Taantrik Nrty
DANZA TÁNTRICA
┏━°⌜ 赤い糸 ⌟°━┓
🄾🄿🄴🄽🄸🄽🄶
https://youtu.be/oc65Wo5w6sU
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https://youtu.be/vuyrrcqbbNw
Reino del Shambhala. Tíbet
Dentro del Complejo de Shangri-La
La milenaria excelsitud labrada en cada delineación arquitectónica del Complejo de Shangri-La dejó en perplejidad maravillada a Kuro Kautama y a Sun Xiang.
La antesala circular les proveía de una magnitud y una latitud que sólo podría hallarse en el palacio de alguna deidad de los Nueve Reinos. De casi veinte metros de alto por cincuenta de largo, Kuro y Xiang se vieron sumergidos en un interior condecorado múltiples plazas circulares con peristilos de bronces, tapizados de color rojo, soportados por arcos apuntados y con sus superficies tallados con figuras de Budas y Bodhisattvas; en las paredes, dentro de hendiduras embebidas a los soportes de pequeños santuarios, se encontraban también estatuas de Dakas, Dakinis y magos blancos milenarios. Las reliquias de oro, plata, bronce y otros metales preciosos estaba desperdigados por todo el suelo, como si el lugar hubiese sido saqueado por bandidos o más bien perturbado por un terremoto, lo que dotaba de la estancia de un aroma de perfumes exótico. Los sonidos motorizados de carácter mágico bisbiseaban por toda la estancia, como espíritus de antiguos guerreros que aún quisieran proteger esta gigantesca estancia.
Recorriendo los senderos que marcaban camino entre aquellos foros circulares, Kuro y Xiang vieron en cada una de las plazas pedestales donde, o bien había estatua de un Buda destruido y hasta vandalizado con marcas demoniacas, o de plano no había estatua alguna. Ambos descubrieron tardíamente en una de las plazas restos de cadáveres momificados de monjes budistas a los pies de estos pedestales. Por todas partes, en la superficie de las escaleras, de pilares, de paredes o de las plazas, se veían marcas de perjudiciales mándalas demoniacos que emitían al aire su energía negativa y su magia tántrica. Y al no haber defensas tántricas protegiendo el interior, atraía a los monstruos de afuera, por lo que Kuro y Xiang veían una gran abundancia de insectiles gigantes y hasta de Daikaijus, monstruos humanoides de todas las formas y colores posibles. Mismos monstruos humanoides que aniquilaron el mundo hace diez años a las órdenes del Rey Kaiju.
—No lo entiendo —murmuró Kautama con un dispositivo dorado en su mano con el cual detectar magia tántrica pura en la sala. Hasta ahora el dispositivo emitía brillo rojo, indicando que solo sentía la energía negativa—. Si se supone que hay defensas afuera, ¿qué es lo que sucede con el interior?
—Yo no supondría eso tan rápido, Shifu —advirtió Drönma, estirando su brazo prostético.
A lo lejos ambos lograron divisar a un solitario Caballero Samvara. A su alrededor había una cúpula dorada con forma de mándala tridimensional que lo protegía de la magia tántrica de los mándalas demoniacos. El Caballero ascendió los peldaños de una plaza circular, y nada más toparse con un ciempiés gigante, esgrimió su espada contra él y lo partió por la mitad. Eso hizo que el resto de los bichos mutantes salieran corriendo y se escabullera dentro de los escombros o de las montañas de reliquias de oro.
—Al menos hay uno que se molesta en defender el palacio —espetó Kuro, y al apuntar el dispositivo dorado hacia el Caballero, este emitió un brillo amarillento.
—Dijiste antes que la magia defensiva del Shambhala solo podía ser activado por un tercero —comentó Xiang—. ¿No crees que haya sido activado por la entrada de estos kaijus? Ya hasta les hicieron madrigueras y todo...
Kuro tornó la cabeza hacia una plaza circular. Sus ojos brillaron al ver algo que le intereso en el pedestal con su estatua de Buda intacto. De salto en salto descendió la escalinata, esquivando en el proceso los luminosos mándalas rojos, y Xiang fue en pos de él. Kautama se detuvo frente al podio, y al remover el denso polvo de un soplido, reveló las inscripciones en sanscrito en la superficie de la cruda y frágil piedra.
—La leyenda dicta que —empezó a hablar Kuro mientras leía la inscripción—, cuando el mundo sea consumido por el mal, el último Rey de Shambhala, Rudra Chakrin, emergerá de las montañas de Kailash para derrocar a las fuerzas antagónicas con un ejército secreto y traer así una nueva Era Dorada para el Budismo Tibetano.
—Supongo que ese Rudra debió costearse un ejército más caro, porque esto... —murmuró Xiang al tiempo que, a lo lejos, observaba como el mismo Caballero Samvara que mató al ciempiés gigante fue decimado al instante por el coletazo de un Daikaiju con forma de hombre-cocodrilo, para después su cabeza se aplastada por el brazo-martillo de otro Daikaiju— Hasta los ejércitos de Superhumanos de esa Tercera Guerra Mundial los habrían derrotado.
—Pero es solo una leyenda —prosiguió Kuro, ignorando el comentario de Xiang—. Los Reyes del Shambhala fueron todos decimados por el Rey de los Dioses Feroces en la Segunda Tribulación. Tras eso el reino fue desintegrado del mundo terrenal, y ocultado bajo la cordillera a unas pocas capas de la Tierra Hueca.
—El mismo lugar de donde vienen todos estos bastardos —Xiang dirigió su mirada de asco a los Daikaijus que rumiaban en la penumbra los pilares, buscando más Caballeros Samvara.
—Pero ahora que está aquí en el mundo terrenal... —Kuro paseó su mirada de escudriñamiento por los últimos renglones del párrafo en sánscrito— Incluso si el ataque masivo de los Kaijus de Mothvers fue de carácter mundial, eso no debió de activar las defensas del Shambhala si no fue con un ataque directo. Pero entonces eso podría explicarse con la existencia de Daikaijus en este sitio... —el Bhiksu apretó los labios, se rascó la cabeza con ganas y empezó a respirar con gran esfuerzo— Piensa, Kuro. Algo se me debe estar escapando...
—Sí que se te está escapando algo, Shifu, mira.
Sun Xiang señaló con su espada una ranura en la parte más baja de la placa donde Kuro leía la inscripción. Dentro, una reluciente piedra preciosa con forma esférica estaba allí incrustada.
—Una piedra Chitanami... —Kuro se acuclilló— La inscripción dijo que, si no recolectamos todas las piedras que hay en este sitio, no podremos pasar a las cavernas del Shambhala. ¡Ya tenemos una, al menos!
Con sendos manotazos alejó a las pequeñas cucarachitas allí arremolinadas. Kuro rodeó los dedos sobre la esfera y, utilizando toda su fuerza física, trato de extraerla... Pero no pudo.
—¿Qué demo...? —Kautama jaló de nuevo, pero la piedra no salió. Trató con ambas manos, pero de nuevo no pudo sacarla. Kuro apoyó sus pies contra el pedestal y, de una salvaje jalada, tiró de la piedra preciosa al tiempo que emitía gruñidos que le sacaron una sonrisa a Xiang—. ¡Vamos, vamos, vamos va...!
Pero los dedos se le resbalaron de la piedra y Kuro cayó al suelo rodando como si no hubiera un mañana. Xiang no pudo contener las risas. El Bhiksu plantó con fuerza sus pies sobre el piso, deteniéndose a unos pocos metros de chocar con la escalinata.
—¿Sabes? —gruñó Kuro, carraspeando mientras se erguía— En vez de reírte como una colegiala japonesa, podrías estar ayudándome.
—¿Honestamente, Shifu? —respondió Xiang, cubriendo sus labios con su prótesis— Necesitaba un momento cómico para relajar mi alma después de mi transformación en Dakini.
