y repiquetearon. Motas de óxido se desplegaron por el aire, y del interior de las grietas emergió un poderoso fulgor blanco que se intensificó, hasta el punto de combatir contra el resplandor escarlata del aura de Nahualopitli. Éste último entrecerró los ojos, chirrió los colmillos y sintió su cuerpo ser empujado por tifónicos vientos que evocó el brillo blanco de la Lanza Matlacihua.
Una onda expansiva surgió de la hoja de la lanza y sacudió todas las baldosas de la plaza. Su poder fue tal que hizo que Nahualopitli soltara del cuello a Malina, y fuera empujado brutalmente, provocando que sus pies describieran surcos en el suelo de más de veinte metros de largo.
—¿Ah...? —farfulló el demonio azteca, mirándose las palmas de las manos y su torso infestado de quemaduras. Levantó la mirada y clavó sus ojos airados en Malina.
La Diosa Hechicera, ahora envuelta en un aura divina blanca y erizada, esgrimió la Lanza Matlacihua con ambas manos hasta enterrar la punta en una baldosa. Sus ojos estaban completamente blancos, igual de inmaculados como los de su hermano Huitzilopochtli. Gracias al aura que emanaba sobre su cuerpo, la diosa ahora irradiaba un enorme poder que dejó extremadamente maravillados a los dioses aztecas se hallaban aún por las zonas aledañas a la plaza. Jamás se imaginaron la procedencia de aquel poder; solo algunos que se fijaron en la legendaria lanza ensancharon los ojos, y se dieron cuenta.
Malina habló, y su voz sonó más madura y profunda, como si hubiese aumentado varios años con tan solo articular estas palabras:
El aura escarlata de Nahualopitli se agigantó hasta el punto de elevarse hasta los cincuenta metros de altura, alcanzando a ser visto por todos los aterrados dioses aztecas a la redonda. Malina, en su pose de lancera, no rompió su posición por más que las ondas de choque y la inconmensurable presión infernal la estuvieran sofocando. El demonio azteca invocó destellos rojos en las palmas de sus manos, las cuales estallaron y se convirtieron en agujeros negros.
Y de un alarido estridente, Nahualopitli se impulsó brutalmente hacia Malina.
La Lanza Matlacihua acumuló una ingente cantidad de remolinos blancos que adoptaron la forma de flamas erizadas. Inclinó el cuerpo hacia atrás para tomar impulso, y entonces atacó con una fugaz estocada a su enemigo, no midiendo el cálculo de su fuerza. Se llevó una tremenda sorpresa al ver que la lanza disparaba un poderosísimo cañonazo que destruyó toda la plaza abriendo un profundo surco. Los templos cercanos recibieron de lleno el disparo, y más de veinte kilómetros de Aztlán fue convertida en un océano de escombros que sacudió la ciudad entera, provocando terremotos que exhortaron el pánico en la población.
Malina quedó completamente asombrada y horrorizada por la destrucción. En un abrir y cerrar de ojos, Nahualopitli se le apareció frente a ella, emergiendo del denso polvo y arremetiéndola con uno de los agujeros negros que recubría sus manos. Malina se impulsó hacia atrás, logrando esquivar el ataque por los pelos. El peso de la lanza cambió su centro de gravedad, haciéndola trastabillar. Nahualopitli se impulsó de nuevo hacia ella y atacó con una andanada de zarpazos, los agujeros negros de sus manos buscando absorberla. Malina esquivaba por los pelos los ataques; tenía la impresión de que, si uno de los agujeros entraba en contacto con ella, moriría al instante.
Su suposición se hizo realidad cuando Nahualopitli chocó sus manos y fusionó ambas esferas oscuras. Acto seguido alzó el brazo donde sostenía el agujero, y este, por encima de su cabeza, se agigantó todavía más. Un chasquido, después otro, y otro, y otro... Malina ensanchó los ojos del pavor inmenso. El demonio azteca blandió un agujero negro de más de treinta metros de alto y, despidiendo un rugido bestial, arrojó aquella demencial esfera contra la Diosa Hechicera.
Malina se apartó con un impulso hacia la izquierda. La gigantesca esfera negra pasó de largo, por poco consumiendo su pie izquierdo. Aquel agujero negro atravesó una larguísima fila de edificios, templos y puentes que los devoró y dejó en su recorrido largos ríos de escombros, como un Gigante Azteca que caminase por Aztlán y aplastase abismalmente barrios de la ciudad. El agujero negro atravesó un alto rascacielos y dejó un agujero en el centro; las vigas no soportaron el peso de la parte superior, y el edificio terminó cayendo de forma apocalíptica sobre los edificios más pequeños, destruyéndolos a estos en el proceso y aplastando bajo escombros a cientos de dioses. El agujero negro ascendió hacia los cielos, consumiendo los nubarrones dorados y desapareciendo en el espacio.
Nahualopitli se le apareció a Malina justo al lado. La Diosa Hechicera trató de atacarlo con una estocada, pero el demonio azteca fue más veloz; desvió el ataque con un simple manotazo, y seguido de ello le propinó una patada directo en su rostro. Malina se inclinó hacia atrás, estando a punto de caer al suelo. Nahualopitli la agarró de la muñeca, la jaló hacia sí, y mutiló brutalmente su cuello aplastándolo sobre su rodilla y su codo, atrapándola en una dolorosa llave. Malina sintió que la garganta se le cerraba permanentemente, y que el aire se le extinguía de los pulmones. Vomitó sangre y saliva, y esta vez sus dedos dejaron caer la Lanza Matlacihua al piso.
Malina movió rápidamente una mano e invocó un anillo de fuego alrededor de Nahualopitli. Este se cerró sobre sus hombros y lo inmovilizo por unos segundos, quemando su cuerpo en el proceso. Malina reptó por el suelo entre tosidos y escupitajos. Extendió un brazo y estuvo a punto de empuñar la lanza, hasta que fue sorprendida por un puntapié de Nahualopitli directo en su rostro. Su labio se partió, y un diente se le dislocó. El demonio azteca aplastó la mano de Malina al suelo con un pisotón, y alejó la lanza con otra patada. Chirrió los dientes al sentir sus dedos quemarse por el fuego blanco que despedía la lanza.
—¿En verdad creíste que podrías dominar, así como así, el poder de esa lanza? —masculló Nahualopitli. Ladeó la cabeza y se relamió los colmillos. Malina lo observó con una mirada determinada— Eres demasiado ingenua, ¿lo sabes? —posó un dedo sobre su pecho— ¡¿Sabes a quién he devorado?! ¡Al Rey y la Reina del Mictlán! ¡¿CREES QUE UN ESPERPENTO COMO TÚ PODRÍA DERROTARME?!
—Lo haré... —maldijo Malina entre gorjeos burbujeantes de sangre. Apretó los dientes— ¡Con o sin ayuda, te pondré fin a ti, y a la... TIRANÍA DE OMECÍHUATL!
Nahualopitli se mordió el labio inferior y sonrió con sardonia. Restregó su pie sobre la mano de Malina.
—Oh, pero ahí te equivocas —dijo. Se hizo el silencio escabroso; Nahualopitli se quedó viendo a Malina a los ojos. Su expresión cambió a una enervante, lo que dejó patidifusa a Malina. El demonio azteca comenzó a alzar lentamente los brazos, y todos los dioses aztecas, indefensos, se quedaron viendo lo que realizaba.
Al principio no pasó nada, y menos cuando Nahualopitli izó los brazos por encima de su cabeza, las manos abiertas revelando las palmas. El silencio se hizo aún más incómodo. Y entonces... toda la superficie pavimentada de la ciudad de Aztlán comenzó a agrietarse, y la tierra sufrió un terremoto de tal magnitud que multitud de barrios de la ciudad divina comenzaron a elevarse y a hundirse, generando el caos más absoluto.
De debajo de la tierra comenzaron a surgir espantosos seres de exoesqueletos negros, de distintas formas y tamaños, muchos de ellos siendo humanoides insectiles. Aquellos monstruos empezaron a atacar a diestra y siniestra a los dioses aztecas, asesinándolos con sus espadas, lanzas y hachas imbuidas en fuego negro matadioses. Malina ensanchó los ojos y se quedó sin aliento al ver las inmensas protuberancias de roca alzarse a más de cien metros de altura, y a las bestias del infierno más negro aniquilar con gran facilidad a la población, la misma que una vez la habían llamado la maldición del Mictlán que les traería desgracias...
Cuando, en realidad, la verdadera maldición resultó traerles desgracias infinitamente peores en las formas de Nahualopitli y el ejército de Centzones Sacrodermos que por siglos ha estado acumulando.
