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Motlalihtoc Miquilistli (Ajachi 2)

MUERTE DESTINADA (PARTE 2)

┏━°⌜ 赤い糸 ⌟°━┓

🄾🄿🄴🄽🄸🄽🄶

https://youtu.be/oc65Wo5w6sU

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https://youtu.be/4F7sdy2rZws

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷

Civitas Manga

Cerca de las instalaciones de la Multinacional Tesla

El regreso a la Civitas Magna no le sentaba bien a William Germain, sabiendo que ahora todo el embrollo y las crisis políticas estaban gestándose en Asgard. ¿Cómo es que Brunhilde no lo ha llamado para que viniera con ella a la Capital Real, sabiendo que él era el encargado de representar a los Einhenjers y Legendariums allá? ¿No sabía del la influencia dañina que aparentaría si el Presidente Sindical no se presentaba allá?

<<Y las más de las veces la Reina Valquiria se salva de las consecuencias>> Pensó William mientras veía, a través de la ventana de la limusina por la que viajaba, el borrón de los barrios y otras secciones urbanas de la metrópolis pasar a toda velocidad ante sus ojos. El vehículo estaba conduciendo a través de la única autopista principal de la ciudad que conectaba con las instalaciones de la Multinacional Tesla, la empresa más grande e importante de esta ciudad.

No había salido del Sacroroble con buenos aires. Pensaba que, con esa visita a espaldas de Brunhilde, todo lo relacionado al misterio de los asesinatos de demonios en los barracones quedaría solventado. En cambio, lo que produjo su reencuentro con el Arcángel Miguel fue una resurrección de los viejos conflictos interpersonales entre ambos, y que ahora sí o sí tenga la responsabilidad de reunirse y hablar con el misterioso guerrero de Miguel. Eso ponía de malhumor a William: ¿cómo es posible que Miguel no se ocupara de su propio nicho, argumentando como excusa de que se lo debía por haberlos "abandonado" justo cuando estaba ocurriendo la masacre de Lucífugo?

<<Ahora tiene que estar es más indignado aún con la noticia de Lucífugo entrando en la Cámara de Representantes...>> EL solo pensar eso puso aún más lánguido e inseguro de sus propios pensamientos. Quizás Miguel sí esté en todas su derecho de reprocharle todas esas cosas, pues a la final él era el único de su especie vivo, y los dioses se habían olvido por completo de su existencia. ¿Cómo puede vivir alguien que lo dio todo de sí en la guerra, y que como agradecimiento no reconozcan sus hazañas y sacrificios? Eso hizo que William se medio retractara de lo que le dijo en el Sacroroble.

El Presidente Sindical sacudió la cabeza y se quitó de encima esos pensamientos. Tenía que pensar con rectitud ahora que tenía en sus manos la misión importante que le asignó Brunhilde: la de hablarle a Nikola Tesla acerca del Jefe del Cartel de los Tlacuaches. El solo pensar en la premisa de ello le dio jaqueca. Se masajeó la cabeza con su mano prostética, resopló en un intento de aliviarse, y puso la mente en blanco para no entremezclar sus pensamientos.

—¿Cuánto más falta? —preguntó al parlante que conectaba con el micrófono de la cabina de piloto.

—Hemos llegado, de hecho —contestó el parlante—. Baje la ventana y lo vera.

William oprimió un botón de la puerta que tenía al lado, y la ventana de vidrio negro polarizante bajó, revelándole al Presidente las impresionantes vistas de la Multinacional Tesla.

De dimensiones colosales a nivel de perímetros, los sectores de la Multinacional eran tan vastos que eran como barriadas de instalaciones y hangares que conformaban una ciudadela que los separaba del resto de la Civitas Magna. Los edificios futuristas y las carreteras con más forma de monorrieles que de avenidas estaban todos iluminados por bellísimas luces fosforescentes, neones de color naranja, púrpura y azul, siendo más predominante este último y con la capacidad de cambiar el color de las nubes a su alrededor, conformando así una fina cúpula de luz azul que rodeaba toda la Multinacional. Además de la infraestructura de bajo nivel que conformaba el complejo laberinto arquitectónico, también se lazaban múltiples torres de comunicaciones, torreones de defensa y edificios altos de ventanales negros, algunos siendo rascacielos de hasta sesenta u ochenta metros de alto, todos irradiando con los hipnotizantes resplandores neones.

William quedó absolutamente anonadado por las vistas panorámicas que ofrecía el alto de la autopista. Con la simple mirada pudo divisar las siluetas de vehículos conduciendo por las carreteras, helicópteros de carga viajando en zigzag por los rascacielos y perdiéndose a través de los densos nubarrones tintados de azul o púrpura. El Presidente Sindical fijó sus ojos en el rascacielo más alto de todos: ubicado en el centro de toda la ciudadela de alta tecnología, medía más de cien metros de altura, y sus cimientos, su primer piso, estaba fusionado herméticamente con las carreteras y los edificios, haciendo parecer que el edificio nacía a partir de los más pequeños. Su forma recta y escalonada convergían con gran armonía por toda su superficie, dividiéndose en dos a los ochenta metros de alto, y en un enorme bastión de donde se erigía una altísima torre de refrigeración, delgada y de un color azul rey fulgoroso

William se pasó la mano prostética por su mentón. Su corazón fue movido, inspirado por el arte de ciencia ficción que Nikola Tesla ha traído ha la vida con su empresa. 

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https://youtu.be/jzmrgXguhPI

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷

La limusina se vio inmersiva en distintas salas de contención y de limpieza que sometieron al vehículo a capas de desinfección que hicieron llover lluvias de gases asépticos. AL mismo tiempo que el vehículo era lavado de los exponentes levemente radioactivos del exterior, la plataforma donde estaba subida ascendía emitiendo ruidos de engranajes superponiéndose, y a medida que iban subiendo, mayor se hacía el ruido de las máquinas de ingeniería pesada en los pisos superiores del edificio.

La plataforma dejó de ascender y se sacudió, zarandeando la limusina. Se oyó un fuerte pitido, y el ascensor se iluminó de color azul intenso. Las compuertas se abrieron, y el vehículo comenzó a andar, adentrándose en el tecnológico mundo de Nikola Tesla.

La limusina comenzó a conducir por una avenida única, de la cual nacían múltiples puentes en sus laterales que interconectaban con cientos de plataformas circulares donde habían otros coches aparcados, con barreras de fuerza azul que evitaban que se cayeran. La avenida se volvió empinada a mitad de camino, y la limusina la ascendió sin problemas. Tras terminar de subir, justo hallaron una plataforma desocupada al lado. El chófer giró hacia la izquierda el volante, y el vehículo se introdujo dentro de la cápsula de fuerza. William se bajó del coche junto a su chófer.

—La reunión con Tesla será larga —indicó Germain, y le hizo un ademán con la cabeza al chófer—. Puedes ir a las tiendas y restaurantes del Nivel Zero del edificio. Allí te entretendrás.

El chófer sonrió con afabilidad, fue el ascensor acoplado a la cápsula de la plataforma y lo usó para descender al nivel inferior. William se alzó el cuello de su gabardina roja y se dispuso a encaminarse, cuesta arriba de la avenida, hacia el Nivel Eins del Edificio Tesla.

Ascendió al piso número uno por medio de un ascensor con cristalinas por paredes que le dieron vistas impresionantes de todas las instalaciones; sus ojos se perdieron constantemente en los laberintos de fábricas y carreteras atiborradas de coches manejados por inteligencias artificiales antes de que una pared de concreto le tapara la vista. William se dio la vuelta, y las puertas se abrieron de par en par, revelándole el inmenso espacio en el cual se internó con una pisada.

Una galería con el tamaño y el ancho de un estadio, con toda la tecnología más avanzada de la humanidad en los últimos cuarenta años acoplados, estudiados, mecanizados e idealizados por los científicos Einhenjers más brillantes e importantes del Sindicato. Todo el Nivel Eins estaba plagado de maquinarias, algunas manejadas por inteligencias artificiales con las cuales cargaban cañones y partes robóticas de dimensiones colosales. William Germain, siendo guiado por un guía personal de Tesla, anadeó por los largos senderos atestados de científicos; las batas blancas plagaban todo el lugar, el olor a gases químicos pululaba por doquier, el sonido de los fogones y los hornos de fundición se podían oír a cientos de metros, y la sensación de pequeñez al ver a los mechas de hasta quince metros de altura, todos siguiendo un estilo de diseño estilizado inspirado en el Metallion Eurineftos, hicieron del corazón de William una henchidura de inspiración como no tuvo nunca antes en estos últimos días.

El guía de Tesla llevó a William por un intrincado camino que lo hizo visitar hasta el último recoveco de la gigantesca galería antes de alcanzar el lugar destinado. William Germain, en todo momento, no paraba de alzar la cabeza para observar a detalle los distintos armamentos de guerra que aplicaban las últimas tecnologías traídas por los Superhombres del Siglo 20-21 antes de la destrucción del Fimbulvert de Thrudgelmir. Con sus miradas fisgonas pudo atrapar a la vista a los científicos más importantes de la historia trabajando arduamente en estos proyectos de ingeniería: vio a Marie Curie, con un atuendo mezcla entre lo medieval y el retrofuturista, usando taladros magnéticos para terminar de ensamblar el peto de un mecha; a Isaac Newton, vistiendo a la moda inglesa del siglo 17, poniendo a prueba las armas de gravedad tanto a escala humana como a escala; a Marx Planck con un elegante esmoquin con dibujos de átomos en su superficie, celebrando porque su prueba de teletransportación de una chatarra entre dos cápsulas ha surtido efecto...

Entre más veía, más perdía la vista en todos los detalles. Toda la ciencia del hombre, reunida en un solo edificio. Algo así solo pudo haber sido hecho por el científico más esplendoroso de la historia humana.

El guía de William lo llevó hasta otro ascensor. Esta vez, el ascensor no se detuvo en el piso contiguo, sino que siguió ascendiendo los más de diez Niveles de los que estaba compuesto el complejo arquitectónico del Edificio Tesla. El viaje duró un minuto, y en ese lapso William tuvo la oportunidad de ver tanto las vistas panorámicas de todas las instalaciones del exterior, como las del interior del rascacielos; en este último alcanzó a ver, solo por breves instantes, más galerías en las que se trabajaban con otros dispositivos, vehículos terrestres y aéreos de uso público, o incluso oficinas de burocracia. William tuvo pesar por los pobres secretarios, agendadores, gerentes y otras personas de servicio público de allí que tengan que lidiar con todo el infernal papeleo de los proyectos que se llevaban en el Nivel Eins.

