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Maquixtiloca Teótl Innan (Ajachi 2)

SALVACIÓN DE NUESTRA DIOSA MADRE (Ajachi 2)

https://youtu.be/oc65Wo5w6sU

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https://youtu.be/CQDyzehqArA

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

El dios azteca y los aztecas mortales se ocultaron tras las paredes a cada lado de las compuertas deslizantes. Esperaron el siguiente lapso de una eternidad de tintineos de campana, de pisadas babosas y de gorjeos viniendo del grupo de Comegen que se aproximaban hacia la celda. Mixcóatl pegó su oído a la pared y cerró los ojos, concentrando su cerebro en identificar las ondas sonoras de cada campana y cada carcelero que recorría por el pasadizo. Pudo identificar hasta cinco de ellos, y se los indicó a los Manahui alzando cinco dedos.

—Yo atacaré primero, luego ustedes —indicó Mixcóatl con gestos manuales—. Primero córtenles las manos, y después ataquen la cabeza. No dejen que sus ráfagas los golpeen.

Todos los Manahui afirmaron con la cabeza. Al fondo de la pared frontal se encontraban Zinac y Yaocihuatl cargando en sus hombros los brazos de Uitstli. Delante de ellos estaban Tepatiliztli (quien cargaba al casi inconsciente Tecualli en uno de sus brazos) y Zaniyah. Del otro lado de la pared estaba Mixcóatl y Xolopitli, este último empuñando la cuchilla negra del nahual quiróptero.

La espera se hizo eterna, y el incesante sonido de los campaneos y de los chasquidos babeantes de las pisadas pusieron incomodos e impacientes a los Manahui. Mixcóatl permaneció con la mirada determinada y los puños en alto, uno de ellos empuñando su lanza de plumas. El determinismo de su semblante motivó al grupo azteca para mantenerse erguidos y preparados para atacar.

La compuerta de hierro se deslizó lentamente, revelando un umbral con penumbra del otro lado. El grupo se mantuvo expectante, manteniendo la respiración con tal de no producir sonido alguno. Una mano se asomó de la oscuridad, sosteniendo la campana de fulgor verde. Mixcóatl apretó los labios y espero un poco más para que se adentre.

Y una vez vio la cabeza de pulpo del prisionero asomarse también, Mixcóatl descargó un amplio tajo de su filosa lanza, cortándole de un solo el brazo y la cabeza al mismo tiempo.

El chillido que emitió el Comegen casi ensordece a los Manahui. Mixcóatl, rapaz, se abalanzó sobre e cuerpo decapitado y lo empujó, obstruyendo el camino de los otros cuatro carceleros que venían detrás. De una sólida patada empujó el cadáver, y los Comegenes se desmoronaron al piso. Los Manahui salieron rápidamente de la celda; Mixcóatl lideró el camino por el angosto pasillo, con Tepatiliztli, Yaocihuatl y Zinac cargando a los heridos, mientras que Xolopitli y Zaniyah se encargaron de asesinar a los humanoides pulpos con sendas puñaladas en sus cerebros, manchándose los rostros de sangre en el proceso.

El grupo recorrió el oscuro pasadizo, siguiendo de cerca al ahora líder Mixcóatl. A través de las celosías se filtraba los resplandores de los relámpagos, así como el hedor a lluvia proveniente de los vientos. EL rugido de los huracanes de afuera obstaculizó el buen oído de Mixcóatl, quien, con su oreja pegada a la pared, trató de identificar las pisadas de más Comegenes.

Pudo identificar a un dúo de ellos viniendo hacia acá. Mixcóatl se detuvo, se pegó la pared, y con un ademán ordenó al grupo hacer lo mismo. Se mantuvieron pegados a la pared, y cuando los carceleros se asomaron por la encrucijada, Mixcóatl los atacó descargando un tajo que les cortó las manos. Zinac se abalanzó hacia ellos, apuñalando al primero en la cabeza, y dándole en la aptada al segundo y rematándolo con un cuchillazo que aplastó su cerebro contra la pared.

—¡CUIDADO! —chilló Tepatiliztli, señalando con una mano una ráfaga verde viniendo en dirección a ellos.

Zinac se agachó, y el resto lo imitó. El proyectil verde pasó volando por encima de ellos. Los Comegenes del fondo del pasillo agitaron sus campanadas, y de ellas dispararon más corrientes eléctricas verdes.

—¡Corran! —exclamó Mixcóatl, asiendo una mano y exhortándolos a que siguieran camino izquierdo por el pasillo. Justo en ese instante, Mixcóatl sintió el renacer de una reserva de sus poderes divinos. El dios de la Caza empleó esa pequeña reserva para crear un escudo dorado circular, el cual absorbió las ráfagas, le dio oportunidad de escapar, y le devolvió el ataque a los Comegenes en forma de un láser dorado que, al impactarlos, los convirtió en polvo.

Los Manahui corrieron por el pasillo y se detuvieron en seco al ver la sombra de dos Comegenes asomándose en el camino. Mixcóatl venía en camino, pero se estaba tardando. Xolopitli, viendo que los carceleros estaban a nada de asomarse, recogió una piedra del suelo y la lanzó al fondo del pasillo. Eso atrajo la atención delos Comegenes, quienes rápidamente siguieron el objeto que vieron y les dio la espalda al grupo. Zaniyah aprovechó ese instante de distracción para asaltarlos por la espalda, y clavar la aguja de bronce directo en sus cerebros, matándolos al instante y empapándose de más sangre en el proceso.

—¡NO SE DETENGAN! —exclamó Mixcóatl, invocando otro escudo dorado detrás suyo que absorbió el impacto de una ráfaga verde y se la devolvió a sus atacantes Detrás de él lo venía persiguiendo una densa fila de humanoides pulpos disparando sin césar sus ráfagas paralizantes.

El grupo azteca reemprendió la marcha con gran apuro y pánico, corriendo entre trompicones y rugidos de esfuerzo. Por todos los lados de las encrucijadas de pasadizos, ejércitos de Comegenes surgían de las sombras, corriendo en dirección hacia ellos como si fuera una inundación de agua a punto de ahogar a unos conejillos de indias. Al fondo del pasadizo por el que corría el grupo se pudo ver, al final de este, unas compuertas selladas con candado.

Arraigaron a las compuertas chocándose sobre ellas. Detrás de ellos, las hordas de Comegenes asomaban a través de las penumbras de los túneles, viniendo inevitablemente hacia ellos. Zinac trató de destruir los candados, pero a pesa de su fuerza sobrehumana, no pudo ni siquiera resquebrajarlo. Mixcóatl lo hizo a un lado y le dijo que él lo hará.

—¡DATE PRISA! —chilló Zinac, los ojos ensanchados del horror máximo.

Mixcóatl apretó los puños y las venas se hincharon por todos su brazos y su abdomen, forzándose a sí mismo en generar una última reserva de energía divina. Y justo cuando los Comegenes dispararon sus ráfagas paralizantes hacia ellos, Mixcóatl abrió los ojos , iluminados de color marrón, y en su mano invocó un disco dorado con el cual rompió las cadenas de un tajo.

—¡VAMOS, VAMOS, VAMOS! —gritó Mixcóatl, haciendo gesto con sus manos y exhortándolos a entrar. Primero entraron Zinac y Yaocihuatl con el inerte Uitstli, seguidos por Tepatiliztli cargando a Tecualli, Xolopitli, Zaniyah y por último Mixcóatl, este último cerrando tras de sí la puerta justo cuando una de las ráfagas verdes colisionó con la compuerta, generando una explosión que llenó de hollín la superficie.

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https://youtu.be/_Qr2T1az1Ck

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|◁ II ▷|

El pecho de Mixcóatl subió y bajo de la intensa respiración. El sudor le corrió y cayó por las mejillas y el mentón. Cerró los ojos, dio brusco vahído, tragó saliva y gruñó entre dientes. Jamás se había imaginado que el dolor que siente un mortal sin sus poderes divinos llegara a ser tan doloroso. Irguió la espalda, y justo antes de darse la vuelta, escuchó el murmullo aterrado de Zaniyah llamándolo por su nombre:

—S-señor Mixcóatl...

El Dios de la Cacería se dio lentamente la vuelta, viendo a su alrededor como el grupo azteca se quedó paralizado, los semblantes con muecas de pavor absoluto. Se limpió el sudor de la frente... y sus ojos se quedaron estáticos, su rostro inundándose del terror como los Manahui.

El vestíbulo en el que se encontraban ahora era amplio, tan grande como una hectárea, de paredes llenas de mohos y agujereadas por las que se podía ver los torbellinos de viento del exterior, un techo abovedado atiborrado de símbolos del Culto de Mictlán (calaveras, esqueletos danzarines y sacrificios humanos) que dejaron boquiabiertos a Xolopitli y Zinac, y objetos de tortura como sierras, garfios, rebanadores, marinadoras y trituradoras totalmente ensangrentadas, algunas de ellas... sosteniendo carne humana ya pútrida.

El fétido olor de la carne podrida infestaba todo el rellano, obligando a todo el grupo a cubrirse las narices con sus manos. Las vistas panorámicas de aquel matadero humano no hacían más que empeorar a medida que se acercaban a él y observaban más detalles: filas cabezas humanas a mitad de camino entre la carne y el hueso organizados en hileras en los mesones, torsos de hombres y mujeres pendiendo de los garfios, restos de cuerpos de... niños, apilados dantescamente dentro de refrigerios, sus extremidades mutiladas y apiñadas unas sobre otras. Zaniyah se quedó viendo los refrigerios boquiabierta, los ojos bien abiertos en una mueca traumatizada. Yaocihuatl soltó al inconsciente Uitslti y salió corriendo hacia Zaniyah, atrapándola en un fuerte abrazo y murmurándole que solo la mirase a ella. La cargó en sus brazos y la alejó de los refrigerios.

—Qué es este lugar, por el amor de Xilonen... —farfulló Zinac, su pecho agitado por el constante miedo. Tecualli no dio crédito a lo que estaba viendo, y una vez que Tepatiliztli lo bajó, corrió inmediatamente hacia un lugar lejano y empezó a expulsar arcadas. Xoloptili estaba tan inmerso en los indescriptibles detalles animalescos de esta carnicería que hasta su respiración se detuvo, y su cuerpo no paró de retemblar.

—Esta... es la otra cara que Omecíhuatlle le oculta a Aztlán —afirmó Mixcóatl, su nariz arrugada y el puño cerrado, tronando sus nudillos.

—¿Eso qué significa? —inquirió Zinac, mirándolo de reojo— ¿Quieres decir que Tlazoteotl trabaja para ella?

—Es una de sus súbditas —respondió Mixcóatl, su mirada cabizbaja. Guardó soporoso silencio—, y una de las lideresas del Culto de Mictlán.

—¿El Culto De Mictlán también está bajo su reinado? —farfulló Xolopitli por todo lo bajo, su mirada tan catatónica que solo veía el suelo— ¡Si se supone que extinguimos a todos sus chingados miembros en la guerra contra Tlacoteotl!

Mixcóatl se quedó en silencio por mucho tiempo. En ese lapso, Zinac posó al inconsciente Uitstli sobre un mesón desocupado, Yaocihuatl sentó a la taciturna Zaniyah sobre una silla cerca de su padre, Tepatiliztli tomó asiento sobre una dispensadora tirada en el piso (su interior lleno de sangre) y se quedó viendo su derredor sin dar crédito a lo dantesco era, y Xolopitli fue a por Tecualli y volvió con este último mareado, el semblante dibujado con una mueca de saña podrida, para último sentarlo en en suelo cerca de la dispensadora donde estaba sentada Tepatiliztli. Todos los Manahui prestaron atención a Mixcóatl, luego de que este, dándoles hasta ese momento la espalda, se encogiera de hombros y suspirara quejumbrosamente.

—¿No se han preguntado por qué ninguna deidad ha viajado a las Regiones Autónomas en todo este tiempo? —exclamó el Dios de la Caza, aún sin volverse hacia los Manahui, estos últimos confusos y mostrando acuerdo a su pregunta. Mixcóatl respiró hondo y se dio la vuelta, encarándolos por fin con una mirada melancólica y triste— Eso es porque en Aztlán se instauró una dictadura. Una que prohibió a los dioses mostrar cualquier afecto hacia nuestros humanos.

La respuesta dejó helados al grupo azteca, la perplejidad y el nerviosismo impregnándose en sus miradas. Mixcóatl se pasó una mano por el rostro, sintiendo las punzadas que retenían su poder divino desvanecerse casi en su totalidad.

—Omecíhuatl gobierna Aztlán con mano de hierro desde la Guerra Civil de Aztlán —prosiguió—. Todos aquellos dioses que estuvieron del lado de Cihuacóatl fueron castigados con la desollación frente al Palacio de Omeyocán; ni siquiera los que quisieron jurarle lealtad se pudieron salvar. Yo pude salvarme de ese castigo autoexiliándome en las otras regiones de Aztlán. Sobreviví en los bosques durante décadas, hasta que aproveche la oportunidad para montar mi propia guerrilla y liderar una guerra secreta contra Omecíhuatl. Guerra que ahora mismo... estoy perdiendo.

>>Pero a pesar de eso, he podido descubrir muchísimos secretos de su gobierno. Desde el lavado de votaciones que hizo en la Conferencia de Urd para darle más votos a la extinción humana en la categoría azteca, hasta el hecho de que ella utiliza los pozos de Nifelheim para traer de la vida a demonios que fueron asesinados por ustedes en el pasado.

—Y entre esos están el Culto de Mictlán... —espetó Zinac, los dientes apretados entre sí. Mixcóatl afirmó con la cabeza.

—Aunque no conozco hasta que limites ella puede usar el Nifelheim, sí sé que ella utiliza a los chamanes y nahuales de este Culto para crear su propio ejército privado. Uno con el cual subyugar por completo a toda Aztlán, y compararse en poder militar con reinos como Roma Invicta.

—Dijiste que Tlazoteotl es una de las lideresas —apostilló Tepatiliztli, sus manos restregando sus rodillas. Miró de soslayo al anonadado Xolopitli—. ¿Conoces a los otros lideres?

—Hasta donde sé solo hay uno más —Mixcóatl superpuso una mano sobre otra encima de sus abdominales—. Sino mal recuerdo su nombre es... Nahualopotli.

—El Brujo Maldito... —inmediatamente al oír aquel nombre, Xoloptili se abrazó los brazos y su vello marrón se erizó de sobremanera. Tecualli se compadeció de él, y muy debilmente le dio un abrazó.

—Pero si ella es una de las lideresas —argumentó Zinac—, ¿por qué entonces está aquí, en el castillo de Metztli?

—Omecíhuatl la envió personalmente para destronar a la Diosa de la Luna y conquistar el último Ilhuícatl que le quedaba en toda Aztlán. Tras eso le ordenó que se quedara en el castillo, y en el proceso la destituyó como lideresa del Culto de Mictlán, encerrándola aquí para siempre. Según parece el Nahualopotli le agradó más como líder del Culto.

—Porque él fue su creador —farfulló Xolopitli, sus ojos temblorosos al igual que su hocico—. ¡Por supuesto que la puta esa lo preferirá a él!

—¿Y hay forma de poder derrotarla? ¿A ella y a sus ilusiones? —preguntó Tepatiliztli.

—Desconozco tan poco a esta diosa que no sé si quiera si hay forma de matarla.

—Eso es lo de menos, maldita sea —exclamó Yaocihuatl, irguiéndose de su puesto pero no alejándose de Zaniyah —. Quetzalcóatl nos envió aquí para rescatar a Xipe Tócih, y nos dio treinta horas para eso. ¡Saben los dioses cuánto tiempo hemos perdido en este castillo dejado de la mano de la Suprema! ¡No podemos seguir perdiendo el tiempo aquí!

—Espera, espera —Mixcóatl entrecerró los ojos y alzó los brazos — ¿Quetzal fue quien los envió aquí? ¿Y por qué no está con ustedes?

—Está atendiendo a los heridos de la bomba atómica —contestó Tecualli, chirriando los dientes al sentir el dolor punzar su vientre.

<<Entonces es por eso que me dijo que viajara a Mexcaltitán si me capturaban los Tezcatlipocas, para encontrarme con los Manahui... >> el Dios de la Caza se mordió el labio inferior y sonrió levemente. <<Quetzal, bastardo, eres igual de ingenioso que tu bendita madre>>.

—¿Y donde dijo que se encuentra su hermana?

—Según investigamos —contestó Zinac—, su paradero estaría en la Mazmorra de los Herejes —bufó y miró hacia otro lado—. Si es que sigue viva, en primer lugar.

—Tiene que estar viva —replicó Mixcóatl, la mirada decidida—. Si Quetzal les dijo que vinieran ahsta acá para salvar la vida de su hermana, entonces yo me uno a eso. Se lo debo personalmente a él, y a Xipe Tócih.

—¿Y eso por qué? —inquirió Tepatiliztli.

—Eso... —Mixcóatl contrajo sus palabras y se encogió de hombros— es otro asunto. Por el momento concentrémonos ahora en buscar nuestras pertenencias. ¿No han sentido que sus Tlamatis han vuelto?

—No... No han vuelto.

La voz bárbara hizo ensancharle los ojos a todos. Los Manahui se dieron la vuelta, y allí lo vieron, sentado sobre el borde del mesón donde Zinac lo posó y con las heridas de sus pectorales totalmente cicatrizadas. Uitstli.

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https://youtu.be/n0TTcu89AC8

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|◁ II ▷|

El rostro de Zaniyah se iluminó con una radiante sonrisa de felicidad de ver a su padre despierto. Tepatiliztli y Yaocihuatl imitaron su sonrisa y, junto a ella, se dirigieron hacia él con el afán de averiguar si estaba bien. Uitstli alzó una mano y las detuvo; después se bajó del mesón e irguió la espalda con gran vigor. Entreabrió la boca, y dejó salir un largo suspiro. Mixcóatl bajó los brazos y se lo quedó viendo a los ojos.

—Tal parece que... —farfulló Uitstli, mirándose todo el cuerpo. Miró de soslayo a Tecualli, este último agitando su mano en un intento en vano de invocar su garrote— el efecto es permanente.

—Entonces hay que hallar nuestras pertenencia, pero ya —indicó Mixcóatl, golpeando su palma con su puño.

—No hay que.... buscar mucho —Uitstli estiró un brazo hacia el fondo de la galería, apuntando con su dedo un montículo negro e puros objetos personales y otras reliquias de gran valor, cerca de despensas que servían como deshechos humanos—. Allá están.

El grupo se dirigió hacia allá, y el horror volvió a ellos al descubrir sus armas y objetos personales enterrados y superpuestos encima de cientos, quizás miles, de objetos personales de los aztecas que fueron sacrificados en este matadero. Joyas, orfebrerías, libros, bolsos, ropas e incluso juguetes de niños. Los Manahui recuperaron sus rifles y espadas de ese cascajo de objetos viejos, provocando un breve desmoronamiento de aquella montaña que terminó regando todos los objetos por el suelo.

Mixcóatl buscó fervientemente algo con la mirada, paseándola por todo el suelo. Apretó un puño, y un objeto debajo de un mueble brilló. El dios azteca fue hasta él y lo recuperó, revelándose como un amuleto de oro fulgurante con la forma de una nube enroscada por una serpiente.

—¿Y ese amuleto? —preguntó Tepatiliztli.

—Le perteneció a mi hermano Camaxtli —confesó Mixcóatl, la mirada melancólica fija sobre el objeto. Alzó los ojos marrones y vio al grupo—. Panquezaliztli, lo llamó él. Es capaz de romper cualquier tipo de maldición, incluyendo divina —Mixcóatl encerró el amuleto sobre su puño, el cual fue envuelto en una cúpula dorada y, con ella, se golpeó el pecho. Una explosión de aura dorada envolvió su cuerpo, sorprendiendo a los Manahui, quienes ahora sentían el verdadero poder divino de un dios azteca ante ellos. Mixcóatl bajó el puño, este aún envuelto en una esfera dorada—. Vamos, siguen ustedes.

Uno a uno miembros del grupo azteca fueron colocándose de espaldas, y Mixcóatl les golpeaba los omoplatos con su Panquezaliztli. Esto provocó que sus auras retornaran a ellos y rodearan imponentemente sus cuerpos. Tepatilizlti y Yaocihuatl volvieron a invocar sus lanzas, Zaniyah pudo invocar sus llamas de nuevo, