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Yaoyotl Ueytlalpan (Ajach 1)

GUERRA CONTINENTAL (Pa

https://youtu.be/oc65Wo5w6sU

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https://youtu.be/OqRuqcZy-xw

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Región Autónoma de Cuahuahuitzin

Castra Praetoria cerca del Lago de Cuahuahuitzin

Vadeando el lago circular e irregular, el grandioso edificio cuadrangular de más de treinta metros de alto por cien metros cúbicos hospedaba la tan nacionalmente hablado por todos los gobiernos locales "Cápsula Supersónica", el valiosísimo tesoro tecnológico de la Multinacional Tesla que por los últimos par de meses atrajo la atención de toda la población azteca de Cuahuahuitzin y de las demás Regiones. 

La presencia militar era poderosa en esta zona de la Región Autónoma. El edificio era rodeado por altas vallas metálicas eléctricas, y patrulladas por grupos de pelotones de soldados que rodeaban los más de cien metros cúbicos del edificio, imponiendo su poderío militar a los ojos de los aztecas con sus armaduras exoesqueleticas de color negro, sus escudos de plasma y sus lanzas-rifles o pistolas-espada. 

Nadie se atrevía a acercarse al complejo militar, ni siquiera grupos de periodistas aztecas o multitudes que quisieran protestar contra la toma del control social, política, tecnológica y cultural por parte de la Multinacional. Si bien el discurso de Tesla transmitido en televisión nacional fue inspirador para mucho, y sorpresivo para el resto por como incluso se llegó a un acuerdo de paz con el Cartel de los Tlacuaches, para mucha gente le seguía pareciendo extraño que Nikola Tesla en ningún momento se tomara el tiempo de explicarles que era lo que había dentro de la Cápsula Supersónica que él, a los cuatro vientos, anunciaba que serviría de gran ayuda para combatir las sequías producidas por los cambios climáticos. 

La presencia militar era inconmensurable e incomoda para todos los aztecas que no paraban de ver a soldados ir de aquí para allá, algunas veces incluso yendo por las carreteras y bulevares. La vista hacia la Castra Praetoria no era lo único que imponía totalitarismo en la zona, ni tampoco las patrullas de Pretorianos haciendo constante vigía alrededor del edificio religiosamente; el sonido de ingeniería pesada era tan bombástico que muchos pensaban que se estaba construyendo armas de destrucción masiva allí adentro. Se podían oír el chirrido de maquinarias labrando el metal, fundidoras que rugían con gran potencia, acondicionadores que expulsaban todo el vapor por chimeneas, y de vez en cuando se escuchaba un chillido plásmico que aterraba de sobremanera a los aztecas.

No obstante, todos esos pensamientos negativos que traían a colación los elementos bélicos no eran para nada reales en contraste de lo que en verdad se estaba llevando a cabo dentro del gigantesco hangar de los Pretorianos.

Dentro del máximo complejo militar y tecnológico, los ingenieros mecánicos operaban las IA programadas las pesadas máquinas de carga, fundición y bifurcación para ensamblar gruesas placas de acero inoxidable sobre la superficie lisa y plásmica de un tren bala. En todo el amplio rellano del hangar caminaban ingenieros mecánicos de aquí para allá ayudándose mutuamente, y soldados que patrullaban todas las zonas de operaciones, asegurándose que los científicos estuvieran haciendo su trabajo. Toda la galería estaba inundada por entramados de cables que colgaban de puentes y de vigas de metales aleado que conducían la electricidad de los generadores al tren. Chisporroteos de centellas azules, producto de las reacciones industriales de las maquinas, llovían como resplandores estelares sobre las cabezas de pretorianos e ingenieros, estos últimos trabajando arduamente para tener preparado la Cápsula Supersónica lo antes posible para así ser enviada a Mecapatli, donde Nikola Tesla esperaba recibirlo. 

La presión sobre los hombros de los ingenieros se engrosó horrorosamente con la proliferación de los pretorianos dentro del hangar. Era todavía más opresivo el ambiente a sabiendas, a través de un comunicado por parte del comandante en jefe de la Castra Praetoria, que el Coronel Eurineftos se dirigía hacia acá con la misión de custodiar la Capsula Supersónica, y de verificar que el protocolo de envío se cumpla sin ningún tipo de retraso o impedimento. 

Repentinamente, las bocinas en los zócalos de todo el hangar emitieron un fuerte pitido que llamó la atención de científicos y pretorianos por igual. Todos detuvieron sus labores, y escucharon con sorpresa y expectación las palabras del comandante en jefe hablar con vehemencia:

¡Caballeros, prepárense! El Coronel Eurineftos acaba de llegar. Démosle la bienvenida. 

El anuncio asaltó pavor y algo de pánico a los ingenieros mecánicos. Los pretorianos, por su parte, modelaron sus reacciones faciales y, cuales hormigas al llamado de su colmena, se dirigieron en conjunto hacia la entrada del hangar. Todos los científicos, paralizados ante la mera idea de que iban a presenciar la aparición del Metallion más poderoso de todos, no regresaron a sus labores industriales y en cambio se quedaron viendo la amplia entrada del hangar con gran afán e ilusión.

Se oyó el suave rugir de un motor aeronáutico reverberar en todo el rellano de la Castra Praetoria. Y llevándose el aliento de todos los científicos de la Multinacional Tesla, los ingenieros lo vieron aparecer conduciendo a través del sendero de cables y la maquinaria industrial pesada: un vehículo con la vaga apariencia de un tanque antiguo, sobrevolando dos metros por encima del suelo y siendo el vuelo su método de viaje. Con tres cañones en su parte superior, una durísima coraza pintada de color amarillo y gris y colores neón recorriendo su superficie, aquel vehículo militar futurista anadeó por el rellano mientras era guiado por los grupos de pretorianos, estos últimos lanzándose comentarios de jolgorio y chistes, cuales adolescentes emocionados de ver a su estrella favorita caminando junto a ellos. 

El comandante en jefe del cuartel general apareció en el otro extremo del rellano, caminando a grandes zancadas y siendo seguido por un séquito de otros suboficiales del Pretorio. Los científicos e hicieron a un lado con movimientos torpes, todos ellos nerviosos y expectantes, pues esta iba a ser la primera vez en sus vidas que conocerían al tan afamado Coronel Eurineftos. 

El comandante en jefe se detuvo en mitad de todo el rellano. Justo el vehículo futurista se detuvo también, quedando a unos seis metros lejos del anciano hombre. El momento de silencio entre ambos oficiales se prolongó por varios segundos, generando intimidación y más interés entre todos los científicos, afanados por ver como aquel robot autómata se transformaría. 

El comandante en jefe aseveró su semblante e hizo un saludo militar. Y entonces, sin previo aviso, Eurineftos comenzó a transformarse.

El repentino rugido de los engranajes girando entre sí y las placas superponiéndose unas sobre otras les dio un respingo de muerte a los ingenieros. Los pretorianos retrocedieron y se alejaron, permitiéndole todo el espacio a Eurineftos para que se transformara. El ilegible torrente de sonidos metálicos y chirridos de la coraza desencajándose entre sí dejó sin aliento a los ingenieros mecánicos: aún con toda la inteligencia que les proveyó la Multinacional en el estudio de los Mechas, jamás se habrían preparado para ver como el tanque iba creciendo y creciendo, adoptando una forma sorprendentemente humanoide. 

Las orondas hombreras que recubrían sus hombros fueron la última pieza que terminó de encajar. La transformación culminó, y ante los ojos de ingenieros y pretorianos, el robot de más de cuatro metros de alto y veinte toneladas de acero y metales de aleación desconocidos para las mentes científicas impuso su autoridad sin decir palabra alguna. Eurineftos dominó el control de toda la estancia escudriñando la complejidad tecnológica de todo el rellano, la franja roja de su casco siendo sus ojos parpadeando de color rojo a medida que giraba la cabeza.

