Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖔𝖐-𝖙𝖚𝖗𝖓𝖊𝖗𝖎𝖓𝖌: 𝕯𝖊𝖓 𝖆𝖟𝖙𝖊𝖐𝖎𝖘𝖐𝖊 𝖇ø𝖉𝖉𝖊𝖑𝖊𝖓 𝖔𝖌 𝖉𝖊𝖓 𝖘𝖛𝖆𝖗𝖙𝖊 𝖏𝖆𝖌𝖚𝖆𝖗𝖊𝖓

TORNEO DEL RAGNARÖK:

EL VERDUGO AZTECA Y EL JAGUAR NEGRO

https://youtu.be/Dyu5WheASPY

.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.


___________________________

1
___________________________

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

https://youtu.be/P9uUa2RrwQ8

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Dimensión de Tenochtitlán

Pleno Torneo del Ragnarök

Huitzilopochtli empuñó su Macuahuitl con ambas manos, cual blandiendo el mango de un hacha; alzó una de sus piernas y, al son de su de un desgarrador rugido de guerra que rompió todas las barreras del sonido, estampó su pie en el suelo con todas sus fuerzas, generando un potentísimo temblor que sacudió la ciudad en ruinas de Tenochtitlan, las aguas del lago Texcoco y las montañas de más allá. Uitstli enterró la punta de su lanza Tepoztolli en el pavimento, consiguiendo contrarrestar la fuerza de empuje y evitar que saliera volando por el pisotón del Dios Azteca. 

Los edificios de sus alrededores se desmoronaron; templos y casas se vinieron abajo mientras que el asfalto del suelo se abría en gigantescas grietas que revelaban hondonadas. Avalanchas de escombros cayeron por las laderas de las montañas, haciendo que los espectadores humanos de las gradas sintieran un escalofrío maligno, miedo que no hizo más que incrementar cuando sintieron la onda expansiva alcanzarlos y sacudirlos con olas de viento. Muchos se miraron entre sí, preguntándose si en verdad aquel hombre sería capaz de hacerle frente a semejante bestia.

—Por todos los dioses... —farfulló Geir, irguiéndose tras ser empujada por la onda de choque— ¡¿Tan poderoso es él como para que sus golpes atraviesen dimensiones?!

—Sí, Geir —afirmó Brunhilde, los brazos cruzados, la mirada férrea y fija en Uitstli, este último en su pose de lancero—. A través de su fuerza bruta, de sus conquistas y de sus masacres a otros dioses, Huitzilopochtli se ganó el prestigio de ser... El dios mesoamericano más temido de todos. 

—Y no exagera, Geir —corroboró Sirius con total seriedad. La Princesa Valquiria se volvió a verlo, y el aliento se le escapó al ver su mirada severa y preocupada—. Ese dios es exageradamente fuerte. 

Geir se mordió el labio inferior y bufó. Se volvió hacia Uitstli, alcanzando a ver a este a través de la fisura dimensional. El Jaguar Negro inclinó las piernas hacia delante, a punto de impulsarse y reabrir el ataque empedernido contra su contrincante. <<Por favor, hermana Randgriz...>> Geir juntó sus manos en gesto de plegaria. <<¡Que tu poder sea suficiente para enfrentarlo!>>

Uitstli se quedó inmóvil por un breve lapso; se quedó viendo de arriba abajo a su oponente, viendo como su aura divina de color blanco envolvía su cuerpo como llamas. Huitzilopochtli blandió su espadón de forma horizontal, despidiendo cantidades ingentes de vientos cortantes que partieron en dos torreones cercanos. El corazón de Uitstli palpitó con miedo pero a la vez con coraje, este último siendo acorazado por el alma de Randgriz, fusionada con la suya.

<<¡Adelante, Uitstli!>> Exclamó Randgriz en su mente, y el Jaguar Negro, frunciendo el ceño y apretando los labios, se impulsó con todas sus fuerzas hacia Huitzilopochtli al tiempo que despidió un felino grito belicoso. 

Uitstli arremetió a su enemigo con una poderosa estocada, que vino de la mano con un disparó de fuego de Mictlán tan fulgoroso que recubrió gran parte de Tenochtitlan y cegó a los espectadores divinos y humanos por igual. Huitzilopochtli esquivó la estocada moviéndose hacia un lado, eludiendo también la poderosa ráfaga que salió disparada de la punta, tan enorme y destructora que arrasó con varios templos ya desmoronados. Huitzilopochtli impactó la hoja de su espadón en el suelo y arremetió con un espadazo ascendente. Uitslti lo esquivó con un danzarín giro, y seguido de ello acumuló otra esfera de fuego escarlata en la punta de su lanza, disparándola fugazmente cerca del rostro del Dios de la Guerra.

Huitzilopochtli a duras penas pudo esquivar el ataque; la ráfaga carmesí pasó cerca de su cabeza, abollando su yelmo y cortándole la oreja izquierda, dejando solamente una gran mancha negra que se ensució con su sangre. El Dios de la Guerra arrugó la nariz y la frente, la mueca de rabia intensa. Arremetió ferozmente a Uitstli con un empuje de su hombro, seguido de un puñetazo en su pecho que Uitstli consiguió bloquear con el mango de su Tepoztolli. El Jaguar Negro retrocedió varios metros debido al empuje del puñetazo; se detuvo, y estuvo a punto de impulsarse de nuevo y hostigarlo con más disparos de proyectiles...

Solo para llevarse la sorpresa de alzar la cabeza y ver a Huitzilopochtli, empuñando su Macuahuitl con ambas manos, agitándolo en el aire y enterrando la hoja en el suelo. Los dioses de las gradas se quedaron extrañados; ¿por qué el Dios de la Guerra blandió su espada cuando su enemigo estaba veinte metros aleado de él?

El Legendarium fue el primero en notar la intención de aquella extraña acción cuando lo vio alzar su pierna y darle un potentísimo pisotón a la espada. La hoja se enterró todavía más en el subsuelo, y la onda expansiva que vino después bruñó todas las grietas de un color celeste neón. Todo el distrito de Tenochtitlan fue bañado en fulgores fosforescentes, haciendo que Uitstli entre en pánico por no hallar alguna vía libre por la cual escapar. Dioses y humanos de las gradas fueron cegados de nuevo por el creciente nivel de luz de las grietas. Se oyó un poderoso bramido energizante, señalando la inminente explosión.

<<¡Allí, Uitstli!>> Exclamó Randgriz, su cuerpo manifestándose cual fantasma por encima de su cabeza y señalando con el brazo la cima de una pirámide escalonada. Uitstli invocó una espada encadenada y la arrojó hacia el monolito que estaba en la punta aguzada del edificio; las cadenas se enroscaron en él, y Uitstli dio un impulso con el cual la cadena lo guio directamente hacia la cima de la pirámide, esquivando en el proceso las ráfagas celestes que emergían del subsuelo. 

Y de un susurro, seguido por un estridente alarido, Huitzilopochtli rezó las siguientes palabras: 

Cenizas de Guerra... ¡BATALLÓN DE ESTRELLAS MERIDIONALES!

El Dios de la Guerra levantó su espada con todas sus fuerzas, izando en el proceso una apocalíptica marea de proyectiles celestes que salieron del subsuelo como una serie de estrellas meridionales con la forma de guerreros aztecas. El imparable ejército de espíritus aguerridos arrasó con todo el distrito de Tenochtitlan, destruyendo las pocas edificaciones sobrevivientes al son de alaridos belicosos. Templos, minaretes y pirámides fueron cortados en pedazos por los soldados espirituales, obligando a Uitstli, en la cima de la pirámide, a moverse fugazmente de allí para eludir la embestida de un enorme guerrero azteca que se abalanzó desde abajó y destruyó la cima de la pirámide de un martillazo.

—¡Pero cuanta jodida destrucción, damas y caballeros! —exclamó Heimdal, el réferi del Rangarök subido a lomos de un dragón serpiente emplumado y a más de cien metros de altura— ¡Huitzilopochtli ha invocado a un ejército de espíritus del más allá que están terminando por rematar la capital azteca! ¡La demostración de su primer ataque es más que BESTIAL! —su grito, potenciado por su cuerno dorado, se alzó por encima del torbellino de desolación, pudiendo ser alcanzado a oír por todos los espectadores. En la vasta lejanía, Heimdal pudo observar a Uitstli impulsarse de escombro a escombro, esquivando como podía la avalancha del ejército espiritual o cubriéndose usando escudos de piedra que creaba con los escombros— ¡Pero Uitstli esquiva, esquiva, y esquiva a todos esos espíritus moviéndose como un jaguar en una jungla! ¡Pero no todo está en balanza suya; la velocidad de los espíritus emergiendo del subsuelo aumenta! ¡Parece ser que Uitstli será alcanzado por uno de ellos, Y...!

Uno de los espíritus de guerra esgrimió su macuahuitl etérea, logrando alcanzar a Uitstli en el pecho. El Legendarium no tuvo tiempo de invocar otro escudo de piedra o de cubrirse con su Tepoztolli, y recibió de lleno el golpe en sus pectorales. Emitió un quejido sonoro, seguido de un fuerte tosido. Perdió el contrapeso y velocidad de sus impulsos y terminó cayendo precipitadamente, chocándose contra varios edificios.

—¡HA SIDO AAAAAAAAAALCANZADOOOOOOOOO! 

Huitzilopochtli apareció teletransportándose por medio de un millar de líneas azules horizontales que se unieron hasta formar su cuerpo entero. El Dios de la Guerra arremetió con una feroz patada que conectó directo con el abdomen de Uitstli. De nuevo el Legendarium tosió, gorjeando una gran cantidad de sangre en el aire antes de ser despedido por toda la avenida del destruido distrito, llevándose en el proceso multitud de golpes de martillos de los guerreros fantasmales, hasta terminar impactando contra un torreón.

