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𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝖆𝖟𝖙𝖊𝖐𝖎𝖘𝖐𝖊 𝖚𝖙𝖓𝖞𝖙𝖙𝖊𝖑𝖘𝖊𝖗

TORNEO DEL RAGNARÖK:

HAZAÑAS AZTECAS

https://youtu.be/Dyu5WheASPY

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https://youtu.be/pbVg22xyz_0

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

México-Tenochtitlan

Treinta años antes de la llegada de los Españoles

Tliocelotl, traducido al castellano antiguo como "Jaguar Negro", no era solamente una leyenda estudiada por eruditos como Cíbola, o codiciada por los Conquistadores como El Dorado. Esta bestia, como muchas otras criaturas del bestiario nahuatl, era real, y hacía parte de la extensísima y exótica fauna de las selvas de México. Bajo el régimen totalitarista y militar que era la Triple Alianza, o Imperio Azteca, se decía que quien derrotase al Jaguar Negro, adquiría sus poderes y sería convertido no solo en el azteca más poderoso que la historia haya conocido, sino también el campeón divino de Tezcatlipoca.

Pero a pesar de los rigurosos entrenamientos militares en la escuela Telpuchcalli (tan duros y sangrientos como la Agogé espartana), de las bendiciones de los sacerdotes de la Casa Calmécac, de las pócimas que aumentaban los atributos físicos, de la devoción hacia su dios jaguar y disciplina mental de convertirse en el hombre que derrotase a este avatar de Tezcatlipoca...

Ni uno solo de ellos consiguió derrotar al indómito Jaguar Negro.

Los más asiduos al credo de Tezcatlipoca creían que esto se debía a que el mismo dios jaguar ya no los veía dignos de ser los heredados de su reino divino. En contraposición con los sacerdotes de Quetzalcóatl, quienes seguían esperando el regreso de su Dios Emplumado por el este luego de que este fuera expulsado del Panteón tras la última guerra santa según el mito, los jefes de las comunas adoradores de Tezcalipoca cada día perdían más y más la fe en ser de nuevo queridos por su dios. El culto a Tezcatlipoca, más que el de ningún otro dios, los enseñó a ser inflexibles con los errores y a no perdonar a aquellos que muestren algún ápice de debilidad.

Y ahora, ese pensamiento dogmático hacía recaer el peso de sus consecuencias, haciéndolos presas del pánico colectivo y devocional de que su dios no los perdonará cuando la Cuenta Larga llegue a su fin.  

No obstante, el tan desconocido y desconcertante desarrollo de esta mortal actividad militar tomaría un curso abrupto e importante para la historia del culto de Tezcatlipoca y del Imperio Azteca en general. Pues en Mayo del año 1488 dio lugar el nacimiento de un niño de la clase media-baja en la Atlepetl de Xicocotitlan. Un niño que llegó al mundo azteca durante la festividad del Tóxcatl dedicado a Tezcatlipoca, y que fue señalado por el sacerdote supremo de la Atlepetl de tener "señales proféticas". 

Un niño guerrero con una rabia incontrolable casi que maldita, rapaz y peligroso como un guepardo...


Debieron de haberlo castigado. Debieron de haberlo señalado como un asesino y como un niño que no debería de juntarse con otros de su misma calaña. Sin embargo, teniendo en cuenta la época y la cultura en la que vivía, era común que en las Atlepetl se llevasen a cabo Guerras Floridas contra otras mancomunidades de la región con tal de seguir expandiendo el imperio y de comerciar con su gente convirtiéndolos en esclavos. Y el hombre que este crío asesinó se trató, de más ni menos, que uno de los últimos soldados Mixtecas que huía del fallido intento de invasión a la Atlepetl con tal de volver a su reino. 

En vez de miedo, las personas sintieron admiración. En vez de aversión, la gente de Xicocotitlan lo ensalzaron como un potencial guerrero azteca para servir al reino. Y pronto, por toda la Atlepetl resonó el nombre del chiquillo quien, años más tarde, se convertiría en uno de los aztecas más fuertes de toda la historia: Uitstli.

Uitstli vivía en el núcleo de una familia de campesinos asentados en los alrededores de la ciudad. Su vida y la de sus padres cambiaron primero con el nacimiento de su hermana, Tepatiliztli, dos años antes de su hazaña, y después cuando fueron trasladados a la urbe por los Calpulli de Xicocotitlan para que Uitstli recibiera entrenamiento militar. No era común, en la sociedad azteca, que una familia pudiera ascender en la pirámide social con todos los obstáculos del feudo, mucho menos de una forma tan apremiante como los locales veían a los Calpulli ensalzar a esta familia de desconocidos. 

Pero para el Tlatoque y de Xicocotitlan y los nobles y sacerdotes de la Atlepetl, esto era un milagro de uno en diez millones que su dios Tezcatlipoca les estaba ofreciendo para poder ascender en la escala religiosa del imperio. Lo blasfemarían otra vez si lo desaprovechaban por prejuicios de jerarquía.

Uitstli quedó fascinado cuando llegó a la ciudad. Toda su vida había sido embotellado con las ideas de lo fabulosa que se veía Xicocotitlan. Y ahora, parado en frente de su adoquinada calle, sus ojos rojos no paraban de pasearse por las altas pirámides escalonadas que servían como templos, las extensas barriadas de complejas y coloridas casas, y los puertos cercanos a los extensos lagos. 

—¡Woaaaah, que  hermoso! —exclamó el pequeño Uitstli, los ojos ensanchados y chispeando de la maravilla.

—Yo te lo dije, Uitstli —dijo su padre, un menudo y velludo hombre con barba roja y cabello igual de desordenado que el suyo. Le revolvió el pelo—. Te dije que un día nos mudaríamos a la ciudad. Y todo gracias a ti.

—Gracias a ti, mi niño —dijo su madre, una esbelta mujer de sedosa melena azul y tatuajes en sus brazos indicando sus conocimientos en botánica y medicina de plantas. La mujer rodeó sus brazos sobre él—. Todo fue posible gracias a ti. Eres nuestra bendición

—¡Una bendición! —chilló la diminuta Tepatiliztli de apenas tres años, agarrando la mano de Uitstli con la suya mientras se chupaba el pulgar— ¡Una bendición de dioses, hermano!

Uitstli sonrió de oreja a oreja, sintiendo el clamor de la felicidad arrollar su corazón y hacerlo sentir una fragante emoción como ninguna otra que haya sentido antes. Se volvió hacia la ciudad, y le dedicó su regocijante y a la vez desafiante sonrisa. <<Los dioses tienen grandes planes para mí>> Pensó, apretando su puño libre al tiempo que liberaba una risotada de alegría. <<Si es con tal de sacar adelante a mi familia, ¡seré el mejor campeón de la región! ¡No! ¡DEL IMPERIO!>>

Pero el camino hacia esa gloria ansiada no iba a ser fácil para Uitstli.

La envidia de varios nobles de la ciudad afloró, así como el de muchas familias de clase media que consideraban indigno y una falta de respeto que unos lugareños traga alubias de tierras malogradas se hayan colado en la urbe con el salvoconducto del Tlaloque y su familia. Uitstli y su familia sufrieron discriminación en todos los niveles: en la escuela militar, donde no hubo día en que Uitstli se peleara con sus compañeros de armas hasta el punto de herirse brutalmente; en las escuelas medicinales, donde tanto su madre como su hermana pequeña fueron varias veces separadas de sus compañeros de clase y recluidas en esquinas de las aulas; y finalmente en el calmécac, donde su padre, quien soñaba con formarse como sacerdote, fue vapuleado por los hieráticos de Tezcatlipoca, diciendo que su niño era más una maldición para ellos que una bendición. El padre de Uitstli hizo caso omiso a todos los comentarios; en el fondo, sabía que eran palabras de enemigos que querían aplastarlo y dejarlo en el suelo.

Varias veces los miembros de la familia llegaban a la casa cansados y desgastados física y mentalmente. Todos estaban de acuerdo en que, de no ser por la protección que les daba el Tlaloque, ellos habrían sido masacrados por la voraz alta sociedad de la Atlepetl. No estaban preparados para sus desafíos, muchas veces injustos. Demonios, ¡ni siquiera sabían que iban a acabar en esta posición tan privilegiada! ¿De verdad serían capaces de poder sobreponerse a la vorágine de desidia de estos poderosos nobles?