—Ah, ¿no suena hermoso... los gritos de aquellos a quienes por mucho has despreciado?
Los ojos de Malina lagrimearon. Izó la cabeza y vio a Nahualopitli lanzarle un silbido provocador. Se rió.
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https://youtu.be/Ys8fahfRFn4
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Dimensión de Tenochtitlan
Estas eran las impresiones que dominaban todo el Anfiteatro Idávollir mientras que Uitstli se reincorporaba entre leves tambaleos. Randgriz se le apareció como un espectro volando por encima de su espalda, las manos sobre sus hombros en un gesto de ayudarlo a ponerse de pie. Uitstli irguió la espalda y miró a Huitzilopochtli a los ojos. Este no replicó, ni atacó, ni hizo muecas. Se quedó viendo a su contraparte mortal con el mismo respeto con el que se dirigió verbalmente.
Los humanos se quedaron mudos. Aquellos quienes ya blasfemaban el nombre de Huitzilopochtli, en especial varias hectáreas de graderías de pueblos mexicas, perdieron el salvaje aliento hereje de la perplejidad que los demolió. Pasaron del odio masivo hacia la sorpresa absoluta, entremezclada con la confusión de las palabras que dijo el Dios de la Guerra.
—¿"Ser mejores que esto"? —inquirió un azteca— ¿A qué se refiere?
—Algo debió pasar entre ellos para que esto haya pasado —sugirió otro azteca, restregándose los ojos como si no fuera real lo que estuviera viendo— ¿D-de verdad está pasando esto?
En las graderías divinas, varios dioses, sobre todo los del Panteón Azteca, estaban igual de enmudecidos que los mortales. Intercambiaban miradas entre ellos, y murmuraron las mismas variadas preguntas de sondeo que los humanos realizaban al otro lado del anfiteatro. No obstante, la gran mayoría del sector divino se encontraba enrabietado, la cólera domándolos y convirtiéndolos en insaciables demonios de sangre que se sentían ultrajados por el resultado de la pelea.
—¡¿AH, ES TODO ESTO?! ¡¿EN SERIO?! —maldijo una deidad china.
—¡Esto es una puta farsa! —exclamó un dios romano, golpeando varias veces el escritorio de su trono— ¡UNA JODIDA FARSA!
—¡Esto a duras penas es un torneo! —vociferó una diosa inca— ¡¿DÓNDE ESTÁ LA "MUERTE" EN EL "TORNEO A MUERTE" QUE NOS PROMETIERON?!
En el palco divino del Supremo Maya, Tepeu observaba su derredor y ocultaba su sardónica sonrisa con una mano. No pudo evitar echarse unas cuantas carcajadas al escuchar las imparables protestas de los dioses. Miró de soslayo el podio divino de la Suprema Azteca. Agrandó más la sonrisa traviesa y se pasó los dedos por los labios. <<Debes estar pasando el momento más vergonzoso que hayas tenido en toda tu existencia, ¿eh, Omecíhuatl? ¿Decepcionar a todos los Supremos?>>
Y razón no le hizo falta a Tepeu. En todos los palcos divinos, cada Deidad Suprema tuvo una reacción distinta: Rómulo Quirinus se desinteresó tanto que se había ido de su palco; Lilith bebía sangre de un cráneo que hacía de copa, la vista distraída en su teléfono celular negro; Atón estaba de pie y estiraba sus brazos y sus piernas, el semblante enervante; Anu, Tianzun y Viracocha, igual de desinteresados que Rómulo, también se habían ido de sus palcos divinos; los únicos que permanecían sórdidos y hasta emocionados por el resultado eran él mismo e Izanagi.
En el palco de la Reina Valquiria, Sirius Asterigemenos se hallaba caminando hasta la salida de la habitación, siendo guiado por un veloz Eurineftos que sorprendió a Geir con su repentina aparición, con algo que le dijo a Sirius al oído y con llevarse a su hermano mayor fuera de la estancia. Brunhilde ni había vuelto la mirada para ver lo que sucedía; hacía oídos sordos.
—¿A-a dónde vas, Onii-San? —farfulló Geir
—Secreto de estado, Geir —respondió Sirius, volviéndose brevemente hacia ella para darle una sonrisa de aparente inocencia—. Tú quédate aquí. Puede que tarde en volver —y cerró la puerta tras de sí, dejándola sola junto a una frívola Brunhilde.
La Princesa Valquiria se volvió hacia el ventanal y fijó la mirada en el filamento dimensional que mostraba a Huitzilopochtli y a Uitstli encararse el uno al otro con solemnes miradas. Observó su derredor, viendo y oyendo el descomunal escándalo que estaban montando los dioses, como grupos de plebes y de libertos que están descontentos con el resultado de una pelea de gladiadores que no resultó en muerte. Algunos incluso acusaban a Omecíhuatl de farsante, que su dios era un débil mentalmente, y exigían a Odín Borson interferir para que siguiera la pelea.
—¿P-por qué, Hilde-Onee-Sama? —inquirió, apoyando los brazos sobre el alféizar— ¿Por qué sucede esto?
—No tengo la menor idea, Geir —confesó Brunhilde.
Se hizo el silencio entre ambas. La mirada de Geir se confabuló, tornándose preocupada. Esa sensación se intensificó al mirarla de reojo, y descubrir una mueca de vacilación en ella. Vacilación que, de a poco, se iba convirtiendo en una preocupación igual que la de ella.
—¿Qué crees que vaya a suceder? ¿Vamos a ganar o a perder?
Brunhilde se cruzó de brazos y suspiró, liberando la tensión que se acumulaba en su ser. Alzó los ojos verdes y los fijó en el alto palco divino de Odín Borson.
—No tengo tampoco la menor idea, Geir. Esto no figuraba en mis planes...
Geir hizo una mueca asustadiza y tragó saliva. Si su hermana le confesaba que algo no entraba dentro de sus planes, es que decía la verdad, y habría que preocuparse de sobremanera.
En las graderías de los aztecas, Zaniyah, Zinac y Tepatiliztli no daban crédito a lo que habían presenciado más allá de los filamentos dimensionales. Y al igual que el resto de mexicas, ellos se quedaron mudos de la perplejidad, tal así que los agitados gritos de los rabiosos dioses eran sonido sordo para todos ellos.
—T-tía... —farfulló Zaniyah, arrejuntándose a Tepatiliztli, abrazándose a su cintura, la mirada inquieta y fija en la lejana figura de su padre— ¿Crees que mi padre pueda volver? ¿I-incluso si perdió?
—¿I-incluso... si perdió? —balbuceó Zinac, no pudiendo evitar sonreír de la histeria. Se tapó la sonrisa con una mano— No, yo ya no... no sé qué pensar de esto —el nahual quiróptero se pasó una mano por la calva cabeza y se dio la vuelta.
—Recemos —se limitó a decir Tepatiliztli, correspondiendo al abrazo de Zaniyah, los ojos cristalizándose y a punto de soltar lágrimas—. Recemos...
El peor caso posible que pudo pensar Tepatiliztli había sucedido. Llegaron a un punto del combate que ahora cualquier cosa podría suceder, y ellos no estarían listos para ello.
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|◁ II ▷|
Omecíhuatl enterró las uñas blancas en la pared y, como si se trataran de garras, rasgó la piedra tan fácil como tijeras cortando papel. Tenpia los ojos cerrados, y respiraba de una forma muy forzada, como si acabase de sobrevivir un ataque a corazón. El pánico, como nunca antes había sentido en siglos desde la Guerra Civil, la hacía entrar en una espiral de intrusivos pensamientos nocivos que la hacían querer vomitar del asco.
<<Esta maldita... humillación pública...>> Pensó la Suprema Azteca, apretando las manos sobre la pared, aplastando la piedra y abriendo agujeros en la superficie. Su busto no paraba de agitarse; arriba y abajo, como si catatónica mirada la cual se estaba tornando neblinosa. Las graderías de dioses se volvieron borrones imperceptibles, y sus algarabías se tornaron zumbidos que la mareaban más y más.