Hubo conmoción en las gradas; los dioses vitorearon con gritos y aplaudidos a Huitzilopochtli al tiempo que se burlaron del humano, llamándolo debilucho e insulso. En las gradas humanas, las personas despidieron gritos de horror; los guerreros de todas las eras y partes del mundo suspiraron de la frustración o ladearon las cabezas en gestos de decepción. Los aztecas venidos de las Regiones Autónomas chillaron al unísono, todos ellos gritando el nombre de Uitstli y suplicando que se levantara. 

Los Manahui entraron en pánico: Tepatiliztli se inclinó hacia delante y apoyo las manos sobre la baranda, Zinac se adelantó también y apretó los dientes y la mandíbula, y Quetzal y Xolopitli no pudieron más que cerrar los ojos mientras sus oídos eran embutidos por los alaridos horrorizados de la hermana de Uitstli y por los vehementes gritos de Heimdal: 


Xolopitli miró su derredor, la mirada fruncida en una mueca de preocupación al ver la moralidad de los humanos, en especial de los guerreros y soldados, siendo despedazada al igual que el ahora enterrado Uitstli. Muchos tenían la cabeza baja en señal de rendición, y otros se sujetaban a la esperanza por más que pasaran los segundos y no hubiera respuesta de parte del Legendarium. Los aztecas eran quienes más gritaban, suplicándole a Uitstli, a su Sacerdote Supremo, a su héroe de la Segunda Tribulación, a que se pusiera de pie y reavivara la lucha. 

—Por el amor de todo lo querido en este mundo, Uitstli... —masculló Xolopitli, apretando los puños y golpeándolo contra los reposabrazos del altar. La frustración llegó a su punto álgido cuando se llevó las manos al hocico y gritó— ¡¡¡LEVANTATEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE!!!

Aquella cadena de explosivos congojos derribaron la templanza de Quetzalcóatl. El Dios Emplumado apretó los labios y se quedó viendo el montículo de escombros donde estaba enterrado Uitstli. Desvió la mirada y vio, a lo lejos, a un Huitzilopochtli aproximarse a pasos de titanes hacia los cascajos, su cuerpo envuelto en torbellinos de vientos electrizantes que lo dotaban con un aura divina inmaculada y poderosa. Sintió un escalofrío, y se preguntó qué tan poderoso se habría vuelto en verdad desde la Guerra Civil de Aztlán...

De repente, los resquicios de los escombros refulgieron con un potente resplandor rojo blanquecino. Huitzilopochtli se detuvo en seco, para después ser sorprendido por una explosión lumínica que trató de cegarlo, pero fue fútil. Los escombros volaron a altas velocidades, sirviéndose como proyectiles que impactaron contra el duro cuerpo de Huitzilopochtli, siendo destruidos al choque pero sin poder hacerle un rasguño. Seguido de ello se escuchó la explosión de un impulso, y el Dios de la Guerra fue sorprendido por un feroz pisotón que Uitstli arrojó al piso, generando un temblor que sacudió todo el distrito de Tenochtitlan y levantó un millar de estalagmitas de piedra imbuidas en fuego de Mictlán que se abalanzaron hacia su contrincante. 

El Dios de la Guerra sacó pecho y sopló. El poderoso vendaval que surgió de su boca destruyó las estalagmitas, pero le dio oportunidad a Uitstli de rodear a Huitzilopochtli y, desde atrás, repetir el mismo ataque. El dios azteca destruyó las estalagmitas con una esgrima de su espadón. Uitstli reapareció, pero de nuevo en otro lado de la avenida, repitiendo el mismo ataque y, esta vez, las estalagmitas en llamas consiguieron ensartarse en el cuerpo de Huitzilopochtli y paralizarlo momentáneamente. 

—Tlamati Nahualli... —murmuró Uitstli, corrientes eléctricas corriendo por sus brazos hasta alcanzar sus manos, formando en un parpadeo su enorme arco compuesto. Tensó el arco con todas sus fuerzas, arrugando el rostro en el proceso— ¡¡¡Tlalochuītōlli!!!

La gigantesca saeta salió disparada, y emitió un cegador brillo azul que camufló su tamaño. Huitzilopochtli se liberó de las estalagmitas agitando ferozmente los brazos. Esgrimió con ambas manos su Macuahuitl, y de un brutal espadazo aplastó la flecha eléctrica, pulverizándola contra el suelo. Uitstli apareció teletransportado en frente suyo, empuñando su lanza con ambas manos. Huitzilopochtli alzó su pierna con tal de repetir su técnica y empujarlo con una onda de choque, pero fue alcanzado por la potentísima estocada de la Tepoztolli que le cortó la cara. 

Hubo unos cinco alargados segundos de silencio, la lanza de Uitstli pasando por encima del rostro inclinado de Huitzilopochtli. A los diez el silbido estridente de la estocada alcanzó los oídos de los espectadores. 

—¡LO ALCANZÓ! —chilló Heimdal en el lejano cielo, sintiendo por primera vez admiración por el Legendarium Einhenjar— ¡POR PRIMERA VEZ DESDE QUE EMPEZÓ EL COMBATE, LA LANZA DE UITSTLI, PRODUCTO DE SU VÖLUNDR, LE HIZO UN GRAN DAÑO EN LA CARA AL VERDUGO AZTECA!

Los virotes de las gradas humanas colmaron todo el coliseo. Los aztecas en particular se levantaron, gritaron y aplaudieron en regocijo absoluto. Tepatiliztli y Zinac estuvieron entre ellos, alabando la fuerza de Uitstli a punta de sacudidas de brazos y de sonrisas de oreja a oreja. Xolopitli apretó los puños y refunfuñó del alivio y la alegría. Quetzalcóatl se cruzó de brazos, cerró los ojos y suspiró.

<<Si pudo asestar un golpe así de severo... ¡Entonces puedes hacerle muchos más, Uitstli!>>

El guerrero azteca retrajo su lanza y retrocedió con un fugaz impulso, creando más de diez metros de distancia de su contrincante. Huitzilopochtli extrajo su espada del suelo y trastabilló unos cuantos pasos. Se llevó una mano a la cara, y palpo la sangre con las yemas de sus dedos. Se quedó viendo los manchones rojos por un breve rato, hasta que, de sus labios, brotaron unos cuchicheos seguidos por una sonrisa condescendiente.

—Sabes, con esa patada tenía la intención de destrozarte los intestinos por dentro —admitió. Se limpió la sangre pasándose los dedos por su marcado abdomen—. En nuestro último combate, a duras penas pudiste seguirme el ritmo. Ahora no solo puedes combatirme a la par, sino también herirme de esta manera...

Huitzilopochtli blandió su Macuahuitl con una mano y la estrelló contra el piso. Uitstli empuñó a Tepoztolli con ambas manos y agachó las rodillas, colocándose en su pose de lancero magistral. 

___________________________

2
___________________________

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

https://youtu.be/KJGtRPeq4MU

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

En las gradas humanas

El griterío de los humanos saturó las paredes del pasillo del segundo nivel de graderías, hasta el punto de hacerlas temblar brevemente. Una silueta femenina caminó tímidamente a través de la penumbra. El pasillo era iluminado solamente en el fondo por los brillantes rayos del Árbol Áureo, por lo que, al décimo paso dubitativo, las ráfagas resplandecientes iluminaron el cuerpo completo de Zaniyah, esta última con una expresión de confusión y consternación. 

La esbelta chica morena se plantó a menos de un metro de la salida a las graderías humanas. Desde allí alcanzó a ver, primero, el imponente tronco blanco áureo de Yggdrasil asomar por los resquicios de los velarios. Después miró hacia los lados, observando con timidez a los humanos de todas las épocas y regiones del mundo vitorear a Uitstli, en especial los guerreros y caballeros. Su mirada se concentró en un punto fijo de las gradas; a más de diez peldaños y alejados por treinta metros de distancia, pudo vislumbrar a Zinac y Tepatiliztli entre el publico azteca gritando de alegría por la hazaña del Jaguar Negro. 

Giró la consternada mirada hacia la arena... O, mejor dicho, hacia la enorme fisura que abría el espacio y mostraba, cual televisor gigantesco transmitiendo en vivo, la pelea entre Huitzilopochtli y... su padre. 

La idea se incrustó en su mente como una flecha, y la hizo apretar los labios y sacudir la cabeza. Desde ayer, luego de su última conversación con Uitstli, ha sufrido un severo conflicto psicológico que la hace debatir en este fuerte dilema: ¿estaba siendo malagradecida con los Manahui por haberla rescatado de un grupo azteca más radical? ¿O tenía razón en juzgarlos a todos por pertenecer a ese mismo grupo? Al principio no se sintió mal cuando se negó a acompañarlos al Coliseo Idávollir a apoyarlo, pero al cabo de un par de horas, su subconsciente le insertó en la mente una idea que la motivó, con gran pavor, a venir hasta este sitio por su cuenta y colarse por el hipogeo hasta llegar a los pasillos superiores sin ser detectada por los guardias. 

Y esa idea fue que, si Uitstli llegará a perder y moría en combate, ¿entonces la última interacción que habrían tenido sería una donde ella fue dura con él?