—¡Y que esa sea la última vez que te pido ayuda! —Kuro se posó frente a la estatua del Buda y movió sus manos, realizando el Hakini Mudra e invocando por encima de su cabeza un brazo dorado de Bodhisattva— ¡Om Vajra...!
—¡Espere, espere, Shifu! —la princesa tibetana se interpuso en el camino de su maestro, evitando así que Kuro terminase su mantra— Usted dijo que es una Chintanami. Ahí lo decía en la inscripción y todo, ¿cierto?
—Pues sí. ¿Qué, acaso le agarraste gusto? ¿Lo vas a agarrar como adorno para tu palacete?
—Ya quisiera yo tener un palacio propio —Xiang puso cara de arrogante—. Lo que me refiero es que... déjeme intentarlo, ¿sí?
Sun Xiang se dio la vuelta y se acuclilló frente al pedestal, estando a la altura de la piedra precisa. Levantó su prótesis y, con un leve gruñido, convirtió su brazo biónico en un brazo fantasmagórico color rosa chicle, y rodeó sus dedos sobre la piedra preciosa. La princesa cerró los ojos y recitó el siguiente mantra en un bello cántico mientras su brazo ardía en llamas rosadas:
—Om Padma Chintamani Jvala Hüm...
Y después, de un tirón, Xiang jaló la piedra, extrayéndola al instante de la ranura. Kuro Kautama se quedó perplejo, los ojos ensanchados en una mueca agraviada. Xiang se puso de pie y se dirigió hacia su maestro, enseñándole más de cerca el Chintanami. Kuro quedó hipnotizado ante la superficie de nebulosas de colores esmeralda y verde bosque.
—¿Con ese mantra fue suficiente? —inquirió Kuro, mirando a Xiang con el ceño fruncido.
—No sólo con eso —contestó Xiang—. También es el hecho de que el Chintanami solo puede ser manipulado por dos tipos de seres: los que ya han alcanzado la budeidad, o los dioses budistas.
Kuro entrecerró los ojos en una mueca molesta con las mejillas ruborizadas.
—Primer, te aplaudo por haberme vilipendiado con lo de no tener la Iluminación —Kuro hizo un ademán de aplaudir—. Bravo allí.
—Esa no fue mi intención, de hecho —murmuró Xiang, haciendo un puchero.
—Y segundo, ¿acaso me estás insinuando que Brunhilde me puso a cargo de una diosa tibetana? —Kuro se acarició la barbilla y se inclinó, acercándose más a Xiang— Y tú que me dijiste que de princesa solo eras de nombre. Ahora no me digas que tú también me ocultas secretos igual que Gautama...
Se hizo un marcado silencio de incomodidad, solo interrumpido por los murmullos de los mándalas y los rugidos de los Daikaijus. El rostro de Xiang se ensombreció, y cuando su ojo rosado se iluminó para ver a Kuro a la cara, el Bhiksu sintió un leve escalofrío por su espalda.
—Soy una semidiosa —masculló ella, al tiempo que metí la Chitanami en el bolso de Kuro—. Eso es todo lo que sabrá de mí.
Y con paso apurado se alejó de Kuro, empujándolo incluso con su hombro. La princesa tibetana empezó a subir la escalinata ascendiendo de dos en dos, dejando allí de pie a un Kuro con una mueca de molestia.
—Pagándome con mi misma moneda, ¿eh? —bramó entre dientes, encogiéndose de hombros para relajar la tensión en su cuerpo. Allí de pie, caviloso, pensó la respuesta que le dio Xiang sobre su naturaleza. Pronto muchas cosas empezaban a encajar: su transformación en Dakini, su aura divina, su capacidad para poder extraer las Chitanamis...
<<El que Brunhilde me la haya asignado ya me está dejando de parecer pura casualidad...>> Pensó, para después ascender la escalinata de la plaza de un salto y seguir a Drönma.
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2
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Empezó a llover agua negra y torbellinos de cenizas del cielo, pero nada de eso blasfemaría con sucias manchas a la impecable fachada de los Cuarteles del Sindicado Einhenjer.
Cada vez que llovía, los ciudadanos de la Civitas Magna tenían por obligación abrir sus paraguas o activar sus escudos tridimensionales para no ser sólo empapados, sino también recibir quemaduras de tercer o cuarto grado. Los torbellinos de vez en cuando causaban accidentes de coches o de aeronaves, pero por lo general no generaban más allá de pequeñas turbulencias a no ser que se formaran los conocidos "Tornados Negros".
Brunhilde Freyadóttir ascendía por la colosal gradería de más de cincuenta escalones, tan empinada y con soportes cuadrangulares que le hacía parecer como la mitad de una pirámide escalonada. En su mano portaba el mango de un paraguas que cubría su cuerpo completo. Geir Freyadóttir subía dando saltitos adorables; ella también llevaba un paraguas que la protegía de la lluvia. Las hermanas valquirias seguían los pasos de William Germain, quien, utilizando su magia alquímica, invocaba el holograma de un paraguas esmeralda que evaporaba todas las gotas que caían sobre él.
—Hace tanto que Su Majestad Imperial no visitaba mis cuarteles desde su fundación —se expresó William con una sonrisa marrullera en su rostro.
—Y menos mal que esa monarca no era yo —dijo Brunhilde, siguiéndole el juego al Einhenjer francés.
—¡Qué va! —William articuló su brazo en un guasónico gesto de aristócrata francés— Si en todo lo que me lleva conociendo la he llamado Su Majestad Imperial antes que Sa Majesté le Cochon. De ser así ya habría perdido el otro brazo.
Una vena se le hinchó en la sien a Brunhilde. Geir, con la cara en semblante extrañado, miró de reojo a su hermana mayor.
—¿Q-qué fue lo que dijo, Onee-Sama?
—Será mejor que no lo sepas, Geir... —gruñó Brunhilde, sus labios temblorosos por contener la rabia interna.
Las dos hermanas y el Einhenjer francés ascendieron hasta llegar a la cúspide de la escalinata. Al darse la vuelta, Geir pudo ver zepelines y otras aeronaves surcar los aires a pocos metros de ellas, así como murallas que separaban la ciudadela del Valhalla con la del resto de la Civitas Magna y, más allá, ver el horizonte liminal, gris, y urbano de cientos de rascacielos que era la ciudad cosmopolita. Por su parte, Brunhilde se plantó junto a Germain ante los gruesos torreones blancos que constituían la fachada de la muralla del cuartel general de los Einhenjer. En el matacán un par de guardias avistaron la llegada de la Reina Valquiria y el Presidente Sindical, y no dudaron en anunciarlo tocando ambos sendos cuernos semejantes a un Gjallahorn que emitieron sus acompasados alaridos a todo el complejo.
—¿Aún siguen con ese sistema de comunicación? —preguntó Brunhilde.
—Lo que no está roto no lo toques —argumentó William, girando sobre sus talones al tiempo que, tras él, las compuertas y el rastrillo se abrían de par en par—. Además, los cuernos son un símbolo milenario de los Einhenjers desde que su madre fundó a las Valquirias Reales. Algo tan arraigado culturalmente no debería ser exterminado, en mi opinión.
<<Tan fanfarrón y a la vez elocuente...>> Pensó Geir, y eso sinceramente le divertía mucho de él. Le gustaba que William fuese así antes que un obsesionado con el trabajo que era su hermana mayor.
Al abrirse de par en par los portones, William, Brunhilde y Geir se adentraron de lleno en la vasta plazoleta de más de ochenta metros cúbicos que daba la bienvenida a todos los invitados. Al hacerlo bajaron sus paraguas, puesto que ahora estaban siendo protegidos por la cúpula del cuartel. Los senderos adoquinados iban y venían en formas zigzagueantes, y estaban condecorados con palmeras y jardines de césped podado tan vivo con aquel color verde tintado. Ninguna gota o ascua que caía del cielo manchaba este acabado jardín, puesto que la cúpula de fuerza psicoquinética que la protegía estaba encendida las veinticuatro horas del día.