La angustia y la amargura de estar siendo la protagonista de esta afrenta la estaban volviendo loca. El color verde de sus ojos parpadeaba de una intensa esmeralda a un beige oscuro. Tragaba saliva, escupía saliva como si fueran desechos, se mordía las uñas hasta arrancársela para después hacérselas crecer como si nada. Omecíhuatl se mordió el labio inferior, irguió la espalda y se pasó las manos por el exasperado rostro
—Mantén la compostura, mantén la compostura —se murmuró para sí misma, caminando de un lado a otro en su vacía habitación—. Piensa, Ome, piensa, piensa. Te has librado de situaciones peores que esta. Que si el puto de tu esposo, que si la puta de Cihuacoatl, que si la tragasables de Coatlicue, que si la perra Guerra Civil, que si el pendejo de Mictlán... —se rascó la nariz y se golpeó las tetas con fuertes manotazos. Bufó de forma monotemática, hallando sosiego al pensar en blanco y en caminar constantemente de aquí para allá— Eres inteligente, Ome, más inteligente que todos tus enemigos. Puedes hallar una solución. La puedes hallar...
Una vez aclarada todo pensamiento de amargo en su mente, Omecíhuatl hizo un parón a su caminata y se detuvo en mitad de la estancia. Desvió la mirada hacia el ventanal, fijando la vista en la fisura dimensional y pegando la mirada en la espalda ensangrentada de Huitzilopochtli. La preocupación se tornó en odio macizo. Arrugó la nariz y la frente en una mueca de cólera indómita. Apretó los puños, se mordió tan fuerte el labio que se sacó sangre, y el color de sus ojos parpadeó con más intensidad.
<<Me has humillado... ¡tantas veces!>> El hilillo de sangre le corrió por el mentón hasta caer al piso. Las manos también le sangraron por haberse enterrado las uñas dentro de sus palmas. Varias gotas sangrientas formaron un semicírculo alrededor de sus tacones. <<Me has hecho pasar pena con mi esposo, con mi Panteón, y ahora ante todo el cosmos...>> La paranoia estaba llevándola a su punto más álgido; oía con más claridad las protestas de los dioses de Idávollir, la exigencia de la muerte no solo de Uitstli, sino de Huitzilopochtli también por su acto de "cobardía". Los escuchaba llamarla embustera, una juglar barata con su bufón armando la mayor pantomima descarada en toda la historia divina.
La ira indomable ya se le estaba trepando por los tuétanos y la sometía a un enredo mental que no podía seguir soportando. Los ojos dejaron de parpadearle, pasando a ser un verde tan intenso que parecían dos estrellas a punto de explotar. Los dientes crujieron, y algunos adoptaron la forma de colmillos. Omecíhuatl entonces caminó hacia el ventanal, posó las manos sobre el alféizar hasta derribarlo, su melena blanca se despilfarró por el aire como estática, y su aura divina estalló alrededor de su cuerpo, tan poderosa que destruyó los muebles y abrió grietas en todo su podio.
—Muy bien... —maldijo entre dientes, su balcón resquebrajándose más, hasta el punto de vomitar escombros que cayeron sobre los estrados, tomando por sorpresa a los dioses sentados en sus puestos— Si tú no le vas a dar la victoria a los dioses, Huitzilopochtli, entonces...—extendió el brazo izquierdo hacia atrás y el derecho hacia delante, su aura manifestándose en la forma de fuego verde.
El podio acabó estallando en una maraña de escombros que tomó pro sorpresa a todos los dioses aztecas que estaban dispuestos justo debajo de él o cercanos. Las deidades gritaron del espanto y se alejaron como pudieron; muchos acabaron aplastados por la lluvia de piedras enormes. El poder sulfurado de aquella explosión fue tan ensordecedor que llamó la atención del resto de las deidades en toda Idavóllir, incluyendo de la de los Supremos Odín, Tepeu, Izanagi, Lilith y Atón. Los mortales al otro lado del coliseo fijaron sus sorprendidas vistas en aquella explosión.
Todos los ojos estuvieron dispuestos en el denso polvo que recubría todo el destruido podio. El humo se deshizo a los pocos segundos, y vieron... a Omecíhuatl, de pie en el centro de toda la plataforma ahora infestada de escombros chamuscados, el rostro con una mueca de ira y su cuerpo envuelto en una fina capa de aura verde.
Los Supremos reaccionaron con decepción por la rabieta de Omecíhuatl, tal y como consideraron este acto explosivo. El resto de deidades fuera del Panteón Azteca también lo tomó de esta forma.
Odín, por otro lado, sonrió por todo lo bajo. <<Quien lo diría...>> Pensó, mirando fijamente a la supuesta Omecíhuatl airada, sin moverse de su posición en aquella plataforma derruida.
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https://youtu.be/UraJHnCgJrA
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|◁ II ▷|
Heimdall, a lomos del dragón-serpiente, serpenteó alrededor de ambos contrincantes. Ni Uitstli y Huitzilopochtli realizaron ningún movimiento brusco desde que el segundo declaró, a oídos de Heimdall, lo que parecía ser un gesto de rendición.
—¡O-oigan, oigan! —farfulló el réferi del Ragnarök— Ustedes no pueden hacer esto. ¿Qué no escuchan a los dioses? —estiró un brazo hacia uno de los filamentos que recubría la pared de la caverna, mostrando a las encandiladas deidades abuchearlos desde sus asientos— ¡Quieren ver un resultado auténtico! ¡Uno de ustedes tiene que mo...!
—Heimdall, metete tus narices donde mejor te caben, ¿quieres? —masculló Randgriz sin dignarlo a voltearse a verlo. Apretó los puños e inclinó la cabeza hacia la izquierda en un gesto de contener su rabia interina— Esto es un asunto entre nosotros y él.
—¡P-pero...! —Heimdall trató de protestar, pero al girar la cabeza en dirección a Huitzilopochtli, vio a este dedicarle un asentimiento de cabeza. El réferi del Rangarök apretó los dedos alrededor del mango de su cuerno dorado, y desistió en seguir insistiendo.
Espoleó el dragón-serpiente, y este voló hacia arriba hasta perderse de la vista de ambos contrincantes. Pero aún así no se alejó mucho; se mantuvo volando a una distancia relativa en donde poder seguir viéndolos. Sentía responsable de lo que fuese a suceder entre estos dos a partir de ahora.
Uitstli oteó con una mirada pensativa su derredor. El zumbido de los alaridos de las airadas deidades lo sacaban de sus pensamientos, desconcentrándolo de la fija mirada que Huitzilopochtli tenía sobre él. Randgriz le masajeó los hombros. Uitstli sacudió la cabeza y miró a los ojos al Dios de la Guerra.
—¿Qué pretendes que hagamos ahora, Huitzilopochtli? —inquirió. Señaló con una mano las fisuras dimensionales que enseñaban a los dioses saltando de sus gradas y agitando sus brazos al aire— ¿Cómo quieres que salgamos de esta situación ahora?
El Dios de la Guerra dirigió una rápida mirada hacia los filamentos. Su respiración se agitó levemente. Apretó los labios y se pasó la mano por el rostro, el gesto pensativo. Uitstli y Randgriz no les gustó para nada esa reacción.
—¿No sabes qué hacer ahora? —farfulló Randgriz, incrédula, señalándolo con un dedo.
—Puede que haya una manera que ambos salgamos vivos —farfulló Huitzilopochtli. Alzó una mano y la cerró en un puño—. Podemos hacer una imitación de que yo te maté y que Heimdall anuncié mi victoria...
—Heimdall no anunciara ninguna victoria a no ser que los dioses vean nuestros cuerpos partirse en motas de polvo cósmico —advirtió Randgriz, ladeando la cabeza—. Eso es un mecanismo que Odín dejó bien en claro para todos en el Ragnarök.
—¡Podemos hacer algo así con mis poderes! —sugirió el Verdugo Azteca, chasqueando los dedos y emitiendo electricidad en sus yemas— Puedo crear un efecto similar con el poder de mi hermana. Hacer parecer que sus cuerpos son pulverizados en polvo.
—No tenemos mucho tiempo —Uitstli apretó los labios y se quedó viendo el suelo resquebrajado por unos segundos, los pensamientos y la toma de decisiones sucediendo velozmente en su cabeza. Hizo un gesto de asentimiento, y sacó la punta de Tepoztolli del suelo pedregoso—. Hagámoslo y salgamos de este chingado infierno.
—Pero, ¿por qué, Huitzilopochtli? —insistió Randgriz, la mueca de incredulidad máxima— ¿Por qué haces esto?
—¿Tengo que repetirlo? —el Dios de la Guerra sonrió con histeria irónica. Extendió un brazo. Un azote centellante se oyó en el cielo, y un relámpago cayó encima de su mano, adoptando al instante la forma de una Macuahuitl azul— Hay que ser mejores que esto, así esté fuera de las normas de los dioses.
<<Tal como nos enseñó Kauil...>> Pensó Uitstli, esbozando una pequeña sonrisa de orgullo sentimental. En verdad que habían recorrido el mismo camino, él y Huitzilopochtli, aunque no lo pareciese.
