Quezqui Acalpatiotl
EL PRECIO DEL PASADO
┏━°⌜ 赤い糸 ⌟°━┓
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|◁ II ▷
En las fronteras de las murallas de la Civitas Magna.
A Randgriz nunca le había agradado la vista de los vagabundos.
En la Autopista Moctezuma que llevaba hacia Tláhuac, poblaban cientos de ellos, errando de un lado a otro sin propósito en la vida. Buena parte de ellos eran ciudadanos de la propia Civitas Magna que lo perdieron todo, ya sea a causa de la Segunda Tribulación, o de otras causas externas. No obstante, con las recientes crisis agrarias, muchos mesoamericanos de los poblados exteriores perdieron sus hogares, volviéndose ellos vagabundos también y ahora acumulándose cerca de las enormes murallas grises, exclamando y suplicando por ayuda a los gobernantes de la ciudad. La ayuda humanitaria de parte de la Multinacional Tesla ya estaba encargándose de ello; llegaban en caravanas camionetas y tráileres, saliendo de los gigantescos portones de las altas murallas, y el personal repartía comida y otras provisiones hacia los aztecas, mayas, incas y tantas otras etnias. Luego de eso les indicaban que los siguieran para establecerlos en campamentos de damnificados, y se los llevaban en aquellos vehículos.
Pero a pesar de toda la ayuda que recibían, la mente cínica de Randgriz pensaba el por qué los estaban ayudando. No era que fuese una sin corazón para pensar en ello. La Valquiria Real sencillamente creía que no había salvación para esta gente, y que no había punto en mantenerlos aquí vagabundeando a la espera de la lenta muerte. ¿Para qué vivían? ¿Y por qué?
Acicalada en su habitual vestido blanco de bordados azules y broche azul a la altura de su cuello, Randgriz cargaba un grueso bolso donde llevaba todo el material que necesitaba para el viaje. Ropa azteca, dinero para buscarse un alojamiento seguro, sus anillos mágicos y hasta un pasaporte falso si las aduanas decidían joderla en el camino. Pero incluso con lo bien equipada que estaba y toda la experiencia y práctica que había acumulado para este momento, Randgriz no paraba de sentir aquel nudo de inseguridad que la estuvo atragantando todo el camino hasta este lugar tan árido de barrios y montículos de chabolas, calles sucias y muchas personas vestidas en harapos, hasta el punto de no poder diferenciar entre una persona normal y un vagabundo.
La Valquiria Real estaba de pie y subida en lo alto de una cisterna donde oteaba toda la vista panorámica de las murallas y de los barrios pobres. Algunas de ellas se encontraban en remodelación, por lo que se podía ver a los obreros trabajando en el hormigón y también el exterior árido que separa la modernidad de la ciudad de los yermos.
—¿Qué haces allá arriba, Randgriz-Onee-San?
Randgriz se dio la vuelta y vio a Geir Freyadottir ascender por las escaleras hasta alcanzar la cima. La Valquiria de pelo rosa caminó alrededor de la plataforma hasta ponerse al lado de ella.
—Me dijiste que habías ido nada más a conseguir maquillaje azteca —prorrumpió Geir, cubriéndose los ojos con una mano para evitar ser cegada por el eclipse solar. A pesar de estar en constante oscuridad, había periodos en que sus rayos se volvían calurosos y cegadores. Este momento no era la excepción, y Geir ya sentía el sudor en su barbilla.
—Y lo conseguí —contestó Randgriz, abriendo uno de los bolsillos del bolso. Geir asomó la vista, y vio allí todos los pínceles, perfumes y pintauñas que consiguió de una de las tiendas.
—Entonces, ¿qué haces aquí arriba? —espetó Geir, mirándose el reloj de plata y viendo la hora—. Ya son las nueve y cincuenta y cinco. ¡Tu trasero tiene que estar ya en la camioneta!
Geir modeló su tono de voz al observar el rostro melancólico dibujado en el semblante de Randgriz. La Valquiria de pelo anaranjado no paraba de otear el horizonte urbano como una miradora escudriñando un mundo ya conocido para ella.
—¿Sucede algo, Onee-San? —inquirió.
Randgriz esbozó una ligera sonrisa.
—¿Recuerdas el nombre de aquel muchacho nórdico que estaba interesado en ti?
—Venga ya, Randgriz —masculló Geir, cuchicheando risitas, las mejillas sonrojándose—. Ya me sé tu truco. La única forma en la que me puedes abrir una charla cualquiera es en los chicos que estuvieron interesados en mí durante nuestro entrenamiento valquiriano. Los míos y los que tú te liaste durante esa etapa de bachillerato.
—No conozco otra forma, pero estoy dispuesta a hacerlo incontables veces hasta que decidas rendirte —la sonrisa de Randgriz se agrandó y se volvió más jocosa.
—Ok, pues —Geir ladeó la cabeza—. No, no me acuerdo, Randgriz.
—Por supuesto que no, porque después se me pegó a mis faldas después —Geir se la quedó viendo con una ceja en alto. Randgriz carcajeó un poco— Su nombre era Magnus, y él creía que podía ganarse a todas las chicas solo por ser rubio, tener ojos azules y parecer joven al cortarse siempre mal la barba.
—¿Él se te pegó a ti? Yo juraba que yo lo había deprimido al rechazarlo como... —Geir hizo un ademán de contar infinitamente— Bah, ya ni me acuerdo cuántas veces. No importa ya.
—Pero importaba, Geir. Éramos inmaduras en ese entonces, y vivíamos de ese orgullo arrogante.
—Ya somos adultas —Geir se rascó la nariz—. No tenemos por qué vivir de la atención de los hombres, esos que en el Internet llaman "Simps".
—Ni tampoco tenemos un Only Fans, aunque algunos allá afuera nos exijan uno. Pero no estamos tan hambrientas de comida o de atención para hacerlo.
Ambas Valquirias Reales estallaron en risotadas por el comentario. Las risas acallaron al cabo de unos segundos.
—Ni siquiera hacía el esfuerzo, y aún así siempre tuve perros falderos siguiéndome durante el bachillerato de Vingólf —prosiguió Randgriz, dispuesta a proseguir con esta tonta conversación—. Estarías impresionada con la lista de chicos nórdicos y de otras etnias que querían mi mano.
—Menos mal que el Völundr no estaba inventado en ese entonces —comentó Geir—. Que si no, el primer pendejo que se cruzara por tu camino y se hiciera llamar "Einhenjar" te habría pedido hacer Völundr.
—Aunque si había algunos catalogados Einhenjers que fueron esos pendejos —Rangdriz hizo todo lo posible para aguantarse la risa—. No pidiéndome hacer Völundr, pero sí ser sus escuderas.
—¿Qué clase de pendejo con título de Einhenjer fueron eso?
Se hizo un breve silencio en el que Randgriz apretó los labios, como complicándose decir la respuesta.
—Lu Bu Housen.
Geir entrecerró los ojos y volvió a alzar una ceja.
—¿El General Volador? No te creo.
—Sí, Geir. Así es —Randgriz no pudo aguantar más y comenzó a reír— No sé que tenía de china, pero la mayoría de los Einhenjers que venían a mí para ser su escudera eran sobre todo asiáticos. Lu Bu, Dong Zhou, Guan Yu, Yuan Shao...
—¿Shao, el de las lanzas exageradamente largas que podía conectar la Civitas Magna con Asgard? —Geir reía mientras apoyaba los brazos sobre el parapeto— Pues mira, no solo eran chinos, también lanceros. Estabas destinada a ser una rompe-escudos, hermana.
—Suficiente de mí, ¿qué hay de ti, ah? ¿Por qué no hablamos de los Einhenjers que se te acercaron a ti?
—Oh, esa charla sería tan corta que ya la habríamos acabado —Geir sacudió la cabeza y miró hacia otro lado por unos segundos.
—Había uno, Federico Barbarroja... —Randgriz hizo un ademán de hacer memoria. Apretó los puños y se mordió la lengua— ¡Noooope, ese también vino a mí también! Pero ya siendo serias, el único que se insistió en ti, además de Sirius, fue ese de nombre Okita Souji. ¡Me habías engañado al decirme que era un caballeroso!
—No, yo no te había mentido —Geir balbuceó de los nervios—. E-es solo q-que... ese maldito era tan intenso que me ponía nerviosa cien por ciento.
—Pues menos mal que se lo cargaron los demonios en la Segunda Tribulación. Vino este duque, Barbatos, y de unos buenos ¡PAM, PAM, PAM! —Randgriz palmeó tres veces sus manos. Geir sonrió de oreja a oreja y se mofó— Le demostró que su Tennen Ishin Ryu jamás estaría a la altura de la esgrima básica de Susano'o o de Bía.
Las dos Valquirias Reales compartieron una nueva tanda de risitas, como dos amigas cotilleando de temas banales de secundaria. En cuestión de segundos, la soberbia de la atmosfera retornó en un silencio duro para ellas dos. Las sonrisas se desvanecieron, y solo quedaron sus semblantes severos de ojos nostálgicos que miraban de un lado para otro.
—No deberíamos de estar hablando de estas cosas —admitió Randgriz, la pesadumbres en su tono de voz—. Esos nombres, esos sucesos... Todo eso pertenece a una vida pasada ya lejana. Todos esos Einhenjers ya no existen en ningún plano de existencia. Lu Bu, Okita... —Randgriz se mordió el labio y alzó la cabeza, oteando directamente el acalorado Estigma de Lucífugo— Es como si fuéramos las viejas de un pueblo vaquero recordando los "tiempos de antes".
—Tiempos que no podemos olvidar —sentenció Geir, dicho de una forma más demandante que informativa.
—No, no podemos —Randgriz apoyó las manos sobre el parapeto—. Y aun así, eso distorsiona la visión de nuestro presente y nos complica aceptar lo que estalos viviendo —Randgriz hizo un ademán con la cabeza, señalando el eclipse solar—. Gracias a ello heme aquí, Randgriz Fulladottyr, a punto de dirigirme hacia el poblado donde se encuentra un fragmento de ese pasado para revivirlo. Sea con dolor o con alegría, pensar en eso mientras estoy aquí arriba... —la Valquiria Real agitó un dedo cerca de su cabeza— Me trae una fuerte nostalgia que actúa como una droga en mi mente.
Geir permaneció en silencio solemne, observando con atención preocupante a Randgriz. Esta última suspiró y se encogió de hombros.
—Eso es peligroso, Randgriz-Onee-San —dijo Geir—. No puedes dejar que la nostalgia te ciegue. Tienes gente que depende de ti y tiene expectativas por esta misión.
—¿Quienes, además de la Reina Valquiria luego de imponerme mil ladrillos en la espalda?—profirió Randgriz.
—Me tienes a mí, por ejemplo. Tienes a Hrist, Thrud, Reginleif, Kára, Göndull, Eir, Svipul, de las aprendices de valquirias...—Geir alzó los hombros y sonrió—. Tienes hasta el apoyo de Legendariums como Sirius y de Ilustratas como Tesla, que no olvidemos que él te ayudó a construir muchos de los utensilios que cargas contigo.
—Y que también le dije que mi colección de armas no se toca.
—Eso también —Geir se acercó a Randgriz hasta tenerla cara a cara. Al acortarse la distancia, la intimidad emocional entre ambas hermanas valquirias se acrecentó—. Onee-San, lo que trato de decir es que no tienes por qué cerrarte, mental y emocionalmente. Tú no estás sola. Siempre estarás rodeada por los que te aman —Geir tomó una de las manos de Randgriz y entrelazaron sus dedos—. Sé fuerte, por favor. Y no tengas miedo de afrontar ese pasado tuyo cuando encares a Uitstli. Lo lograrás. Y cuando lo hagas... estaremos listas para el primer Torneo del Ragnarök.
El corazón de Randgriz es movido y acariciado por la gentil pluma de las palabras de su hermana menor. La valquiria sonrió, y su rostro es iluminado por la gracia del apoyo moral de Geir.
—Gracias, hermana —dijo, y la rodeó en un abrazo que Geir al instante correspondió.
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|◁ II ▷
Randgriz se subió a la camioneta marrón de aspecto destartalado y puso su bolso en el asiento de al lado. Geir la siguió hasta colocarse a dos metros de la puerta del vehículo. Ambas hermanas se miraron por última vez; Geir le sonrió, y Randgriz apretó los labios para después sonreír, encender el coche y pisar el acelerador.
La camioneta ascendió hasta la Autopista Moctezuma y comenzó su largo recorrido por la carretera. La avenida estaba relativamente poco transitada, a excepción de algunos coches que iban y venían, pero que sobre todo venían para buscar refugio en la Civitas. Randgriz le pareció gracioso que estuviera haciendo lo contrario: ir directo hacia la boca del lobo. Todo era para salvar a la humanidad, pero para ello, ¿era necesario hacer el sacrificio de su dignidad y escarbar en el pasado?