Pero el padre de Uitstli siempre levantaba los ánimos a su familia. Se ponía de pie sobre la barra del tabique, y su esposa e hijos lo miraban, escuchaban y admiraban sus poderosos discursos:

—¡Esposa mía! Tú y yo dijimos, siete años desde que llegamos a la ciudad, que Uitstli era nuestra bendición. Una bendición dada por los mismos dioses. Y muchas veces los milagros son traedores de aduladores y envidiosos que quieren destruirnos con falencias y juegos políticos. No estábamos preparados para esta vida. Jamás pensamos que la tendríamos. Pero nos la merecemos —se golpeteó el velludo pecho y chirrió los dientes—. ¡Por más que esos aduladores y envidiosos de los Capulli nos digan lo contrario! Nosotros seremos una familia de renombre en el imperio —se bajó de la barra y se dirigió hacia su hijo. Con quince años, siete de ellos dedicados a los intensos entrenamientos militares, Uitstli era casi tan alto y fornido como él—. Y tú serás la fuerza imparable que lleve al imperio a la gloria. 

—P-papá... —farfulló Uitstli, sonriendo de los nervios y llevándose una mano a la nuca— Me da vergüenza tanta devoción que tienes hacía mí.

—No solo yo, Uitstli —dijo su padre, plantándole un dedo sobre uno de sus pectorales—. Hay gente allá afuera que te adora más que yo. Te adoran desde tu hazaña de hace siete años.

—No es posible—musitó Uitstli, apretando los labios—. Los nobles han manchado muchísimo la imagen de la familia. Ellos tienen el poder de hacerlo.

Su padre se lo quedó viendo a los ojos con un atisbo de sagacidad. Sonrió.

—¿Cómo ha de actuar nuestros corazones? —dijo. La pregunta hizo fruncir el deño a su esposa e hija. Uitstli enarcó las cejas— ¿Acaso en vano venimos a vivir? ¿A brotar sobre la tierra solo para ser extirpados por los deforestadores? Los corazones de hombres inmundos como los nobles actúan creyendo que ellos son los únicos herederos de los dioses. Cuando la realidad es otra: todos nosotros somos herederos de los dioses. De sus tierras prometidas y sus bendiciones.

—Pero todo lo que hemos vivido hasta ahora fueron injusticias, papá —masculló Uitstli, la voz y la mirada demostrando su impotente templanza.

Su padre agrandó la sonrisa y le palpó el hombro con gran firmeza. Uitstli sintió como le transmitía todo su apoyó moral con su agarre.

—Las personas mejor bendecidas con dones son las que peor sufren las injusticias de la vida. Los buenos guerreros combaten batallas desiguales siguiendo sus injustas reglas. Los mejores guerreros luchan contra todas las corrupciones aprovechando las oportunidades de sus dones. ¿Puedes hacerlo? 

La inspiración llegó a los ojos de Uitstli, y una explosión de emociones de poder domaron su corazón.

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https://youtu.be/4JZ-o3iAJv4

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|◁ II ▷|

En los subsiguientes nueve meses, la visión de Uitstli sobre el mundo cambió de sobremanera. Ya no veía a los aduladores y los envidiosos, ya no escuchaba las mentiras de los nobles ni las blasfemias que decían sus compañeros a sus espaldas. Gracias a las palabras de su padre, supo que, concentrándose solo en lo negativo, jamás saldría adelante. Lo único que presenció en estos nueve meses, en su nueva visión del mundo, eran las personas que lo idolatraban, en los amigos cercanos que lo apoyaban (entre ellos, una joven Yaocihuatl que en ese entonces era sacerdotisa), y en lo maravillosamente poderoso que era el don que los dioses le habían dado. 

Un don que le permitía ver, sin tapujos ni enredaderas mentales, el mayor objetivo a alcanzar en esta etapa de su vida: derrotar al legendario Jaguar Negro que habitaba en las profundidades de la selva. 

Nueve intensos meses de entrenamiento físico y mental y de insistencia hacia los sacerdotes por parte de su padre llevaron a Uitstli hacia la sagrada entrada de la selva hogar del Jaguar Negro. El ritual de bendición y buena suerte para el nuevo guerrero que se lanzaría a las fauces de la fiera fue pesaroso y lleno de discursos y cantatas que camuflaban las maldiciones y vituperios que los nobles aztecas, ocultos en entre el público mayoritariamente de clase media, lanzaban en voces bajas. Uitstli hizo caso omiso a sus ultrajes y miradas de desprecio, y solo se concentró en su padre, en su madre, en su hermana y en su amiga Yaocihuatl. La sonrisa de esta última disparó la inspiración necesaria para no dejarse invadir por los pensamientos negativos, y para dispararse directo al interior de la selva una vez se terminó el ritual.

Durante los próximas doce horas, toda la Atlepetl de Xicocotitlan estuvo al margen de la espera de su regreso. Por lo general los exploradores no se arriesgaban a  ir a la selva profunda para retribuir los cuerpos de los guerreros que desafiaron a la fiera, por lo que después de veinticuatro horas ya se les daba por muertos. El sol cayó, la noche reinó, y cuando el padre sol volvió a emerger del horizonte del alba, no hubo señales de que Uitstli hubiese regresado a la misma entrada de la selva. Después otras veinticuatro horas, y otras veinticuatro más...

Tres días enteros, y toda Xicocotitlan ya daba por muerto a Uitstli. Los nobles se regodearon con comentarios falaces, los campesinos que más lo admiraron lloraron su ya confirmada muerte. No obstante, el padre de Uitstli, inmutable en su pose de brazos cruzados, hizo oídos sordos a las blasfemias que lanzaban los aduladores y envidiosos, e incluso los acalló con el siguiente grito:

—¡Ingenuo no es aquel que abandona las esperanzas! Ingenuo es el que lo hace porque otro se lo dice. Mi hijo sigue allí dentro, danzando un baile de la muerte con el Jaguar Negro. ¡Y triunfará!

Los campesinos y muchas familias de la clase media vitorearon su elocuente respuesta. El espíritu provocador e insolente que muchos de la clase media tenían en contra de los Capulli estaba encarnado en ese hombre. ¡Era imposible no venerarlo!

Eso hizo que todos ellos, campesinos, pescadores, panaderos, costureros, confeccionadores, constructores, cocineros y tantos otros aztecas de la plebe se quedasen en la entrada de la selva a la espera de la llegada de Uitstli. Los nobles y sacerdotes se retiraron, dejándolos a ellos a la intemperie de lo que pensaban que sería una espera fútil. La oratoria de aquel hombre también les parecía inútil. Al fin y al cabo, ¿qué hombre podría derrotar a esa legendaria bestia?

Y entonces, a las cuatro y media de la tarde, escucharon la inundación de virotes, alaridos y aplausos venir de la entrada de la selva. Los nobles, sacerdotes y el mismísimo Tlaloque fueron hasta allá, y tuvieron todos un escape de aire con el hallazgo que les dejó a todos con la mandíbula abierta y los ojos ensanchadísimos.

La plebe aplaudía la llegada de un demacrado y ensangrentado Uitstli, quien a pesar de las heridas y la sangre que ensuciaba todo su cuerpo caminaba reciamente entre la multitud. En su mano cargaba con la cola del cadáver del majestuoso Jaguar Negro, con múltiples heridas de cuchillo y su estómago deformado por los golpes de su Macuahuitl, la cual tenía empuñada en su otra mano. Detrás suyo lo seguían otros guerreros aztecas igual de jóvenes que él que lo aclamaban y lo llamaban "Guerrero Jaguar"; ellos, por obligación de sus padres aristócratas, estaban siendo preparados para partir en la expedición de derrota al Jaguar Negro. y ahora que veían el cuerpo del animal en frente del guerrero pelirrojo, quedaron completamente maravillados por su apariencia. Eso incrementó aún más el respeto que le tenían a Uitstli.

 El exótico animal fue plantado en el suelo frente a los sacerdotes. Uitstli lo reposó sobre la tierra con cuidado, sus movimientos calculados y exudando respeto a sus anchas, como si este lo respetase en la muerte como el formidable oponente que fue. 