Ambos contrincantes se encaminaron el uno al otro. Acortaron las distancias, y los gritos de disgusto y reprobación de los dioses acallaron al verlos aproximarse, las miradas cruzándose en intenciones de volver a retomar la pelea. La algazara ruidosa de sus acusaciones acalló, y fueron reemplazados con murmullos de confusión que pronto se convirtieron en clamores que apoyaban de nuevo a Huitzilopochtli.
Uitstli y Huitzilopochtli estuvieron a dos metros entre sí. El primero lanzó una estocada veloz, y el segundo esgrimió su Macuahuitl, despidiente múltiples rayos en el proceso. La punta de la lanza chocó con la espada eléctrica, hubo un cegador destello...
Y de repente ambos aparecieron en una dimensión totalmente oscura.
Ambos contrincantes miraron rápidamente su derredor, sus expresiones determinadas cambiando a una de sorpresa máxima. Sin previo aviso, la Macuahuitl eléctrica se deshizo en las manos de Huitzilopochtli; la transformación de Jaguar Negro de Uitstli se apagó, y volvió a su forma original. Dios y humano retrocedieron varios pasos, siendo empujados por una invisible fuerza que impregnaba toda la dimensión como un éter. Ambos intercambiaron una fugaz mirada...
Antes de que Omecíhuatl apareciera teletransportada en frente de Huitzilopochtli y lo fulminará con dos feroces puñetazos en su rostro. El Dios de la Guerra escupió sangre y dientes al aire, y cayó de rodillas al suelo donde vomitó aún más sangre.
—¡Huitzilopochtli....! —chilló Uitstli, esgrimiendo su tepoztolli e impulsándose hacia la Suprema Azteca.
—Oh, ¡cierra tu malparida BOCA!
Omecíhuatl estiró un brazo y la fuerza invisible impregnada en la oscuridad se evocó entre sus dedos como éter oscuro. Su poder cósmico salió disparado de sus manos como una serpiente de muchos ojos aterradores, golpeando a Uitstli en el pecho y provocando que su Völundr con Randgriz se destruyera. La valquiria salió disparada de su cuerpo, y ambos cayeron con estrépito al suelo. Se miraron las caras asombradas, y trataron de levantarse nada más caer, solo para ser retenidos por las mismas cadenas de ojos hinchados que emergieron del suelo y envolvieron sus muñecas, tobillos, cintura y cuello.
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https://youtu.be/s_X05eDRupg
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Omecíhuatl concentró su atención en el derrotado Huitzilopochtli, quien seguía tosiendo sangre al suelo. Arrugó la frente en una mirada de resentimiento, y le conectó una severa patada en las costillas. El Dios de la Guerra cayó bocarriba, dando feos tosidos ensangrentados que inundaron su garganta. La Diosa Suprema se arrodilló a su lado y, en un acto de tortura inclemente, enterró su mano dentro de su pecho, justo en el lugar donde se hallaba su corazón.
Huitzilopochtli despidió un alarido estridente. Omecíhuatl lo acalló cubriéndole los labios con una mano. La Suprema apretó sus dedos alrededor de su corazón, y entonces, de un tirón, lo arrancó de dentro de su pecho. Sus pectorales quedaron abiertos por un agujero entre ellos. Uitstli y Randgriz, sometidos por las cadenas negras y llenas de ojos, ensancharon las miradas en expresiones de horror máximo al ver el corazón de Huitzilopochtli latir con vehemencia en la palma de Omecíhuatl.
El corazón del Dios de la Guerra era enorme, tanto que apenas cabía en la mano de la Suprema. Era negro, babeante, resbaladizo, conectado al pecho de Huitzilopochtli por conductos intravenosos y dividido en cuatro secciones por una gruesa línea que los circundaba. Lucía como el corazón de un cocodrilo... Era el corazón de Cipactli.
<<Huitzilopochtli...>> Pensaron ambos con la misma preocupación en mente.
—Ahhhhh... tan aborrecido te sentiste cuando te implemente este corazón —dijo Omecíhuatl, apreciando a detalle el negro órgano con la mirada ensoñadora, como si deseara que el corazón le perteneciese a otro... o a ella— Lo mismo que con los poderes de Tezcatlipoca, luego de que Tepeyollotl lo matara. Nunca has apreciado nada de lo que hice por ti, ¿no?
Huitzilopochtli respondió con berreos gorjeantes que le ensuciaron la boca y el mentón con baba y sangre. Alzó la cabeza, el ceño airado. Omecíhuatl apretó los labios y presionó los dedos sobre el corazón. El Dios de la Guerra rechinó los dientes, apretó la mandíbula y musitó maldiciones de dolor.
—No... —el semblante de Omecíhuatl se ensombreció— ¿Por qué me iba a agradecer el niñito de mama? ¿El hijo de puta de Coatlicue, que lo volvió un pusilánime, una piltrafa por dios azteca? Definitivamente Ometeotl se mereció que lo envenenara con el mismo veneno que ustedes me trajeron de Chicomoztoc —apretujo más los dedos sobre el corazón, incrementando aún más el dolor. Huitzilopochtli volvió a chillar del tormento—. Ese imbécil en verdad creyó que tú serías el Dios Azteca más poderoso. Bueno, técnicamente lo eres... —entrecerró los ojos, el semblante de decepción máxima— pero solo de cuerpo. No de espíritu.
—¡¡¡ERES IDIOTA!!!
Omecíhuatl ensanchó los ojos de par en par. Sin soltar el corazón negro, volvió la cabeza y vio a lo lejos a Randgriz apoyar las manos en el piso y erguir el cuerpo con gran dificultad, las cadenas negras presionando sobre ella.
—Oh, perdón, tengo cera en los oídos —Omecíhuatl se metió el meñique en el oído, y después hizo ademán de escuchar mejor— ¿Cómo? ¿Cómo fue que me dijiste, malparida valquiria de mierda?
—¿Tanto... te dejaste llevar... por la rabia...? ¡¿CÓMO PARA INTERVENIR EN EL TORNEO?! —Randgriz enterró las uñas dentro de la piedra negra del piso— ¡Todos los dioses deben de estar viéndote ahora mismo! ¡Tú y Huitzilopochtli serán descalificados! ¡La victoria es nuestra!
—Oh, ¿eso crees? —Omecíhuatl sonrió con despreocupación— La valquiria en serio desconoce de lo que soy capaz. Lo desconoce, ¿no ves, Huitzi? —masajeó sus dedos sobre el corazón. Huitzilopochtli carraspeó y se golpeó la cabeza con el piso. Omecíhuatl sonrió de oreja a oreja y volvió la mirada sagaz hacia una consternada Randgriz— ¿En serio crees que eso ven en el coliseo?
Alzó el brazo por encima de su cabeza. De sus dedos surgió un éter de color verde que se acumuló arriba suyo, formando una cúpula esmeralda que, como un holograma, empezó a transmitir imágenes en movimiento. Al principio eran borrosas, pero fueron adquiriendo mejores formas hasta... hasta dejar en completa petrificación a Randgriz y Uitstli.
La burbuja verde iridiscente mostraba a Uitstli y a Huitzilopochtli luchar un combate mano a mano en el fondo del cráter. El primero atacaba con veloces estocadas, y el segundo las bloqueaba con su Macuahuitl eléctrico para después arremeter con amplias esgrimas que erosionaban la piedra al disparar rayos de su hoja. No se reproducía sonido alguno, pero Einhenjer y Valquiria tuvieron la impresión de escuchar a los mortales exigir que parasen la pelea, y a los dioses exhortar al Verdugo Azteca para que aniquilara de una vez por todas con su enemigo.
—Pero... ¿c-cómo? —inquirió Uitstli.
—Lo de "Suprema" no lo tengo de adorno, Miquini —contestó Omecíhuatl. El holograma encima de su cabeza mostró a Huitzilopochtli asestarle un espadazo mortal en el vientre a Uitstli, mandándolo a volar por el desfiladero del cráter— Me he apoderado de sus cuerpos, y los estoy obligando a tener la batalla a muerte que les prometí a los dioses.
—Pero entonces... ¿tu estrado...? —musitó Randgriz.
—¿Recuerdas a Xipe Tócih, putita? —Omecíhuatl sonrió con descaro— Solo tuve que hacer lo mismo.
—Eres... —maldijo Huitzilopochtli, apretando los puños, alzando entre temblores la cabeza. Omecíhuatl se lo quedó viendo con repugnancia. Huitzilopochtli la miró a los ojos, el fuego en su mirada— ¡ERES...!