El ascensor se detuvo, y en su pantalla neón indicó el Nivel 3-6-9. Las compuertas se abrieron, revelando un largo túnel de paredes blancas ovaladas iluminadas con múltiples pilares embelesados con luces neón. Caminaron por sus más de veinte metros de distancia, y a mitad de camino las paredes y el suelo se volvieron transparentes, dándole un panorama impresionante a William de lo tan alto que se encontraba respecto al suelo, y de la torre de refrigerio que no paraba de emitir un haz de luz azul que perforaba los cielos, y tintaba las nubes de estos colores tan hipnotizantes.

Las compuertas corredizas que había al final del pasillo se descorrieron nada más William y el guía estar frente a él. Dos pisadas dentro bastaron para introducir al alquimista francés en una amplia estancia circular, con su claraboya revelando los nubarrones tintados en todo lo alto, sus extensísimas pizarras por paredes infestadas con ecuaciones matemáticas escritas con marcadores o tizas, su suelo plagado por torres de libros y páginas regadas por aquí y allá...

Por toda la estancia no paraba de oírse el golpeteó de la tiza de Tesla golpeando las pizarras. William se cruzó de brazos, viendo con algo de incomodidad como el científico austriaco no se volteaba a verlo por estar tan ensimismado resolviendo ecuaciones matemáticas complejas.

La operación matemática dibujada en la pizarra se extendía en un confuso entramado de patrones de números y símbolos alfabéticos que, curiosamente, estaban vinculados con los dibujos de espirales logarítmicas que se formaban a partir de la medición exacta entre dos secciones de rectángulos, uno superpuesto sobre otro. Habían otros dibujos cómo hélices, conchas de caracol o dodecaedros, pero las operaciones aritméticas en torno a ellos seguían la misma constante que Tesla había realizado matemáticamente en ellos. Todas y cada una de las operaciones, incluyendo la que acababa de terminar, culminaban en el mismo resultado:

LIM Fn +1
Φ3 --> ----------- = 3,691803398874988...
Fn

—Huh... —el científico austriaco se cruzó de brazos y se quedó observando el resultado con un cuidadoso ojo analítico— Esta vez la razón aurea se acercó al número que quería. ¡Bien! —extendió los brazos hacia los lados, arrojando el marcador de tiza sin querer.

—De nuevo haciendo magia con el Número de Fibonnaci —William se aproximó hacia él con pasos medidos y lentos—. A veces me pregunto que es lo que esconden esa constante de números de la cual te has obsesionado. No me mires mal: yo estudié matemáticas con Napoleón en la misma academia —el Presidente Sindical se detuvo a unos seis metros de Nikola y se cruzó de brazos. Se quedó de pie en el centro de la habitación—. A veces no sé qué pensar de tu afición enfermiza por estos números.

—No, non, nem, ¡nein! —gruñó el científico austriaco, alzando una mano y agitándola en gesto negativa. Se hizo el silencio por unos segundos. William permaneció quieto, de brazos cruzados. El científico levantó la cabeza y dio un largo suspiro— Se ha vuelto bastante confundir decir que la magia es lo mismo que nosotros hacemos aquí. Por eso construí esta Multinacional. Para que la gente deje de compararnos con el Qatil Shayatin y su escuela de... brujerías.

—Y has estado más de cien años tratando de descifrar el resultado exacto del Número Universal sin éxito alguno, mientras que Abdullah ya parece ser un vidente cósmico —William entreabrió la boca y alzó una mano, el gesto de vergüenza—. Sin ofender, Nikola.

—No me ofendes —el científico austriaco se dio media vuelta enseñando su radiante sonrisa oculta por su ennegrecida faceta—. De hecho, eso es lo que nos diferencia a mí y a ese asesino de demonios: mientras que él descifra los secretos del universo con esa magia negra, indescifrable, caos del cosmos mismo, yo lo descifro usando su antítesis, el orden del cosmos, el lenguaje universal de toda la creación...

El hombre de bata blanca se dio la vuelta y alzó su brazo, invocando densos vientos que se agitaron alrededor suyo con su veloz movimiento. Sus pies se deslizaron por el suelo pulcro y se detuvieron, creando un ruido chirriante. El científico austriaco estiró el brazo y apuntó con su dedo índice a William Germain al tiempo que enseñaba su sonrisa esplendorosa en toda su gloria.

William guardó silencio. Chasqueó los labios, viró los ojos al techo por unos instantes y se metió las manos dentro del bolsillo de su gabardina roja.

—Vengo en nombre de la Reina Valquiria —dijo—, para lidiar y negociar alternativas respecto al tema de los Carteles de narcotraficantes en las Regiones Autónomas.

El rostro de Nikola Tesla se ensombreció. Puso los ojos en blanco, la sonrisa se desvaneció, y en su semblante se disparó una serie de emociones de histeria y malestar nada más escuchar la palabra "Carteles". Él también se llevó las manos al bolsillo de su abrigo, y chasqueó sus labios, pero tres veces consecutivas.

—Ah... guau... —suspiró Tesla, ladeando la cabeza para después esbozar una sonrisa de incomodidad— Va a ser una charla larga —volteó los ojos en un ademán de que lo siga, y al instante se puso en marcha a través de la estancia—. Sígueme a mi oficina.

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El gabinete de Nikola Tesla tenía las paredes y vidrio polarizado con panorámicas vistas del Nivel Eins. William sintió brevemente un vértigo al bajar los ojos y ver, por debajo de sus pies, los detallados relieves del yelmo de un mecha que estaba de pie justo debajo de la cuadricula que era la oficina. El acondicionamiento del cuarto, el olor aromático de los humificadores, y impresionantes vistas de los mechas siendo construidos por pelotones enteros de ingenieros, le trajo una inspiración anormalmente satisfactoria a Germain.

—¿Cuántos modelos has hecho hasta ahora? —inquirió William al tiempo que tomaba asiento. Tesla se sentó al otro lado de su escritorio, y alzó las manos como en gesto de no saberlo.

—¡Muchos como para que el censo les siga la corriente! —exclamó entre carcajadas. William compartió sus risas dadivosas. tesla dejó de reír, suspiró y miró de soslayo por encima de su hombro el panorama de enormes mechas— Nah, sí te soy honesto, creo que ya llevamos como unos diez modelos hasta ahora. Todos tomando en base el modelo de Eurineftos, y la potencia de mi Super Autómata.

—El cuál también toma base el modelo de Publio Cornelio Escipión el Africano.

—A él le doy los salmos de las mil gracias por haberme inspirado durante la Segunda Tribulación —Tesla sonrió; el hecho de hablar sobre la figura inspiradora que era Cornelio para él siempre lo hacía sentirse agraciado—. Lo bueno es que no tiene cómo demandarme por copyright por haberle robado su modelo fisionómico para construir el Super Autómata con el cual matar a Belcebú con un matamoscas.

Nuevamente las risas emergieron de ambos, compartiendo un momento de humor bastante aliviador antes de pasar al silencio congojante.

—Ahora que has mencionado a Eruineftos, Tesla... —el semblante de William se ensombreció de la dureza y la seriedad— Él es el foco de lo que he venido a hablarte.

Nikola Tesla recluyó la espalda sobre el espaldar de su sillón negro. Se cruzó de brazos, entrecerró los ojos en gesto de poner sumo atención, y le hizo un indicativo con la cabeza para que prosiguiera.

—Ahora mismo tenemos... —William se revisó el reloj analógico con forma de brújula en su muñeca, el cual marcaba el año, el mes, el día de la semana y la hora— Tenemos treinta cinco días para que se inaugure el Torneo del Ragnarök, y ya se rumorea que el primero en participar en la primera ronda será el Dios de la Guerra Azteca, Huitzilopohclti. Tú mejor que nadie sabe el estado en el que se encuentran las seis Regiones Autónomas: precariedad. Desoladas por las constantes sequías y epidemias que solo Dios sabe de dónde provienen.

—Cambio climático —Nikola hizo un ademán militar con una mano—, algo que se lo llevó advirtiendo a Su Majestad, pero que me sigue tratando como un loco con sombrero de aluminio.

—Y Uitstli está más dispuesto a ayudar a su gente desde el gobierno nacional antes que desde el apoyo popular en el Torneo del Ragnarök. Adjunto a ello, no es secreto para nadie que no se lleva bien con La Corona. Eso es algo que comprendo a la perfección: no por nada yo sé lo que es el dificultoso margen del aparato político cayéndose en pedazos por culpa de la oligarquía de los reyes —William Germain juntó sus dos manos enguantadas en blanco y apoyó su mentón sobre sus dedos—. Pero hay que hacerle entender que la mejor ayuda que puede brindarles ahora, es en el Torneo del Ragnarök.

—Sé que es una pregunta tonta —interrumpió Nikola, sonriendo como un niño—, pero, ¿qué pasa si no participa?

—Se adjudicara automáticamente la victoria a los Dioses —contestó el Presidente Sindical, con la mayor seriedad—, y eso es algo que ni Brunhilde ni yo podemos permitirnos.

Tesla se cruzó de piernas y separó una mano de su mentón. El ceño estaba fruncido en una expresión de confusión irritable.

—Y... ¿y qué tiene que ver conque Uitstli participe en el Torneo del Ragnarök con Eurineftos y los Carteles de las Regiones?

William se mantuvo callado por unos segundos, reflexionando bien sus palabras y organizando sus ideas de convencimiento para persuadir lo mejor posible a Tesla.

—Tanto Uitstli como su familia está enredada en el meollo del narcotráfico. Los Carteles Tlacuaches y Coyotl han mantenido en enredaderas a las seis Regiones a través del terrorismo y del contrabando, y con la llegada de los demonios, sus negocios se incrementaron. No obstante, se sabe que el Jefe de los tlacuaches es un antiguo compañero de Uitstli, un nahual mapache llamado Xolopilti. La Inteligencia de Hoover dice que es probable que Uitstli aún tenga... apego, por ese viejo amigo. Y con el ataque que sufrió en Tláhuac, después en la casa de Tepatiliztli, creemos que él llegaría al colmo si algo le pasa a Xolopitli o a alguno de sus allegados.

—William... —Tesla volvió a sonreír, pero de forma sardónica, como si lo que estaba oyendo era una especie de broma mala— Xolopitli es un narcotraficante, un criminal de la peor calaña que hace más precaria la vida de los aztecas con la Flor de Íncubo.

—Pero no es un extremista como Tonacoyotl, que literalmente anda armando su propio ejército para declárate la guerra y es el que más actos terroristas ha hecho.

