Motlalihtoc Miquilistli (Ajachi 3)
MUERTE DESTINADA (PARTE 3)
https://youtu.be/oc65Wo5w6sU
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https://youtu.be/d4fnwVZPkkI
Este de la Región Autónoma de Quintana
Pueblo "Nevada de Quindío". Un par de días luego del atentado
En un solitario bar del lejano pueblo de Nevada de Quindío, Cuetlachtli se fumaba un puro con un semblante de despreocupación, tomando con indiferencia el sofocante calor que enfervorizaba la cantina y el pueblo entero. No solo por el calor que irradiaba el Estigma de Lucífugo, sino también por la movilización de paramilitares del Cartel de los Coyotl.
A través de las ventanas de cortinas corredizas, se alcanzaba a observar la marcha de gruesos pelotones de más de veinte nahuales cada uno, todo sellos siendo de apariencia canina. Vestían con uniformes camuflados de color anaranjado, y cargaban en sus manos rifles de asalto. Los acompañaban, por los flancos, carros de combate, e incluso tanques de diseños de la Primera y Segunda Guerra Mundial. Los lugareños del pueblo se recluían hombro a hombro en sus porches, viendo el panorama militar con miedo expectante; siendo esta la primera vez que veían algo así, algunos concibieron el escandaloso pensamiento de que estaban presenciando el comienzo de la Tercera Tribulación.
El cuartel operativo de los Coyotl al este de Quintana ya se estaba movilizando y realizando acciones militares en los pueblos aledaños a la ciudad de Quintana. Siendo este la cuna del Cartel de los Coyotl, la ejecución de militarizar la ciudad y los pueblos cercanos a esta estaba siendo pan comido. La noticia ya se corría como la pólvora por las noticias televisivas de como paramilitares estaba adueñándose de los pequeños poblados, y de la mismísima Quintana. Su poder militar y su capacidad de dominancia civil y de terrorismo no parecía conocer limites, hasta el punto de realizar acciones marciales en la población con tal de demostrar que ellos son más poderosos que los gobiernos regionales. El solo pensar en eso hacía que Cuetlachtli esbozara una sonrisa mientras fumaba su puro.
El subalterno lobo dejó a un lado el cigarro y agarró el vaso de vidrio llenó de whisky. Se lo bebió de un solo trago, y le pidió al barman más. El azteca, con el terror dibujado en su rostro, accedió a servir más whisky en su vaso.
—Cuidado, señor Cuetlachtli —advirtió el barman al tiempo que Cuetlachtli se volvía a beber todo el whisky de varios sorbos seguidos—, hoy es un día muy caliente. El Tonalli de Lucífugo está más inclemente que nunca. Echarse mucho aceite a la máquina puede perjudicarlo...
—Primero que nada —gruñó Cuetlachtli, estampando el vaso sobre la barra—, no llames a ese sol bastardo "Tonalli". Insultas la memoria de Tonatiuh y hasta de Tecuciztécalt y de Nanahuatzin comparando ese bastardo de Lucífugo con ellos. Y segundo... existen dos tipos de aztecas aquí en las Regiones —alzó dos dedos felpudos—. Los que sirven, y los que beben —el subalterno agarró su vaso y lo agitó frente a la cara del barman—. Cállate, y sírveme otro.
El barman tragó saliva, el rostro expresando gran nerviosismo. Volvió a servir el vaso, y Cuetlachtli se dispuso a bebérselo Pero se detuvo cuando vio, de soslayo, las miradas despectivas de un trío de jóvenes aztecas. Sentados unas sillas más alejados de él, desviaron al instante la cabeza cuando clavó sus ojos en ellos. No debían superar los veinte años, pero incluso jóvenes tenían osadía incluso contra el jefe militar de un ejército que estaba marchando por su desgraciado pueblo.
—¡Ustedes tres, mocosos! —exclamó, eructando en el proceso. Los tres aztecas se recluyeron sobre sí mismos, como queriendo encogerse para no ser el centro de atención— Si, ustedes tres. Dense la vuela o sino yo se las doy torciéndoles el cuello —se hizo un breve silencio, y los tres aztecas al final se volvieron hacia él. Cuetlachtli les dedicó una sonrisa banal—. Vean, yo sé que ustedes tienen miedo ahora, pero se los aseguro... nada malo les va a pasar bajo la gobernanza mía y la de Tonacoyotl.
—Ustedes lo que son es sociópatas asesinos —espetó uno de los muchachos aztecas—. ¡Unos hambreados del poder!
—¡Hambreados de justicia, querrás decir! —Cuetlachtli extendió los brazos hacia ambos lados— Porque nadie me puede negar aquí que la queridísima reina, Brunhilde no-sé-qué, ha tenido igual negligencia por todos ustedes aquí que Nikola Tesla y su Multinacional. Zanjas de muertos, hambruna como la de Holodomor, familias fragmentándose, y lo que más le importa a la puta valquiria esa... —Cuetlachtli agarró su cigarro, se lo llevó a la boca y expulsó unas cuantas vaharadas— es su pinche Torneo del Ragnarök, su pinche jalada de peleas que ya me cayó en la punta de los huevos.
Cuetlachtli se bebió el whisky de su vaso de un sorbo, y estampo el recipiente en la barra.
—Pero eso cambiara con nosotros —exclamó—. Una vez dominemos a los gobiernos locales y los separemos de su vasallaje con la Corona, entonces las seis Regiones Autónomas resplandecerán, como el sol del difunto Tonatiuh. No más rendir tributos a ninguna Multinacional, no más lamerle el culo a ninguna reina... —el subalterno lobo alzó un brazo en gesto sofisticado— Eso es lo que nosotros buscamos. Emancipación. Y lo lograremos.
—Préstenle mucha atención a lo que dice —habló una ruda voz masculina, al tiempo que se oían las puertas del bar abrirse de par en par—. Esas son las palabras de un prócer en potencia como Simón Bolívar o William Germain.
Cuetlachtli se dio la vuelta y vio entrar a la cantina a un oficial Coyotl, portando el uniforme camuflado de rango de lugarteniente. El Coyotl alzó su sombrero de ala ancha, revelando su rostro de lobo negro, con largo hocico y lentes de sol. Cuetlachtli entrecerró los ojos.
—Lugarteniente Itzmin —clamó el subalterno—, ¿qué haces en la cantina? ¿No se supone que estas supervisando la marcha de las tropas?
—Sabía que estarías aquí: mientras que Tonacoyotl tiene el problema de la Flor de íncubo, tú lo tienes con el alcohol —el lugarteniente Itzmin tomó asiento en una butaca, al lado de Cuetlachtli—. Y la marcha de las tropas va bien. Ya estoy llevando a cabo la logística de dejar a un numero de tropas aquí, y seguir marcializando los demás pueblo. Solo que... —Itzmin respiró hondo y repiqueteó la madera de la barra con sus garras— está surgiendo un problema.
—¿Un problema? ¿Cómo que problema? —Cuetlachtli miró hacia ambos lados, exagerando su perplejidad— ¿Qué problema puede haber?
Itzmin se acercó al subalterno lobo y bajó un poco las gafas de sol. Su mirada de ojos negros de desconfianza lo hicieron sentir un poco inseguro.
—Existe la posibilidad de un motín en nuestro regimiento.
Cuetlachtli frunció el ceño y quedó boquiabierto.
—¿Qué carajos estás diciendo?
—Se han reportado a varios soldados descontentos con las medidas tomadas —explicó Itzmin en voz baja—. Muchos no les ha gustado salir de sus bases militares, y les parece lento el proceso que estamos tomando. Por no decir que están impacientes por tomar el poder. Murmuran a tus espaldas, diciendo que tú no estás a la altura de Tonacoyotl.
El rostro de Cuetlachtli se ensombreció y se arrugó en una mueca de ofensa inconmensurable. Abrió poco a poco la boca hasta terminar lanzando un grito que resonó en todo el motín:
—¡¿Qué es esto?! ¡¿EL JODIDO EJÉRCITO WAGNER AHORA?!
—¡Hey, hey, baja la voz!
—¡A CHINGAR CON ESO! ¡Lo que me preocupa no es la ofensa tan descarada que me acabas de describir, sino el problema en sí! ¡Lo último que quiere Tonacoyotl es que haya problemas en la movilización!
—Por eso te pido que te tranquilices, Cuetlachtli. Ahora mismo creo haber capturado al jefe carismático responsable de exhortar a las tropas al motín.
—¡Pues tráemelo aquí para DECAPITARLO CON MIS MANOS! —Cuetlachtli tensó sus dedos y sacó sus garras frente a la cara del lugarteniente.
—Bueno, ven. Sígueme. Te voy a llevar con él ahora mismo.
El subalterno lobo, sumergido en la cólera y potenciada por su borrachera, se paró de la butaca y siguió a Itzmin a través de la cantina. Él no se dio cuenta de a donde lo llevó su lugarteniente, pero sí el barman y los demás aztecas que se hacían los fantasmones sentados en las pocas mesas del bar: el lugarteniente llevó a Cuetlachtli a la parte trasera del edificio.
Itzmin y Cuetlachtli pasaron a través de unas cortinas de plástico que hicieron de puerta y se adentraron en el rellano contiguo a la sala de estar. La estancia, al estar en penumbra, hizo sentir a Cuetlachtli que se había metido dentro de una gran habitación. Exigió prender el foco, e Itzmin fue hacia la pared contigua, encendió el interruptor, y el rellano se iluminó hasta el último rincón.
El subalterno lobo se vio rodeado por un nutrido grupo de diez soldados, todos portando gafas de sol, que lo estaban esperando con los brazos cruzados.
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https://youtu.be/rngBkT4clxQ
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷
Al instante la distracción del alcohol y la ira se disiparon de la templanza de Cuetlachtli. La atmosfera se volvió pesada, augurando una inminente calamidad para su persona. El subalterno se dio la vuelta y encaró con gran confusión, miedo y consternación a Itzmin.
—¡¿Qué significa esto?!
—Pónganlo en la mesa —dijo Itzmin, la voz enervante.
Dos de los Coyotl se acercaron a Cuetlachtli. El subalterno intentó desenfundar su pistola, pero le agarraron los brazos antes de que pudiera hacerlo. Entre forcejeos y gruñidos caninos, Cuetlachtli intentó zafarse, pero fue en vano. Los dos Coyotl lo empujaron con violencia hasta la mesa, lo forzaron a inclinarse y Cuetlachtli terminó con su mejilla pegada a la superficie del mueble.
—¡Suéltenme! ¡SUÉLTENME! —chilló el subalterno lobo, aún forcejeando con todas sus fuerza.
Itzmin y el resto de los Coyotl se lo quedaron viendo con gran indiferencia. De pronto se oyó el agitar de las cortinas de plástico, seguido por unas taimadas e imponentes pisadas adentrarse en la estancia. Los Coyotl giraron la cabeza y vieron con gran respeto al verdugo caminar hacia la mesa. Cuetlachtli alcanzó a girar la cabeza, y sintió un enorme vahído de miedo al ver a un nahual lobo, de pelaje blanco, capucha negra y ojos rojos acercársele al tiempo que entrechocaba sus dos hoces, generando chispas que salpicaron el aire.
—¡No! ¡No! ¡No! ¡NONONONO! —Cuetlachtli volvió a retorcerse como una mula desesperada, pero sus captores lo sostuvieron con fuerza contra la mesa.
Mizquitak enfundó una de sus hoces a la cintura. Agarró a Cuetlachtli de su cabeza y levantó su hoz por encima de su cabeza. El subalterno gritó y gritó, pero sus alaridos no pudieron salir de la estancia donde estaba encerrado. Y entonces... todo se volvió oscuro para él en un santiamén.
El brazo de la Muerte Blanca relampagueó en el aire, y la hoja de su hoz cortó limpiamente el cuello de Cuetlachtli. La sangre rápidamente manó por toda la mesa y cayó por los bordes en cascadas rojas, ensuciando el suelo con manchas escarlata. La hoja de la hoz quedó tintada de un rojo intenso. El gélido silencio de muerte se enmarcó en la estancia, solo oyéndose el goteo de la sangre, y después el ruedo de la cabeza de Cuetlachtli girando por la mesa hasta caer al piso con un ruido sordo de carne golpeándose.
Itzmin y los diez Coyotl insurgentes bajaron la cabeza en ademán de reverencia hacia el devoto de la Santa Muerte. Mizquitak se dio la vuelta, y esbozó una sonrisa de oreja a oreja, mostrando sus colmillos manchados de baba roja. Levantó la hoz con la que decapitó a Cuetlachtli a la altura de su rostro, lo que le confirió un aire de asesino despiadado y sin escrúpulos.
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https://youtu.be/5kavHe1YGB4
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|◁ II ▷
Mecapatli
Casa de los Enfermos
La visita y regreso de Tecualli, el nahual brujo, trajo consigo un banquete de varias bandejas llenas de comida azteca que aquel pequeño oso se zampaba tan fácilmente como si fuer aun campeón de competencia de comida.
Arroz de maíz, empanadas de carne, frijoles encebollados, calabazas al vapor, vegetales aceitados y bebidas de pozolli... Su comida favorita siendo tortillas de chapulines. No había nada que Tecualli no estuviera comiendo con gran voracidad, dejando con caras perplejas y de incomodidad a Uitstli y Tepatiliztli, pues tenían que aguantar las miradas prejuiciosas de los médicos y pacientes que tuvieron que ver como el nahual brujo se regodeaba en aquel festín de comida, mientras que muchos afuera estaban pasando hambre.
No obstante, Tecualli no era ningún engallado en la comida: respetaba la tradición militar de dejar un plato en el suelo para honrar a la diosa Tlaltecuhtli, y como muestra de su aún vigente admiración y amor hacia los demás aztecas, usó una habilidad de su Tlamati Nahualli para multiplicar los platos de comida. En cuestión de segundos, las caras amargadas y hambreadas de los pacientes y el personal médico se convirtieron en semblantes de jolgorio increíble al ver como Tecualli repartía las bandejas de comida usando magia telequinética, agitando su garrote verde y plantando los platos en el suelo o en las mesas. La alegría floreció en todo el hospital como nunca antes lo había hechos: risas de felicidad de los adultos, chillidos de niños agradeciendo por fin estar comiendo un plato decente, y cien agradecimientos por parte de médicos y enfermeras al nahual brujo por este maravilloso regalo.
—¡Zaniyah! —exclamó Uitstli, tocando la puerta cerrada con llave donde se ocultaba su hija— ¿No quieres un plato de empanadas? —la respuesta fue el silencio. El humo de las empanadas de carne flotaron cerca de su cara— ¡Están bastante calientes!
De nuevo silencio por más de diez segundos. Uitstli cerró los ojos y suspiró de la desilusión. Se devolvió hacia la sala de estar, se sentó al lado de su hermana y plantó la bandeja de empanadas sobre la mesa.
—¿Otra vez no te respondió? —inquirió Tepatiliztli.
—No... —Uitstli ladeó la cabeza. Agarró una empanada y la mordisqueó sin ganas— Sigue enojada.
—¿Enojada? —chilló Tecualli mientras masticaba un chapulín. Se lo tragó y después se golpeó el pecho con una manito— ¿Y por qué estaría enojada la siempre sonriente Zaniyah?
los hermanos aztecas intercambiaron miradas de preocupación que no pasaron desapercibidas para Tecualli. El nahual brujo entrecerró los ojos y los señaló a ambos con un dedo felpudo.
—Desde que llegue aquí, esa niña no se mostró ni una sola vez al tío Tecualli —dijo, la mirada desconfiada—. Hay algo que pasó y no me quieren contar.
Uitstli le dio un amigable codazo en las costillas a Tepatiliztli. La médica azteca dio un jadeo de sorpresa, y al ver a su hermano, este le hizo un ademán con la mirada indicando que le correspondía contar lo sucedido. Tepatiliztli se encogió de hombros, y respiró hondo para pensar en las palabras correcta
—Le conté la verdad sobre Yaocihuatl —explicó—. De que ella ha estado aquí, en Mecapatli, durante las últimas décadas, y yo no se los dije. Además de que le prometí a mi hermano que la contactaría, pero... —el rostro de Tepatiliztli se entristeció— no pude.
Tecualli esbozó una mueca pensativa; cada que movía los músculos de su cara, las muecas que hacía eran más adorables y pechichonas. El nahual brujo se terminó de beber el pozolli y se limpió la boca con una servilleta.
—Entonces Yaocihuatl estuvo aquí todo este tiempo desde la última vez... —dijo, la mirada analítica.
—¿Desde la última vez? —inquirió Uitstli, el ceño fruncido.
—Ahorita volvemos con eso —farfulló Tecualli. Volvió su mirada hacia la médica azteca—. Tepatiliztli, ¿sientes acaso miedo de ir a hablarle a Yaocihuatl?
Ella respondió asintiendo con la cabeza agachada.
—¿Y por qué? —preguntó Tecualli.
—No lo sé... —murmuró Tepatiliztli. Se golpeó los muslos y se palmeó las rodillas— Es como una especie de muro invisible que me impide acercarme a ella. A pesar de haberla estado vigilando por años como una acosadora psicótica, nunca me he atrevido a dirigirle la palabra.
—Pero ahora que has protagonizado las noticias, sí o sí tiene que saber que estás aquí. Y que además —Tecualli agarró la última empanada y señaló a Tepatiliztli con ella—, diriges al Casa de los Enfermos —y se llevó la empanada a la boca, comiéndosela de un mordisco.
—Sí, sí... —Tepatiliztli asintió tímidamente la cabeza— Aunque no sé si ella esté al tanto de ello. Está más encerrada en su mundo que en el nuestro.
—¿No será acaso... —decía Tecualli mientras tragaba la empanada— que temes hablarle... porque sientes que ella te va a recriminar por algo? Con no sé... por ejemplo, ¿que la hayas negligenciado todo este tiempo como a los demás, cuando por el contrario, tenías muchísimas ganas de vernos a todos reunidos?
Tepatiliztli ensanchó los ojos y no pudo evitar esbozar una leve sonrisa. Esto era algo que extrañaba muchísimo de él; su capacidad de leer los pensamientos a través de las expresiones de la gente.
—Exactamente —admitió—. Y es que además, teniendo en cuenta los muchos roces que tuvimos ella y yo antes de votar por irnos en caminos separados... —se mordió el labio inferior y volvió a suspirar con aspereza— Dioses, me lancé como una fiera a ella por todo lo que dijo sobre mi hermano con lo de "no poder vivir una vida pacifica a su lado". Me arrepentí días después luego de esa lluvia de discusiones.
—Y ahí está la raíz de todo este embrollo —Tecualli invocó su garrote de aura verde y, de una suave esgrima, invocó una burbuja telequinética alrededor del plato vacío. Lo movió en el aire hasta plantarlo con cuidado sobre la barra de la cocina, donde un cocinero lo recogió—. Incluso después de cien años, no has olvidado nada de eso, porque en primer lugar quisiste sentir que lo has superado. El miedo se acumuló dentro de ti, como una bola de nieve, y ahora es demasiado grande como para que lo puedas enfrentar tu sola.
—Pues sí, y agradezco a los cielos que te tengo a ti y a mi hermano de vuelta —Tepatiliztli le dio un golpecito cariñoso en el musculoso hombro a Uitstli—. Pero... ¿cómo haremos para traer a Yaocihuatl a nosotros? No es como Xolopitli, que esta rodeado por su Cartel de Tlacuaches y casi que imposible acceder a él. Fácilmente la podemos hallar caminando por la calle, yendo al único templo dedicado al dios Xochipilli. Pero para acercarse a ella...
—Hay que dejar los prejuicios y el miedo al "qué pasará" —argumentó Tecualli—. Por eso no se preocupen. He pensado en esto —señaló a Uitstli con un dedo felpudo—, tú te encargarás de hablarle a Yaocihuatl, y tú y yo —señaló a Tepatiliztli y a sí mismo— me encargaré con el resentimiento que Zaniyah debe estar pasando ahora mismo, la pobre.
—¿Estás seguro de hacer lo así, Tecualli? —preguntó Uitstli, el semblante denotando inseguridad— Ya lo dijo mi hermana, Yaocihuatl se alejó de mí porque pensó que era una mala influencia para su vida.
—Y con más razones tienes que ser tú quien le hable —apostilló Tecualli—. Tienes que convencerla de que no es así. De que ahora, más que nunca, la necesitas. La necesitamos.
—Eso suena manipulador, si me lo preguntas... —murmuró Uitstli, cruzándose de brazos.
Tecualli se golpeó la frente con una mano y se la pasó exasperadamente por la cara. Mugió con desespero.
—Por las nueces de Ometeotl, ¡que han pasado cien años desde la Segunda Tribulación! Y ahora mismo las Regiones Autónomas están pasando por tantas crisis que es menester estar todos unidos, antes que separados. Que si las sequías, que si los Carteles, que si enemigos que me he topado en el camino con extraños poderes Nahualli de color verde...
—Espera, ¿enemigos con poderes Nahualli? —inquirió Tepatiliztli, los ojos entrecerrados.
—De camino hasta las Regiones me tope con mi viejo amigo el Diente de Mar, un Xólotl y mi archienemiga de toda la vida, Xochitónal. Pero había... algo extraño en ellos, cuando luche contra ellos —Tecualli entrecerró los ojos en gesto pensativo mientras hacía memoria de esas batallas recientes que tuvo— Tenían las mismas habilidades, pero potenciadas con un Tlamati Nahualli que no les pertenecía. Y cuando los derroté, esa magia desapareció.
Se hizo el silencio. Uitslti y Tepatiliztli intercambiaron miradas de ojos ensanchados, como si hubiesen descubierto oro luego de estar minando por horas. Tecualli torció los labios hacia abajo y frunció el ceño.
—¿Esta es otra cosa que sucedió y no me han contado aún?
—Tecualli, esa descripción encaja con Chiachuitlanti —advirtió Uitstli, y su respuesta atropellada dejó anonadado al nahual brujo—. E-e-él fue quien atacó mi casa y me forzó a venir hasta Mecapatli. Tenía los mismos poderes, pero potenciados con ese mismo Tlamati Nahualli verde.
Tecualli quedó boquiabierto. Esbozó una sonrisa de par en par.
—Entonces ya estamos empezando a ver un patrón aquí —dijo—. Algo más grande se esta gestando...
—Y tiene que ver con Omecíhuatl.
El repentino comentario de Uitstli hizo que Tecualli diera un respingo sobre la silla, un saltito que casi lo hace caerse de la silla. Tepatiliztli se paró de su silla y atrapó el bracito de Tecualli antes de que cayera.
—Ok, aún no me he tomado unos cinco rollos de tabaco para empezar a escuchar mi propio Yoltéotl... —Tecualli clavó sus grendes ojos perplejos sobre Uitstli— ¿Oí bien eso? ¿"Tiene que ver con Omecíhuatl..."?
El guerrero azteca le contó al nahual brujo todo lo sucedido en la Casa de la Curandera hasta el presente. El semblante de Tecualli se transformó en distintas muecas de sorpresa y consternación, haciendo que la severidad por lo inconcebible de las situaciones que vivió su compañero se enmarcaran en su semblante. Tecualli necesitó de un lapso de quince segundos para poder engullir todo lo que Uitstli le contó; incluso si fue de forma concisa, aún así fue mucho para su mente.
—Entonces eso explica la aparición de tantos de nuestros enemigos del pasado... pero potenciados... —murmuró Tecualli, masajeándose la barbilla— Sus poderes son potenciados por la mismísima Suprema Azteca que buscan volverte su muñeco para que así no participes en el Torneo del Ragnarök. Y asumo que si no participas, entonces eso significa victoria automática para los Dioses.
—Es por eso que tanto la Reina como el Presidente Sindical me han buscado y tratado de contactar para que pelee en el Torneo —afirmó Uitstli—. Es por eso que William me dijo que desconfiara de ella... —el miedo se convirtió en leves espasmos que sufrió su cuerpo por unos instantes— Omecíhuatl no mentía cuando decía que los tenía localizados a todos ustedes para enviar a nuestros enemigos del pasado —ensanchó los ojos y entreabrió la boca en una mueca de miedo absoluto de darse cuenta de un dato aterrador—. Pero si tú ya has sido atacado por ellos, ¡eso quiere decir...!
—¡Xolopitli y Yaocihuatl corren el mismo peligro! —exclamó Tepatiliztli, el mismo semblante pavoroso que el de su hermano. Ambos hermanos hicieron ademanes de pararse de la mesa, algo que llamó la atención de todos los aztecas presentes en la sala de comedor
—¡Hey, hey, relájense, relájense! —Tecualli invocó su garrote y, con su magia psicoquinética envolviendo sus cuerpos, hizo que Uitslti y Tepatiliztli se sentaran— Entiendo ese miedo, ¿oyeron? Yo sobre todo me preocupo por Xolopitli. Él me dio la espalda cuando se fue a formar su Cartel, cierto, pero aún con todas lo aprecio y temo por él. Eso no es motivo para entrar en pánico.
—¿Cómo no entrar en pánico cuando Omecíhuatl nos puede enviar, cuando se le dé la gana. a otro de nuestros enemigos salidos de Nifelheim? —balbuceó Tepatilizti.
—Eso lo entiendo también, pero no por eso podemos asumir lo peor —profirió Tecualli, y miró al ensimismado Uitstli—. ¿Cuándo fue el último ataque, Uitstli?
—Ya debieron de pasar los veinte días... —respondió el guerrero azteca, alzando una mano.
—¡Veinte días sin que ustedes hayan sufrido otro ataque! —exclamó Tecualli— Omecíhuatl debe estar siguiendo algún patrón que desconocemos para que nos envié enemigos arbitrariamente. Por eso les recomiendo... —se llevó una mano a la cabeza en un ademán de pensar— calculemos esto con cuidado. Ahora mismo de lo que nos debemos preocupar es de: primero, reclutar a Yaocihuatl y, si es posible, a Xolopitli. Y segundo calmar a Zaniyah... y entrenarla.
—¿Entrenarla? —inquirió Tepatiliztli, enarcando una ceja.
—Así como lo oyes —Tecualli estiró los brazos a ambos lados—. Tantos años de estar jugando a la Princesa del Maíz le pasaron factura. ¡La Zaniyah que conozco le hizo frente y mató a la mismísima Muerte Blanca! Imposible que haya perdido tan fácilmente contra Chiachuitlanti, y eso por culpa de tanto sedentarismo —su comentario hizo que los hermanos aztecas esbozaran muecas de esclarecimientos y hesitación. Tecualli se paró encima de la mesa; a pesar de su baja estatura, la seguridad en su lenguaje corporal a la hora de extender los brazos y hacer muecas de líder le confirieron una imponencia magistral—. Por eso, empezando desde hoy y sin descanso, entrenaré a Zaniyah en su Tlamati Nahualli.
Tepatilizlti respondió a su anunció con una sonrisa y rápidos aplaudidos. Uitstli, por su parte, no pudo concebir sobre la verdad que acababa de decir. Era cierto: tanto él como ella se habían amedrentado en sus capacidades como guerreros luego de la Segunda Tribulación, no teniendo necesidad de seguir entrenando para mantenerse en forma. Aunque si bien es cierto que eso no redujo sus poderes, sí se volvieron más torpes a la hora de la pelea. Y eso no podía seguir así.
Mucho menos con la posibilidad de pelear contra Huitzilopochtli en el Torneo del Ragnarök.
—Está decidido —exclamó Uitstli, poniéndose de pie también—. Tú te haces cargo de mi hija, y yo de Yaocihuatl.
Hubo un breve momento de intercambio de miradas y sonrisas entre los tres. La cofradía azteca los hizo sentirse unidos, y sintieron que lograrían grandes cosas...
Pero esa sensación de poder se vio perturbada al oírse el ruido de un televisor, su volumen siendo alzado al máximo para que se pueda oír en buena parte del hospital. Un médico entró en la estancia, guiando a sus compañeros hacia el rellano contiguo de donde se originaba el sonido del televisor transmitiendo una noticia. EL ambiente escandalizador hizo que los aztecas de la sala del comedor se dieran la vuelta se miraran entre sí, y siguieran al grupo de médicos. Uitstli, Tepatiliztli y Tecualli se miraron entre sí, consternados y preocupados igualmente; se pusieron de pie y siguieron al resto de pacientes hacia el umbral que llevaba a la sala contigua.
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷
El trío azteca se adentró en la estancia donde descubrieron a un conglomerado de pacientes, médicos, enfermeras y otros miembros del personal del hospital congregándose alrededor de un alto y delgado televisor que colgaba de la pared. El ambiente desacogedor y pesado de la habitación les hizo sentir el augurio de que algo malo estaba pasando. Tal como llevaban escuchando antes de llegar, el televisor estaba transmitiendo las noticias TV Azteca, y lo que vieron Uitstli, Tepatiliztli y Tecualli los dejó sin habla.
Las noticias mostraban a una reportera caminando por las destrozadas tiendas de la parte sur de los mercados de las montañas de Mecapatli. La pantalla del televisor cambió, mostrando distintas zonas de los destruidos mercados, alcanzando a enseñar una camioneta volcada y aplastando una frutería. La reportera explicó la tragedia sucedida allí: dijo que, según cuentan las fuentes oficiales de la fuerza nacional de Mecapatli, lo que acababa de ocurrir es un atentado sicariato entre miembros de los Carteles Tlacuaches y Coyotl. Según los testigos y videos tomados, el sicario en cuestión era un nahual lobo de pelaje blanco, metro ochenta de alto, encapuchado y esgrimiendo dos hoces como armas...
La descripción del sicario hizo que Uitstli, Tepatiliztli y Tecualli sintieran un escalofrío que les heló la sangre y les hizo temblar el cuerpo. ¿No estará hablando de...?
La reportera indicó que iban a mostrar videos de lo acontecido. La pantalla del televisor volvió a cambiar, mostrando ahora vídeos grabados por jóvenes aztecas que se encontraban en la zona del atentado. Distintos ángulos de diversos videos se sucedieron ante los ojos de los espectadores del hospital, y lo que vieron los dejaron aún más helados: tal como la reportera había descrito, se los vídeos mostraron a un nahual lobo vistiendo una gruesa bata negra, y caminando a través de los destrozados mercados mientras hacía resonar sus hoces. Ahí fue donde el trío de aztecas conoció el verdadero terror... encarnado en el semblante sombrío de la Muerte Blanca, siendo ahora el centro de atención de la noticia.
—Es él... —farfulló Tecualli, la expresión de miedo dibujado en su cara— La Muerte Blanca...
—De todos los enemigos que pudo enviar Omecíhuatl, ¿tuvo que ser él...? —balbuceó Tepatiliztli, las manos cubriendo sus temblorosos labios.
En un momento dado de las noticias, la reportera indicó que el atentado, si bien dejó tras de sí daños que costarían bastante dinero en presupuesto para reparar, no se llevó la vida de ningún civil. No hubo ni siquiera heridos... descontando, según ella, de dos mapaches que fueron vistos pelear a mano armada contra el nahual lobo. Fueron vistos por última vez malheridos y encima de sus charcos de sangre, pero que ahora ya no se encontraban en la escena del crimen. La reportera anunció que se pudo grabar el momento justo en el que una misteriosa sombra aparecía en la zona, y se llevaba a los dos nahuales.
El noticiero enseñó un vídeo de unos escasos cinco segundos. En él se vio a dos nahuales mapaches tendidos en el suelo, con sus charcos de sangre. Y de repente, en un abrir y cerrar de ojos, una fugaz sombra apareció por unos breves milisegundos ante la cámara, y al siguiente segundo, ya no se encontraban los dos nahuales. Todos en la sala del hospital quedaron confusos y expectantes. El canal televisivo repitió el video, pero ahora en cámara super lenta para que todos pudieran ver la silueta femenina de aquella sombra. La reportera indicó que, quien diera indicios sobre quién se llevó a los dos mapaches (presuntos miembros del Cartel de los Tlacuaches), que tanto los Pretorianos como la Multinacional Tesla lo recompensarían.
Uitstli entrecerró los ojos y creyó reconocer la sombra femenina que viajó a velocidades incomprensibles ante la cámara. Se adelantó a Tepatiliztli y Tecualli para estar más cerca del televisor y poder ver la sombra. Reconoció el delineado de la sombra, pudiendo ver un sombrero de ala ancha, un rostro ovalado... y unos ojos verdes.
El guerrero azteca la identificó incluso con la oscuridad de su silueta, y eso le ensanchó los ojos y dejó escapar un jadeo de sorpresa.
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https://youtu.be/090MYOEgVvw
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷
Mecapatli
Mercados de las montañas
El sudor corría por las sienes y las mejillas de una apurada Randgriz, quien se impulsaba a la mayor velocidad que le permitían sus piernas mientras cargaba en sus brazos los cuerpos ensangrentados de Xolopitli y Yaotecatl.
La Valquiria Real se desplazaba cual guepardo sónico a través de las carreteras y las avenidas de los pueblos de las montañas, regando tras de sí largos caminos de sangre que borbotaban de los cuerpos de ambos mapaches. Cada impulso que daba se movía a una velocidad cercana al sonido, obligándola a prestar mucha atención en esquivar los coches, las motocicletas y los camiones. El pecho de la chica se agitaba de arriba abajo por cada impulso que daba, sintiendo el miedo de que algo o alguien le estaba pisando los talones. Randgriz miraba detrás suyo unos breves segundos, pero no veía a su perseguidor por ningún ángulo de carretera por la cual atravesaba en cuestión de segundos.
No obstante, en uno de los cruces que hizo en una encrucijada de caminos, Randgriz saltó por encima de una fuente y dio varias volteretas en el aire. En el proceso, alcanzó a ver un par de ojos rojos ocultos en la penumbra de un callejón.
La Valquiria Real aterrizó en el techo de un cobertizo. Rápidamente retomó la huida, y corrió con un apuro impresionante el techado hasta ver a lo lejos una claraboya. Sintió la presencia hostil de su perseguidor pisándole los talones. Randgriz esbozó un semblante determinado, e hizo un acto peligroso: arrojó los cuerpos inconscientes de Xolopili y Yaotecatl al cielo, después ella saltó y, en el aire, invocó su lanza Tepoztolli y la lanzó hacia la claraboya. EL vidrio de la venta se quebró, la lanza se clavó en el suelo del interior del depósito, Randgriz agarró de nuevo a Xolopitli y Yaotecatl, y los tres se teletransportaron dentro del edificio.
Randgriz hizo desaparecer su lanza e invocó otra en cambio; su lanza dorada. Con ella blandió su alrededor, y los vientos que generó la alabarda generaron torbellinos que destruyeron las cajas, tiraron los anaqueles y volcaron los vehículos de carga. Velozmente se impulsó hacia un pequeño cuarto congelador; se metió en él, apagó las luces y se agachó, plantando los cuerpos de Xolopitli y Yaotecatl en el piso.
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https://youtu.be/754LN9mca6E
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|◁ II ▷
Se hizo el silencio, perturbado por los jadeos de Randgriz que se minimizaron a se palpitaciones de corazón, y los sonidos de las pisadas de su perseguidor. El frío del refrigerio de esta habitación congeló todo rostro de sudor de su rostro, y el miedo tensionado y acompasado por el momento hizo que su corazón sintiera potentes agujas de pavor que la tuvieron al borde de su resistencia.
Afuera se oían las pisadas de su perseguidor caminando de un lado a otro, como queriendo inspeccionar cada palmo de destrozo que Randgriz dejó para borrar rastro de hacia donde fue. El tiempo se dilató tanto que la Valquiria Real no podía aguantar un segundo más en la habitación; no solo por el insoportable frío del congelador, sino por ver, con gran impotencia, como los cuerpos de Xolopitli y Yaotecatl se desangraban sin ella poder hacer algo. A pesar de la agonía, Randgriz mantuvo el silencio, rezando con desespero porque esto acabara pronto.
El rezongar de metales entrechocándose y liberando chispas llegó a los oídos de la cada vez más tensada Randgriz. Las pisadas se aproximaron hacia el congelador. Randgriz se llevó una mano a la boca, y un escalofrío le hizo temblar la espalda al oír la última pisada ponerse frente a la puerta. Tan cerca... pudo oír la respiración depredadora, el repiqueteo de sus garras sobre el piso, el roce de una de sus hojas sobre la puerta... Randgriz alzó levemente la cabeza, y un horror inmenso la asaltó al alcanzar a ver uno de los ojos rojos de la criatura viendo a través del ojo de buey. El corazón se le encogió justo cuando el depredador abrió su mandíbula y despidió un gélido suspiro.
Repentinamente la bestia emitió un gruñido de sorpresa, luego otro denotando más rabia. Un segundo después, Randgriz oyó las pisadas de su perseguir alejarse de la puerta, y al siguiente segundo se dejaron de oír. Randgriz pasó los siguientes treinta segundos a la espera de que algún otro ruido se hiciera presente, pero nada pasó. ¿Ya se había ido su perseguidor? ¿Cómo podía comprobarlo?
Solo hubo una forma. Randgriz se irguió, y asomó cuidadosamente la cabeza por la ventana circular. No vio presencia alguna reptar por el destrozado interior del hangar. Eso la hizo encogerse de hombros y dejar escapar un largo suspiro. La valquiria abrió la puerta, recogió los cuerpos inertes de los dos nahuales, los cargó sobre sus hombros y se dispuso a salir del cobertizo, pasando por encima de los trozos de madera de las cajas que destruyó con su lanza.
La valquiria se dirigió hacia la puerta que estaba al final de la galería. La abrió, y al salir al exterior se topó contra una pared llena de moho y grafitis con símbolos aztecas. Randgriz miró hacia ambos lados, verificando ambos umbrales al final de cada camino. El callejón tenía contenedores de basura y bolsas de basura aquí y allá, pero no rastros ni de vagabundos ni de ningún otro intruso. Randgriz bajó las escaleras, sin dejar de mirar su alrededor, y al llegar a la pared posó los cuerpos de Xolopitli y Yaotecatl sobre ella.
La muchacha pelirroja miró con gran desasosiego las horribles heridas que abrían los estómagos de Xolopitli y Yaotecatl. Se acuclilló y verificó el pulso de sus cuellos con sus dedos; no sintió ninguna palpitación. La valquiria se mordió el labio inferior y apoyó su mentón sobre su puño cerrado. El peso del fracaso en su misión se posó sobre sus hombros.
<<Ya fue suficiente con la tardanza en comunicarme con William, ¡y ahora esto...!>> Pensó Randgriz. De repente, el determinismo se dibujó en su semblante. Randgriz se acomodó el sombrero sobre la cabeza, se reincorporó y vio fijamente a los dos inertes mapaches.
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https://youtu.be/VQ6nAyc7OgY
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|◁ II ▷
Randgriz desapareció del callejón con un veloz impulso, generando vientos que tiraron al suelo pedazos de basura de los contenedores. Se detuvo abruptamente al borde de la acera de una calle. Nadie reparó en la velocidad con la que se desplazó: muchas de las personas estaban distraídas viendo, en los televisores, la noticia del atentado mercados del norte. Al parecer se estaba ganando su notoriedad incluso en las partes más urbanas y concurridas de Mecapatli. Ello adjunto con el denso tráfico que hacía que el ambiente entero estuviera plagado de rugidos de cláxones y de mucho movimiento peatonal, le permitió a la valquiria desplazarse a una rapidez pasmosa por los callejones y las carreteras menos concurridas, sin ser vista por nadie.
La valquiria no perdió ni un segundo en nimiedades. Se desplazó por las carreteras y encrucijadas, apareciendo de la nada en algunas zonas concurridas, lo que se ganó la atención de los transeúntes que pasaban por la acera o la carretera. Randgriz miró su derredor, buscando con desespero y apuro algún hospital o farmacia donde poder conseguir los materiales de primeras auxilios. Al no hallar nada que pareciera lo que buscaba, se volvió a desplazar hacia otra encrucijada con un impulso sónico; miró su derredor, y de nuevo ninguna de las tiendas eran si quiera farmacéuticas. Randgriz se propulsó por tercera vez a otra encrucijada, dio varias vueltas sobre sí misma, observando con detenimiento su derredor, y esta vez lo pudo hallar con la mirada: una farmacia a cinco bloques de aquí.
La valquiria se propulsó hacia un callejón y trepó dando saltos de pared en pared hasta alcanzar el techo de un edificio. Después invocó su lanza Tepoztolli, la arrojó cual jabalina olímpica hacia la farmacia, nada más sentir que se clavó en el techo cerró el puño, y se teletransportó hacia allí. Randgriz bajó hacia el balcón que daba a la farmacia, y antes de que el médico azteca se diera la vuelta y se la topara de frente, esta ya había desaparecido a la velocidad del viento tormentoso. El hombre sintió una brisa golpearle el cuerpo; extrañado, miró su derredor, solo para descubrir un botiquín de primeros auxilios, toallas, antibióticos y soluciones faltando en un anaquel.
Randgriz regresó volando como el relámpago hacia el callejón donde se encontraban los cuerpos de los nahuales, aterrizando de cuclillas en el suelo justo en frente de ellos. Inmediatamente empezó a aplicar primeros auxilios a ambos: los recostó en el suelo, se colocó guantes de látex, los despojó ambos sus de sus ropas y, con unas tijeras, cortó el pelaje que rodeaban las zonas de la herida; puso toallas sobre las heridas y, con sus manos apoyadas en los estómagos de ambos, aplicó presión con la suficiente fuerza para detener la hemorragia; retiró las toallas, sacó del botiquín una solución de sal, mojó una toalla con ella, y limpió la sangre del vientre de ambos hasta dejarlos limpios, pudiendo ver el raspón que abrían sus estómagos; aplicó antibiótico en las heridas, y sintió un alivio al ver como la irritación se tranquilizaba. Por último, la valquiria colocó apósitos sobre los estómagos de ambos nahuales, y envolvió la mitad de sus torsos con vendas, ajustándolas lo suficiente como para obstruir el flujo de sangre.
Se sintió satisfecha por el resultado. Pero antes de poder cantar victoria, escuchó las sirenas de autos policiales arraigando al lugar. Horrorizada, alzó la cabeza, y vio las sombras de los vehículos estacionarse sobre la acera. ¡Se olvidó por completo del escandalo que formó en el depósito para distraer a su perseguidor!
Cargó los cuerpos de Xolopitli y Yaotecatl a los hombros, y de un impulso sónico se desvaneció del callejón antes de que uno de los policías pudieran asomarse por el mismo e inspeccionar el lugar.
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https://youtu.be/XeTBZMFMvVs
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|◁ II ▷
La tarde evanescente cayó más rauda de lo que pensó. Randgriz trató por muchos medios de intentar comunicarse con William a través de los teléfonos públicos, pero no podía o bien porque las líneas estaban cortadas por la policía nacional de Mecapatli, o porque no contestaban. Estuvo así durante horas, y eso devino en una descontrolada angustia por conseguir un médico especializado que pueda tratar las heridas de Xolopitli y Yaotecatl.
Sin embargo, no podía arriesgarse a cualquier hospital. Luego de ver las noticias sobre el atentado en los periódicos y en las televisoras, Randgriz no podía correr el riesgo de exponerse demasiado y que los vuelva a atacar ese mismo mercenario nahual lobo o cualquier otro que provenga del Cartel de los Coyotl. Es por ello que permaneció, junto con los cuerpos de los nahuales mapaches, escondida por horas dentro de un edificio abandonado con la forma vaga de un templo azteca.
La tensión se acrecentaba a medida que los minutos pasaban y ella no hacía nada. Se sentía incapaz de poder hacer algo; la satisfacción de haber aplicado los primeros auxilios se deshizo cuando vio los parches tintándose de rojo lentamente. El cielo se tornaba de color anaranjado, coloreándose de a poco en un color negro azabache, el paso inevitable del tiempo marcándose en el firmamento que Randgriz no paraba de observar en el enorme agujero en el techo del templo. La Valquiria Real, sentada sobre un pilar caído, cerró con fuerza los ojos y se llevó las manos entrelazadas a la cara.
—Qué debo hacer ahora... —farfulló, la voz triste y decaída, el silencio acompañándola en su soledad, solo siendo interrumpido por el barbullo de los coches de afuera— Como puedo solucionar esto... —su cuerpo empezó a temblar, sufriendo los espasmos de un nerviosismo que no sentía desde hacía mucho tiempo. Se cubrió la boca con una mano— Brunhile... mi reina... ¿qué debo hacer ahora? —tragó saliva ante el pensamiento que cruzó por su mente— Mamá... ¿qué puedo hacer...?
Se llevó una mano hacia el bolsillo de sus vaqueros, y de allí saco un teléfono satelital que robó de una tienda de electrodomésticos. De todos los celulares portátiles o teléfonos monederos que usó para comunicarse, este tipo de teléfono era su única salvación para poder comunicarse con el Presidente Sindical. Comenzó a marcar los botones, y cuando estuvo a punto de oprimir el botón de llamada... oyó un sordo quejido venir a sus espaldas.
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https://youtu.be/4BX5xpB2DBM
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|◁ II ▷
Randgriz se dio la vuelta y no dio crédito a lo que vio. Xolopitli había abierto finalmente los ojos, y estaba tosiendo; primero lento, pero después se intensificó al punto de escupir flemas y sangre. La valquiria dejó el teléfono satelital a un lado y fue corriendo a toda prisa hasta Xolopitli. Cayó sobre sus rodillas, justo al lado del moribundo mapache. El pequeño cuerpo de nahual mapache sufría de leves convulsiones que le impedían mantener la mirada fija en la valquiria.
—Ya... Yao... —farfulló el Mapache Pistolero, sus ojos lagrimosos a punto de estallar en sollozos. Randgriz se dio cuenta que las convulsiones no le dificultaban verla; él, en realidad, tenía sus ojos fijos en el mapache tuerto— Yaote... catl...
—hey, hey, Xolo, ¡Xolo! —Randgriz lo agarró gentilmente de las mejillas y lo hizo verla a los ojos— Mírame, Xolopitli. Vas a estar bien, ¿ok? Vas a estarlo...
—D-duele... —Xolopitli se llevó una mano al estómago y se tocó el apósito, ya manchado de sangre— Ah... ay, como duele...
Randgriz removió con sumo cuidado el parche, revelando para horror de Xolopitli la herida manchada totalmente de sangre.
—Debo volver a limpiártelo —dijo, y en un abrir y cerrar de ojos apareció en el pilar caído, donde aún tenía su botiquín de primeros auxilios, y regresó instantáneamente a Xolopitli, cargando con una botella de solución de sal, una toalla y otro parche—. Esto va a dolerte. Resiste.
Una vez la toalla pasó por encima de la herida, llevándose consigo la sangre, Xolopitli apretó la mandíbula y gruñó del inmenso dolor e irritabilidad. Cerró los puños, rasgó el suelo con sus filosas garras, pero aguantó como un campeón. Randgriz le puso el apósito, pero antes de colocarse totalmente, notó como la herida en el estómago se cerraba y cicatrizaba, lenta pero a la vez inusualmente rápido.
—¿Por qué no... —Xolopitli chirrió los colmillos mientras se apoyaba mejor contra el pedestal de una estatua derruida— por qué no nos has llevado a un hospital...?
—¿Estás loco? —dijo Randgriz al tiempo que le volvía a poner las vendas sobre el torso— No solo eres el más buscado por los Pretorianos, ¡también por los Coyotl! No puedo arriesgar tu vida.
—No... la mía... p-pendejita... —Xolopitli, entre jadeos, miró de reojo al aún inconsciente Yaotecatl— La de él...
La valquiria observó al mapache tuerto, y de inmediato interpretó el subtexto bajo las palabras gimoteantes de Xolopitli.
—Tus poderes Nahualli... —farfulló Randgriz, volviendo a poner sus ojos verdes sobre el Mapache Pistolero.
Xolopitli apoyó un brazo sobre su vientre y miró hacia arriba, su mirada embobada por el firmamento de color naranja iridiscente y el delineado de la mitad restante de la cabeza de la estatua. Se le hizo vagamente familiar la escultura... y todo este lugar a donde Randgriz los resguardó.
—Tengo el poder de regenerarme... y de potenciar las armas que caigan en mis manos... —comenzó a explicar Xolopitli con dificultad— Pero desde que funde a los Tlacuaches... no he vuelto a usar esos poderes. Sigue vigentes... pero no tienen la misma fuerza que hace cien años... —tragó saliva y guardó silencio por unos segundos. Se encogió de hombros y suspiró con fuerza— Trate de usarlos... cuando nos atacó... La Muerte Blanca, pero... —volvió a mirar de soslayo a Yaotecatl, rendido e inerte a su lado— mis emociones sacaron lo peor de mí, y me costó...
—Yaotecatl va a estar bien, Xolopitli —aseguró Randgriz, por más que la inseguridad estuviera acampando a las anchas de su espíritu fragilizado.
—Entonces... ¡Llévalo a un chingado hospital! Tú olvídate de mí. Yo estaré bien... regenerándome en soledad.
—No te voy a dejar a tu suerte —Randgriz ladeó la cabeza.
—¡Por favor, Randgriz, solo vete!
—¡Usted es el Jefe de los Tlacuaches! ¡No puede dejarlos a ellos!
—¡¡¡NO ES VERDAD!!! ¡NO SOY TU JEFE! ¡NO SOY TU PATRÓN!
El exigente y demandante grito de Xolopitli selló toda la estancia del templo en un sepulcral silencio. Se denotó tanto la impotencia y el desamparo en su chillido que Randgriz se echó ligeramente para atrás, y su expresión cambió a una de empatía y de incredulidad. Tras jadear varias veces, Xolopitli, con una lágrima corriéndole por la mejilla, prosiguió con su discurso de odio personal:
—No soy ni siquiera el temido "Mapache Pistolero" del que tanto abogan por las calles. Yo... sencillamente decidí convertirme en eso, por conveniencia. Para... —tosió un par de veces, y los sollozos se hicieron más atenuantes— para poder olvidar lo que en verdad soy: un esperpento del Culto de Mictlán, una rata de laboratorio con la que jugaron a ser dioses y a utilizarme de todas las formas que ellos quisieron hasta extirparme por completo mi identidad. Por eso cree el Cartel de los Tlacuaches: para alejarme de ese horrible... pasado, que la guerra me trajo. Pero al final... al final... —ladeó la cabeza, el gesto de decepción— me volví a convertir en algo que no soy... porque ya ni siquiera sé quien soy. Ojala fuera yo alguien especial... ¡Pero soy un adefesio!
De nuevo reinó el silencio, solo interrumpido por los sollozos de Xolopitli, quien se limpiaba con desespero las lágrimas. Randgriz, sentada sobre sus piernas, bajó la mirada y su rostro se ensombreció de lamento y tristeza. La valquiria apretó los labios, alzó una mano, y la posó sobre el hombro de Xolopitli. El nahual mapache no le dio importancia más allá de sus lágrimas y su pesar.
—Tú eres especial, Xolopitli —dijo—. Por como me contó Yaotecatl, tu historia, aunque tergiversada, sirvió para inspirar a muchísimos aztecas a combatir a los demonios de Aamón en formas de animales. Tal como lo dijo él: de no ser porque lo inspiraste, él no habría superado todas las adversidades que tuvo que pasar en la Segunda Tribulación. De no ser por ti, ni los Tlacuaches, ni muchísimos otros nahuales de las Regiones, estarían aquí hoy día.
—Deja de decir esas cosas —Xolopitli miró hacia otro lado—, solo lo dices para confortarme.
—Lo digo con el corazón —Randgriz agarró con una sola mano las dos manitas del nahual mapache—. Yo nunca soy condescendiente con los que me importan. Y tú no solo eres importante para mí, sino también para muchísimas personas. Muchas fuera del Cartel, aunque no lo creas.
El decir eso le generó un torbellino de emociones encontradas en Xolopitli. Intentó decir algo, pero solo pudo dejar escapar balbuceos inteligibles. Randgriz se alteró; puso sus dos dedos sobre el cuello de Xolopitli, y sintió como su pulso se desvanecía lentamente. La valquiria vio que Xolopitli movía los labios en un intento por decir algo, pero solo pudiendo decirlo en voz baja. Acercó su oído a su hocico, y justo antes de que cayera inconsciente, Xolopitli alcanzó a decirle lo siguiente:
—Llévame... con Uitstli...
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https://youtu.be/e0L9C_4t_Iw
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|◁ II ▷
Randgriz vio a Xolopitli desmayarse e inclinar su cuerpo hacia el de Yaotecatl. No dando crédito a lo que oyó, se puso de pie y se quedó viendo a los dos nahuales por un largo rato, hasta que por fin espabiló. De un impulso se devolvió hacia el pilar caído, recogió el teléfono satelital de allí, marcó fugazmente un número de teléfono y oprimió botón de llamar. Tras eso se devolvió hacia el pedestal donde estaban los dos nahuales.
El dispositivo timbró y timbró, vibrando con vehemencia en la mano de Randgriz, como si hiciera todo lo posible para comunicarse con la línea telefónica a la que marcó su usuaria. De pronto el teléfono dejó de timbrar, y una voz masculina habló:
—Agencia de Inteligencia del Sindicato. ¿Cuál agente habla?
La valquiria cerró los ojos y se preparó mentalmente antes de responder.
—Randgriz Fulladóttir —hizo una breve pausa antes de proseguir—. Conéctame con William.
El recepcionista guardó silencio, y de pronto se escuchó el sonido de la llama siendo cortada y transferida. Unos momentos después el repiqueteo se detuvo, y la voz de William Germain habló a través del teléfono satelital:
—¡Ah, por fin apareces, Randgriz! No sabes lo mucho que Tesla y Brunhilde estuvieron presionándome porque me comunicaras. ¡Un poco más y te vuelves una Faire la grasse matineé!
—Xolopitli está a punto de morir —la respuesta de Randgriz selló un silencio solemne y gélido en la estancia—. Sufrió un atentado, según él por alguien apodado "La Muerte Blanca". Lo tengo aquí resguardado en un templo, junto con su subalterno, en Mecapatli. Les hice los primeros auxilios, pero necesitan urgentemente atención médica —la valquiria se quedó viendo el cielo de forma ensoñadora y perdida—. Me dijo que lo llevara con Uitstli, pero... ¿Qué debo hacer ahora?
No hubo respuesta por parte del teléfono satelital por casi diez segundos. Se oyó el suspiro de alivio de William, y seguido de ello, una contestación de parte suya:
—Ok, esto vamos a hacer, Randgriz. Ahora mismo Tesla está hablando con Cornelio para decretar el cese a la persecución de los Tlacuaches y dar el comunicado de que el Cartel debe entregar sus armas. Ahora que tienes a Xolopitli, le diré a Tesla que lo recibamos en la embajada de la Multinacional Tesla de Mecapatli y así tenga la atención médica que necesite. Y con él en nuestro poder, haremos que él dicte la sentencia de que el Cartel debe desarmarse. Así atraeremos la atención tanto de Uitstli como de los Tlacuaches, matando dos pájaros de un tiro.
—Muy bien, eso haré —Randgriz se mordió el labio y bajó el teléfono. Estuvo a punto de colgar, pero un pensamiento se le cruzó por la mente, y se llevó el teléfono al oído de nuevo—. Pero promete esto, William.
—¿Qué cosa, Madame?
—Júrame que no usarás a Xolopitli como tu herramienta para tus beneficios, los de Tesla o los de Cornelio.
El teléfono satelital volvió a no dar respuesta por un breve periodo de tiempo, como dando a entender la perplejidad de William por la petición de la valquiria.
—Te lo juro, con el corazón de un libertador en la mano. Fais de ton mieux, Madame Fulladóttir.
Y el Presidente Sindical cortó la llamada.
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https://youtu.be/DPAwTqig4_c
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|◁ II ▷
Región Autónoma de Quintana
Llanuras desérticas a las afueras
Tonacoyotl se sentía el nahual más poderoso y temido de todas las seis Regiones Autónomas.
De pie en lo alto de una duna de arena, el Jefe de los Coyotl podía observar todo el panorama desértico que rodeaba la ciudad militarizada de quintana. La vastedad del desierto Baldía sin Voz, siendo el más grande de las seis Regiones, abarcaba enormes y extensas planicies semiráridas, compuestas por pequeños montes, arbustos xerófilos con cactus de hasta cuatro metros de alto, hierba baja grisácea y tierras ligeramente altas donde crecían las hojas de lycoris que, abrasadas por el calor del Estigma de Lucífugo, crecían en Flores de Íncubos.
Al oeste se encontraba toda esta anchura de Baldía sin Voz, mientras que al este se hallaba el dilatado horizonte urbano de la ciudad de Quintana. No fue para nada difícil al nahual zorro militarizarla; la ley marcial impuesta por ellos a los ciudadanos de aquí marcó, en términos técnicos, un Golpe de Estado que culminó con el alcalde de Quintana hablando en televisión publica anunciando la toma de la ciudad por el Cartel de los Coyotl. Esta hazaña dejó helados a las autoridades del resto de Regiones, quienes ahora, reacción al asalto de Eurineftos a una de sus bases, conocían el verdadero poder de esta organización criminal.
Por ese motivo Tonacoyotl se sentía el ser más poderoso de las seis Regiones. La ley marcial incluso dictaba que, si cualquier regimiento o tropa de Pretorianos pisara un metro cúbico de la ciudad de Quintana o veía a espías en forma de soldados o helicópteros rondando por los pueblos, entonces matarían a cien ciudadanos. Con el mazo en el yunque, Tonacoyotl tenía la vida de más de tres millones de aztecas en la palma de su mano, y podía hacer con ellos lo que quisiera.
Incluso si eso significaba volver a las raíces caóticas de la Segunda Tribulación si las coaliciones no se atenían a su decir.
El viento soplaba con gran vehemencia, silbando hacia el oeste y agitando las carpas de las tiendas de campaña. Aunque su mente estuviera podrida por la Flor de Íncubo, el nahual zorro aún tenía materia gris en su cabeza con la cual mantenía su raciocinio. Visto y sabiendo el historial de golpes de estado que acabaron en fracaso, Tonacoyotl decidió jugar el papel de insurgente paciente, y en vez de sentarse con ostento en el ayuntamiento del alcalde, montó su campamento militar a veinte kilómetros fuera de Quintana, en una zona muerta donde no pasaban vehículos aéreos o terrestres. De esta forma, se aseguraba la imposibilidad de su captura.
Tonacoyotl estaba liando una flor de lycoris en su boca cuando oyó pisadas viniendo hacia él por detrás. El jefe de los Coyotl terminó de fumarse la Flor de Íncubo, suspiró vaharadas con formas de circulas al aire, se dio la vuelta y vio al lugarteniente del campamento encaminarse hacia él. Tonacoyotl frunció el ceño, como si no fuese a él quien estuviera esperando.
—Señor —indicó el lugarteniente, un nahual zorro de pelaje negro—, se reportó el avistamiento de un pelotón de Pretorianos intentando escabullirse hacia Quintana por un autopista abandonada. Les hicimos huir como ratas.
Tonacoyotl asintió con la cabeza. Se lo quedó viendo, esperando otro detalle. El lugarteniente captó el mensaje y apostilló:
—Y tal como prometimos, ejecutamos a cien civiles en el ayuntamiento.
—Y con las cámaras bien en alto, ¿verdad? —inquirió Tonacoyotl.
—En vivo y en directo.
—Excelente —Tonacoyotl tiró la flor de lycoris, y el viento se la llevó volando—. Es menester que nosotros cumplamos con lo que prometemos. Somos primero terroristas, y después diplomáticos, pero los exigentes, los que estaban en la frontera de la Cortina de Hierro —estiró un brazo y señaló el horizonte urbano de Quintana—. Todo eso de ahí, de punta a punta, es nuestra Cortina de Hierro contra los Pretorianos.
Los dos permanecieron callados. Tonacoyotl apoyó sus manos sobre el cinturón, y dedicó una mirada analítica a la ciudad mientras se mordía el labio inferior.
—¿No han sabido nada de Cuetlachtli? —preguntó.
—Nada, señor —respondió el lugarteniente—. Luego de saberse de la insurrección por parte de su regimiento en Nevada de Quindío, tampoco se supo de los soldados del motín.
—¿Cuántos soldados participaron en el motín?
—Todo el regimiento. Unos... doscientos efectivos.
—Me lleva la... —Tonacoyotl escupió saliva roja sobre la arena— Gracias por el reporte, lugarteniente. Sigan con la labor de buscar a ese regimiento de insurgentes.
El oficial Coyotl se despidió con un saludo militar y se regresó caminando hacia el campamento, dejando un rostro de huellas en la arena. Tonacoyotl, con las manos sobre su cinturón, se quedó apreciando la ciudad. Han habido contratiempos y sorpresas en el procedimiento, pero la logística seguía siendo la misma: llegar a un acuerdo de diplomacia con los Pretorianos y la Multinacional y negociar con la vida de tres millones de personas... a cambio de la Capsula Supersónica de Nikola Tesla. Con ello, toda esa parafernalia de trabajar juntos para robarse la capsula eran nada más que patrañas, todo para conducir a Xolopitli a su muerte.
<<Supe desde un inicio que esto lo tenía que hacer sin ayuda de ningún otro Cartel>> Pensó Tonacoyotl, los ojos tornándosele de color rojo en breves parpadeos. <<Ódiame todo lo que quieras, pero el único que puede ser Rey de los Bandidos en las seis Regiones Autónomas... soy yo>>.
El Jefe de los Coyotl frunció el ceño cuando desvió la mirada hacia las llanuras desérticas, y creyó ver movimiento a través de la hierba baja y los arbustos áridos. Sacó de las fundas de su cintura unos prismáticos, y estuvo a punto de llevárselos a los ojos cuando justo escuchó una voz venir de detrás:
—Señor —Tonacoyotl se dio la vuelta, y vio al mismo lugarteniente volviéndose a aproximarse a él—, nos ha llegado otro reporte.
—¿De los insurgentes?
—No, del Jefe de los Tlacuaches.
Tonacoyotl empezó a esbozar una sonrisa maliciosa. El lugarteniente, en cambio, permaneció con un semblante inquieto.
—Llegan noticias de Tláhuac y Mecapatli —prosiguió el lugarteniente—. Un atentado a la vida de Xolopitli y su subalterno Yaotecatl. Han salido muy malheridos, se presumen muertos.
—¡Ahora eso sí es una chimba de noticia! —exclamó Tonacoyotl entre carcajadas victoriosas— Ah, supe que contratar a ese mercenario de los Wagner fue buen billete.