—Oh, ¡no me vengas con tu "Eres..." ahora! —Omecíhuatl comprimió sus dedos con mucha fuerza, provocando que el corazón salpicara de sangre todo su atuendo. Huitzilopochtli rugió del dolor máximo, hasta el punto en que su grito se acalló de repente, y el dios se quedó entre la consciencia y el desmayo— Tú quédate ahí dormidito —la Suprema arrojó el corazón dentro del pecho de Huitzilopochtli, como si tirara algo a la basura. Se reincorporó, y empezó a caminar en dirección hacia Randgriz y Uitstli, el holograma detrás suyo mostrando al Huitzilopochtli del torneo apalear salvajemente a Uitstli con salvajes puñetazos—. Me encargaré de arreglar el cagadero que hiciste.
Omecíhuatl emprendió la marcha hacia los indefensos Uitstli y Randgriz. Caminaba contoneando las caderas, moviéndolas sensualmente de un lado a otro mientras sonreía como una mujer fatal. No paraba de reírse, de vanagloriarse con la mirada, de decirles sin palabra alguna que la victoria era para los dioses, incluso si significaba hacer trampa.
La impotencia se apoderó de Uitstli y de Randgriz. Ambos forcejearon como pudieron para liberarse de las cadenas. Sus actos fueron en vano; a duras penas podían si quiera agitarse ligeramente. Uitstli pronto descubrió por qué era esto cuando intentó hacer chispas de fuego carmesí con las manos, y al final no surgió nada; Omecíhuatl les había removido por completo sus poderes. El corazón de Uitstli se encogió del miedo, y justo en ese momento, la ignominiosa silueta voluptuosa de Omecíhuatl se cernió sobre él y Randgriz.
En el holograma de la burbuja verde, se alcanzó a ver a Huitzilopochtli aplastar a Uitstli con un pisotón, para después invocar un espadón eléctrico y azotar al Jaguar Negro con él. Uitstli alcanzó a bloquearlo con el mango de Tepoztolli, y comenzó a forcejear contra él. Al mismo tiempo la Suprema Azteca estiró el brazo izquierdo. Arabescos de aura dorada recorrieron su tonificado brazo hasta alcanzar su palma. Su poder divino se acumuló en su mano, y se manifestó en la forma de un espadón que culminó convirtiéndose en su Macuahuitl de oro. La empuñó con las dos manos y la esgrimió por encima de su cabeza al tiempo que esbozaba una delirante y frenética sonrisa.
—¡HASTA AQUÍ LLEGARON USTEDES!
Y Omecíhuatl descargó su furioso espadazo sobre Uitstli y Randgriz. En el holograma, se vio a Huitzilopochtli realizar la misma hazaña al lograr encestar el espadazo sobre la cabeza de Uitstli. En ambos casos, el golpe vino con un torbellino de polvo que recubrió toda la arena.
No se logró ver lo que sucedió. El silencio reinó tanto en la dimensión oscura de Omecíhuatl como en la de la otrora Tenochtitlan. En el Coliseo Idávollir, los gritos fueron acallados por el vacío dimensional donde estaban capturados Uitstli y Randgriz, quienes el polvo les evitaba ver si habían muerto o no.
Tuvieron que pasar varios segundos para que el polvo pudiera finalmente desvanecerse poco a poco, revelando primero los tacones de Omecíhuatl, y después el lugar donde deberían estar los cuerpos del Einhenjer y la Valquiria Real.
De repente, se oyó un estridente chasquido metálico. Un fugaz proyectil salió de la punta de Tepoztolli, empuñada por una sombra oculta tras el polvo. Omecíhuatl recibió el disparó en su hombro, que pasó rozándole por encima y abollándole la carne hasta abrirle un pequeño surco. La Suprema Azteca apretó los dientes y entrecerró los ojos de la sorpresa. Rápidamente retrocedió, esquivando por poco la esgrima de dos espadas de fuego encadenadas, blandidas por otra sombra oculta tras el denso polvo.
—¡¿PERO QUÉ...?!
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LEGENDARIUM EINHENJAR'S THEME
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|◁ II ▷|
El polvo fue disipado por las esgrimas de las espadas flameantes. Omecíhuatl se quedó boquiabierta, los ojos ensanchados, al ver a Uitstli agazapado en el suelo y con el brazo derecho extendido hacia tras, el izquierdo reposando en el suelo. Tras él su Valquiria Real se inclinaba hacia atrás por el peso de Tepoztolli; tenía el rostro ensombrecido por la oscuridad de la dimensión. Omecíhuatl concentró los ojos verdes en el talismán que sostenía el Jaguar Negro en su mano izquierda; estaba rodeada por un halo erizante, y tenía una forma de nube rodeada por una serpiente dorada...
Omecíhuatl sintió que se le arrebata en aliento de la estupefacción. <<¡¿EL TALISMÁN DE MIXCÓATL?!>>
En el holograma de la burbuja iridiscente, se vio al Uitstli del Torneo del Ragnarök contrarrestar el espadazo aplastante de Huitzilopochtli desviando el arma hacia un lado. Se quitó al dios de encima con una feroz patada en la cara, y se reincorporó. En las gradas, los dioses vocearon de la frustración, mientras que los humanos vitorearon con las esperanzas renovadas.
El Uitstli de esta dimensión tosió sangre al suelo, la espada carmesí restallando fuego detrás suyo, su valquiria afianzando su mano al mango de tepoztolli. Omecíhuatl no daba crédito a lo que veía.
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¡Aemulus atrox!
Un feroz rival
¡Heros saecularis!
Un héroe mundano
¡bellator invictus!
Un guerrero invencible
¡belli victor!
Un conquistador de la guerra
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Omecíhuatl se impulsó hacia ellos y trató de arremeterlos con otro espadazo. Pero antes de que la macuahuitl dorada pudiera conectar contra ellos, Einhenjer y Valquiria se fusionaron en un abrir y cerrar de ojos. La Suprema Azteca fue brevemente cegada, y después recibió otra estocada de la lanza Tepoztolli, esta vez en su costado derecho. Omecíhuatl retrocedió varios pasos y se llevó la mano a la cintura, palpándose la sangre y la profunda herida. Chirrió los dientes y ensanchó los ojos; acto seguido, las heridas se regeneraron al instante.
Nuevo humo blanco encubrió toda la arena de la dimensión oscura. Bajo sus murallas densas, Omecíhuatl vio la imponente figura musculada de Uitstli reincorporarse del suelo. Lo mismo hacía el Uitstli del torneo, quien se ha liberado del control mental cósmico de la Suprema Azteca y repetía muchos de los movimientos del Uitstli de esta dimensión. Una esgrima de la alabarda barrió la pared de humo, revelando al Legendarium Einhenjar transformado en el Jaguar Negro.
Uitstli se reincorporó con absoluta vehemencia, sacando pecho y lanzando un escupitajo de sangre. Apretó las manos sobre el mango de Tepoztolli, y clavó su determinada mirada en el semblante cada vez más irascible de Omecíhuatl.
—Eres el mayor dolor de culo que he tenido en toda mi existencia... —masculló la Suprema. Levantó un brazo y apuntó su espada hacia él. El Huitzilopochtli del torneo la imitó, y repitió exactamente las mismas palabras que estaba diciendo ahora— ¡¿Por qué, ah?! ¡¿POR QUÉ MALDITAS SEAS TE NIEGAS A MORIR?!
—¿Por qué...? —carraspeó Uitstli, limpiándose la sangre que manaba de su ahora perdido ojo derecho. El Uitstli del torneo también repetía lo que estaba diciendo— Te diré porque, maldita zorra... —hizo una breve pausa para tragar saliva, respirar hondo y exhalar todos sus pavores hacia la muerte con un suspiro— Tzilacatzin... el hombre más admirable que he conocido en toda mi vida... me dijo... "La fuerza no proviene de la capacidad física, sino de la voluntad indomable".
Y en el momento en que dijo esa frase, todos los mortales y dioses en el Coliseo Idávollir quedaron completamente enmudecidos. Uitslti volvió a coger otra porción de aire, y siguió hablando:
—Nosotros, los aztecas... Fuimos vapuleados en toda la historia... como los "conquistados". Subestiman nuestra voluntad, nuestro poder, nuestro orgullo como guerreros... —se aclaró la garganta y se pasó la mano por la nariz— Nos consideran unos salvajes por los sacrificios... Unos brutos que deberían ser olvidados de la historia... ¡Pero no entienden nuestro valor como pueblo! ¡Fuimos...! ¡Y SOMOS IMPORTANTES! ¡IGUAL QUE LOS ESPARTANOS! ¡IGUAL QUE LOS ROMANOS!