—Es un honor tenerlo en mi Castra Praetoria, Coronel Eurineftos —exclamó el comandante en jefe, bajando su mano.

El taciturno Mecha posó su mirada analítica sobre la Cápsula Supersónica. Por su altura, el Metallion la superaba por varios palmos, lo que le permitió colocar sin ningún problema su mano sobre las placas, sobre los recubrimientos laminados y sobre las capas de plasma blanca. Al entrar en contacto con el plasma, hilos eléctricos golpearon los orondos dedos de Eurineftos. 

La Cápsula... —pronunció Eurineftos, su profunda voz masculina y metálica resonando en los oídos de todos los presentes— Está a solo un 80% de culminado su construcción —giró levemente la cabeza, su gélida mirada carmesí clavándose sobre los paniqueados científicos—. ¿Por qué?

El que parecía ser el líder de todos estos científicos dio un paso adelante, la mirada segura y el semblante sin miedo a diferencia de sus atemorizados compañeros. Eso no pasó desapercibido para Eurineftos. 

—Se han presentados pequeños inconvenientes, Coronel Eurineftos —explicó el líder—. Inconvenientes que se convirtieron en contratiempos.

¿Qué tipo de inconvenientes? —la franja roja de Eurineftos restalló, y su color rojo se volvió más oscuro. 

—Cortos circuitos en los mecanismo de tubo, mal funcionamiento de las IA's, errores de calculo en la presión gravitacional... —el líder fue enumerando los problemas, y al final se encogió de hombros. Eurineftos, en su proceso de escaneo láser a toda la Cápsula, asintió con la cabeza, como confirmando todo lo que le explicó el ingeniero jefe— Hicimos todo lo que el señor Nikola Tesla nos pidió. Seguimos al pie de la letra los planos, pero esta es una tecnología que jamás habíamos manejado antes. 

—Es sobre todo tecnología de los Superhombres —apostilló uno de los ingenieros—. En especial estadounidense, china y rusa.

—Eso —exclamó el ingeniero jefe, señalando a su compañero con un brazo—. Y nosotros no somos más que científicos e ingenieros del siglo veinte que corrieron la suerte de haber sido traídos al Valhalla luego de terminada la Segunda Tribulación.

Eurineftos se quedó sellado como una tumba, y no dijo nada ante las quejas solemnes de los ingenieros. Estos últimos se sintieron abrumados por el muro de hielo que Eurineftos creó entre ellos y él; los científicos pensaron que su jefe se había pasado de la raya, y que ahora sufriría una reprimenda de parte del gigantesco robot autómata.

Sin embargo, eso no pasó. Eurineftos en cambio se dio la vuelta y miró hacia abajo, hacia el ingeniero jefe. No obstante, su franja roja no transmitió ninguna sensación de peligro aplastante, por más que el grueso sonido mecánico de sus intestinos de hierro y plomo al inclinarse pesadamente hicieran pensar que iba a hacer un movimiento brusco. El jefe ingeniero incluso se echó para atrás y tragó saliva.

¿Pueden tenerla lista en tres días?

El ingeniero jefe parpadeó varias veces.

—¿C-c-cómo dice, s-señor...? —balbuceó.

¿Pueden o no pueden tenerla lista dentro de tres días? —volvió a preguntar Eurineftos, acentuando su tono robótico y su acento griego.

—P-pues... —el ingeniero se rascó el largo bigote. Volvió a tragar saliva— En ese tiempo podemos trabajar hasta dieciséis horas, y no doce como antes hacíamos. S-si cambiamos el horario laboral, e-entonces... sí, podemos tenerla lista en tres días.

Excelso —Eurineftos irguió la espalda, y los motores mugieron y echaron vapor al aire. Dio un ligero giro y fulminó a todos los pretorianos y científicos con su mirada roja, muchos estando de pie en el primer piso, otros tantos subidos en las plataformas y pasillos de hierro del segundo piso. Todos y cada uno de estos hombres aportaban su atención a lo que tenía que decir—. Escúchenme todos. He sido enviado aquí... por ordenes del Jefe de Pretorio. Cornelio me programó para custodiar la Cápsula Supersónica, y eso es lo que haré —Eurineftos posó una mano sobre una de las placas del aún en construcción tren bala—. Si esto de aquí es preciado para Nikola Tesla, entonces lo es para mí también, y para todos ustedes. En tres días debe estar lista, y al cuarto y debe estar partiendo a Mecapatli.

 —Pero, Coronel —exclamó uno de los pretorianos, sentado sobre una caja negra. Eurineftos lo miró de reojo—, ¿eso quiere decir que asumirá el mando de la Castra?

Yo no fui enviado para tomar ningún mando —aclaró el Metallion. Le dio un golpe suave al tren bala—. Esa no es mi tarea. Su comandante en jefe seguirá siendo su alto mando. Mi único propósito es defender la Cápsula.

—¿D-de quienes? —se atrevió a increpar uno de los científicos.

Del Cartel de los Coyotl.

Hubo un levantamiento de murmullos entre los científicos, colmados de perplejidad y pavor ante su revelación. Hasta ese entonces, las noticias sobre el Cartel de los Coyotl eran distantes para ellos, y pensaban que jamás llegarían a oponer un gran peligro para ellos. Sin embargo, el saber que ahora iban a por ellos, y que esto lo supieran de la mano de uno de de los soldados y coroneles más respetados de los Pretorianos y de la Multinacional... Muchos sufrieron nervios que los hicieron temblar de pies a cabeza. Sonaba hasta irreal para algunos. 

Aún con una mano apoyada sobre las placas del fuselaje del tren bala, Eurineftos apretó un puño. El metal chirrió con fuerza, y el Metallion levantó el puño a la altura de su pronunciado pecho. 

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Despacho principal, Embajada de la Multinacional

Un día después de la llegada de Quetzalcóatl

La forma tan bombástica con la que Quetzal arraigó a la embajada contrastaba con la ahora modesta reunión en la que, únicamente, pidió a los miembros de los Manahui Tepiliztli estar presente. Según él, lo que tenía que decirles a este grupo era tan personal que primero tenía que dirigírselos a  ellos. 

Ni William, ni Tesla, ni Cornelio estaban presentes en la sala del gabinete principal. Afuera se podían escuchar los murmullos de los aztecas, quienes se encontraban atolondrados en el pasillo, cerca de la puerta custodiada por cinco Guardias Pretorianos. El fervor apasionado de todos los hombres y mujeres mesoamericanos no se desvanecía por más que los Pretorianos les exigiera que se alejaran y que volvieran a sus quehaceres como funcionarios de la embajada. Ninguno de ellos entendía que, para ellos, era más importante el estar en presencia de su Dios que cualquier otra labor material de la Multinacional.

Tepatiliztli agarró la jarra blanca de cerámica y sirvió bebidas de cacao todos los vasos que tenía sobre la bandeja. Tomó esta última y la llevó al escritorio que fue colocado en el centro de la sala, con todas las butacas, divanes y sofás dispuestos alrededor, con todos los Manahui sentados, las miradas fijas y llenas de ilusión por estar viendo a Quetzalcóatl, sentado en el diván con las piernas cruzadas, y vistiendo ahora con un abrigo negro sin abotonar y guantes de cuero. La médica azteca dejó la bandeja sobre el escritorio, y todos agarraron un tazón. 

Quetzalcóatl se llevó el tazón a los labios y bebió un lento sorbo. Su cuerpo retembló, y sus labios cuchichearon risitas nerviosas y emocionadas.

—¡El cacao sigue siendo tan bueno como lo recuerdo! —exclamó la deidad. Volvió a tomar otro sorbo, y su piel morena se le puso de gallina— Otra cosa que debo de admirar de ustedes. Son tan devocionales que hasta la planta de cacao que les di sigue siendo natural. Nada transgénicas. 