Mientras que la camioneta conducía a una velocidad moderada, la Valquiria Real alcanzó a vislumbrar las siluetas de los grupos de vagabundos que se conglomeraban en multitudes en los callejones de las casuchas aledañas a la construcción de la muralla. Por casual, sus ojos se posan en un solitario errante que caminaba por el terreno desértico de suelo árido, completamente solo y sin aparente rumbo más que el de una soledad perpetua en la que no tenía nada ni nadie con lo cual fundar su propósito.
Randgriz se removió el sudor de su rostro y su melena y desvió la mirada hacia delante. Quizás por eso le desagradaban los vagabundos. Porque le recordaban mucho al estilo de vida que tuvo que vivir por décadas luego de la Segunda Tribulación.
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Tláhuac
En la finca de Uitstli
El viento soplaba pequeños tornados negros en la lejana distancia ennegrecida por los nubarrones. El Estigma de Lucífugo creaba rayos anaranjados que cortaban el aire y sopesaban el ambiente con la maldad que destruye, martillazo a martillazo, la añorada paz que Uitstli había forjado todos estos años.
Paso a paso se acercaba aquel hombre lagarto que los ha encerrado a él y a su hija Zaniyah en la prisión de niebla pantanosa. Como si estuviera reviviendo una pesadilla de la que él jamás quería recordar, Uitstli rememoraba cientos de visiones del pasado en un corto lapso de apenas unos segundos. Aunque no lo mostrase en su semblante siempre taciturno e indiferente, Uitstli sufría en ese momento de un desglose mental a causa del pavor que le causaba ver a aquel vivo revivir de entre los muertos. Sus pisadas acuosas, su tronar de escamas, el afilar de sus garras y sus gorjeantes y temerosas risas... En toda esa maraña de desmembramiento mental, Uitstli pudo concebir un solo pensamiento:
Por su mente no paraban de entrar y salir cientos de recuerdos concernientes a este monstruo que, al igual que una pesadilla, se acababa de volver una realidad que viene a por él de forma inexorable. El guerrero azteca trató de ocultar a su hija detrás de sus piernas, pero la escurridiza Zaniyah consiguió ver a través de su resquicio al demonio del pantano aproximarse con zancadas que intoxicaban y dejaban infertil la tierra que antes fueran sus cultivos. La joven azteca sintió un pánico inmenso, en especial por el vahído de recuerdos que, al igual que su padre, la asolaron terriblemente.
—Ese es... ¡¿El Chiachuitlanti?! —exclamó, señalándolo con el dedo y frunciendo el ceño, entremezcla entre el miedo, la rabia y la sorpresa.
—Hohoho, ¡la pequeña todavía me recuerda! —vociferó el demonio del pantano, esbozando una sonrisa llena de fauces. Su voz sonaba como un espantoso lago burbujeante— Incluso después de tantos siglos, aún soy una mala memoria para ustedes. Es un halago para mí ser sus pesadillas, sucios pisa tierras —y se golpeó dos veces el pecho con la palma de la mano.
—¡Esto no puede ser real! —Zaniyah alzó la cabeza para ver a su padre— ¿V-v-verdad?
Pero Uitstli no respondió. El rostro del guerrero azteca estaba totalmente ensombrecido, y el silencio indicaba que él estaba igual de espantado y anonadado que ella. Zaniyah dejó escapar un bufido, apretó los dientes, ladeó la cabeza y se posó al lado de su padre, alzando sus brazos en posición de combate.
—Sea el verdadero o no, ¡lo combatiremos! —dijo, y en sus juveniles ojos se encendió la llama de la pasión por el combate. El Chiachuitlanti agrandó más su sonrisa y entrecerró los ojos, analizando cada palmo de los músculos tonificados de la chica con tal de ver cuánto se había desarrollado en todo este tiempo.
Pero a pesar de su disposición por pelear y defender sus tierras, Uitstli frunció el ceño y le pareció terrible la idea. La agarró de su hombro y sin previo aviso la empujó de nuevo detrás suyo. Zaniyah trastabilla y por poco pierde el equilibrio, pero se mantuvo en pie, y miró con el semblante incrédulo a Uitslti.
—¡¿Qué demonios, papá?! —maldijo ella, exigiendo una respuesta que no obtuvo. Lo único que se escuchó fue el rumor de las zancadas del Chiachuitlanti, emitiendo chapoteos sobre los charcos de agua estancada que se esparcían por toda la tierra a medida que él avanzaba.
—Escúchame bien —dijo Uitstli en un murmullo, acuclillándose ante ella para estar a su altura—, no sabemos si él es el único. Puede que hayan más, y no quiero repetir ese error y poner tu vida en riesgo.
—¡No seas ridículo, papá! —gruñó Zaniyah, los dientes apretados, el rostro con semblante rebelde— Ya no soy la misma niña ingenua de ese entonces. ¡Puedo pelear, como lo hice en la Segunda Tribula...!
—¡Y tú déjate de tonterías, Siuatl! —la repentina exclamación de Uitstli tomó por sorpresa a Zaniyah, y en especial cuando él la tomó por los hombros y le dio un breve pero intenso agite. Ella acalló, y su expresión pasó a ser una de sorpresa y temor— Tú no vas a luchar, y yo te impediré que te pongas en peligro. Será más culpa mía que tuya si algo te pasara —su cara volvió a ennegrecerse con una tremenda severidad—. No te lo repetiré. Metete en la casa. ¡YA!
La moral de Zaniyah es quebrada con esas duras palabras. Todo este tiempo ella pensó que Uitstli ya la veía como una mujer madura, una guerrera digna de pelear a su lado. No... él la seguía viendo como la niña indefensa debía de ser protegida. Pero, ¿qué podía hacer ella en esta situación tan apretada de tensiones? Zaniyah apretó los labios y, a regañadientes y dedicándole una última mirada nerviosa al demonio del pantano, se volvió sobre sus pasos y salió corriendo hacia la casa. Para cuando cerró tras de sí la puerta, Uitstli ya se había puesto de pie y encarado al Chiachuitlanti.
El silencio que advino duró varios segundos. Chiachuitlanti seguía acercándose hacia él, caminando con pasos tan parsimoniosos que llegaban al desespero de quién lo viese de lejos. Uitslti, a pesar de las ásperas garras de aflicción que desgarraban su ser, mantuvo su fortaleza espiritual en alto, como el guerrero digno que era para llevar el nombre de todos los aztecas a su espalda. Pronto él comienza a caminar también, al mismo ritmo que Chiachuitlanti; esto hizo que el demonio del pantano cuchicheara risitas.
Tras un minuto de lenta y exasperada caminata, ambos combatientes se detuvieron a cinco metros de sí, afrontándose con una cercanía tal que los charcos y la neblina formaban un anillo de agua y vapor tóxico alrededor de toda la finca. Uitstli lo miró de arriba abajo; el tenerlo tan cerca le permitió olfatear su apestoso aroma y sentir el cosquilleo de los hálitos que salían de sus escamas.
—Uitstli... —siseó Chiachuitlanti— Por fin he llegado hasta tu hogar, para darte tu visita... —alzó su cabeza para observar el cielo y el eclipse solar— ¿Me extrañaste?
—Yo acabe con todos los de tu especie —masculló Uitstli—. Acabe contigo y con todos los tuyos en... en la atlépetl de Xochimilco —rememorar esos recuerdos tan hórridos hacía que mencionar sus nombres le fuera complicado.
—Mientras que humanos valerosos como tú reviven en el Valhalla, monstruos como yo lo hacemos en Nifelheim —Chiachuitlanti alzó sus brazos en gesto de despreocupación—. Y gracias al Bajo Mundo que tiene la Civitas Magna, hemos podido trasladarnos hacia los hogares de nuestros antiguos rivales.
—No somos rivales ya —Uitstli le hizo un ademán con la cabeza—, y no vale la pena revivir esa rivalidad. Ha pasado mucho desde ese entonces, y hemos rehecho nuestras vidas. Deberías retirarte —el guerrero azteca se dio la vuelta y le dio la espalda al hombre lagarto. Pretendía retirarse, pero antes de dar el primer paso, las risas burlonas de Chiachuitlanti lo detuvieron.
—La vida como ermitaño te ha vuelto débil, Uitstli —reprocha el hombre lagarto, levantando un brazo para señalar el horizonte urbano que era Tláhuac—. La vida como sacerdote ha puesto en letargo al espíritu del Jaguar Negro. Créeme: incluso si haces que me retire, volveré del NIfelheim con muchos más, todos enemigos antiguos tuyos. Y destruiremos todo lo que tienes.
Uitstli frunció el ceño, y no pudo evitar sentirse ofendido por esas palabras. Era la primera vez, en siglos, que genuinamente se sentía amenazado. La paz se desmoronaba a su alrededor, y él hacía todo lo posible para no perder la compostura. Se volvió hacia él y se aproximó hasta tenerlo a tan solo dos metros. Cara a cara, ambos contrincantes casi medían lo mismo, siendo que el Chiachuitlanti lo superaba por un palmo.
—Tú no quieres pelear —gruñó Uitstli, los ojos entrecerrados y clavados en los de él.
El hombre lagarto dio un suspiro de cavilación y se empezó a masajear la barbilla.
—A ver, déjame pensarlo... —y sin previo aviso y de forma rastrera, Chiachuitlanti le propinó una bofetada que le dejó un moretón. Fue tan irrespetuosa que, en vez de dolor físico, Uitslti sintió que le pegaba en su moral— No seas estúpido, Uitstli. Así no operaba tu pueblo con las Guerras Floridas, ¿recuerdas?
Uitstli chirría los dientes y esboza una mueca hastiada. Era tanta la rabia interna que lo colmaba que ignoraba el dolor y la comezón que le produjo el golpe.
—Tu fuerza... sigue siendo igual de débil que hace quinientos años —le echa en cara. Chiachuitlanti sonrió de la ironía—. No se compara con la mía; entrene todo este tiempo, aunque no lo creas. Si aún aprecias tu inmunda vida, entonces vete... de... mi casa.
—Y puede que tu no lo creas, pero yo me tengo prohibido marcharme —y nuevamente, de forma rastrera, el hombre lagarto le conectó un puñetazo en su mejilla derecha. Seguido de ello le pegó dos veces en su vientre con dos ganchos; Uitstli permaneció inmóvil, a pesar de que la fuerza de sus golpes pesaban toneladas y fácilmente pudo haber destruido rocas grandes. Chiachuitlanti se inclinó hacia atrás y estiró su brazo derecho; debajo de la piel de su antebrazo emergió una cuchilla hecha de huesos. El hombre lagarto la esgrimió, y estuvo a punto de cortarle la cabeza a Uitslti...
Hasta que este de repente detuvo su ataque agarrándolo de la muñeca.
Chiachuitlanti sonrió de la gracia de ver que por fin reacciona. El guerrero azteca le torció el brazo entero con un solo giro de su mano; el tronar de huesos sonó como música para la cólera interna de Uitstli mientras él seguía desglosándoselo en un ángulo cada vez más doloroso. Alrededor de Uitstli apareció una incandescente aura de llamas carmesíes y púrpuras, y en sus ojos destiló esa misma flama con el odio que tanto ha acumulado en todo este lapso.
—Te lo advertí —bramó Uitstli. Su brazo se volvió un veloz borrón que fulminó al Chiachuitlanti con un puñetazo en su mejilla, devolviéndole el golpe y con tres veces más poder. La quijada del hombre lagarto se quiebra, y el hombre lagarto salió despedido a toda velocidad por el suelo, rebotando varias veces contra la piedra y recorriendo más de veinte metros hasta detenerse de un chapuzón dentro de un charco. Uitstli tronó los huesos de su muñeca, y comenzó a acercarse hacia el lugar donde cayó su enemigo—. Yo estoy dispuesto a hacer lo que sea para proteger a mi gente de los peligros del exterior. Gracias al camino espiritual que seguí, soy lo que soy ahora, y nada ni nadie podrá destruir esta paz que he construido.
A medida que se aproximaba, oía con más claridad las risitas insufribles del Chiachuitlanti. Al ponerse frente a él, su sombra eclipsó lo patético que se veía el hombre lagarto, retorciéndose sobre el agua estancada mientras cuchicheaba galimatías. Uitslti frunció el ceño: aquel golpe lo habría matado si en verdad era tan débil como él le había dicho. Ignoró aquella duda, y volvió a agarrarlo de su muñeca. Lo puso de pie, y comenzó a apretarla y a romperle los huesos.
—Te equivocas, Uitstli —masculló Chiachuitlanti, indiferente a los huesos que le estaba rompiendo. Su mandíbula se había regenerado—. Mi fuerza no es la misma del pasado. Es superior.