Uitstli se golpeó el pecho varias veces, y el de la otra dimensión lo imitó. En Idávollir, Zaniyah, Tepatiliztli, Zinac, Xoloptili, Quetzalcóatl y todos los mexicas y hasta los dioses aztecas comenzaron a sentirse cautivados e inspirados por sus palabras. El corazón bombeó con más potencia, la adrenalina de cada palabra haciendo rejuvenecer las energías perdidas en su batalla contra Huitzilopochtli.
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¡Ad salutem!
Para la salvación,
¡ad vitam!
Para la vida
¡pro humano genere!
¡Para la raza humana!
¡Vince Deum!
Derrota a Dios
¡virtus eius!
Su poder
¡et victoriam vince!
¡Y conquista la victoria!
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Omecíhuatl volvió a impulsarse hacia Uitstli. A ojos del mortal, la Suprema Azteca desapareció y reapareció en frente suyo, descargando un nuevo espadazo sobre su cabeza. Randgriz reaccionó más rápido que él, emergiendo de su cuerpo, empuñando a Tepoztolli y bloqueando el ataque de la Macuahuitl dorada. A duras penas pudo contenerla; la fuerza de la Suprema Azteca era equiparable con la de Huitzilopochtli. Su pose se rompió, y Uitstli la agarró de la cintura para impulsarse hacia atrás y alejarse del rango de la explosión cuando la espada chocó con el suelo.
La Suprema Azteca no se detuvo. Volvió a reaparecer ante los ojos de Uitstli. Pero esta vez, el Jaguar Negro estuvo preparado para su intercambio de golpes. La Macuahuitl dorada rasgó el aire con amplios y peligrosos espadazos, cada uno teniendo la capacidad de noquearlo de un solo golpe. Uitstli zigzaguea por el suelo, la cintura inclinada, la cabeza agachada, moviéndose como un auténtico leopardo. El Jaguar Negro invocó su espada de fuego y contraatacó con un veloz zarpazo. Esta vez, Omecíhuatl no lo esquivó. Lo recibió de lleno en el vientre.
La espada no le hizo ningún daño. Ni siquiera fue capaz de rasgarle el vestido blanco.
—¡Tus malditas armas convencionales no SERVIRÁN! —exclamó Omecíhuatl, izando por encima de su cabeza su espadón. La hoja con forma de sierra retembló, y las púas comenzaron a moverse como una motosierra. Un poderoso y brillantino halo divino de color dorado envolvió la hoja, y la Suprema arremetió con todas sus fuerzas, liberando un montón de escarcha y arabescos por el aire.
Uitstli se impulsó velozmente hacia delante, escapando de su rango de ataque. La Macuahuitl dorada golpeó poderosamente el suelo, y todo el halo dorado se esparció por el piso negro, formando hermosos glifos aztecas que resplandecieron solo por unos segundos antes de apagarse. La Suprema Azteca sorprendió al Legendarium Einhenjer con un fugaz espadazo ascendente que liberó más destellos dorados, dibujando peligrosos glifos en el suelo que Uitstli esquivó dando un salto.
En el aire, Uitstli volvió a ser sorprendido por Omecíhuatl apareciéndose frente a él. La Suprema Azteca arremetió con otro fugaz espadazo. Uitstli danzó con destreza en el aire, desviando la esgrima con un fluido movimiento de su lanza, y seguido de ello atravesó el vientre de Omecíhuatl con ella, enterrando la lanza hasta la mitad. Uitstli soltó un suspiro, pero la calma duró poco tras oír la risita de la Suprema.
La mano de ella se agarró al mango de la lanza y empezó a aplastarla con su mera fuerza al tiempo que la extraía de su estómago.
—Sucio Miquini, no me vas matar con tu Völundr... —masculló.
Uitstli deshizo el Völundr antes de que Omecíhuatl aplastara la lanza y matara a Randgriz en el proceso. Su Valquiria Real se le apareció detrás suyo. La Suprema Azteca dio un aullido, alzó su brazo y manifestó un glifo dorado encima de ellos. Agitó el brazo hacia abajo, el glifo cayó sobre ellos, y Uitstli y Randgriz quedaron retenidos en el piso, sus poderes reducidos a cero.
Omecíhuatl levantó su espadón con una mano y acumuló todo su poder divino en la hoja, generando vibraciones que hicieron temblar toda la dimensión oscura. Levitó por varios segundos en el aire, y entonces se impulsó con gran potencia hacia el Einhenjer y la Valquiria.
El espadón impactó contra Uitstli y Randgriz, y la estruendosa explosión lumínica que vino después recubrió toda la arena dimensional. Gigantescos glifos extendieron su envergadura hasta alcanzar cada extremo de la plataforma. La dimensión oscura se iluminó por aquellos símbolos durante unos segundos, hasta que se desvanecieron, y mostraron a Omecíhuatl recibir un severo y ardiente puñetazo en su mejilla derecha por parte del Jaguar Negro.
La Suprema Azteca trastabilló varios pasos y clavó sus furibundos ojos verdes sobre Uitstli y Randgriz, ésta última separada de su cuerpo y ahora actuando como una guerrera más. Ella era quien, apretando el objeto en su mano derecha, sostenía el Panquetiliztli de Mixcóatl.
La furia indómita estalló de lo más hondo del ser de Omecíhuatl. Su aura divina dorada envolvió por completo su cuerpo, agigantándose hasta recubrir toda su mitad de la arena dimensional. El suelo enteró se dibujos de glifos aztecas izó la cabeza hacia los cielos, extendió sus brazos hacia ambos lados, y rugió un alarido de carácter draconiano que le dio la impresión, a Uitstli, de sonar parecido al bramido de Cipactli.
Uitstli y Randgriz intercambiaron rápidamente miradas y asintieron con la cabeza. Incluso sin estar fusionados en su Völundr, ¡seguían actuando como un solo!
Einhenjer y Valquiria se arrejuntaron y se prepararon para el siguiente asalto. Omecíhuatl chilló desde lo más hondo de sus pulmones, su grito siendo capaz de superar losfilamentos dimensionales de su propia dimensión y la de Odín, para ser capaz deser escuchado por gran parte de los espectadores del Ragnarök.
Omecíhuatl se impulsó hacia ellos, sobrevolando fugazmente el aire. Los arremetió con un torbellino de espadazos dobles. Las Macuahuitl danzaron a su alrededor, provocando que los glifos tatuados en el suelo restallaran de luz cegadora que removió los poderes de Uitsti y Randgriz. A pesar de la ceguera y la reducción de sus poderes, ambos guerreros consiguieron esquivar por poco los espadazos de Omecíhuatl. La Valquiria Real empleó el talismán, golpeó a Uitstli con él y después a sí misma. Sus poderes regresaron, y el primer en atacar a Omecíhuatl es el Jaguar Negro.
Disparó más de mil fugaces estocadas en menos cinco segundos, sus brazos volviéndose borrones. Omecíhuatl consiguió bloquearlos todos con su simple palma. La última estocada la aporreó de un manotazo, provocando que la lanza se enterrara en el piso. Fugazmente se impulsó hacia Uitstli, lo golpeó con la palma de su mano, y su aura carmesí se desvaneció. Seguido de ello arremetió con un mandoble. Antes de que la hoja pudiera alcanzarlo Randgriz apareció en el escenario, saltando directo hacia Omecíhuatl, desviando su espadazo con una patada en su brazo, y acto seguido le devolvió los poderes a Uitstli con el talismán.
Ambos se fusionaron en el Völundr y contraatacaron a Omecíhuatl con un feroz rodillazo en su vientre. La Suprema Azteca gritó de la sorpresa y vomitó saliva al aire, llevándose la terrible sorpresa de sentir la fuerza de su oponente equipararse con la suya propia. Omecíhuatl rechinó los dientes y clavó su mirada odiosa en él. Arremetió con un puñetazo directo en su quijada. Uitstli salió impulsado hacia atrás, perdiendo de nuevo sus poderes. Omecíhuatl enterró la punta del espadón en el suelo, se propulsó hacia delante, y lo fulminó con una patada doble directo en su abdomen.
Uitstli vomitó sangre al aire y rodó estrepitosamente por el suelo. La Suprema Azteca dio un salto rápido y cayó en dirección al Jaguar Negro, su Macuahuitl dorada preparada en sus manos. Éste último se golpeó el pecho con el talismán, y su aura volvió. Velozmente golpeó el suelo con los codos, y la piedra emergió de ella con forma de altas estalagmitas. Las puntas golpearon los hombros, el cuello y el rostro de Omecíhuatl, desviando su ataque y permitiendo a Uitstli rodar y alejarse de la zona de impacto.