—Eso es lo único que no les permitimos a la Multinacional Tesla tocar —indicó Uitstli, inclinado hacia delante, las manos entrelazadas. Todavía no bebía de su tazón—. Todo nuestro cultivo, toda nuestra industria ganadera... sigue siendo nuestra.

—¿Y andan haciendo deforestación como los Mayas? —inquirió Quetzal, moviendo en círculos una de sus muñecas con un dedo alzado— Porque de lo poco que he llegado a ver, a duras penas he visto bosques naturales. Solo artificiales. Y ni siquiera veo el primer Árbol de Cacao que robe del Omeyocan para dárselos a ustedes —Quetzal hizo un ademán de ponerse a llorar—. Eso me rompe el alma... 

—Esa es de las poquísimas cosas que sí no le perdonaré a la Multinacional Tesla —afirmó Uitstli, chasqueando los labios. 

—Respetamos la naturaleza, tal como usted nos dijo —manifestó Tepatiliztli, de pie, al lado de la butaca donde estaba sentada Zaniyah, esta última con sus vendas mostrándose bajo las mangas cortas de su camisón—. Pero las nuevas biosferas nacidas del Estigma de Lucífugo propició un nuevo ambiente, y nueva flora. Una de plantaciones enteras de "Flor de Íncubo".

—Esa es la droga de aquí según oí, ¿no? —Quetzal frunció el ceño— La misma que ha malogrado la calidad de vida de mis aztecas.

 Yaotecatl carraspeó luego de tomar un sorbo de su taza y respiró hondo. Xolopitli le dio un codazo y lo miró con regaño.

—Básicamente, mi señor y dios —dijo el mapache tuerto, para después darle otro fuerte y para nada sutil sorbo a su vaso.

—Oh, venga ya, no hay que ser tan respetuosos —el Dios Azteca le dirigió una mirada despreocupada y le sonrió—. No es como si yo les estuviera llamando ahora mismo unos Miquini, como lo haría Omecíhuatl. Llámenme por mi nombre, o por mi diminutivo. Como lo prefieran —alzó un dedo y señaló a todo el grupo girando la mano—. Pero que les quede claro. Entre ustedes y yo, no hay jerarquías.

Todos los miembros de los Manahui se miraron entre sí y después asintieron religiosamente la cabeza. Quetzalcóatl reafirmó su dicho con una sonrisa, y otro sorbo de su bebida de cacao. El tractivo de la deidad azteca destilaba un incesante carisma y buen humor que ponían cómodos al grupo azteca. No existía tensión en la sala, ni siquiera la sensación de que estuvieran ante una personalidad a la cual hablarle con la cabeza gacha. 

Todos se pusieron de acuerdo en que, ante la presencia de Quetzalcóatl, el grupo era un igual ante él.

Quetzalcóatl apretó los labios y los chasqueó, saboreando el dulce cacao líquido. Se quedó en silencio, y su falta de palabras llamó la atención de todos los Manahui, en especial de Uitstli, Tepatiliztli y Yaocihuatl. El peliblanco alzó y agitó una mano, y con ella señaló a Xolopitli y a Yaotecatl. Ambos nahuales mapaches dieron un leve respingo y esbozaron muecas de escándalo, sin saber de qué los iba a acusar la deidad.

—Ustedes son los líderes del ya disuelto Cartel de los Tlacuaches, ¿cierto? —exclamó Quetzal sin dirigirles la mirada. Sonrió lacónicamente— Puede que haya estado encerrado en el palacio de Omeyocán, pero eso no evita que sepa las noticias del día a día.

—A-así es, señor —farfulló Yaotecatl, rechinando sus colmillos de los nervios—. Nosotros somos... e-es decir, fuimos... líderes del Cartel.

—Pero como usted dice, está disuelta ya —apostilló Xolopitli, dejando la taza sobre una barra y apoyando los hombros sobre sus rodillas—. Aunque tenga a algunos de mis muchachos haciendo diligencias clandestinas por ahí, ya no estamos organizados como una banda criminal.

—Eso no quita el hecho de que les hicieron muchísimo daño a mis aztecas, ¿no crees? 

La mirada que Quetzal les dedicó les arrebató el aliento a ambos nahuales mapaches. Por primera vez, el dios azteca empezaba a mostrar una faceta más seria de su ser. Aunque el carisma benevolente no abandonaba su gentil faceta, el semblante era ahora más serio, como si acusara con la mirada a Xolopitli. Este último expulsó carcajadas nerviosas y miró su derredor, descubriendo a todos los miembros del grupo observando con caras de sorpresa el inesperado ataque verbal de Quetzal.

Luego de un gélido silencio de diez segundos, Xolopitli replicó:

—E-eso lo comprendo, Quetzalcóatl. No obstante yo... —Xolopitli se mordió el labio y tragó saliva. Quetzal permaneció en solemne silencio, permitiéndole todo el tiempo del mundo al nahual mapache para expresarse. Al final agachó la cabeza, como decepcionado— Me es muy difícil explicarle las circunstancias que me llevaron al mundo criminal, señor.

—¿Qué tan difícil fue? —preguntó Quetzal, más curioso que asertivo en seguir acusando a Xolopitli— ¿Es que acaso ninguno del grupo evitó que te fueras, sea por las razones que sean?

El comentario dejó desencajado a todos los miembros de los Manahui. Zaniyah se quedó boquiabierta; Tepatiliztli y Yaocihuatl intercambiaron miradas; Zinac, de pie y con la espalda apoyada sobre una pared, se encogió de hombros, la expresión de perplejidad en su rostro; Uitstli  apoyó el mentón sobre sus manos entrecruzadas, la mueca de preocupación y temor por contextualizar a Quetzalcóatl sobre lo sucedido. 

La deidad azteca frunció el ceño al mirar su derredor y descubrir la reacción tan llena de incertidumbre de todo el grupo.

—¿Qué? —farfulló Quetzal. Al no oír respuesta, se alteró un poco y sonrió para ocultarlo— Ok, ok. Me hace falta contexto, ¿verdad? Bueno, al final no soy omnisciente; no pude saberlo todo desde mi cárcel en Omeyocán. Pido contexto —dio un golpecito al escritorio con su mano— ¿Algo pasó entre ustedes luego de fundar Mecapatli?

De nuevo hubo silencio. La tensión se sentía en el ambiente en la forma de un calor ambiental dentro del gabinete. Quetzalcóatl frunció más el ceño, el gesto de preocupación al ver como los semblantes de todo el grupo eran unos llenos de pesares, y otros atiborrados de tristeza malsana.

—¿Qué...? —farfulló Quetzal, alzando los brazos de la confusión.

—Quetzalcóatl —replicó Uitstli, la voz profunda y demostrando el inmenso peso moral en su tono y sus gestos corporales con las manos—, luego de que tú y Xipe Tócih se fueran de Mecapatli, nosotros... nos separamos. 

La respuesta dejó en manifiesto la aún mayor incertidumbre en el semblante del Dios Azteca. Algo que sería inaudito para los aztecas comunes (el ver a su dios mostrando un sentimiento de confusión), para los Manahui... era algo de esperarse. Y más viniendo del considerado Dios Azteca más cercano a los hombres.

Quetzalcóatl agrandó la sonrisa, lo que demostró todavía más el dédalo de perplejidad en sus expresiones faciales. 

—Cómo... ¿cómo que se separaron? —farfulló Quetzal, el ceño fruncido y mirando a su derredor— ¿Se separaron, cómo? ¿Cómo una banda? ¿Cómo los Beatles?

—Nosotros hicimos un voto unánime luego de que ustedes se fueran —explicó Yaocihuatl, las yemas de sus dedos apoyadas entre sí, las rodillas chocando entre sí—. La guerra nos marcó a todos —aguantó la respiración y suspiró al tiempo que fulminaba con la mirada a todos los miembros originales del grupo—, en mayor y menor medida. Ya no me da pena admitir que fui yo la que comenzó esa querella. Querella que me enemistó con Tepatiliztli, y que después vinieron Xolopitli y Zinac diciendo que también querían separarse. Pronto todos en el grupo querían desligarse e irse por sus caminos...

—Y todo acabó en una sola reunión —concluyó Uitstli, los labios apretados y chasqueándolo—. Una sola reunión familiar que determinó una separación de más de cien años. 

Quetzalcóatl se quedó en silencio, el rostro de estupefacción de haber oído algo tan inaudito como la separación del grupo que salvó a los aztecas del Duque Ammón. Yaotecatl y Randgriz, ambos siendo miembros nuevos del grupo, oyeron con gran solemnidad y tragedia compartida el breve resumen de lo que aconteció la separación del grupo. La Valquiria Real miró con especial empatía al afligido Uitstli, siendo este último aún incapaz de verla a la cara. Eso no la molestó en lo absoluto: sabía que, con el tiempo, él la trataría con el respeto y compañerismo que se merecía.

El dios azteca dejó su taza sobre el escritorio y se pasó una mano por el rostro y por el cabello, revolviéndoselo.

—No fue sino hasta hace un par de días que nos hemos vuelto a reunir todos —indicó Tepatiliztli, terminándose de beber su taza de dos sorbos—. Y con dos nuevos miembros en el grupo —lanzó una amigable mirada a Yaotecatl y Randgriz.

—No del todo —profirió Zinac, los brazos cruzados y bufando mugidos de desacuerdo—. No hasta que puedan demostrarme su valía en el combate como auténticos Manahui Tepiliztli. 

Quetzal permaneció todavía en silencio, y fue ese bloque de hielo que volvió gélido el ambiente y que puso tensó a todos los Manahui. La deidad se empezó a masajear las sienes de su cabeza. 

—Y entonces están unidos nuevamente —exclamó sin mirar a ninguno de ellos—. Reunificados, hombro a hombro, como si nada hubiera pasado.

—El trauma de los eventos nos siguen persiguiendo, Quetzal —afirmó Tecualli, pataleando el aire en la alta silla donde estaba sentado—. No es que nos sintamos cien por ciento unidos como en los viejos tiempos, pero... —se encogió de hombros al mirar de reojo a Xolopitli, y este devolverle la mirada con algo de culpa— estamos en el proceso. 

Quetzalcóatl chasqueó con fuerza los dedos y extendió su brazo hacia la izquierda. Alzó el dedo índice, y con este señaló a Zaniyah. El resto del grupo quedó confuso ante su acción, y Zaniyah solo pudo expulsar un "¿huh?" de confusión. 

—Tú eres la que se macheteó a Mizquitak antes de que llegara, ¿verdad? —exclamó Quetzal, mirando de soslayo a la muchacha azteca. Su pregunta agarró desprevenidos a todos los Manahui, pues nadie le había dicho sobre Mizquitak desde que llegó. El Dios Azteca volvió su cuerpo sobre el diván en dirección a Zaniyah, entrecruzó de nuevo las piernas, y puso su mano sobre su mentón.


La forma en que Quetzal construyó su lógica argumentativa dejó sin palabras a los Manahui. El dios azteca sonrió apretando los labios, viendo con una mirada de clarividencia a todos los aztecas permaneciendo, una vez más, en confuso silencio. Quetzal entonces aprovechó este breve instante de silencio para pararse del diván con un salto, caminar tres pasos hacia la izquierda y por último dar un danzarín giro, encarando a todo el grupo con los brazos abiertos. 

 —Comprendo totalmente el por qué de esto, a pesar de conocer todos los detalles —declaró el Dios Azteca, dando una palmada con sus manos—. No obstante —señaló con su dedo a Uitstli, a Tecualli y a Tepatiliztli—, como bien dijeron ustedes tres —movió su dedo y señaló a Xolopitli—, y como bien me dijiste hace un momento, ustedes ya están unidos como un grupo. Y no importa las diferencias o los traumas que aún tengan en sus cabezas —se dio la vuelta y señaló con su brazo la puerta del gabinete—, allá afuera los necesitan. Los aztecas. Los hijos de los dioses. Su gente, MI GENTE —se golpeteó el pecho descubierto con una mano—, los necesita —bajó los brazos y suspiró—. Igual que yo los necesito, Manahui Tepiliztli. 

Una nueva tensión pavorosa se adhirió como una polea de la muerte en los cuellos de todos los presente. En especial al ver como el brillante semblante de Quetzalcóatl se oscurecía, dando paso a una mueca más severa, de la cual estaba siendo difícil formular las palabras que serían una fuerte confesión suya hacia los Manahui.

Quetzalcóatl volvió a palmear las manos y se quedó cabizbajo por unos segundos. 

—Yo... no soy un dios. Ya no más. 

La revelación vino acompañado de un silencio atolondrado. Quetzal vio sus reacciones: Uitstli, Tepatiliztli, Yaocihuatl y Randgriz quedaron boquiabiertos; Zinac ensanchó los ojos y torció la cabeza; Zaniyah subió lentamente la mano y se cubrió los labios; Xolopitli, Yaotecatl y Tecualli parpadearon varias veces, como no pudiendo concebir su confesión e intentando comprender el peso de sus palabras intentando recobrar control de sus parpados.

—¿N-n-n-no eres un dios ya? —farfulló Yaocihuatl, ladeando la cabeza— ¿C-cómo así? ¡Si viniste del chingado Omeyocán hasta acá!

—Eso es porque sigo teniendo parciales poderes divinos —detalló Quetzal—, lo que me vuelve un semidiós. Pero eso no me exime que Xolopitli o Yaotecatl desenfunden sus pistolas, me disparen, y reciba rasguños en vez de cosquillas. 

—¿Pero por qué? —masculló Tecualli, bajando de su butaca y caminando hacia la deidad— Yo... ¡yo use mi Talismán de Itzpapalotl para escanearte, y vi que tu alma es de completa naturaleza divina! 

—Puff... —Quetzal ladeó la cabeza y frunció el ceño— incluso con esa habilidad no habrías podido determinar mi lado no divino. Eso es algo que Omecíhuatl se aseguró bien de ocultar a la vista de brujos como tú.

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https://youtu.be/fX5IY2-xjlg

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

—Wow, wow, wow, wow, wow —Uitstli entrecerró los ojos, frunció el ceño e inclinó la espalda. Se quedó viendo con total sagacidad al Dios Azteca—, ¿Omecíhuatl? ¿Nos estás diciendo que fue ella quien te hizo esto?

—No fueron los demonios del Pandemonium —Quetzal negó con la cabeza. A medida que avanzaba la conversación, la honestidad de sus palabras iban acompañadas por un constante devenir de angustia interna. Se mordió el labio inferior—. Omecíhuatl... no le gustó para nada que "instaurara el culto a mi persona sobre la de ella", según sus palabras. Y no solo a mí, sino a Xipe Tócih y a todos los Dioses Aztecas que los ayudamos a refundar su civilización —chasqueó los labios y se encogió de hombros. Se podía notar la dificultad que tenía para poder expresar y confesar todo esto—. Fuimos... llamados por la autoridad divina de Aztlán para testificar por nuestros cargos.

>>Fuimos castigados. Duramente castigados —Quetzal hizo ligeros gestos con sus manos para acompañar su lúgubre monologo—. No solo quitándonos la mitad de nuestra divinidad, sino también encarcelándonos en... nuestros propios hogares, durante décadas —apretó los puños por unos momentos, y después los liberó—. Por buena conducta yo pase a vivir en Omeyocán, pero siempre vigilado. Otros dioses... —Quetzal desvió la mirada— no corrieron la misma suerte.

—¿N-no? —balbuceó Uitstli— ¿Q-qué pasó con Xilonen, entonces?

—¿Y con Xipe Tócih? —inquirió también Tepatiliztli. 

—Ellas dos fueron encarceladas en el calabozo de la Isla de Mexcaltitán —Quetzal apretó los labios y alzó una mano—. Nunca supe que fue de ellas, ni siquiera hasta el día de hoy. El resto... —sus labios retemblaron, al igual que sus parpados intentando ocultar sus ojos melancólicamente dolidos— Tláloc, Tonatiuh, Chalchiuhtlicue, e incluso mi violento hermano Tezcatlipoca... —suspiró profusamente y se llevó los dedos al puente de su nariz— Todos ellos... ejecutados públicamente en Omeyocán, igual que sucedió con mi madre Cihuacóatl hace quinientos años...

Todos los Manahui quedaron mudos, y se sintieron confabulados por la reacción emocional de Quetzalcóatl al mencionar las atrocidades de la tiranía de Omecíhuatl. Muchos de ellos sintieron escalofríos correrles por sus cuerpos y erizarles el pelaje o ponerles la piel de gallina. ¿Cómo era posible que la Suprema Azteca, ella a quien tanto habían adorado... resultara ser una genocida? De repente se sintieron pequeños todos ellos: esta era una nueva amenaza que nunca antes se habían enfrentado como un grupo unido. Esto... los superaba con creces.

—Ella ya debe saber que me escape del palacio —advirtió Quetzal luego de pasarse una mano enguantada por los ojos—. Y como ustedes se han vuelto el enemigo número uno personal de ella luego de que tú hayas rechazado su extorsión —señaló con un dedo a Uitstli, sorprendiendo a este último con su comentario. Quetzal se encogió de hombros y agitó la cabeza—, ella no parara de enviar asesinos hasta que todos ustedes estén muertos. En especial tú, Uitstli —la deidad caminó hasta ponerse a tres metros de él. inclinó las rodillas y acercó su rostro al de él, poniendo a Uitstli incomodo—. Tú eres que el primero que Omecíhuatl quiere ver muerto.

—Por lo del Torneo, me imagino —murmuró Uitstli.

—Por lo del pinche Torneo, así es —Quetzal asintió con la cabeza—. Es por eso que hay que prepararnos para sus asaltos.

—Eso no debe de importar, cuántos envíe Omecíhuatl —exclamó Tecualli, golpeándose las rodillas y bajándose de la silla. Caminó hasta el centro de la habitación y miró a su alrededor, viendo a todos los miembros del grupo paralizados del pavor—. A ver, todo el mundo aquí indirectamente se ha enfrentado ya a uno de estos "asesinos" —se señaló a sí mismo con una garra—. Yo en especial. Todos ellos son enemigos de nuestra vida pasada, y si algo he aprendido en todos estos combates, es que estos enemigos ahora son más poderosos que nunca.  

—No solo serán enemigos del pasado —advirtió Quetzal, irguiéndose y volviéndose hacia el nahual brujo—. Ella enviara... a dioses, también.

—¡¿Dioses?! —gritó Yaocihuatl de la sorpresa.

—Antes de venir aquí, la escuche decir eso. Omecíhuatl... —Quetzal tragó saliva— enviará también a sus dioses. No importa si son dioses menores, sirvientes... Enviará dioses también.

Se hizo un nuevo pero breve silencio. Randgriz pudo notar el huracán de nerviosismo y de terrores asolando a todos los Manahui, haciendo que se quedaran callados. La valquiria no pudo soportar el ver a Uitstli, a su Legendarium Einhenjar, desmoronarse moral y aguerridamente, lo que lo evitaba poder pararse mentalmente de todo el abuso que su propia mente le estaba propiciando. Randgriz apretó los labios, y entonces decidió bajarse de la silla, y ponerse en el centro del rellano junto a Tecualli y a Quetzal. Todos pusieron sus ojos fijos en ella.

—Fui asignando por la reina y por el Presidente Sindical como la Valquiria Real de este grupo —anunció, la voz decidida—. Y como tal, mi deber es ser una guerrera activa en este equipo, y ayudarlos a sobrellevar los peligros que los dioses o cualquier otro enemigo se les interponga. Ese es mi deber como Valquiria Real. Y la misión suya, también —señaló a todos los Manahui con una mirada—. La misión de proteger la vida de Uitstli hasta el día del Torneo del Ragnarök. ¡Así que no importa los asesinos que Omecíhuatl envíe! —sus ojos se quedaron fijos en Uitstli. Este último cruzó su mirada con ella. Randgriz se mordió el labio y asintió con la cabeza— Yo seré la doncella escudera de mi Legendarium Einhenjar, desde hoy y por siempre. 

—¡Ella tiene razón! —vociferó Tecualli, tomando el rumbo del motivador discurso ahora— El pueblo azteca nos necesita una vez más. Y sí, la nueva amenaza a la que nos enfrentamos no es algo que nunca nos hayamos enfrentado antes. Pero aún así hay que pelear. Y pelear con motivo. Tú mismo lo dijiste, Uitstli —el nahual brujo invocó su garrote mágico y lo agitó por encima de su cabeza—. Si hay que luchar contra los dioses para proteger nuestra gente, ¡lo haremos! ¡Unidos! 

Se hizo nuevamente el silencio. Quetzalcóatl se quedó viendo a la valquiria con una sonrisa radiante, y en silencio le agradeció por levantarle los ánimos al grupo, pues al girar la cabeza, vio como la clarividencia y la decisión se dibujaban en los semblante de todos los Manahui. 

Uitstli apretó el agarre de sus manos hasta el punto en que se tronó los hueso. Apretó la mandíbula y expulsó un leve bramido con el cual despidió la negatividad que tanto pesar le había hecho. Se reincorporó con gran vehemencia, y clavó su mirada de ojos determinados sobre los de Quetzalcóatl, este último sin borrar su sonrisa de oreja a oreja. 

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3
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Sala de Reposo

Ni el aire acondicionado podía refrescar la acalorada frente que tenía Nikola Tesla al momento de leer la vigésima carta que le exigía hacer una selección de trabajo. Aunque estaba escrito en otro seudónimo, la forma de escribir y la intensidad en el discurso hizo que Tesla supiera al instante la identidad del autor de este mensaje. 

—¡Otra vez con la burra al trigo! —exclamó, estampando agresivamente la hoja sobre la barra y pasándose una mano por el rostro exasperado. 

Se oyeron pisadas venir de las escaleras que ascendían a un segundo piso. De ellas descendió William Germain, portando dos tazas de té francés en las manos. Notó como Tesla estaba sentado en una pose angustiada; incluso su respiración estaba agitada. Había papeles por toda la barra, e incluso regados en el suelo. Al ponerse a su lado y dejar las tazas sobre la barra, William notó lo escrito en esas notas: no eran operaciones matemáticas, sino pilas y pilas de texto en una caligrafía similar a la azteca.

—¿Qué son todas estas cartas? —inquirió, el ceño fruncido entre el interés y la confusión. 

Nikola Tesla masajeó sus manos enguantadas y suspiró varias veces, como ya cansado de una misma rutina. Tomó el papel que tenía en frente y se lo dio a William, para después tomar su taza y beber largos sorbos mientras el prócer francés leía la carta. De tantos sorbos que bebió, la cafeína hizo desaparecer la rabia de su cara. 

—Tsk, sacrebleu —masculló William, frunciendo el ceño ahora del enfado—, ¿otra vez este sujeto pidiéndote que lo asignes a la Multinacional?

—Y ya es la vigésima carta —precisó Tesla, señalando todo el regadero de papeles por la sala—. Y de solo el día de hoy. De la semana ya llevan unas cuarenta cartas. Todos con seudónimos más estúpidos que el otro —tomó una carta, arrugándola con su agarre, y se la mostró a William—. ¡Incluso poniéndose como nombre coreano Han Tae-Sul!

—Ah, comme c'est ennuyeux —William le dedicó una mirada de asco a las cartas y se bebió un sorbo de su taza. Tesla hizo lo mismo, casi terminándose la suya propia—. Ni Jean-Paul Marat era así de pesado con sus comitivas presionando a los burgueses. Solo falta que te quiera ningunear con una demanda o algo. Y a ti personalmente, no a la empresa. 

—Si llega ese caso, hasta le pediré ayuda a Robespierre para aplastar a esta molesta mosca con todo su poder jurídico.

—Hey, hey —William dio un fuerte sorbo a su vaso y le dio a Tesla un golpecito en el hombro—, a esos extremos no vas a llegar. Ni en broma lo digas.

—Lo sé, lo sé... —Tesla se terminó de beber su taza de té. Se saboreó los labios, la mirada desinteresada— ¿Qué anda haciendo Cornelio ahora?

—Haciendo los preparativos para ir a Tlapoxichecatl y rescatar a los Tlacuaches restantes —William dejó la taza sobre una hoja—. Según oí también, Quetzalcóatl dijo que también les dará una misión a los Manahui para probar si son capaces de enfrentarse a los obstáculos de Omecíhuatl.

—¿Tú no irás? —Tesla enarcó una ceja—. Les puedes ser de gran ayuda.

—Esto solo concierne al grupo y a la Serpiente Emplumada —William torció los labios hacia abajo—. No me corresponde meterme en asuntos aztecas. Aunque bueno, de por sí les estoy siendo de gran ayuda manteniendo el orden social en la población. Con ello también te ayudó a ti.

—Será primera vez para ellos enfrentarse a desafíos de carácter divino —Tesla pasó la yema de su dedo sobre el borde de la barra—. Me preocupo por ellos.

—Te preocupas demasiado, Tesla. Además, ¿olvidas tú que tu primer "desafío de carácter divino" fue Belcebú? Puede que a él no le dieran el título de deidad, pero sí tenía los poderes de uno —William acercó la silla a la de él—. Y contra viento y marea, tú lo derrotaste.

—Y la verdad no sé si sea capaz de repetir una hazaña como esa. No soy un Legendarium, como tú o Uitstli. 

William estuvo a punto de darle un sermón a Tesla sobre lo que significaba ser un Legendarium en verdad, y que ser un Ilustrata era igual de honorifico que un Legendarium, pero se detuvo. Notó como la conversación se estaba tornando tensa y algo incomoda para Tesla con estos tópicos de los que no le gustaba rememorar, por lo que optó cambiar de tema y volver al status quo:

—Axcoyatl... —murmuró, viendo de soslayo una de las cartas que tenía su nombre en código morse— ¿Desde hace cuánto te envía todo... esto?

—Meses —contestó Tesla en un mascullo.

—Mmmm... —William entrecruzó sus manos— De lo poco que investigue de él nada más llegar aquí, Axcoyatl parece ser un ingeniero mecánico muy respetado en la zona por su gran ayuda a la mejora de la calidad de vida. Tiene una gran devoción hacia tu persona —indicó con la mano prostética el regadero de cartas—, y según los rumores, está construyendo Mechas igual que tú, para aumentar la defensa de las Regiones Autónomas.

—Eso es lo peligroso de él.

—¿Peligroso? Primera vez que te oigo referirte a él así. 

—Porque lo es —Tesla dio una fuerte palmada en la barra y se volvió hacia el Presidente Sindical—. Xolopitli y Yaotecatl me confirmaron que tanto ellos como los Coyotl han hecho negocios con él, y que es gracias a sus tramites que los Coyotl se hicieron posesión de todo el armamento que tienen. Mismo armamento que usaron para conquistar Quintana y masacrar a su población. 

>>Me confesaron también que fueron ellos los que se robaron todo mi bagaje de instrumentos industriales para mejorar en su producción de Flor de Incubo —el semblante de Tesla se ensombreció, y se acercó más hacia un anonadado William—. Yaotecatl me dijo que ellos le dieron a Axcoyatl el Sefarvaim de Adrammelech. 

—Espera, espera —William cerró y abrió los ojos, el semblante de sorpresa aterrada—, ¿en serio? ¿El mismo Sefarvaim que le quitaste a Belcebú?

—El mismo —afirmó Tesla con rotundidad. Señaló la superficie de la barra con un dedo, sus ojos fijos en los de Germain—. Por eso desconfió de él. Quién sabe qué tipo de maravillas puede hacer con ese Sefarvaim. Según parece quiere replicar lo mismo que yo hice con el Sphítaftón de Eurineftos. 

—¿Y por qué no has enviado un escuadrón para recuperarlo?

—¿Y destruir mi frágil reputación con la población azteca? —Tesla esbozó una sonrisa irónica— Sin una autorización legal del gobierno local de Mecapatli, me verán como un tirano. Además, Axcoyatl tiene mejor reputación con los locales que yo; Xolopitli me dijo que ha sabido ocultar muy bien sus actividades ilícitas a la vista del gobierno local. Así que, por el momento, será difícil quitarle el Sefarvaim de sus manos. 

 Se hizo el silencio. William no tuvo nada más que decir por como estaba totalmente de acuerdo con la lógica de Tesla. El científico austriaco se tranquilizó con una calmada respiración. Se volvió hacia el ventanal que daba vistas panorámicas a la ciudad, y perdió su vista en sus intrincadas y anchas avenidas. Apretó los labios. 

—Solo Dios sabrá lo que ese hombre hará el día en que quiera superarme en el ámbito tecnológico. 

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Centro Tecnológico de Mecapatli

A las afueras del edificio, los aztecas pasaban por los pasos peatonales y lo único que veían era una fachada de gruesos ventanales por los que se podían ver Mechas aztecas en exhibición. Sin embargo, ninguno de ellos sospechaba que, detrás de esa infraestructura minimalista de paredes blancas y de esos aparentes Mechas inofensivos, se estaba gestando una ingeniería mecánica digna de la imaginación de un demonio psicodélico. 

Viajando dentro de sus estrechos pasillos y descendiendo por penumbrosas escaleras en caracol y ascensores secretos, uno podía llegar a los rellanos y los largos túneles de estilo monorraíl que tenía entradas directas con el Centro Tecnológico y muchas otras puertas que daban a distintos puntos de la ciudad. De más de diez metros de alto y de ancho midiendo sus entradas y sus pasillos, aquellos túneles albergaban todo lo que el Centro Tecnológico no mostraba al publico. 

Desde armamento militar ilegal (mucho de lo cual siguen comercializando con los Coyotl), hasta robots enormes convertidos en máquinas de matar andantes que estaban siendo operados en simulacros por aztecas que se metían en cabinas dentro de sus petos... Las luces de los focos divergían por aquí y por allá, iluminando metros y metros de túneles pero no llegando a borrar todas sus penumbras. Dentro de los túneles, maquinaría pesada hacía retemblar de vez en cuando las anchas paredes, yendo desde grúas haciendo girar sus cabrestantes y hasta enormes brazos mecánicos movidos magnéticamente por palancas cargando con enormes chatarras. De vez en cuando se hacían pruebas de tiro con las metrallas, pero se aseguraban de no hacer pruebas con los cañones. Para ello ya tenían otros espacios de otros túneles poco huecos a la superficie donde poder probarlas.

Lejos de todas las zonas de prueba del túnel principal, casi que en la base principal de esta donde se encontraban las escaleras que llevaban a la superficie, se encontraba una plataforma donde, por medio de resonancia magnética de color rojo, mantenía flotando el Sefarvaim por encima de su superficie. Los científicos que estudiaban el objeto hacían anotaciones, y después hacían simulaciones de energía para verificar de qué forma funcionaba el poder divino que esta piedra sumeria resguardaba. No podían sacar ningún tipo de muestra del objetivo debido a que no poseían la tecnología sofisticada para ello; es por eso que recurrían a las pruebas e hipótesis.

Sin embargo, esas limitaciones no detenían a Axcoyatl. El ingeniero azteca, mirando fijamente el Sefarvaim flotando alrededor de una cúpula roja de unos y ceros, se imaginaba las cien maneras de las que podría extraer el poder demoniaco de este objeto maldito. Se imaginaba también las mil y un formas en que podría usar este poder para beneficiar sus propios fines. Eso le hizo sentir una fuerte arrogancia en su pecho, lo que le hizo esbozar una pequeña sonrisa.

<<Siendo una herramienta primero de los Tlacuaches, ahora de los Coyotl...>> Pensó Axcoyatl. La sonrisa se le borró de su faz, y frunció el ceño. Se llevó una mano al bolsillo de su faldón de plumas púrpuras, y de allí extrajo una fotografía. En ella se mostraba a Nikola Tesla, acuclillado y estrechando la manito de Xolopitli. Ambos miraban y sonreían a la cámara, y Axcoyatl no pudo evitar sentir repudió por esas sonrisas, que parecían estar dirigidas personalmente hacia él. <<No me dejas unirme a tu empresa, ¿pero sí permites que esas ratas inmundas sí? ¡Qué ilógico!>>

Axcoyatl arrugó la foto y la aplastó dentro de su puño, para después arrojarla contra el suelo, cayendo al lado de su pie. La miró despectivamente por última vez, y la pateó lejos de sí. Tras eso, fijo sus ojos entrecerrados y llenos de planes intrincados en la estela cuneiforme. Su mirada se perdió en su escritura con forma de cuñas y en el inmenso poder que albergaba en su interior. 

<<Si yo no puedo ser parte de tu Multinacional...>> Pensó, apretando un puño y chasqueando los labios.

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https://youtu.be/pRZYUpZSgcU

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Ciénaga de La Acuarela

Sendero camino a Tlapoxichecatl

La caballería de los Pretorianos avanzaba mucho mejor por el fangoso terreno que las motocicletas o los vehículos de combate; el repiquetear de las suelas de los caballos se adaptaba mejor al terreno accidentado de senderos pedregosos y lodazales. Sin embargo, si querían aparentar que era un grupo del Cartel de los Tlacuaches, tendrían que traer sí o sí estos vehículos y sin marcas oficiales de los Pretorianos con lo cual poder engañar a los Tlacuaches del abandonado fortín.

Los nahuales mapaches les incomodaba en cierta forma no solo el vestir con las loricas segmentadas negras que les confeccionaron a sus medidas, sino también el estar yendo a caballo. Todas sus vidas ellos siempre se transportaban en vehículos, o en su defecto corrían a cuatro patas y se escabullían por caminos estrechos o trepando por el techo. Pero ahora que vestían con armaduras pesadas para sus cuerpos, y montaban sobre equinos que su trote les hacía rebotar de la montura, les hizo poner quejas y quejas durante todo el recorrido, lo que les canjeó las burlas y las bromas pesadas de sus compañeros... quienes no portaban ese uniforme.

No todos portaban estas armaduras, de hecho; solo un selecto grupo de Tlacuaches. El resto portaban las indumentarias de criminales (chaquetas oscuras, vaqueros rasgados, bandoleras, camisas sin botonar y trajes jironeados), e iban subidos en las motocicletas y/o vehículos de combate, simulando el estar escoltando a un grupo de prisioneros pretorianos. El nutrido grupo de Tlacuaches vestidos como criminales superaba por mucho al de los nahuales mapaches y los humanos pretorianos, pero eso no era más que una fachada falsa. Todo este pelotón era un solo grupo de Guardias Pretorianos.

Xolopitli, Yaotecatl y Zinac iban subidos en el mismo vehículo de combate junto con otros cinco nahuales mapaches, todos ellos vistiendo sus típicas indumentarias de Tlacuaches. Zinac era quien conducía, y lo hacía pisando lentos los pedales y sin ir sin prisas, teniendo cuidado de que el carro no se atascara con una charca. A la par de ellos los seguía Publio Cornelio Escipión, montado sobre un enorme semental negro (unos palmos más grande que el carro donde iban los Tlacuaches, y con su propia altura los superaba todavía más). Vestido con su lorica segmentada oscura y su amplio abrigo negro, el Jefe del Pretorio se veía imponente e imparable; ni siquiera el clima cieno y acalorado del pantano de La Acuarela, con toda su agua sucia y los mosquitos que iban y venían por todos lados, podían detenerlo. 

—Oiga, general, usted... —dijo Xolopitli, rascándose los bigotes y notando el sudor que perlaba la frente y el cuello de Cornelio— ¿No tiene calor bajo esa armadura?

Cornelio no respondió. No lo vio de reojo; siguió con los ojos fijos al frente. Xoloptili siguió masajeando sus bigotes blancos.

—Digo, para un ambiente tan acalorado como este —prosiguió. Se levantó sobre el sillón del coche sin techo y señaló su derredor con los brazos—, no creo que esa ropa sea la adecuada para viajar por aquí. ¡Debe estar asándose allí dentro!

—¿Usted tampoco, patrón? —inquirió Yaotecatl, indicando con una mano la chaqueta, el camisón y el sombrero que portaba el Mapache Pistolero.

—¿Y a ti se te olvida que somos mapaches? —espetó Xolopitli, dándole un coscorrón en la nuca a Yaotecatl, haciendo que se le cayera el sombrero— ¡Literalmente podemos adaptarnos a cualquier ambiente! Además, ya le dije al Hércules ese que ni fumado me visto con ese uniforme —se agarró las mangas de su chaqueta—. Mi uniforme característico siempre será este.

—Ahí tienes tu respuesta —contestó Cornelio repentina y taciturnamente, ganándose las miradas de Xolopitli y Yaotecatl—. Este es mi uniforme predilecto desde los tiempos de las Guerras Púnicas.

—¿Desde las Guerras Pu...? —Xolopitli frunció el ceño y sonrió sardónicamente— Perdóname, general, pero falle en la catedra de historia. ¿Esa guerra de que año es...?

—Del ciento cincuenta antes de cristo —Cornelio lo miró de reojo, los ojos entrecerrados—. Más de dos mil años atrás.

Xoloptili se atragantó con sus palabras y tragó saliva. Yaotecatl ensanchó muchísimo su ojo. El resto de los nahuales mapaches del coche cuchichearon risas de perplejidad. Zinac, por su lado, no despegaba los ojos del volante y del camino.

—¡¿Tan antigua puede ser una guerra?! —exclamó Yaotecatl, inclinándose hacia su lado derecho y apoyándose en el borde de la puerta.

—¡ERES UN JODIDO RUCO! —chilló Xoloptili, la sonrisa de oreja a oreja, las manos apoyadas sobre las barandas del carro. Su comentario soltó sonoras carcajadas de todos los mapaches del vehículo.

—No les sorprende que una deidad tenga miles de años —Cornelio los volvió a mirar de soslayo, con una sonrisa esta vez—, ¿pero pierden la cabeza con un humano con más de dos mil años?

—B-bueno... ese es un buen punto —murmuró Yaotecatl, el rostro pensativo

—¡PERO TIENES MÁS EDAD QUE TODOS LOS TLACUACHES PUESTOS JUNTOS! —gritó Xoloptili entre carcajadas.

—Deja de chillar, ¿quieres? —le ordenó Cornelio, arrugando la frente y la nariz, haciendo su duro semblante todavía más duro— Vas a atraer a todos los animales de la ciénaga con tus gritos de ratón.

—Tiene razón, jefecito —concordó Yaotecatl—. Si vas a atraer a un cocodrilo de por aquí, vas a hacer que tengan un banquete con todos nosotros.

Xoloptili apretó los labios y terminó poniéndose de acuerdo con ellos. Volvió a tomar asiento, y lo mismo hicieron los demás nahuales mapaches. Por los siguientes minutos el recorrido por el sendero fangoso fue silencioso; no hubo intercambios de susurros, ni risitas produciendo a lo largo de la caravana. A Xolopitli le incomodó bastante este silencio, perpetrado por la hora y media que llevaban viajando desde que salieron de la Embajada. Estuvo a punto de reabrir la conversación, cuando de repente fue Cornelio quien rompió el molde primero:

—¿Qué fue lo que les dijo Quetzalcóatl en la reunión privada?

La pregunta no iba dirigida solo a él. Cornelio entornó los ojos y miró de soslayo a Yaotecatl y a Zinac también, estos dos últimos intercambiando miradas de sorpresa. 

—No lucía bastante feliz cuando fui a requisarlos para esta misión —apuntó Publio, su caballo dando un resoplido al tiempo que daba fuertes pisotones al fango.

Hubo un breve momento de silencio entre los tres. Xolopitli fue quien tomó el mando de la conversación respondiendo con seguridad:

—Él nos dio una misión. Nos asignó una en esa reunión.

—¿Qué tipo de misión? —inquirió Cornelio, enarcando las cejas.

—Es... —Xolopitli se mordió el labio inferior. No sabía el por qué ahora de su boca no surgían las palabras con naturalidad, como si lo que estuviera a punto de decir no se suponía que lo revelara ante Cornelio. Tragó saliva, resopló y miró a Cornelio a los ojos— Nos dijo que fuéramos a salvar a su hermana de la prisión de Mexcaltitán. Una misión suicida, pero que aceptamos con creces, en especial porque nos dijo que esto era una misión exclusiva de los Manahui, para probar nuestra valía como grupo en este nuevo desafío.

Publio Cornelio se quedó viendo al Mapache Pistolero con una mirada sagaz. Sus labios sonrieron ligeramente, y giró la cabeza hacia el frente.

—Los aztecas no mentían cuando decían que él es el dios más "humano" de todo el Panteón Azteca. Y me alegro de haberlo visto por primera vez. 

Xolopitli y Zinac no pudieron estar más de acuerdo con esa frase. 

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Cuahuahuitzin

Kilómetros lejos de la Castra Praetoria.

Ninguna de las autoridades de los Pretorianos o de los gobiernos locales conocía el paradero actual de Tonacoyotl... sin saber que estaba mucho más cerca de lo que hipotetizaban.

La guerra entre los Coyotl contra las seis Regiones Autónomas estaba convirtiendo lo que al principio fue un conflicto de bandas en una batalla bélica de carácter calamitoso. Se volvió un teatro bélico de escala continental, con tácticas de guerrilla llevadas por los Coyotl en distintos puntos de todas las Regiones. No había un día en que las noticias de TV Azteca transmitiera tragedias tras tragedias: desde explosiones de coche bombas en zonas concurridas, hasta tiroteos entre miembros del Cartel contra los Pretorianos y/o la policía nacional con la que se cobraban cientos de vidas humanas y nahuales. 

Gracias a estas tácticas es que le fue posible a Tonacoyotl movilizarse libremente por las ciudades y pueblos de las Regiones Autónomas, y alcanzar los lugares que quería llegar para cumplir la siguiente parte de su plan. En este caso, el lugar era Cuahuahuitzin, y el objetivo... la Cápsula Supersónica.

La masacre indómita que perpetró en Quintana se volvió un escandalo nacional días después; debido al aislamiento colectivo, las noticias aztecas no supieron de esta información sino a los dos días después. Aquel fue la cortina de humo perfecta para que todos los soldados de la milicia publica, junto con los Pretorianos, concentraran todas sus fuerzas en Quintana... sin que supieran que todos los efectivos no los tenía acumulados en esa Región. Aquello era una trampa, una distracción al enemigo para que alejara la vista del verdadero plan del nahual zorro. 

Vistiendo como si fueran obreros de limpieza y mantenimiento, los más de treinta Coyotl se repartían entre sí grandes bolsas de cuero negro donde ocultaban sus armas de fuego. Los ocultaban dentro de vigas, debajo de gruesos tablones o detrás del tapiz de las paredes; al estar pretendiendo el trabajar en la reconstrucción de un rascacielos, eso les permitió la creatividad de poder ocultar sus armamentos en la infraestructura con tal de volver a ellos dentro de poco. Y sería bastante pronto el momento de volver a ellas.

Tonacoyotl se encontraba al borde de una plataforma de piedra, observando con indiferencia analítica el hermoso panorama de bosque y bulevares que separaban un sector de la ciudad con la Castra Praetoria. Caía la tarde rauda, y el alba tintaba el firmamento de un naranja apagado. Al estar en lo alto del edificio, los soplidos de los vientos podían agitar con gran intensidad su pelaje y su uniforme andrajoso (esto debido al esfuerzo que tuvo que hacer para poder hacer la labor obrera del mantenimiento del edificio). El olor salado del mar pegaba fuerte en el ambiente, pero la nariz del nahual zorro estaba ya acostumbrada al hedor de la Flor de Íncubo. 

Un oficial Coyotl se le acercó por detrás y se puso a su lado. Tonacoyotl no lo miró; tenía la mirada inmersamente fija el cuartel general de los pretorianos. 

—Ya se han dispuesto todas las armas, mi señor —anunció el Coyotl—. Incluyendo los lanzacohetes y los cañones ferroviarios

—Bien, bien —Tonacoyotl giró suavemente la cabeza y miró al Coyotl a los ojos. Este último sintió un escalofrío al ver sus ojos totalmente enrojecidos—. ¿Y la ojiva?

El Coyotl se estremeció de pies a cabeza, pero supo mantener su compostura para evitar que su miedo lo expusiera.

—Está lista —contestó—. Bien oculta dentro de las bodegas de las chatarras del Parqueadero de Terkel, donde están también los explosivos PEM. Ya todos los cables están listo, y ahora se opera por control remoto. 

—Bien —Tonacoyotl le hizo un ademán con la cabeza—. Retírate. 

El Coyotl se retiró luego de hacer una nerviosa referencia con la cabeza. 

Tonacoyotl se quedó de pie, los ojos enrojecidos viendo cada palmo de la estructura de la Castra Praetoria. Notó como de la boca del hangar emergía un largo monorriel que ascendía por un puente, largo y enorme, que recorría todo el mar. Su pervertida y caótica mente pensó en como todo este lugar ardería en llamas. Pensó en la anarquía que haría sucumbir a toda la ciudad, justo como lo hizo con Quintana y sus fronteras. Pensó en el poder que poseía, y el como todos  ahora deben de temerle, como a un dios...

Y entonces pensó en su amigo asesinado, en Cuetlachtli. Sus ojos se pusieron llorosos por un momento, pensando en lo macabro que fue el haberse encontrado su cabeza decapitada. Tonacoyotl se limpió el polvo de su nariz, cerró los ojos y alzó sus brazos a ambos lados. Los movió con lentitud, como un compositor de ópera insta a sus músicos a tocar una pieza con sus zarandeos.

<<El lobo alfa pierde la autoridad de la vida...>> Pensó Tonacoyotl, respirando hondo y suspirando con gran exasperación e impaciencia. Los vientos soplaron contra él, generando una bella melodía de naturaleza que acompasó su dolor espiritual. <<Y con él, toda la manada llora su muerte y aúlla en venganza>>. Volvió a abrir los ojos, su mirada convertida en una determinada. Dio un último suspiro, para después darse la vuelta y encaminarse dentro del edificio. <<Tu proyecto no quedará en vano, amigo mío...>>

Tonacoyotl se dirigió hacia una salita, reminiscencia del despacho de un oficinista. Se encaminó al escritorio que estaba dispuesto en el centro de la estancia. Jaló uno de los cajones, y de allí sacó un objeto circular. Oprimió el botón en el centro de este, y todos los resquicios de su superficie se iluminaron con colores fosforescentes. Un holograma celeste se generó sobre la plataforma del objeto, configurando en el espacio una figura humanoide de hombros puntiagudos como lanzas, un yelmo con la forma de cabeza de zorro de muchos colmillos, sosteniendo un enorme rifle y teniendo un poderoso armazón que recubría todo su cuerpo...

No, que era su cuerpo. No era un humanoide ese holograma. Era un Mecha. 

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𝓔 𝓝 𝓓 𝓘 𝓝 𝓖 

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