A través de los caminos pavimentados corrían grupos de jóvenes soldados en pantalones militares azul oscuro y camisas blancas todas sudadas; a la par de ellos un instructor, de barbas y cabellos trenzados y rostro tatuado al estilo vikingo, les cantaba himnos motivadores a la vez de salvajes con la gruesa voz de un Berserker. Geir tuvo que esquivar a un séquito de soldados en entrenamiento cuando uno de estos pasó casi que volando por detrás de ella; se tropezó, y William la atrapó con su brazo biónico antes de que cayera.
—Cuidado, Mademoiselle—dijo William al tiempo que la ponía de pie—. Aquí cuando se ponen en modo entrenamiento, no tienen consideración ni por las Valquirias más pequeñas.
—G-gracias, señor William —murmuró Geir, tragando saliva.
—Mientras nos dirigimos a tu oficina, tú cuéntame algo —dijo la Reina Valquiria, viendo a lo lejos la fachada del edificio del Cuartel General con la arquitectura de una tienda militar rectangular similar a un Pretorio Romano. A cada lado se extendían largas edificaciones con forma de pretorios también; sus ventanales, sus pilares dóricos y los mástiles que izaban las banderas de los Einhenjers daban un ambiente de magnificencia a todo este magisterio—. ¿Has pensado sobre mi propuesta de Golpe de Estado?
Aquí William Germain siseó frustrado, como si hubiese escuchado lo último que quería oír de la Reina Valquiria.
—Eso para mí que es un no —dijo Brunhilde, los brazos cruzados.
—Lo hablaremos más en profundidad cuando estemos en mi oficina. Por el momento... —como aprovechando la ocurrencia del momento, William giró la cabeza y se dirigió hacia uno de los jardines que los Einhenjers en potencia utilizaban para entrenar con las Valquirias. Apoyó las manos sobre el parapeto y observó con consternación cómica como una de las Valquirias fulminaba a un joven Einhenjer con dos tajos de sus sables imbuidos en electricidad, para después finiquitarlo con una patada en su vientre— ¡Hey, hey, Thrud! Los quiero entrenados, no parapléjicos. ¿Acaso abusas así de los Einhenjers cuando no estoy aquí?
—¡Hermana Hrist me enseñó que una valquiria debe ser rigurosa a la hora de entrenar a sus Einhenjer! —exclamó la adolescente, apoyando uno de sus sables eléctricos sobre su hombro. De cabello de rizos color rojo-anaranjado, brazos totalmente tatuados con runas azules, y vistiendo con un peto de bronce adherido a una enagua de pieles de oso, Thrud era unos años menor que Geir, pero ya tenía fuerza como parar competir con los Einhenjer más fuertes.
—Y tú aún sigues en entrenamiento para ser valquiria, Mademoiselle. Y esa es otra... —William dirigió su mirada hacia la segunda valquiria que, atacando a cuatro Einhenjers al unísono como si de una Berserker se tratara, los fulminó con sendos manotazos que los mandó a todos al suelo— ¡HRIST! ¡¿Cuántas veces te tengo que decir que tu segunda personalidad solo la puedes sacar con los BERSERKERS?! ¡Vas a dejar es traumados a los pobres muchachos! —y William señaló con su brazo biónico a los asustadizos jóvenes que reptaban por el césped para alejarse de la alocada valquiria.
—Mis disculpas, señor William —se disculpó Hrist, cambiando al instante de una salvaje mujer a una sumisa chica que hizo una reverencia hacia él. Vistiendo a la victoriana con un gorro marinero en su cabeza, una larga capa blanca con encajes de renglones azules, un corsé de escote con forma de conchas marinas, rodilleras y pantimedias que se adherían a sus zapatillas—. No sé qué me pasa últimamente que... cada vez me es difícil controlarme.
—¿Alguna vezescuchaste de los antipsicóticos? —William apuntó a su cabeza con un dedoprostético. Hrist se sonrojó de la vergüenza del comentario— Eso pensé. Bueno,las dejaré que sigan —hizo un ademán de volver a caminar, pero justo se detuvo,se volvió hacia ellas y las señaló con un brazo estirado para decirles una cosamás
William, sonriente, le dio unas palmaditas al parapeto para después reavivar la marcha hacia el edificio principal. Brunhilde y Geir lo siguieron, y esta última dio una mirada por encima de su hombro a la Valquiria Thrud esgrimiendo con maestría sus gruesos sables.
—La Hermana Thrud ha crecido mucho desde la última vez que la vi —comentó, el rostro asombrado.
—Ese vástago de Thor ha conseguido muchos logros en su entrenamiento como Valquiria —admitió William—. Será una candidata excelsa para ser una Valquiria Real. ¿Te imaginas, Majestad? ¡Un Völundr con una Valquiria que es capaz de manejar el Mjölnir!
Brunhilde no respondió. Se quedó en silencio y de brazos cruzados mientras seguían avanzando hasta adentrarse en el interior del cuartel.
Dentro de las galerías del Cuartel, William y las hermanas Valquirias caminaron por anchos senderos de suelo adoquinado con formas de mesa de ajedrez (algunas de las los teniendo figuras de piezas de caballos y soldados). Aquellos pasillos estaban atestados de hombres y mujeres que charlaban de cuestiones y dilemas acerca de los barracones de los demonios que se iban a atestar en la ciudad. Todos ellos vestían con uniformes militares de color azul oscuro, condecorados con insignias que los denotaban como oficiales de alto rango tanto del Sindicato como de la Guardia Pretoriana del Jefe de Pretorio, Cornelio.
—Hablando de Cornelio —comentó Brunhilde de repente, agitando sus dedos cerca de su cabeza como queriendo hacer memoria—, casi se me olvida preguntar. ¿Cómo le está yendo con la guardia de la ciudad? Hace una semana que tuvimos esa reunión y los demonios del Pandemonium están llegando en oleadas como si fueran refugiados de Midgar.
—A decir verdad, Majestad —contestó William, girando hacia la derecha y empezando a subir anchas escalinatas por donde también subían y bajaban oficiales y Guardias Pretorianos que, nada más cruzarse con ellos, los congratulaban con saludos militares y reverencias monárquicas—, se lo pusiste bien difícil a Publio con eso de no darle ni un céntimo del erario militar.
—Eso es lo de menos. Ese erario ira para las Valquirias en entrenamiento, no para los perros de la ciudad a los que entrenara para ser guardias de la ciudad. Eso Cornelio lo sabía desde antes que se anunciara la llegada del Pandemónium.
<<Y luego decía que no haría nada para cabrear a los soldados>> Pensó Geir, mirándola desde atrás con ojos de obviedad.
—Pues sin estipendio es difícil hacer reclutamiento —William alzó sus hombros—, y Smith está todo concentrado en el financiamiento de los Torneos Pandemonicos para entretener a los diablillos.
—No pongas quejas en nombre suyo, William —Brunhilde espetó sus palabras con los dientes chirriantes—. Ve al punto. ¿Cómo le está yendo?
<<Carajo, cada se pone más difícil que rey francés de la Dinastía Borbónica>> Pensó William, arreglándose un mechón dorado y entrecerrando los ojos en un semblante de molestia sutil. <<Normal que Cornelio le tenga tanta tirria>>
Y mientras terminaba de ascender las escaleras y girar hacia la izquierda para seguir su camino por un nuevo pasillo, respondió:
—Lo último que me dijo es que consiguió reclutar a Sirius que le facilitará mucho la tarea.