Aquel día, la historia de la familia de Uitstli daría un vuelco total en las vidas de cada uno, así como de todos sus amigos cercanos, de la Atlepetl entera y, pronto, de todo el Imperio Azteca a ojos del resto de reinos mesoamericanos y de los eruditos europeos.

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https://youtu.be/HT02SgLZ6R8

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|◁ II ▷|

Dimensión de Tenochtitlán

Presente

Y tal como había hecho en aquel remoto pasado,  Uitstli hizo oídos sordos al incomprensible y fanfarrante griterío de las deidades que lo insultaban, blasfemaban y hacían menos de sus habilidades. Para él, esos ultrajes no eran diferentes de las calumnias de los nobles aztecas del pasado. Aristócratas que ahora. en las gradas, lo ovacionaban y exclamaban gritos motivacionales que abarrotaban sus oídos. Alaridos que aullaban una cosa que dejó pasmados con expresiones polémicas a todos los dioses mesoamericanos, en especial a los pocos aztecas que había en el graderío divino:

La victoria del mortal sobre el dios.

En el podio de la Reina Valquiria, Geir daba adorables saltitos de victoria. Sirius no pudo evitar sonreír de oreja a oreja y sentir las ganas de saltar también, pero él sabía que el balance de la pelea aún no estaba en favor de Uitstli. Pronto borró su sonrisa, y concentró su mirada en Uitstli, este último caminando lenta y cuidadosamente por el desolador páramo montículos de polvo, tocones quemados, de zarzas, arbustos y árboles ardiendo en llamas por kilómetros y kilómetros de longitud. Huitzilopochtli caminaba a más de veinte metros lejos de él, ondeando el suelo de forma perpendicular a él, como dos leones alfa mirándose el uno al otro, listos para el altercado de su contrincante en una encarnizada lucha por ver quién conquistará el territorio.

—No cantes victoria aún, Geir —dijo Brunhilde, los brazos cruzados, la mirada fija en Uitstli.

Geir detuvo sus saltitos y se ruborizó de la vergüenza. Tragó saliva y carraspeó.

—Vale, sí,  lo entiendo —farfulló—. Pero aún así, ¡debes admitir que Uitstli le dio un buen golpe!

—Su velocidad de reacción es magnifica, eso es innegable —afirmó Sirius, los codos apoyados sobre el alféizar—. Pero aún así no puede ganar la pelea a base de esquiva y ataque contra un Behemot como lo es esa deidad azteca. Tarde o temprano recibirá un ataque crítico si no tiene cuidado.

<<Peor aún, si decide revelar su máximo poder ahora>> Pensó el semidiós griego, mordiéndose el labio inferior.

En el nivel de las gradas donde se encontraban los aztecas, estos últimos seguían vitoreando sin parar la hazaña de Uitstli. Tepatiliztli y Zinac en especial eran quienes sus gritos y aplaudidos realzaban por encima del resto de mexicas, hasta el punto que Xolopitli, en lo alto de la plataforma donde se encontraba junto con Quetzal, se giraba hacia ellos para dedicarles una apremiante mueca sonriente. Todos los desesperos iniciales que tuvieron con los primeros barridos de Huitzilopochtli fueron aniquilados por las increíbles gestas de Uitsli. ¡Aún había oportunidad de superarlo!

De repente, Zinac sintió con su agudo instinto quiróptero una presencia familiar dirigirse hacia él. Tepatilizli lo sintió también. Ambos dejaron de aplaudir y se volvieron hacia la derecha. El mundo se les encogió del sentimiento aplastante al ver a Zaniyah caminar lenta y tímidamente hacia ellos, el rostro congestionado del sonrojo y de la imperiosa vergüenza que intentaba hacerla retroceder, pero que combatía con gran saña. 

—¿Z-Zaniyah...? —balbuceó Tepatiliztli, el aire escapándosele de los pulmones.

—¿P-puedo...? —Zaniyah señaló un puesto desocupado al lado de su tía.

Tepatiliztli y Zinac se abalanzaron al mismo tiempo hacia ella, aferrándose a la muchacha en un apretado abrazo. Zaniyah no pudo contener el sollozo de la emoción, y correspondió al abrazo rodeándolos a ambos con sus delgados brazos.

—No sabes lo feliz que me haces verte aquí —le dijo Tepatiliztli al oído.

—Hice el esfuerzo —replicó Zaniyah entre sollozos—. Y aquí estoy.

—Tu padre estaría orgulloso, pequeña —afirmó Zinac entre risas nerviosas. Zaniyah sonrió sardónicamente. ¡Primera vez que lo escuchaba reírse de esa manera!

El momento familiar entre ellos tres fue interrumpido por el rugido de Huitzilopochtli. Se volvieron hacia las fisuras dimensionales, ensanchando los ojos al ver al Dios de la Guerra izar su Macuahuitl con una mano, inclinar el cuerpo hacia atrás y, por último, estampar la punta de su espadón varias veces contra la tierra, generando incontables ondas expansivas que Uitstli esquivó dando volteretas hacia atrás. 

La tierra fue resquebrajada en un millar de fisuras, todas ellas siendo iluminadas por fulgores de color celeste. Los terremotos sacudieron la región entera, haciendo que las tupidas selvas sean barridas, que las aguas de los lagos generasen olas de diez metros de alto, y que hasta las mismísimas montañas de la lejanía sean resquebrajadas y que de sus laderas cayeran avalanchas de piedra incontrolables. Uitstlli esquivó la última onda de choque, y al ver las fisuras del suelo resplandecer, y a Huitzilopochtli enterrar su espadón en el suelo de un pisotón

Uitstli arrojó su Tepoztolli cual jabalina; nada más esta enterrarse en suelo firme, se teletransportó hacia esa localización, lo suficientemente lejos para esquivar el Batallón de Estrellas Meridionales... Que nunca llegó. Uitstli reapareció cerca de las  costas de la ciudad de Tenochtitlan, y al virar los ojos hacia la anterior zona de combate, lo único que alcanzó a ver es el fulgor celeste de las grietas apagarse tan rápido como aparecieron. 

<<¡¡¡UITSTLI, ATRÁS!!!>> Chilló Randgriz en su cabeza. Uitstli se dio rápidamente la vuelta y trató de bloquear cual sea su ataque con el mango de su lanza. El brazo de Huitzilopochtli fue más veloz; rasgó el aire cual borrón eléctrico, y sus palma y yemas impactaron justo en su pecho, transmitiendo todas las corrientes eléctricas por su cuerpo y paralizándolo en el acto. 

—Ya te concedí... demasiado honor... —Huitzilopochtli retrocedió varios pasos y enfundó su macuahuitl a la espalda. Sus puños y sus pies fueron envueltos en guanteletes y escarcelas de piedra volcánica que liberaron una cantidad ingente de lava al suelo, creando pequeños lagos de magma. Uitstli vio el inminente peligro a punto de abalanzársele; aplicó todas sus fuerzas físicas para escapar de la parálisis eléctrica, pero ni siquiera con el apoyo de Randgriz pudo liberarse. Optó por transformarse, pero justo cuando el pensamiento se le cruzó por la mente no tuvo tiempo para hacerlo...

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https://youtu.be/uQjnDqMkvRw

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Huitzilopochtli se abalanzó hacia él de un destructivo impulso que generó un inmenso cráter de lava en el suelo. El Dios de la Guerra estiró sus brazos hacia ambos lados e impulso a Uitstli golpeándole la cara con ambas palmas como si de zarpazos se tratasen, generando una onda de choque roja que esparció más lava por el terreno. Uitstli voló a más de veinte metros en el aire, los costados de su torso fueron atrapados por los guanteletes de Huitzilopochtli; la lava hizo mella su piel, generándole quemaduras tan potentes que penetraron su piel. Uitstli chilló del dolor al tiempo que Huitzilopochtli lo hacía descender hacia la tierra a gran velocidad, volcándolo con tal que su cabeza apuntara hacia el suelo.

Ceniza de Guerra... —gritó Huitzilopochtli en medio de la caída libre— ¡ERUPCIÓN DE XIUHTECUHTLI!