Fue gracias a la imposición de ese hecho que Zaniyah se encontraba donde se encontraba, sin que ninguno de los Manahui lo supiera. Pero el conflicto de dilemas la hizo detenerse justo al borde de la entrada a las graderías. La motivación de la idea la exhortaba a avanzar, pero las dudas la mantenían parada allí en medio de la oscuridad del pasillo y la luz del Árbol Áureo. ¿Para qué se encontraba allí exactamente? ¿Qué pretendía hacer? ¿Apoyar a Uitstli? Pero los únicos que se darían cuenta de su presencia serían Zinac y Tepatiliztli, no Uitstli. Él se encontraba en otra dimensión, y su atención se concentraba solamente en Huitzilopochtli. ¿Acaso habrá venido en vano? ¿Ya era tarde para ella intentar enmendar las cosas con él?

—No... él aún puede ganar —farfulló Zaniyah, su voz siendo eclipsada por el nuevo griterío que los humanos causaron, acompañado con aplausos y silbidos. Su mirada se fijó en la fisura dimensional, y pudo observar a Uitstli esquivando un espadazo de Huitzilopochtli, seguido por un empujón de hombro y por último un barrido de vientos que su Macuahuitl invocó al ser esgrimida—. Vas a ganar... ¿verdad? ¡Tienes que ganar, Uitstli! ¡Tienes que volver conmigo! ¡No podemos dejar las cosas así! ¡Gana, por favor! ¡GANA! ¡¡GANAAAAA!!

Zaniyah chocó su puño contra la pared. Las rodillas le temblaron, los hombros se le cayeron, y la muchacha se dio cuenta como estaba siendo consumida rápidamente por la culpa. Cayó al piso sobre sus rodillas, el corazón acelerado y sufriendo el vahído de la culpa. Su semblante se ensombreció, y bajo los alaridos empedernidos de las personas y siendo abrazada por los gentiles rayos del Árbol Áureo, Zaniyah pensó en todos los momentos con los que pasó junto a los Manahui. Pensó en las bromas que le hizo a Xolopitli y en la forma en que este siempre reaccionaba, sacándole siempre una risa; pensó en el entrenamiento y culturización que le dio Tecualli; pensó en la forma dura en que Zinac la trataba a principio, pero que después le agarró cariño; pensó en los procesos médicos de Tepatiliztli que le salvó numerosas veces la vida...

Y pensó en todas las enseñanzas que Yaocihuatl le dio para ser una guerrera azteca. Incluso si ella no fue su madre biológica, fue gracias a ella que Zaniyah es quien es hoy en día. Yaocihuatl la enseñó a como sobrevivir en la jungla, a enfrentarse a la fauna y a los Españoles. De no haber sido inculcada por Uitstli a tratarla como su hija, ella no sería la mujer valiente y fuerte que es hoy en día.  Los hechos no hicieron más que sentirla culpable por recordar la forma en que se le habló a Uitstli en Asagartha, y una vez de rodillas y cabizbaja, el aliento solo le alcanzó para decir en un débil murmullo:

___________________________

3
___________________________

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

https://youtu.be/ecm5w1P9DVo

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Dimensión de Tenochtitlan

Huitzilopochtli levantó su espadón con una mano, y la gruesa hoja de pinchos de obsidiana fue golpeada por un fugaz y brutal relámpago que vino del cielo. Corrientes eléctricas cubrieron el arma como un torbellino azulado, y la onda expansiva seguida por la oleada de humo puso a Uitstli en alerta. El guerrero azteca esgrimió su Tepoztolli en amplios giros y se colocó en su pose de combate. 

En el palco de la Reina Valquiria, Geir frunció el ceño. Sirius la miró de reojo al igual que Brunhilde, ambos notando la confusión extrema dibujando su semblante.

—N-no lo entiendo... —farfulló la Princesa Valquiria, ladeando levemente la cabeza y señalando a Huitzilopochtli con un dedo— ¿No se supone que Huitzilopochtli maneja sobre todo habilidades de fuego?

Brunhilde se quedó con los brazos cruzados y desvió la mirada severa de regreso al Dios de la Guerra. Este último, blandiendo su espadón con una mano, retrajo el brazo hacia atrás y con su otra mano extendió un dedo  y apuntó a la figura de Uitstli, como si estuviera a punto de disparar un proyectil. En el momento en que hizo esa pose, Quetzalcóatl, en lo alto de la plataforma, ensanchó los ojos y sintió que el corazón se le iba a escapar del pecho. 

—¡¡¡UITSTLI, APARTATE!!!! —chilló, y su sorpresivo grito hizo que Xolopitli, a su lado, diera un respingo y mirara con preocupación a Uitstli al igual que Zinac, Tepatiliztli y todos los espectadores aztecas que alcanzaron a oírlo. Una marea de cabezas se tornaron con gran advertencia hacia la fisura dimensional.

Y lo próximo que vieron fue a Huitzilopochtli desaparecer y reaparecer varios metros por delante de Uitstli, este último no pudieron reparar en su presencia sino un segundo después... para luego ser azotado por una inclemente y destructora lluvia de relámpagos que cayeron todos en fila, recorriendo la línea recta que el Dios de la Guerra atravesó en un parpadeo. Uitstli fue impactado por uno de los rayos; chilló de dolor, las venas hinchándose debajo de su piel, y quemaduras apareciendo en varias partes de su cuerpo. El Jaguar Negro alzó un brazo y absorbió todo el poder eléctrico del relámpago. El rayo desapareció en su palma, y rápidamente movió sus brazos para invocar su electrizante arco compuesto. 

Huitzilopochtli repitió el mismo procedimiento, agarrándolo de nuevo desprevenido. Uitstli no tuvo tiempo de esquivarlo, y fue impactado la furia tempestuosa del relámpago. Uitstli recogió una piedra del suelo, la transformó en un escudo de piedra y de un agite la desvió hacia un templo cercano. El Dios de la Guerra repitió de nuevo el mismo ataque, y de nuevo, y de nuevo, y de nuevo,  yendo cada vez más y más rápido hasta el punto de convertirse en múltiples centellas que recorrían todo el distrito de Tenochtitlan de una punta a otra. Una inundación de tormentosos rayos azules llovió sobre toda la ciudad azteca, generando una multitud e explosiones celestes que, cuales impactos de ojivas, arrasaban con toda arquitectura a su paso. Los inclementes gritos de Uitstli resonaron bajo los bramidos de los relámpagos. 

El espectáculo de relámpagos recubrió toda la visión de las fisuras con su resplandor, impidiendo a la gran mayoría de los espectadores del Ragnarök ver lo que estaba sucediendo. Los rugidos de los relámpagos fueron entonces acallados por el endiosado grito aguerrido de Huitzilopochtli, este último surfeando el caótico cielo relampagueante como si fuera un rayo también:

Cenizas de Guerra... ¡TEMPESTAD DE LOS TLALOQUES!

Aquel tifón de relámpagos desplegó una exhaustiva inundación de ondas de choque que atravesaron las fisuras dimensionales, llegando hasta las graderías y ocasionando que tanto humanos como dioses sean tirados en sus sillas y empujados por los incontrolables vientos. En el palco de la Reina Valquiria, Geir, Sirius y Brunhilde se cubrieron los ojos con sus brazos. La primera no pudo evitar chillar de la sorpresa y del pavor preocupante. 

—¡¡¡UIIIIITSTLIIIIIIIIII!!!! —chillaron Quetzalcóatl, Zinac y Xolopitli al mismo tiempo. Los aztecas de las gradas gritaron igualmente, creando un coro trágico y de clemencia por la vida de Uitstli

—¡No puedo creer lo que mis ojos están viendo! —exclamó Heimdal, teniendo que espolear a su dragón-serpiente emplumado para que volara más alto y no fuera alcanzado por el extensísimo rango de los relámpagos, muchos de ellos descendiendo de los cielos bastante cerca de su posición— ¡Una incesante lluvia de relámpagos no para de caer y caer y caer sobre Uitstli! ¡Tanto así que ya ni se puede ver al Legendarium Einhenjar en el campo de batalla! ¡¿Es esto lo que Huitzilopochtli nos quiso decir cuando decía que veríamos de lo que sería capaz?!

En el podio de los Ilustratas, Eurineftos registró con sus sensores la velocidad a la que estaba viajando Huitzilopochtli con aquella habilidad. Su espíritu fue golpeado por el dato impactante que arrojaron sus sensores: ¡estaba yendo a una rapidez casi similar a la de Xochiquétzal en su pelea en Tamoanchan!

—¡Pero cuanta energía hay en esos relámpagos! —exclamó Nikola Tesla, la capa de su abrigo blanco siendo agitada por los chocantes vientos—Y yo que pensaba que el Rayo de la Muerte era mi ataque más bestial en cuanto a electricidad... ¡No tiene comparación con la electricidad de un dios!

—No me digas que ya vas a dar por muerto a Uitstli —gruñó Publio Cornelio, ensombreciendo la vista.

—Confío en él, pero dime, en qué pones tu confianza, ¿en la fe o en las probabilidades?

Cornelio colocó una mano sobre el puño de su espada. A pesar de que los tempestuosos vientos golpeaban sin cesar si capa de piel de oso negro y desenmarañaba su melena blanca, no se inmutaba en lo absoluto a sus empujes al igual que Eurineftos.

—Prefiero confiar en el empirismo —dijo, entrecerrando los ojos y fijándolos en el centro del huracán eléctrico. Apoyó las manos sobre la baranda de piedra, y la apretó con la suficiente fuerza como para agrietarlo levemente. <<Vamos, Uitstli... ¡Sal de esta!>>

Dentro de la dimensión de Tenochtiltan, Huitzilopochtli esgrimía sin para su espadón, su brazos convertidos en imperceptibles borrones, al tiempo que se desplazaba incesantemente por toda la ciudad azteca. La llovizna de rayos, exhortados por el agite de su Macuahuitl, destruyó todo lo que quedaba del distrito, dejándose ver a través de sus resquicios la extensa marea de escombros que se propagaba de aquí para allá. El Dios de la Guerra detuvo su fugaz esgrima y surfeó los cielos usando uno de los relámpagos como vehículo; se izó hasta lo más alto del cielo y, de un potente impulso, salió disparado en dirección al punto de encuentro donde podía sentir la debilitada aura de su enemigo. 