—No tan diferente de ese Axcoyotl, que no hay semana en el que me ande enviando cartas para que lo acepte en la Multinacional —Tesla se masajeó la sien con las yemas del índice y el medio.

—Y además que el que más te ha perjudicado en el desarrollo de tu tecnología es Tonacoyotl —Germain bajó sus manos y las apoyó sobre sus rodillas. Desvió la mirada por unos segundos, con tal de poder decirlo directamente—. Tesla, no te lo voy a ordenar como tu Presidente, porque no vine con ese objetivo. He venido aquí a pedírtelo como el fiel compañero que soy para ti. Ordena el cese a la persecución de los Tlacuaches, abre una audiencia de carácter extraordinario para desarmar al Cartel de los Tlacuaches. Enfócate solo en los Coyotl.

El CEO de la Multinacional se quedó mirando a William con un semblante sombrío pero pensativo. Entreabrió la boca, solo para quedarse en silencio. Germain pudo notar, con gran claridad, que Tesla se estaba debatiendo contra sí mismo.

—Dices que vienes aquí como mi "fiel compañero"... —comenzó a decir Tesla—, pero también mencionaste que vienes "en nombre de la Reina Valquiria". Ajora yo te pido que te pongas de acuerdo en saber de dónde proviene tu petición —las facciones en su rostro se endurecieron, tornándose en una mueca irascible— Amigo, Uitstli no es el único aquí al que le cae pésimo Brunhilde.

—Esto no se trata enteramente de la Reina Valquiria —argumentó William al instante—. Esto se trata de Uitstli, de su familia, del Torneo del Ragnarök y de pelear por la supervivencia de la humanidad en la arena.

—Estoy completamente de acuerdo en ello —Tesla plantó sus manos sobre la superficie de la mesa de cristal—, pero eso sería a expensas de mi reputación de ser mangoneado por la Reina. Y no puedo defraudar a mis amigos científicos allá afuera. El peso del epíteto "el hombre que trajo la luz al mundo" recae sobre mis espaldas —Tesla se llevó las manos a los hombros y se las palmeó.

—También recae "el avance de la humanidad es lo más importante" —William Germain frunció el ceño y movió la cabeza de lado a lado— ¿Qué avance es ese si la humanidad fue condenada primero por Mothvers y Thrudgelmir, y dejamos que sea condenada por segunda vez por los Dioses?

El semblante de Nikola se enfurruñó al punto de volverse una mueca airada. Se puso de pie de si silla, le dio la espalda a William, y se quedó quieto, observando el Nivel Eins a través de los ventanales. El Presidente Sindical hizo rodar su silla para seguir haciéndole frente, incluso si no le daba la cara.

—Tesla, tienes que decirle a Cornelio para que ordene a Eurineftos el cese a la persecución de Xolopitli —insistió Germain—. Tienes que hacerlo antes de que algo malo le pasé a é, y Uitstli termine odiándonos más de lo que ya nos odia por supuesta "negligencia" hacia el pueblo azteca.

—Cornelio ya me dijo que Eurineftos está destapando un plan de los Carteles para robar la Cápsula Supersónica —admitió Tesla—. No puedo dejar que esos animales me lo arrebaten.

—Randgriz está infiltrada en el Cartel de los Tlacuaches. Solo dale tiempo, Tesla. Dale tiempo para que ella convenza a Xolopitli, y así empecemos el proceso de desarmarlos.

—Ya, ¿y si no llega? ¿Y si ellos consiguen robarme la Cápsula, y después nos declara la guerra? Porque no veo que ella haya hecho mucho avance.

—Nada de eso pasará. Te puedo asegurar que la Reina y yo hacemos lo posible para evitarlo. ¡Solo confía en nosotros, Tesla!

—¡NO PUEDO VOLVER A CONFIAR EN ELLA, LUEGO DEL FRACASO QUE TUVO CON THOMAS EDISON!

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https://youtu.be/oV47Fyeyy2Q

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷

El alarido irritado de Nikola Tesla tomó desprevenido a William Germain. Se hizo el silencio, uno lleno de pesar, de una atmosfera hacia el pasado que se hizo palpable a la percepción del Presidente Sindical. El CEO de la Multinacional se dio la vuelta al instante de dar ese grito, enseñándole a su invitado un semblante que, de a poco, estaba siendo dibujado por la aflicción.

Germain, boquiabierto, junto las yemas de sus dedos en una pose pensativa. Nikola se pasó una mano por el rostro, sintiéndose pesaroso tras haber dicho eso.

—¿De eso se trata, entonces? —dijo William— ¿No confías en mí por el error que tuvo Brunhilde en Thomas Edison?

Tesla se dio la vuelta, dándole de nuevo la espalda y mirando con ojos sentimentales y con un gran apego emocional los mechas del Nivel Eins.

—Tú manejas tanto magia como ciencia, William —monologó—, y yo entiendo el arte tanto como las matemáticas. Lo que yo hago aquí, es arte. No soy quien para llamarme el Leonardo Da Vinci de la ciencia, pero muchos me consideraron así, incluso en mi vida pasada en la tierra. Yi estoy logrando aquí, lo que en la tierra jamás pude: ser reconocido por mis hazañas. La leyenda que se creó alrededor de mí me dio lo que a mí me correspondió, y la verdad es que... Me gusta. Me siento... vivo, gracias a esto.

Germain guardó sepulcral y solemne silencio. Sintió un gran pésame al oír la tragedia en el tono de voz del científico austriaco, quien hablaba desde el corazón y desde el romanticismo, más no desde el raciocinio.

—Lo que hizo en la Segunda Tribulación fue un crimen atroz —reconoció William—, y la negligencia de Brunhilde con él es algo que ni a mi tampoco se me borrara de la mente. Pero... Tesla, por favor —ladeó la cabeza—, esta situación a la que nos enfrentamos no es ni será como la de Thomas Edison.

—Y gracias a Eurineftos —Tesla agitó un brazo demandante hacia abajo—. Desde que reanimé su Spíthaftón hace un año, después empezó su ejercicio militar con los Pretorianos hace seis meses, he sentido un control absoluto de mis patentes. Nada ni nadie me volverá a robar como lo hizo Edison en la Segunda Tribulación, William. Y Eurineftos se encargará de eso con los Carteles. No me robaran la Cápsula: es allí donde resguardo las bases del proyecto más importante que he tenido en años.

William Germain apretó los labios y no pudo contener más la frustración de la pared que Tesla estaba poniéndole frente a él. Se paró de la silla y se dirigió hacia él, poniéndose a su lado. Tesla no lo miró ni de soslayo, pero eso no detuvo a William de hablarle en la cara.

—Tesla, yo sé lo que es ser traicionado por quien considerabas tu "mejor amigo", ¿ok? Napoleón Bonaparte fue para mí... —William contuvo la respiración por unos segundos— como un hermano. Juntos sobrevivimos al Gran Terror de Robespierre durante la República, y juntos combatimos a las coaliciones europeas... hasta que él decidió que yo no era más de utilidad —contuvo de nuevo la respiración. La compasión y la empatía se enmarcaron en el semblante de Tesla—. Me lo quitó todo: mis bienes, mi reputación, mi familia... Él borró todo registro de mí para que Francia se olvidara de quién fui para ellos. De no haber conocido a Saint Germain antes, yo no estaría aquí. Y tú no estarías aquí de no ser por Cornelio y Sirius.

El reinado del silencio reflexivo duró por varios segundos. Nikola Tesla comenzó a sentirse más pesado dentro suyo, lamentándose una vez más por escuchar vaga pero infaustamente el pasado de quien fue uno ce los Cónsules de la República de Francia.

—La humanidad tiene que persistir, Tesla —prosiguió William, poniéndole mucho más empeño y vehemencia a su discurso—. Todos los que murieron en la Segunda Tribulación no pueden vernos sufrir ahora en el Torneo del Ragnarök, más de lo que ahora sufren con estas epidemias y sequías. No podemos simplemente poner las caras largas y dejar que el miedo a repetir el pasado nos detenga —William se llevó su mano prostética al pecho—. Yo te ayudé y te apoyé desde los inicios de la Multinacional. Por favor... ayúdame en esto también.

Nikola Tesla se pasó las manos por sus piernas y alzó los hombros. Su mirada ermitaña transmitió ese mismo pavor paralizante que describió William. Lo combatió dentro suyo en estos segundos de silencio, luchó contra esa oscuridad que lo retenía, hasta que pudo sentirse seguro en su templanza Respiró hondo y suspiró.

—Veré que puedo hacer, William.

—Muchísimas gracias —Germain le dio una palmada en el hombro—. No sabes cuánto necesitaba oír eso. ¿Crees que puedas hablar con Cornelio ahora?

—Mmmm... —Tesla negó con la cabeza— Ni siquiera con Eurineftos, quién ahora está liderando el operativo para allanar el laboratorio más grande de los Tlacuaches.

William cerró los ojos y los volvió abrir en una mueca de perplejidad.

—¿Él va a QUÉ...?

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https://youtu.be/jp-MfQlrJCU

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷

Cordilleras de la Región Autónoma de Quintana

Tranquilandia

La más de las veces ponían canciones de Los Zafiros mientras los trabajadores hacían la labor de sintetizar las flores de lycoris par convertirlas en Flores de Íncubo. La que sonaba ahora era la de "He Venido a Decirte", y Zinac no podía estar maldiciendo a los cielos y los infiernos porque la hayan puesto justo en el peor momento.

Hoy estaba siendo un día bastante provechoso; el trabajo de la producción de Flor de Íncubo era tal que los largos mesones donde las máquinas trabajaban en extraer la esencia de los lycoris estaban manchados de gruesas películas de escarcha roja. El aroma que infestaba el ambiente de todo el complejo de narcóticos era tan fuerte que los trabajadores fueron ordenados a portar tapabocas y respiraderos. En los barracones uno podía hallar pilas y pilas de cajas negras agolpadas entre sí, cargando con cada uno diez kilos de Flores de Íncubos. Habían acumulado ya unos mil quinientos kilos en esas cajas, y el logro adjudicado entre los trabajadores se celebró con una juerga festiva una vez acabado el periodo laboral.

La noche rauda había caído, y los hombres y las mujeres aztecas festejaban con licor y lentos pero apasionados bailes acompasados por la música de Los Zafiros. El hedor de la Flor de Íncubo se entremezcló con el de los cigarros comunes y el alcohol. Las risas atiborraron todo el complejo del laboratorio, y las luces de las lámparas y las bombillas eléctricas eran tan fuertes que su fulgor se podía ver desde kilómetros a la redonda. El jolgorio inmoral serpenteaba a través de las carcajadas, de los juegos de mesas, las apuestas y los actos sexuales que estaban llevándose a cabo los aztecas. El extasis hedonista convirtió todo el laboratorio en un antro celebrando su fiesta más alocada, y Zinac hizo lo mejor y más típico que hacía en estos casos.