Ambos cayeron del cielo cual proyectil balístico. El impacto generó una ola de destrucción masiva que se extendió por varios kilómetros a la redonda; la tierra se deformó como si fuera la marea de una olea, azotada fuertemente por el regurgitar de la lava que provino del subsuelo y emergió a través de las grietas. Geiseres de fuego y lava se abrieron por más de cien kilómetros a la redonda, eructando ceniza volcánica que infestaron las nubes con aire intoxicado, ennegreciendo el cielo en cuestión de segundos. El rango de alcance del magma en el subsuelo llegó hasta los bosques y las montañas; los árboles y denso follaje que aún quedaba remanente fueron consumidos por la lava, mientras que las laderas de los montes latieron con la lava adentro, hasta el punto de vomitarlo en espantosas cascadas anaranjadas. 

—¡LA FURIA DEL DIOS DE LA GUERRA ACABA DE SER DESATADA! —chilló Heimdal, azuzando al dragón-serpiente para que esquivara los peligrosos proyectiles de piedra volcánica que rasgaron el cielo y partieron en dos las nubes— ¡Las Cenizas de Guerra de Huitzilopochtli no hacen sino más que aumentar su poder, demostrando así el terrible poder de su usuario! ¡EL TERRENO ENTERO SE CONVIRTIÓ EN UN AUTÉNTICO INFIERNO!

Las diversas explosiones de los geiseres generaron restallidos de luz que cegaron a varios espectadores del Ragnarök. Tan devastador fue aquel ataque que incluso los dioses despidieron gimoteos de sorpresa igual que los humanos. Geir se cubrió los ojos y no pudo contener el gritito de espanto, mientras que Brunhilde y Sirius se limitaron a dar un breve respingo, el susto enmarcándosele en los rostros. En las gradas de los aztecas, Tepatiliztli despidió un horrendo chillido, Zinac se abrazó a Zaniyah y le tapó los ojos con una mano, Xolopitli se cubrió el hocico con las manos y Quetzalcóatl cerró con fuerza los ojos. 

—Ah... ¡Que excitante es ver esto! —exclamó Omecíhuatl, extendiendo los brazos y las piernas al mismo tiempo mientras sonreía con lujuria y se relamía los labios— Cada vez está dejando vía libre a sus técnicas más poderosas.

Imposible que se adapte a todas ellas sin recibir daños mortales —apuntó Mechacoyotl, ladeando la cabeza. 

En el palco de los Ilustrata, Nikola Tesla vio a sus científicos en las gradas más abajo calcular los niveles de destrucción geotérmicas generados por la técnica de Huitzilopochtli. Fue Eurineftos quien dio la respuesta con una analogía antes que con un resultado numérico:

Esa erupción... ¡Fue casi tan poderosa como la de un Supervolcán!

—¡¿Qué?! ¡¿TANTO ASÍ?! —farfulló Tesla, la expresión de horror máximo en su rostro. Se volvió hacia Cornelio— Dime por favor si la fe sigue siendo una opción, ¡porque veo IMPROBABLE que ese hombre haya podido sobrevivir una erupción de esa magnitud sin ningún tipo de protección!

Hubo silencio ulterior por parte de Cornelio. Tesla y Eurineftos se empezaron a asustar por su rostro sombrío y por el inquietante silencio ante la  pregunta del primero. De repente, las manos de Cornelio que sostenían los parapetos se apretaron a la piedra, agrietándola todavía más, indicando la frigidez de sus labios por querer dar una respuesta vana pero digna. La oscuridad se desvaneció, revelando las venas hinchadas en las sienes de un rostro consternado y arrugado.

—Si Uitstli pudo sobrevivir a la Ira de Achaia de Aamón, aunque haya sido a duras penas... —masculló, la respuesta dejando anonadados a Tesla y a Eurineftos— ¡Entonces puede sobrevivir a esto!

La tierras se convirtió en un terreno baldío de montículos de escombros y lava sobresaliendo de mesetas artificiales. Los espectadores humanos del Ragnarök mantuvieron la respiración, a la expectativa de ver al Jaguar Negro emerger del subsuelo o de algún lago de lava. Los alargados segundos se sucedieron, y el único rastro de movimiento bajo la bruma volcánica fue Huitzilopochtli, su sombra emergiendo detrás de una muralla de humo la cual se disipó y reveló su ensangrentado y musculoso cuerpo. Hubo otro lapso alargado de silencio, y los humanos, entre murmullos y masculleos, ya estaban decimando sus esperanzas por la victoria...

Hasta que se oyó un rugido humano seguido de una explosión de tierra. La onda expansiva empujó a Huitzilopochtli, y un montículo de tierra y lava estalló en un millar de pedazos y arabescos de magma que salieron volando por todos lados. Una cortina de polvo se disipó, revelando a Uitstli agachado en el suelo, alzando los puños y empezando a golpear la tierra una y otra y otra vez, lascando proyectiles de piedra volcánica que volaron por los cielos en dirección a Huitzilopochtli, chocando repetidas veces contra él.

Tlamati Nahualli... —maldijo Uitstli entre gimoteos de esfuerzo, sudor y sangre entremezclados. Su corazón latió con gran vehemencia en un intento por contrarrestar el miedo. Los dos últimos puñetazos que dio al suelo generaron un temblor lo bastante fuerte como para hacer que Huitzilopochtli trastabillase. Uitstli levantó su pierna hasta lo más alto, y estampó la tierra con el más fuerte de sus pisotones— ¡¡¡HUEHUE-XIUH-TÉOTL!!

Uitstli aprovechó el breve momento de aturdimiento de Huitzilopochtli; invocó su lanza Tepoztolli, la arrojó, y cuando esta cayó frente a los pies de su enemigo, se teletransportó en frente suyo. El Jaguar negro invocó sus espadas de fuego encadenadas y, en un combate cuerpo a cuerpo cercano, arremetió al Dios de la Guerra con una fugaz andanada de espadazos que liberaron chispas y arabescos de fuego que ribetearon toda la zona. Huitzilopochtli recibió la primera andanada, y múltiples cortes abrieron sus pectorales y abdomen. Con la segunda oleada, Huitzilopochtli desenfundó raudamente su espadón, y utilizó su hoja como escudo. El Dios de la Guerra contrarrestó al Jaguar Negro con un repentino empujón de su macuahuitl, noqueándolo en el proceso. Randgriz le devolvió la consciencia en un santiamén, y el Legendarium Einhenjer esquivó por poco el aplastante espadazo de la Macuahuitl, impulsándose hacia atrás y marcando más de veinte metros de distancia. 

El guerrero azteca esgrimió una espada encadenada y la lanzó hacia el Dios de la Guerra. El mango de la Macuahuitl se convirtió en una anaconda; se estiró a toda velocidad y atrapó la espada mordiéndolo en las cadenas. Huitzilopochtli, con el ceño arrugado en una mueca de rabia, cambió el elemento de su poder a la electricidad de Tláloc, y azotó poderosamente a Uitstli con un relámpago que recorrió las cadenas de fuego hasta alcanzarlo con un estallido demoledor. 

—¡Qué veloz! ¡Qué demoledor! —exclamaba Heimdal, los ojos agrandados como platos— ¡La rapidez de los ataques de ambos apenas puede ser seguida por el ojo humano! ¡E incluso los dioses no son capaces de predecir el siguiente movimiento que harán!

Y las palabras de Heimdal se hicieron efectivas con el siguiente movimiento que dejó pasmados a dioses y humanos al mismo tiempo: de un fuerte pisotón erradicó todas las corrientes eléctricas que lo paralizaban, para después, con la fuerza de un solo brazo, jalar la espada encadenada con todas sus fuerzas, quitándole el espadón a Huitzilopochtli en el proceso. Los dioses quedaron atónitos, sobre todo Omecíhuatl, quien exclamó un ahogado "¡¿QUÉ?!" cuando Uitstli agitó su brazo e hizo que la macuahuitl, enredada en las cadenas de fuego, describiera una fugaz parábola y después se abalanzara a toda velocidad hacia Huitzilopochtli. El espadón se estrelló brutalmente contra el pecho del Dios de la Guerra, haciendo que este vomitara sangre y retrocediera varios metros. 

La cólera aumentó de nivel en la paciencia de Huitzilopochtli. Ese último empuñó su arma y, de un potente tirón, jaló las cadenas de fuego y atrajo a Uitstli hacia sí con un repentino impulso. El Jaguar Negro, sin embargo, previó este movimiento, y velozmente esgrimió su otra espada flameante, apuñalando a Huitzilopochtli en el abdomen. El Dios de la Guerra volvió a vomitar sangre y, por primera vez desde que empezó el combate... despidió un breve pero intenso grito de dolor.