—¡Oh! —Geir dio un saltito de emoción y camino hasta ponerse al lado de William— ¿Te refieres a mi Onii-San?
—El mismo nacido de las estrellas, Mademoiselle —William le dio una palmadita en la espalda a Geir.
—Maldita seas, ¡le dije a Cornelio que no utilizara a uno de los Einhenjers Electivos! —exclamó Brunhilde.
—Tú lo obligaste a tomar esta decisión, Brunhilde —le reprochó William, alzando de nuevo los hombros—. Lo limitaste demasiado, y Cornelio, como buen general romano que es, opto por las opciones más versátiles.
—¿Yo lo limite? —Brunhilde se apuntó al pecho con un dedo entrecerró los ojos en un semblante de mucho descaro.
—Además, ¿cómo le vas a tener poca estima a Sirius sabiendo que él puede hacer multitareas? ¡Puede ser tanto Subjefe del Pretorio de la ciudad como Legendarium Einhenjer! El hombre es capaz igual que yo, y tú lo sabes.
—¡Es verdad, Hilde-Sama! —Geir se acercó a Brunhilde, la tomó de las manos y la miró a los ojos— Ten confianza en él. Sirius Onii-San nunca nos ha fallado, y nunca lo hará.
Tras un breve silencio de poco más de unos cinco segundos, Brunhilde ladeó la cabeza al principio en negación, pero después suspiró y se encogió de hombros.
—No queda de otra, pues.
—¡Yei! —Geir dio un saltito adorable.
—Si sabes que eso significa que lo verás incluso menos, ¿verdad, Geir?
—Oh... es verdad —la cara de Geir se ensombreció al instante, y eso hizo que William pegara una breve risotada.
Tras recomponerse del comentario de su hermana, Geir prestó atención al pasillo por donde caminaba y quedó totalmente maravillada ante el aire de grandeza que era ver los uniformes e insignias de los oficiales que caminaban por aquí. También escudriñó los recuadros que condecoraban la pared de un estrecho pasillo iluminado por lámparas alquímicas; en aquel pasadizo, esos cuadros se conmemoraba la memoria de los Einhenjer más valerosos que murieron hace cien años, en la Segunda Tribulación del Rey Demonio. Antes de llegar a las compuertas que daban al despacho de William, Geir diviso las ilustraciones de Einhenjers como Lu Bu Housen, Qin Shi Huang, Aureliano, Eric Hartman o William Wallace.
—Geir, ¿podrías hacerme un favor? —le dijo Germain de repente. Estiró su brazo biomecánico y, a través de un portal alquímico, hizo aparecer una pila de documentos en su mano metálica— Llévale esta documentación al equipo del Diario del Einhenjer para anunciar toda la Civitas Magna sobre la lista de los Legendarium Einhenjer.
—Aaahhh —Geir hizo un puchero— ¿no podría hacerlo más tarde...?
—Haz lo que el hombre te dice —le ordenó Brunhilde, y al instante de decirlo William colocó sobre las manos de Geir aquel montículo de papeles—. Además, esta reunión tiene que hacerse a puertas cerradas.
—Bien, bien. Te veo luego, Hilde-Sama.
Geir anadeó por el pasillo, teniendo cuidado de no perder equilibrio a causa del peso de los papeles, y desapareció bajando las escaleras.
—Majestad —William realizó un ademán de caballero al abrir la puerta y permitirle el paso a la Reina Valquiria. Brunhilde entró, caminó por el sendero alfombrado de la pulcra sala de estilo barroco y se acomodó en la silla con forma cónica. William por su parte se sentó frente a su escritorio, reposando sobre la espaldera de su sillón negro—. Aquí estamos, finalmente.
—Dejemos a un lado las introducciones, las copas y demás —promulgó Brunhilde, sagaz y gélida, la mirada igual de afilada que su postura sentada—. Directo al grano. El asalto a la Conferencia de Udr dentro de una semana.
<<Ni siquiera a una tacita de café invita>> Pensó William, la presión en su pecho al escuchar la forma tan espontánea con la cual habló ella.
—Me asumo que utiliza el término "asalto" en el sentido que creo que le está dando... —murmuró William, paseando sus dedos metálicos sobre la superficie de la mesa.
—No hay segundos términos que apliquen en esta conversación —respondió Brunhilde—. Lo que vamos a hacer es un golpe de estado, no una de esas galardonadas interrupciones a las Conferencias del Valhalla que le gustaba tanto a mi madre Freyja.
—Su Majestad, Freyja jamás ha hecho en toda su historia como monarca lo que usted está a punto de hacer. ¿Ha tomado en consideración las consecuencias que traería este acto?
—Tú mejor que nadie sabe la respuesta, William.
Germain esbozó una sonrisa y se mordió el labio inferior.
—Ah, sí —masculló—. Porque soy el prócer del grupo, uno de los tantos lideres de la Revolución Francesa y quien dirigió junto a Napoleón el Dieciocho de Brumario.
—Ahí está —Brunhilde chasqueó los dedos y señaló a William como queriendo apuntar a sus palabras.
—Majestad, mi golpe de estado lo que buscaba era instaurar un nuevo gobierno luego del fiasco del Directorio —William se detuvo unos segundos en busca de formular las palabras correcta—. Aún sigo sin saber exactamente lo que tú buscas con tu Revolución.
—¿Quién te habla de Revolución? —Brunhilde agitó la cabeza de lado a lado. Aquellas palabras resonaron en la mente de Germain, poniéndolo pensativo—. Lo que te propongo, William, es bastante más arriesgado, pero es jugable. Me baso en dos cosas —Brunhilde alzó un dedo—. La primera, la aversión de toda la humanidad reunida en la Civitas a sabiendas que todos, sin excepción, serán eliminados por los dioses. Hice que corriera el rumor para crear efecto colateral —alzó un segundo dedo—. Y la segunda, que, para esta humanidad, tú eres un héroe de guerra. Tanto por tus Revoluciones Francesas como tus luchas en la Segunda Tribulación.
—¿Vas a derrocar a los dioses? —William se masajeó el mentón con su mano prostética.
—En el ring lo haremos. Eres uno de los hombres a los que el pueblo quiere que salves, William. Nunca has intrigado, siempre has sido leal a tus principios.
—No hasta que fui traicionado por los Bonaparte —William endureció su rostro—. Eso y sin contar la brutalidad con la cual despeche a mis enemigos durante la guerra.
—Eso es agua bajo el puente. ¿Acaso quieres volver a sucumbir en la Maldición del Lemegetón y volverte un desquiciado inquisidor como lo eras en ese entonces?
William movió su mandíbula de izquierda a derecha. Respiró hondo y exhaló, relajando las palpitaciones de su corazón.
—No.
—Eso pensé. Bastará con persuadir a las deidades que estarán de nuestro lado en la decisión de no extinguir a la humanidad, y presionar a los dioses de la Conferencia para que acepten la propuesta del Torneo del Ragnarök.
—Podría funcionar —William volvió a acariciarse la barbilla con su mano metálica—. Si hacemos que la Guardia Pretoriana aislé a los dioses, y después los presionamos con una demostración de poder de parte de los Legendarium, todo ello sin causar un amotinamiento generan en la capital... —el prócer asintió la cabeza— Sí... podría funcionar.
—Entonces apruebas mi proyecto.
—Lo que tú llamas públicamente a la gente como "un proyecto", Su Majestad —William Germain apoyó ambos brazos sobre la mesa—, es el Golpe de Estado más arriesgado que haya hecho en toda mi vida. Si fracasa, nos espera la cárcel, o peor aún, un castigo de eterna tortura. ¿Estás segura de que tienes todos los preparativos? Que yo sepa un golpe de estado así se tiene que estar preparando por semanas, meses, sino es que años.