La Macuahuitl dorada impactó contra el piso, y los glifos se esparcieron por toda la arena espacial. Uitstli se quedó acuclillado. Extendió el brazo donde empuñaba a Tepotztolli, y Randgriz se separó de su cuerpo para empuñarla. El Jaguar Negro se llevó los brazos hacia la espalda e invocó sus espadas de fuego encadenadas, esgrimiéndolas como si las desenfundara de atrás. Un rápido intercambio de miradas, y se impulsaron al mismo tiempo hacia Omecíhuatl, gritando belicosamente.
Einhenjer y Valquiria atacaron al unísono, sorprendiendo a la Suprema Azteca. El primero azotó a la diosa con una brutal patada en su rostro, seguido por una finta que la confundió y la hizo atacar con un estoque de su Macuahuitl. Randgriz aprovechó el resquicio y la arremetió con un golpe duro de la punta extrema de Tepoztolli. Omecíhuatl cayó, pero entonces fue erguida de nuevo con un rodillazo de Uitstli directo en su rostro. Randgriz la apuñaló con Tepoztolli, inmovilizándola por un segundo. Uitstli dio un giro y cogió fuerzas para conectarle un salvaje espadazo en la cara. Omecíhuatl trastabilló de nuevo. Trató de recobrar el equilibrio, pero fue rápidamente fustigada por un hachazo de Uitstli, la hoja del arma se rompió nada más golpearla, pero la aturdió por unos segundos, tiempo que aprovechó Randgriz para apuñalarla, esta vez en el pecho...
Pero Omecíhuatl logró atrapar la lanza. La jaló hacia sí, y fulminó de un brusco manotazo a Randgriz. La valquiria cayó con estrépito al suelo, sus poderes perdidos por el contacto con Omecíhuatl. La Suprema Azteca levantó su pierna derecha, envolviéndola en un torbellino de aura escarchada. Uitstli esgrimió una espada encadenada, rodeó las cadenas sobre un brazo de Randgriz, y jaló a su valquiria antes de que recibiera el brutal pisotón de Omecíhuatl que hizo retemblar toda la plataforma y hacer aparecer los fulgurantes glifos.
La valquiria se fusionó con el cuerpo de su Einhenjer, transformándose en su lanza. Uitstli enterró los pies en el suelo, empuñó a Tepoztolli con ambas manos, y la estiró hacia atrás. Fuego carmesí recorrió todo el mango hasta alcanzar la punta. El fuego se solidificó, formándose en las largas halas de una gigantesca hacha. Más fuego imperioso danzó detrás de la lanza, adoptando rápidamente la apariencia de un leopardo de fuego, rugiendo en dirección a Omecíhuatl como si fuera el vocero del espíritu aguerrido de Uitstli.
Omecíhuatl vio y entendió lo que pretendía hacer el Miquini. Apretó la mandíbula, izó el brazo donde empuñaba su Macuahuitl dorada, y acumuló todo su poder divino en la hoja del espadón. Torbellinos de viento dorado bailaron alrededor del arma, intensificando la luz lumínica hasta el punto de que la espada parecía una gigantesca llama. El suelo bajo sus pies se dibujó con glifos aztecas que se extendieron y abarcaron toda la arena dimensional.
Y ambos contrincantes se impulsaron a la vez. Las distancias se acortaron masivamente. Uitstli regaba por su recorrido oleadas de fuego, mientras que Omecíhuatl desperdigaba ríos de escarcha dorada que hicieron brillar los grifos. En la burbuja iridiscente que enseñaba la pelea entre Uitstli y Huitzilopochtli, ambos recipientes de los guerreros imitaron sus movimientos y sus técnicas, por lo que, a ojos del espectáculo del Ragnarök, se veían al dios y al hombre a punto de dar todo de sí en el siguiente ataque.
<<He vivido... como un guerrero>> La vida de Uitstli pasó velozmente ante sus ojos, la emoción de dar todo de sí, de representar a su pueblo en un torneo cósmico. Pasó de estar teniendo constantes problemas para matar españoles... a estar enfrentándose a la Diosa Suprema de su Panteón. No importaba que todo fuera en vano, no importaba si en el siguiente ataque moriría. Dejaría este mundo feliz sabiendo que le demostró a todos los humanos y a todos los dioses... de lo que es capaz el poder de un azteca.
<<Y volveré a morir... ¡UNO!>>
Entre alaridos estridentes que resollaron todas las dimensiones del Coliseo Idavóllir, Uitstli y Omecíhuatl gritaron sus técnicas más poderosas:
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https://youtu.be/MCM76Q16WYg
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Legendarium Einhenjer y Diosa Suprema arremetieron al mismo tiempo. La gigantesca hacha de Uitstli partió el aire con su arañazo, mientras que la Macuahuitl de Omecíhuatl desgarró la dimensión oscura de sus subconscientes, revelándose ante todos los espectadores mortales y divinos del Coliseo Idávollir. Sus cuerpos se sobrepusieron sobre los originales; Uitstli en el suyo propio, y Omecíhuatl en el de Huitzilopochtli, sus almas intercalándose entre tercera y cuarta dimensión al tiempo que lanzaban un clamor aguerrido.
El filo del hacha se combinó con la hoja de Tepoztolli; el Tlamati Nahualli y el Völundr se fusionaron en uno solo para deliberar el ataque más poderoso sobre la Macuahuitl dorada. Ambas armas chocaron, lo mismo hicieron Huitzilopochtli controlado por Omecíhuatl y el verdadero Uitstli. El último destello fulgoroso emergió de los filamentos dimensionales, cegando una vez más a mortales y deidades.
El cráter en el que se hallaban ambos contendientes fue pulverizado, convirtiéndose en un agujero muchísimo más grande, equiparable con el cráter que dejaría el impacto de un meteorito de veinte kilómetros de alto. Toda la región septentrional de Centroamérica fue abierta por un cráter de más de trescientos kilómetros de ancho, por cien de profundidad. Los vientos ciclónicos que generó la explosión se impulsaron por todo el globo terráqueo, obligando a Heimdall a desaparecer una vez más del escenario.
La luz se disipó con los largos minutos, revelándoles a todo el mundo el inmenso boquete. Tanto humanos como divinidades quedaron mudas. El escenario era más que apocalíptico; ciclones tormentosos aquí y allá, pequeñas islas que eran consumidas por remolinos de mares, cielo tartárico que recubría toda la atmósfera con impenetrable espesura... Parecía ser un escenario de la mismísima Midgar luego de sufrir el Holocausto Kaiju.
Las fisuras dimensionales cambiaron de posición, yéndose una vez más hacia el fondo del nuevo hoyo continental. Los dioses quedaron mudos. Los mortales chillaron gemidos ahogados. Todos vieron lo mismo.
Vieron a Huitzilopochtli atravesar con su Macuahuitl eléctrica el vientre de Uitstli.
Sin que nadie reparara en la espiral dorada que se colaba a través de la fisura y se dirigía hacia lo que otrora fuera el estrado de la Suprema Azteca, el alma de Omecíhuatl retornó a su cuerpo original. Agitó la cabeza, regeneró rápidamente las heridas que se abrieron nada más su alma volvió, y pretendió hacer una mueca de sorpresa exagerada, los ojos fijos en el cráter. Nadie reparó en sus extraños movimientos ni en lo brusco que cambió su expresión. Todos menos uno... Odín Borson, quien desde lo alto de su podio la observó con su único ojo. Sonrió y ladeó la cabeza de la decepción.
Huitzilopochtli volvió a tener control de su cuerpo y alma, y al ver que estaba atravesando el abdomen de Uitstli con su espada, se espantó. Se alejó de un impulso, retrayendo y haciendo desvanecer la Macuahuitl eléctrica, y se quedó escudriñando al inmóvil Uitstli, la mirada perdida, los labios entreabiertos soltando multiples gimoteos de horror.
—¿C-cómo...? —masculló el Dios de la Guerra, mirándose las manos ensangrentadas— ¿Qué pasó? No... no... —se golpeó las mejillas, las lágrimas cayendo por su mentón— No, no, no... ¿Qué hecho? ¡¿QUÉ HE HECHO?!
—Huitzi... huitzi...