Alejarse y aislarse.

El Murciélago del Cartel estaba recluido sobre la silla de su despacho. Sobre el escritorio había una máscara con forma de murciélago, y un casco mecánico con la misma forma. Zinac, teniendo el rostro cuadrado, la nariz respingada, los ojos anchos y una cabeza que siempre mantenía rapada, nunca se sintió especialmente guapo; ese pesimismo hacia su físico siempre lo tenía cargando, y que lo hizo mantenerse alejados de todos, incluso de Uitstli y Yaocihuatl desde la más tierna infancia. Su vida sirvió con el propósito de servir en el ejército, de honrar al Imperio Azteca... y de proteger a los Huey Tlatoani.

Su pelea contra Cuauhtémoc y lo que le dijo antes de morir seguían picando su cabeza con preguntas sin respuestas. Aún pensaba en ello como algo que, por momentos, pensaba en si en realidad pasó. Él había visto morir a su Tlatoani a manos de Aamón luego de la toma de Xocoyotzin, lo vio ser consumido por los látigos de fuego del Marqués. ¿Cómo es que seguía vivo? ¿Y por qué lucía tan diferente? Esas habilidades que usó durante el combate... no eran suyas.

El pensamiento que más prevalecía sobre todos los demás, sin embargo, era el hecho de que... había matado a Cuauhtémoc. Había matado al Tlatoani que vio morir en Xocoyotzin y en Tenochtitlan, sin el poder hacer nada para salvarlo. ¿Cuántas veces tenía que ver morir a aquellos a quienes se juraba antes los dioses proteger? Es por esto que él hallaba razón del por qué se mantenía lejos de las personas. Se sentía maldecido, como si todo aquel que se sienta amistoso con él, acabara pereciendo.

Entre tanto pesar y culpabilidad, la mente de Zinac tuvo cavidad para un rayo de duda que le hizo darse cuenta de otro detalle en su pelea contra Cuauhtémoc. Sus poderes eran de color verde, y sus ojos eran también verde antes de cambiar a oscuros segundos antes de morir. Randgriz le había comentado también que Alvar Nuñez tenía los ojos verdes antes de que lo decapitara. ¿Será que estos dos elementos estaban conectados...?

<<Hay algo oculto...>> Pensó Zinac, el ceño fruncido de tanto pensar, el mentón recostado sobre el dorso de su mano. <<Hay algo oculto, y no estoy viendo el panorama general de eso...>>

El silencio en la estancia persistió por unos segundos más, prolongándose la furia de pensamientos que Zinac estaba sufriendo. De forma tenue, el murciélago oyó un distante sonido que no logró distinguir. Sin embargo, al afinar aún más los oídos, distinguió el sonido...

Era el repiqueteo de las hélices de un helicóptero. 

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷

Como una corazonada que combatió la inseguridad de su templanza, Zinac palpó como el sentido quiróptero le daba una punzada tan fuerte que sus sentidos se agudizaron. Recogió de la mesa su casco mecánico, se paró del escritorio y caminó por todo el despacho hasta salir al festín que los aztecas de Tranquilandia estaban llevando a cabo. Su sentido quiróptero agudizó su oído, acallando el clamor de la música, de las botellas y de las risas. Algunos se le acercaron para invitarlo a un trago, pero al ver como Zinac pasaba de ellos, y además con un rostro de concentración impermeable, se extrañaron un montón de él.

El resonar de las hélices se hacía más atenuante a medida que Zinac seguía anadeando. El murciélago se quedó de pie en mitad de la sala de estar, donde todos los aztecas, hombres y mujeres, bailaban en parejas al ritmo de otra lenta balada de Los Zafiros. Zinac cerró los ojos, concentrando sus energías en sus refinados oídos para escuchar mejor el repiqueteo del helicóptero; ni la música ni los empujones de los bailarines pudieron distraerlo. No oyó otras hélices venir de otras fuentes, concluyendo que solo era una aeronave. El sonido de las hélices captó el movimiento del aire, haciendo que Zinac pudiera calcular el tamaño, el peso, el volumen y la envergadura.

Hubo un ruido en particular que oyó muy brevemente. Zinac concentró toda su atención en ese ruido. Lo rastreó con gran dificultad, pudiendo identificarlo como un sonido digital indescifrable, como si fuese el lenguaje en código binario de un robot avanzado que estuviera dando un mensaje. Un mensaje...

Zinac ensanchó los ojos de la perplejidad pavorosa. Desenfundó de su cintura un boomerang con la forma de un murciélago, y la arrojó contra los grandes parlantes que transmitían la música de Los Zafiros. El objeto punzante atravesó la fuente de energía de los parlantes, y el generador explotó en un estallido de chispas que dio un respingo a todos los trabajadores. Hombres y mujeres aztecas se miraron entre sí, y algunos pegaron sus ojos sobre Zinac luego de que los encargados de los parlamente señalaran el boomerang enterrado en el generador. Los murmullos se esparcieron por toda la sala, hombres y mujeres borrachos escandalizándose por lo que hizo Zinac.

—¡SILENCIO, TODO EL JODIDO MUNDO! —gritó Zinac al tiempo que se ponía el casco. Su voz se volvió robótica al hablar de nuevo— Escuchen...

Todos acallaron y prestaron atención. Para este punto, el repiqueteo de las hélices se hizo tan notable que, incluso desde a una larga distancia, todo el mundo pudo oírlo. A partir de aquí, Zinac notó un repentino cambió en la frecuencia de las hélices, dándose cuenta que la aeronave incrementó su velocidad abismalmente, y ahora se acercaba a Tranquilandia a toda marcha. Zinac ensanchó los ojos, y alzó la cabeza hacia el techo. Todos en la sala lo imitaron, y observaron por la claraboya el cielo nocturno y despejado de estrellas.. excepto por una que se desplazaba aceleradamente hacia ellos.

El punto brillante en el cielo se deshizo de su capa de luz. Zinac y todos los hombres y mujeres aztecas ensancharon los ojos al divisar la apariencia del helicóptero MBB Bo 115 abalanzarse hacia Tranquilandia. El aliento le fue arrebatado a todo el publico, quienes a duras penas soltaron un suspiro de pavor paralizante. Un miedo que no hizo más que ponerse peor cuando el helicóptero cambió de color a negro y naranja, y en medio del aire empezó a transformarse: las hélices, ruedas y motores desaparecieron, las placas se superpusieron unas a otras con chirriantes sonidos metálicos y silbidos cortantes, y el helicóptero se convirtió en un autómata de diez metros que descendía en caída libre hacia el laboratorio.

Zinac agitó su capa negra hacia atrás, desenfundó granadas de ondas de su cintura y gritó:

—¡TODOS A CUBIERTOOOOOOOOOOOOOO!

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4
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El Coronel Eurineftos cayó pesadamente sobre los depósitos de Tranquilandia que se encontraban en la otra colina. El edificio entero voló en pedazos con el aterrizaje del Metallion; madera, piedra, pilares, chispas y fuego salieron despedidos por toda la montaña, y los militantes que habían apostados allí gritaron despavoridamente mientras caían hacia el vacío. El impacto de Eurineftos sobre la montaña trajo un hongo de polvo que se elevó veinte metros al cielo, y una onda expansiva de color rojo que se esparció instantáneamente por gran parte de los picos de las cordilleras, trayendo consigo poderosas avalanchas y un terremoto incontrolable que hizo que Zinac y todos los trabajadores cayeran al suelo.

El Murciélago del Cartel se puso de pie y ayudó a los aztecas que tenía más cerca a ponerse de pie. El pánico se apoderó de todas las personas, quienes velozmente corrieron en estampida por los pasillos principales de la sala de estar, acompañados por los soldados. Zinac agarró a uno de ellos por el cuello de su camisa y le gritó en la cara:

—¡SAQUÉNLOS A TODOS! ¡¿ME OYES?! ¡USEN LOS HELICÓPTEROS DE LAS RESERVAS DEL SUR!

—¡¿Y qué hay de usted, patrón?! —exclamó el soldado.

—¡USTED NO SE PREOCUPE, QUE YO LES DARÉ TIEMPO! —y Zinac empujó al soldado para que se uniera a la torva de sus compañeros que ayudaban a los espantados aztecas a huir por los pasadizos.

Zinac se dio la vuelta. Para este punto, la sala de estar ya estaba vacía. Vio a lo lejos la sombra del gigantesco robot observando detenidamente sus derredores, mientras que de sus costillas emergían sombras rapaces que se movieron a través de los escombros y se escabulleron por las cortinas de humo para empezar a viajar por las laderas de las montañas. Zinac sintió que el corazón se le encogía de un miedo apresante, encarcelándolo en la misma parálisis que tuvo durante al Segunda Tribulación. Eso le hizo recordar la evacuación de Xocoyotzin, y de como, por culpa de sus errores, no pudo sacar a todos los aztecas, y muchísimos de ellos fueron apresados por las garras de Aamón.

No cometería ese mismo error esta vez.

El Murciélago del Cartel se acuclilló, su capa negra convirtiéndose en alas de quiróptero. De un salto salió despedido hacia los cielos, elevándose más de treinta metros para después caer en picada. Batió el aire con sus alas, logrando romper la barrera del sonido y crear un estallido sónico que lo impulsó hacia Eurineftos en cuestión de segundos. El Metallion tornó la cabeza al oír el estallido sónico, y detectó a su enemigo aproximarse hacia él a una velocidad que lo tomó brevemente por sorpresa.

Eurineftos alzó su brazo, y el escudo de plasma naranja emergió de su antebrazo. Zinac extendió un brazo, y su puño se estrelló con gran violencia contra el escudo de plasma. Una explosión de chispas cegadoras llovió por todas las montañas de cascajos que otrora fuese un edificio, y otra salvaje onda expansiva se extendió por la cordillera, sacudiendo con otro violento terremoto las montañas. Las sombras de aura negra de murciélagos revolotearon alrededor de Zinac, formando un tornado oscuro que le confirió un apariencia de peligrosidad a los ojos de Eurineftos.

El Metallion extendió su otro brazo y, de su antebrazo, emergió mecánicamente su espada de plasma. Zinac hizo lo mismo, y al estirar su otro brazo, su aura negra adoptó la forma de un gigantesco murciélago con cuerpo de tentáculos y alas con filosas garras. 