Los vitoreos de las personas no se hicieron esperar. La algarabía de las gradas de los humanos se superpuso a los gritos de dolor y de espasmos de los dioses. Y a pesar de estar viendo sus casas ardiendo en altas llamas, las planicies, bosques y montañas erupcionando lava sin parar, y el cielo de lo que otrora fuera su cielo azul teñirse de un anaranjado apocalíptico producto de la ceniza volcánica, los aztecas tuvieron como única cavidad de emociones la gesta que Uitstli acababa de realizar. ¡Herir con aún más gravedad al Dios de la Guerra!

—¡¡¡SÍIIIIIIIIIII!!! —chillaron Tepatiliztli y Zaniyah al mismo tiempo, agitando los brazos hacia delante y sonriendo de oreja a oreja.

—Púchale, esa madre le debió doler muchísimo... —masculló Xolopitli, llevándose una mano al vientre—. Imposible que de eso salga bien parado, ¿verdad?

El nahual mapache se quedó con el hocico boquiabierto al ver el semblante severo de Quetzalcóatl. El Dios Emplumado respiró hondo, suspiró y ladeó la cabeza. 

—No... —masculló, apretando un puño y su mirada adquiriendo una preocupación inmensa. 

Una gruesa línea de fuego rodeó el cuerpo entero de Huitzilopochtli como una serpiente. Más líneas aparecieron, y en un abrir y cerrar de ojos Uitstli fue impulsado brutalmente por la explosión de un tornado incandescente que estalló sobre el cuerpo del Dios de la Guerra, al son del alarido belicoso que este despidió hacia los cielos. El Jaguar Negro cayó y rodó varias veces por el suelo volcánico hasta hacer aparecer su lanza Tepoztolli y enterrarla duramente en la piedra, logrando detenerse a más de cincuenta metros de distancia de su contrincante. 

Huitzilopochtli enterró la hoja de su Macuahuitl dentro de la tierra. Empuñando su arma con las dos manos, a gruesa hoja de puntas de obsidiana fue enroscada por el mismo torbellino de fuego que hasta hace unos segundos explotó alrededor suyo. El dios azteca jaló hacia arriba, y producto de su titánica fuerza, disparó todas las flamas acumuladas dentro del piso, generando una gigantesca ola de casi cincuenta metro de alto que arrasó con la tierra, con los escombros de los derrumbamientos de montaña, con el agua de las costas del lago y con los bordes de la ciudad de Tenochtitlan, estando a pocos metros de devorarse a uno de sus barrios.

La piel se le puso de gallina. De ojos ensanchados y corazón hinchado de un temor que no sentía desde la Segunda Tribulación, Uitstli se quedó completamente paralizado. Los humanos de las gradas le gritaban que se apartara, pero los muros invisibles de sus oídos le prohibieron escuchar los alaridos de sus compatriotas y de su familia. El calor de la inmensa lava incandescente estaba a punto de entrar en contacto con su cuerpo; ya había destruido los puertos de Tenochtitlan y evaporizado el agua y la tierra brutalmente las costas cercanas a la ciudad. 

<<¡¡¡UITSTLI, LANZAME AL CIELO!!!>> chilló Randgriz en su mente, consiguiendo que espabilara de su parálisis mental y actuara con rapidez. El Jaguar Negro, sin dudarlo dos veces, arrojó con todas sus fuerzas la lanza Tepoztolli hacia los cielos. La vio desaparecer en el cielo tartárico, y cuando bajó la vista se topó de frente con la gigantesca muralla de magma abalanzarse hacia él. Uitstli cerró los ojos y apretó los dientes, a la espera de que su Valquiria Real hiciera algo para sacarlo de ese aprieto. 

Y entonces, en un abrir y cerrar de ojos, Uitstli se teletransportó a más de cien metros en el aire, su brazo siendo sostenido firmemente por el de Randgriz. La Valquiria Real se manifestó físicamente sobresaliendo de un halo de luz verde de la lanza, como si estuviera exponiéndose por medio de un portal. Uitstli se quedó absolutamente asombrado al ver el cuerpo de su valquiria materializarse en forma de pequeños cubos verde-celestes que culminaban con un gradiente irreconocible de cintura para abajo. 

—Randgriz... —farfulló Uitstli, los ojos ensanchados.

La Valquiria Real sonrió levemente, pero antes de que esta pudiera replicar con algo, una ignominiosa sombra humanoide se cernió sobre ellos. Seguido de ello, un cegador brillo de fuego los bañó, y lo sigui'un atronador y lejano ruido de cometa cayendo a toda rapidez por la atmósfera. Randgriz se dio la vuelta. Uitstli movió la mandíbula para gritar que se alejaran, pero solo alcanzó a emitir un alarido de espanto cuando Huitzilopochtli descendió a la velocidad de un meteorito sobre ellos dos, los brazos extendidos hacia arriba y sus manos entrelazadas.

Cenizas de Guerra... —masculló el Dios de la Guerra. Randgriz se convirtió en Tepoztolli, y Uitstli la empuñó rápidamente para después formar un escudo de fuego a su alrededor con una esgrima— ¡¡¡ESTRELLA HUMENATE DE TEZCATLIPOCA!!!

El impacto de sus nudillos contra el mango de a lanza Tepoztolli generó un estallido de luz efervescente en toda la ciudad, en toda la región y en todo el continente de aquella dimensión paralela de Mexico-Tenochtitlan. Como si un meteoro hubiese impactado contra un proyectil militar que pretendiera destruirlo, el mordaz Armagedón que produjo a los pocos segundos, en forma de onda expansiva, arrasó totalmente con los bosques de más allá de las fronteras. Las montañas más cercanas a Tenochtitlan fueron obliteradas, cuales edificios siendo arrasados por la onda de choque de un arma termonuclear, muchas de ellas siendo partidas en pedazos y otras volviéndose tornados de polvo e interminables mares de escombros. Las aguas del Lago Texcoco fueron consumidas hasta tal punto que se alcanzó a ver, por breves segundos, el fondo marino. Los tsunamis que se generaron llegaron a formarse con más de treinta metros de altura, inundando bajo sus aguas grandes extensiones de kilómetros de páramos, de bosques, de altiplanos y hasta de la propia Tenochtitlan, hundiendo dentro del lago más del cincuenta por ciento de sus destruidos barrios.

Los resplandecientes fulgores se apagaron a los pocos segundos, permitiéndoles ver, a los espectadores del Ragnarök, la destrucción masiva causada por el impacto meteórico del dios azteca. Unos diez segundos después, el atronador e hipersónico ruido del estallido atravesó las fisuras dimensionales, partiéndole los tímpanos a más de un humano y dejando con molestos zumbidos en los oídos de muchos otros dioses. En los cielos, el dragón-serpiente que montaba Heimdal se alteró por culpa de los incontrolables vientos causados por el estallido; el dios nórdico tuvo dificultades para recobrar su vuelo y evitar que cayera en picada, pero lo logró al cabo de unos segundos. 

—P-pero que... ¿qué pasó? —balbuceó Heimdal a la boca de su cuerno dorado. Se rascó los ojos debajo de sus lentes rojos y esclareció su vista, logrando apenas vislumbrar los limites de océanos pedregosos que otrora fueran las montañas más cercanas a Tenochtitlan. Ensanchó los ojos y se quedó sin aliento a medida que el humo era disipado y se revelaba más el horripilante escenario apocalíptico— Oh... ¡Oh, POR LAS BARBAS DEL ALL FATHER! ¡¿QUE ESTA DESTRUCCIÓN QUE VEN MIS OJOS?! ¡MORTALES ESPECTADORES DEL RAGNARÖK, ACABAN USTEDES DE PRESENCIAR EL VERDADERO PODER DEL VERDUGOOOOOOO AAAAAAZTECA!

 Hubo conmoción en todo el coliseo. Los dioses más viles vitorearon la hazaña de Huitzilopochtli, mientras que varios de estos se quedaron en silencio, mudos de la perplejidad ante el inconmensurable poder que acababan de presenciar. En el palco de la Reina Valquiria, el semidiós griego Sirius sintió que el corazón se le volcaba en un irremediable susto que dejó pasmado tanto a Geir como a Brunhilde. 

—¡Un ataque tan poderoso como ese debió de haber vuelto la región entera en un cráter colosal! —exclamó, las manos sobre la baranda, la cabeza asomando más allá de los bordes del dintel— ¡¿Acaso Uitstli lo recibió de lleno?! —intentó hallarlo con la mirada, pero se le dificultó por toda la marea de escombros y terreno arado y demolido— ¡¿Donde está...?! ¡¿Dónde?! 

—Así que... este es el verdadero poder de un dios... —farfulló Geir, el cuerpo temblándole de pies a cabeza, llegando a caer sobre sus rodillas y sollozar. El miedo que arañaba su corazón era el mismo que anteriormente había sentido cuando era una niña durante la Segunda Tribulación— S-s-se terminó... No importa cuánto n-nos esforcemos como valquirias... Es imposible que podamos igualar el poder de los dioses...

 A su lado, Brunhilde cerró los ojos, se encogió de hombros y suspiró.

—Geir, levántate. 

—¿Eh? —la princesa valquiria negó con la cabeza y un sollozo— ¡No, Hilde-Onee-Sama! ¡No quiero seguir viendo! ¡Esto es horrible para mí! ¡Y seguramente no sea más que una payasada para los Supremos! —en ese breve instante alcanzó a ver de soslayo a Sirius... con los ojos como platos en una expresión de sorpresa absoluta. ¿Acababa de hallar el cadáver de Uitstli, acaso?

—Ven, de pie —Brunhilde la tomó de uno de sus brazos y la obligó a reincorporarse— No despegues la vista de Tenochtitlan.

—¡P-pero...! —Geir se volvió hacia ella, y al ver su rostro... halló una mueca de determinismo absoluto en su mirada esmeralda, fija en la fisura dimensional que mostraba el centro de la arena de combate.


En el palco de la Suprema Azteca, esta última estiró los brazos y las piernas y bostezó profundamente, como si acabase de despertar después de un aburridísimo teatro. 

—Y con esto acabamos la primera ronda —exclamó, reincorporándose de su trono y volviéndose sobre sus talones con tal de irse de la estancia—. Zorrito, ahora me debes cinco toneladas de oro por la apuesta. El Miquini duró menos de quince minutos peleando contra mi verdugo —carcajeó de forma irónica y alzó los brazos—. Como si esperáramos más de él...

Señorita Suprema —farfulló Mechacoyotl sin despegar la vista de la fisura dimensional—, ¿alguna vez se ha tragado sus palabras?

—Uyy, estás como muy atrevido hoy, ¿no? —Sin dejar de sonreír, Omecíhuatl agarró el picaporte de la puerta.

Porque está a punto de hacerlo. El "Miquini" sigue vivo.

La mano aplastó el pomo de la puerta como si de un pan expirado y derretido se tratase. Omecíhuatl rápidamente se giró hacia Mechacoyotl, la sonrisa borrada y reemplazada con una expresión mezcla de rabia y sorpresa. Este último se giró y la vio  con una robótica expresión de sorpresa. La Suprema Azteca recorrió toda la estancia con zancadas apuradas hasta pasar de largo de Mechacoyotl, empujándolo de un manotazo y poniéndose frente a las ventanas sin vidrio de su podio. 

Su mirada se ensanchó en su punto más álgido de perplejidad al ver a Huitzilopochtli recibir en su hombro izquierdo una mortal estocada de la lanza Tepoztolli... Pero no estaba siendo empuñada por Uitstli, sino en cambio por...

—¡¿HERMANA RANDGRIZ?! —chilló Geir, la expresión pasmada dibujada en su cara. 

Gimoteos y quejidos de asombro y estupor se escucharon en las gradas de humanos y dioses por igual al tiempo que el denso polvo se disipaba con un atronador estoque que rompió la barrera del sonido y despidió una demoledora onda expansiva.

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Huitzilopochtli retrocedió varios pasos, trastabillando al punto de casi tropezarse con algunos de los escombros del suelo. Se llevó la mano al hombro perforado, sintiendo el profundo agujero que le abría la carne hasta sobresalir por su omoplato. Su semblante se transformó en uno de sorpresa al alzar la vista y ver, a través de la densa humareda blanca y negra, que quien le había atacado con la lanza perfora-escudos no fue su enemigo Uitstli... si no en cambio su Valquiria Real, Randgriz Fulládottir, quien se acababa de manifestar de cuerpo completo en el campo de batalla. Fue ella quién lo atacó con Tepoztolli, mientras que Uitstli se estaba reincorporando del suelo. 

Una vez Uitstli se reincorporó del suelo dio un vigoroso pisotón a la tierra, haciendo saltar varias lascas de piedra y colocándose al lado de su Valquiria Real. En sus manos se manifestaron sus espadas llameantes y encadenadas, y su aura de fuego escarlata se entremezcló con la blanca de Randgriz, conformando un gigantesco y uniforme halo de poder puro que instigó varias ondas de choque que derrumbaron varios cascajos. Huitzilopochtli se cubrió brevemente con una mano, sintiendo su temple de guerrero ser mellado por el vasto poder fusionado de ambos guerreros; Uitstli blandiendo una larga espada flameante con una mano y Randgriz empuñando a Tepoztolli a su misma altura. 

—¡¿PERO QUE ES LO QUE ESTOY VIENDO AHORA MISMO?! —exclamó Heimdal, igual de anonadado que los dioses. Se inclinó por encima de la montura del dragón-serpiente y se hizo escuchar todavía más al grito de su cuerno Gjallarhorn.

La conmoción destronó el graderío de los dioses con algarabías de estridentes alaridos y de abucheos, aclamando una y otra vez que este blasfemo acto de ambos guerreros violaba las reglas del Ragnarök de ser un dos contra uno. Los espectadores humanos intercambiaron miradas de asombro y confusión extrema; un azteca del nivel segundo de las gradas alzó la voz en protesta contra las injurias de los dioses, clamando la victoria de la humanidad en nombre del Jaguar Negro. Otros aztecas replicaron sus vehementes gritos, después otros humanos de las distintas gradas.

Y en cuestión de segundos una supersónica ola de rugidos y vociferos humanos se extendió por todo el coliseo, superponiéndose a los gritos insultantes de los airados dioses. 

—¡¿QUÉ COÑO, PUTA, MIERDA, BASTARDA, MUGRIENTA E HIJA DE MIL PERRAS ES ESTO?! —maldijo Omecíhuatl, golpeando severamente las paredes de su palco, abriendo potentes grietas que se extendieron por las celosías y el techo. La Suprema Azteca se dirigió hacia el balcón de su podio y clavó su mirada en el podio divino de Odín Borson, este último sentado en su trono con expresión impasible— ¡¡¡OYE, CHINGADO VEJESTORIO!!! ¡¿QUÉ TE DIJE, AH?! ¡TE DIJE QUE LA ZORRA MALNACIDA DE BRUNHILDE HARÍA TRAMPA! ¡Y MIRA CON LO QUE NOS SALE!

Odín Borson cerró su ojo, ladeó la cabeza y suspiró, como el dueño de un perro que se la pasa ladrando sin parar a sus visitantes. El Supremo Nórdico alzó una mano y presionó un espacio en el aire invocando un círculo mágico de color celeste y runas nórdicas que comenzó a vibrar como si fuera un celular. 

Sobrevolando el cielo con su dragón-serpiente, Heimdal contestó la llamada de Odín invocando él también un círculo mágico. Escuchó atentamente la explicación de Odín al suceso.

—Comprendo, Allfather. En seguida lo diré —el círculo mágico desapareció del aire. Heimdal empuñó su Gjallarhorn con ambas manos y despidió todo el aire de sus pulmones con un poderoso alarido— ¡De acuerdo a lo que el Allfather acaba de decirme, esto NO VIOLA LAS REGLAS DEL TORNEO DEL RAGNARÖK! ¡No lo hace puesto que Uitstli y Randgriz aún están unidos por medio del Völundr a nivel espiritual! ¡Además que las clausulas del torneo no omiten la exclusión de participantes artificiales que no sean independientes al luchador en concreto, incluyendo esto a invocaciones y a las mismas Valquirias! ¡LA PELEA SIGUE! ¡REPITO, LA PELEA SIGUE!

Hubo discordia y desorientación en las gradas de las deidades. Sus abucheos y ultrajes se hicieron resonar en todo el Coliseo Idávollir, combatiendo ferozmente contra los elogios y los aplaudidos de los humanos. En el palco azteca, Omecíhuatl se llevó las manos a su melena y se la revolvió caóticamente, al tiempo que dejaba escapar tempestuosos gruñidos. Su agarre de cabellos llegó al punto en que se tiró sin querer la tiara de plumas blancas. La Suprema Azteca reprimió toda su incontrolable cólera machacando, a base de puñetazos, las superficies de peidra de los alfeizares y de las ventana, sus puñetazos moliendo la piedra y abriendo un sinfín de agujeros en las paredes.

<<Mhm, que impropio para una "Diosa Suprema">> Pensó Mechacoyotl, inamovible en su sitio mientras que los sirvientes Centzones huían velozmente del palco, espantados por el berrinche destructor de Omecíhuatl. 

En el palco de la Reina Valquiria, Brunhilde Freyadóttir se le iluminaron los ojos con un brillo de satisfacción e ironía máxima. Geir y Sirius la vieron sonreír con todo el esplendor de una semidiosa que acabase de burlar a los dioses con su tesoro divino. Brunhilde alzó una mano y extendió cinco dedos frente su rostro, realizando una burlona pose que fue alcanzada a ser vista por una buena parte de los Dioses Supremos, en especial de Omecíhuatl.  

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

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Nada más Malinaxochitl se quitó de encima las pesadas sábanas y salió de su habitación, el ambiente seguía manteniendo su aura lúgubre de ignominiosa muerte infernal. La pequeña diosa se trovó de miedos irracionales, y pensó que seguía encerrada en una demencial pesadilla. 

No estaba del todo segura de donde se encontraba. Al asomar la cabeza más allá de la puerta abierta y mirar hacia ambos lados, fue incapaz de reconocer el penumbroso pasillo iluminado por antorchas de fuego rojo inmaculado. Las formas sinuosas de las paredes, los bajorrelieves inexplicables que impregnaban sus superficies, los recuadros y los ornamentos del amueblado no indicaban ningún tipo de estancia de Omeyocán que ella hubiese enmarcado profusamente en su cabeza. No, esto definitivamente no era el palacio de Omeyocán. Pero si no lo era, entonces las implicaciones de lo desconocido acampaban a sus anchas, y eso atemorizó a Malina, quien por varios segundos se quedó velando en el umbral de la puerta, los temblores evitando que diera un paso al frente 

<<Mi hermano no está aquí para sacarme de este lugar>> La sola idea hizo retemblar todavía más a Malina. La Diosa Hechicera cerró los ojos y apretó los labios y los puños. Su corazón se avivó de pensamientos llenos de coraje, y de esa forma se fue armando lentamente de valor tanto en razón como espíritu. Los miedos iniciales se disiparon, dejando lugar a una valía aguerrida. <<No puedo esperar a que él me salve. Debo valerme por mí misma ahora. ¡Espabila!>>

Abrió los ojos, respiró hondo y exhaló con decisión. 

Salió de su zona de confort, el peso de los pavores primigenios asolando su busto. Miró hacia ambos lados, visionado las teles penumbras que merodeaban los fondos de los angostos pasadizos y ocultaban las encrucijadas. Malina extendió un brazo y, con sus dedos, extrajo una porción de fuego rojo de una de las antorchas. La llama levitó y bailó por encima de su palma, sirviéndola como fuente de luz para su recorrido hacia la oscuridad que sopesaba el ignominioso ambiente. 

Anadeó laboriosamente hacia el fondo del pasillo superior. La vivaracha pero tenue luz de su vela resplandeció de forma débil el camino que recorría, revelando con más detalles los bajorrelieves que se marcaban sobre las paredes con ominosas formas de sinuosas serpientes que se enroscaban unas sobre otras. El desamparo ennegrecido iba en aumento a medida que se internaba más en los laberinticos pasillos, sin rumbo aparente, siguiendo a donde sus resonantes pisadas sobre el suelo alfombrado la llevasen. Trató de oír vientos procedentes de ventanas, pero todas estas estaban cerradas; intentó vislumbrar lo que había más allá de ellas, pero un extraño color polarizante solo la hacía ver su propio reflejo y la del espectral interior. La asaltó un gélido vahído, seguido por una aprehensiva percepción de claustrofobia. 

Malina alzó la cabeza en busca de algún tipo de rendija que la llevase sistemas de corredores. Lo único que halló fueron techos se arqueaban en formas espantosamente irregulares que escapaban a la comprensión arquitectónica. La cabeza de Malinaxochitl comenzó a bullir de alocadas ideas, y los antiguos miedos y advertencia de su remoto pasado cuando era perseguida y señalada como bruja del Mictlán afloraron en su mente. Su caminata se hizo más apurado, y la diosa, sintiéndose más y más indefensa a medida que las ignotas palabras de los acusadores resonaban una y otra vez en su cabeza:

<<¡Bruja!>> <<¡Retoño del Mictlán!>> <<Maldecida por el Señor de los Muertos!>> <<¡Mátenla!>> <<¡Sacrifiquémosla!>> <<¡Eres un esperpento del infierno!>>

Su vulnerabilidad emocional se hizo evidente con los breves pero cada vez más emergentes sollozos que surgían de sus labios y ojos. Los angostos pasajes, las escaleras descendentes y ascendentes  no parecían tener fin, por más intersecciones atravesara. Otra cosa que pilló de soslayo era lo homogéneo que se veían cada corredizo, como si estuviera recorriendo los mismos pasillos una y otra vez pero que, al mismo tiempo, hubiese avanzado tanto de su posición original que no supiera ya el camino de regreso. Malina intentó entrar a varias habitaciones, pero los picaportes de las puertas se negaban a abrirse. Después intentó destruirlas con fuerza bruta; los nudillos conectaron, y Malina gruñó de dolor al sentir el ardor en los nudillos. Inconcebible; ahora tenía la fuerza de una mera humana. Intentó emplear uno de sus poderes de fuego; nada, aparte de la llama en su otra mano, surgió de su palma. ¡¿Acaso ya no tenía sus poderes divinos?!

Para este punto, ella ya había perdido la noción del tiempo. ¿Cuánto llevaba recorriendo una y otra vez los mismos pasadizos? ¿A dónde pretendía ir, si no había vías de escape disponibles, mucho menos tenía el poder de crear los suyos propios? Subió y bajo escaleras, cruzó a mano derecha e izquierda las encrucijadas, siguió intentando abrir puertas, y cada vez que su llama quería apagarse, la recargaba sustrayendo combustible de las antorchas. Mientras más se sumergía a la intemperie del laberinto demencial, su mente fue rafeada por las nocivas palabras que un día Omecíhuatl le había proferido cuando ella era una niña. Palabras que jamás se le borraron de su cabeza, y ahora venían a asaltarla:

 —La maldición de Mictlán por la que todos te llaman bruja no es por capricho del destino. Es porque tú eres el resultado... de todo lo malo que manchó al linaje de mi hermana. 

Repentinamente, Malina sufrió un terrible golpe de miedo que se deformó en una desgarradora depresión que avaló todos los pensamientos negativos que vinieron después de este. Todo el frenesí del pavor claustrofóbico fue erradicado, siendo reemplazado con una impresión de culpa ulterior en la forma de siglos acumulados de segregación y represión social hacia ella y su hermano. ¿Tan insulsa había sido al intentar blanquear la imagen monstruosa de su hermano cuando ni siquiera ella era considerada alguien digna de respirar el mismo aire que los dioses aztecas? Ella no pidió nacer así, y aún así se empezó a sentir culpable por todo el flagelo que le trajo a su hermano por siglos. 

<<Lo siento tanto,  hermano....>> Los sentimientos malditos se sobrepusieron por encima de su templanza como diosa guerrera. No existía hechicería alguna que pudiera sacarla del estado mental en el que ya estaba ensimismada. Las piernas le temblaron hasta que cayó sobre sus rodillas, las manos apoyándose sobre el piso, el semblante convertido en una mueca de pánico y la llama roja danzando en frente de ella, como una especie de hada que intentara sonsacarla de su depresión. De su maldición. 

Tras despedir aquel desgarrador grito, irrisorio para la vorágine de indiferencia de los pasillos infinitos, Malinaxochitl apretó los puños, agachó la cabeza, y golpeó varias veces el suelo hasta que el dolor se le impregnara por debajo de la piel roja. Sus bajos pero profundos lamentos se esparcieron por todos los corredores posibles, siendo escuchados por los inexistentes espectros de indiferencia gélida. Su coro de condenación persistió por alargados segundos. Malina pretendía desollarse en lágrimas hasta que no le quedase más aire, y muriera en aquel inmundo plano de inexistencia de seres vivos. 

Enloqueciéndose poco a poco, los pensamientos agolpándose sin parar en su mente, sus quejumbrosos gritos llegando a nada, y de repente... Malina oyó un profuso gruñido femenino reverberar por las paredes. El corrientazo de nervios la sacó de su ensimismamiento, haciendo que alzara la cabeza y viera el fondo del pasillo en penumbras. El grueso y lento bramido volvió a rezongar, sonando exactamente igual al que había escuchado en la pesadilla. Malina frunció el ceño y, entre gimoteos, se reincorporó y prestó más atención a los lejanos rugidos, los cuales poco a poco, mientras más presto ponía sus oídos... sonaban como palabras. 

Y entonces, prosiguiendo al último gruñido remilgado, la siniestra voz femenina produjo en la palabras la misma frase que oyó en su pesadilla:

—Ahhhhh... Alguien, por favor, mátenlo... Ese inmundo monstruo que es... Nahualopitli.

La dicción en las silabas de aquel nombre le produjo un escalofrío sin igual, siendo sucedido por otro suspiro de muerte viniendo detrás de ella. La piel se le puso de gallina, y su instinto de supervivencia la obligó a actuar contra el peligro que se le cernía a su espalda. Sin volverse ni una sola vez, Malina destripó una llama roja de una de las antorchas y comenzó a correr a la mayor velocidad que le permitiesen sus piernas, persiguiendo los constantes pero débiles mugidos femeninos que parecían provenir del fondo de algún angosto túnel.

Solo el divino Ometeotl sabría cuántos pasillos y cuantos peldaños ella atravesó, subió y bajo, en una constante y agitadora persecución de algo que ella estaba totalmente segura que le estaba pisando constantemente los talones. Sus pisadas resonaron, pero a pesar de lo estrecho de los pasillos, había más silencio que ruido proveniente de cualquier fuente, incluida la de la cosa que merodeaba por la vasta negrura. El único ruido que esta cosa pronunciaba era un constante chirriar, como el de una lejana avalancha en el abismo oceánico. Nuevamente la locura atrapó su mente, carcomiendo su raciocinio, y por un momento de trote sin parar, Malinaxochitl pensó que estaba a punto de perder la cordura. 

Afortunadamente nada de eso pasó. Malina no vio la puerta tras la negrura de la intersección que acababa de traspasar, y esta puerta sí cedió a su incontrolada embestida. La diosa hechicera cayó de bruces al suelo, el dolor en todo su cuerpo evitando que se reincorporase de inmediato. La cosa de la oscuridad reptó a toda velocidad hacia ella, pero antes de poder atravesar el umbral, las puertas se cerraron abruptamente, dejando a la cosa de la negrura afuera y resguardando a Malina en aquella reducida estancia, sostenida por varios pilares de los que cada uno colgaba cinco antorchas en su circunferencia. 

Malina apoyó las manos en el piso y, entre quejidos, se puso de pie. Analizó con una rápida mirada la galería en la que se hallaba, topándose primero con las antorchas, y después con las ignominiosas filigranas con forma de serpientes y calaveras tatuadas sobre los pilares, las paredes y en el mismo suelo como demenciales mosaicos. La piedra de infusa negrura compuesta en el suelo, paredes y techo irregular de la habitación no estaban del todo emplazados; todo lo contrario, estaban apelmazados, mal ensamblados, más pareciendo como moho corrupto antes que algo bien pavimentado. Una idea se le cruzó por la mente: ¿y si a lo mejor toda esta arquitectura que ha estado viendo... pertenecía a una estructura que fue corrompida por esta enigmática malicia?

—Hummmm... Eres una diosa de Aztlán, ¿cierto?

La oronda y casi masculina voz de mujer la asaltó con un impacto pavoroso. Malina se volvió rápidamente, pero no pudo hallar el origen de la voz al principio. Su alterada mirada se giró en varias direcciones, mientras que caminaba más al interior de la habitación sin rumbo alguno. 

—Aquí... Justo... aquí.

Malina se giró ciento ochenta grados y pegó un espantado gritito al hallar, finalmente, el origen de la voz femenina. Una aparente diosa azteca de tez azul oscuro, rostro ovalado de ojos negros y con tatuajes sinuosos que decoraban sus mejillas, un tocado decorado con varios pequeños cráneos y con largas plumas que se camuflaban con su larga y densa melena rubia ceniza, una pelerina negra hecha de huesos que recubría la mitad de sus busto, melena celeste semitransparente y un sobrevestido que se dividía en varios faldones... esparcidos por el suelo. El corazón de Malina dio un vuelco al darse cuenta de la falta de piernas de aquella diosa. Estaba tirada en el suelo, incapaz de moverse de su localidad pero a la vez poseyendo un aura de alma en pena sin descanso a su alrededor. 

—¿Q-quién eres tú? —farfulló Malina, mirando alrededor de la inamovible diosa y topándose con un portal negro de bordados púrpuras impregnados sobre la pared del fondo.

—Oh... otra alma errante como yo... —masculló la diosa, notándose un atisbo de sollozo— Siglos sin tener comunicación con otra alma... con otro vivo... o muerto... 

Malina tragó saliva, no pudiendo evitar sentirse compadecida por ella. Su mente ya estaba conjugando ideas sobre su posible identidad...

—¿Dónde estoy? —inquirió.

—Estás donde antes era... mi mansión... —farfulló la diosa de ojos negros— Este lugar ya no existe... Fue decimado... destruido... por la infeliz de Omecíhuatl. Ahora está corrompido... y está siendo transformado a los caprichos... de aquel que quiere reemplazar a mi marido...

—¿T-tu marido? Momento, ¿eso quiere decir que tú eres...?

—Omecíhuatl le ha dado demasiado poder a ese... inmundo y maldito... —la interrumpió la diosa—. Tarde o temprano... la ambición de Nahualopitli será tan voraz... como su hambre por los dioses. Tanto que ni Omecíhuatl... podrá ponerle parón...

<<¿Nahualopitli?>> Malina hizo acopio de sus memorias, y aunque le dolió ver su imagen de nuevo, se imaginó a ese Nahualopitli como el mismo que la visitó en su pesadilla.

—Él te está buscando... —las palabras de la diosa la hicieron dar un respingo— Fuiste maldecida por el fuego de Mictlán, ¿no? En vez de ser bendecida... como a los de su Culto...  Él quiere comerte... comer tu infierno... igual que lo hizo con mi marido. Corre, niña... Busca ayuda de Huitzilopochtli... de Quetzalcóatl... Por favor... póngale fin... al inmenso devorador... ¡A ese innombrable monstruo!

La sangre se le heló, y Malina no pudo evitar pensar: si esta diosa en quien pensaba que era decía que Nahualopitli era un monstruo incluso peor que su marido... ¿entonces qué clase de batalla le esperaría cuando se topara de frente con él, preparada para ese no tan lejano combate?

—Mi Lanza Matlacihua sigue en mis aposentos, más allá... de este portal —afirmó la diosa de cabello transparente—. Tú, diosa menor... O quien sea que la empuñe... Úsenla para matar a Nahualopitli. Pónganle fin al infierno que él mismo está creando... del cual todos serán súbditos... y del cual mi marido y yo... ya lo somos.

Otro escalofrío la azotó de forma relampagueante. No obstante, esta vez la sensación vino acompañada con una repentina pero vehemente sensación de empatía y determinación por las palabras de una mujer que, muy seguramente, tuvo un destino incluso peor que el suyo. Un destino que ahora compartía con ella, y tenía que hacer todo lo posible para evitar su trágico final. Malina se llevó una mano al busto, sonrió y palpó su pecho tres veces en gesto de compromiso. 

—Así será... Mictecacihuatl.

La ex-reina del infierno azteca se quedó boquiabierta por unos instantes. Le devolvió la sonrisa con la misma gracia. 

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https://youtu.be/boJTHa_8ApM

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