Y justo a pocos metros de chocar arremetió de un garrotazo a su contrincante... Solo para ser sorprendido por un repentino enjambre de olas de fuego carmesí proviniendo del hacha escarlata que Uitstli invocó justo en el momento en que sintió su presencia caer sobre él. Los arabescos de fuego empujaron brutalmente a Huitzilopochtli, provocando que pierda equilibrio en su vuelo y sea golpeado numerosamente por esos mismos arabescos, que adoptaron la forma de jaguares rojos que hostigaron sin parar al dios azteca. 

Tlamati Nahualli... —masculló Uitstli, su cuerpo envuelto por una densa capa de fuego de Mictlán que creaba una cúpula a su alrededor, apartando los relámpagos de su alrededor y permitiéndole mover sus pies y deslizarse por el suelo, propulsarse con un salto, elevarse hasta la altura de Dios de la Guerra y esgrimir su hacha de forma sinuosa, creando con el tornado flameante la figura de un gigantesco guepardo agazapado detrás suyo— ¡¡¡OCELÓTL TLEXACTLI!!!

Con su salto estalló una nueva oleada de fuego carmesí que se esparció por todo el distrito, consumiendo y aniquilando todos los relámpagos de Uitstli y reemplazando el resplandor azul por uno rojo. Los ojos del Jaguar Negro se iluminaron de un rojo inmaculado; empuñó su hacha con ambas manos, lo alzó por encima de su cabeza, y las brumas bermellones de su aura se desprendieron de su cuerpo, adoptando la forma etérea de Randgriz, la Valquiria Real con una mueca igual de aguerrida que la de Uitstli, sus manos sobre las de su Einhenjer y apoyándolo para potenciar al máximo su ataque. El Dios de la Guerra blandió su espada y arremetió de regreso, las corrientes eléctricas intensificándose hasta el punto de formar un tornado de relámpagos que guió su fuerza divina hacia el inminente impacto.

El filo del hacha chocó contra las púas del espadón de Huitzilopochtli. El resplandor explosivo del impacto, seguido por el ensordecedor  chirrido del estallido, fulminó con lo poco que quedaba del distrito de Tenochtitlan y empezó a arrasar el resto de las provincias. Los árboles de los bosques más allá de la ciudad fueron jalados hacia atrás, y muchos de ellos fueron arrancados de sus raíces o troncos; las laderas de las montañas fueron cortados por las ráfagas destructoras, generando temblorosos deslizamientos de tierra que enterraron bajo sus titánicos escombros los pueblos y las ciudades pequeñas a lo largo y ancho de la costa del lago. 

Huitzilopochtli y Uitstli salieron disparados de forma imparable por el aire; el primero chocó con varios torreones del barrio de Moyotlan hasta impactar y ser enterrado debajo de un templo escalonado, mientras que el segundo voló más allá de las murallas y fue a parar hacia los arrasados bosques cayendo y rebotando varias veces en el irregular suelo hasta chocar de espaldas contra un tocón y ser detenido por este.

Los espectadores del Ragnarök bajaron los brazos una vez el brutal brillo se desvaneció. Humanos y dioses se les cayeron las quijadas en una mueca de sorpresa y perplejidad al ver la destrucción dejada a la primera capital azteca. Los dioses en especial chirriaron los dientes o dejaron escapar gimoteos impresionantes al ver al Legendarium Einhenjar apoyar la lanza Tepoztolli en la tierra e ir irguiéndose de a poco. 

—¡¡¡IIIMPRESIOOOONANTEEEEEEE!!! —chilló Heimdal, el dragón-serpiente descendiendo varios metros del cielo. El dios nórdico se balanceó adelante y atrás sobre la montura— ¡UITSTLI ESTÁ DEMOSTRANDO CON CADA MINUTO DE LA PELEA QUE ÉL ES EL OPONENTE DIGNO PARA HUITZILOPOCHTLI! ¡ESTOS EINHENJERS, ESTOS LEGENDARIUM, SON ALGO A LO QUE LOS DIOSES DEBEN EMPEZAR A TEMER!

En el podio de la Reina de los Dioses Aztecas hubo conmoción por parte de Mechacoyotl. El robot zorro se cruzó de brazos, y el rechino de su piel metálica resonó en toda la galería rectangular

Ese poder que acaba de mostrar... —murmuró, la voz pensativa— Y esa técnica... ¿No son esos los poderes del dios Tláloc?

—Oh, tan solo mírate —replicó Omecíhuatl, mirándolo de reojo, la sonrisa sardónica—, no sabía que el poder del Sefarvaim y de la Capsula Supersónica esa también te hayan hecho super inteligente. Debería apodarte el Sherlock Holmes Furro —entrecruzó las largas piernas— Aunque la arrogancia no se te quitará nunca.

Chingada madre, para eso mejor ni hablo —masculló Mechacoyotl, desviando la cabeza hacia otro lado.

—Ay, tráiganle una falda a la nena robótica.

Omecíhuatl se burló con una risotada y una sonrisa dentada y Mechacoyotl refunfuñó. La sonrisa se le borró a los segundos y se cambió a un semblante severo, la mirada de ojos dorados fijos en Huitzilopochtli. El Dios de la Guerra se reincorporaba de debajo de los escombros, agitando los brazos y mandando a volar las piedras lejos de su cuerpo. Se puso de pie, sacudió el brazo done empuñaba su Macuahuitl y se miró los moretones y las heridas sangrantes que marcaban sus pectorales y su abdomen.

—La primera habilidad le perteneció a su hermana Coyolxauhqui, y la segunda a Tlaloc... —Omecíhuatl apoyó una mano sobre su mejilla. El color de sus ojos restalló, la vehemencia de su mirada escudriñando de arriba abajo el moldeado y ensangrentado cuerpo de Huitzilopochtli—. Las habilidades que ha mostrado hasta ahora le pertenecen a otros dioses. ¿Por que es esto, preguntas? Sencillo... —las sombras se cernieron sobre su rostro, dándole el aspecto de una mueca misteriosa y aterradora, los ojos dorados restallando. 

___________________________

4
___________________________

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

https://youtu.be/CQRNDH1tuFQ

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Reino de Aztlán.

Miles de años Antes de Cristo.


La deshonra manchó sus mismos orígenes cuando se supo que Coatlicue, su madre, fue embarazada en un acto de "oprobio hacia su pureza"... O eso es lo que la milenaria historia del reino de los aztecas nos quiso decir.  

En aquel entonces el Supremo Azteca del panteón era Ometeotl. Estaba casado con Omecíhuatl, su hermana y a quien proclamó a los cuatro vientos en todos los Nueve Reinos como su consorte eterna. Entre ellos concibieron a varios de los Dioses Aztecas más conocidos y principales del panteón azteca: Tonatiuh, quien se volvió bendecido por el beso del sol. Huehueteótl, patrono del fuego primordial. Tláloc, el maestro de las tormentas y las lluvias. Xochiquétzal, la que lleva las flores de Tamoanchan.  Y muchos otros que poblaron las primigenias tierras de los reinos divinos, fundando y expandiendo lo que Ometeotl llamó "Aztlán", el lugar de las garzas. 

De entre todas las deidades nacidas de la estirpe de Omecíhuatl se destacó Tezcatlipoca, quien fue el primero en la línea sucesora en ser concebido y en convertirse en la deidad nahuatl más representativa para los pueblos mexicas de la actual México, y en la más poderosa al poseer un poder que superaba al resto de sus hermanos (mucho de ellos gracias a su arma principal, el Espejo Humeante). Ometeotl quedó tan encantado con el carisma y el tremendo poder de Tezcatlipoca, casi tan poderosos como los suyos, que quería concebir más como él, y formar seres que tuvieran las capacidades para ser sus hijos y sus guardianes reales.

No obstante, para su desgracia, Omecíhuatl no fue capaz de dar a luz a otra deidad que supliera los deseos de su marido. Por más que su gracia divina la hiciera parir deidades tan importantes como Xochipilli, Xochiquétzal o Tonatiuh, quien se volvió uno de los dioses más importantes por su cercanía con los pueblos mexicas y por llevar el título del Primer Sol, Ometeotl sentía que ninguno de sus hijos venideros daban la talla para ser un "Tezcatlipoca". Es por ello que desvió su mirada de Omecíhuatl, y la fijó en su hermana directa, Cihuacóatl, quien ya había formado su propio linaje con su hermano gemelo, Ometecuhtli. Un linaje bastante más pequeño en comparación con el de Omecíhuatl.

Ometeotl mató a su hermano gemelo intoxicándolo con veneno de Cipactli (la mayor de las bestias aztecas y con la cual usaron su carne y piel para formar su reino divino), y tras su muerte tomó a su cuñada como consorte eterna, haciendo que la familia de Cihuacóatl se fusionara con la de Omecíhuatl, creando así al Panteón Azteca que el mundo conoció.

Cihuacóatl nunca supo de la intoxicación de su marido. 

Con ella tuvo a dos de sus más preciados Tezcatlipocas: Quetzalcóatl, el Dios Emplumado y Xipe Tócih, la Diosa de la Vida. A pesar de la furia brava de Omecíhuatl, de la difamación de su imagen hacia el resto del panteón y de todas las calumnias y blasfemias que le hizo a Cihuacóatl, Ometeotl consiguió hacer las pases con su primera esposa y hacer que se llevara bien con la segunda. Durante los siglos por venir pensó que ambas finalmente se habían reconciliado y que actuarían como hermanas por el resto de sus vidas. 

Qué insulso y equivocado estuvo aquel Supremo, aquel que nunca conoció los limites de su imprudencia que lo llevaron a la muerte y a la ruina de su panteón siglos después.

A pesar de tener en su poder a tres Tezcatlipocas, a quienes trataba como guardianes y propiedad antes que a hijos, Ometeotl ansiaba tener a un cuarto Tezcatlipoca. Su irracional ambición le decía que Tezca, Xipe y Quetzal no eran suficiente poder adquisitivo y autoritario sobre su reino y sentía que necesitaba a un Tezcatlipoca más, uno con un poder tan descomunal que pudiera evitar y parar más guerras civiles entre sus hijos  (entre ellas las guerras santas por adquirir el puesto de Patrón del Sol). La tragedia de su impotencia volvió a cargar sobre él cuando, de nuevo, su semilla dentro de Cihuacóatl no logró producir a una deidad tan poderosa que levara el titulo de Tezcatlipoca. Esta vez no tenía a ninguna ora deidad suprema dentro de su panteón a la cual pudiera tomar y hacerla suya, cosa dificultosa y más por el hecho de que no podía arriesgarse de tomar a una de sus propias hijas. Ya había visto lo mal que les fueron a otros Dioses Supremos en aquella tarea, y él no quería repetir ese error.

Por lo que decidió hacer un experimento con otros dioses para dar frutos al cuarto Tezcatlipoca. Deidades que fueran compatibles entre sí por sus características: con la diosa cumpliendo el factor de fertilidad y con el dios teniendo el elemento de ser un deidad con gran poder. Para la diosa utilizó, a espalda de su segunda esposa, a una de las hijas que esta tuvo con su hermano gemelo: Coatlicue. 

Coatlicue cumplía con las mismas características de Cihuacóatl en ser una diosa madre de la fertilidad. La mayor ventaja, a ojos de Ometeotl, es que era virgen desde su nacimiento, por lo que su primer nacimiento nacería el Tezcatlipoca que tanto deseaba. Y tras mucho pensarlo, se decidió por Macuiltochtli, dios patrón de los guerreros caídos en batalla, como candidato masculino para poder impregnara. Pero no iba a tomar su semilla; eso apenas era una parte de él. No. Ometeotl, como dios hacedor y creador que es, quería todo de él para así crear al Tezcatlipoca que rivalizara con el Tezcatlipoca original.

Y en un violento y sanguinolento acto que ocultó de la vista de su panteón y de sus dos hermanas... 

Una pluma divina. Una que extrajo de su tocado y la imbuyó con su poder de dador y creador de vidas.

Durante las fiestas de la Pānquetzaliztli que el Dios Supremo celebraba en su palacio con el resto de su corte, Ometeotl, en sus delirios de grandeza y con tal de tapar la ausencia del Macuiltochtli, hizo muchos anuncios de lo que se vendría para su reino en los siglos por venir. Embulló a sus hijos con promesas de ensalzar al reino por encima de los Incas y Mayas, y cuando alzó una copa con forma de calavera para dar brindis por aquel futuro, todos los dioses y diosas aullaron su brindis con gritos de euforia. La embriaguez y las vehementes músicas de viento de Huehecoyotl suplieron las pasiones emocionalesde los invitados, pero no por ello la festividad se suplió solamente con halagos y cortejos, pues los miembros de la familia de Omecíhuatl tiraba pullas, insultaba en voces bajas y calumniaba los nombres de la familia de Cihuacóatl, considerándolos indignos de pertenecer al reino de Ometeotl.

Pero para él, esto no era más que tirria de la menor importancia . Y luego de consumar el acto con Omecíhuatl y Cihuacóatl al mismo tiempo, Ometeotl aprovechó la dejadez de sus esposas y la negligencia y obediencia de sus guardias para llevar a cabo su plan.

Tras horas de largos festines de bailes y comidas, todas las deidades invitadas al palacio se encontraban sentados en los muebles o tendidos en los suelos, casi todos ellos dormitando. Coatlicue se hallaban en el centro de la estancia, barriendo del suelo todos los deshechos de comida y trapeando el pulque y otros líquidos y fluidos regados al azar. La diosa hija de Cihuacóatl no pudo evitar sentir el asco de ver tanta suciedad, y también de olerla. ¿A esto es a lo que se redujo el divino reino de Ometeotl? ¿A barbaridades y morbosidades que no los hacía tan diferentes del Mictlantecuhtli?

Sus preguntas fueron hechas de lado cuando vio asomar una sombra en el suelo, balanceandose de forma oblicua. La hermosa Coatlicue alzó la cabeza, y vio una pluma dorada y resplandeciente descender del techo abovedado. El silencio se remarcó en toda la estancia, y Coatlicue quedó paralizada, más confusa que aterrada o si quiera asombrada. La curiosidad pudo con ella: extendió un brazo, y la pluma cayó levemente sobre su palma.

Craso error, pues la pluma fugazmente se desplazó hasta su marcado y expuesto vientre, adentrándose en su interior hasta fusionarse con su óvulo. Coatlicue sintió como las entrañas se le contraían con gran fuerza, hasta el punto de que sentía que saldrían despedidas de su estómago. Gruñó de dolor, cayó de rodillas, y cuando intentó chillar para pedir auxilio, se desmoronó en el suelo y perdió la consciencia. 

Durante los siguientes meses, Coatlicue experimentó síntomas de fiebre extrema, fatiga, nauseas, aumento de micciones e hinchazón de sus pechos. Todos los dioses del reino pensaron lo obvio: que estaba embarazada, y que fue su consorte Camaxtle quien la impregnó. Sin embargo Camaxtle, dios de la caza y patrono de los mexicas Tlaxaltecas, juró y perjuró que ellos no consumaron el acto durante la panacea del Omeyocán, esto sobre todo porque respetó la decisión de la inseguridad de Coatlicue. Pronto, los rumores de que Camaxtle en realidad la violó corrieron por toda Aztlán, empujados sobre todo por Ometeotl para así desviar las sospechas. Su hermano, Mixcóatl, hizo lo imposible para defender a su hermano de las injurias del reino, en especial de la furia de los cuatrocientos surianos dirigidos por la primera hija de Coatlicue que tuvo con Ometecuhtli: Coyolxauhqui.

Esta diosa, monarca de su propio Ilhuícatl en Coatepec, cayó tanto en la irracionalidad de su furia que tomó a su madre y la encerró en su palacio para alejarla de las polémicas y el caos de la capital. Decidió esperar los meses restantes para ver qué clase de criatura saldría de su vientre; la rabia por saber de aquel acto tan deshonroso la hacía querer abrirle el vientre a su madre de par en par, extraer al bebé de su vientre, y matarlo con sus propias manos. Pero se restringió lo más que pudo. Evitó que su cólera la domara, pues aún conservaba respeto y cariño hacia su madre.

No obstante, la delgada cuerda floja de la cual Coatlicue pendía su nobleza hacia su hija fue cortada cuando ella dijo la verdad. En un intento por limpiar la imagen de Camaxtle, ella le dijo a Coyolxauhqui que no, que él no la forzó a un acto sexual, que ni siquiera insistió en ello. Él la dejó en paz. Eso no calmó la impaciencia de su hija, quien a gritos aclamaba: "¡¿Quién fue, madre?! ¡¿Con quién carajos consumaste el acto?!"

Y Coatlicue, ensimismada en las lágrimas y en la pesadez de ver como su hija la estaba tratando, contestó:

—Una pluma dorada... Fue una pluma dorada lo que me preñó con esta "inmunda cría" a la que llamas tanto...

Fue en ese instante que Coyolxauhqui reparó en los más graves efectos que el embarazo estaba teniendo en su madre. La hacía sentirse poderosa, y hacía que agarrara cariño a la cría que se estaba formando en su interior. Aquello era una característica propia de las diosas madres que concebían la intuición materna de a dar a luz a una deidad poderosísima que marcaría una diferencia en el reino: lo mismo ocurrió con Omecíhuatl con Tezcatlipoca, lo mismo con Cihuacóatl con Xipe Tócih y Quetzalcóatl. Un torbellino de pensamientos y sentimientos encontrados destrozaron toda su razón: sintió odio y pesar por su madre, y envidia por la criatura que fuera a nacer de ella y que, lo más probable, le quitase el puesto como la diosa más poderosa del linaje de Cihuacóatl.

De todos los embates de emociones, la cólera y el determinismo fueron los que la domaron. Y Coyolxauhqui, ignorando las ordenes de Cihuacóatl de traer de vuelta a su hija de Coatepec, lideró la marcha de su ejército de Centzones para matar a la cría.. justo cuando Coatlicue estaba en el proceso de parto. Uno de los más particulares que Aztlán haya visto en su historia.

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

https://youtu.be/tguKwoVER6I

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Mientras que Coyolxauhqui marchaba junto a sus cuatrocientos Centzones por la enorme escalinata que llevaba hasta el templo piramidal donde se resguardaba su madre, Coatlicue daba luz no a una cría con forma humana... sino a un huevo. Un huevo hecho de plumas doradas igual de resplandecientes que el plumaje la impregnó meses atrás.