Nahual y máquina forcejearon con gran agresividad, el primero empujando con el batir de las alas de Camazotz, mientras que el segundo usaba los compresores de sus piernas para resistir la increíble presión que el Murciélago del Cartel oprimí sobre él. Zinac levantó un puño, y este fue rodeado por los tentáculos de Camazotz hasta formar un gran puño de aura negra. Los radares de Eurineftos detectaron al instante el puño de magia negra, e inmediatamente atacó primero al empujar con una bestial fuerza a Zinac, rompiendo la barrer del sonido con un mero empuje, y mandándolo a volar hacia las montañas.

Zinac fue zarandeó en el aire y perdió el control de su vuelo. Impactó contra las laderas de las montañas cercanas a Tranquilandia, siendo consumido por las oleadas de avalanchas que justo cayeron encima de él. Los radares de Eurineftos no detectaron ningún movimiento venir de las montañas, y prosiguió con su inexorable avance: los propulsores de sus piernas lo elevaron al aire, y lo hicieron volar controladamente entre las montañas hasta hacerlo aterrizar en el otro monte, justo al lado del segundo complejo del laboratorio, evitando dañarlos lo mejor que pudo.

Eurineftos bajó la cabeza y alcanzó a ver las sombras rapaces que había liberado de sus costillas: pequeños autómatas creados a partir de su carne metálica, y con formas de velociraptores enormes, corriendo a través de las salas de estar y de los pasillos del complejo residencial de Tranquilandia. Los dinobots saltaban encima de los hombres y mujeres aztecas que lograban alcanzar, y los inmovilizaban con gases somníferos hasta dejarlos inconscientes. Eurineftos desvió la cabeza hacia el horizonte, y sus escáneres lograron detectar, a través de la infraestructura, como la muchedumbre de trabajadores estaban escabulléndose por una galería principal al final del complejo residencial, dirigiéndose todos hasta una especie de hangar mientras eran defendidos por los soldados, quienes disparaban a diestra y siniestra contra los velociraptores autómatas y los mantenían a duras penas lejos del umbral.

Por allí —dijo Eurineftos, hablándoles a todos los dinobots a través de un lenguaje de sonidos electrónicos y robóticos. Estiró un brazo hacia la dirección donde se encontraba el hangar, y los más de treinta velociraptores empezaron a trotar a toda velocidad por los pasillos hacia el lugar indicado.

El Metallion dio un paso hacia delante, teniendo cuidado de no aplastar ninguna parte del enorme edificio con tal de mantenerlo intacto. Se dispuso a dirigirse hacia el hangar... pero de repente detenido y jalado por la parte trasera de su cabeza. Eurineftos no tuvo tiempo de reaccionar, y fue tironeado hacia atrás por la hercúlea fuerza de Zinac.

El Murciélago del Cartel lo empujó con un brazo, y le conectó un rodillazo justo en su cara. Eurineftos absorbió el golpe como si nada, y retrocedió unos cuantos pasos. Zinac vio que estaba cerca de un acantilado, y tuvo una idea. Se impulsó de un estallido sónico hacia el autómata, y comenzó a fulminarlo sin descanso con una andanada de puñetazos, rodillazos, patadas y zarpazos de las alas de su invocación de Camazotz, haciendo que Eurineftos siguiera retrocediendo, paso a paso, hacia el abismo. A pesar de que sus golpes no le hacían absolutamente ningún daño (de hecho, se causaba más daño a su propio cuerpo por cada ataque que le encestaba), Zinac persistió con gran empeño, empujando a Eurineftos y no permitiéndole ni un segundo para poder responder a sus incesantes golpes.

Zinac se propulso como un torpedo hacia Eurineftos nada más velo a unos dos pasos de caer al abismo. El impacto de su cuerpo de carne contra el metálico le dolió más a él, pero resistió el ardor, y empujó con toda la fuerza poder de su Tlamatli Nahualli al gigante de hierro hasta que uno de sus pies se asomó hacia el acantilado. Eurineftos empezó a caer hacia atrás. Estiró un brazo y atacó de un veloz espadazo a Zinac. El Murciélago del Cartel apenas tuvo tiempo de esquivarlo inclinando su cuerpo hacia atrás: el plasma le abrió un corte en el pecho. El Metallion cayó hacia la negrura del abismo, desapareciendo bajo las nubes densas de las avalanchas de las montañas.

Zinac se dio la vuelta mientras seguía levitando en el aire. Sus agudos oídos detectaron los gritos desesperados de sus hombres, y el alarido de sus rifles disparando a diestra y siniestra contra esos dinosaurios robóticos. Las alas de Camazotz golpearon el aire, y de un impulso supersónico salió despedido hacia la galería donde se encontraban sus hombres. Atravesó el techo como una bala perdida, y aterrizó en el zaguán, aplastando en el proceso a uno de los velociraptores.

El Murciélago del Cartel estiró los brazos hacia los lados. La invocación de Camazotz chilló estridentemente, y extendió sus alas con una envergadura que recubrió toda la estancia. Los velociraptores que se encontraban en los alrededores fueron partidos por la mitad por el inmenso sablazo de las filosas alas de Camazotz. El murciélago monstruoso las retrajo a la espalda de Zinac, y los militares suyos observaron, con pavor y perplejidad admiradora, los cadáveres metálicos de los dinobots regando líquido azul brillante y cables chispeantes por todo el suelo.

Zinac miró su derredor, y sus oídos afinados escucharon los barbulleos robóticos de más velociraptores corriendo por los pasillos y dirigiéndose hacia acá.

—Rápido, ya no hay tiempo —farfulló Zinac, haciendo un ademán con su brazo y exhortando a sus hombres para que atraviesen el umbral—. ¡Tomen los aviones y váyanse lo más lejos de aquí! ¡A cualquier Región menos Mecapatli y Quinta...!

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https://youtu.be/p_Lop3880Kw

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷

Sus ordenes fueron interrumpidas por la repentina explosión del suelo, de donde emergió un gigantesco brazo metálico que se elevó hasta alcanzar a Zinac. Los gruesos dedos metálicos se enroscaron alrededor del nahual quiróptero, y en seguida empezaron a aplastarlo presionando sobre él una titánica fuerza arrolladora. Zinac despidió un alarido de sorpresa y de dolor, y sus soldados se escabulleron por la puerta, siendo lo último que escucharon el horrendo crujir de huesos de su patrón. 

El Coronel Eurineftos emergió del subsuelo como un titán griego que salió de su cueva, listo para el combate. Su inmensa altura al erguirse lo hizo destruir el techo de la galería. Escombros cayeron encima de Zinac, quien seguía retorciéndose contra los dedos metálicos de Eurineftos, en busca de zafarse de él. El Metallion retorció con peor opresión su cuerpo, haciendo que los engranajes de sus dedos se cerraran más en torno de Zinac, crujiendo horriblemente sus huesos y haciendo que despidiera espantosos alaridos.

Deja de intentarlo —gruñó Eurineftos, su acento robótico dándole aires de despota manipulador—. Solo ríndete.

Zinac apretó con toda sus fuerzas los dientes. Las venas de su cuello se hincharon, al igual que la de sus hombros y sus bíceps. Su aura negra apareció sobre su cuerpo como una fina capa de luz, par después incrementar su densidad y volverse una flama negra que comenzó a chirriar contra el metal de la mano de Eurineftos. Los escáneres del coronel se alocaron en numeros que iban aumento, indicando el incremento exponencial del poder de su enemigo.

Repentinamente, el cuerpo de Zinac fue cubierto por completo de luz, y una vasta explosión de luz negra y de arabescos centelleantes empujó con gran brutalidad a Eurineftos, haciéndolo trastabillar y quebrantar más la infraestructura del complejo residencial. El autómata aplastó más techado y más cimientos, convirtiendo el edificio en un mar de escombros. Zinac batió las alas de Camazotz y aterrizó en el suelo; el humo a su alrededor se convirtió en murciélagos que revolotearon de forma descontrolada a su alrededor, para después esparcirse por todo el zaguán y convertirse en partículas de luz.

—No voy a dejar que te lleves a más de mis hombres —exclamó Zinac, la invocación de Camazotz apoyando sus alas sobre sus hombros y despidiendo un alarido estridente hacia Eurineftos.

Comprendido... —Eurineftos cruzó sus brazos, su escudo y espada de plasma naranja conformando un símbolo entrecruzado y sobrepuesto en su pecho— Entonces me pondré... a tu mismo nivel.

El generador dentro del pecho de Eurineftos se encendió e irradió de color blanco. Un delgado halo níveo envolvió todo el cuerpo del Metallion, y Zinac escuchó refinadamente el sonido de un generador encendido apagándose con gran velocidad. El halo alrededor de Eurineftos se densificó, y de repente... el coronel redujo su tamaño.

Zinac ensanchó los ojos y su corazón dio un tumbo de la sorpresa. El tamaño de Eurineftos pasó de los diez metros a los dos metros, quizás incluso metro con noventa. Seguía luciendo la misma apariencia cuando era más alto, e incluso su espada y escudo de plasma redujeron su tamaño hasta ser de la escala del ahora Eurineftos de altura humana. El Metallion golpeó su espada contra su escudo, creando chispas fulgurantes que salpicaron el aire. El gesto barbárico puso en alerta a Zinac, quien inclinó las piernas hacia delante y alzó los puños, colocándose en pose de combate. 

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https://youtu.be/KQpUgh7Jf68

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|◁ II ▷

Hombre y máquina se abalanzaron al unísono y chocaron salvajemente en el centro del zaguán. Ondas de choque hicieron temblar las paredes y desmoronarles, revelando el exterior caótico de bosque con zarzas ardientes y de ráfagas de disparos lloviendo desde el hangar donde se encontraban los trabajadores apiñados entre sí, siendo defendidos de los dinobots por los soldados.

Zinac conectó dos puñetazos en la cabeza de Eurineftos; sus golpes siguieron sin surtir efecto alguno, pero esta vez no le dolían tanto por como estaba empleando todo su poder. El Metallion atacó con un empujón de su escudo de plasma, seguido de un espadazo. Zinac lo esquivó dando una voltereta hacia atrás, par después impulsarse y propinarle una patada torpedo en el pecho de Eurineftos. Para su sorpresa, el peso en toneladas de su enemigo seguía siendo el mismo incluso con una altura humana, por lo que el coronel apenas y trastabilló e impactó de lleno contra una montaña de escombros, mientras que Zinac caía estrepitosamente al suelo.

El autómata dio dos cortadas con su espada, y los escombros explotaron en una lluvia de piedras partidas en pedacitos. Zinac se reincorporó de un ágil salto, batió las alas de Camazotz y se impulsó con un estallido sónico hacia Eurineftos. Lo atacó con un amplio zarpazo de una de sus alas negras; Eurineftos se protegió con el escudo. Chispas saltaron por los aires, y Zinac contraatacó con un rodillazo que terminó siendo una finta. El Metallion cayó en la trampa, y el nahual murciélago empujó el brazo donde portaba el escudo, dejándolo vulnerable a la lluvia de zarpazos alados que Camazotz hizo llover sobre él.

Torrentes de chispas llovieron por todo el zaguán, por más que Zinac descargara cada arañazo con todo el poder de su Tlamati Nahualli, era incapaz de provocar el mínimo rasguño en el armazón de Eurineftos. Eso frustró de sobremanera a Zinac, quien finiquitó su combo de ataques con un poderoso codazo en su casco. Eurineftos apenas y se movió de su sitio, como si fuera una estatua pegada a su pedestal, inmóvil sin importar cuantos misiles estuviera recibiendo. El Murciélago del Cartel retrocedió tres pasos, jadeando y aguantando el dolor en todas las partes que usó de su cuerpo para atacar al autómata. Vio de arriba abajo a Eurineftos. No tenía ni el más mínimo rasguño.

Zinac chirrió los dientes, y su rabia hizo que su invocación de Camazotz chillara. Se impulsó de un estallido sónico hacia Eurineftos y lo atacó con un amplio zarpazo... Que fue de repente repelido por el fugaz bloqueo del escudo de plasma del Metallion.

Chispas saltaron por el aire, y Zinac trastabilló hasta casi perder el equilibrio; la fuerza que absorbió fue tal que lo tomó desprevenido. Eurineftos comenzó a caminar hacia él, dando lentas pero imponentes zancadas. El nahual quiróptero extendió las alas de Camazotz, y de ellas nacieron múltiples portales púrpuras de los cuales salieron disparados una incesante lluvia de púas y espinas de aura nahualli. La andanada de proyectiles mágicos cayó sobre el Metallion, generando un denso humo que se masificó y creció hasta cubrir la totalidad del zaguán. Zinac detuvo el ataque, jadeando con más fuerza aún. 

El humo se disipó, y el Murciélago del Cartel ensanchó los ojos bajo su mascara metálica al ver a Eurineftos salir de la cortina de polvo, rodeado por una cúpula de fuerza blanca y siguiendo su lento caminar hacia él.

Zinac volvió a mascullar la mandíbula, sobre todo luego de que su refinado oído derecho escuchara a sus soldados y a los trabajadores siendo atrapados y noqueados por los incesantes ataques de los dinobots velociraptores. Las alertas se encendieron en su mente; ¡¿cómo es posible que aún no se hayan subido a los aviones?! Se volvió sobre sus tobillos, y estuvo a punto de impulsarse hacia los hangares del exterior... cuando sus pies se enterraron bajo tierra, y sus hombros fueron presionados por una fuerza gravitatoria que apareció de repente sobre su cuerpo.

Eurineftos, con su brazo convertido en un cañón de riel, jaló a su enemigo y lo atrajo con su irrompible fuerza de gravedad. Zinac salió volando sin control hacia el Metallion, y este último lo atrapó por el cuello. Zinac ensanchó los ojos, y sintió como el aire le era arrebatado de sus pulmones. El esófago se le cerró por la presión de los dedos de Eurineftos, y el nahual quiróptero intentó zafarse de él propinándole desesperados puñetazos en su casco. De nada sirvió; Eurineftos ni se inmutó a sus puños o rodillazos.

El Metallion soltó el cuello de Zinac, y el Murciélago del Cartel levitó en el aire, rodeado por una burbuja de gravedad creada por el cañón de riel. Zinac pataleó en el aire, y su invocación de Camazotz trató de mover sus alas, pero todos sus movimiento fueron paralizados por la inconmensurable opresión generada por la tecnología del autómata. Eurineftos movió su brazo-cañón, y su enemigo describió un semicírculo hasta quedar estático frente al pasillo. 

El coronel hizo desaparecer su espada de plasma bajo su antebrazo, y en cambio su propio brazo se convirtió en un arma; pequeños propulsores empezaron a despedir ráfagas azules debajo de su muñeca, adquiriendo una fuerza de aceleración tal que le puso los pelos de punta a Zinac, quien trataba con gran ansiedad cubrirse el pecho con las alas de Camazotz.

Pero todo sus intentos fueron inútiles. Los propulsores en el brazo de Eurineftos impulsaron su brazo mecánico con una brutal aceleración, haciendo que sus nudillos descargaran más de veinte toneladas de peso y trescientos cincuenta kilómetros de velocidad en los abdominales de Zinac.

El Murciélago del Cartel sintió como si el brazo del Metallion lo hubiese partido por la mitad. Sus intestinos se le revolvieron con gran intensidad, el oxigeno se le desapareció, y su mente se desmayó por unos breves segundos. De su boca salió sangre que quedó levitando en el aire. La cúpula de gravedad se deshizo luego de que Eurineftos retrajera el cañón de riel. La burbuja se rompió en una explosión de gas, y toda la fuerza acumulada en el mismo espacio se liberó con gran vehemencia: Zinac salió disparado con gran rapidez por el pasillo del complejo residencial, rompiendo la barrera del sonido en el proceso. 

El nahual quiróptero perdió control de su cuerpo a causa del golpe, y esto hizo que no parase de dar volteretas en el aire mientras destruía incontables paredes y atravesaba en un parpadeo cientos de habitaciones, alas de estar, depósitos, laboratorios, barracones, patios, todo hasta salir despedido como una bala perdida hacia la cordillera.

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https://youtu.be/75gxDzajf7A

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷

Eurineftos escaneó la distancia que recorrió Zinac con ese impulso: más de cien metros, acabando por chocar contra la ladera de una montaña. El Metallion decidió permanecer con el mismo tamaño humano, de tal forma que usó los propulsores de sus piernas y su espalda para salir volando del zaguán. Atravesó el enorme agujero en el techo, y describió una amplia pendiente de la cual descendió vertiginosamente hasta aterrizar de pie en el suelo de guijarro. El coronel se llevó las manos a la espalda, y caminó frente a los trabajadores y soldados tendidos el suelo, los dinobots velociraptores montados encima de ellos y siseándoles con sonidos digitales y metálicos al oído.

El autómata asintió para sí la cabeza, sus escáneres reconociendo en segundos las identidades de los hombres y mujeres aztecas que los dinobots retenían. Un velociraptor apareció corriendo hacia él; Eurineftos giró la cabeza hacia él, y lo vio trayendo entre sus fauces de hierro una caja rodeada de plástico negro. Eurineftos disparó rayos caloríficos de su casco, las ráfagas abrieron un surco en la caja, y de dentro cayó un torrente de Flores de Íncubos.

Aquí Eurineftos, enviando un mensaje a Publio Cornelio y a Nikola Tesla —exclamó el autómata, alzando la cabeza al cielo—. La operación "Allanamiento a Tranquilandia" culminó con éxito.

Los sensores de Eurineftos sintieron repentinamente una perturbación en los alrededores. Giró la cabeza y sus escáneres detectaron el rastro de calor de un ser vivo movilizándose erráticamente en las laderas de las montañas... Mismo lugar donde fue a parar Zinac.

Los propulsores del Metallion se reactivaron, y fueron potenciados por la fuerza de gravedad de pequeños cañones de rieles que emergieron de debajo de su cintura y sus hombros. La fuerza de aceleración se liberó con una explosión hipersónica que ensordeció a los trabajadores y soldados de Tranquilandia, y Eurineftos salió disparado a una velocidad que superó cien veces a la del sonido. El autómata dejó rastros de anillos sónicos por todo el bosque que adornaba las faldas de las montañas, dejando tras de sí extensos surcos de árboles caídos y arbustos aplastados.

En menos de cinco segundos, Eurineftos aterrizó sobre el suelo empinado, arraigando a la zona donde sus escáneres detectaron los movimientos... Pero lo único que halló en ese lugar de la ladera montañosa es un cráter vacío. El Metallion viró la cabeza hacia otras partes del extenso bosque y los inhóspitos picos montañosos, pero fue incapaz de detectar esos movimientos erráticos de nuevo. Terminó por ladear la cabeza y encogerse de hombros.

Me corrijo. El sujeto "Zinac" ha escapado. 

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7
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https://youtu.be/2P3Ds86Xg94

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷

Mecapatli

Mercado de las montañas

A Xolopitli le ponía muy contento el ver a Yaotecatl sentado en la misma silla donde, hace un solo día, pensaba que no lo volvería a ver. Miró de soslayo a Randgriz, sentada en el otro lado, y le dedicó una sonrisa dichosa.

—¿Cómo te sientes ahora, amigo? —inquirió Xolopitli, sin borrar su sonrisa.

—Ah, no, pues mucho mejor, patrón —contestó Yaotecatl, y señaló con un dedo a Randgriz—. Al final si me vino bien dejarme "huevonear" por las palabras de esta medusa.

<<¿Cuándo será el día en que me dejen de llamar por esos nombres?>> Pensó Randgriz, aunque más que molestarse, se lo tomó con humor al sonreír de oreja a oreja.

—Ni el divino niño de atocha nos habría previsto que una pelaita como esta nos sería de gran ayuda, patrón —prosiguió Yaotecatl sin parar de agitar exageradamente su brazo, como si fuera un locutor que estuviera actuando en una transmisión.

—Sabes, me sigues llamando "niña", cuando tengo más edad que ustedes dos —comentó Randgriz, ls brazos cruzados, haciendo un puchero.

—¡Es solo un decir! —exclamó Yaotecatl entre risas.

—Y veo que ustedes dos ya se llevan bien —indicó Xolopitli, las manos entrelazadas sobre la mesa—. Hace menos de veinte días tú le tenías una pistola apuntada en la cabeza —señaló con un dedo a Yaotecatl—, ¿y ahora qué? ¿Son los mejores amigos por siempre?

—Aun falta trecho para eso —respondió Randgriz—. Por ahora podemos decir que... compartimos mucho en común.

—Digo lo mismo —concordó Yaotecatl—. Esta es la primera vez que he tenido un amigo... ¡En años! Oh, pero no lo quiero ofender, patrón —inmediatamente puso una mirada de cachorro y se la dedicó a Xolopitli—, que usted tiene un lugar especial en mi corazón.

—Bueno, no te pongas cursi ahora —Xolopitli sonrió a pesar del comentario, demostrando su genuina felicidad hacia ambos—. Vuelvo y les digo, me alegra que hayan podido hacer más fuerte su vinculo, no solo entre ustedes, sino también con la organización. Esta te lo debo —Xolopitli señaló con un dedo a la valquiria—. Por haber traído de vuelta a mi amigo. Te lo digo: la organización no sería lo mismo sin él.