—Eso es lo que he hecho con los Legendarium Einhenjer —Brunhilde se reincorporó de la silla y puso sus manos enguantadas en la mesa—. Incluso mi madre lleva abogando este proyecto en épocas antes de cristo. Yo estoy siguiendo su legado, su idea de derrocar a los dioses y liberar a la humanidad del yugo divino.
—Y después de eso, ¿qué? ¿Gobernarás tú a la humanidad?
—Concentrémonos únicamente en el presente, William Germain.
El silencio reinó en el despacho del prócer. El Presidente Sindical volvió a respirar y exhalar hondamente. Se encogió de hombros y también se puso de pie.
—¿Qué Einhenjer tienes pensado llevar a la Conferencia?
—Seis de ustedes, incluyéndote —Brunhilde chirrió los dientes—. Es por eso que te dije que Cornelio no debía inmiscuir a Sirius. Ahora quién sabe si él estará ocupado o...
—Yo nunca estoy ocupado para eventos de esta magnitud, Brunhilde.
Una resonante voz, relampagueante como la de una deidad allegada, resonó en toda la sala. Viniendo de las penumbras de las cortinas que estaban cerca de una puerta semiabierta, Brunhilde y William giraron sus cabezas hacia la sombra de un hombre oculto bajo las cortinas. El telón fue abatido por un soplido de viento filtrándose por la ventana, revelando su bufanda anaranjada, su fornido brazo y un guantelete dorado que relució con sus rayos solares toda la estancia.
William ensanchó los ojos, la mueca sorprendida. Brunhilde por su parte se cruzó de brazos y sonrió con vanidad. el Einhenjer, oculto bajo las sombras, tensionó el brazo izquierdo donde portaba el guantelete. La pieza brilló, y encima de su palma apareció de un chasquido mágico una lanza dorada con un estandarte rojo colgando de su punta, mostrando el símbolo del sol de Helios.
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https://youtu.be/6mwkyH1aUU8
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷
Reino del Shambhala. Tíbet
Dentro del Complejo de Shangri-La
Eran en total unas doce gemas de Chitanamis los que tenían que recolectar para poder abrir los portones y adentrarse en las grutas de Shambhala. Doce de ellas, desperdigadas a lo largo y ancho de los templos, las plazas y las salas de rezo del Palacio de Shangri-La.
Lo que más le era difícil concebir a Kuro era el hecho de que, de no estar Xiang con él, jamás habría podido adentrarse en las cavernas. Mientras que ella buscaba por su cuenta, él fue directo a los portones que impedían el paso a las grutas. Trató de destruirla con una de sus patadas destructora de materia, pero la magia tántrica que defendía el portón impedía que su magia surtiera. Después intentó con todo su arsenal de su Bodhisattva Vajrapani, y ni siquiera con su habilidad más poderosa consiguió hacerles un rasguño a las compuertas. Es más, eso solo atrajo la atención de algunos Daikaijus.
—Pues deje de intentarlo, Shifu —dijo Xiang, extrayendo una piedra Chitanami de un pedestal mientras que, detrás de ella, Kuro se defendía con sus antebrazos de los veloces latigazos de un Daikaiju humanoide con armazón de osteodermos color bermejo—. Si solo puede atravesar a las grutas con los Chitanamis, y solo yo puedo conseguírtelas, entonces debes cooperar conmigo.
Kuro atrapó los dos látigos del Daikaiju e, invocando los brazos de su Bodhisattva de sendos portales dorados, cortó los brazos del monstruo de dos sendos manotazos. La bestia insectil despidió un alarido espantoso, para último recibir de lleno una patada voladora de Kuro en su peto. El Daikaiju calló de repente, y su cuerpo se resquebrajó en grietas doradas para después explotar en millones de partículas amarillas.
—Es solo que no puedo dejar de darle vueltas —dijo Kuro, cayendo de pie en el suelo. Xiang ascendió el último peldaño de la plaza y se colocó a su lado—. ¿Acaso Brunhilde sabía que iba a fugarme al Shambhala contigo?
—Supongo que es casualidad —dijo Xiang, guardando el quinto Chitanami en el bolso de Kautama.
—¡No, no es casualidad! —espetó Kuro, el ceño fruncido—. ¿Acaso ella está tramando algo? ¿Me está tendiendo una trampa?
—¿Eres siempre así de paranoico, Shifu? —Xiang enarcó las cejas, poniendo una cara de preocupación genuina.
Al darse cuenta de que estaba pensando en voz alta, Kuro, con las mejillas ruborizadas, carraspeó fuertemente y se volvió sobre sus talones.
—Olvida lo que dije. Sigamos.
—Como tú digas, Shifu.
Incluso recorriendo largas distancias con impulsos que iban más rápidos que la motocicleta más veloz, Kuro y Xiang no veían un final para esta inmensa antesala. Como si fuera un espacio liminal infinito y masivo, las plazas con los pedestales con o sin estatuas de Budas no acababa nunca. Parecía medir cientos de miles de hectáreas, más masivo todos los estadios de futbol del mundo puestos juntos. Tampoco parecía terminar la presencia de incontables Daikaijus y de Caballeros Samvara, la mayoría de las veces viéndolos pelear entre sí con una brutalidad masiva, llegando incluso a aplastar las reliquias de oro y las incrustaciones de gemas.
A medida que iban recolectando las Chitanamis, Kuro se percató de algo extraño en algunos de los Daikaijus que poblaban esta antesala. Cuando estaban recolectando la décima Chitanami, uno de estos monstruos se les apareció cayendo del techo repentinamente, torciéndole el cuello a un Caballero Samvara mientras caía. La bestia de piernas convertidas en astas llenas de puas, brazos fornidos llenos de pelaje negro, torso de armazón negro y una cabeza con forma de casco corintio, emitía un aura maligna que Kuro no tardó en reconocer como magia tántrica demoniaca.
El Daikaiju se movió erráticamente, realizando una voltereta hacia atrás a la vez que disparaba tornados de color carmesí contra ellos. Kuro se protegió y a Xiang también utilizando las palmas del Bodhisattva como escudo; Drönma se abalanzó de inmediato hacia el pedestal para tomar la Chitanami. El Daikaiju vio esto, y se zambulló a toda velocidad al aire, disparando en el proceso otros dos torbellinos escarlatas.
Los tornados fueron suprimidos por una enorme palma dorada que justo aparecieron encima de la cabeza de Xiang. Kuro, moviendo sus brazos al mismo tiempo que recitaba el mantra de Vajrapani, impactó sus palmas con tanta fuerza que emitieron un eco resonante. Las palmas del Bodhisattva copiaron sus movimientos, dando un poderosísimo aplaudido que hizo retumbar toda la estancia con la misma fuerza que lo haría un terremoto. Cuando las palmas se separaron, el único rastro del Daikaiju eran algunas partículas de magia negra que pulularon y se extinguieron en el aire.
—Esto es extraño —comentó Kuro al tiempo que Xiang se colocaba al lado suyo con Chitanami en mano—. ¿Cómo es posible que estos Kaijus tengan magia tántrica? ¿Tendrá que ver acaso con estos mándalas? —y miró hacia abajo, topándose con los dedos de su pie desnudo a punto de rozar con uno de los mándalas. Al instante se alejó de un salto.
—Maddiux nos dijo que era probable encontrarnos con Kaijus en el Shambhala —explicó Xiang, metiendo la gema esférica en el bolso de Kuro—. Debido a la separación de los continentes por el Holocausto Kaiju, ahora abundan entradas al Mundo Oculto y a la Tierra Hueca —Drönma le dio tres pisotones con la punta de su tacón al piso—. Es probable que el Shambhala se haya vuelto una esas entradas. No sería extraño vincular a los Kaijus con los mándalas sabiendo que Maddiux tiene registros de cruce entre Kaijus y demonios en los Nueve Reinos.
—Ese hombretón sabe tanto de Kaijus como yo de Dioses Feroces —dijo Kuro, esbozando una sonrisa dentada. Se dio la vuelta con lentitud, cerró los ojos y se quedó en silencio, oyendo los bisbiseos mágicos de los mándalas y el refunfuñar lejano de estos saurios en la penumbra—. Solo espero que no nos sean de un gran problema en nuestro camino hacia las cavernas.
—No hace falta pedir más ayuda, Shifu. Incluso Maddiux cubre nuestras espaldas de la cólera de Brunhilde.
<<Si es que en verdad ella no sabe de esto...>> Pensó Kuro, dedicando una última mirada de desconfianza a Xiang para después impulsarse velozmente hacia la penumbra.
Rodearon la pendiente de un montículo de copas, jarrones, bandejas y otros abalorios hechos de oro y con incrustaciones de gemas, alcanzando la plaza con el pedestal del décimo Chitanami. En todo este proceso de búsqueda y recolección, Kuro supo, gracias a lo que Xiang le dijo sobre su naturaleza divina, que ella era capaz de sentir esas vibraciones de chakra que solo los dioses budistas o los Bodhisattva podían percibir. De no haberla tenido a su lado, su búsqueda por estas piedras preciosas habría sido eterna.
Extrajeron la Chitanami del pedestal y este se desmoronó en el proceso a causa de su derruida piedra, tomando por sorpresa a Kuro y Xiang. El dúo intercambió miradas para después impulsarse a toda velocidad fuera de la plaza.
Las últimas dos Chitanamis fueron un desafío para el dúo: la primera estaba incrustada en el pedestal, pero este estaba sumergido en agua ardiente donde varios Kaijins (diferenciándose de los Daikaijus por medir más de veinte metros de alto y/o largo) con formas de tiburones martillos lo estaban esperando. Kuro Kautama y Sun Xiang se sumergieron con gran osadía, y con esa misma valía se enfrentaron a los Kaijins. Y mientras que Kuro distraía a los enormes monstruos con los brazos de su Bodhisattva, Xiang, convertida en Dakini, le propinó una patada al Kaijin que tenía en frente, torciéndole el cuello en el proceso, al tiempo que desenterraba la Chitanami del pedestal.
Kuro y Xiang salieron de aquella mortal piscina siendo ascendidos por un brazo de Bodhisattva.
La segunda y última Chitanami la encontraron en lo alto de un pilar, este embutido entre la jalea tóxica y ácida de una colmena de Daikaijus con forma de avispas. La estrategia fue más sencilla aquí: Kuro Kautama, haciendo uso constante de su Bijuli Nirmata, fulminaría y distraería a los Daikaijus disparando sin parar sus rayos divinos, al tiempo que Xiang, sigilosa en su forma Dakini, treparía por las lianas gelatinosas de la colmena hasta alcanzar la Chitanami. Pero justo cuando iba a recolectarla, del hoyo negro emergió una rapaz aguja negra que Xiang pudo esquivar por los pelos, llevándose una cortada superficial en su vientre.
Kuro se horrorizó al ver cómo, de aquel hoyo, emergía una Kaijin avispa con su cuerpo totalmente recubierto de pinzas y agujas negras. El Bhiksu fue al instante a su rescate; Xiang se defendió como pudo de los proyectiles de magia tántrica que la reina avispa le disparó de sus múltiples agujas, pero se llevó varios moretones sangrantes en el proceso. Kuro apartó a Drönma con un fuerte empuje de su hombro, para después invocar un escudo de brazos Bodhisattvas que lo protegió de los proyectiles tántricos.
La reina avispa despidió un alarido estridente y abalanzó su aguja negra hacia los brazos dorados. Pero justo cuando esta chocó con ellos, los brazos estallaron en explosiones de luz, liberando ondas expansivas que la alejaron y la dejaron vulnerable. Kuro, con los ojos encandilados de determinación, se impulsó directo hacia la Kaijin. Sus brazos se convirtieron en brazos dorados de Bodhisattvas, y a una vertiginosa velocidad se convirtieron en masivos borrones amarillos que golpearon los más de veinticinco metros de armazón de la reina avispa al potente grito de su habilidad:
—¡¡¡TRAIAS-TRIMSA-PATI!!!
El torbellino de puñetazos acabó en menos de cinco segundos. Tras eso, la reina avispa se quedó tiesa en el aire, para después su cuerpo estallar en miles de pedazos dorados que se esfumaron en el espacio antes de entrar en contacto con el suelo. Kuro Kautama cayó de pie sobre el suelo, sus brazos volviendo a la normalidad.
—Xia ¿dónde estás? —exclamó Kuro, mirando hacia ambos lados.
—¡Por aquí, Shifu!
Kuro fue directo hasta el pilar que aplastaba a Drönma. De una patada la convirtió en motas de polvo dorada, y ayudó a Xiang a reincorporarse. La chica tenía la piedra Chitanami en su mano.
—¿Estás bien? —le dijo Kuro, apoyando la mano de Drönma sobre su hombro para ayudarla a caminar.
—S-sí, Shifu... —Xiang bajó la mirada y vio la herida sangrante en su vientre. El surco rojo estaba cerrándose de a poco— Estas heridas no son nada, no se preocupe.
Al darse cuenta de lo que estaba diciendo, Kuro frunció el ceño y chirrió los dientes. Le quitó a Xiang la piedra Chitanami de su mano y se la guardó en su bolso.
—Hablaba de la Chitanami, no de ti —gruñó en su intento de parecer desconsiderado. Se dio la vuelta y reavivó su marcha por el sendero dorado.
<<Nuevamente, Shifu Tsundere>> Pensó Xiang, ladeando la cabeza en un gesto de decepción, pero sin borrar la sonrisa de victoria que era el haber presenciado por primera vez los sentimientos genuinos de Kuro.
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4
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El dúo regresó hacia las enormes compuertas que obstruían el camino a las grutas. Frente a ellos, las doce ranuras donde debían poner las Chitanamis los esperaban. Cada uno agarró un grupo de seis de ellas, y mientras las iban incrustando en los agujeros esféricos, tanto Kuro como Xiang iban leyendo mantras e interpretando mándalas que simbolizaban muchos hitos en la historia del Budismo Vajrayana, gloria del Buda Gautama en el Tíbet, la victoria de Milarepa sobre el mago Naro-Bonchung o la canonización de probablemente la primera y única mujer Buda de la historia: Yeshe Tsogyal.
Al colocar Kuro la última Chitanami, los surcos que recorrían la superficie de los portones se iluminaron con un maravilloso celeste neón. Emitiendo sonidos parecidos a flamas, aquellas luces resplandecieron los mándalas y los textos tántricos que estaban centrados en la mitad de ambas puertas. El murmullo mágico de las puertas reverberó como un tímido coro, y al cabo de veinte segundos... no pasó nada.
—¿Qué sucede? —preguntó Kuro— ¿Por qué no abre?
—El Reino de Shambhala tenía gran aprecio por las Yoguinis y las Dakinis, según leía el sánscrito de la puerta —explicó Xiang, señalando una parte de los mándalas donde se simbolizaba a una sensual diosa tibetana realizando una pose—. Según dice el sánscrito de la puerta, estas solo pueden ser abiertas si se realiza un Yogatantra y un Dharani.
—¿Yoga tántrico? —Kuro se cruzó de brazos— Bueno, eso no suena tan difí...
—Solo que hay que recitar el Hevajra Tantra, y para eso un Yogi y una Yoguini deben realizar la danza tántrica para imitar al yidam Hevajra y su esposa Nairatmya.
<<Yo y mi boca grande>> Pensó Kuro, chirriando los dientes, cerrando los ojos y ruborizándose.
—Vale, ¿y cómo hacemos eso, princesita? —gruñó el Bhiksu, la vena hinchándose en su sien.
—Tú solo sigue mis pasos, Shifu —Drönma agarró a Kuro de su mano sin previo aviso y lo jaló hacia un perímetro con forma de cuadrado. Nada más entrar, los ángulos del área fueron iluminados por sendas verjas de plasma morada, atrapando tanto a Kuro como a Xiang en una celda de veinte metros cúbicos.
Frente a ellos un remolino de partículas blancas revoloteó con tal rapidez que emitió vientos que empujaron a Kuro y Drönma. Al bajar sus brazos y ver lo que ante ellos se manifestó, quedaron mudos: los hologramas de las figuras humanoides de Hevajra y Nairatmya en sus ropas hindúes místicas, como dos Djines que acabaran de ser liberados, observando al mortal y a la semidiosa con ojos de desafío. El instinto de Kuro lo hizo separarse de Drönma y levantar los brazos, expectante de cualquier tipo de ataque venir de ellos.
Pero ignorante de él, puesto que Hevajra y Nairatmya lo que hicieron fue tomarse de las manos, mover sus pies de forma danzarín y colocarse en una provocativa pose, en donde Hevajra arrejuntó sus caderas contra Nairatmya, sus manos paseándose por su espalda, y sus ojos mirando fijamente a su esposa.
Kuro se quedó totalmente pálido y boquiabierto. Bajó los brazos y entrecerró los ojos.
—¿Ah...?
Drönma lo volvió a agarrar de su mano y, con un repentino giro versátil, hizo que ambos se colocaran en la misma posición que los dioses: sus caderas pegadas la una de la otra, y las manos de Kuro sobre la espalda desnuda de Xiang. Las mejillas de Kautama se pusieron rojas como tomates, y la expresión de su rostro se deformó en una mueca irritable.
—Esto no es una batalla a muerte, Shifu —le espetó Xiang, el rostro serio y determinado. Los dos yidams se movieron como aire que fluye, sus caderas sin separarse en todo momento. Tras eso ahora Hevajra quedó detrás de Nairatmya, sus manos sobre su cintura, y las de ella sobre su cuello, sus rostros cerca el uno del otro—. De esto se trata el Yogatantra...
Xiang bailó a Kuro con la fluidez de una danzarina experimentada, imitando exactamente los movimientos de pies y brazos de los dioses hasta quedar en la misma posición que ellos. Xiang y Kuro quedaron con sus rostros cerca, sintiendo así la respiración mutua. Kuro, con el cuerpo totalmente tembloroso, tuvo el deseo indecible de separarse y acabar con esta desvergonzada actividad, pero pensó rápido: si estropeaba esto, entonces complicaría más las cosas para abrir los portones.
—Se trata de la belleza y el placer sexual entre hombres y mujeres... —murmuró Drönma, su dulce aliento embelesando a Kuro y motivando a enterrar toda la frustración y confusión que sentía en el momento para así proseguir con esta barbarie blasfemica.
<<Anusha me mataría si estuviera aquí para ver esto...>> Pensó Kuro, dando una rápida exhalada y abriendo los ojos de par en par.
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷
Como si de una discoteca se tratase, alrededor de los dioses tántricos aparecieron los hologramas rosados de distintos Dakas y Dakinis, emitiendo rayos lumínicos que se movían en zigzagueos y serpenteos por todo el cuadrilátero. Música tántrica comenzó a vibrar por las paredes y el suelo, a un ritmo acelerado al tiempo que cantaba el mantra de Hevajra. Cada de los Dakas y Dakinis, emparejados entre sí, fueron los que empezaron la siguiente tanda de movimientos. Y Kuro y Drönma, sintiendo sus almas sincronizarse al ritmo de la música y el calor de la piel contra piel, comenzaron a danzar.
Hevajra y Nairatmya, tomados de las manos, comenzaron a dar vueltas y vueltas, moviendo sus piernas de tal forma que siempre hacían contacto físico. Kuro, determinado en acabar con este baile del demonio, siguió con gran precisión los pasos de los dioses yidam; bailó con Xiang de tal forma que sus entrepienras siempre rozan con las de ella. El dúo yidam dio un veloz giro y Hevajra, agarrando los brazos de su esposa, los estiró hacia arriba para exponer sus pechos y su vientre; los dakas y las dakinis simularon por completo sus movimientos y Kuro, con un rostro de asco cómico, imitó las caricias que hacía Hevajra y masajeó los pechos y el vientre desnudo de Xiang; la princesa tibetana soltó un leve gemido al recibir las caricias.
El dúo yidam se desplazó zigzagueantemente en el aire, torciendo sus pies de izquierda a derecha y sus serpentinos vientres besándose por cada zancada. El dúo de mortales, aunque de forma torpe por la vergüenza de Kuro, repitió la coreografía, haciendo que en más de una ocasión sus manos se pasearan por la espalda y el pecho del otro (Kuro apenas podía aguantar los musicales gimoteos que hacía Xiang cada vez que la tocaba. ¿Acaso lo hacía a propósito?). Hevajra agarró a su consorte de las caderas y la alzó al aire, haciendo que esta extendiera sus brazos como si fueran alas. Kuro hizo lo mismo con Xiang, y desde abajo no solo pudo ver sus pronunciadas tetas, sino también una sonrisa liberadora dibujada en su rostro.
Se hizo el silencio. Las luces se apagaron, pero los hologramas de los dioses no desaparecieron. Kuro bajó a Xiang y se quedó observando al dúo yidam con nerviosismo.
—Dime por favor que acabó... —murmuró Kuro entre jadeos— Dime que acabó, dime que acabó, dime que acabó, dime que acabó, dime que...
De repente los ojos de Nairatmya se encendieron en un resplandor rojo intenso. Su boca se abrió, revelando terribles fauces al tiempo que despedía un potente alarido:
—¡RRRRRRRRAAAAAAAAAHHHHHHH!
<<¡¡¡CARAJOOOOOOOO!!!>> Gritó la mente de Kuro hundido en la más profunda y verdulera desgracia.
Y como un tornado explosivo que libera toda la sensualidad reprimida, Nairatmya envolvió el cuello de su marido con sus piernas y realizó danzadores giros alrededor de su cabeza hasta tirar a la deidad al piso y colocarse encima de él, sus vientres haciendo contacto. Kuro gritó varias veces "¡No!", pero fue en vano; Xiang saltó sobre él, envolvió sus largas piernas sobre su cuello y giró velozmente para después lanzarlo al suelo y se sentó encima de él, arrejuntando su vientre contra los pectorales de Kuro, transmitiéndole toda su energía femenina.
Nairatmya se colocó de espaldas sobre su marido, enredando sus piernas con las de él. Hevajra masajeó los muslos y el vientre de su consorte, para después someterla agarrándola firmemente, poniéndola bocabajo con él encima de ella, por último, reincorporándose ambos del suelo.
<<Y aquí es donde muere mi dignidad>> Pensó Kuro, embobado por lo que estaba viendo y por lo que estaba replicando al mismo tiempo. Xiang se colocó de espaldas sobre él como una gata, y después Kuro, mordiéndose con fuerza el labio para aguantar la vergüenza, masajeó sus piernas y su estómago, la puso contra el suelo como un macho dominante y, apuradamente y de un salto, la reincorporó del piso.
—S-Shifu... —gimoteó Xiang, las mejillas ruborizadas, sus manos tomándolo de las mejillas.
—Cállate, cállate —maldijo Kautama, chirriando los dientes y agarrándola de los hombres—. No hagas esto más difícil de lo que ya es...
<<Y eso sonó igual de mal. ¡ME CAGO EN TODO YA!>>
Nairatmya, con los ojos radiantes mientras era abrazada y querida por su marido, emitió de sus fauces una entonada en nepalí que acompasó al ritmo de la música con un exótico eco divino:
—¡Yo baila-ré-ré con mis manos-nos sobre mi cabeza-za-za como Buda dijo que baila-ré-ré con mis manos-nos sobre mi cabe-za-za...!
Y al mismo tiempo que ella cantaba, el dúo yidam avanzó de izquierda a derecha como una danza de tango, con Hevajra detrás de Nairatmya agarrándola de las muñecas; las dakas y dakinis alrededor de toda la discoteca imaginaria simularon su erótica danza, al tiempo que exclamaban "Danzaré" en nepalí. Kuro y Xiang los imitaron a la perfección. Tras eso, el matrimonio divino se separó pero solo por unos segundos, pues Nairatmya comenzó a dar giros alrededor de Hevajra como una prostituta divina, con sus manos sobre su nuca y sus caderas contoneándose de izquierda a derecha.
<<¡Oh, eso ya es DEGENERADO!>> Maldijo Kuro en su mente, apretando la mandíbula, su pecho siendo agitado por el sudor y los latidos vehementes de su corazón.
La pasión se sentía en el aire, siendo distribuida a través de los rayos lumínicos que emitían los dioses tibetanos, titilando y brillando con intensidades constantes. Centellas con formas de mándalas pulularon a gran velocidad por el cuadrilátero, y mientras que Sun Xiang bailaba a su alrededor, dando vueltas mientras contoneaba sus caderas anchas cerca de su pelvis, Kuro Kautama no pudo evitar lanzar ojeadas atrevidas a su espalda perlada de sudor y a sus nalgas.
De repente el holograma de los dakas, las dakinis y los dioses tibetanos se petrificaron, quedando estáticos en el aire. Las centellas y los rayos se apagaron, y una densa neblina apareció en un abrir y cerrar de ojos en todo el cuadrilátero. Esto no relajo en nada a Kuro, en especial cuando escuchaba un lento coro en crescendo venir de la boca de las dakinis y de Nairatmya.
<<Vamos, maldita, ¡DAME TODO LO QUE TIENES!>> Pensó Kuro, los ojos desorbitados y los puños apretados.
—¡RRRRRRRRAAAAAAAAAHHHHHHH! —gritó Nairatmya, sus ojos brillando como dos volcanes en erupción.
Y los Dakas corearon en ecos resonantes:
—¡GA-GA...!
Fugazmente el duo yidam danzó, y el duo mortal los imitó. Con cada zapateo que daban, los rayos de luz eran disparados del techo cual bola de discoteca.
—¡GA-GA...!
Nairatmya dio un salto acrobático, y Xiang la imitó, exudando en el aire ardoroso sudor.
—¡GA-GA-GA-GA...!
Hevajra agitó los brazos a espaldas de su consorte, y Kuro le imitó, sus bíceps y tríceps goteando.
—¡GA-GA...!
El dúo yidam se dio un abrazo giratorio, y el dúo mortal les siguió el ritmo.
—¡GA-GA...!
Nairatmya se agachó y apoyó sus manos sobre su rodilla. Xiang, entre gemidos de esfuerzo, copió su danza.
—¡GA-GA-GA-GA...!
Hevajra rodeó a cintura de Nairatmya con un brazo y la arrejunto hacia él, sus ojos mirándose fijamente. Kuro y Xiang, perdidos por completo en el ardor de la música, la danza y la magia tántrica, juntaron sus cinturas, besaron sus húmedos pectorales y se miraron fijamente a los ojos.
—¡GA-GA...!
Una nueva explosión de coro estalló, y la niebla se deshizo con un chasquido tántrico de la diosa Nairatmya, quien al instante comenzó a tararear:
—¡Dum dum, da-di-da! ¡Dum dum da-di-da-dadda-da-di-da! ¡Dum dum, da-di-da!
El dúo yidam, veloz como el trueno de Indra, comenzaron una mortal coreografía veloz para el ojo humano, al tiempo que los dakas y las dakinis dejaban de imitar sus pasos para comenzar a bailar separadamente de ellos, dando saltos acrobáticos y serpenteando por el suelo. El dúo mortal, sintiendo la ardiente conexión en cuerpo y alma cual Völundr, batallaron sus pasos con la misma intensidad física y armoniosa.
Nairatmya recitó en melodiosas cantatas el último mantra de Hevajra al tiempo que sus pies y los de su marido ondulaban en el aire. Kuro y Xiang, compartiendo un mismo cuerpo y una misma alma ahora, repitieron los zapateos, el arrastra y los deslizantes movimientos ascendentes y descendentes de brazos; ya no importaba que se arrimaran el uno al otro, que compartieran sudor y piel, que se masajearan los cabellos o el cuello o incluso tocaran sus entrepiernas o pechos. Era como si la magia tántrica de este combate los hubiera unido.
Llegando al clímax de este infernal y erótico combate, Hevajra y Nairatmya terminan su danza con el primero agarrándola por atrás y alzándola a los aires lo máximo que puede y con la segunda exclamando una estrepitosa antífona que se extendió por todo el Complejo de Shangri-La. Kuro hizo lo propio; agarró a Xiang de sus caderas y la levantó hasta donde pudo, y Drönma también despidió su melodioso grito, imitando lo mejor posible a la gloriosa Nairatmya.
Los Dakas no paraban de repetir "¡GA-GA!" con cada alarido que Nairatmya despojaba. El grandilocuente espectáculo de luces deslumbró todas las penumbras del palacio, cegando a todo Caballero Samvara, todo Daikaiju y todo Kaijin de la zona en un apoteósico final digno de una entonadora sagrada. La onda expansiva de su voz divina se esparció por todos los mándalas malignos, extinguiendo la energía negativa y exorcizando a todos los espíritus y demonios del Shambhala.
Y tras más de diez segundos de ensordecedores chillidos, Nairatmya acalló su divina voz, y las luces se apagaron con un nuevo chasquido tántrico, quedando el cuadrilátero en un silencioso crepúsculo. Los Dakas y Dakinis comenzaron a desvanecerse en escarcha, y antes de que Hevajra y Nairatmya se esfumaran de los ojos cansados de Kuro, se escuchó a la diosa tibetana decir en nepalí:
—Libérate, mi amor...
Los dioses tibetanos extinguieron sus luces, desapareciendo con ellas y abandonando a los sudorosos Kuro y Xiang en un cuadrilátero que hizo desaparecer sus verjas de plasmas. Se oyó un rugido metálico, y el dúo mortal vio como los Chitanamis en sus ranuras perdieron sus brillos, y las compuertas comenzaron a escurriese lenta y aparatosamente, chirriando de forma horrible contra el suelo.
Y para cuando los portones ya estaban abiertos de par en par, revelando la lúgubre obscuridad de la boca de la caverna, los brazos temblorosos de Kuro cedieron, y Xiang cayó de espaldas sobre él. Maestro y estudiante sudaban y jadeaban como una pareja luego de terminar su apasionado acto.
—Je... jeje... jejeje... —carcajeó Xiang, sonriente.
—¿De... qué... te ries? —masculló Kuro, los ojos cerrados, sus pectorales subiendo y bajando y sirviendo como almohada para la princesa.
—Shifu... —Xiang tragó saliva— Técnicamente... acabamos de hacer el amor... desenfrenadamente... con este baile...
Kuro se quedó mudo por varios segundos, respondiendo únicamente con el intenso jadeo de su garganta.
—Eres... una total... imbécil... —bramó, y agarró con fiereza (aunque algo débil) los hombros de Xiang— ¡Ahora quítateme de encima, carajo!
—Jeje... Shifu... Tsundere —murmuró Xiang para después rodar y caer bocabajo al piso.
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https://youtu.be/boJTHa_8ApM
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