Afuera se oía el tañido de las pisadas coordinadas de los cuatrocientos Centzones, así como su cantata liderada por Coyolxauhqui. Imperiosa y resonante, su inexpugnable avance hacia el templo puso de los nervios a Coatlicue y a los doctores y enfermeras Centones que la atendieron, un pánico que no hizo más que agraviarlos cuando vieron como el huevo de plumas doradas estaba haciéndose más y más grande con el paso de los segundos. Haya sido por el delirio mental del parto, o por su instinto materno, Coatlicue se abalanzó hacia el huevo y se abrazó a él, ignorando olímpicamente el infernal dolor de su entrepierna y los sangrados que manchaban sus piernas. 

Los Centzones médicos se dirigieron hacia ella y la tomaron de los brazos, intentando exhortarla a retirarse del templo. Coatlicue los alejó agitando un brazo y clavó sus airados ojos en ellos.

—¡No dejaré que mi cría sea masacrada por mi propia hija! —exclamó, rodeando el huevo con sus temblorosos brazos— No te dejaré morir, mi preciada cría...

Los médicos y enfermeras Centzones optaron por salvar su propio pellejo nada más ver las compuertas del templo abrirse de par en par y con un escabroso estruendo. Se escabulleron de la galería por una compuerta trasera, dejando sola y expuesta a Coatlicue, esta última ignorando la entrada de su hija y su batallón de Centzones Huitznáhuac y aferrándose a todas sus fuerzas al huevo, el cual para este punto se había hecho tan grande como una cama matrimonial.

 Los Huitznáhuac esbozaron muecas de incertidumbre y asco al ver el huevo de plumas doradas crecer y crecer de forma mórbida. Coyolxauhqui frunció el ceño en un semblante incontrolablemente airado. Esgrimió su espadón Macuahuitl y lo apuntó hacia el huevo. Coatlicue se revolvió encima del objeto y se puso en frente de él, los brazos extendidos cual gata protegiendo a sus crías de un perro rabioso.

—Quítate del camino, madre —exclamó la diosa, las venas hinchándose bajo sus músculos—. ¡No me puto obligues a matarte también!

—Las emociones bravatas te han devorado, hija mía... —farfulló Coatlicue, las piernas temblando, la sangre formando un pequeño charco— ¡Este inmundo reinado de Ometeotl te ha cambiado de la dulce niña que eras cuando Ometecuhtli aún vivía!

—¡CÁLLATE! —maldijo Coyolxauhqui, acortando más la distancia hasta quedar a seis metros de su madre, la punta de la espada a un mero de su rostro— ¡No me hables TÚ de DESHNORA cuando vendiste tu pureza como diosa madre a un dios que te preñó y ni sabes su identidad! Acabas de manchar para siempre el linaje divino de Cihuacóatl. Seremos la burla de todo el reino para siempre —Coyolxauhqui empuñó su Macuahuitl con ambas manos y la alzó por encima de su cabeza—. Tú ya no eres mi madre. ¡TU CASTIGO ES LA MUERTE!

Coatlicue cerró los ojos y oyó el silbido metálico del espadón acercarse a ella. Aceptó la muerte, la esperó... pero no llegó. Al contrario, escuchó el tronar de la espada chocar contra algo que la detuvo. Se hizo el silencio, y el corazón de Coatlicue se aceleró de la incertidumbre saber lo que pasó. La diosa madre abrió los ojos, y se quedó atónita... 

Al ver un musculoso brazo azul romper el cascarón de plumas del huevo y detener el espadón con su palma desnuda. 

Todos quedaron igual de perplejos que Coatlicue, y su sorpresa fue mezclada con el terror de escuchar los crujidos del cascarón romperse en grietas que se esparcieron por todo el huevo. Coyolxauhqui, entre gruñidos, trató de mover su Macuahuitl, pero la fuerza de la mano azul era superior a la de ella; a duras penas podía agitar la espada. El musculoso brazo se sacudió adelante y atrás, empujando a Coyolxauhqui lejos de la diosa madre y provocando estupor en sus Centzones.

Coatlicue reptó rápidamente en el suelo y se apartó del huevo dorado. El cascarón se abrió en múltiples resquebrajamientos, y comenzó a caerse pedazo a pedazo. Otro brazo azul surgió del interior del huevo, haciendo mella las plumas petrificadas. El brillo dorado se desvaneció al instante de ser rotó la carcasa. Y entonces, de un poderosísima temblor que sacudió el templo piramidal y toda Coatepec, la cría emergió gloriosamente del huevo y cayó de rodillas sobre el charco de sangre.  

El recién nacido del huevo de Coatlicue desprendió un olor perfumado que impregnó toda la estancia, similar al del pulque mezclado con  el de la piedra oxidada o volcánica. El musculado y desnudo dios de piel azul se irguió, los puños apretados, la cabeza totalmente calva, y con sinuosos tatuajes que recorrían sus piernas, su torso y sus brazos en líneas rectas y zigzagueos. Las sombras recubrían su cintura como una falda, y a través de la claraboya se filtraban los rayos del sol azteca, bañando el cuerpo entero del nuevo dios y dándole la bienvenida... con este invocando su aura divina que aplastó a Coyolxauhqui y a sus surianos. 

El dios nacido del huevo dorado acertó su dominancia sobre sus enemigos dando un paso al frente y propinando un pisotón que resquebrajó el suelo entero. Coyolxauhqui y los Centzones que estaban dentro del templo se tambalearon, y muchos se desmoronaron al piso. Los surianos que estaban fuera del edificio fueron sacudidos por el temblor, y más de cien de ellos cayeron y empezaron a rodar sin parar por los peldaños de la escalinata. 

Coyolxauhqui empuñó su espadón Macuahuitl con ambas manos, y al son de sus movimientos los Centzones la imitaron, cada uno empuñando espadas, cuchillas y lanzas largas. El miedo ululaba a través de las filas desordenadas de los surianos; la única que tenía el rostro con una mueca aguerrida era Coyolxauhqui, y aún así esta sentía un vahído de temor en su corazón por lo que tenía en frente suyo.

El dios recién nacido desprendió toda su pesada aura divina por la galería del templo. Y entonces, de un potente impulso, se abalanzó hacia su hermana y a todo su ejército. Coatlicue cerró los ojos para no ver la pelea... pero sus oídos escucharon el grito de su hija, seguido por los alaridos espantados de los surianos. Y lo que pensó que iba a ser una pelea ardua, en su mente se transformó, a través de los chillidos y los ruidos de carne siendo aplastada, en una masacre divina. 

Al cabo de unos pocos minutos no hubo más fragor de batalla. Coatlicue abrió los ojos, y los ensanchó muchísimo al descubrir un extenso rastro de cadáveres de Centzones Huitznáhuac repartidos uniformemente por todo el suelo y también por los peldaños de la escalinata empinada. La sangre salpicaba las paredes en espantosos recuadros y escenarios atroces de un crimen que iba a sacudir el mundo azteca. A lo lejos, en el centro de la estancia, vio a su recién nacido recoger del suelo el espadón Macuahuitl de su hermana. Coyolxauhqui estaba arrastrándose miserablemente por el piso, las piernas desencajadas y pendiendo de hilos rojos para no ser arrancados. El dios nacido del huevo plantó un pie sobre la espalda musculosa de su hermana, empuñó su Macuahuitl con ambas manos, y a pesar de toda la luz que le llegaba al rostro, la oscuridad no se disipaba y enseñaba su rostro.

—¡NO, NO, NO, NO, NO...! —chilló Coyolxauhqui, negando con la cabeza y extendiendo el brazo, su rostro dibujado con el terror más atronador.

La hoja de la espada se estrelló contra su cabeza y la aplastó salvajemente, generando un temblor tan fuerte como el pisotón que dio antes de la masacre. Manchones carmesíes se esparcieron sobre el piso y los cadáveres de los surianos. El brazo alzado cayó sin energías, y el dios de piel azul alzó la espada y la agitó hacia un lado, despegando los restos de sesos y de carne de sus puntas de obsidiana. La imponente deidad se volvió sobre sus talones y comenzó a dirigirse hacia la aterrada Coatlicue. Arrastró la gruesa hoja por todo el escenario, abriendo un surco en el pavimento. 

La diosa madre se debatió entre el amor materno y el terror de una victima. No supo si huir en vano o intentar comunicarse con él. Tanto conflicto en su mente la ensimismó, y cuando espabiló, el dios asesinó ya estaba acuclillado en frente de ella, su oscurecido rostro cerca del suyo, el espadón Macuahuitl tirado en el piso. Coatlicue se quedó paralizada; ni siquiera tembló por el asombro y la expectación de ver su rostro. Y entonces lo vio...

Los rayos de luz borraron la oscuridad de su cara, revelando su rostro cuadrado y sus facciones como sanguinario guerrero. No obstante, y a pesar de la sangre que manchaba sus mejillas y su frente y sus ojos blancos inmaculados, Coatlicue se sintió cautivada al ver la sonrisa que su hijo le estaba dedicando. Todos los corrientazos de terror se esfumaron de su cuerpo, y su corazón palpitó con la fuerza emocional de una madre que ve por primera vez a su bebé luego de varios días sin verlo por estar bajo el cuidado de los médicos. 

—Ya estás a salvo, madre... —habló el imponente dios, dejando de lado toda esa imponencia para dirigirse a su madre con una voz recia pero calmada, gruesa pero gentil en su tono. Su sonrisa se agrandó todavía más y extendió un brazo con el cual le ofreció su palma para así levantarla.