—Ahí está la cosa, mi jefe... No fue el mercenario Wagner. De hecho, los Coyotl encontraron su cuerpo degollado en la misma tienda donde Xolopitli requisó los fusiles tesla.
El ambiente se torno brutalmente oscuro con aquella revelación. Tonacoyotl se quedó viendo al lugarteniente con los ojos entrecerrados.
—¿Qué...? —farfulló— Pero entonces si no fue él, ¿entonces quién carajos...?
—Según las noticias de Mecapatli, los testigos vieron a un nahual lobo encapuchado —el lugarteniente negó con la cabeza—. Nada que no sepamos de alguien de la organización.
—Oh... —de repente, un extraño e impetuoso miedo comenzó a taladrar en el corazón de Tonacoyotl, haciendo que le doliera la cabeza y parpadeara con más rapidez— V-vale, gracias por decirme. Vuelve al campamento. Más tarde hablamos de eso.
El lugarteniente dio un salido militar y se devolvió hacia el campamento. Tonacoyotl agachó la cabeza y empezó a respirar con fuerza, convirtiéndose en jadeos de pavor. En cuestión de segundos pudo controlarlos, y pudo respirar con normalidad de nuevo, solo que ahora tenía un incesante punzada de cabeza que lo mareaba. El jefe del los Coyotl volvió a sacarse los binoculares y se los puso en los ojos, en busca de aquel movimiento que juró haber visto hace poco.
Vio por el rabillo del ojo un movimiento justo cuando movió los binoculares hacia un lado. Hizo el mismo giro al contrario, y se detuvo justo encima de una sombra reptante caminando en cuatro patas por detrás de la hierba baja. El zoom de los binoculares se tardó unos segundos en captar bien la silueta de aquel objeto extraño. Se movía con relativa rapidez. ¿Será acaso un zorro de la fauna?
La vista del borrón de los binoculares se arregló, y Tonacoyotl pudo ver mejor al animal. En efecto, era un zorro... pero tenía pegada la cabeza de un lobo encima de su lomo. Tonacoyotl cerró con fuerza los ojos y los volvió a abrir, pensando que estaba alucinando. Pero lo volvió a ver: un zorro olfateando el suelo, mientras tenía pegada la cabeza de un lobo en su lomo.
Nuevamente se quedó sin aliento y el pavor lo dominó. Era la cabeza de Cuetlachtli
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
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|◁ II ▷
Las manos fueron lo primero que le temblaron, seguido por todo su cuerpo desde los pies hasta la cabeza. Tonacoyotl bajó los binoculares, y los dejó caer al suelo producto de su pavor. Comenzó a retroceder, el corazón palpitándole con más rapidez. Fue entonces que se dio la vuelta, corrió hacia el campamento de los Coyotl, y gritó a todo pulmón:
—¡TODOS SUBÁNSE A LOS COCHES! ¡SUBÁNSE! ¡SUBÁNSE!
Más de diez vehículos militares blindados descendieron por la duna y arraigaron, en menos de cinco minutos, hacia el perímetro de hierba xerófila. Cortinas de polvo se alzó en más de treinta metros cúbicos producto del derrape de los coches al detenerse abruptamente en la zona. Tonacoyotl y veinte paramilitares Coyotl bajaron de los vehículos, con fusiles de asalto y rifles teslas en mano, y empezaron a inspeccionar el lugar en la búsqueda de aquel particular zorro.
El Jefe de los Coyotl fue escoltado por cinco de sus hombres, mientras que los otros quince barrían el área, todos siempre manteniendo las armas en alto en caso de entrar en fuego. Tonacoyotl apartó a los paramilitares cuando estuvieron cerca del zorro. El animal no se espantó por la presencia de los Coyotl; al ser ellos nahuales con las mismas características, los confundió como otros de su especie. Eso permitió a Tonacoyotl y al resto observar bien la macabra escena.
El zorro anadeó impasible frente a ellos, irguiendo desde su espalda la cabeza de Cuetlachtli, literalmente su carne, fusionada con su lomo. Ni siquiera el animal tenía un aspecto normal: tenía varias patas irregulares, cuello dislocado, una cola desproporcionada, un cuerpo torcido de lado, y una cinta adhesiva que cubría su boca. La cabeza de Cuetlachtli estaba intacta y tenía un semblante sin emociones. El pelaje del animal estaba manchado de rojo, y esos mismos tintes rojos les permitió ver una inscripción en el otro lado del estómago del canino. Un grabado en sangre sobre el vientre del zorro que rezaba lo siguiente:
El zorro mutante y famélico caminoteó delante de Tonacoyotl. El Jefe de los Tlacuaches sintió una presión impresionante colapsando sobre su pecho. Sus pulmones se contrariaron, haciendo a Tonacoyotl sentir que se estaba asfixiando. El nahual zorro jadeó, emitiendo gorjeos en el proceso. Se irguió, apartó la mirada del zorro mutante, y comenzó a retroceder. Todos los paramilitares se lo quedaron viendo entre extrañados y confusos.
—¿Señor? —inquirió su lugarteniente— ¿Sucede algo?
—¡No me pasa nada! —exclamó Tonacoyotl, dándose brevemente la vuelta y agitando los brazos. La saliva roja estaba borboteando de entre sus colmillos— Solo... quítenle la cabeza de encima y maten esa cosa. Necesito... coger aire...
El Jefe de los Coyotl siguió su recorrido hasta llegar a su vehículo, donde se ocultó detrás de la puerta abierta, se agachó y siguió respirando forzosamente, combatiendo a la desesperada con este infalible miedo y pánico que no paraba de robarle aire.
Los paramilitares más cercanos al zorro mutante se dispusieron a acometer lo que su jefe les digo. Mientras que el resto de los soldados se quedaban quietos cuidando el perímetro, los cinco restantes que escoltaron a Tonacoyotl hasta el animal comenzaron a rodearlo. La bestia mutada emitió gruñidos débiles que acabaron en vómitos de sangre que rompieron la cinta adhesiva. Los soldados no pudieron evitar sentir un inmenso remordimiento y lástima por el zorro; ¿cómo era posible que los Tlacuaches hicieran una cosa tan monstruosa como esta?
Mientras que el lugarteniente agarraba al animal por el cuello y desenfundaba su cuchillo, listo para cortarle la yugular, Tonacoyotl disparaba pensamientos infalibles dentro de su trastornada cabeza. Cuetlachtli murió de la forma más maldita posible, y esto fue hecho por sus enemigos más acérrimos. <<Esos malditos, cobardes, hijos de puta de los Tlacuaches, se atrevieron al hombre más sagrado de mi organización...>> Pensó Tonacoyotl, los ojos ensanchados, sus manos cerrándose en sendos puños. Levantó la cabeza, y observó a lo lejos al lugarteniente poniendo fin al sufrimiento del zorro mutante al cortarle el cuello de un tajo; lo veía todo doble y distante por culpa de los efectos de la droga. La expresión de Tonacoyotl se transformó lentamente: sus ojos se entrecerraron, su frente se arrugó, sus labios se abrieron para mostrar sus colmillos... Un semblante de furia inmarcesible e incontrolable, potenciada por los narcóticos y dirigida hacia el Cartel de los Tlacuaches. De pronto la presión en su pecho se deshizo, y los temblores de su cuerpo ya no estuvieron presentes. Ahora solo existía rabia hirviendo en su sangre.
<<Muy bien... Voy a hacerlo oficial...>> Pensó Tonacoyotl, dominado por la ira, su mandíbula abierta y enseñando los filosos colmillos, los ojos brillando de un fulgoroso rojo encolerizado.
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5
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Mecapatli
Casa de los Enfermos
Zaniyah Uitstlixochtlin perdía su melancólica vista en los detalles del vestido de la estatua de Xilonen.
La soledad la acompañaba de muchas formas: no había ningún paciente o funcionario sentado en las gradas, ni guardias custodiando la entrada, y el único sonido que se escuchaba era el repicar de la madera siendo molida por las llamas dentro una chimenea. A pesar de que mucha gente la quería apoyar y animar, Zaniyah los rechazó con la mayor amabilidad posible. No fuera porque sea una malagradecida o una imprudente. Ella sabía bien el motivo: porque ellos la confortaban como la Princesa del Maíz, y no como la hija del Jaguar Negro.
Es por eso que no sentía los comentarios de la gente del hospital como algo genuino a lo que subirle la moral. Si bien eran auténticos a pesar de todo, Zaniyah no los correspondía como ellos se habían referido a ella todo este tiempo: "Mi Señora", "Mi Princesa", "Mi Dulce Doncella". Nada de eso. Zaniyah, por primera vez en su vida, no quería ser amada, respetada y confortada por los aztecas como la Princesa de Xilonen, sino como la hija de Uitstli. Eso hizo que tuviera un encontronazo de sentimientos incomprendidos de no saber su verdadera identidad, de no saber como responder al apoyo de los demás, de no saber si hizo bien o mal el alejarse de su tía Tepatiliztli por ocultarle el secreto de Yaocihuatl.
La amalgama de ideas desordenadas le hizo recordar un hecho para nada indiferente: que ella no era la hija biológica de Uitstli y Yaocihuatl. Eso le llevó a la conclusión de que ni siquiera sabía quién era exactamente.
El tañido de la madera siendo machacada por el fuego rezongó en toda la sala de oraciones. Zaniyah, con las manos entrelazadas y la mirada decaída desviada hacia bajó, alzó la cabeza y vio a los ojos a la escultura de Xilonen. La estatua de la diosa seguía inamovible donde estaba, pero Zaniyah la sentía viva, lista para recibir sus glosas.
—He sido tu princesa por más de sesenta años —dijo. Frunció el ceño y apretó los labios—. ¿Está... mal... que por una vez en mi vida no quiera serlo? Mi señora Xilonen... —sus labios retemblaron— ¿Está mal... que sienta que esta no soy la verdadera yo? Siento que necesito hallar lo que en verdad soy, lo que en verdad puedo ser para lo que está pasando. Pero al mismo tiempo no quiero defraudar a la gente que me adora. Ni a mi padre ni a mi tía. Yo... —se pasó una mano exasperada por el rostro— no sé qué hacer para poder complacerlos a todos...
—Es porque no necesitas hacerlo. ¡Debes complacerte a ti misma!
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|◁ II ▷
Zaniyah se dio la vuelta allí donde estaba sentada, y vio una diminuta figura humanoide de pelaje blanco y apariencia de oso entrar por el umbral y caminar por la sala de oraciones. A pesar de sus malestares, la muchacha azteca esbozó una sonrisa la ver a Tecualli acercársele y tomar asiento a su lao.
—Tecualli, yo... eh... —Zaniyah se ruborizó y miró hacia otro lado— Lamento no haberte recibido cuando llegaste.
—Todo bien —el nahual brujo sonrió de oreja a oreja, sus grandes ojos verdes mirando hacia la estatua de Xilonen—. Pero quien lo diría. Tú, convertida en la campeona de la diosa del maíz tierno. Había escuchado sobre ello cuando me llegaban noticias de las Regiones Autónomas... —Tecualli se encogió de hombros y volvió a mirar a Zaniyah— Solo que jamás pensé que serías tú.
—Sí, bueno, al final no es tan bonito como lo pintan... —los ojos de Zaniyah se tornaron en una mirada de discernimiento, y los fijó sobre el nahual brujo— Espera, ¿dónde estuviste todo este tiempo? ¿Por qué nunca nos contactaste o diste indicios tuyos sino hasta ahora?
—Yo he estado... ¡viajando por los nueve mundos y más allá! —la exclamación de Tecualli vino con un rítmico timbre de su voz, como el de un juglar a punto de narrar una historia— Viaje a Alfheim, donde recibí escolaridad por parte de los elfos sobre la destrucción de Midgar y de la épica batalla que libró Völundr para apoyar a Axel Rigall contra Thudgelmir. Visité las ruinas de Muspelheim, ahora parte del derruido Helheim, y donde me lleve varios recuerdos —a medida que narraba y hacía gesto exagerados con el rostro y las manos, las penas se borraban del rostro de Zaniyah para ser reemplazados con sonrisa afables— Respiré el aire frío de los castillos y las murallas de hielo de Jötunheim, serví como escriba en Roma Invicta para narrar las hazañas de los hermanos Cratos y Bía durante la Thirionomaquia, me paseé por las playas de la legendaria isla de Avalón, hogar de los dioses celtas... —Tecualli hizo gesto con las dos manos de hacer una explosión—. ¡Muchísimas aventuras!
—¡¿Y cómo te atreviste a ir a todos esos lugares sin mí?! —farfulló Zaniyah, haciéndose la indignada. Se echó a reír al no poder mantener bien el papel.
—Porque al igual que Marco Polo, esta aventura debí de hacerlo yo solo —la alegría en el rostro de Tecualli fue reemplazada con severidad sombría—. Luego de que Xolopitli me diera la espalda y se fuera a formar su organización criminal, me sentí perdido. Primera vez en mi vida que me sentía perdido emocionalmente.
—Pero me tenías a mí —Zaniyah apoyó una mano sobre su pecho—. ¡Tenías a Uitstli!
Tecualli chasqueó los labios y recluyó la espalda sobre la silla.
—Todos habíamos hecho ya el voto unánime de ir por caminos separados, Zaniyah —respondió—. La Segunda Tribulación nos marcó a todos como nunca. Ni siquiera la batalla final contra Tlacoteotl nos había marcado tanto. Además, no quería arruinar la relación padre-hija de ustedes con mi presencia pegajosamente molesta —sonrió y cuchicheó risitas con su propio comentario. Zaniyah compartió sus risas—. Como todos aquí, debíamos de rehacer nuestras vidas, pero buscando nuestra propia vocación.
—Y tu vocación fue convertirte en un trotamundos —Zaniyah le dio un empujoncito amigable en el hombro al nahual brujo.
—Eso sentía que tenía que ser —admitió Tecualli—. De por sí ya era un escriba cuando cayó Tenichtitlan: no quería que los Españoles extinguieran toda la religión y cultura imponiendo el cristianismo. Lo mismo que la Segunda Tribulación: no quería que la historia y memoria de muchísimos Einhenjers se perdieran —el nahula brujo puso en su regazo un zurrón de cuero que había traído consigo. Abrió la cremallera, y de dentro sacó un libro encuadernado de tapa dura y color marrón—. Es por eso que escribí una enciclopedia al respecto.
Los ojos de Zaniyah chispearon de la maravilla. Tomó el enorme libro y lo colocó en su regazo. El título del mismo rezaba "Mil Einhenjers, Mil historias" Lo abrió, y pasó rápidamente las paginas con un dedo hasta llegar a la última hoja. Al ver el número en el pie de página, dejó escapar un jadeo de sorpresa.
—¡Este libro tiene casi mil seiscientas páginas!
—¡Hey, que no fue fácil recopilar la biografía de más de mil doscientos Einhenjers muertos durante la Segunda Tribulación, Y SIN HACER RECORTES!
—¿Cuánto tiempo te tomó en escribir todo esto? —Zaniyah le echó un ojo al índice del libro, y vio los nombres de distintos Einhenjers encabezados.
—Alrededor de veinte años, y eso porque tuve que hacer mucha investigación para que cada detalle sea verídico y exacto —de pronto Tecualli le cerró el libro a Zaniyah, se lo quitó de las manos y lo guardó dentro de su zurrón—. Pero no es un club de lectura lo que haremos ahora, Zaniyah.
—¿Eh...?
Tecualli se puso de pie encima de la silla y dio un salto, cayendo encima del borde de la otra silla y colocándose así frente a Zaniyah. El nahual brujo invocó su mazo de aura verde, lo agitó por encima de su cabeza, y dio un grito de guerra en la cara a la muchacha azteca, tomándola por sorpresa y dándole un susto de muerte.
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|◁ II ▷
Al principio Zaniyah se negó, haciendo berrinche conque ya sabía todas las bases de su Tlamati Nahualli. Tecualli tuvo que usar su magia telequinética para cargarla en el aire, para después salir de la sala de oraciones volando como un ave a través de la claraboya, y a los pocos segundos aterrizar encima del amplio y complejo techo del hospital.
Zaniya rodó por el suelo de ladrillos del tejado. Tecualli agitó su mazo, y con un hilo de aura telequinética atrajo cual imán el espadón doble de Zaniyah. Se lo arrojó a la muchacha azteca sin cuidado ni aviso, y esta última dio un respingo y a duras penas pudo atraparlo en el aire. Trastabilló, casi se cae pero se mantuvo en equilibrio, solo para después llevarse un susto de muerte cuando Tecualli invocó con su garrote jabalines de aura verde que se abalanzaron a toda velocidad hacia ella.
—¡Hoy la lucha empieza! Esa es la... ¡Misión! —berreó Tecualli, su voz convertida pasando de ser chillona a la de un cantante— Niñas me mandaron... ¡Para tal... Acción!
Zaniyah esquivó con ágiles saltos y volteretas los jabalines de aura, y algunos incluso los cortó con espadazos mientras daba volteretas. Sonrió victoriosa, pensando que ya superó la prueba. No obstante, no se dio cuenta de la presencia de Tecualli detrás suyo. El nahual brujo le propinó un garrotazo en la espalda, y el golpe esparció fuego verde por todo su cuerpo. Zaniyah chilló como loca y rodó por el suelo con tal de apagar el fuego. No fue sino el propio Tecualli que la apagó de una esgrima de su mazo.
—¡Hombre fuerte... de acción... serás hoy! —cantó Tecualli, sus ojos grandes puestos en su pupila.
—Pero soy una niña... —murmuró Zaniyah.
—¡ESO NO ES EXCUSA! —y Tecualli la tiró del techo del hospital de un garrotazo directo en su cabeza. Zaniyah cayó hacia el patio del hospital, y su cabeza quedó enterrada dentro de la tierra cual avestruz.
El nahual brujo la puso a prueba en la puntería, siendo el escenario el mismo patio donde Zaniyah acabó con su cabeza enterrada. Con su garrote, Tecualli disparó una serie de proyectiles de aura verde directos hacia una diana. Todos dieron en el blanco, y la diana acabó pulverizada en llamas. Zaniyah esgrimió su espadón doble, y las flamas se acumularon en cada punta de la hoja. Al ver como Tecualli se distrajo hablando con un par de médicos, Zaniyah aprovechó para acercarse a la diana, y disparar su proyectil de fuego a menos de dos metros de distancia.
La diana ardió en llamas rojas, y Zaniyah celebró exageradamente. Pero al darse la vuelta, se topó cara a cara con Tecualli. Zaniyah se paralizó, y sonrió con gran nerviosismo. Tecualli le dio una cachetada con su garrote, y la muchacha volvió a convertirse en una antorcha humana. Chilló como nunca y se echó tierra encima con tal de apagar el fuego.
Tecualli la puso a prueba en combate cuerpo a cuerpo con sparring. Zaniyah pensó que lo dominaría por ser más alta y ágil, pero oh, vaya si estuvo equivocada: Tecualli se movió como un maestro de artes marciales por el aire y por el suelo, dando saltos y barridas de suelo tan rápido que Zaniyah acabó más de una vez tirada en el suelo. En una ocasión del sparring Zaniyah, luego de ser tirada al suelo más de treinta veces, pudo atrapar a Tecualli por el brazo y lo alzó por encima de su hombro, tirándolo brutalmente al suelo...
Pero Tecualli nunca tocó suelo, pues uso su telequinesis para detenerse a unos centímetros. Zaniyah estuvo a punto de protestar, pero Tecualli empleó su fuerza telequinética para empujar a Zaniyah y estamparla a ella contra el suelo. Se formó un agujero en la tierra con la forma de Zaniyah. Tecualli se asomó por el agujero, y vio a Zaniyah a cinco metros bajo suelo, escupiendo tierra de su boca con una cara de pokerface.
La hija de Uitstli destruyó con la palma de su mano torres de piedras que su maestro nahual le puso par aponer a prueba su fuerza. Pero al llegar a la último pilar y golpearlo con su mano, su cuerpo entero absorbió la fuerza de impacto. Zaniyah chirrió los dientes, y miró a Tecualli potenciar la torre de piedra con su telequinesis y hacerle un gesto de "No" con la mano.
Zaniyah y Tecualli se sentaron con las piernas cruzadas, y comenzaron a concentrar sus Tlamati Nahualli para formar la energía más pura de su magia a través de esferas de fuego. Tecualli se lo demostró con un ejemplo, y formó una bola incandescente que levitó en su regazo. Zaniyah lo intentó, pero de tanto esforzarse comenzó a sudar. Chispas nacieron de las palmas de su mano, pero cuando pudo invocar el fuego, este emergió de sus manos descontroladamente. Zaniyah volvió a arder en llamas y a rodar por el suelo. Tecualli se pasó una mano por la mano en ademán de desespero.
La muchacha azteca ya estaba llegando a su limite. Tecualli le permitió unos quince minutos de descanso, y Zaniyah los utilizó para volver a la sala de oraciones. Dejó su espadón doble a un lado, y rezó en silencio a la escultura de Xilonen. Se le pasó por al mente el tirar la toalla, dejar a un lado este ridículo entrenamiento y permanecer en su status quo. No obstante, el ver el semblante melancólico de la estatua le produjo una idea que se plantó en su mente como una ameba. Entonces lo recordó: ella fue quien se enfrentó y derrotó a muchos de los secuaces del Culto de Mictlán... ¡Ella fue quién derrotó a la Muerte Blanca en la batalla final! Esa virtud es lo que la hacía ser. Eso es lo que ella era. ¡Una mujer guerrera, como Yaocihuatl! ¡No podía rendirse!
Vuelta al entrenamiento, Zaniyah actuó con gran vehemencia y determinación en todos y cada uno de ellos: en el sparring no se dejó derribar al suelo ni una sola vez, y hasta pudo contrarrestar con gran vigorosidad la fuerza telequinética de Tecualli al evitar que la enterrara en el suelo; en el disparo de proyectiles de fuego, Zaniyah pudo dar en todas las dianas, creando una fila de fogatas en todo el patio; destruyó con la palma de su mano todas las torres de piedra, incluyendo la que Tecualli potenció con su telequinesis, dejando anonadado al nahual brujo; y por último, en la creación de energía de su Tlamati Nahualli, Zaniyah generó una esfera de fuego roja que levitó encima de sus piernas, lo suficientemente luminosa como para opacar a la de Tecualli.
El entrenamiento había perdurado por horas, hasta el punto en que ya había caído la tarde casi noche. Tepatiliztli, en lo alto de un balcón del segundo piso, observó a Zaniyah y a Tecualli intercambiar veloces blandidos de sus armas; el garrote y el espadón doble chocó múltiples veces, creando cientos de chispas que no pararon de regarse por el aire. Los dos guerreros aztecas acabaron el sparring entrecruzando sus armas: la hoja dorada de Zaniyah y el garrote de Tecualli a unos centímetros de los cuellos del otro. Tecualli sonrió e hizo desaparecer su mazo.
—Lo has logrado, Zaniyah —dijo—. ¡Siento que tu Tlamati Nahualli vuelve a tener el mismo vigor!
—¡¡¡SÍIIIII!! —Zaniyah dio saltitos y sonrió de oreja a oreja— ¡Lo logre! ¡Lo logre! —alzó la mirada y vio a Tepatiliztli apoyada sobre el parapeto del porche— ¡¿Si viste, tía Tepatiliztli?! ¡SOY FUERTE DE NUEVO!
<<Sí...>> Pensó Tepatiliztli, sonriente y dándole un saludo amigable a su sobrina con la mano. <<Eres, sin lugar a dudas, la más fuerte de todo el grupo, solo por detrás de Tecualli y de tu padre>>.
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|◁ II ▷
Mecapatli
Centro de la ciudad
Encapuchado y vistiendo con una gruesa gabardina que ocultaba su cuerpo y su rostro, Uitlstli anadeó por las calles del centro urbano y concurrido de Mecapatli en dirección hacia el antiguo santuario dedicado al Príncipe de las Flores.
Las avenidas principales que conectaban directo con aquel templo estaban atiborradas de gente. Muchedumbres que se agolpaban alrededor de las tiendas de electrodomésticos para observar los televisores transmitiendo las noticias. Últimamente las noticias de TV Azteca solo traían consigo anuncios de calamidades: desde la toma de Quintana por el Cartel de los Coyotl, hasta los múltiples atentados y tiroteos reportados en toda Mecapatli entre Tlacuaches y Coyotl que se han cobrado varias vidas. El tráfico era igual de descontrolado; filas de automóviles y camiones que a duras penas ese movían, muchos de esos vehículos siendo familiares que pretendían ir a Quintana, pero tanto la milicia local como los Pretorianos ya tenían selladas todas las entradas y salidas de la ciudad con aduanas.
Uitstli caminaba con parsimonia, pasando desapercibido entre los conglomerados de aztecas con su rostro ensombrecido por la capucha. Cual sombra reptante, se escabullía por los callejones y atajaba caminos a través de atajos con el objetivo de llegar lo más rápido posible al templo. Durante el recorrido, el guerrero azteca no pudo evitar ser asaltado por pensamientos nocivos acerca de su exesposa. ¿Cómo estará sobrellevando todo el caos social? ¿Será que ella está al tanto de todo lo que sucede en las seis Regiones? ¿O estará haciendo oídos sordos? No sabía con certeza. Pero una cosa es segura, y es que, confiando en la palabra de su hermana, ella estaría rezando en el templo a estas horas de la noche.
La luna llena se izaba gloriosa en lo alto del firmamento, combatiendo duramente contra los rayos rojo oscuro del Estigma de Lucífugo. Aquellos tenues destellos marcaban su camino a medida que seguía avanzando por los callejones y los bulevares, sorteando los densos e inamovibles tráficos así como las muchedumbres que protestaban en contra de la policía nacional y de los Pretorianos. Justo cuando cruzó una carretera y pasó al lado de un televisor publico que transmitía las noticias en vivo de TV Azteca, se detuvo cuando la presentadora hizo mención al Mapache Pistolero. Uitstli alzó la cabeza y vio el televisor, observando de primer plano una fotografía que la noticia presentaba mientras explicaban que todavía no se daban indicios del paradero del Jefe de los Tlacuaches. Uitstli se mordió el labio inferior y chasqueó los labios.
<<Por favor, vuelve con nosotros pronto>> Pensó, para después proseguir con la marcha.
Al llegar al lugar destinado, vio que la avenida y la acera que rodeaba los restos del templo estaban abandonados. No había ni coche ni peatón cruzando por el pavimento. La soledad era tan densa que se arremolinaba alrededor de la iglesia derruida en forma de una extraña niebla. Uitstli se quedó de pie, escudriñando cada palmo destruido de la catedral, cada bloque negro, cada pedazo de moho... La filosa mirada llena de análisis lo decía todo. Dentro suyo, el determinismo aguerrido combatía ferozmente contra todo el desvarío, todo el infortunio y todo el prejuicio que lo han desmotivado a acercarse a la mujer que fue el amor de su vida. Tenía miedo de lo que podría pasar si entraba, pero no por ello se detuvo.
El guerrero azteca emprendió la marcha hacia la catedral. Cruzó por la carretera, por la acera, y redujo la velocidad de su caminata cuando cruzó por lo que otrora fuese el jardín. Siempre mirando hacia el frente, los ojos ensanchados y destilando decisión en sus acciones. Tantas décadas separado de ella, tanto tiempo pensando en como sería su reencuentro, tantas noches reflexionando si lo que hizo con ella estuvo bien o mal... Más de cien años de tribulaciones, cavilaciones, decisiones y discernimientos sobre su esposa llevaron a Uitstli para este momento decisivo que, dependiendo del resultado, determinaría el curso de esta historia.
Entró de forma silenciosa por el umbral, ralentizando su anadeo cuando la suela de sus botas rechinó contra la vieja madera. Uitstli se encaminó más hacia dentro, topándose de frente con la nave central de la iglesia siendo un total desastre, con sus gradas regadas pro el suelo y entremezclada con los escombros y la hiedra. Alzó la cabeza, y su rostro fue bañado con los rayos del eclipse que se filtraban en torrentes por el enorme agujero que abría el techo. Bajó la cabeza, y al mirar hacia el frente, vio una silueta agachada cerca al pedestal de la estatua semi-desmoronada.
Uitstli se detuvo, quedando en el centro de la galería, a unos pocos metros de las gradas que llevan al altar. Guardó sepulcral silencio, quedando paralizado al ser sorprendido por el momento de no saber qué decir a continuación. La silueta femenina que estaba acuclillada parecía estar inspeccionando algo. Uitstli carraspeó, y tras dar un largo respiro, rompió el molde al hablar:
—Yaocihuatl... —el aliento se le arrebató antes de poder decir algo más. Peso con eso bastó.
No hubo reacción al principio. Todo se quedó en quietud, en un vasto silencio acompasado con los lejanos y tremulosos sonidos de las marchas y del tráfico. Uitstli pudo ver lo que la silueta femenina estaba haciendo allí acuclillada: con sus dedos, inspeccionaba rastros de sangre que manchaban el suelo y la superficie frontal del pedestal. La sangre aún estaba fresca, y cuando ella lo tocó, se manchó la yema de los dedos.
—Ha pasado... mucho tiempo, Uitstli —habló la mujer, la voz madura y denotando muchísima experiencia y pesares en su haber—. Alguien estuvo aquí, pero no veo que esta sangre... te corresponda.
La mujer se reincorporó y alzó la cabeza, observando de frente el rostro partido por la mitad de la derruida estatua del Príncipe de las Flores. Uitstli no pudo evitar ver en su faceta, oscurecida por su capucha, atisbos de devoción y de melancolía hacia aquella escultura.
—Muchas cosas han estado pasando en las Regiones Autónomas —prosiguió la mujer, sin darse la vuelta. Uitstli se bajó la capucha, revelando su ensoñador semblante—. Muchos escándalos... que me fueron imposible ignorar. Y una vez descubrí que Tepatiliztli es la directora de la Casa de los Enfermos... —se encogió de hombros— supe que vendrías tú hasta aquí... por mí.
La mujer se dio lentamente la vuelta y se bajó la capucha. Reveló el esplendoroso atuendo que portaba: un largo vestido color bermejo con bordados dorados y separado en tres faldones, hombreras doradas de aspecto filosos, manoplas dorados que cubrían sus antebrazos y largas pantimedias verdes y bermejos que acababan en tacones dorados. Su cabello parecía ser corto, pero en realidad una larguísima cola con trenzas colgaba de su espalda. A pesar de no llevar el mismo atuendo que tenía en el pasado, y ver los años sopesándole en su semblante afligido y sus ojos verdes apagados, Uitstli no desestimó que Yaocihuatl seguía siendo la misma mujer hermosa, interna y externamente, de la cual se había enamorado durante la Conquista Española.
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https://youtu.be/OAr1w8ZnROk
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|◁ II ▷
—Supongo que hay cosas que no cambian.. —murmuró Yaocihuatl, pasándose una mano por el largo mechón de cabello— O cambian, pero apenas y se nota.
—No solo hablas de nosotros como personas, ¿cierto? —dijo Uitstli, bajando la mirada por unos segundos.
Yaocihuatl permaneció en silencio solemne. Respiró hondo y desvió la mirada por un momento, como buscando las palabras observando la distancia.
—El caos se está apoderando de las Regiones Autónomas —murmuró, agitando levemente un brazo—, justo como sucedió con Xocoyotzin antes de la llegada de los demonios. Justo como sucedió con Tenochtitlan antes de que llegaran los españoles —apretó los labios y ladeó la cabeza—. Parece que ese es nuestro cruel destino. Ser destruidos una y otra vez.
—Pero esta vez podemos evitarlo —Uitslti dio un paso delante—. Tenemos mucho más apoyo del que antes no teníamos. Cuando tenga el chance, tendremos la ayuda de la Corona, del Presidente Sindical de los EInhenjers, para que nos puedan proteger de nuestros enemigos.
—Eso mismo había dicho Cuauhtemoc sobre Brunhilde antes de que Aamón viniera y aniquilara la capital —el rostro de Yaocihuatl se ensombreció—. Pensé que no confiabas en la Reina Valquiria luego de dejarnos a nuestra suerte contra el Marqués. ¿Por qué confías ahora?
UItstli se quedó callado y se dio cuenta de lo que había dicho. ¿En verdad esa era la postura que tenía ahora? ¿La de confiar en la ayuda de la misma Reina que los dejó abandonados en la guerra? Pensó en la propuesta que le hizo sobre participar en el Torneo del Ragnarök, pensó en lo imprudente que sonaba en primera base, pero no era solamente Brunhilde quien hacía parte en todo esto. William Germain, Nikola Tesla, e incluso Publio Cornelio con sus Pretorianos militarizando las Regiones con tal de asegurar la protección de los aztecas contra los Coyotl... Algo dentro de sí le decía que todo esto sería distinto que en la Segunda Tribulación.
Y él decidió aferrarse esa idea.
—Porque ahora poseo un poder que antes no poseía en mis constantes batallas de supervivencia sino hasta pelear mano a mano contra Aamón y Tlacoteotl —Uitstli levantó un brazo y alzó un dedo—. Y ese es le poder de la esperanza. El poder de estar cien por ciento seguros que, esta vez, y solo esta vez, podemos hacer las cosas bien. Evitar cometer los mismos errores del pasado.
—¿Y no crees que confiar en la Reina Valquiria es un error? —Yaocihuatl se cruzó de brazos y enarcó las cejas.
—Oh, yo sé que eso sigue siendo un error. Pero no hablo de Brunhilde en quien confiar. Hablo de confiar en William, en Tesla, en Cornelio... —Uitstli los enumeró uno a uno alzando los dedos de su mano levantada. Bajó el brazo, y miró a los ojos a la guerrera azteca—. Hemos estado separado... por tanto tiempo, que el mundo ahora pide a gritos que estemos unidos nuevamente. El mundo azteca pide que el grupo vuelva, y los salve de su tercera destrucción. Lo hicimos antes, ¡y podemos hacerlo mejor ahora!
Yaocihuatl fue ahora la que permaneció en silencio. La mujer guerrera se quedó pensativa, con los brazos cruzados. Miró por encima de su hombro las manchas de sangre en el suelo, las que llevaba investigando antes que llegara Uitslti. Este último no pudo evitar ver en su rostro atisbos de una inmensa melancolía, una murria tan dañina que le hizo denotar lo mucho que estaba dañado su espíritu.
—¿Recuerdas el voto unánime que hicimos, Uitstli? —dijo, endureciendo de nuevo el rostro— ¿Recuerdas lo que te dije antes de separarme de ti, y desaparecer de tu vida? —su voz se quebraba a medida que profundizaba en aquel recuerdo y lo convertía en palabras— Te... te dije: "No quiero seguir viviendo al lado de un hombre que solo trae violencia y miseria a mi vida".
—Sí... —Uitstli asintió con la cabeza. La tristeza se bosquejó en su semblante— Lo recuerdo perfectamente.
—Herí tus sentimientos. Rompí tu corazón... y el de Zaniyah —Yaocihuatl estiró los brazos hacia ambos lados. Sus labios y parpados retemblaron al tiempo que hacía una mueca abatida— Me aleje de ti por cien años, e incluso ahora mismo te estoy mostrando repudio. ¿Y aún así me quieres a tu lado?
—Totalmente.
la respuesta de Uitslti afectó a Yaocihuatl, haciendo que esta tragar saliva y volviera su cuerpo hacia otro lado. El guerrero azteca pudo sentir esa muralla se sentimientos encontrados que le impedía a Yaocihuatl hallar cobijo y orden en su mente. Uitstli volvió a levantar el brazo, ahora tembloroso, y se llevó la mano al pecho.
—Nosotros... siempre hemos tenido el chance, de volver a nuestras usanzas —monologó—. En Tenochtitlan, luego de estar más de tres años separados y perdidos. En Xocoyotzin, luego del asedio y el saqueó de las legiones demoniacas de Aamón. Eso es... —se dio unos cuantos golpes en el pecho con la mano— Eso es lo que nos hace un grupo unido. La opción de volver a ser quienes somos, y a pelear por la gente, por la cultura que nos hacer ser nosotros.
—No soy la misma mujer aguerrida de hace cien años, Uitstli —profirió Yaocihuatl, los ojos lagrimosos, aguantando soltar las lágrimas—. No hablo solamente de mí como tu compañera o esposa. Mi perspectiva del mundo ha cambiado, conocí gente que me hizo ver la realidad de una forma más... cruda. No creo tener chance de "volver a mis usanzas", como tú dices.
—Yaocihuatl.... —se le hizo bastante duro a Uitstli escuchar eso, pero supo mantener su compostura al respecto. Caviló unos segundos antes de hablar—. No sé por qué clase de cosas habrás pasado estos cien años. No sé qué tan duras fueron, no sé ni qué perspectiva del mundo tienes ahora... Pero te lo digo, con el corazón en la mano. Tú aún tienes chance. Aún no es tarde para volver con tu grupo, con tu familia... —Uitstli levantó una mano— Con tu esposo.
Unas cuantas lágrimas cayeron por las mejillas de Yaocihuatl. La mujer guerrera se los limpió con el dorso de la mano, y clavó su mirada de ceño fruncido sobre Uitstli.
—Yo te estoy dando este chance de hacer algo grande en tu vida —dijo—. Por favor, tómala. No la desaproveches.
El fúnebre silencio imperó en todo el templo. Yaocihuatl estuvo pensativa en todo este tiempo, en donde agitó sus brazos, miró hacia otros lados, buscando con desespero una respuesta que sosegara su conflictivo espíritu. L espera se le hizo eterna a Uitstli, hasta el punto de que su piel se perlara de sudor por los nervios de lo que sería la respuesta de la mujer de su vida...
Yaocihuatl fijó sus ojos verde oscuro sobre Uitstli. Bajó la escalinata con pasos parsimoniosos, y cuando estuvo frente a frente con él, levantó su mano... y rozó la palma de Uitstli con la suya propia, en gesto de aceptación. Uitstli sonrió de gran alivio al tiempo que Yaocihuatl se subía la capucha de su atuendo y seguía caminando hacia delante.
—Muy bien —dijo, al tiempo que esgrimía en su espalda una larga lanza de hoja doble que refulgió con color verde neón—, aceptaré tu chance.
Uitstli suspiró y se encogió de hombros, la sonrisa aún marcada de oreja a oreja.
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷
Frontera entre Mecapatli y Quintana
Laderas montañosas de la cordillera
La presencia de los Coyotl se había hecho brutalmente fuerte en la frontera con Mecapatli una vez se supo de la muerte de Cuetlachtli. Como reacción a su asesinato a manos de los Tlacuaches, y aprovechando que estos estaban desencadenando un desorden por culpa del vacío de poder que dejó la desaparición de Xolopitli, Yaotecatl y Zinac, los Coyotl atacaron con ira vehemente a sus endebles enemigos.
El paso fronterizo se volvió un infierno belicoso, en donde tanto milicia como civiles se vieron envueltos en el fuego cruzado. El edificio de la aduana fue bombardeado por la artillería pesada de los Coyotl, con tanta intensidad que la infraestructura se volvió ceniza, quedando pocos restos y cimientos. Las anchas autopistas estaban atiborradas de coches de civiles; sus conductores escaparon junto con sus familiares, todos corriendo con gran pavor por las avenidas al tiempo que se ocultaban detrás de los automóviles para buscar cobertura. La guardia civil se contaba por menores; solo había unos pocos ocultos detrás de las garitas y de las zanjas del paso peatonal, el resto eran ahora cadáveres descuartizados que regaban sangre y carne carbonizada por las calles. Incluso los Tlacuaches contaban con varios muertos a su haber, quedando únicamente pequeños pelotones de aztecas y nahuales mapaches que se desguarecían detrás de los balaustres o se escondían en los arbustos.
Todo el perímetro se convirtió en una suerte de teatro de guerra. Incluso los civiles, ocultos como podían detrás de los coches, veían con gran horror y estupefacción carros de combate con gigantescas torretas disparando ráfagas incesantes de plomo que pulverizaban coches y camiones como si nada, tanques de guerra que aplastaban con sus ruedas los vehículos, helicópteros de transporte de donde tríos de Coyotl disparaban rifles de asalto desde el aire, lanzacohetes que pelotones de Coyotl disparaban al unísono y destruían pro su paso torres de comunicación, más edificios administrativos e incluso su rango los hacía alcanzar pueblos pequeños aledaños al paso fronterizo.
La milicia civil a duras penas podían asomar la cabeza sin ser al instante acribillados por las torretas de los carros de combate. Fueron forzados a ver, con gran impotencia, como los paramilitares que iban a pie por la autopista raptaban a los civiles, y quienes se oponían los fusilaban allí donde se encontraban. El horror de aquellos asesinatos dejaron indignados incluso a los Tlacuaches, tienes tuvieron que ver como incluso los Coyotl fusilaban, sin miramiento alguno, a las mujeres y los niños, para después dejar sus cadáveres regados en el suelo para que formen charcos de sangre.
Esto ya sobrepasaba todos los códigos que los Carteles habían impuesto sobre no hacer crímenes de guerra. Un de los Tlacuaches, con su cabeza siendo regada por el polvo y las piedras tras las ráfagas de balas pasarle por encima, dijo que ya no se estaban enfrentado al Cartel de los Coyotl, sino a las fuerzas militares del encolerizado y lunático Tonacoyotl.
En el bando de la milicia civil, el general de todos los pelotones supervivientes golpeaba la caja de telecomunicaciones con el teléfono mientras que el edificio donde él y sus hombres se escondían del incesante fuego enemigo. Las balas no paraban de chocar contra las paredes y atravesar los vidrios, obligando a los militantes a agacharse para no ser impactados por las balas.
—¿Hola? ¡¿Me escuchan?! —gritó el anciano general azteca, el teléfono en su oreja sin dar señales de vida.
—¡Mi general! —exclamó un teniente que se acercó corriendo a él.
—¡Ahora no, teniente! —gruñó el general azteca. Agitó el teléfono, y al no oír ni siquiera estática, volvió a golpear las cajas de comunicación— ¡Carajo, carajo, CARAJO! ¡Porque no conectan...!
De repente se oyó un estridente silbido venir hacia el edificio. Todos los militantes se dieron la vuelta, y el teniente ensanchó los ojos al vislumbrar un destello venir hasta acá.
—¡MI GENERAL, AL SUELO!
El teniente se echó encima al general y lo empujó bruscamente al suelo. El cañonazo impactó con gran salvajismo el edificio, generando una poderosa explosión que derribó el muro del ala frontal, convirtiéndolo en una montaña de escombros. Murallas de polvo se extendió por toda la galería, cubriendo a los soldados aztecas con neblina carbonizada que les hizo toser por montón. Con gran dificultad todo se pusieron de pie, agarraron sus armas de fuego y tiraron las mesas con las cuales poder tener cobertura del torrente de balas y de plomo que justo empezó a caer dentro del edificio.
—¡Mi general, esta aduana no es la única que está siendo atacada! —vociferó el teniente, las balas destruyendo la mesa. El hombre que tenía a su lado se asomó para disparar, pero recibió un disparo en la cabeza y cayó muerto al piso.
—¡¿QUÉ?! —chilló el general, la mano sosteniendo el casco de caoba que portaba.
—¡Acabó de recibir un telegrama! —prosiguió el teniente, sacando del bolsillo de su gambesón tachonado un largo papel enrollado— Las frontera con Cuahuahuitzin, Tláloc, Zacatecas y Arista están también siendo atacadas con la misa intensidad que acá.
—¡¿Los Coyotl están atacando todas esas fronteras al unísono?! —profirió el general, los ojos ensanchados de la incredulidad.
—¡Y también están haciendo atentados en las ciudades! ¡LOS COYOTL ESTÁN LIBERANDO TODO SU PODER CONTRA LAS SEIS REGIONES!
El general azteca se quitó el casco de caoba, el pavor y la desesperanza grabados en su semblante. Jamás pensó que el Cartel tendría el poder de someter a Quintana entera, pero, ¿de allí a ejecutar operaciones que solo un ejército grande podrían hacer? ¿Cómo es que tenían tanto poder como para llevar a cabo ataques de esa escala? Su corazón se corroyó del miedo, y de pronto los silbidos de las balas que no paraban de lloverles encima sin césar se volvieron ecos en sus oídos.
<<Oh, todopoderoso Ometeotl... ¿Qué nos va a deparar?>> Pensó.
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|◁ II ▷
En el exterior, los Coyotl se regodeaban de superar vastamente tanto a las autoridades como a los Tlacuaches, todos escondidos como ratas dentro de sus madrigueras. Se sentían los reyes de la guerra, hasta el punto de malgastar balas disparando rondas y rondas de cartuchos al cielo, todo con tal de crear ruido e intimidar más a sus ya debilitados enemigos.
Un grupito de Coyotl vio a través de los periscopios del tanque un vehículo en el que iban cuatro nahuales mapaches de los Coyotl. El carro condujo a toda velocidad fuera de la zanja, dando y saltó y cayendo con estrepito en la carretera, al otro lado del paso peatonal desmoronado. Los Coyotl dentro del tanque se pusieron manos a la obra; dos de ellos se pasaron entre sí la enorme bala, la introdujeron dentro de la ranura, el tercero de ellos apunto y anunció la trayectoria del disparo con respecto al objetivo. Y el cuarto de los Coyotl apretó el gatillo.
El tanque resopló con un estallido colosal. La bala describió una amplia pendiente en el aire, recorriendo más de cinco kilómetros de distancia en segundos. El proyectil descendió, estando a punto de caer en el mismo punto donde el vehículo en el que iban los tlacuaches pasarían. Del otro lado del paso peatonal, los Coyotl vieron una explosión en la distancia, seguido del estruendo sonoro de la explosión. Los Coyotl dentro del tanque celebraron, y hubo jolgorio inmoral entre ellos...
Cuando uno de ellos anunció que veía algo a través del periscopio en el lugar de impacto. Eso los tomó por sorpresa, y todos se acopiaron junto a él. El que disparó salió del tanque, solo para descubrir al resto de los Coyotl totalmente callados, viendo con sus prismáticos algo en la distancia. El gélido silencio lo dejó incómodo; él también sacó sus binoculares, e hizo zoom en la zona de la explosión.
Su corazón se le encogió del miedo al visionar una silueta humanoide caminar a través del fuego dejado por la explosión. Detrás de las llamas se notaba la silueta del coche, intacto y junto con los cuatro Tlacuaches vivos. El invasor que irrumpió en la zona de combate caminaba sin prisas, pasando por el fuego como si nada. No fue sino hasta que desplegó sus alas de murciélago y despidió un aura negra a su alrededor que todos los Coyotl repararon en quién era.
De un abrir y cerrar de ojos, Zinac se desvaneció de la vista de todos los Coyotl. Los nahuales zorros alzaron sus rifles y apuntaron hacia todos lados, buscando desesperadamente con la mirilla al Murciélago del Cartel. De repente se oyó una explosión en el cielo, y todos los Coyotl apuntaron sus armas hacia arriba, solo para descubrir el horror máximo: una rapaz y veloz sombra negra se desplazaba en fugaces zigzagueos por el aire, destruyendo las colas y las hélices de los helicópteros de carga. Se oyeron múltiples señales de auxilio estridentes venir de las aeronaves. El cielo se tintó de negro por el humo, y los helicópteros descendieron hasta inevitablemente impactar contra las zanjas, generando inmensas explosiones de fuego que se elevaron como hongos por más de quince metros.
La mortal sombra que era Zinac se desplazó hacia la autopista, cayendo encima de un Coyotl y aplastándolo de un puñetazo, convirtiéndolo en carne aplastada y en un enorme manchón de sangre. Los demás paramilitares dispararon contra Zinac; el murciélago se quedó estático, cubriéndose de las balas empleando sus alas de Camazotz. De un fuerte e inesperado batir de alas abatió a seis Coyotl, para después atacar de un manotazo a un séptimo que le demolió el cráneo. Tras eso se impulso hacia dos Coyotl, los agarró por el cuello, y los arrojó como bolos contra un pelotón que se agrupó en un desfiladero de vehículos abandonados. Las ráfagas de plomo no paraban de llover mientras que las más de doce Coyotl se desmoronaban unos encima de otros, desmayados por los brutales golpes.
Zinac clavó sus ojos bajo su casco mecánico en la fila de paramilitares Coyotl que disparaban desesperadamente todos sus cartuchos y no eran capaces de hacerle daño por culpa de sus enormes alas negras. El Murciélago del Cartel pulverizó la rabia que se quemaba dentro de su corazón, y eso lo hizo impulsarse fugaz y brutalmente en agiles zigzagueos por toda la carretera, noqueando y matando de poderosos zarpazos y puñetazos. A ojos de los Coyotl de alrededor, Zinac se movió con tal velocidad que pareció desaparecer y aparecer con cada parpadeo. Y antes de que pudieran reparar en ello, Zinac apareció frente a ellos y les decapitó la cabeza de un amplio arañazo doble de sus alas.
Los tanques de guerra de este grupo de asalto se contaban pro dos, y ambos dispararon incesantemente sus cañones mientras que los carros de combate lo acribillaban con las torretas. Zinac estiró las alas hacia atrás, acumulando su aura negra en ellas y convirtiéndolas en murciélagos. Las extendió hacia delante, y un denso enjambre de quirópteros se abalanzó hacia los carros de combate. Los paramilitares dentro de los vehículos gritaron de espanto y dolor, agitando sus brazos en un fútil intento por quitarse de encima a los murciélagos, que se los estaban comiendo vivos. En cuestión de segundos los murciélagos salieron de los carros, dejando tras de sí esqueletos antropomórficos y uniformes militares jironeados.
Los tanques volvieron a disparar. Zinac se desplazó fugazmente por l autopista, convirtiéndose en un destello negro que se movió alrededor de los tanques de guerra. Explosiones se produjeron aquí y allá, obligando tanto a la milicia como a los Tlacuaches a cubrirse bajo sus coberturas. Los Coyotl dentro de los vehículos se pusieron nerviosos al perderle el rastro. De repente, en uno de los tanques, los tripulantes oyeron el sonido de unas pisadas caer encima del armazón. El capitán intentó ver por el periscopio, pero fue cortado a la mitad antes de que pudiera usarlo. Se oyó el sonido de un sable cortando el metal, y después el ruido de algo grande estampándose en el suelo. Los Coyotl dentro del vehículo sintieron como su arriba se volvía su abajo, y eran volteados brutalmente en el aire. Cayeron sobre el techo, y dieron muchísimas voltereta sobre la cabina, golpeándose sin cesar la cabeza contra los objetos, sin saber qué estaba pasando.
Para sorpresa tanto de la milicia como de los Tlacuaches, Zinac agarró el tanque por su cañón partido en dos y, con una brutal fuerza, levantó más de sesenta toneladas de metal en el aire, como un obrero que carga una bolsa en su hombro. Batió sus alas y voló por el aire, abalanzándose a toda velocidad hacia el tanque de guerra restante. Los Coyotl de dentro intentaron salir a toda prisa, pero ya era tarde. Zinac estampó con todas sus fuerzas ambos tanques, provocando que la colisión aplastara el armazón de ambos vehículos y, por ende, moliera por dentro a sus tripulantes.
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|◁ II ▷
El Murciélago del Cartel dio un salto que lo elevó varios metros en el aire hasta aterrizar lejos de los dos tanques aplastados. Ambos vehículos explotaron, y el fuego comenzó a consumir y a carbonizar su amoldado armazón. Los Tlacuches salieron de las zanjas y de los arbustos, nerviosos al principio, temerosos porque algún Coyotl hubiese sobrevivido. Pero solo hubo silencio, uno lúgubre por culpa de los cadáveres de los civiles. Zinac les dedicó una mirada indiferente y un gesto de que salieran con total confianza. Fue allí cuando todos los Tlacuaches sobrevivientes emergieron de sus escondites, dando victoriosos gritos y vitoreos hacia Zinac.
El jolgorio no duró mucho. Una vez todos los soldados se agolparon alrededor de él, Zinac regurgitó sangre que le manchó los labios. Se llevó una mano al vientre, y cayó sobre una rodilla. Los Tlacuaches inmediatamente fueron socorrerlo, y dos de ellos ayudaron a Zinac a ponerse de pie agarrándolo por los brazos.
—¡Jefe, jefe! —exclamó uno de los tlacuaches— ¿Qué sucede? —tanto él como los demás repararon en el horrendo moretón morado que marcaba sus abdominales— ¿Qué le pasó?
—Tranquilandia... ha caído... —farfulló Zinac, escupiendo sangre y limpiándose los labios con el antebrazo. Su comentario dejó anonadados a los Tlacuaches— Necesito volver con Xolopitli...
—Pero jefe, Xolopitli está desaparecido —dijo otro Tlacuache.
—Agh... ¡¿Q-qué?! —maldijo Zinac, volviendo a caerse sobre sus rodillas. Otros dos Tlacuaches ayudaron a sus dos compañeros a ponerlo de pie y a dirigirlo hacia uno de sus coches.
—¿Qué no lo supo? Un nahual lobo encapuchado, presunto sicario de los Coyotl, atentó contra la vida de Xolopitli y de Yaotecatl. Las noticias dijeron que una sombra se los llevó, y desde ese entonces no se sabe dónde están.
La mente abatida y adolorida de Zinac trató por todos los medios posibles de procesar lo que le acababan de decir. ¿Un nahual lobo encapuchado? ¿Alguien se llevó los cuerpos? ¿No será acaso...? Pero su mente no pudo terminar de concebir el pensamiento, pues sintió un terrible taladrado de dolor agudo viniendo de su estómago. Gruñó como un perro rabioso, y de su boca volvió a surgir sangre por montón. Los Tlacuaches entraron en pánico, y se apuraron en meterlo dentro del primer de los coches que estaban disponibles y cerca de ellos.
—¿A dónde vamos, jefe? —preguntó el conductor del vehículo, viendo por los retrovisores como el resto de los Tlacuaches se subían a los coches.
—A un hospital.... clandestino de Mecapatli... —farfulló Zinac, soportando como podía el dolor.
—Pero señor, ¡Mecapatli está siendo militarizada por los Pretorianos!
—¡ARRANQUE EL PUTO COCHE, HOMBRE! —el agudo grito de Zinac despidió ondas de sonido fuertes que quebraron el vidrio del parabrisas, dándole un susto de muerte al conductor.
El vehículo arrancó sus motores y derrapó por el suelo, dejando marcas en el pavimento para después salir disparado a toda rapidez por la autopista, siendo seguido por otros seis automóviles y cuatro vanes. La milicia emergió de los escombros y del edificio donde se desguarecían; siendo testigos de todo lo ocurrido, se quedaron observando la manada de vehículos de los narcotraficantes hasta perderlos de vista.
El general de los militantes, con teléfono en mano, era de los que más estupefactos se habían quedado. El teléfono empezó a vibrar, y el general, sin despegar sus ojos de la autopista, lo contestó y se lo llevó al oído.
—Aquí el general Peralta de la aduana de Quintana al habla —dijo entre jadeos de fatiga—. Contáctenme con los Pretorianos. Tengo información crucial que les puede servir...
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|◁ II ▷
Las Regiones Autónomas
A treinta días del Torneo del Ragnarök
Uitstli arraiga a la Casa de los Enfermos acompañado de Yaocihuatl. Los peatones, pacientes y médicos que caminaban por la acera vieron con miradas inconcebibles la llegada de una de las heroínas de la Segunda Tribulación. Hubo murmullos alrededor, pero nada que Yaocihuatl pudiera sentir con malicia. De la entrada del hospital salió una muy alegre Zaniyah, quien corrió a toda velocidad hacia Yaocihuatl, le saltó encima y la mujer guerrera, con una sonrisa de oreja a oreja, la atrapó en el aire. Uitstli se dirigió al umbral del hospital hasta llegar al lado de Tepatiliztli y Tecualli, y los tres se quedaron viendo, como los demás espectadores, la bonita reunión entre madre e hija.
En eso, Tecualli le comentó sobre el entrenamiento arduo que le dio a Zaniyah. Uitstli se lo tomó con sorpresa al principio, pero después se lo agradeció dándole una fuerte palmada en la espalda que por poco le hizo caer. Uitstli se acercó a su hermana, le puso un brazo encima de los hombros y le sonrió. Tepatiliztli sonrió de vuelta, pero no con la misma autenticidad.
En el norte de Mecapatli, totalmente militarizado con tropas Pretorianas yendo de aquí para allá, Randgriz arraigaba al edificio gubernamental que servía como embajada de la Corona en la ciudad. Allí fue bien recibida por los guardas, quienes la escoltaron por la enorme y pulcra escalinata hasta el interior del edificio. Una vez dentro del zaguán, la Valquiria Real se llevó la sorpresa de ver a William Germain, Nikola Tesla, Publio Cornelio e incluso el autómata Eurineftos esperándola en una hilera en el centro del zaguán. La presencia de tantas eminencias la abrumó, en especial la del autómata, quien tuvo que reducir su tamaño con tal de poder caber dentro de la galería.
William le dijo a Randgriz que proveyera a Eurineftos con los cuerpos de Xolopitli y Yaotecatl. La valquiria le tendió los cuerpos de ambos mapaches al autómata, y este los cogió en las palmas de sus manos como dos diminutos muñecos. De un impulso supersónico de sus propulsores desapareció de la sala, regando vientos huracanados por todo el zaguán. Randgriz se quedó observando con plomo e inseguridad William, Tesla y Cornelio, pensando por un instante que recibiría reprimendas de estos por la tardanza. Sin embargo no pasó; en cambio, el Presidente Sindical la invitó tomar una tasa de café y relajarse en la sala de invitados. Randgriz suspiró de alivio, lo que le sacó unas risas a Tesla y Cornelio. William la guió escaleras arriba, y la valquiria lo siguió, siempre sonriente de saber que por fin hizo las cosas bien.
La caravana de vehículos conducidos por los Tlacuaches viajaba a toda velocidad por las autopista, sorteando sigilosamente los convoys de vehículos policiales que pasaron por la otra vía. Dentro de uno de esos automóviles, Zinac descansaba en los asientos traseros, al borde de la inconsciencia. Su atribulada mente no podía concebir todo lo que había pasado en los pocos días que estuvo escondido en las montañas, oculto de la mirada del temible Eurineftos. Pero otra cosa no podía sacarse de la mente: ¿en verdad Xolopitli sufrió un atentado? ¿Y de parte de quien creía que era? Eso y sin contar los ataques coordinados de los Coyotl por todas las Regiones...
Por primera vez, Zinac tuvo un irracional miedo que le hizo pensar que este era el fin de los Tlacuaches. El vehículo en el que iba, junto el resto, pasó a toda velocidad por una carretera que ascendió hasta proveerles una maravillosa vista panorámica de la ciudad de Mecapatli.
En el centro electrónico de la parte central de Mecapatli, Axcoyotl observaba con gran admiración e imaginación la piedra con inscripciones que era el Sefarvaim, flotando dentro del espacio gravitacional que ofrecía los brazos robóticos. Sus ojos negros destellaban con el fulgor de la piedra siendo imbuido por las luces neones. Miró de reojo los mechas que reposaban sobre los gruesos ganchos, como títeres sin vida. Frunció el ceño. Se supo de la noticia de que Nikola Tesla estaría aquí, en Mecapatli. Quizás era momento de hacer su primer movimiento para llamar su atención...
En el campamento de los Coyotl a las afueras de Quintan, Tonacoyotl, dentro de su tienda, se terminó por fumar la última Flor de Íncubo que tenía guardado en su despacho. Exhaló caladas con formas de círculo que pulularon en el aire antes de desvanecerse. El Jefe de los Coyotl se quedó viendo fijamente el techo de la carpa, la mirada pensativa y melancólica pensando en la brutal muerte que debió de haber tenido Cuetlachtli. El solo pensar en eso permitió que pensamientos nocivos irrumpieran en su cabeza. De pronto, Tonacoyotl empezó a mover la cabeza con movimientos erráticos, a gruñir profusamente, a echar espuma roja por la boca... Y estalló en cólera.
El nahual zorro tiró de una patada la mesa, volcándola junto con todos los objetos que había en ella. El estruendo fue escandaloso, pero no se detuvo allí; afiló las garras, se paró de la silla, y partió el mueble en pedazos de sendos zarpazos. Tonacoyotl entró en un torbellino de furia imbatible, y comenzó a destruir todo el mobiliario de su despacho, tirando todos los objetos l suelo y generando un fragor que se pudo oír fuera de su tienda. Tonacoyotl despidió un feroz rugido y, sin darse cuenta, sus garras se tintaron de color rojo, sus ojos y parpados se volvieron escarlata, y un aura carmesí apareció rodeando todo su cuerpo.
De regreso a la Casa de los Enfermos, todo el grupo azteca celebró el regreso de Yaocihuatl con un banquete. Una vez que los cocineros terminaron de plantar las diez bandejas de comida en la mesa, Tecualli se encargó de multiplicarlos con su Tlamati Nahulli, haciendo que ahora hubiera más de cincuenta de estos platos que se repartieron por todo el hospital, proveyendo a todos los enfermos y personal médico de un buena comida. Tecualli disfrutó de saborear sus chapulines; Zaniyah comió empanadas hasta casi atragantarse, haciendo que se pusiera a beber pulque para bajar la comida; Tepatiliztli y Uitstli comieron los arroces de maíz y frijoles y los panes sin levaduras, mientras observaban de reojo como Yaocihuatl disfrutaba, con un genuina sonrisa en sus labios, las tortillas de patatas y brócoli y bebía como una adicta el tercer vaso de pulque.
La familia estaba casi completa. Y aunque faltaba un miembro del equipo, eso no los detuvo de disfrutar, en familia, la reunión de buena parte de sus miembros. Zaniyah dio un gritito que llamó la atención de todos los aztecas, y la muchacha azteca levantó su vaso de pulque y celebró un brindis por Yaocihuatl y por la supervivencia azteca. todos los mexicas respondieron con silbidos, gritos exaltados y virotes. La felicidad y la cofradía se vanagloriaba en todo el hospital.
Sin que ninguno de ellos reparara en el nahual lobo que estaba de pies juntillas encima del fastigio de la cúpula de un templo, observando cada movimiento de los mexicas dentro del hospital, buscando con la mirada analítica a sus objetivos. Sus ojos rojos se clavaron en la sala de invitados del hospital, donde pudo ver a través de las celosías a la familia azteca disfrutando del banquete. Clavó su mirada mortal sobre Uitstli y Zaniyah, lo que le hizo esbozar una sonrisa primer...
Para después empezar a emitir el silbido de la muerte.
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𝓔 𝓝 𝓓 𝓘 𝓝 𝓖
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