—Para con esta payasada —gruñó Uitstli, preparando su puño.
—¡¡¡NO PODRÁS!!!
El fugaz puñetazo de contraataque agarró desprevenido a Uitstli. Los nudillos escamosos del hombre lagarto lo golpearon en su quijada, y el gruñir de sus huesos lo dejó sordo por unos instantes. Uitslti salió despedido por los aires como una pelota, Describió una parábola en el aire hasta caer y rebotar bruscamente en el techo de su vivienda, y seguido de ello en los tablones del torreón de Zaniyah. La madera de ambas partes se agrietó, y Uitstli se llevó varias astillas y tablones con él al suelo. El guerrero azteca chocó con gran brutalidad contra la tierra, agrietándola y enterrándose en ella dentro de un agujero.
La mirada de Uitslti está ensanchada, y en su corazón no paraba de palpitar los latidos del miedo repentino que fue aquel ataque. Esto no podía ser posible. ¡Se supone que había ganado suficiente resistencia como para poder soportar ataques de los caballeros demonios más poderosos! ¡¿Entonces por qué...?! Uitslti no tuvo tiempo para pensar, pues vio de reojo la rauda sombra humanoide de su enemigo descender a toda velocidad hacia él. Uitslti se dio la vuelta y rebotó, saliendo del agujero justo cuando el Chiachuitlanti impactó dentro de él, generando una cortina de polvo y escombros que sacudió toda la tierra.
Uitstli se apoyó sobre sus rodillas y de a poco se puso de pie. El demonio del pantano salió de la hendidura, su negra silueta destacándose debajo del polvo como la sombra de un segador de la muerte.
—Que... increíble... ¡Decepción! —exclamó el Chiachuitlanti, agrandando sus garras y poniéndose en la pose de combate de forma agazapada, recordando a la de un cocodrilo— Será mejor que saques al Jaguar Negro, Uitstli. No querrás sufrir las consecuencias de contenerte por querer respetar tu estúpido código.
Uitstli respondió con sepulcral silencio. Se irguió por completo, y volvió a ponerse en la pose de combate de un boxeador. Alrededor de sus brazos aparecieron arabescos de llamas rojas que lo recorrieron, formando en sus puños halos que magnificaban sus nudillos. El Chiachuitlanti volvió a croar, su macabra sonrisa destilándose en su inhumano rostro mientras que sus ojos y los de Uitstli se fijaban mutuamente, convirtiendo todo el ambiente en una acalorada acumulación de tensión.
El guerrero azteca se desplazó hacia delante, convirtiéndose en un borrón que alcanzó en un santiamén al Chiachuitlanti. El hombre lagarto apenas logró reparar en su aparición, justo después de que Uitstli le conectase un feroz puñetazo directo en su duro estómago. A pesar de la aspereza de su piel, el Chiachuitlanti sintió como el aire se le escapaba de sus pulmones. Los ojos de Uitstli dejaron salir una estela de flamas, y el guerrero azteca comenzó a destruir al hombre lagarto con una lluvia de puñetazos tan frenéticos que lo obligaron a retroceder varios metros en pocos segundos. El Chiachuitlanti bloqueó uno de sus puñetazos y contraatacó con una esgrima de su espada-brazo, pero Uitstli se movió rapazmente hacia el costado y le conectó un severo gancho en sus costillas, seguido de otro puñetazo en su mejilla y, como remate, un afilado codazo en su pecho.
<<Estos movimientos marciales...>> Piensa Chiachuitlanti mientras se defendía de los puñetazos de Uitstli con sus antebrazos. <<¡En verdad que ha mejorado desde nuestra última batalla!>>
El hombre lagarto vuelve a bloquear uno de sus ataques y contraataca con un amplio ataque de sus brazos, alzándolos por encima de su cabeza y descendiéndolos contra Uitstli. El guerrero azteca lo esquivó con naturalidad, como si ya conociera ese ataque desde antes. Agarró a Chiachuiltanti de sus caderas con ambos brazos, y lo levantó en el aire en un majestuoso suplex. La cabeza del hombre lagarto se enterró y se retorció dentro de la tierra. Rapidamente se reincorporó y sacó la cabeza del subsuelo, solo para ser recibido por la salvaje patada de Uitstli directo en su rostro. El demonio del pantano volvió a rebotar un sinfín de veces a lo largo de la planicie hasta detenerse a más de treinta metros lejos de la finca azteca. Uitstli se acuclilló, los músculos de sus piernas se hincharon, y de un salto se elevó varios metros en el aire. Descendió y descendió hasta aterrizar pesadamente encima del Chiachuiltanti. El guerreo azteca lo agarró del cuello y, sin ningún tipo de piedad, empezó a aplastarle la cabeza una y otra y otra y otra y otra y otra y otra vez con puñetazos tan animalescos que las chispas de las llamas no paraban de salpicar en el aire.
Uitstli izó ambos brazos, listo para acabar con él de un doble puñetazo. Los descendió a toda velocidad... pero, para su horrida sorpresa, el Chiachuitlanti atrapó sus muñecas justo antes de que los puños impactaran en su cara. En su rostro apenas y se marcaban los moretones de sus golpes, y hasta los huesos rotos de sus brazos y costillas se reparaban a una velocidad alarmante. El guerrero azteca trató de contrarrestar la fuerza de agarre del hombre lagarto... pero no pudo mover sus brazos, como si los tuviera totalmente congelados en el más duro hielo. Chiachuitlanti carcajeó.
—No te apures en acabar la pelea tan rápido, Uitstli —profirió—. Aún tengo mucho que... ¡DEMOSTRARTE!
Chiachuitlanti velozmente lo agarró de los cabellos, lo jaló hacia sí y le conectó un severo cabezazo que dejó aturdido a Uitstli. El hombre lagarto aprovechó el instante, y le devolvió dos puñetazos directos en su rostro, cortándole los labios en el proceso. Después de eso se lo quitó de encima con un empujón de sus caderas, dio un salto, y el demonio del pantano es quien quedó encima del guerrero azteca ahora. Arremetió con tres puñetazos que conectaron en sus mejillas, dejándole feas marcas en los pómulos. Uitslti se defendió delos consiguientes ganchos usando sus antebrazos. Al ver esto, Chiachuitlanti sonrió, alzó su brazo y esgrimió su espada de hueso contra él, cortando profundamente la carne de ambos brazos. La sangre salpicó todo el suelo, y Uitstli mugió del dolor. Trató de contraatacar con un sorpresivo puñetazo, pero Chiachuitlanti desvió el nudillazo con una mano, y le devolvió el puñetazo con mucha más fuerza, haciendo que Uitstli se machara los dientes con su sangre.
El hombre lagarto lo agarró del cuello y lo jaló hacia arriba, tirando de él con la facilidad con la cual agarraría un trapo sucio. Dio tres vueltas sobre si mismo, y a la cuarta lo arrojó con gran impulso. Uitstli chocó repetidas veces contra el suelo hasta conseguir equilibrio, enterrar sus dedos dentro de la tierra, y detenerse justo antes de que sus pies tocaran las charcas. Se miró los antebrazos, apreciando con disgusto las heridas que abrían profusamente su carne. Ignoró el infernal dolor, y volvió a ponerse en su pose de combate.
<<Esto ya es irreal>> Pensó Uitstli, los nervios y el pavor colmándolo con las dudas del resultado de este combate. A lo lejos vio al Chiachuitlanti, acercarse a él a paso lento, como un frío cocodrilo aproximarse a su tensionada presa. <<El Chiachuitlanti jamás me ha igualado en fuerza cuando luche contar él en Xochimilco. Su regeneración tampoco era tan veloz como la de ahora>> Uitstli cerró los ojos unos instantes y los volvió a abrir tras dar un largo suspiro para alivianar sus temores. Miró por encima de su hombro a su casa, donde se escondía su hija, la única cosa importante por lo que estaba peleando ahora. Debía hacerlo por ella. TENÍA que hacerlo por ella.
El Chiachuitlanti se abalanzó contra Uitstli, impulsándose como un cocodrilo luego de varios segundos de estar observando a su presa. De sus antebrazos emergen espadas de huesos con las cuales arremete contra Uitstli. El guerrero azteca los esquivó agachándose y desplazándose hacia ambos lados, para después contraatacar con dos puñetazos que conectó en su vientre y, por último, un codazo directo en su rostro. El Chiachuitlanti retrocedió varios metros, y Uitstli se impulsó hacia él para fulminarlo con una nueva lluvia de golpes. No obstante, justo cuando su puño iba a golpearlo en su rostro, el demonio del pantano atrapó su muñeca. Chiachuitlanti carcajeó, le dobló el brazo hacia atrás, con lo cual Uitslti perdió equilibrio en su pose, y el hombre lagarto le devolvió el ataque con un salvaje puñetazo en su mejilla. El guerrero azteca chocó de espaldas contra el piso.
—Esta pelea ya me está aburriendo, Uitstli —dijo Chiachuitlanti al tiempo que movía en círculos su hombro, como si apenas estuviera calentando—. No usas tus armas, ni tu magia chamán... Estás lejos de vencerme si sigues actuando como un cachorro.
—Hablas demasiado... —masculló Uitstli, al tempo que escupía sangre y se recomponía de la caída.
El demonio del pantano se propulsó hacia él y atacó con sus espadas-brazos, formando una X en el aire. Uitstli volvió a esquivarlo agazapándose y moviéndose en zigzag; las filosas hojas esqueléticas cortaron algunos mechones de su cabello rojo y rizado. Se aproximó hacia él una vez el ataque hubo terminado, y contratacó encestándole un durísimo rodillazo en su vientre. Seguido de ello, Uitstli le propinó un codazo en su nuca; el golpe hizo que Chiachuitlanti, al aparecer, perdiera el conocimiento. Para rematarlo, Uitstli lo agarró de sus espinas dorsales, lo alzó por encima de su cabeza y, de un alarido belicoso, lo arrojó salvajemente al piso, enterrándolo dentro de un agujero.
Cuando el polvo se disipo, Chiachuitlanti ya no estaba allí. Uitstli ensanchó los ojos; miró dentro del agujero, y no vio que hubiese excavación dentro de la profundidad. Miró hacia ambos lados, sin poder hallar con la mirada al hombre lagarto. Retrocedió varios pasos, y su espalda sintió el gélido tacto de unas ásperas escamas.
<<¡¿Detrás de mí?!>> Pensó Uitstli al tiempo que se dio la vuelta, pero fue demasiado tarde para darse cuenta del poderoso resplandor que venía de la garganta del Chiachuitlanti.
El hombre lagarto abrió su mandíbula de par en par, torciendo sus huesos de forma antinatural para así poder abrirlo en un ángulo imposible. De lo más profundo de su esófago emergió un cegador brillo verde que, en menos de un segundo, se transformó en una esfera cristalina y esmeralda que avivó los vientos, creando así tornados alrededor de ellos dos. La esfera estalló en un potente rayo que impactó de lleno contra Uitstli y lo arrastró a lo largo y ancho de la meseta; los escombros volaron por todas partes a medida que se creaba un surco a su paso. El estruendo de la explosión, sumado a la avalancha de escombros, resonó hasta los cielos, y seguramente llegó la lejana Tláhuac.
La ráfaga esmeralda despareció justo antes de que Uitstli cayera por el borde de un acantilado. El humo se disipó, y reveló las terribles quemaduras que se pringando por todo su cuerpo. La intensidad calurosa de aquel ataque cauterizó las heridas de sus antebrazos, por lo que ya no sangraban, pero en cambio nuevas heridas se abrían en todo su cuerpo, haciendo que sangrara profusamente. El mareo se apoderó de Uitstli; sus piernas retemblaron, y cayó de rodillas primero, para después besar el suelo con la mejilla. Apoyó sus manos en el piso para ponerse de pie, pero justo el Chiachuitlanti apareció frente a él, y lo aprisionó contra la tierra pisoteando su nuca con un pie.
—Será mejor que saques al Jaguar Negro, Uitstli —siseó Chiachuitlanti, su rostro ensombrecido, su sonrisa macabra al aire—, o sino te mataré en los próximos veinte segundos.
Por primera vez, desde la Segunda Tribulación, Uitstli sentía que la furia estaba pudiendo contra su templanza. Agarró el tobillo del hombre lagarto, pero le fue imposible moverlo, por más fuerza que intentara aplicar... pero contenida. Hasta ahora había contenido su fuerza, no solo pensando que podría vencer fácilmente a este enemigo, sino también para no liberar a ese temible Jaguar Negro del que no se sentía orgulloso de tener. Por su mente desfilaron inconmensurables pensamientos de destruir a su enemigo, así le costara destruir toda esta cadena de mesetas. Sus ojos llamearon con flamas escarlatas, y cuando estuvo a punto de emplear su magia chamánica, el guerrero azteca oyó un sonido de carne siendo atravesada. Alzó los ojos y consiguió ver la proyección de la sombra del Chiachuitlanti siendo empalado por una espada.
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷
Chiachuitlanti despidió un largo y gélido suspiro reptiliano; en su vahído no se escuchó ningún atisbo de dolor o sorpresa. Bajó los ojos, y vio una hoja dorada atravesarlo desde atrás. Uitstli ensanchó los ojos al reconocer el diseño de los relieves de aquella hoja, ensangrentada por la sangre del demonio del pantano.
La espada se retrajo, arrancándole un gran pedazo de vientre al hombre lagarto. El Chiachuitlanti ni se inmutó ante el gran agujero ovalado que abría su torso. Escuchó un quejido femenino a su espalda; se dio la vuelta, y descubrió a la joven azteca, Zaniyah Uitstlixochtlin, retrocediendo a base de saltos giratorios con los cuales sopesar el peso de su espadón doble. La azteca esgrimió su espada con gran agilidad y rapidez, haciendo que girara por encima de su cabeza cual hélices de un helicóptero. En el proceso, múltiples llamaradas carmesíes igual a las de su padre salpicaron el aire, generando cortos torbellinos de fuego que le dotaron de un aura de amazona indómita.
—Monstruo inmundo... —maldijo, apretandolos dientes— ¡Será mejor que le quites el pie de encima!
—¡Zaniyah, no! —exclamó Uitstli, preso del pánico. Extendió un brazo en un ademán de querer alcanzarla, mientras que con la otra intentaba quitarse el pie del hombre lagarto— ¡No puedes...!
—¡Puedo y debo hacerlo, papá! —respondió Zaniyah— Tú estás en peligro, y ahora debo de rescatarte.
—¡No...! —gruñó Uitsti, su voz sonando cada vez más animalesca— ¡Yo puedo encargarme de esto sin ayuda!
—¡Hey, imbécil! —Zaniyah clavó sus ojos fieros sobre Chiachuitlanti e ignoró las protestas de su padre— Espero que estés listo, porque yo sí lo estoy —la joven azteca volvió a blandir en círculos su espadón doble, generando pequeños torbellinos de fuego a su alrededor. Sonrió al sentir la fluidez de sus movimientos fusionarse con la danza de las flamas—. Prepárate para recibir el poder del fuego de...
Uitslti dejó escapar un vahído de impresión y hasta cierto respeto por Zaniyah. Recordaba como, en el pasado, ella había tenido muchísimo miedo de estos hombres lagartos; al ser los primeros enemigos a duros a los que se enfrentó, no tuvo el valor como lo tiene ahora. A pesar de sus miedos por pensar que fallaría, en el fondo, Uitstli aplaudió el coraje de su hija.
El Chiachuitlanti se quedó callado por unos segundos. Las sombras que cubrían su rostro le trajeron malas espinas a Zaniyah, quien seguía con espadón doble en alto. De repente, el demonio del pantano comenzó a carcajear, al tiempo que el gran agujero que abría su vientre se regeneraba a una rapidez pasmosa. La sangre del lagarto desapareció, y no quedó ninguna cicatriz una vez cerrada la herida de su estómago.
—Fuiste inteligente en atacarme por la espalda, niña —exclamó. Las venas comenzaron a marcarse debajo de sus escamas. Las garras y las fauces de su mandíbula comenzaron a acrecentarse, al igual que sus músculos—. Y fue también... lo más estúpido que habrás hecho antes de morir.
Chiachuitlanti aplastó la cabeza de Uitstli de tres pisotones, generando ondas expansivas que agrietaron el suelo bajo él. Zaniyah gritó al ver aquel acto tan espantoso, y el hombre lagarto aprovechó ese brevísimo instante en abalanzarse hacia ella y arremeterla con un amplio zarpazo. Zaniyah ensanchó los ojos y dio una veloz voltereta hacia atrás, esquivando en el último momento el zarpazo; algunos mechones de cabello se le escaparon con el roce. Chiachuitlanti volvió a impulsarse, y siguió atacando con una lluvia de arañazos que solo conseguían cortar el aire: Zaniyah retrocedía dando bailarines saltos, fluyendo en el aire como una tela que conseguía eludir todas las cuchillas.
El hombre lagarto hizo una finta, confundiendo a Zaniyah y aprovechando ello para atraparle el tobillo. Chiachuitlanti la tiró por los aires, dando círculos con el objetivo de marearla. Jaló hacía sí y estuvo a punto de darle un cabezazo, de no ser porque Zaniyah justo se inclinó hacia delante, y enterró una de las hojas de su espadón en el pecho de Chiachuitlanti. El hombre lagarto emitió un quejido reptiliano, y quedó paralizado. Zaniyah sonrió de la satisfacción, y después emitió un alarido de guerra. El demonio del pantano soltó su tobillo, y nada más estar libre, Zaniyah se movió alrededor suyo como un águila fiera: saltó por encima suyo y le cortó de un espadazo toda la espalda, y nada más caer al suelo giró sobre sí misma, cortándole las piernas y la cadera al Chiachuitlanti con voraces y ágiles esgrimas
Chiachuitlanti cayó al suelo, sin piernas y con la mitad de su cuerpo cortado. Motas de fuego pulularon alrededor suyo, producto de los espadazos que le propinó Zaniyah. La joven azteca dio volteretas danzarinas, retrocediendo hasta quedar quince metros lejos del triturado hombre lagarto. Las motas de fuego se comenzaron a paralizar, y cuando quedaron quietas, su brillo se incrementó al igual que su tamaño, cegando así al demonio del pantano. Zaniyah extendió un brazo, cerró su ojo izquierdo, y al tiempo que señalaba al Chiachuitlanti con un dedo, murmuró:
—Tlecaxitl Xipe Tócih
(Fuego de mi Señora Desollada)
Y chasqueó sus dedos.
Las motas de fuego estallaron cuales granadas de fragmentación. Cada una generó una llamarada que, fusionadas unas con otras, conformaron una gigantesca fogata de más de veinte metros de alto. La sombra del Chiachuitlanti se derretía bajo las incandescentes llamas de la habilidad de Zaniyah. Los dolorosos chiflidos reptiles que emitía el hombre lagarto eran indicativo suficiente de que se estaba quemando vivo. Zaniyah sonrió de oreja a oreja, y agrandó al máximo la sonrisa al ver como la figura del demonio del pantano se encogía lentamente y se volvía gelatinoso.
La joven azteca se volvió hacia su adolorido padre, quién aún seguía tirado en el suelo.
—¡¿Lo ves, papá?! —exclamó Zaniyah, y le levantó el dedo pulgar— ¡Sé valerme por mí misma, tanto como mi madre Yaocihuatl!
Uitstli no pudo evitar sonréir también. A pesar de la paranoia de estar viendo la enorme fogata roja, preso del pavor de pensar que en cualquier momento las cosas podrían salir mal, aún se sentía digno de sonreír por la hazaña de su niña. Quizás esté equivocado. Quizás ella en verdad esté ya preparada...
—Venga —Uitstli le extendió un brazo en gesto de que venga por él—, ayúdame a levantarme. Tenemos que salir de aquí.
—¡En seguida voy!
Zaniyah se dirigió hacia él a trote rápido. Se detuvo frente a Uitstli y dejó su espadón a un lado. Uitstli aún tenía la mano extendida, y justo cuando su hija se lo iba a tomar y lo ayudaría a reincorporarse... Se oyó un crujido de huesos y carne siendo triturado. La mano de Zaniyah se detuvo, y pierde peso, cayendo como una carne flácida y muerta al suelo.
Y entonces Uitslti lo vio. Vio una espada de hueso atravesando el vientre de Zaniyah.
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https://youtu.be/_Rw_Fq7I31I
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷
La sangre de Zaniyah salpicó la cara de Uitstli, al tiempo que la sombra de un intacto Chiachuitlanti apareció por encima de los hombres de la joven. Zaniyah, con los ojos ensanchados, vomitó sangre al piso, y al bajar la mirada sintió un espasmos de miedo al ver la espada de hueso abrir su vientre. Un gran chorro de sangre emergía de su estómago, formando un charco rojo bajo sus pies. Sollozó, alzó de nuevo la cabeza, miró a los ojos a Uitslti y, con labios temblorosos y manchados de sangre, murmuró una palabra que resonó en ecos:
—P-papi...
La caja de pandora se abrió en el corazón de Uitstli. Todos los males de los traumas que tanto tiempo se tardó en encapsularlos ahora se han liberado, y fulminaron con gran inclemencia la mente de Uitstli. Su fortaleza guerrera cayó en pedazos, su paz se marchitó, y Uitstli despidió un desgarrador alarido al tiempo que la vida se iba de los ojos de Zaniyah:
—¡¡¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!!
Chiachuitlanti agarró a Zaniyah por los cabellos y tiró de ella con tal irrespeto que Uitstli no pudo contener más su rabia. El hombre lagarto alzó a la joven azteca por los aires y la estampó brutalmente contra el piso, dejándola boca abajo y enterrada en una hendidura. Las llamas escarlatas alrededor de Uitstli se intensificaron con la potencia de un volcán, y estuvo a punto de abalanzarse sin control hacia el demonio del pantano... de no ser porque lo vio apoyando su rodilla en la espalda de Zaniyah, y poniendo cerca de su cuello su espada de hueso.
—Ni un paso más, Jaguar Negro... —siseó Chiachuitlanti, la punta de su hueso tocando la yugular de Zaniyah— O le corto el cuello.
Uitstli se quedó inmóvil. En su rostro se dibujó un torbellino de sentimientos que hasta Chiachuitlanti se impresionó de ver aquel semblante lleno de rabia, tristeza y odio masivo, en contraste con la calma y la templanza de hace unos minutos. El demonio del pantano siseó en risas de serpiente, divirtiéndose en tantearlo con acercar su hueso afilado a distintas partes de su cuerpo.
—Si no quieres que ella muera, tendrás que hacer lo que yo te diga ahora, ¿entendido?
Uitstli no respondió más que con la mirada asesina y frívola. Chiachuitlanti se convenció con ello, y sonrió.
—Irás conmigo fuera de este vertedero al que llamas Tláhuac —explicó el demonio del pantano—. Un grupo nos estará esperando para llevarte al Bajo Mundo. Están al noroeste de aquí, por lo que si vamos ahora, podemos curar a tu hijita —Chiachuitlanti le jaló el pelo a la inconsciente Zaniyah. Uitstli resopló de la rabia incontenible—. Guau... en verdad no pensé que tuviera que hacer esto para despertar al Jaguar Negro. Honestamente...
Chiachuitlanti siguió hablando, pero su voz se distorsionó a los oídos del perturbado Uitstli. Dejó de prestarle atención, y sus ojos se fijaron en el rostro ensangrentado y lleno de moretones de Zaniyah. Su pobre niña, a mercede de ese maldito hijo de perra. Su corazón latió con fuerza, y su espíritu como el sanguinario Jaguar Negro comenzó a emerger de las profundidades de su acomplejado corazón. La cólera pudo completamente con él.
Sin que el hombre lagarto se diera cuenta, Uitstli rozaba las yemas de sus dedos contra la superficie de piedra. La tierra respondía generando pequeños escombros y grietas que se esparcían hacia él. Hacía mucho tiempo que él no empleaba su magia chamánica, y pensaba que olvidó como se usaba. No obstante, su cólera fraternal le hizo responder por instinto.
—Suficiente con la charla —exclamó Chiachuitlanti, alzando la cabeza de Zaniyah y colocando su hueso alrededor de su cuello—. ¿Estamos claros en el plan?
Uitstli respondió asintiendo con la cabeza y aparentando haber perdido la fe en la lucha.
—Bien —Chiachuitlanti también asintió la cabeza—. Entonces ve poniéndote de pie al mismo tiempo que yo lo hago. No hagas ningún movimiento brusco, ¿me oíste?
Uitstli volvió a responder asintiendo la cabeza.
El demonio del pantano fue el primero en mover sus piernas para ir reincorporándose de a poco. Uitstli le siguió el ritmo, ocultando su mano detrás de sus piernas para así prevenir que viese las estelas de polvo y piedrecitas levitando a la altura de sus dedos. La tensión se acrecentaba a medida que se iban poniendo de pie; Chiachuitlanti con la vida de Zaniyah en sus manos, Uitslti con la determinación de acabar la de él en un santiamén.
Y justo cuando ambos se pusieron totalmente de pie, Uitstli es el primero en atacar al cerrar su mano en un severo puño.
Las pequeñas grietas que se abrieron con el roce de sus dedos se agigantaron, expandiéndose con una explosión que agarró desprevenido a Chiachuitlanti. El breve terremoto sacudió al hombre lagarto, provocando que trastabillara y soltara los cabellos de Zaniyah. Nada más verla caer al suelo, Uitstli aprovechó para despedir su más furibundo grito de guerra y abalanzarse con un potente impulso hacia el demonio del pantano. Lo embistió con todas sus fuerzas, aferrándose a sus caderas con ambos brazos y alejándolo de Zaniyah y de la finca. Atravesaron las murallas de niebla y charcas tóxicas, impulsándose a la velocidad de una bala de francotirador hasta comenzar a caer en el acantilado del desfiladero.
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https://youtu.be/Uv9Rb3e3Xng
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷
Los dos caían sin control ni equilibrio a lo largo y ancho del acantilado. Impactaban numerosas veces contra balcones de piedras y otras protuberancias, atravesándolas y destruyéndolas a su paso. De vez en cuando caían en una y se quedaban inmóviles, solo para que Uitstli o Chiachuitlanti se pegaran mutuamente con salvajes puñetazos que destruían y hacían retemblar las gigantescas paredes de las mesetas. Cada puñetazo que se conectaban generaban vahídos de ecos que se esparcían por todo el desfiladero. Lluvia de escombros descendían de las montañas a su paso, generando épicas lluvias de polvo y piedras alrededor de Uitslti y Chiachuitlanti que eran pulverizados por las llamas carmesíes del primero y el aura tóxica del segundo.
Al impactar contra el suelo, se generó una densa cortina de polvo, cosa que ambos contrincantes aprovecharon para separarse con un impulso que los hizo retroceder diez metros cada uno. El Chiachuitlanti se limpió la sangre de la boca, y apreció los feos moretones que le produjeron las quemaduras de las flamas del guerrero azteca. Carcajeó con ganas, y sus risas se emitieron como fuertes ecos a lo largo y ancho del desfiladero.
—Finalmente... —masculló Chiachuitlanti. Las espadas-huesos emergieron de sus antebrazos, y su musculatura comenzó a hincharse y a volverse amorfamente fea— Por fin sacarás al Jaguar Negro que me mató en Xochimilco —se inclinó hacia delante, y los poros de su cuerpo liberaron una exuberante aura tóxica de color verde que le confirió aires de peligrosidad inmunda—. ¡POR FIN OBTENDRÉ MI REVANCHA!
Uitstli permaneció en sepulcral silencio. Alzó sus brazos y se colocó en pose de combate, los arabescos de llamas rojas corriendo por sus brazos como serpientes cobra. El silencio que se advino posteriormente vino con el rumor de las aguas de los ríos siendo perturbados por las avalanchas de escombros, y los gruñidos de las auras de Uitslti y Chiachuitlanti colisionando una y otra vez en una batalla de calentamiento, como dos perros rabiosos ladrando a la espera de que la verja se abra para así pelear a muerte.
El demonio del pantano atacó primero, abalanzándose hacia su contrincante a toda velocidad. Uitstli permaneció quieto en su posición. Chiachuitlanti atacó con un amplio pero raudo zarpazo, cargando en la hoja de su hueso una cantidad ingente de sustancias tóxicas listas para el guerrero azteca. No obstante, y con gran sorpresa, del subsuelo emergió una protuberancia de roca con forma de puño y envuelta en un halo carmesí que lo golpeó directo en su cabeza. La forma de puño de la roca era tres veces más grande que su cabeza, y sumado a las llamas carmesíes que se esparcieron a través de los nudillos, Chiachuitlanti quedó brevemente noqueado.
Uitstli corrió con toda rapidez hacia Chiachuitlanti. Sus puños se convirtieron en fugaces borrones que comenzaron a golpear incesantemente al demonio del pantano; como cometas que caían con gran violencia sobre un cuerpo celeste, los nudillos encestaban con gran certeza en el rostro, pecho, vientre y hombros del hombre lagarto, de tal forma que siempre lo mantenía en el aire y no le dejaba cavidad para responder o siquiera respirar. A pesar del daño ácido y tóxico que recibía a través de su aura, Uitstli ignoraba los ardores y hedores con tal de imposibilitarle el atacar. De esta forma, el guerrero azteca impulsaba a Chiachuitlanti en el aire de forma cinética directo hacia una de las paredes del desfiladero. Y nada más estar cerca de ella, Uitstli agarró al demonio del pantano por la cabeza y, con una mano, enterró con gran salvajismo su cabeza dentro de la muralla. Un salvajismo digno de un jaguar enfurecido.
El Chiachuitlanti, espantado por la fuerza y agresividad de Uitstli, retrajo su espada-hueso y la esgrimió contra su vientre. No obstante, antes de poder clavarla en su estómago, el Jaguar Negro de Tlaloyan llevó una gran cantidad de flamas carmesíes a lo largo de su musculoso brazo hasta llegar a la palma de su mano. Allí se acumuló, formando una gigantesca esfera de plasma púrpura que implosionó dentro del agujero. Se escuchó un satisfactorio crujido de carne siendo desmenuzado dentro del hoyo, y toda la muralla del desfiladero fue agrietado por la explosión de magia chamánica de Uitstli. Desde la base hasta la cima, y a lo ancho, se esparcieron múltiples fisuras que, brevemente, se iluminaron con un explosivo resplandor púrpura, como si un núcleo volátil dentro de la montaña hubiese estallado. Un poderoso terremoto sacudió la totalidad de las cadenas de mesetas, generando aún más avalanchas de escombros por toda el área, y ocasionando que bandadas de aves salieran disparas hacia el cielo, volando en pavor absoluto mientras graznaban hacia los nubarrones.
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https://youtu.be/rg8y4npCdY8
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|◁ II ▷
Uitstli gruñó cual bestia cansada luego de un combate a muerte contra su par; su bronceada piel estaba toda perlada por el sudor y por la sangre, tanto suya como la del demonio y como la de Zaniyah. Observó como los brazos y las piernas del Chiachuitlanti perdieron vigor, y cayeron flácidos sobre el suelo y la pared. Emitió otro gruñido fatigado, y arrojó el cadáver del hombre lagarto fuera de la pared. El cuerpo cayó bocarriba, sin cabeza, y con la parte de su cuello totalmente carbonizada. Uitstli reprimió las arcadas al tiempo que caía de rodillas. La sensación de vomito no venía tanto por el hedor o ver el cadáver, sino por la pavorosa idea de que se dejó domar por la cólera del Jaguar Negro.
<<Zaniyah...>> Pensó Uitstli al tiempo que apretaba los dientes, alzaba la mirada para ver de lejos el sendero pedregoso que ascendía hacia la cima de la meseta y se colocaba de pie. <<Tengo que... volver... con ella>>
Nada más estar de pie, comenzó a anadear hacia el camino ascendente. Nada más poner un pie sobre él y empezar a subir trepándose con dificultad por encima de las protuberancias de roca, su mente formulaba preguntas sin respuestas: ¿Cómo es que Chiachuitlanti estaba en las Civitas Magna? ¿Cómo se hizo tan poderoso? Su fuerza y regeneración no correspondían a los que tenía en Xochimilco. ¿Habrá entrenado, cómo él? ¿Cuántos de sus enemigos habrán regresado para cazarlo? ¿Cómo pudieron hallarlo después de tantos siglos de estar escondido? ¿Qué debía hacer ahora? Se debatía contra sí mismo mientras ascendía por empinados picos del terreno accidentado. Su espíritu estaba tan frágil, tan quebrantado, que afectaba su fuerza actual, tanto así que en uno de los agarres sus dedos se resbalaron de la piedra, y por poco cayó a gran altura. Uitstli se sostuvo con todas las fuerzas remanentes que le quedaban. Tenía que seguir. Debía de seguir... por ella, por Zaniyah, por aquella niña que, incluso sin ser de su sangre, la amaba como suya propia.
Repentinamente una voz femenina rezongó dentro de su cabeza. Mientras hacía fuerza para levantar su propio peso y subirse encima del balcón de piedra, las palabras de su esposa le reprocharon las advertencias del pasado que se remontaban a la Segunda Tribulación: "Zaniyah no está lista para este mundo, Uitstli. Nunca lo estuvo, y solo Ometeotl sabrá si algún día lo estará".
—Ya.... Yaocihuatl... —refunfuñó Uitstli, cayendo bocarriba sobre el balcón nada más subirse a él— Yo... no sé... no sé qué hacer...
Giró ligeramente la cabeza y sus ojos se espantaron con la lejana imagen de Zaniyah, moribunda y descansando sobre su propio charco de sangre. El vigor volvió a él, y Uitstli expulsó un sinfín de gruñidos mientras se ponía de pie. Nada más pararse, comenzó a cojear, lento pero seguro. Observó su derredor, descubriendo la ausencia de los charcos de agua y las nubes tóxicas, dejando paso a las grietas que generó con su poder, y los campos de cultivos destruidos en su totalidad.
—¡ZANIYAH! —chilló Uitstli al tiempo que caía sobre sus rodillas, pero volvía al instante a ponerse de pie y a seguir marchando. El gritar el nombre de su hija le producía un efecto esperanzador, cómo si se dijera a sí mismo que aún tenía manga para ser el padre que ella merecía— ¡ZANIYAH!
Al estar lo suficientemente cerca, Uitstli descubrió que Zaniyah aún estaba despierta; a duras penas, sin embargo, pues hacía lo posible para detener el sangrado colocando su mano sobre su vientre. Uitslti rápidamente se dejó caer sobre sus rodillas, la tomó de la cabeza de forma gentil y la hizo reposar sobre su regazo, sin importa que se manchara las piernas con sangre. Uitstli le acarició la cabeza y sus ojos se volvieron lagrimosos, haciendo lo posible para contener las lágrimas. La vida aún permanecía en los ojos de Zaniyah, muy débilmente, pero su chispa seguía vivida.
—Papi... —murmuró Zaniyah, la sangre corriéndole por los labios y el mentón— Lo siento...
—No, Zaniyah —balbuceó Uitstli, mordiéndose el labio y cerrando los ojos— Yo lo lamento. Me contuve, hice la... estupidez... de contenerme. Ahora estamos donde estamos. Estás así... por mi culpa.
Zaniyah bufó y sonrió, cosa que hizo que Uitstli enarcará las cejas de la confusión.
—No, papi... —Zaniyah alzó la cabeza y lo vio a los ojos— Hiciste lo correcto... Igual que yo lo hice al pelear... Aún puedo dar mucho de mí, ¿sabes?
—Sí, mi amor. Aún puedes dar mucho de ti. Aún puedes... —los ojos de Uitstli se iluminaron, como si hubiese recibido la clarividencia de una idea esperanzadora— Aún puedes, por todos los dioses aún puedes. ¡Este no es el momento de morir, Zaniyah!
Uitstli cargó a su hija en brazos y comenzó a trotar a toda velocidad hacia los establos, allí donde los caballos aún seguían sujetos de sus riendas para que no escaparan. El guerrero azteca descolgó una de las riendas, sacó uno de los sementales del establo, subió primero a su hija en la montura, después él y, a lo último, picó las espuelas. El caballo relinchó, y comenzó a cabalgar con gran aceleración por el sendero, perdiéndose en la distancia a los pocos segundos, dejando atrás su ahora derruida finca.
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https://youtu.be/hvL-2TF9bLY
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷
A las afueras de la ciudad de Tláhuac
Cinco kilómetros lejos de la finca
A lo largo y ancho de la vasta y solitaria llanura se oía el constante y apurado trote de un semental. A lo lejos se podía ver un lejano punto marrón recorrer a toda velocidad por el sendero que lo lleva fuera de la región autónoma. Su jinete era Uitstli, y el guerrero azteca exudaba sudor y sangre con cada feroz galope que le daba a la pobre bestia con tal de que esta fuera lo más rápido posible por estas tierras de nadie.
Las gigantescas extensiones de planicies se abrían hacia todas partes, permitiéndole al jinete visualizar las antiguas y derruidas estructuras aztecas que antaño fueron pueblos e incluso ciudades-estado. La majestuosidad mesoamericana, que se había tardado quinientos años en florecer en la Civitas Magnas desde las Conquistas Españolas, fue totalmente diezmada por las Legiones Demoniacas durante la Segunda Tribulación. Desde ese entonces, ninguna etnia, sea azteca, maya o incluso inca, volvió a florecer como lo hicieron desde hace cien años.
De aquella gloria renaciente de su cultura solo quedaban fachadas de templos enterradas dentro de colinas y pasto verde moteada por cenizas, picos de pirámides sobresaliendo de la tierra, pilastras y obeliscos decaídos y partidos por la mitad, plazoletas y, lo más tenebroso de todos, cientos de cuerpos aztecas cremados y momificados en distintas poses lo largo de los restos de las carreteras y las ínsulas, todo a causa del fuego volcánico de los ejércitos del Pandemonium. Hombres, mujeres, niños, todos abrazándose en familia o quedando recostados en poses fetales... La llamaban "La Pompeya Azteca", y era un trauma que seguía persiguiendo a Uitstli incluso después de tantos años.
La soledad absoluta acarreaba en todas esas gigantescas hectáreas de nada. La desesperación se derrochaba en el corazón de Uitstli, aplastando su faz de guerrero sapiencial. EN todo momento llevaba esbozando una mueca de pánico. Pánico por un padre que iba a toda prisa al lugar donde poder rescatar la vida de su hija. Por su mente pasaron memorias del pasado lejano, de cuando Zaniyah, quien no era ni la mitad de ruda y madura que es ahora, hacía lo posible para ayudar a su padre en la lucha contra los demonios del pantano. Como la niña que fue se asustaba, huía, y se hacía bolita debajo de pilares, de lianas o de cuevas para esconderse del peligro. En su día Uitstli la regañó incontables veces, diciéndole cómo una aspirante a guerrera tenía prohibido huir. Ahora se sentía culpable, pues sabía que por su ineptitud ahora no podía enorgullecerse de su hija, y que ahora solo sentía culpa tras culpa.
Pero incluso en todo ese río de culpabilidad, su mente hallaba cavidad para los pensamientos más sanos y bonitos. Por su cabeza pasan incontables imágenes de toda la vida que él y Zaniyah tuvieron que hacer luego de la Segunda Tribulación, y luego de separarse de Yaocihuatl y los demás miembros de la familia: la más vivida fue verse a sí mismo y a Zaniyah dirigiendo a un grupo de aztecas sobrevivientes y llegando hasta el lugar donde fundar Tláhuac. En ese momento rememoró una sensación que nunca pensó que sentiría como guerrero azteca que era: la de ser un líder para su pueblo, la de ser el Tlatoani que ellos tanto necesitaban. Él nuca se creyó con esas aptitudes, pero con ayuda de su hija, consiguió todo lo que es Tláhuac ahora.
Y todo eso lo iba a perder. Tenía la corazonada de que esto era el comienzo del declive de su vida pacifica. La idea no hacía más que incrementar el miedo en su ya destruido espíritu aguerrido.
Uitstli pataleó las costillas del semental una vez más. La bestia relincho, y trotó con más velocidad aún, haciendo que el cuerpo de Zaniyah se bambolee detrás de él. A lo lejos, y después de estar viajando más de media hora por terrenos de devastación, pudo por fin visionar el objetivo final de su viaje: una mansión azteca rectangular de paredes de madera y adobe, techo cónico, lianas decorativas que surgían de sus techos corredizos, árboles de hojas doradas rodeándolo, y escaleras que ascendían hasta él. Estaba construido en lo alto de una meseta de más de treinta metros de alto. En la ladera de esta se establecía otra vivienda, mucho más pequeña pero con el mismo estilo y diseño y rodeado también por hermosos jardines de rosas. Debajo de la vivienda principal se encontraba una enorme piscina de aguas cristalinas con piedras bioluminiscentes resplandeciendo en el fondo.
El ver esa estructura tan maravillosamente fusionada con la naturaleza del entorno le trajo un vahído de recuerdos amargos a Uitstli. Pero a pesar de ese negativismo que le hacía peso en su pecho, se legro de por fin haber llegado.
<<Por fin llegamos, hija>> Pensó Uitstli, palpando la pierna de la inerte Zaniyah. <<Llegamos a la casa de tu tía...>>
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|◁ II ▷
El caballo de Uitstli se aproximó hacia la vivienda inferior de la montaña, la cual resultó ser un establo para caballos. Los demás sementales se encabritaron por la repentina aparición del intruso. Uitslti posó a su montura cerca del establo, se bajó de él, lo ató a uno de los soportes de madera y bajó a Zaniyah de allí, manchándose una vez más los brazos con su sangre. A pesar de la venda improvisada que le colocó alrededor de su estómago, la herida no paraba de borbotar sangre. La hemorragia ponía nervioso; solo Ometeotl sabía que tan mortal era esta herida... O más bien, solo lo sabría su hermana.
Alzó su vista hacia la vivienda principal y más grande, subida en lo alto de la montaña, majestuosa y mística. Uitstli apretó los dientes y comenzó a correr, subiendo a toda velocidad los primeros peldaños de la longeva escalinata que le tocaba subir.
Recorrió el camino alrededor de la enorme piscina, recibiendo en el proceso algunos haces de luces venidos de las piedras preciosas que resplandecían en el fondo de esta. Tras eso ascendió por otra escalinata hasta llegar a la base de la mansión azteca. Allí subió la última serie de peldaños que le quedaban, y nada más estar frente a la puerta, la golpeó una, dos, tres, cuatro y cinco veces, con tal fuerza que el polvo acumulado en el dintel revoloteó frente a su cara. Uitslti se quedó paralizado, pensando en la sorpresa, el desagrado, el miedo y tantos otros sentimientos que producirá el revivir la relaciona con la persona que allí vive. Miró el rostro ensangrentado de Zaniyah, y apretó los labios. Si evitar su muerte significa enfrentarse a la vergüenza, entonces lo haría.
Volvió a golpear la puerta una y dos veces cuando no recibió respuesta. Con desespero en su voz, gritó:
—¡¡¡TEPATILIZTLI, ABRE LA PUERTA!!!
Nuevamente no recibió respuesta en los consiguientes treinta segundos. Volvió a golpear al puerta, y a los cinco segundos fue sorprendido por la exclamación de una mujer airada, quien le pregunta:
—¡¿En serio eres tú, Uitstli?!
El guerrero azteca tragó saliva, tragándose también su orgullo.
—¡Lo soy! —dijo— ¡Abre la puerta, por favor!
—¿Cómo es posible que tu obstinación siga vigente incluso después de un siglo? —le reprochó la mujer tras la puerta, sonando tan sorprendida como disgustada— ¡Te recuerdo el acuerdo que teníamos de no irrumpir en la vida del otro! De haber sido Yaocihuatl, ni te habría respondi...
—¡¡¡MI MALDITA HIJA ESTÁ HERIDA, HERMANA!!! —el chillido de Uitstli resonó por toda la montaña, transmitiendo a los animales del bosque su temor— ¡ABRE LA PUERTA! ¡¡¡YA!!!
Se hizo un largo silencio que para Uitstli se le antojo eterno. La puerta se abrió de repente, revelando a una mujer de cabello negro y largo, trenzado en rastas y con dos mechones en su frente, aretes con formas de soles aztecas, collares purpuras y dijes dorados en su cuello y busto, camisa verde con bordados dorados, tatuajes negros que se asoman en los laterales de su vientre y una bellísima falda ornamentada con largas plumas negras, placas de bronce con símbolos de dioses aztecas y sujeta a una faja púrpura.
La mujer observó con un rostro espantado a la ensangrentada Zaniyah cargada en los brazos de Uitstli; al ver la herida que abría su vientre, su semblante pasó a uno de determinación. Dio un paso atrás y dedicó aquella mirada prometedora a su hermano.
Uitstli corrió a toda velocidad por las salas de estar de la impecable casa de su hermana, tropezando en el proceso con algunas butacas y tocadores. Tepatiliztli iba delante de él, guiándolo por el complejo de pasillos hasta alcanzar su habitación. Abrió la puerta, se dirigió a la cama donde removió de una esgrima las sabanas, y Uitstli se apuró en posar a Zaniyah sobre el colchón. El desespero era tal que Uitstli sudaba soporosamente y no paraba de gimotear del pavor.
—Eso, acomódala bien —indicó la médica azteca mientras veía como su hermano ponía la cabeza de Zaniyah sobre una almohada—. Bien. Ahora sígueme a la sala.
Tepatiliztli y Uitstli trotaron por los pasillos hasta llegar a una especie de despensa, llena de anaqueles que estaban atiborradas con botiquines de primeros auxilios y cajas de medicinas y herramientas de cirugía. Tepatiliztli se apuró en agarrar guantes de latex, ponérselos y después de eso cargar con una de las cajas con las herramientas de cirugía.
—Llévate contigo Ortigas de Quetzal, coagulantes, Aguardiente de Tonalli y sábanas limpias —indicó Tepatiliztli, hablando con rapidez pero aplomo, digna de una doctora experimentada en emergencias de este estilo.
Uitstli cargó con todos estos materiales en sus brazos, teniendo cuidado de que ninguno se le cayera mientras seguía a su hermana de regreso hacia la habitación. Allí, Tepatiliztli le dijo que aplicara presión en la herida con las sábanas humedecidas por el Aguardiente. Uitstli mojó un paño con este alcohol, y luego de presionar suave pero firmemente la herida en el vientre, el sangrado pareció detenerse. Tepatiliztli sacó de la caja de herramientas dos conchas marinas de color azul; se las enganchó a sus orejas como si fueran estetoscopios; envolvió su dedo en un anillo de magia azul, y colocó su yema sobre el pecho de Zaniyah. Se hizo un silencio de unos segundos, llenos de tensión, pues Uitstli no supo ver en la mirada de su hermana si sentía su pulso o no...
Pero al parecer sí lo sintió, pues Tepatiliztli cerró los ojos y suspiró del alivio.
—Lo escuchó —indicó ella mientras seguía palpando el busto de Zaniyah con su dedo—. Es débil, pero vivido, igual que ella —Tepatiliztli le dedicó una sonrisa triunfal a Uitstli. El guerrero azteca le devolvió la sonrisa, pero más endeble—. Hermano, haré todo lo posible ahora, ¿ok? Déjame a solas con ella. Espera en la sala. Ya atenderé tus heridas también.
—V-v-v... vale... —el balbuceó de Uitstli empeoró con formular esta palabra. El fornido hombre retrocedió hasta salir de la habitación.
Uitstli esperó por largos y tediosos minutos. No podía estarse quieto: se sentaba en la mesa, en la butca, en el sofá; caminaba de un lado a otro; observaba las melancólicas vistas del panorama a través de las ventanas, apreciaba los recuadros de los antiguos compañeros que ellos dos tuvieron en sus aventuras de hace quinientos años... Por más que intentaba apartar el negativismo al ponerse en pensar en cosas del pasado, el tormento no lo dejaba en paz. Su cerebro no paraba de procesar el resentimiento, la tristeza y el desespero de pensar que su hija, lo único que lo mantenía sano mentalmente, estaba al borde de la muerte por su culpa.
Y lloró. En silencio, y apenas unas lágrimas que en seguida se limpió con la mano, pero sollozó al fin y al cabo. En el ejército, los generales aztecas le dijeron que un guerrero temible como él no debía llorar. Llorar era un signo de debilidad para ellos. Pero, ¿acaso Tzilacatzin no sentía pesares en su corazón cuando perdía a sus hombres? Peor aún, ¿acaso él no lloró cuando los Españoles capturaron a su familia, para no ser vistos nunca más, incluso después de la caída de Tenochtitlan? Eran tan complejos sus pensamientos, tan paradójicos sus sentimientos, que la única forma de responder a ellos era sollozando.
Repentinamente se oyó el chirrido de las bisagras. Uitstli se puso de pie, y vio a Tepatiliztli salir de la habitación. Su hermana estaba limpiándose la sangre de las manos con un paño hasta que lo dejó encima de un tocador. Ambos hermanos se quedaron observando mutuamente, y en silencio, por varios segundos.
—¿S-sigue viva? —inquirió Uitstli, los nervios colmando sus palabras.
—Sí, lo está —contestó Tepatiliztli, mordiéndose el labio inferior—, pero no puedo coser la herida todavía. Esta infectada por toxinas. Si lo hago, infectara sus torrentes sanguíneos, y se pudrirá por dentro. Tendré que limpiarla. Ustedes dos comparten el mismo grupo sanguíneo, ¿no?
—S-s-sí... —Uitsti tragó saliva y asintió con la cabeza.
—Incluso sin ser de tu semilla comparten la misma sangre, que afortunado —Tepatiliztli sonrió. Sus sonrisas tan carismáticas y gentiles siempre aliviaban la tensión de estas emergencias—. Voy a necesitarte para hacer muchas transfusiones de sangre.
—Ella es mi familia, hermana. Incluso si no es mía... —Uitstli cerró los ojos e hizo el esfuerzo de no sollozar en frente de ella.
—Ven, toma asiento —Tepatiliztli lo tomó amablemente de los hombros— Aún estás tenso —la médica azteca volvió al tocador y recogió de allí el paño ensangrentado, junto con Aguardiente y curitas—. Ahora es tu turno.
Uitstli se volvió a sentar en la mesa y dejó que su hermana curara el sangrado. Su rostro quedó cubierto por curitas, lo que le sacó una sonrisita más a Tepatiliztli. Pero por más que ella sonriera, no era suficiente para eliminar la pesada atmosfera que rodeaba toda la estancia. Ambos hermanos permanecieron en un gélido silencio, con Tepatiliztli mirando de reojo varias veces a su hermano. Jamás había visto Uitstli tan... catatónico, como si hubiese salido de una batalla de la que todos estaban seguros que no saldría vivo. Solo había visto ese semblante devastado tres veces: cuando se enfrentó a la Muerte Blanca, cuando el semidiós Tlacoteotl lo tuvo a él y a su grupo en la palma de su mano, y cuando las Legiones Demoniacas arrasaron con las ciudades-estado aztecas aledañas a la Civitas Manga.
—Yaocihuatl no lo sabe... —musitó Uitstli, su voz totalmente quebrada por la tragedia— Debería ser yo el que esté en esa cama, ¡no ella! Tengo que ir a buscarla, decir lo que ha pasado...
—¡Shhh! ¡Ni se te ocurra hacer eso! —profirió Tepatiliztli, el ceño fruncido— No es el momento ni la oportunidad de volver con ella. No ahora.
—¡ES SU MADRE! —Uitstli arrugó su semblante en una mueca frustrada— Ella tiene que saber que fuimos atacados por un Chiachuitlanti.
Tepatiliztli enarcó las cejas y la perplejidad se dibujó en su rostro. Se quedó viendo por un largo rato a su hermano, boquiabierta. Emitió un bufido y ladeó la cabeza.
—Será mejor que expliques eso.
Uitstli respiró hondo y exhaló. Hizo el esfuerzo de hallar las palabras adecuadas, y con la mayor precisión posible, para explicarlo de forma concisa. Se encogió de hombros, miró al techo por unos segundos, y comenzó a explicar:
—No sé cómo... pero un demonio del pantano apareció en nuestra finca luego de que regresáramos del Mercado del Sol. Era... e-era mucho más poderoso que los de Xochimilco, tanto que me igualaba en fuerza. Dijo que venía del Bajo Mundo, que había reencarnado en Nifelheim.
—Entonces eso explica el veneno de origen pantanoso... —dijo Tepatiliztli—. Pero... ¿cómo es posible? Nosotros los exterminamos en Xochimilco. Y estoy segura que también en la Segunda Tribulación.
—No lo sé... —Uitstli se mordió la lengua— Pero algo es seguro: el pasado ha vuelto a atormentarme.
Nuevamente el silencio gobernó en la estancia, tan denso que conformó una muralla invisible entre ambos hermanos.
—Yaocihuatl tiene que estar aquí, hermana —insistió Uitstli, mirándola de reojo—. Tiene que saber.
—Ok, hermano, lo entiendo. Me encargaré de eso —Tepatiliztli lo señaló con un ademán de cabeza—. De mientras tu encárgate de tu parte.
—¿M-mi parte?
—Tu objetivo es quedarte en esta casa y estar con tu hija. Vuelvo y te digo —Tepatiliztli indicó la puerta con una mano—, es estúpido salir por esa puerta e ir a buscarla. Ni en chinga te dejaré hacer eso. Te sedaría con Aliento del Sueño si hace falta, ¿lo sabes, no?
Uitstli se quedó taciturno. Se llevó los dedos al puente de su nariz y contuvo más sollozos.
—Hermano, si algo le pasará y tú no estás aquí... —Tepatiliztli se tragó sus palabras, pero tuvo el valor de reprocharle la verdad— Si ella se nos va, y tú no estás aquí, nunca te lo perdonarías. Yo no te lo perdonaría. Yaocihuatl no te lo perdonaría.
—Sí... —Uitstli reprimió los sollozos al tiempo que agitó la cabeza en asentimiento— Tienes razón.
—¿Cuándo nunca la tuve? —Tepatiliztli sonrió y cuchicheo risitas adorables. Tras eso se acercó a Uitstli, lo tomó de sus musculosos bíceps, y lo miró directo a los ojos—. Cuando tuvimos que evacuar la capital, Xocoyotzin, y tuvimos que tomar caminos distintos para alejarnos de las Legiones... Yaocihuatl estaba como... —Tepatiliztli volvió a sonreír de solo recordarlo— La fortaleza menta, y el espíritu lideresa de esa mujer... salieron a relucir cuando guío ese éxodo lejos de los soldados de Aamón. Tú tienes que ser así ahora, hermano. Zaniyah lo necesita. Reúne fuerzas para hacer la parte más difícil, mientras yo me encargo del resto. Solo... déjame el resto a mí, ¿ok?
—Entiendo... —Uitstli sollozó un par de veces y abrazó a su hermana—. No sabes cuánto te lo agradezco, hermanita.
—Solo por esta vez te dejaré llamarme "hermanita", cabrón —masculló Tepatiliztli, devolviéndole el abrazo.
Los dos hermanos se mantuvieron aferrados el uno al otro por casi un minuto; la soledad de cada uno se extinguió con aquel inquebrantable abrazo, y como si hubiesen enmendado sus diferencias, ahora estaban uniéndose en un viejo vínculo fraternal. Tras separarse, Tepatiliztli le dijo lo siguiente a su hermano:
—Debo advertirte esto, Uitstli: no tengo los instrumentos necesarios para hacer la cirugía completa y salvar a Zaniyah.
—¿Cómo que no los tienes? —farfulló Uitstli— ¿Cuáles son?
—Herramientas quirúrgicas más un respiradero.
—¿Y dónde están?
—En la Casa de los Enfermos. Está en Mecapatli.
—Pero la ciudad está a unas quince millas de aquí —el semblante de Uitstli se volvió uno de disgusto y desacuerdo.
—Lo sé, y por eso debo partir ahora a caballo y llegar. Cuando llegue tomaré un Grifo, y el viaje de regreso será mucho más corto.
Uitstli no dijo nada por los siguientes segundos. Tragó saliva, y gruñó.
—Todo sea por curar a mi pobre niña —dijo.
—Te dije que yo me haría cargo del resto —Tepatiliztli le dio un golpecito en el hombro y se reincorporó de la mesa—. Vamos, hay que darle de tu sangre.
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6
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Sureste de la ciudad de Tláhuac
Con el dinero requisado, a Randgriz no se le hizo difícil alojarse en el apartamento más grande de la ínsula de Coyotl, una de las provicincias sureñas deTláhuac y, además, donde poder establecer su base de operaciones.
Estaba completamente sola en esto. No había ninguna otra hermana Valquiria que la hubiese estado esperando aquí. Todo el plan eran vibras de espionaje: La Reina Valquiria le confió su total disposición a reclutar a Uitstli a los Legendarium Einhenjar por estos medios, menos ortodoxos. Randgriz no era quién para cuestionar sus decisiones, pero no podía estar más en acuerdo con William Germain en que todo esto se habría ahorrado si tan solo él hubiese hablando, o incluso ella. Pero quién sabe; a lo mejor todo se habría desenvuelto de la misma forma, sin importar los métodos.
El plan era sencillo visto desde lo general: averiguar donde se encontraban todos los aliados de Uitstli, vigilar sus rutinas diarias, descubrir la forma en que puedan unirse al bando de la Reina, evitar que caigan en las manos de Omecíhuatl y, de esta forma, tenerlo todo listo para la primera ronda del torneo del Ragnarök. Visto desde lo particular, ya era de plano difícil, pues Randgriz no tenía idea cuántos aliados y dónde se encontrarían. Era una misión titánica, pero nada que Randgriz se hubiese enfrentado antes bajo los servicios de la corona.
Comenzaría desde lo bajo, y vaya si tuvo un golpe de suerte nada más llegar a Coyotl: mientras viajaba a caballo a través de las calles, visionó a lo lejos un poster de "Se Busca". De por sí este pueblo daba vibras de ser del viejo oeste. todos los aztecas vestían con túnicas y tocados multicoloridos entremezclados con tejanos, zahones y chalecos andrajosos, y cada uno llevaba un cuchillo, un machete o un revólver bamboleando en sus cinturas. Cuando Randgriz se acercó hacia el poste donde estaba el letrero, descubrió la imagen de...
De un mapache vistiendo un uniforme anaranjado de una pieza y con pliegues negros recorriendo su torso y piernas. Esgrimía una pistola hacia el espectador, y sonreía cual criminal orgulloso. El poster decía que se buscaba a este peligroso delictivo, vivo o muerto, de nombre Xolopitli. Llevaba por apodo "El Mapache Pistolero", y se describiría que era buscado por robo a bancos de la Civitas Magna, extorsión, robo de identidades, lavado de dinero y, por último, intentar robar los archivos super secretos de la Multinacional Tesla. Se ofrecía una recompensa de cinco millones de dracmas por solo saber información de él.
Ciertamente había muchísimos Nahuales convertidos en animales permanentemente, y los mapaches eran los que más abundaban, por alguna razón. Había visto a varios de ellos caminar por las calles como si fueran personas normales, lo que dificultaría en gran medida la búsqueda. Pero con este poster, Randgriz sonrió, como si se hubiese ganado la lotería.
Se dio un golpecito en su sombrero de ala ancha para ver mejor el poster y agarró bien las riendas de su caballo.
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|◁ II ▷
Y con esa información en mano, Randgriz se movilizó por todas las partes de Coyotl, en especial las partes de los barrios donde se concentraban los Nahuales. Al parecer los trataban como un grupo de marginados, a tal punto que crearon juderías solo para ellos. La valquiria corrió el riesgo de preguntar por el nombre Xolopitli entre los Nahuales, y obtuvo distintas reacciones: unos se espantaron, y se negaron a hablar de él, otros tantos simplemente no decían nada y se la quedaban viendo de formas sospechas, y muy pocos se atrevieron a confirmarle que sí, que el Mapache Pistolero se encontraba en Coyotl.
<<Parece que tiene ya formada su banda>> Pensó Randgriz, observando a un grupo de nahuales mapaches que la observaban desde lo alto de una torre de agua. <<Mejor ir aún más precavida>>
Al tercer día de búsqueda, Randgriz decidió ir a comprar sfogliatellas en una panadería como aperitivo. Al llegar a la panadería italiana más cercana, vio que la estancia estaba atiborrada tanto por aztecas como por nahuales, casi todos ellos mapaches tomó un ticket que indicaba su turno. Número 29. Y había al menos unas diez personas aquí.
<<Esto va a durar lo suyo>> Pensó Randgriz al tiempo que oía el timbre de la puerta indicando a alguien más entrar. AL darse la vuelta, vio que era otro nahual mapache, uno que llevaba una chaqueta negra, camisa gris y vaqueros. El aura de intimidación que emanaba aquel mapache era indistinguible a los ojos de Randgriz.
Los minutos de espera se hicieron eternos, en especial para aquel nahual que recién entró, quien se la pasaba tarareando o toqueteando las paredes con tal de no morirse del aburrimiento. Cuando le llegó el turno a Randgriz, pidió su orden, y el panadero le dio los sfogliatellas en una bolsa. La Valquiria se lo agradeció con cordialidad, y salió de la tienda. No obstante, en vez de irse de regreso a su base, se ocultó detrás de la pared de una casa y vigiló a escondidas a aquel nahual mapache.
Otros cinco minutos de espera pasaron, y Randgriz vio como un demonio adolescente de aspecto rockero entraba en la panadería justo cuando el último de los clientes salía. Debía de ser el turno del nahual mapache, pero el panadero se dirigió hacia el demonio en cambio.
—Hola, Ozzy, ¿qué te pan te doy?
—Dame un... —habló el demonio rockero, e iba a señalar el pan que quería cuando el nahual mapache los interrumpió de forma sorpresiva.
—¡Hey, hey! Número treinta y cuatro, justo aquí.
<<¿Será él...?>> Pensó Randgriz.
—Él seguía en la fila —afirmó el panadero, la sonrisa nerviosa—. Solo salió un momento a hacer una llamada.
El nahual mapache puso una mueca indignada.
—Ah, o sea que ¿yo puedo salir de aquí, chingarme a tu madre, volver el sábado, y seguiría en la fila?
—Dije que ÉL seguía en la línea —contestó el panadero, entrecerrando los ojos, su acento italiano queriendo denotar autoridad.
—¡Oye, pinche Auguste Gusteau, que no estoy de puto humor ahora! —maldijo el nahual mapache, ladeando la cabeza, sus bigotes retemblando de rabia— Yo soy el que sigue, ahora tráeme una chingada caja de bolillos.
El panadero italiano hizo un ademán de ignorar al nahual y volvió a mirar a su amigo demonio.
—Ozzy, ¿qué pan quieres? —dijo al tiempo que sonreía.
—¡Oh, vete a la verga, pues! —gritó el nahual mapache, agitando una mano.
—Venga, Gino, atiéndelo a él primero —se expresó el demonio rockero, su voz suave y benevolente, resultando ser mucho más amable de lo que aparentaba.
—No hablarás en serio, Ozzy. Un nahual no pone las reglas aquí —el panadero hizo su típico gesto italiano.
Se hizo un breve pero intenso silencio entre los tres. El demonio rockero se encogió de hombros y miró con vergüenza y algo de miedo al nahual mapache.
—Bueno, dame un par de cruasanes, y una... —empezó a decir, y el panadero italiano estuvo a punto de ir a buscar los panes cuando el mapache los volvió a interrumpir.
—¡Como toques uno solo de esos chingados cruasanes, lamentarás no haber aceptado el trabajo en el jodido Pizza Hut!
—¡Vaffanculo! —exclamó Gino, y le sacó el dedo de en medio.
—Ya está, me calenté —el nahual mapache le chasqueó los dedos frente a la cara del demonio rockero. Corrió directo hasta la puerta, la abrió, y con su felpuda cola le indicó que se fuera—. Sal a dar otra llamada a tu novio Chuck, transexual con alas.
—Pero mi pan... —masculló Ozzy.
—Vuelves en diez minutos o en otra vida donde hayas nacido mujer —dijo el mapache—. Venga, vete.
—¡¿Pero qué carajos crees que haces?! —gritó Gino al tiempo que veía como su amigo demonio era forzado a salir de la panadería.
Randgriz se ocultó detrás de la pared nada más ver al demonio rockero caminar por la acera en dirección a ella. Pasó de largo, y cuando volvió a asomarse, vio a lo lejos al nahual (cada vez más segura de que era Xolopitli) darle la vuelta al cartel para que diga que está "cerrado". Tras eso el mapache se llevó las manos detrás de sí y sacó de allí un mango metálico con forma ovalada. El panadero lo confundió con un boomerang, y cuando de repente ese objeto emitió gorjeos de hierro, se alargó y se convirtió en un rifle de asalto futurista en un abrir y cerrar de ojos, Gino se ocultó detrás de la barra.
—De pie, gordo —dijo el nahual, caminando alrededor de la mesa hasta meterse dentro de la barra—, no te voy a hacer daño.
Gino se puso de pie, lenta y temblorosamente. A pesar de que el mapache apenas media un metro de distancia y su apariencia era la de un peluche, él era el que tenía el arma y apuntaba sus cañones hacia su obesa panza.
—¿Qué pasa, ah? —refunfuñó el mapache, señalándose con un dedo— ¿Qué pasa? ¿Acaso te parezco un maricón rampante?
—N-no... —respondió Gino, las manos alzadas
—¡Hablo en serio! Sé honesto, no me enojaré —el nahual reafirmó el rifle a la altura de su hombro— ¿Te parezco un wey marica queer que vez en una de las marchas gays de Checoslovaquia?
—¡No!
—¡¿Entonces por qué mierda me chingaste la paciencia y me trataste como si no fuera nada de lo que preocuparte?!
—¡L-l-lo siento, s-señor mapache!
—Coge la caja de bolillos —al ver que Gino no reaccionaba, el nahual mapache dio un disparo al suelo, y el rifle rugió con la potencia de cien pistolas—. ¡Muévete! —El panadero respingó y en seguida tomó una caja—. Así me gusta. Ahora llénalo con torta de tamal, birote y baguettes —el panadero fue cogiendo de pan en pan y metiéndolo dentro de la caja. Al ver como lo hacía muy lentamente, el mapache dio otro disparo al suelo— ¡MÁS RÁPIDO, BOLA DE GRASA!
El panadero llenó la caja con los bolillos. La cerró, y lentamente se la tendió al mapache. El nahual se la quitó de las manos, y le dedicó una última mirada visceral a Gino.
—La próxima que veas mi puta cara, me enseñas respeto, ¿oíste?
—L-lo haré... —Gino tragó saliva y ya parecía que estaba a punto de cagarse en los pantalones.
El mapache nahual agitó su rifle de asalto, y pieza a pieza se fue retrayendo hasta volverse en el objeto con forma de boomerang que era antes. Le dio la espalda al panadero, se guardó el mango dentro de sus vaqueros, abrió la puerta con una de sus patas y se largó de allí a grandes zancadas. Randgriz en todo momento lo siguió con la mirada, y pudo alcanzar a ver el mango del rifle asomándose por encima de sus jeans. Eso, adjunto con otros pequeños detalles en los colores de su pelaje, la ayudaron a diferenciarla de las facciones de tantos otros nahuales mapuches y crear un perfil pictográfico de él en su mente.
<<¡Bingo!>> Pensó Randgriz, asiendo el puño en gesto de victoria. <<Sin duda eres Xolopitli>>.
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Casa de la Curandera
Medianoche
La noche se le estaba antojando tenebrosa, y eso era algo que no le pasaba a Uitstli desde hacía mucho tiempo.
Tepatiliztli se había marchado hacía seis horas; el recorrido hacia la Región Autónoma de Mecapatli por lo general no duraba más de tres a cuatro horas a caballo. En Grifo, ni siquiera media hora. ¿Acaso le habrá pasado algo a su hermana en Mecapatli? No, no podía pensar en eso ahora. Debía reponer fuerzas, tal como ella se lo había dicho; si quería asegurar la protección de la vida de su niña, tenía que permanecer fuerte, por más difícil que fuera.
Se sentía débil, muy endeble. Debido a que tuvo que hacer tres transfusiones de sangre seguida, eso había drenado sus energías. Aún tenía en el brazo la venda allí donde Tepatiliztli le inyectó la jeringa. Qué insulso: en el pasado él había perdido cantidades mayores de sangre, y aún podía mantenerse en la pelea con el mismo vigor que si tuviera su sangre completa. A lo mejor el Chiachuiltanti tenía razón en su debilidad, y en como la vida agreste lo volvió un pusilánime que no se podría adaptar a este mundo.
Pero, ¿cómo podía ser fuerte, si sacar el Jaguar Negro significaba abandonar el atisbo de humanidad que le quedaba desde la Segunda Tribulación? Había perdido a muchos compañeros Einhenjers, y los familiares que le quedaron decidieron hacer un pacto para no volverse a ver con tal de que cada uno siga con su vida. Zaniyah era la única familia que le quedaba, y si la perdía...
Pero ahora Tepatiliztli estaba con él. No sabía determinar si de forma permanente, o solo hasta que Zaniyah se curase, pero esta era la primera vez en más de cincuenta años que había visto y hablado con su hermana. ¿Puede que este sea el inicio de una nueva travesía? ¿Será que el viejo grupo de aventureros que se enfrentaron con gran ímpetu y valentía a Tlacoteotl Ahuizotl y Mictlántecuhtli se congregaría una vez más, para combatir contra una amenaza común? Uitstli ladeó la cabeza; los delirios del sueño ya lo estaban afectando, y le hacían pensar cosas inverosímiles. El grupo no se volvió a ver las caras desde la Segunda Tribulación. No creía que algo como este Torneo del Ragnarök los volvería a reunir.
Los vientos soplaban con vehemencia; los bosques emitían susurros de hojas tenebrosos que eran acompasados con el croar de los grillos, los graznidos de los búhos y los pequeños torbellinos negros que de vez en cuando se creaban en la profunda maleza. Uitstli olfateaba el dulce aroma de la lluvia. Estaba sentado sobre una mecedora, en el balcón, por lo que su cabeza alzada observaba un cielo estrellado donde el eterno Estigma de Lucífugo también fungía como disco lunar. Eclipse eterno e impermutable, tanto de día como de noche... Uitstli se preguntó como fue que Zaniyah y él pudieron vivir en este mundo por tanto tiempo sin perder la cabeza
<<Me hago viejo para las esperanzas juveniles>> Pensó Uitstli, pasándose una mano dormida por su bigote y barba. Respiró hondo y miró por encima de su hombro la sala que daba acceso a múltiples habitaciones. Posó sus ojos sobre la puerta que daba al cuarto donde descansaba Zaniyah. Respiró hondo de nuevo, se paró de la mecedora y se encaminó hacia allá.
El azteca caminó alrededor de la cama hasta ponerse de rodillas al lado de Zaniyah. La pequeña aún seguía durmiendo. Al removerle las sabanas, Uitstli frunció el ceño del asco e impotencia al ver las vendas que demarcaban la otra mitad de su estómago, la piel putrefacta tanto dentro como por fuera. No soportaba verla así. Jamás lo aguantaba. Por su mente volvieron a pasar y reproducirse los innumerables momentos en los que ella había demostrado espíritu guerrero, y había triunfado. Con la Muerte Blanca, contra el Diente de Mar, contra las Tlahuelpuchi... Dioses, ella en verdad había crecido, y era una mujer madura que podía cuidarse de sí misma. Él lo había visto, y lo volvió a ver. Entonces, ¿por qué la vida tenía que aumentarle la dificultad?
<<"Zaniyah no está lista para este mundo, Uitstli">> Espetó la voz de Yaocihuatl en su cabeza, reverberando como un eco.
—Ella lo estará —gruñó Uitstli, acallando la voz. Acarició dulcemente la cabeza de Zaniyah—. Tú derrotarás este mundo, Zaniyah. El día en que yo no esté, y tu madre, y tu tía... Tú serás el legado azteca. Hasta entonces... tengo que ayudarte a crecer —Uitstli se detuvo. Respiró y exhaló hondo. Apretó un puño, y la piel en el dorso de su mano se descoloró y adoptó otro color: negro. Emitió un gemido ahogado, y el color de su mano volvió a la normalidad al tiempo que le ponía a Zaniyah las sábanas—. Pero por favor... que no haga falta sacar al Jaguar Negro.
El sueño de Morfeo, que ya lo había dominado desde hace mucho, empezó a forzarlo a cerrar los ojos y a sumirse en un plácido descanso, con su cabeza recostada suavemente sobre el estómago de Zaniyah. La oscuridad fue lo último que vio Uitstli, y lo último que oyó fue el silbido de un búho, seguido por un lejano e inteligible sonido estruendoso.
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷
Una fuerte sacudida despertó a Uitstli, y lo primero que el guerrero oyó fue el estruendo de relámpagos cayendo encima del techo de la casa, así como los alaridos de vientos de huracanes afuera de la vivienda. Al abrir los ojos de par en par, Uitstli quedó horrorizado de ver como grandes pedazos del techo se desprenden; las brisas huracanadas las jalaban como dragones que tiraban de sus presas con sus inmensas garras. Uitstli alcanzó a ver la forma del huracán a través de los huecos.
Corrió por toda la sala, tambaleándose a causa de los constantes temblores. En el camino agarró la primera arma que se le cruzó: una Macuahuitl que estaba en el marco de un cuadro. El guerrero azteca descendió de las escaleras derrapando por el pasamanos; dio un voltereta, cayó de pie en el zaguán, y velozmente corrió hasta la puerta mientras que escombros se desmoronaban del techo y caían por todo el suelo.
Agarró el pomo de la puerta y, cuando estuvo a punto de abrirla, esta salió desprendida de sus bisagras y llevadas al corazón del enorme huracán que se erguía con gran imponencia al lado de la meseta. La oscuridad de todo el ambiente era absoluta, siendo iluminada de vez en cuando por los destellos de los relámpagos que caían alrededor de una circunferencia de poder divino. Un círculo que rodeaba la silueta de una sombra musculosa y alta, con ojos rojos que resplandecían con furor y tatuajes carmesíes que igualmente irradiaban en la negrura. Un terror inmenso invadió a Uitstli, y su instinto le gritó que huyera lo más pronto de allí.
Pero no podía. No con Zaniyah aún inconsciente y en la casa de su maldita hermana. No, debía ponerse la faceta de guerrero una vez más. Y lo hizo al gritar a todo pulmón:
—¡¿QUIÉN ERES?!
La sombra respondió con silencio. Se llevó una mano a la espalda, lo que hizo que los vientos del gigantesco huracán se alborotasen e incrementen su velocidad. Aquel sujeto, aquella sombra, aferró sus fuertes dedos a una gruesa empuñadura. La sombra de la hoja que blandió el aire dejó sin palabras a Uitstli: esgrimía una Macuahuitl, pero era demasiado grande, demasiado gruesa, demasiado pesada, para que ni siquiera el legendario Tzilacatzin pudiera esgrimirla.
La sombra de ojos rojos estampó la punta de su titánica espada contra el suelo. Escombros salieron volando hacia todas las direcciones y un gran agujero se formó a los pies de la sombra debido al choque. El torbellino de relámpagos azules se descontrol alrededor de la silueta, provocando que cientos de miles de ellas se acopiaran alrededor de la gigantesca Macuahuitl, a tal punto que parecía un generador eléctrico a punto de explotar.
Es entonces que Uitstli ensanchó los ojos, su piel se puso de gallina, y el pavor más quebradizo le hizo darse cuenta de lo que estaba ante él.
Un Dios Azteca.
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