Las lágrimas saltaron de sus ojos al alzar la cabeza y ver al aún inmóvil Uitstli, de pie, con el brazo extendido y la lanza empuñada en su mano. Su transformación de Jaguar Negro se cristalizó y se rompió en millones de pedazos rosados. La lanza Tepoztolli refulgió con un brillo verde, se deformó en el aire y cayó a los pies del guerrero azteca. Se transformó en Randgriz Fulladóttir, moribunda y ensangrentada igual que su Einhenjer, su mano tomando la de Uitstli, los ojos entreabiertos.
Zinac se apuró en abalanzarse hacia la médica azteca, rodearla por la cintura con sus brazos y retenerla de intentar ir en un socorro en vano. La joven azteca, por otro lado, permaneció con la mirada catatónica, mirando fijamente como el resto de los espectadores mortales el gran surco que abría el vientre de Uitstli. El horror de sus pesadillas se volvieron realidad, haciendo que retemblara de pies a cabeza. Cayó de rodillas, mientras que, a su lado, Tepatiliztli forcejeó contra un sollozante Zinac, hasta que ambos también cayeron de rodillas.
Xolopitli agachó la cabeza y trató de acallar el sollozo. Quetzalcóatl cerró los ojos rasgó el parapeto con sus dedos.
—¿A qué te refieres... con que no es mi culpa? —farfulló Huitzilopochtli.
Uitstli sonrió por todo lo bajo, sosteniéndose de la mano de su valquiria como lo último que hiciese en vida. Miró de soslayo uno de los filamentos, fijando su vista en la diminuta figura de Omecíhuatl. Huitzilopochtli hizo lo mismo, y su mirada confundida cambió brevemente a una de enojo al ver su estúpida cara de sorpresa actuada.
—Kauil nos dijo... que nos alejáramos de nuestras reinas... —masculló Uitstli, escupiendo sangre—. A lo mejor se refirió a esto...
—La mataré... —maldijo el Verdugo Azteca. Apretó los puños, y la electricidad, fuego y viento corrieron por sus manos— Juro por mi madre, mi abuela, y toda mi estirpe que yo... ¡La voy a matar!
—No, Huitzi... Tú tienes que volver... con tu hermana...
Huitzilopochtli se quedó sin aliento. Miró a su contrincante, la boca entreabierta al ver como su cuerpo y el de la valquiria comenzaba a agrietarse y a adquirir colores verdes gradientes. El crujir de los átomos de sus almas
—Lamento muchísimo lo de tu hermana... Nunca fue mi intención... golpearla —sus gimoteos empezaron a aminorar—. Te puedo pedir... algo... ¿Huitzi...?
—Dime... amigo... —los labios del Dios de la Guerra retemblaron. Esa palabra le nació del alma.
Uitstli hizo una breve pausa para acumular aire y despedirlo en un último suspiro, las grietas extendiéndose ya por sus hombros hasta alcanzar su cuello. Randgriz Fulladóttir cayó sin energías al suelo, su cuerpo resquebrajándose hasta la última fibra de su cabello y vestido.
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
El cuerpo de Uitstli y el de Randgriz estallaron en un torbellino esplendoroso y ruidoso. Los pedazos cristalinos perdieron forma y se arremolinaron en largas ráfagas que recorrieron el aire al son de los vientos. La fricción del aire las empequeñeció hasta convertirse en escarcha, misma que pasó rozando la mejilla de Huitzilopochtli y le hizo cosquilleos en el muñón donde otrora estaba su oreja izquierda.
—U-Uitstli... —murmuró el Dios de la Guerra, la voz queda, volteándose para seguir la ráfaga de arabescos verde esmeralda que se alejaba lentamente del gigantesco cráter.
Un portal dorado apareció encima de su cabeza. De él emergió el dragón-serpiente, y con él llevando en su lomo a un entusiasmado Heimdall, quien también siguió las ráfagas verdes hasta perderlas de vista. Invocó su cuerno Gjallahorn en su mano derecha y se la llevó a la boca. Estaba a punto de anunciar al ganador, pero Huitzilopochtli, con la mirada catatónica, hizo oídos sordos, y se quedó viendo el cielo tartárico.
En las graderías de los aztecas, Tepatiliztli, Zinac, Zaniyah, Xolopitli, Quetzacóatl y la totalidad de todos los mexicas lloraban y daban luto. Su triste y trágico coro de sollozos atiborraron todo el coliseo. Zaniyah se abrazó a la cintura de Tepatiliztli, esta última abrazada a Zinac, y éste mordiéndose el labio en un intento por no llorar.
Xolopitli y Quetzalcóatl ascendieron por las escaleras hasta llegar a ellos. El primero se trepó hasta el hombro de Zinac, lo palmeó, le dio una mirada afirmativa, y el nahual quiróptero se inundó en lágrimas. El Dios Emplumado, por su parte, los rodeó a todos en un gran abrazo.
Se hizo el silencio entre todos ellos. El mundo se redujo a solo este grupo; el resto de la realidad se volvió un borrón para los ojos de una traumatizada Zaniyah, quien no daba créditos a lo que acababa de ver. De repente, oyó una brisa, y el soplido de un viento dorado le acarició la mejilla. Sus ojos reaccionaron fijándose en aquel viento, largo como un hilo. Lo siguió con la mirada, ascendiendo hasta el techo del coliseo, con sus grandes velarios por los que se filtraban los rayos del Árbol Áureo.
Y su mirada se topó con la de Uitstli y Randgriz, ascendiendo lentamente por los cielos, rodeados por nubes doradas que los llevaban hacia el Árbol Áureo. El aliento se le escapó de los labios, y las primeras lágrimas aparecieron en sus ojos.
—Zaniyah, te encargo terminar lo que empecé —afirmó el alma dorada de Uitstli, mirándola con orgullo paterno.
—Pa... papá... —farfulló Zaniyah, separándose del abrazo de Quetzal. El grupo se la quedó viendo con extrañeza, pero entonces ellos también alzaron las cabezas, y sus rostros fueron iluminados por los rayos del Árbol Aureo, sus ojos fijos en las nubes doradas que llevaban las almas de Uitstli y Randgriz— P-pero tu cuerpo... ¡tu alma...! —Zaniyah izó un brazo, como queriendo alcanzarlos.
—Hermano... —balbuceó Tepatiliztli.
—Uitstli... —farfullaron Zinac, Xolopitli y Quetzalcóatl.
El alma de Uitstli miró al alma de Randgriz. Ambos sonrieron, y dedicaron sus brillantes semblantes motivacionales hacia el destruido grupo.
—Zaniyah... este viaje me ha hecho renacer de mi tumba —afirmó Uitstli, sus ojos fijos en ella— El Jaguar Negro ha sacado por última vez sus garras, pero esta vez fracasó... Sin embargo, tú... —miró a Tepatiliztli— mi hermana... —miró a los dos nahuales y al Dios Emplumado— y los amigos que hemos reclutado en el camino... Ustedes son mi legado. Confío en que podrán culminar... lo que comencé...
—¿C-culminar...? —farfulló Quetzalcóatl, dando un paso adelante, una lágrima cayendo por su mejilla— ¡Uitstli! ¡¿A qué te refieres con eso?!
Uitstli sonrió. Agitó un brazo. Pareció arrojarle algo. Quetzalcóatl ensanchó los ojos, alzó su brazo y atrapó el objeto en su mano. Lo vio, y se quedó mudo.
—El Panquezaliztli... —levantó la vista.
—Ha sido un honor... haber sido parte de este grupo —dijo Randgriz, cerrando los ojos e inclinando la cabeza en gesto reverente—. Estoy segura que podrán terminar nuestro trabajo, Manahui Tepiliztli.
Xolopitli cerró los ojos y asintió con la cabeza. Lo mismo hizo Zinac. Tepatiliztli se mordió el labio inferior, alzó el brazo, materializó una flor en su palma y esta se deshizo en pétalos que se unieron a las nubes doradas. Quetzal cerró el puño alrededor del talismán.
Zaniyah se separó del grupo y empezó a correr en un vano intento por perseguir las nubes doradas.
—¡Pa... papá, no me dejes! —chilló la joven azteca— ¡No me dejes, por favor! ¡Yo aún te amo! ¡Yo-yo-yo ya te perdoné! ¡Por favor...!
—Zaniyah...tú tenías la razón —las almas de Uitstli y Randgriz ascendieron hasta lo más alta. Las nubes doradas se abrieron como puertas del cielo que les daban la bienvenida. Sus formas se desfiguraron hasta convertirse en motas doradas que se fusionaron con el tronco del Árbol Áureo. Zaniyah se detuvo en seco, el brazo aún alzado, las lágrimas cayéndoles a por montón de sus mejillas— Tú ya no eres una niña. Tú...
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