Coatlicue, tras sentirse agobiada y agraviada durante larguísimos meses por todo el mundo, dejó de llorar internamente. Alzó un tímido brazo y plantó suavemente su mano sobre la de su hijo. Este la izó del suelo y la rodeó con un musculoso brazo en un cariñoso abrazo. Coatlicue correspondió abrazándolo con sus dos delgados brazos. Madre e hijo se quedaron quietos, abrazados, en el escabroso silencio de una estancia atiborrada con los cadáveres de quienes antes consideraba su familia. 

Y con el nacimiento del cuarto Tezcatlipoca, la historia del Reino de Aztlán entraría en una espiral caótica de la cual, a día de hoy, no han sido capaces de salir. 

___________________________

5
___________________________

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

https://youtu.be/Q-QhBfDnyNY

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Dimensión de Tenochtitlan

Presente

En el palco de la Suprema Azteca, Mechacoyotl dejó escapar un robótico bufido de asombro al tiempo que se cruzaba de brazos y fijaba su franja anaranjada sobre la lejana silueta de Huitzilopochtli, este último caminando lentamente por el apocalíptico océano de escombros y de gigantescas llamas que se alzaban por encima de las pirámides. Anadeaba arrastrando la espada por el suelo.

—Al ser producto de la concepción de Macuiltochtli —explicó Omecíhuatl, la mejilla apoyada sobre la palma de su mano—, Huitzilopochtli posee una habilidad heredada de su padre biológico que ninguna otra deidad azteca tiene, y esa es la de absorber los elementos y las habilidades más poderosas de los oponentes que asesinó. Una habilidad que Coatlicue apodó "Tlacahuepatzin".

Derramador de sangre... —tradujo Mechacoyotl.

—Ohoho... ¡Y durante la Guerra Civil de hace quinientos años, él aniquiló a la gran mayoría de la estirpe de mi hermana por ordenes mías! No hice más que alimentarlo.

Eso quiere decir... —farfulló Mechacoyotl—. ¿Tiene un enorme repertorio de habilidades que usar a su favor?

—Así es. Ese sucio y malagradecido Miquini... —sus ojos dorados destellaron, y sus labios se torcieron en una desquiciada sonrisa— ¡Apenas ha sondeado las capacidades de mi Dios de la Guerra!

En el palco de la Reina Valquiria, Geir Freyadóttir y Sirius Asterigemenos quedaron anonadados por la versión de la historia que Brunhilde les acababa de describir, una que se concentraba más en cómo nació antes que en los elementos de la historia que llevaron a su nacimiento. La princesa valquiria miró la fisura que se concentraba en Uitstli, este último hablándole a la manifestación de Randgriz que apareció detrás suyo, flotando de su espalda como un fantasma.

—En ese sentido, Huitzilopochtli es un dios multifacético como el Rey de los Fomorianos... —farfulló Sirius, desviando la mirada brevemente hacia la fisura que mostraba al Dios de la Guerra caminando lentamente por los destrozos de Moyoatlan. 

—Pero solo artificialmente —apuntó Brunhilde, alzando un dedo inquisitivo—. No olvidemos que muchas de estas habilidades absorbidas han estado en desuso desde hace quinientos años, y las está probando por primera vez en esta pelea.

—Además de que esta es quizás la primera vez que Huitzilopochtli pelea con un oponente en condiciones físicas semejantes... —apostilló Geir, masajeándose el mentón en gesto pensativo—. ¿Entonces Uitstli no está en total desventaja?

—En efecto, mi querida hermana —Brunhilde se cruzó de brazos y esbozó una sonrisa vanidosa e inteligente. Geir se sintió halagada al escuchar a su hermana mayor llamarla "querida"—. Además...


Y justo en el momento en que Uitstli se irguió, empuñó su lanza con ambas manos y se puso en su pose de batalla, el espíritu etéreo de Randgriz se manifestó tras él, el rostro preocupado y horrorizado de estar viendo toda la sangre que recubría su cuerpo.

—U-Uitstli... —farfulló la Valquiria Real, colocando sus manos sobre sus anchos hombros— ¡¿Por qué no te has transformado aún?!

—Porque... —masculló Uitstli, y escupió sangre sobre una piedra— Aún no he... rascado... el fondo del barril... —entrecerró los ojos y alcanzó a ver la silueta de Huitzilopochtli caminar a lo lejos, su silueta ensombrecida adquiriendo un tono tenebroso al ser rodeado por las altas llamas— Siento que aún no ha revelado todos sus poderes... y eso me preocupa...

—¡¿Y qué importa si no ha revelado todos sus poderes?! —masculló Randgriz, apretando los puños— ¡Si utilizas el Jaguar Negro Liberado con mi habilidad de rompe-escudos, podremos acabar esto en un instante!

UIstli cuchicheó risitas y ladeó la cabeza. Randgriz chirrió los ojos e hizo un puchero.

—¡¿Te ríes en una batalla a muerte, en serio?!

—No es la primera vez que lo hago —admitió el guerrero azteca—. Escucha, hija mía... — Randgriz se sonrojó cuando la llamó así. Una mano recorrió toda la superficie de la lanza Tepoztolli, y el arma se enrolló con un torbellino de fuegos escarlatas— De todas las batallas que he tenido en mi vida pasada y aquí... Aprendí que, para combatir a enemigos con poderes que parecen... ilimitados... —sus músculos se tensaron, y Randgriz sintió el excitado bombeo del corazón del Einhenjer con el suyo, ambos latiendo con la misma vehemencia y preparación. Los ojos de Uitstli restallaron de la determinación— ¡Tengo que usar ataques certeros que los obliguen a revelar sus cartas! ¡Así revelaré las mías, y podré sobreponerme a ellos!

 —Agh... tan arriesgado método que tienes... —el alma de Randgriz se deslizó en el aire hasta su lanza. Juntó sus manos con las de Uitstli, y un resplandor blanco hizo brillar sus puños, dotándolos de su poder de Valquiria— No hay de otra ¡Hagámoslo juntos!

Los humanos de las gradas vitorearon emocionadamente la pose de batalla que realizaron.

Huitzilopochtli comenzó a trotar por el terreno accidentado, destruyendo a su paso los pilares caídos y las montañas de escombros. Comenzó a dar pequeños saltos, y por cada rebote que daba aumentaba su velocidad, ascendía más y más hacia el firmamento, hacía temblar los cimientos de la capital azteca con sus titánicos pisotones. Las montañas de escombros se desmoronaron en avalanchas, y justo cuando Huitzilopochtli llegó a la orilla, llevó toda su fuerza al talón de su pie y dio un salto que destruyó la barrera del sonido. 

El Dios de la Guerra se convirtió en una nube tempestuosa que se desplazó a la velocidad del rayo por el apocalíptico cielo, exhortando los rayos a azotar las nubes y a incitar a que la lluvia cayera con gran furia en el bosque. Uitstli permaneció en su lugar, con su pose de combate, siguiendo la nube electrizante con la mirada. Su corazón se aceleró, y Randgriz lo motivó haciendo que sintiera su corazón bombear de los nervios y de la eticidad. El nubarrón describió una amplia parábola en el cielo, incrementó su velocidad a recorrer el suelo a pocos metros, y la nube se convirtió en un peligroso Huitzilopochtli que arremetió al Legendarium Einhenjar con un feroz espadazo que liberó en el proceso una demoledora ráfaga eléctrica.

Los brazos de Uitstli se convirtieron en un borrón, y su lanza en un atisbo de luz carmesí que golpeó duramente la ráfaga eléctrica y la espada Macuahuitl. La estocada de Tepoztolli arrasó con la ráfaga, partiéndola en dos y haciendo que esta se desvaneciera inofensivamente en el aire. El martillazo de la espada fue desviado igualmente; gracias a la habilidad divina proporcionada por Randgriz, la lanza de Uitstli rompió las defensas de Huitzilopochtli, y cuando el Dios de la Guerra reapareció veinte metros de distancia suya, un gran surco sangrante se abrió en el costado de su torso.

Las gradas de los humanos chillaron de un regocijo ahogante que suprimió los alaridos de sorpresa de los dioses. Varios aztecas del primer piso de graderías comenzaron a tabalear sus tambores, y muchos otros tocaron sus silbatos de la muerte en horridos chirridos que pusieron incomodos a los dioses al otro lado del ring. Aquellos silbatos sonaban como gritos de bestias del Mictlán, y sus efectos de imponer miedo surtieron efecto sobre todo en los dioses aztecas. Omecíhuatl cerró un ojo y chasqueó los labios, la mueca de asco irremediable.

—Que imbéciles se ven tratando de asustarme con esos silbatos... 

heh, debo reconocerlo —admitió Mechacoyotl—. Esos silbatos a día de hoy siguen siendo la cosa más aterradora que he escuchado en toda mi vida. 

Huitzilopochtli se irguió e ignoró la inmensa herida que abría el costado de su torso. Se volteó, y enclavó sus ojos blancos sobre la silueta de Uitstli. Inofensiva al principio por lo lejano que estaba, pero pronto el Legendarium adquirió una sagaz aura de fuego carmesí que rodeó todo su cuerpo y se elevó hacia los cielos como una enorme fogata. Huitzilopochtli, por primera vez, alzó un brazo para cubrirse de las llamas de Mictlán, y esa simple acción levantó jadeos de sorpresa entre los dioses aztecas, incas y mayas por igual.

La presión ejercida por la potentísima onda expansiva alcanzó las gradas de los humanos y de los dioses, y estos últimos quedaron petrificados y atónitos al sentir el aumento de poder de Uitstli. La lanza Tepoztolli cambió de forma y se transformó en su gigantesca hacha de guerra. Huitzilopochtli respiró hondo y suspiró profusamente.

—Que error en subestimarte, Uitstli —exclamó, frunciendo el ceño—. Posees los poderes de un dios, pero peleas con la valentía de un guerrero experimentado. Aún así, ¿crees que será suficiente para seguirme el juego?

—Enemigos antes que tú me hicieron esa misma pregunta —replicó Uitstli, reposando el hacha sobre su hombro—. Todos ellos fueron derrotados y muertos por mi mano. Huitzilopochtli... —apretó los dedos sobre el mango del hacha— No tengo la menor duda que aún con todo eres más poderoso que yo. No obstante le hice una promesa a mi familia... de salir de aquí con vida... 

Las flamas detrás suyo se envalentonaron y se crisparon intensamente. Sus velocidades se incrementaron, y parecieron dotar de más poder a Uitstli al entrar en contacto con su espalda, haciéndolo ver más poderoso... y hasta más grande, a ojos de los dioses.

___________________________

6
___________________________

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

https://youtu.be/263zGb0WShw

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

En los sueños de la Diosa de la Hechicería

Desde las profundidades oscuras de su mente, Malinaxochitl soñaba nuevamente con las inmundas monstruosidades que la llevaban atormentando en los últimos tiempos.

No sabía que lo causaba exactamente: si era producto de su afinidad a la magia oscura del Mictlantecuhtli, o alguna otra razón desconocida. Lo más probable era lo primero, pero incluso así, ¿cómo podía su mente reproducir imágenes bestiales de aquellas inconcebibles criaturas incluso con el encantamiento que su madre Coatlicue la imbuyó para evitar que la magia psíquica del Mictlán se apoderase de ella? La certeza con la cual estos sueños se habían hecho más constantes, más vividos y más aterradores, revolvían todas las creencias que Malina tenía sobre su propio ser.

Los sueños habían sido pasivos al principio: no pasaban de unos cuantos ruidos extraños mezclas entre lejanos alaridos y bramidos gentiles, todo mientras solo veía el teatro oscuro de su inconsciencia. Sin embargo, con el pasar de los últimos meses, en especial estos dos últimos, aquellos sueños que parecían una pasarela por una estancia ennegrecida, se convirtieron en infernales paraísos de demonios. Las letanías de los gritos ahora eran coros de silbidos funestos y bramidos inconcebibles, y el ambiente de su alrededor se convirtió en variopintos lugares que iban desde pantanos de sangre donde ululaban criaturas parecidas a saurios, hasta ruinosos templos de vaga arquitectura azteca por la cual anadeaban sacerdotes de largas togas negras y que tenían sus calaveras expuestas. No más máscaras, sino sus cráneos sin carne, el hueso expuesto como si fueran muertos vivientes.

No sabía exactamente que causó estos últimos sueños, pero sí tenía una certeza clara, y esa era que todos estos lugares a los que su mente la arrastraba para que los viera, los oliera y los sintiera en la carne y en el alma, eran sitios del infierno azteca, del Mictlantecuhtli.

Este sueño en el que estaba era mucho más inmersivo que los otros. El terror consumado se basaba, con especial desespero, en la angustia del silencio. Por minutos que para Malina se le antojaron como horas eternas, hubo total silencio y obscuridad envolviendo el teatro de su subconsciencia. Malina se ponía nerviosa por cada minuto incomprendido que pasaba. ¿Por qué no sucedía nada? Intentó hacer acopio de su fuerza psíquica para escapar, ahora que ningún tormento la mantenía encadenada... Sin embargo, ninguna aceleración surgió para sacarla de esta dimensión oscura, como la gravedad de un agujero negro que la retenía como un fotón de luz. Estaba atrapada, y solo Ometeotl sabría cuánto tiempo ha estado atrapada en esa oscuridad sin saber del mundo exterior, sin saber de qué forma estaría actuando su hermano ante su desmayo, y sin saber qué pasó con Zaniyah, la hija de su supuesto "enemigo".

La intrascendencia de ese hoyo negro sin fondo la hizo pensar en la maldición sin fin que había sufrido durante siglos. Apodada como diosa de la hechicería, un nombre impuesto por Omecíhuatl que la condenó para siempre a ojos de los dioses aztecas, Malina sufrió la misma discriminación y odio del Panteón mismo que sufrió Camaxtle por la difamación del embarazo fortuito de Coatlicue. Huitzilopochtli la defendió, obligado a usar, por primer vez, su fuerza bruta contra su propia gente y así oprimirlos...  en el nombre de Omecíhuatl, un encantamiento manipulador que Huitzilopochtli no reparó en ello sino siglos después. 

Pero incluso con el encanto de Omecíhuatl roto por su propia mano, ¿será suficiente para que Huitzilopochtli haga el cambio?

De repente, Malina sintió una perturbación en la densa oscuridad. Ondas de partículas sondearon el espacio, formando circunferencias que se expandían por toda la negrura, como ondas de agua luego de que una piedra cayera dentro del lago. El silencio fue interrumpido por la embestida y la llegada de una oleada de indescriptibles chirridos que barbotaron como ladridos furiosos, ensordeciendo a Malina y haciendo que se cubriera los oídos con las manos. La oscuridad del panorama empezó a adquirir luces etéreas de color rojo y naranja, sus sombras y figuras adquiriendo las siluetas de troncos tupidos, zarzas y arbustos, convirtiéndose lentamente en una jungla que ardía y esparcía su calor sobre el cuerpo indefenso de Malina.

La diosa se llevó la mano a la espalda, pero sus dedos palparon el aire en vez del pomo de su garrote. La presión de las llamas se reflejó en su piel con quemaduras que deformaron su piel roja. No obstante, en vez de sentir un infernal dolor, sintió cosquilleos como uñas que estuvieran rascando sus brazos, sus piernas y su tonificado abdomen. Los inteligibles masculleos infernales se transformaron en el coro infernal de silbatos de la muerte, orquestando una fúnebre letanía, como si estuvieran dándole la bienvenida a ese lugar maldito de las pesadillas de su más profunda alma igual de maldecida. 

Monolitos de piedra emergieron de la tierra, formando un círculo alrededor de ella. Aquellas gárgolas de armaduras aztecas ceremoniales, tocados de plumas y calaveras por cabeza, cobraron vida cuando sus grises pieles de piedra adquirieron colores, y las plumas de sus tocados se volvieron negras. Aquellas indecibles bestias del Mictlán bailaron con horrorosos movimientos; sus huesos crujieron con indeseable atronar, y sus sonidos se entremezclaron con el de las llamas.

Los tortuosos chirridos de los silbatos desgarraron la paciencia y la razón de Malina, sobre todo cuando al coro se unieron más indecibles gruñidos de bestias y tamborileos de instrumentos que sonaban más a restallidos de huesos entre sí. Y entre toda aquella maraña de sonidos desoladores, una profunda, gruesa, ronca y torva voz femenina se realzó con las siguientes palabras:

<<Alguien... por favor... mátenlo... Ese inmundo monstruo que es... Nahualopitli...>>

Un escalofrío corrió por todo el cuerpo de Malina, paralizándola y haciendo que su corazón ardiera con palpitaciones incontrolables. Y justo cuando la voz dijo el nombre del innombrable, una pisada en la tierra sacudió el suelo bajo ella. Malin se tambaleó. Las gárgolas aztecas siguieron danzando a pesar de los temblores; Malina veía como aumentaban la velocidad de sus horrendos bailes con cada cada pisotón. Su instinto de supervivencia la advirtió del peligro que se aproximaba inexpugnablemente. Trató de correr, pero sus músculos no le respondieron. Este miedo, uno que jamás había sentido en toda su vida, la tenía amordazada.

Una sombra humanoide se recortó en el horizonte flameante de la jungla ardiente. Viniendo de él surgió una serpentina y siniestra voz que alargó espantosamente su mugidos y palabras.

Mmmmmmmmm.... Túuuuuuuuuuu....

La desesperación aumentó, y los movimientos erráticos de Malina se acompasaron con sus aterrados gimoteos y sus chirridos de dientes. Volvió a intentar mover su cuerpo, pero ahora no era solo el miedo lo que la paralizaba; bajó la vista, y se espantó al ver un montón de huesudos brazos negros salir de la tierra y sostener sus tobillos y muslos. Malina intentó quebrarlos con puñetazos, pero sus nudillos los traspasaban; eran intangibles. El hallazgo la hizo soltar un breve chillido.

La sombra del inmundo se posó sobre ella. Alto y recio, de sus omoplatos borbotaban llamas con vaga forma de agujeros negros. Malina, con los ojos entrecerrados y los labios temblorosos, se giró lentamente hacia él y alzó la cabeza, viendo primero su taparrabos rojo, luego su marcado abdomen de tez cian, seguido por los numerosos dijes dorados que cubrían sus hombros y los collares circulares que cubrían su cuello, y por último su maldito rostro sonriente, amenazador a ojos de Malina por sus pequeños cuernos, su larga melena blanca y sus ojos rojos de esclerótica negra. 

Tu afinidad al Mictlantecuhtli... está renaciendo —exclamó aquel inmundo ser— Ah, ven niña. Vuelve a la Mansión de los Muertos... ¡Como familia! 

<<H-hermano Huitzi... Por favor sálvame...>> Malina no pudo gritar, no pudo pedir auxilio por como su boca también estaba paralizada del miedo. Todo lo que pudo borbotar de su boca fueron endebles sollozos, mientras que el inmundo, el Líder de Mictlán, Nahualopitli, extendió un brazo y le ofreció la palma de su mano, su sonrisa de oreja a oreja como un líder ocultista emocionado por recibir a su nuevo conscripto. 


╔═════════ °• ♔ •° ═════════╗

https://youtu.be/boJTHa_8ApM

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro