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Teocuitla coronatia

La coronación de un rey.

┏━°⌜ 赤い糸 ⌟°━┓

🄾🄿🄴🄽🄸🄽🄶

https://youtu.be/oc65Wo5w6sU


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https://youtu.be/DH06Uu7a24I

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

De camino al Palacio de Valaskjáfl.

Capital Real. Asgard

Tepeu adoraba la Capital Real, Asgard. Era un mundo totalmente distinto al del resto de reinos... pero solo por fuera, y solo tomando su valor histórico y simbólico. Visto y experimentado dentro de sus palacetes, era la misma porquería politiquera que en cualquier otro lado.

La modalidad de visita hacia Asgard había cambiado desde que se les hizo el comunicado de venir a la Civitas Magna por la Conferencia de Urd. Ahora, en vez de dejar atrás a un dios menor que sirviera como embajador para las posteriores actividades que se realizarían en la Capital Real, el decreto divino del Allfather les obligó a todos los Supremos a quedarse en Asgard, con el motivo de "importantes actividades lúdicas y políticas que se llevarían a cabo", según promulgó Heimdall, el consejero real de Odín Borson. Y no era de extrañarse: era nada más ni nada menos el Torneo del Ragnarök esa actividad "lúdica" importantísima, de la cual la lista de peleadores de ambos bandos se habían anunciado ya y...

Y lo cierto es que Tepeu quedó decepcionado al ver que él iba a participar.

Si algo le disgustaba mucho de la política de Asgard es que era una dedocracia. En un referéndum, Odín les había ofrecido la posibilidad de elegir a los dioses de sus respectivos panteones para lanzarlos a la arena del Ragnarök. Como era de esperarse, muchas deidades supremas se arrojaron a la lista, envalentonados de pelear contra los tan renombrados "Legendarium Einhenjar". Otros Supremos, mucho más arrogantes, optaron por poner en la lista a sus deidades más poderosas con el argumento de que "acabarían con la pelea en un santiamén", siendo el caso de Omecíhuatl, Tianzun y Atón.

La elección de Tepeu fue distinta. Luego de tener una charla personal con sus dioses más poderosos, en las que uno terminó por ofrecerse, eligió al dios maya del viento Huracán para que peleara. Las ambiciones de Tepeu se concentraban más en lo sutil y no en el poder bruto: su lugar era en el trono de su reino divino, Oxlahuntikú, y su plan para restaurar la el prestigio y la gloria perdida del Panteón Maya se centraba más en acciones divinas de demiurgo que las de un guerrero sediento de batallas. No obstante, grandiosa fue su decepción cuando Odín anunció la reorganización de los miembros de la lista a dedo, y después de eso mostrar la lista, y ver su nombre allí.

Tepeu no lo entendía. ¿Acaso lo había puesto simple y llanamente porque era un Supremo? ¿Acaso Odín, en toda su omnisciencia, no sabía que él era una deidad con nula experiencia en el combate? ¿Qué sus hazañas más significativas fue la creación desde cero de su reino y ya? Incluso cuando ocurrió la Segunda Tribulación, Oxlahuntikú sufrió bastantes daños colaterales, a pesar de haberse declarado un reino neutro, cosa que lo hizo perder todo su poder adquisitivo en los Nueve Reinos. ¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué? Aquellas eran preguntas que al parecer no tendrían respuestas próximamente.

El Supremo Maya se bajó de la limusina luego de que esta se estacionará en la acera. No era el único automóvil: Tepeu viró los ojos hacia los lados, y descubrió otros vehículos de lujo y hasta camionetas de múltiples colores y condecoraciones que los determinaba, a ojos de la multitud asgardiana que se encontraba de mirona al otro lado de las altas verjas, de qué panteón correspondían. De todos esos vehículos, solo uno de ellos era un carromato de color verde tirado por dos Kelpies y ornamentado con lianas y otras hojas que colgaban de su superficie. De ella vio bajar a Bodb Dearg, Supremo Celta. Iba vestido solo con una acicalada y larga falda negra y transparente, revelando su musculado torso lleno de tatuajes que ocultaban sus cicatrices y su dorada melena cayendo hasta su cintura en una larga trenza. Aquel era uno de los Supremos más adorados, tanto dentro como fuera de su panteón por mortales y dioses menores, pero a pesar de su aprecio, Tepeu alcanzaba a ver, en su ensombrecida faceta, ningún rastro de felicidad radiante.

Lo cierto es que ni él sentía felicidad alguna, solo antipatía. Por más dorado que cayera del cielo, por más adoración que recibiera del publico tras las verjas, por más que sus oídos eran endulzados con el armonioso chillido de los cuernos de oro de los ángeles de la guarda que volaban de aquí para allá para dar bienvenida a todos los Dioses Supremos, Tepeu no sentía ni la más mínima chispa de emoción por todo lo que sucedía a su alrededor, sea bueno o malo. ¿A lo mejor esto es lo que quería Odín con asignarlo en el Torneo del Ragnarök? ¿Para que explotara un potencial que él creía perdido generaciones atrás?

—El dorado te hace ver radiante, Tepeu.

La voz femenina lo tomó desprevenido. El Supremo Maya se dio la vuelta, y se topó de frente con la Suprema Azteca, acicalada con su reveladora indumentaria de escamas verdes y tocado de plumas que le llegaban hasta los tobillos. Omecíhuatl se encaminó hacia él, sonriente en todo momento, aunque Tepeu no sabía decir si esa sonrisa era auténtica o convencional.

—¿Radiante? ¿Por qué radiante? —preguntó Tepeu cual persona desconfiada.

—El dorado combina con tu cabello púrpura y tu traje elegante —Omecíhuatl envolvió un brazo sobre el suyo y juntos comenzaron a ascender los peldaños dorados, a la par que el resto de Supremos y otros ministros divinos subían con ellos, como una caterva de monjes, muchos de ellos cabizbajos—. Nos convertiremos en compañeros políticos luego de esta reunión. Nuestros gajes del oficio se fusionaran y podremos ayudarnos mutuamente.

—¿Y compartir festividades, como lo hemos hecho en la Civitas y ahora en Asgard? —Tepeu observó con el ceño fruncido la forma en que Omecíhuatl se reafirmaba a su cuerpo, como si fuera su pareja. Tuvo cuidado de aquel gesto demagogo.

—Los Mayas y los Aztecas no somos tan distintos culturalmente —afirmó Omecíhuatl—. A lo largo de la historia hemos compartido dioses, lenguajes, ideas...

—Pero dioses sobre todo. Es por eso que mi gente conoce a tu Quetzalcóatl como Gucumatz. También hay confusiones en las identidades: de vez en cuando mi gente te confunde con tu hermana muerta, Cihuacóatl. 

Aunque lo dijo con el propósito de tantearla, Tepeu de igual forma no se espero el ceño fruncido y sombrío que le dedicó Omecíhuatl luego de decir eso último.

—Es... común, eso —gruñó la Suprema Mexica, ocultando su severidad con una veloz sonrisa—. Ella y yo compartimos muchas cosas, como la devoción de nuestro pueblo por ambas partes. 

—He oído que en las Regiones Autónomas persisten religiosamente en la adoración a Xilonen, la hija directa de Cihuacóatl —comentó Tepeu; mientras hablaban, enormes burbujas iridiscentes generadas por uno de los ángeles de la guarda pasaron volando por encima de ellos—. Si vamos a compartir festividades, mejor que pongan estatuas tuyas antes que las de ellas.

—Me aseguraré de eso, a su debido tiempo —Omecíhuatl se encogió de hombros—. Hablando de festividades, debo decir que mi hermana era más de cantar, y yo la de bailar. De menear mis nalgas, pues —la Suprema dio un contoneo provocativo mientras sonreía de forma infantil—. Ella cantaba mucho la canción de "Las Lágrimas de mis Hijos". ¿La conoces, cierto?

—Por supuesto. Esa canción la tocaban mucho en mi corte durante la Segunda Tribulación, como buscando protección de esta Diosa Madre.

—Entonces, ¿conoces la historia de "La Guerra Civil de Aztlán"?

—No tan bien como tú, me temo —era cierto: ni Tepeu ni muchos otros dioses conocían los detalles de aquel evento histórico en el Panteón Azteca. El secretismo alrededor suyo hacía que solo Odín y su omnisciencia lo supieran.

—Luego de la muerte de mi esposo Ometeotl, el reino de Aztlán quedó dividido en dos: la mitad oeste era mía, y la mitad este era de mi hermana Cihuácoatl —narró Omecíhuatl, de forma frívola al principio, pero que iba acrecentando en seriedad a medida que se explayaba—. La división de este reino coincidió con la caída del Imperio Azteca, a mano de los españoles. Mi hermana y yo intentamos vivir en armonía por siguientes doscientos años, hasta que ella, en su total arrogancia e intolerancia a mi forma de gobernar, me declaró la guerra. 

—Según tengo entendido, el casus belli fue la adquisición de Einhenjers aztecas que no te correspondían —comentó Tepeu, en voz baja.

—Si tan solo dieras un paso adelante, podrías ver más allá de lo que te cuentan —los gruñidos de Omecíhuatl acentuaron la molestia y hastío de contar esta historia—. Hubo más razones para nuestra guerra, siendo el más grande todos la prueba definitiva que demostró que Quetalcóatl y Xipe Tócih no eran vástagos míos, sino de Cihuacoatl, y ella uso eso a su favor para robarme terreno de Aztlán que, por derecho de Ometeotl, me pertenecían. Así que yo también le declaré la guerra a mi hermana. ¿Sabes qué se hizo de ella y su dinastía? 

—Extinguidos —respondió Tepeu en voz queda; en ese momento ambos llegaron a la cima de la escalinata y se detuvieron en seco, dejando que el resto de Supremos siguieran su camino hacia la entrada del palacio de Odín. Hasta ese momento, Tepeu comenzó a sentir una sensación, siendo esta la de incomodidad por como intuía a donde iba la conversación.

—¿Extinguidos? —Omecíhuatl chirrió sus colmillos y se pasó la lengua a través de ellos. Tepeu no se atrevía a dirigirle la mirada, mientras que ella pegaba en él sus ojos lujuriosos de asesinato— Que palabra más pusilánime. ¿Por qué no decir "asesinados"? Dioses menores, dioses mayores, hombres, mujeres y niños mortales... A todos los pasé por la espada, los ejecute yo misma, como Lucífugo ejecutó a todos esos Einhenjers en la Segunda Tribulación. Aniquile hasta el último remanente del reino independiente de mi hermana, y a ella y a toda su gente los crucifique a las puertas de mi palacio —la Suprema Azteca acercó sus labios al oído de Tepeu, y le susurró con malicia— Dejé que se pudrieran a lo largo del verano. Un largo verano. A veces se podía oír a mi hermana cantar... en lloriqueos, por sus hijos. "Ay, mis hijos. ¿Cuánto he pecado para que sean castigados junto a mí?"

Tepeu sintió un ligero escalofrío recorrer todo su cuerpo. Cuando Omecíhuatl se separó de él, la Diosa Suprema lo veía despectivamente, con ojos llenos de asco.

—Como vuelvas a llamarme "Cihuacóatl", tu cuerpo será el siguiente en ser crucificado y podrido a las puertas de Omeyocán. 

Y con aquella amenaza por fin echa explotar en la cara de Tepeu, Omecíhuatl giró sus tacones y se encaminó directo hacia el pabellón del Valaskjáfl. El Supremo Maya hizo todo lo posible para ocultar su miedo interno, pero aún así, atisbos de pavor se dibujaron brevemente en su semblante. 

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https://youtu.be/brC3k4LCU9c

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Conjunto Residencial de Heimskringla

Cerca de la Capital Real. 

Una engrosada y larguísima caravana de más de treinta mil mortales venidos de la Civitas Magna viajaba a través de los ascendentes senderos de los altiplanos que conformaban una especie de muralla natural alrededor de la gigantesca montaña donde se erigía la Capital Real. También habían altos puentes que hundían sus pilares sobre gigantescos lagos; estos eran autopistas que conectaban directamente con las moradas inferiores de Asgard, labradas en la piedra y en las cavernas donde los llevarían hacia los enormes ascensores que los llevarían hasta Asgard. No obstante, esas autopistas solo eran utilizados por los dioses. Los mortales, e incluso los semidioses, tenían que viajar por la Meseta de Asagartha para instalarse en el Conjunto Residencial de Heimskringla. 

Pero incluso obligados a viajar en conjunto como si de parias se tratasen, las afueras de la capital ofrecían una atmosfera igual de majestuosa que la propia capital. Cercando la meseta, muchos de los viajes, ciudadanos de la Civitas en su mayoría, veían o asomaban la cabeza por la ventana y se quedaban sin aliento al ver como el Estigma de Lucífugo desaparecía por encima de las resplandecientes raíces doradas de Yggdrasil. El cielo plomizo se deshizo, y fue reemplazado con un firmamento de nubes doradas tan limpias que, en vez de caer cenizas, caían hojas doradas sopladas por los tranquilos vientos. Muchos de los Civitanos, quienes jamás habían visitado Asgard, se quedaron sin palabras al ver como el ambiente al que se habían acostumbrado por cien años se desvanecía, y era reemplazado por una atmosfera que solo habían escuchado en historias.

Aunque no solo eran ciudadanos de la Civitas quienes viajaban en los carruajes tirados por caballos y los coches de motores. A través de otro sendero viajaba el grueso de un ejército de Pretorianos, compuesto por más de seis mil efectivos, muchos de ellos viajando a pie, otros conduciendo carros de combate o carromatos de guerra. Desde lejos se veían como si fuera un enjambre de insectos de armazones oscuros que zigzagueaban por los laberinticos senderos de los bosques de la meseta. Y si bien el viaje había sido largo para los de a pie, ninguno de los Pretorianos se vio menguado por el cansancio debido a que, siempre que miraban hacia arriba, eran envalentonados por el chiflido de los caballos alados del Carruaje de Helios. 

Como un cometa que surcaba los cielos dorados y vigilaba de cerca la marcha del ejército, el carro plateado volaba dejando pulular en el aire sus estelas celestes. El carruaje era tirado por tres sementales, todos del mismo color plateado y con crines y colas doradas que resplandecían tanto que parecían estar en llamas. Subidos a ellos y observando el inmenso panorama fáunico y florido de la meseta, Sirius Asterigemenos y Publio Cornelio Escipión compartían una charla amena para matar el tiempo. 

—Una cosa bonita, una cosa bien hecha —dijo Escipión, apreciando con la mirada de águila los altos pinos de hojas doradas y los pequeños arbolitos sin raíces y hechos de luz que, como si de letreros se tratasen, indicaban el camino hacia la residencia—. La última vez que visite Asgard fue antes de la Segunda Tribulación. Está igualita que hace cien años. Ni un solo rayo del eclipse ha podido infectar ni un solo árbol.

—Un lugar precioso, sin duda —concordó Sirius, su mirada observando de reojo el enorme puente que vadeaba la meseta—. Eso compensa el que no haya podido viajar con Geir hacia Asgard directamente. Es que de verdad, aún no entiendo eso de que los semidioses tengan que viajar con los mortales —Cornelio lo miró de reojo con una ceja alzada. Sirius al instante carcajeó de los nervios—. ¡N-no me malinterpretes tan rápido, señor Cornelio! No es que... no es que yo e-en particular no me guste vi-viajar con ustedes, es solo que... no lo entiendo.

—Sí, entiendo lo que dices, Sirius —lo calmó Escipión, poniendo sus manos sobre la hebilla del cinturón de su armadura de placas. Chasqueó los dientes y ladeó la cabeza—. Políticas son políticas, por más que parezcan ilógicas o insulsas para el intelecto del promedio. 

—¿Incluso para los semidioses? 

—Ustedes se han vuelto los parias de los dioses en los últimos doscientos años. Al menos tú tienes la suerte de siempre haber apelado a tu lado humano. Ahí tienes por ejemplo a Gilgamesh, el hijo de la diosa Inshun, amado por su pueblo por rebelarse contra los dioses pero ahora es odiado por los rumores casi confirmados de su conspiración para derrocar a todo el Panteón Babilónicos y dejar que los demonios gobiernen todo. 

—Apuesto que a Perseo le habría ido igual de mal si habría sobrevivido a la Thirionomaquia.

Sirius se rio de su propio comentario. Cornelio acompañó sus risas infantiles con una sonrisa afable. Tras eso se hizo el silencio de un par de minutos, suficientes para que el Carruaje de Helios, tirado y azuzado por las riendas manejadas por Sirius, atravesara una muralla de nubes doradas y les permitiera ver a sus jinetes las impresionantes vistas del Conjunto Residencial de Heimskringla: una vastísima región del altiplano de Asagartha de más de ochocientos kilómetros cuadrado, labrado arquitectónicamente en un sofisticado trazado damero en donde las calles se interconectaban en curvilíneas intersecciones, haciendo que los extensos barrios de casas de apariencia de palacetes y mansiones estuvieran organizados en distintas formas geométricas, más en su mayoría en forma de romboides. Para este punto del viaje, se podía ver tanto la caravana de ciudadanos de la Civitas como al ejército de Pretorianos ascendiendo por las faldas de la meseta y adentrándose en el Conjunto Residencial. 

—¿Está seguro que fue buena idea traer una quinta parte de la Guardia Pretoriana de la Civitas a Asgard, señor Cornelio? —preguntó Sirius, sus ojos paseándose por las largas filas de militantes ascendiendo por el sendero.

—Seguro —respondió Cornelio—. El hecho de que la Reina Valquiria haya traído a treinta mil Civitanos a Asgard para el torneo me hizo pensar rápido en cuántos soldados llevar —el Jefe del Pretorio señaló su cabeza con un dedo en gesto pensativo y chasqueó los dedos—. Matemáticas, hijo. 

—Es lo entiendo. Pero... —Sirius se rascó la barbilla con un dedo— esto será temporal, ¿no? Todos los demonios del Pandemonium están en la Civitas Magna, y no en Asgard. Necesitamos concentrar a las tropas allí para más protección. Luego de esa inauguración que Odín hará en su palacio, nos devolvemos hacia la Civitas hasta que el día del Torneo del...

—No, Sirius —Cornelio ladeó la cabeza y lo miró fijamente, el semblante severo, la voz rotunda—. Odín no nos trajo aquí únicamente a ser espectadores de esa sorpresa que se trae en manos, y eso la Reina lo sabe también. Nos quiere retener aquí, nos quiere alejar de la Civitas Manga, quiere que despejemos nuestros ojos sobre ella. No sabemos aún las razones de ello, pero eso es motivo de preocupación. 

—Oh... —Sirius se quedó boquiabiertos, sin palabras por unos instantes— Entonces, ¿qué haremos al respecto? 

—El plan es sencillo —Cornelio le colocó una mano sobre el hombro al Legendarium Einhenjar—: te voy a asignar como subjefe del pretorio de todo este regimiento —y el Ilustrata señaló con un grueso dedo toda la lineal de puntos negros de soldados pretorianos adentrándose en las calles del Conjunto Residencial—, de tal forma que tu te encargues del flanco de Asgard, y yo seré quien me devuelva a la Civitas Magna para liderar la seguridad estatal. 

El nacido de las estrella frunció el ceño, después arqueó ambas cejas en un gesto de sorpresa magnificada y su semblante se iluminó con una felicidad estupefaciente. Escipión sonrió de la gracia de ver al semidiós quedarse sin aliento, mirar hacia abajo y sonreír sin poder concebir lo que había escuchado.

—Señor Cornelio, yo... —farfulló Sirius, parpadeando varias veces. Se inclinó hacia él en reverencia— Me honra muchísimo la estima que me tiene para que me asigne a mi propio regimiento de Pretorianos. 

—¿Debería de sorprenderte eso? —bromeó Cornelio, la sonrisa de oreja a oreja— Más bien deberías de haberme dicho "¡Ya era hora de que me asignaras uno!".

—Es solo que... yo nunca he dirigido un ejército. Bueno, no uno técnicamente. Máximo lo que he dirigido fue la resistencia de los semidioses contra los Reyes del Apocalipsis luego.

—Y gracias a eso tienes las aptitudes y un poco de experiencia en ello. No por nada uno de tus maestros fue el ilustrado Quirón. Seguramente te está viendo con orgullo, allá en las estrellas. 

<<Sí... igual que mi madre...>> Pensó Sirius, alzando la cabeza hacia el firmamento y alcanzando a ver, a través de los resquicios de las ramas doradas, algunos destellitos que marcaban la bóveda celeste. Su rostro se volvió melancólico y ensoñador; el poder ver las primeras estrellas de una noche que se avecinaba le dio inspiración y alivio a Asterigemenos. Su corazón se hinchó de seguridad, y respiró hondo para así alzar los hombros en gesto de iniciativa.

—Como usted ordene, señor Cornelio —exclamó, sonriéndole al Jefe del Pretorio y dándose un golpe en el peto de su armadura de placas negras, unirme que portaba como Pretoriano—. ¡Liderare este regimiento de Pretorianos justo como me enseñó!

—¡Así se habla! —respondió Cornelio con el mismo entusiasmo. Estiró un brazo hacia abajo y señaló con su dedo una residencia rodeada por un patio de pinos de hojas amarillentas— Allí está nuestra morada, Sirius. Ve y desciende hasta allí.

Sirius Asterigemenos agitó las riendas hacia abajo. Los sementales divinos relincharon y se inclinaron hacia abajo, empezando un relajado galope que iba descendiendo el carruaje poco a poco hacia la mansión de arquitectura neoclásica. Una que hizo que Sirius atesorara el poder ver una edificación grecorromana que no estuviera destruida. 

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https://youtu.be/VagES3pxttQ

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|◁ II ▷|

Palacio de Valaskjáfl.

Cámara de Representantes Divinos

La Reina de los Demonios, anadeaba a través de los peldaños cuesta abajo de las graderías sin sigilo ni preocupación de ser vista por nadie. 

La Cámara de Representantes era una sala del parlamento muy similar a la de Pozo de Urd: de rellano anchísimo y alto, con techo abovedado con la forma de un trébol a cincuenta metros de alto, gruesos pilares festoneados de oro y con estatuas de valquirias y berserkers puestos en las cimas de las gradas y sirviendo como umbrales para los portones contiguos, mesones largos con sus asientos negros desocupados, y un enorme altar al final de la galería, compuesto por peldaños alfombrados de color rojo con antealtares con formas de caballos, un espacioso presbiterio rodeado por tres pilastras, y un sencillo escritorio. 

Lilith descendió el último escalón y caminó por el presbiterio. Paseó las yemas de sus dedos por las resplandecientes sillas de luz que estaban repartidas alrededor del altar, sillas donde se sentarían todos los Dioses Supremos. La Reina de los Demonios mantenía una mirada de ceño fruncido todo el tiempo, observando todo con un desdén moderado, pero con las ganas de querer destruirlo todo. Clavó sus ojos negros contra altar mayor y el escritorio de estilo judicial subido en lo alto. Se quedó quieta unos instantes; es entonces que bajó los brazos, y puso un pie sobre un escalón rojo, dispuesta a subir las escaleras del altar.

—Ah, sabía que vendrías. 

Lilith se detuvo y no se giró para ver de dónde provenía la voz; sabía de quién era y sabía que, tarde o temprano, sería ÉL quien haría acto de presencia en la estancia.

Un torbellino de agresivos graznidos se formó en su lado izquierdo. La Reina de los Demonios bajó el escalón y se dio la vuelta, observando una increíble cantidad de cuervos negros dando vueltas, formando un tornado de alas y plumas negras en lo alto de las escaleras de las gradas. El sagaz torbellino se deshizo, los cuervos se separaron y volaron por todas partes, revelando la pequeña figura de Odín Borson vistiendo con su gambesón azul desaliñado, una capa marrón y apoyando sus manos sobre un bastón. El Supremo Nórdico comenzó a descender hacia el presbiterio, escalón por escalón.

—Veo que tienes curiosidad por estos tronos —preguntó Odín, la gracia monárquica en su tono de voz.

—Solo veo ocho de ellos —señaló Lilith, alzando una mano cubierta por el mango de su vestido negro—. Se supone que deben ser diez.

—Mmmmmm... —Odín paseó su único ojo a lo largo de la hilera semicircular de tronos de luz, y fue enumerando en orden los nombres de los dioses que ocuparían estos puestos— Tianzun, el Venerable Celestial... Omecíhuatl, Señora de la Dualidad... Tepeu, Soberano de los Pilares... —a medida que iba diciendo cada nombre, golpeaba el suelo con el extremo inferior de su bastón, creando un impresionante eco que resonaba en toda la galería. Incluso Lilith sentía leves latigazos de escalofríos por cada golpe de bastón— Atón, el Sol de Todo... Izanagi, Rey de Tierras Perdidas... Anu, Pretor del Tigris y el Eufrates... Rómulo, Dictator Imperium de Roma Invicta... Bodb Dearg, Príncipe de la Muerte...

Tras decir el último nombre, Odín descendió el último escaño de las escaleras. Caminó por el presbiterio hasta alcanzar a Lilith, quien lo seguía con la mirada fruncida y ofendida.

—No te fue suficiente con mover el Torneo del Ragnarök a Asgard —gruñó, su voz sonando como un volcán a punto de explotar—, ¿tampoco le darás la decencia, a mi y a mi hijo, de tener nuestros propios tronos?

—No saltes a conclusiones tan rápidas —dijo Odín, taimado y calculando cada palabra—. Sabes bien que el Torneo del Ragnarök debe llevarse a cabo en un lugar simbólico, y de gran importancia para los dioses. ¿Y qué lugar es ese, sino es Asgard?

—Has hecho que estableciera a todos mis demonios en la Civitas Magna... solo para separarme de ellos —Lilith entrecerró los ojos y sus colmillos chirriaron de la rabia contenida.

—Puedes traerlos hacia acá, cuando tú quieras —Odín alzó los hombros en gesto de no preocuparse—. Solo te advierto que aquí serían peor recibidos que en la Civitas.

—¿Y quién quita que les ordene que hagan un motín ahora mismo? —Lilith se acercó al Allfather y se posó dos metros cerca de él— Solo necesito chasquear mis dedos, y tendrás un Segundo Saqueo de la Civitas Magna.

—¿Yo? Más bien la Reina Valquiria —Odín ladeó la cabeza—, y por ende te ganarías una guerra contra ella, no contra mí. Una guerra pareja, a decir verdad. Aunque... —Odín agitó ligeramente una mano hacia la izquierda— estoy seguro que tu hijo no querría eso.

—Ni con toda la omnisciencia del mundo tú podrías saber lo que mi hijo quiere. 

—Si es así, ¿por qué crees que no hay tronos para ti y para tu hijo en esta sala?

Lilith se cruzó elegantemente de brazos y volvió a pasear la mirada por la hilera de sillas de luz dorada. Apretó los labios y, sin dejar de fruncir el ceño, fijó su mortal mirada sobre Odín.

—Para humillarnos —contestó—. Me quisiste dar el lujo en darme un puesto en el consejo privado, y de endulzarme diciendo que le darás un puesto a mi hijo en la Cámara de Representantes como "Primer Ministro". Idiota de mí por creer tus mentiras.

—Más idiota sería creer que te estoy echando mentiras.

—¿Perdona? —la mirada de irises escarlatas refulgieron, y la Reina Demonio adquirió un aura hostil.

Odín Borson no se vio intimidado ante el halo rojo que empezó a aparecer alrededor de Lilith. es más, se lo tomó con humor, sonriendo y enseñando una mueca sarcástica que no hizo más que encabritar todavía más a la Reina Demonio.

—Ya te lo dije en la primera reunión que tuvimos —manifestó el Allfather, caminando lentamente alrededor del presbiterio, haciendo alusión a que andaba apoyándose en el bastón—. No quiero buscar más pleitos con Lucífugo Rofocale, y por eso les ofrecí la Pax Asgardianum. Ya les he devuelto Diyu, Muspelheim y el Andawarudo, ¿no? Ese fue el primer paso.

—¿Devolvernos nuestros territorios que nos pertenece por derecho te da razones para querer humillarnos en televisión nacional? —Lilith sonrió y sacudió la cabeza de lado a lado— Apagas el fuego solo para volver a prenderlo y que se incendie todo. Me impresionas que juegas mal tus cartas, Odín. 

—Y a mi no me impresiona que a ti te impresione —Odín se detuvo, dándole la espalda la altar mayor y encarando de frente a la Reina Demonio—, ya que tú y los demás Dioses Supremos cayeron en mi ilusión. Eso era lo que buscaba crear en ti. 

—¿Cómo dices...? —Lilith, no soportando más las calumnias de Odín, estuvo a punto de estallar de la histeria.

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https://youtu.be/x9tlqukSn5U

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|◁ II ▷|

Pero justo en ese momento, el Allfather alzó su bastón a la altura de su pecho y chocó el extremo inferior contra el suelo. Esta vez, una onda dorada apareció y se esparció en un santiamén por todo el cuerpo de Odín; al llegar a su calva cabeza, formó una burbuja iridiscente que incrementó su tamaño a medida que se despegaba de su nuca y se volvía una esfera cristalina en el aire. 

 Lilith detuvo su erupción de cólera y fijó la vista en la esfera dorada tornasolada; en su interior se batían plasmas que cambiaban de forma constantemente, incrementando con cada segundo su velocidad hasta formar unas imagenes que adquirieron color. Odín observó el semblante de Lilith cambiar: primero una de confusión, y después a otra de estupefacción, con una mano sobre su mentón, por estar viendo la reproducción que la esfera le estaba mostrando. Una reproducción de sucesos que iban a pasar en el futuro, más precisamente en el día de mañana justo en esta misma sala.

—El edicto que promulgue sigue estando vigente —explicó Odín, mientras que Lilith no podía despegar sus ojos encantados por las visiones del futuro que la burbuja le seguía mostrando—. Ocasionó mucha polémica, cierto, pero eso me sirvió para poder manipular el decreto que dictaba que el Torneo del Ragnarök se llevaría a cabo en la Civitas Magna. La única firma que faltaba era la de tu hijo, y como él estaba ocupado en el Andawarudo en ese entonces, convencí a los Supremos de rehacer el decreto para que diga que se hiciera en Asgard. Eso los hizo enojar a ustedes ahora. No obstante... —el semblante de Odín se ensombreció en una severidad brutal— ellos no se esperan la inauguración que se vendrá mañana.

El Allfather levantó su bastón y golpeó de nuevo el suelo. De un chasquido hizo desaparecer la burbuja predestinada. La postura de Odín cambió; de espalda erguida, cuello recto... Ya no lucía ahora como el anciano decrépito que se mostraba frágil ante las cámaras. Ahora se mostraba, ante Lilith, como el único y verdadero Supremo de Supremos.

—¿Ahora sí me crees, Lilith? 

La Reina Demonio cruzó un brazo bajo sus pechos y sobre su palma apoyó su codo izquierdo. Sonrió maliciosamente, y su mirada cambió a una de confianza descarada hacia Odín. 


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|◁ II ▷|

Conjunto Residencial de Heimskringla

Meseta de Asagartha

Sirius Asterigemenos estaba hipnotizado por las vistas que le ofrecía el balcón hacia uno de los fresnos perennes que se erguía con su altura de doscientos metros por encima de las mesetas. 

Era de noche, y del cielo caían hojas doradas y refulgentes en vez de cenizas y ascuas. Caían del cielo como una calmada lluvia de motas amarillentas que pululaban por todo el aire. Al nacido de las estrellas le parecía un deleite el por fin observar un cielo nocturno donde el Estigma de Lucífugo lo estuviera viendo fijamente, como el ojo negro de uno de los Titanes que asesinó en la Thirionomaquia. El firmamento era rasgados por las desproporcionadas y larguísimas ramas, los tallos y los brotes del Yggdrasil, lo que proporcionaba una vista sellada hacia el cielo estrellado. De todas formas, esas ramificaciones no le impidieron a Sirius observar el grandioso disco de tenues luces celestes que eran, para él, el astro más importante en el cielo.

La luna.

El alto fresno, con su tronco de doscientos metros de alto, desperdigaba sus ramas de aquí para allá formando u denso follaje dorado que tapaba un poco su vista. Por todo el mundo de los Nueve Reinos se esparcían árboles menores como estos, los llamados "Portaraíces de Yggdrasil" que el mismísimo Odín creó con tal de hacer un control climático delos desastres naturales que ocasionaba el Estigma de Lucífugo. Según había investigado tiempo atrás, este Portaraíz era el más alto de los Nueve Reinos, y a pesar de que bloqueaba algo su visión, eso no le impedía tomar una apreciación absoluta de la luna llena.

El astro lunar nunca perdía su belleza innata, por más que Sirius la llevaba admirando por siglos y siglos. Su mirada de ojos amarillentos nunca le perdía ni el rastro ni la esencia de sus relieves y su topografía: era como si, cada vez que la viese, nuevos cráteres se formaban y adoptaban figuras con las cuales transmitirle algún mensaje. Sirius sabía que esto no era más que producto de sus ilusiones visuales; era algo que su padre le había dicho que era común para aquellos quienes se quedaban admirando la luna por tantísimo tiempo. Y Sirius agradeció a su padre el haberle enseñado a adorar a la luna, quien se había vuelto la reina de sus consolaciones cada vez que se sentía amedrentado o atribulado por los acontecimientos que suceden  su alrededor.

Y agradecía también a su madre, por ser ella esa misma reina que lo consolaba incluso después de más de dos milenios de haber muerto en la Thirionomaquia.

—Mamá, hoy el señor Cornelio me ha asignado a mi propia división de Pretorianos —dijo Sirius, hablándole directamente a la luna. Se sintió tímido y torpe al principio: hacía mucho tiempo que no veía el astro lunar y le dirigía la palabra de esta forma—. Te voy a ser honesto: tengo algo de... m-miedo, por eso —el nacido de las estrellas se masajeó las manos enguantadas—. Nunca antes había dirigido un ejército tan complejo como los Pretorianos, y más si es para cubrir su retaguardia. Lo bueno es que pasaré más tiempo con mi hermanita, Geir. Pero aún así...

Pensamientos intrusos invadieron su mente y le impidieron terminar lo que estaba diciendo. Sirius apretó los labios, se mordió el labio inferior y se encogió de hombros. Volvió a alzar la mirada hacia la luna. Algunos pensarían que su descomunal tamaño le dría vértigo y algo de pavor a quienes la veían pro primera vez. Pero para Sirius, entre más visible fuese ella en la noche, mejor podría adorarla y amarla.

—No sé qué es lo que va a pasar a partir de ahora, pero quiero que todo salga bien, mamá —suplicó Sirius—. A veces tengo el temor de que ocurra una Tercera tribulación. Luego de lo del Valquirianazo, estaba seguro que pasar. Brunhilde... —Sirius ladeó la cabeza y suspiro de forma exasperada— de verdad que llega a exagerar a veces con el melodrama. Solo te pido, madre —Sirius entrelazó sus manos en un gesto de rezar con devoción—, que si llegará a pasar algo a escala global... Que mi armadura dorada, y que mis poderes semidivinos que tú me has dado al concebirme me sean suficientes para proteger a mis seres queridos más cercanos. En especial Geir. No quiero... no, no puedo permitirme más seres que amo y admiro mueran por mi ineptitud. No quiero fallarle a nadie más como le falle a Dai...

—Señor Sirius.

El nacido de las estrellas se dio la vuelta y vio a un Guardia Pretoriano de pie en el umbral del balcón. 

—La Princesa Valquiria vino a buscarlo. 

—¿E-eh? —Sirius alzó ambas cejas en un gesto de sorpresa, para después ser iluminado por felicidad inesperada— ¡Que pase, que pase!

El Pretoriano se desvaneció en la penumbra. Momentos después, Sirius vio a Geir Freyadóttir siendo escoltada por otros dos Pretorianos, quienes se detuvieron frente al umbral y ella siguió hasta adentrarse en el porche. Sirius frunció el ceño y sonrió de la sorpresa al ver como la valquiria vestía ahora con un gambesón de manga largas con cubremangas abotonados, botones dorados, capa negra con bordados dorados, falda negra que cubría la mitad de sus muslos y un sombrero trilbily con una cubierta dorada resplandeciente.

—¿Y esas pintas de azafata que llevas, hermanita? —preguntó Sirius en tono burlón. Geir hizo un puchero al principio, pero después cerró los ojos modeló su vergüenza en una sonrisa inocente.


—Y bueno, tú no te quedas atrás —Geir se acercó a Sirius y le dio un golpecito en el peto de placas con sus nudillos—. Tú luces genial en cualquier armadura que te pongas. Incluso en mallas...

—Sí, mejor no pongamos imágenes de ropas del otro en nuestras cabezas, ¿sí? —Sirius le puso una mano en la espalda y la acercó hacía sí mismo para darle un abrazo y acariciarle la cabeza. Geir correspondió con el mismo cariño— ¿Cómo es que pudiste escabullirte de Asgard para venir aquí? ¿C-como sabías que iba a venir, en primer lugar?

—Solo tuve que hacerle una llamada a Eurineftos y él me lo confirmó —respondió Geir, aún con sus brazos rodeando a Sirius en un fuerte abrazo.

—Tsk, ese metiche de Eurineftos. ¿Ni aún cazando lores de la droga para de meter sus narices fundidoras donde no lo llaman? 

Sirius y Geir cuchichearon risitas de nervios y pureza que aminoró las presiones que ambos habían cargado hasta este momento. Se separaron, y el primero guió a la segunda hasta un par de butacas. Allí se sentaron, y se miraron a los ojos a la espera de que alguno comenzara la conversación.

—Ah, y solo tuve que decirle a Hilde-Nee-Sama que iba a buscar una documentación de Jibun Noishi actualizada por Hoover —apostilló Geir—. No sabe que estoy aquí, así que... —se miró el reloj dorado en su muñeca izquierda— tengo solo unos veinte minutos para estar contigo, Onii-San.

—Basta y sobra —dijo Sirius, dando una palmada y sonriendo de la alegría de estar compartiendo su primer momento con Geir en Asgard— Entonces, Geir... ¿No te has puesto en peligro todavía andando por las calles de Asgard?

—Ni que fuera Flor de Íncubo para estar atrayéndolos con mi esencia —Geir chasqueó los labios y miró hacia otro lado, las mejillas sonrosadas—. No, Onii-San. Hasta ahora, cero peligro, más papeleo. Al menos el trabajo de secretaria está siendo mucho más fácil que en las Civitas Magna.

—¿Y qué opinas de la ciudad? —Sirius lanzó una mirada hacia las rama del Yggdrasil que surcaban el firmamento.

Geir se quedó sin palabras por un breve lapso. Ella también alzó la cabeza, y se quedó tiesa, admirando también los brotes de ramas que crecían del Yggdrasil. 

—Es todo lo que me imagine que sería, e incluso mejor —la Princesa Valquiria bajó la cabeza y miró a Sirius—. Desde que sus raíces y su cielo impío corrieron el peligro de ser infestados por el Estigma, por años pensé que el cielo se vería igual que en el resto de los reinos... Tal parece que aún no comprendemos del todo el alcance del poder de Odín.

—Ni siquiera yo lo logro comprender del todo —comento Sirius—, y eso que se supone que soy uno de los cuatro Legendariums más poderosos, acorde a la lista de Hoover. 

Geir sonrió y comenzó a recitar con una voz de sacerdocio:

—Aunque esa lista de los más poderosos irá variando. Por ahora, los más poderosos confirmados son... Hui Ying Fenhuang, Guardiana Real del Emperador Amarillo. La Llamaestelar de Yahvé, Nitzevet. Tú, Sirius, el Nacido de las Estrellas. Y... —el rostro de Geir se ensombreció e hizo una pausa de diez segundos antes de decir el último nombre— el Servidor de lo Prohibido, Abdullah Alhazred.

La mención de aquel nombre hizo que Sirius también se le oscureciese el semblante. Se hizo un silencio terrible entre ambos, como si la formulación de aquel enigmático nombre hubiese abierto un baúl de recuerdos endemoniados que era mejor sellarlos bajo llave, bajo tierra, bajo la vista del mundo sanado por las horribles heridas dejadas por aquel nombre.

—Ya se han cumplido los cien años desde lo sucedido en el Saqueo de la Civitas Magna —comentó Geir, la mirada perdida en el infinito—. Se me quedó... tan grabada en la mente, que ahora que llegue aquí a Asgard, de repente empiezo a recordarlo. Detalle a detalle.

—No eres la única —corroboró Sirius, sus ojos amarillos mirando al suelo igual que Geir—. Ni aún con todas las terapias que he pasado tras la Segunda Tribulación, puedo olvidar ese horrido saqueo. No puedo olvidar lo que Belcebú y Belial le hicieron a... —Sirius apretó la mandíbula y interrumpió a sí mismo y no logró completar lo que decía.

Geir apretó los labios y asintió con la cabeza en un gesto triste. Izó los ojos verdes y paseó su mirada a través de los altísimos picos montañosos que erigían a Asgard más allá de las nubes. Respiró y exhaló hondo, su corazón convulsionando en silencio por el asalto de recuerdos que estaba teniendo al momento.

—¿Crees que él siga en Asgard, Sirius?

El Nacido de las Estrellas levantó su mirada y observó la montaña también.

—Tiene qué —respondió.

—... Y crees que...  —Geir jugueteó nerviosamente con sus manos— Crees que... ¿deberíamos de jugárnosla de nuevo e intentar buscarlo?

Sirius cerró los ojos y caviló por diez segundos, pensando apropiadamente sus palabras.

—Lo pensaré —respondió, pero su mente contestó con algo distinto: <<Pero sí, Geir. Deseo con todas mis fuerzas ir a buscarlo ahora mismo>>.

—Señor Sirius.

Sirius y Geir voltearon sus cabezas hacia el umbral, descubriendo a un Guardia Pretoriano cargando en sus manos un teléfono militar. 

—Publio Cornelio al teléfono —indicó el Guardia.

—Pásemelo —ordenó Sirius, alzando sus brazos al tiempo que el Guardia se le acercó y le tendió el teléfono.

Geir se quedó en silencio, poniendo atención a su hermano poniéndose el teléfono al oído y saludando a su superior. Luego se quedó callado por un breve momento, asintió con la cabeza y entrecerró los ojos.

—Muchas gracias, señor Cornelio —Sirius colgó el teléfono, se lo devolvió al Pretoriano y se puso de pie—. Ve y prende el televisor. Geir, sígueme. Hay que ver las noticias del Diario del Einhenjer. Algo grande va a pasar.

La Princesa Valquiria se reincorporó de la butaca, el semblante de preocupación, preguntándose si lo que dijo Cornelio era algo grave. Siguió a Sirius dentro de la sala de estar.

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Palacio de Valaskjáfl.

Cámara de Representantes Divinos

Las videograbadoras, subidas en lo alto de las graderías y los peristilos, enfocan sus lentes en distintos ángulos de la Cámara de Representantes. Estaban en vivo, y demarcaban con sus leves cambios de posición a los dioses mayores organizarse en sus puestos. Lenta y ordenadamente, las deidades iban sentándose una a una y aguardaban en silencio a la llegada de los supremos, mientras eran embelesados por los silbidos armoniosos de los cuernos, los violines y las arpas, tocados por ángeles de vestidos blancos y rostros melancólicos. 

AL poco rato de que todos los dioses mayores se hayan establecido en sus sillones negros, las cámaras enfocaron la entrada de los Dioses Supremos. Ocho de ellos entraron a través de los umbrales de los peristilos, emergiendo de la penumbra e imponiendo la autoridad de sus auras divinas en toda la estancia, volviéndola más pesada y majestuosa. Tepeu y Omecíhuatl bajaban hombro a hombro; Rómulo les seguía detrás, mirando siempre al suelo; Atón caminaba por delante de Anu; Izanagi y Tianzun andaban a la misma altura, pero mantenían distancia y no se miraban entre sí; el último de todos ellos era Bodb, descendiendo los escaños con el rostro en penumbras y su melena dorada resplandeciente ondeando con cada pisada que daba.

Los Dioses Supremos ocuparon sus puestos correspondientes, siendo el último en sentarse Bodb. Cuando todos se hubieron sentado, todos los ruidos provenientes de murmullos de voces acallaron, y toda la sala de la Cámara quedó en un sepulcral silencio. Incluso los reporteros del Diario del Einhenjer que hablaban a las videograbadoras cerraron la boca, se hicieron a un lado y dejaron que los camarógrafos hicieran tomas fijas sobre el altar mayor, enfocando los lentes en la imagen de Odín Borson sentado en su escritorio y vistiendo con el mismo atuendo, solo que esta vez de color azabache.

El Allfather empuñó un martillo de madera y se quedó observando los rostros de todos los dioses sentados, observándolo fijamente, expectantes de lo que se llevará a cabo en esta convocatoria. Es entonces que el Supremo de Supremos, de forma vigorosa, golpeteó el escritorio con tres martillazos, para después acercar sus labios a los micrófonos.

—Muy buenas noches a todos, dioses y diosas de todos los Nueve Reinos —exclamó Odín, su voz retumbando en toda la estancia gracias a los parlantes dispuestos en las esquinas de los pilares—. El motivo de haberlos convocado a todos ustedes es sencilla: con el registro de Heimdall de que todas las deidades están ya reunidas en Asgard, hago anuncio oficial de que el Torneo del Ragnarök se instaurará dentro de cincuenta y un días, acorde con la celebración azteca de la Suprema Omecíhuatl con lo cual poder atraer a toda la población mesoamericana a este importante evento. Un aplauso por ella. 

Omecíhuatl en seguida se puso de pie y todos los dioses aztecas aplaudieron su hazaña. Tepeu se la quedó observando con saña, despreciando todas esas sonrisas falsas y esos saludos amigables que la Suprema hacía hacia sus congregados y a los demás dioses quienes, enervantes, aplaudían igualmente pero sin la misma energía que los aztecas. Muy en el fondo, el Supremo Maya le deseo todos los males a esa zorra rastrera con título de Suprema. 

A los pocos segundos los aplausos acallaron, y Omecihuatl  se sentó en su trono. Odín Borson carraspeó y prosiguió con su discurso: 

—Pero no solo he venido a anunciarles la fecha del Torneo del Ragnarök. También he venido a traerles una sorpresa, la inauguración de un nuevo miembro que se unirá a la Cámara de representantes en ejercicio de Primero Ministro —con esta primer aparte del discurso, los espectadores divinos se miraron entre sí, confusos, no se esperaban una noticia acerca de una nueva deidad que ocuparía el título de Primer Ministro—. Les comento que, en mi infinita sabiduría, existen cosas que hay que manejarlas con altura. En la política de los dioses, al igual que con los humanos, hay cosas que se manejan a nivel de Familias Reales, o a nivel de Senadores, y la pelea moral, militar e ideológica que hemos tenido con el Pandemonium cien años después de la Segunda Tribulación se ha vuelto insostenible, sobre todo después del Fimbulvert de Thrudgelmir que acabó con toda la vida en Midgar.

Con la sola mención del Pandemónium, los murmullos de las deidades se volvieron más quejumbrosas, preguntándose con aplomo y preocupación lo que Odín estaba a punto de anunciar. Algunos Supremos, como Izanagi, Tepeu y Bodb, estaban igual de perdidos, pero otros como Rómulo ya tenía bien puestas sus suposiciones sobre lo que estaba por venir.

—Ustedes me comprenderán, dioses y diosas —prosiguió Odín tras una pausa de tres segundos—. La pelea que tenemos con el Pandemonium debe acabar. Por más discursos políticos de odio y de conflicto tengamos contra ellos, no llegaremos nunca a nada. Los asesinatos de carácter terminaron cuando puse su nombre en la lista del bando divino, y ahora... —el Allfather se colocó de pie, al tiempo que muchos de los espectadores divinos exclamaban exigiendo a Odín que anunciara de una vez la noticia. El Supremo de Supremos levantó sus brazos, y fijo sus ojos en el umbral frontal que estaba en lo alto de la gradería principal—. ¡Supremos! En representación de sus panteones y sus reinos en calidad de Primeros Ministros... démosle la bienvenida... ¡AL PRIMER MINISTRO DEL PANDEMÓNIUM!

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https://youtu.be/hcUp1XiQ010

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

De repente, el compás tranquilo de los instrumentos que tocaban los ángeles fueron interrumpidos por la repentina explosión orquestal de caballeros demonios, vestidos con armaduras de plata, que emergieron de las penumbras de los umbrales tocando flautas traveseras, oboes, trompetas, cajas orquestales, campanas tubulares e incluso cañones que estallaban fuera del edificio, acompasando la tormentosa obertura. Fue tan repentina la explosión musical que muchos dioses saltaron de sus sillas, y empezaron a mirar hacia todos lados, quedando horrorizados de ver como poderosos demonios aparecían de la nada para mortificarlos con este preludio. 

Las luces del rellano, otrora dorados suaves, se transformaron en carmesíes chillones que inundaron toda la galería en las profundidades de un infierno que se avecinaba a medida que la infernal música de orquesta seguía su curso. Las videocámaras de los miembros del Diario del Einhenjer se enloquecieron, y apuntaron hacia todas partes, enseñando a detalle el festín demoniaco que se gozaba de afligir a los confusos dioses. Las deidades se escandalizaron a más no poder; los Supremos permanecieron estáticos, con excepción de Tepeu, Bodb e Izanagi quienes no conseguían tranquilizarse ante esta ola  de música demoniaca e invasora. Algunos de los dioses de las gradas se pusieron de pie y le exclamaron a Odín sobre el significado de este asalto al palacio. Odín no respondió: su ojo izquierdo seguía fijo en el umbral de la gradería principal. 

Los ángeles fueron obliterados por la luz carmesí, vistos a ser espantados y a huir por los peristilos como peatones ahuyentados por el sonido de unos disparos. Con la tercera primera parte de la obertura en su curso, las deidades notaron la aparición de estelas escarlatas que se movían de forma serpentina por el aire, todas ellas yendo al mismo umbral que Odín no quitaba su vista de encima. Todos, dioses, diosas y camarógrafos del Diario del Einhenjer, tornaron sus vistas hacia lo alto de la escalinata, y el mayor de los horrores se hizo presente en los corazones de los dioses y de los mortales al ver al más inmundo, al más despreciable, al más vil de los seres de este universo levitar frente a la entrada principal. 

De metro noventa de alto, con la mitad de su musculado torso y sus caderas destrozadas y convertidas en piel de vacío cósmico increiblemente oscuro que rasgaba el espacio-tiempo, tatuajes que recorrían sus piernas y su único brazo izquierdo, y una melena anaranjada ondulante hecha del mismísimo fuego del infierno que le llegaba hasta los tobillos, ver en persona al Rey del Totius Infernum despertó una innumerable cantidad de traumas en muchos dioses que los hicieron mirar hacia otro lado, agachar la cabeza y quedarse callados con tal de parecer inexistentes ante la mirada frívola del demonio más poderoso de todos. 

Una mancha de oscuridad densa apareció cerca de los pies del Rey del Infierno; aquel charco se levantó como una estatua y se materializó, revelándose a sí misma como la Reina Demonio. El Rey comenzó a descender los escalones, sus pisadas generando torbellinos de hollín que manchaban las mesas y a los dioses que pasaba de lado. 

Y Lilith comenzó a cantar: 


—Estuans Interius, Ira Vehementis... Estuans Interius, Ira Vehemntis... ¡LUCIFER! ¡LUCIFER!

La horrida, espantosa y belicosa opera de Lilith penetró en los oídos de todos los dioses, y comenzó a reproducirles en sus cabezas los innombrables crímenes inhumanos e infernales que mancharon para por toda la eternidad todo lo sagrado de los Nueve Reinos. Algunos se jalaron los cabellos, otros lloraron, otros se abrazaron, muchos permanecieron en silencio, en especial los Dioses Supremos, quienes por primera vez en muchísimo tiempo... no se atrevían a encarar la adversidad que se acercaba a ellos.

—Estuans Interius, Ira Vehementis... Estuans Interius, Ira Vehemntis... ¡LUCIFER! ¡LUCIFER!

Lilith acalló y siguió descendiendo los escalones a la par de Lucífugo Rofocale. En este momento a obertura bélica de los demonios se acompasó en un tema relajado al principio, pero a los veinte segundos volvió con su torbellino musical que hizo temblar todo el palacio de Valaskjáfl. EN ese instante, el Rey del Totius Infernum dio una pisada tan potente que toda la Cámara de Representantes retembló violentamente, cosa que coordinó con la explosión de los cañones a las afueras del edificio, y los alaridos rimbombantes de los tambores, las trompas, las trompetas y las tubas tocadas por los caballeros demonios. Polvo y escombros pequeños cayeron del cielo. Algunos dioses cayeron de sus sillas a causa del temblor,  y otros se protegieron las cabezas pensando que el techo les caería encima.

Las campanas tubulares cuchichearon un ritmo musical taimado que coordinó con la llegada de Lucífugo al presbiterio. Seguido de ello, los instrumentos de viento-metal aullaron, coincidiendo con las miradas de soslayo que Lucífugo y Lilith les dedicaron a los Dioses Supremos, en especial a Rómulo Quirinus. Lilith no pudo evitar sonreír de la gracia de sentir la cólera divina hervirle en la sangre a su archienemigo. 

El Rey del Totius Infernum ascendió escaños del altar mayor. Odín Borson se puso de pie y se colocó frente de su escritorio, esperando con los brazos alzados a Lucífugo. Lilith se quedó rezagada en los peldaños bajos del altar, pero aún así no detuvo su alabanza gloriosa hacia su hijo. Las trompetas y los timbales anunciaron el siguiente coro, y Lilith cantó con gran pasión mientras que Lucífugo seguía subiendo las escaleras:

—Veni, veni, venias. Ne me mori facias... Veni, veni, venias. Ne me mori facias... ¡VENI, VENI, VENIAS. NE ME MORI FACIAS! ¡VENI, VENI, VENIAS. NE ME MORI FACIAS!

Lucífugo se detuvo en los penúltimos peldaños y miró a los ojos hacia Odín. El Allfather extendió sus brazos hacia él, plantó sus manos sobre sus hombros, y comenzó a recitar las siguientes palabras ante las miradas estupefactas y pavorosas de todos los espectadores divinos: 

—¡YO, ODÍN BORSON, ANTE EL TESTIMONIO DE LA CÁMARA DE REPRESENTANTES Y DE TODOS LOS ESPECTADORES DE LOS NUEVE REINOS, PROCLAMO A LUCÍFUGO ROFOCALE, REY DEL TOTIUS INFERNUM, COMO PRIMER MINISTRO DE ESTE PARLMAENTO EN REPRESENTACIÓN DEL PANDEMONIUM, QUIENES AHORA HARÁN PARTE DE ESTE SENADO!

—¡LUCIFER! ¡LUCIFER!

Odín quitó sus manos de encima de los hombros de Lucífugo. El Rey del Pandemónium se irguió, se dio la vuelta con un elegante giro, y un pulcro uniforme de congresista se materializó en todo su cuerpo: abrigo blanco sobre sus hombros, chaleco negro abotonado, camisa roja de rayas negras y una corbata blanca. Encaró a los dioses y a las cámaras, sonriendo con el desdén de una victoria que llevaba esperando desde hacía mucho tiempo.



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