—¿Y ahora quién es el que se pone cursi, ah? —lo recriminó Yaotecatl, cruzándose de brazos y sonriendo burlescamente.

—Cállate —Xolopitli agitó su mano en un gesto de hacerlo parar. Yaotecatl cuchicheó risitas de ratón.

—Y bueno, patrón, ¿cómo le ha ido a Zinac?

—Aún no me comunico con él, pero según me dijo la vez pasada, Tranquilandia pudo producir casi dos mil kilogramos de Flor de Íncubo. ¡Otro logro para nosotros! Y gracias a que Eurineftos nos hizo el favor de quitarnos temporalmente la competencia, entonces nos hemos ganado bonos extras en el Mercado Negro del Bajo mundo por la producción. Eso me hace recordar algo ahora mismo —Xolopitli dirigió la mirada hacia Yaotecatl. Este último torció la cabeza en un ademán de confusión—. Yaotecatl, me vas a acompañar al mercado para recoger un armamento especial dela Multinacional Tesla.

—¿Cómo? ¿Esta vez no se los tuviste que robar? —inquirió Yaotecatl con sarcasmo, al tiempo que Xolopitli se bajaba de su silla y se detenía a su lado luego de escuchar el comentario.

—Cosa que nos evitara más conflictos con Tonacoyotl. Sigueme.

Yaotecatl se bajó con gran entusiasmo de la silla, sintiéndose en cofradía con Xolopitli por como esta vez será su escolta. Randgriz, por otro lado, se paró de la silla y siguió a ambos nahuales mapaches hasta la salida de la sala de reuniones.

—Xolopitli, ¿y qué hay de mí? —preguntó.

—Tú ya tuviste suficiente trabajo por estos días —contestó Xolopitli antes de atravesar el umbral—. Descansa por el día de hoy, ¿sí? Te lo mereces.

Ambos nahuales mapaches abandonaron la sala de reuniones, dejando a Randgriz sola en la habitación. La Valquiria Real se encogió de hombros, suspiró y asintió con la cabeza

<<Debo aprovechar esto para comunicarme con William. ¡Necesito saber qué hacer ahora para acercar a Xolopitli y a Uitstli!>> Pensó, y rápidamente salió de la sala por otra puerta. 

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https://youtu.be/Ch4rFfqd5BQ

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷

Xolopitli y Yaotecatl no perdieron el tiempo en ir hoy mismo a los mercados. Salieron de la finca en coche, y debido a que todo este territorio les pertenecía, no se molestaron en ser llevados por más escoltas. Solo ellos dos, para disfrutar del momento juntos luego de tantas desidias entre ellos y misiones peligrosas que los han separado por muchas semanas.

Se dirigieron hacia la parte sureña de los mercados que vadeaban los suburbios de malhechores de Mecapatli. Tanto el Jefe de los Tlacuaches, como su escolta, se hicieron pasar por nahuales mapaches comunes y corrientes para ir en el perfil más bajo posible. Entre la gente era un conocimiento tácito que todo este territorio era controlado por el Cartel, pero no se sabía si por Xolopitli directamente o por algún lugarteniente suyo. Para Xolopitli, era mejor guardar las apariencias antes que ir de Al Capone como si fuera una celebridad.

A pesar de tener una muy mala reputación, esta parte del mercado de las montañas se transpiraba el mismo aire medieval y antiguo que en cualquier otra parte del bazar azteca. Las tiendas de aquí eran de todo tipo, desde fruterías, panaderías, perfumerías utensilios de mobiliaria y hasta servicios de prostitución. El olor a los entremezclados de los inciensos, los perfumes aromáticos, los cigarros y la fruta fresca ocultó el hedor de la Flor de Íncubo que algunos jovencitos demonios estaban esnifando dentro de callejones.

Xolopitli y Yaotecatl se dirigieron hasta un mercado de productos Nahulalli, y se detuvieron frente a la barra. El anciano de allí, un hombre con arrugas y verrugas que ocultaba bajo una capucha andrajosa, dio un respingo al reconocer a los dos mapaches que estaban de pie frente a la tarima.

—Oye, viejo —espetó Xolopitli, poniendo un brazo sobre la barra—, he venido por la merca.

—S-señor Xolopitli —farfulló el anciano—, no p-pensé que viniera t-tan rápido. Apenas he recolectado dos dispositivos...

—No importa, iré a recoger el resto más tarde cuando los tengas —Xolopitli le hizo un ademán oon la mano para que se apurase— ¡Date prisa, pues!

El anciano asintió con la cabeza nervioso, y se dirigió dentro de la carpa de su tienda. Yaotecatl observó su derredor, analizando con su único ojo a las tumulto de personas que no paraba de moverse de adelante hacia atrás. A pesar de que le dijo que esto solo sería una misión de recaudo, no podía evitar escudriñar el ambiente en búsqueda de algo que no encajase.

Pero por el momento, no halló nada.

—Aquí está, señor Xolopitli —el anciano regresó del interior de su carpa, cargando consigo dos bolsas mal amarradas y que dentro contenían objetos largos. El Mapache Pistolero vio el contenido dentro de las bolsas, logrando ver dentro dos rifles negros con bordados azules relucientes y con cañones de rieles pegados debajo del cañón principal—. Y tal como usted dice, traeré el resto y le avisaré para que venga a reclamarlos.

—Y más le vale que sea pronto —espetó Xolopitli, cargando con una bolsa al hombro y dándole la otra a Yaotecatl—. Ojito con salirme con otro chorro de baba como el de hoy, ¿entendido?

El anciano azteca volvió a asentir reverencialmente. Los dos nahuales mapaches se volvieron sobre sus pasos y siguieron el camino recto del sendero principal del mercado. Yaotecatl miró hacia atrás, y vio por encima del hombro una lúgubre sombra cernirse sobre el mercader antes de que este se metiera de regreso al interior de su tienda.

—¿Le pasa algo, Yaotecatl? —dijo Xolopitli, dandole un golpe en el hombro— Lo notó desorbitado de los Nueve Reinos. ¿Para dónde se va? ¿Para Marte?

—Para Júpiter será, si me alcanza el combustible —contestó Yaotecatl, siguiéndole el mismo juego burlón.

—Oigan a este... —Xolopitli le dio un amigable empujón y carcajeó.

—No, pues vea, patrón... —Yaotecatl se mordió el labio inferior y miró hacia otras partes del mercado mientras seguían avanzando por la avenida principal— Le dije a esa Randgriz sobre mi pasado, ¿si me entiende? Algo que solo se lo he dicho a usted y a nadie más.

—Oh, ¡entonces las cosa con la valquiria están mejor de lo que pensaba! —la exclamación y después risas de Xolopitli hicieron que Yaotecatl sonriera por todo lo bajo, y se ruborizara— Me alegra mucho escuchar eso, amigo. Has evolucionado bastante desde la primera vez que te saque de ese antro. Estás más abierto, y te veo más decidido.

—Usted me inspiró en ello, patrón —Yaotecatl le apoyó una mano en el hombro al Mapache Pistolero—. De no ser por usted, yo no estaría aquí. Y eso se lo agradeceré hasta que cuente todas las estrellas del universo.

—Yo igual lo digo —Xolopitli se puso melancólico y emocional de repente—. Si no fuera por ti, los Tlacuaches no serían lo mismo —el comentario hizo que Yaotecatl agrandara todavía más la sonrisa, y el buen humor entre ambos los acompañara por todo el camino.

Los dos nahuales salieron de al avenida luego de dar un círculo entero a parte sureña del mercado. Salieron a la calle que conectaba al exterior, y se dirigieron hacia su vehículo. Los dos se subieron al mismo tiempo, y colocaron los rifles tesla en los asientos traseros. Xolopitli accionó la llave, y el motor del vehículo se encendió. Estuvo a punto de pisar el acelerador, cuando de repente su celular empezó a vibrar.

—Qué chimba que llamen justo ahora —Yaotecatl sacó el teléfono del bolsillo del pantalón de su jefe, y vio la pantalla táctil—. Huh, número desconocido —miró de soslayo a Xolopitli, quien tenía la mirada igual de extrañada. Este último le hizo un ademán con la cabeza para que contestara. Yaotecatl abrió la llamada y lo puso en altavoz—. ¿Sí?

Escúchenme atentamente.

La voz distorsionada y demoniaca les hizo dar un tumbo en sus corazones. Los dos nahuales intercambiaron miradas.

—¿Quién habla? —preguntó Yaotecatl, y Xolopitli le hizo un ademán con la mano para que no hablara de más.

El Cartel de los Coyotl ha enviado un sicario al sur del mercado —prosiguió la voz distorsionada, y la sola revelación puso los pelos de punta a Yaotecatl y Xolopitli—. Se acercan por los alrededores. Tienen treinta segundos de vida.

—Mire, malparido chupamonda, ¿por qué no se va a robar al monte? —maldijo Yaotecatl, liberando jadeos de pavor que no pudo ocultar con su vulgaridad.

Ya viene.

Y la llamada se cortó sin previo aviso. 

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷

El pánico insurgente comenzó a dominarlos. Xolopitli miró pro la ventana y por el retrovisor, buscando con la mirada algo que lo pusiera en alerta más de lo que ya está. De mientras, Yaotecatl, pensando erróneamente, marcó un número en el celular de Xolopitli. Entreabrió la boca cuando la vibración se detuvo, pero no dijo nada cuando el buzón de voz de Randgriz sonó.

—Oye, pelaita, habla Yaotecatl. No sé si ser payasa es tu segundo trabajo, pero esa llamada no le hizo gracia ni a las vacas —el mapache tuerto observó por el retrovisor, solo viendo a las personas caminando por la acera o comprando utensilios en las tiendas—. Por favor, devuélvenos la llamada.

—¿Ves algo? —farfulló Xolopitli, la piel de gallina, el pecho siendo sacudido por la respiración agitada.

—No... no veo nada... —Yaotecatl entrecerró los ojos. De su boca no paraba de surgir gimoteos de miedo— ¿Qué coño fue esa llamada?

—No sé... —Xolopitli se llevó una mano a la cintura y palpó el mango de su pistola— Pero mejor estar prevenidos —Yaotecatl lo imitó, y desenfundó de su cintura uno de sus revólveres.

Tan repentino y tan horroroso fue esa llamada sorpresa que el pánico los asoló hasta el punto en el que Xolopitli se le olvidó por completo pisar el acelerador y salir huyendo lo más rápido posible. El aguzado miedo los hizo sentir claustrofóbicos dentro del coche como si fueran ratones encerrados en una jaula a la espera de un depredador para que se los comiera. El sonido de los vehículos y el de las personas se interiorizó, y lo único que escucharon los dos nahuales fueron sus respiraciones desasosegados y el latir de sus perturbados corazones.

Yaotecatl miró el reloj de la radio, y su cuerpo se paralizó del frío pavor al ver que ya han pasado los treinta segundos.

—Ya pasó el tiempo —anunció, los labios temblorosos—. Patrón...

—No quites tu ojo de las ventanas —masculló Xolopitli, chirriando los dientes y recluyendo la espalda sobre el sillón para poder ver mejor los ángulos del retrovisor.

La paranoia se apoderó de los dos nahuales mapaches. Sus desorbitados y temblorosos ojos no paraban de mirar cada palmo de las calles, viendo como el tiempo se ralentizaba y veían a las personas caminar en cámara lenta. Eso izo que Yaotecatl, con su único ojo, pudiera ver a través del retrovisor una silueta estática, resaltándose entre las demás personas que caminaban lentamente con su capa negra, su pelaje blanco, su aura de depredador por su apariencia de lobo blanco... Y sus ojos rojos.

—X-Xolopitli... —Yaotecatl golpeteó el hombro de su compañero con una mano y le indicó que viera el retrovisor.

—¿Lo viste? —farfulló Xolopitli, dejando extrañado a Yaotecatl al ver que no se sorprendía como él. Miró el retrovisor también, y con gran horror vio que el nahual lobo ya no estaba allí.

—¡E-esta a ahí! —balbuceó— Patrón, es un nahual lobo blanco y encapuchado. Mire su alrededor.

<<¿Nahual lobo?>> Un terrible escalofrío recorrió la espalda de Xolopitli. Los pelos se le pusieron más de punta, y los traumas en su mente lo pusieron más paranoico y entrado en pánico al relacionar al descripción de Yaotecatl... con el de la Muerte Blanca.

Se oyó un clic de arma venir de su lado izquierdo. Xolopitli viró los ojos al instante, pero solo vio a un nahual lobo de pelaje anaranjado inspeccionando la limpieza de un rifle antiguo. Los dos nahuales ya no podían más con la desesperación, que tanto estaba degenerando sus mentes. Xolopitli, entre jadeos intensos, estuvo a punto de pisar el acelerador.

Cuando justo alzó la mirada para ver una vez más el retrovisor izquierdo, y lo vio frente a frente, esgrimiendo sus dos hoces y aproximándosele a grandes zancadas.

La Muerte Blanca. 

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https://youtu.be/ykDyTzgMo4c

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷

Yaotecatl y Xolopitli alzaron sus pistolas y estuvieron a punto de apretar el gatillo, pero Mizquitak fue más rápido en atacar: se impulso hacia el vehículo donde sus presas estaban ocultas, y de un potente empujón con su hombro golpeo la parte lateral de la camioneta. Todo pasó tan rápido en cuestión de unos segundos: disparos de balas perdidas que salieron volando por las ventanas, gente chillando despavoridamente y huyendo en bandadas por los callejones de los mercados, tropezándose, empujándose y pisoteándose en el proceso, y el vehículo donde estaban subidos los dos nahuales mapaches salió volando por encima de las tiendas del mercado, dando vueltas en el aire hasta acabar cayendo brutalmente encima de una frutería. El dueño pudo escabullirse a tiempo, y la enorme camioneta cayó volcada encima de las frutas, aplastándolas.

El vehículo quedó bocarriba, con sus vidrios convertidos en mares de cristales. Mizquitak no perdió el tiempo con las escaramuzas y el miedo proyectado por la multitud de personas que huían con pavor en sus corazones. La Muerte Blanca se impulsó hacia delante, convirtiéndose en un borrón blanco que atravesó todo el mercado en segundos. Enterró la hoja de una de sus hoces en la puerta de la camioneta, y de un tirón la arrancó de sus bisagras. La puerta cayó cerca de una de las bolsas farragosas donde se encontraba uno de los rifles tesla.

Mizquitak miró dentro de la cabina. Sus presas ya no estaban ahí. 

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https://youtu.be/Xc4Es4xsfMo

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷

El sonido de los pitidos constantes de las camionetas dominó todos los sonidos del ambiente, siendo el único ruido que se oía en toda la escena, superponiéndose al de los alaridos estridentes de las personas. El nahual lobo irguió la espalda y observó su derredor, escudriñando cada palmo de los callejones de los mercados. Transpiró hondo , y después exhaló profusamente, esbozando una macabra sonrisa en el proceso.

—Puedo oler sus miedos, ratones... —gruñó Miquiztak, Esgrimió sus dos hoces, entrechocando sus hojas curvas y emitiendo clangs metálicos que resonaron en todo el perímetro— ¡Salgan ya! No prolonguen más lo inevitable...

La Muerte Blanca empezó a anadear lenta y seguramente a través de las tiendas de fruterías, zapaterías y perfumes. Para este punto todas las personas del mercado habían huido, siendo solo él y los puestos de vendedores ambulantes abandonados a su suerte. Mizquitak persistió en entrechocar sus hoces, haciendo imparable el sonido chirriante de ambos metales entrechocándose, volviendo más incesantemente tensado todo el ambiente.

De repente se escuchó el sonido de algo moverse debajo de unas cajas. Mizquitak se dio la vuelta, y vio a lo lejos una montaña de baúles. Se dirigió hacia él, sonriente, mostrando los colmillos tintados de baba roja. Se detuvo frente a frente ante el montículo de cofres.

—Mmmmm... ¡Mal lugar para ESCONDERSE!

Y de un espadazo de fuego de una de sus hoces, Mizquitak partió el dos los más de diez baúles. Los cofres de esparramaron por el suelo, convertidos en pedazos de madera que ardían en llamas rojas oscuras. Para sorpresa de la Muerte Blanca, sus presas tampoco estaban allí.

El nahual lobo escuchó el clic de unas armas de fuego alzándose. Miró rápidamente hacia ambos lados, y descubrió a Yaotecatl y a Xolopitli salir de detrás de unos vehículos, levantar sus revólveres, y disparar incesantemente contra él.

Pero ninguna de las balas consiguió acertarle, pues Miquiztak se convirtió en un borrón blanco que se desvaneció e un abrir y cerrar de ojos. Las balas surcaron el aire, y los dos nahuales tuvieron que tirarse al suelo para no ser golpeados por los proyectiles. Rápidamente se pusieron de pie, e intercambiaron miradas.

Solo para que Xolopitli viera como Miquiztak aparecía detrás de Yaotecatl, y atravesaba su vientre con una de sus hoces.

Yaotecatl apenas pudo despedir un gemido ahogado antes de que la sangre empezar a brotar de su hocico. El miedo golpeó a Xolopitli como nunca antes en toda su vida. Miquiztak sonrió, y en un acto macabro y cruel levantó al mapache tuero por encima de su cabeza, y arrojarlo al suelo como si fuera un muñeco inservible. El suelo se tintó de la sangre del moribundo nahual.

Y tras el miedo en el corazón de Xolopitli, vino la rabia máxima.

—¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOO!!!!

Alzó su revólver y disparó todas las balas hasta vaciar el tambor del arma. Mizquitak desvió todas las balas con sus hoces, con tanta facilidad que Xolopitli quedó paralizado. Y antes de que pudiera darse cuenta, la Muerte Blanca se desplazó como un borrón blanco hasta él, y ya le había atravesado el estómago con su otra hoz. Xolopitli vomitó sangre al suelo, Mizquitak lo jaló de los cabellos para propinarle una patada en el pecho. El Mapache Pistolero salió despedido a toda velocidad hasta chocar de espaldas contra la puerta de un choque, haciendo que sus ventanas explotaran en mil vidrios.

El silencio de muerte reinó en todo el mercado del sur. Mizquitak entrecerró los ojos, y vio como el moribundo Xolopitli alzó lentamente la cabeza, revelando que aún tenía los ojos abiertos. La Muerte Blanca sonrió y ladeó la cabeza

—No... MUY FÁCIL... —y de un golpe secó unió sus dos hoces para formar una enorme guadaña de doble hoja. tras eso comenzó a caminar lenta y pesarosamente hacia Xolopitli, rozando el pavimento con las hojas de la guadaña.

Yaotecatl, retorciéndose de dolor en el suelo bajo su propio charco de sangre, vio con gran consternación como Mizquitak se acercaba hacia su patrón. El Mapache Tuerto jadeó sin césar, sintiendo la impotencia del momento, la ineptitud de poder salvar a su héroe nacional. No obstante... una voluntad férrea nació en él al ver la bolsa donde estaba uno de los rifles tesla, a cinco metros de él.

Entre temblores incontrolables y gimoteos de dolor y desesperación, Yaotecatl se acercó a la bolsa. Mizquitak atravesó la calle, creando surcos en el pavimento con su guadaña mientras fulminaba al debilitado Xolopitli con la mirada. Yaotecatl llegó hacia la bolsa, y con manos ensangrentadas la destapó, sacando de allí el fusil de asalto futurista; lo manchó de sangre nada más agarrarlo, con esfuerzo inhumano se lo puso en el hombro y usó la mirilla láser para apuntar a Mizquitak.

La Muerte Blanca ya tenía un pie aplastándole las costillas a Xolopitli. En los ojos del Nahual se vio su vida pasar fugazmente, hasta llegar al momento justo en el que Miquiztak, robándole el lama con su mirada a escarlata, alzó su guadaña, y descargó un corte limpio directo en su cuello....

Pero la hoja nunca llegó a cortarle la cabeza, pues Miquiztak fue golpeado repentina y brutalmente por una ráfaga de electricidad azul que lo mandó a volar cientos de metros lejos de la carretera. la Muerte Blanca dio un alarido de sorpresa que, en segundos, se perdió en la distancia. El rifle tesla echaba humo por su cañón de riel, y Yaotecatl echaba vaharadas por la boca sucia de su sangre. El mapache tuerto tiró el rifle a un lado, y vio a lo lejos a Xolopitli asentir con la cabeza antes de caer inconsciente al suelo.

Yaotecatl se reposó bocarriba en el suelo, apreciando con humor el firmamento de nubarrones negros. Sonrió para sí mismo, y un pensamiento se le cruzó por la mente antes de desmayarse sobre su charco de sangre:

╔═════════ °• ♔ •° ═════════╗

𝓔 𝓝 𝓓 𝓘 𝓝 𝓖

https://youtu.be/boJTHa_8ApM

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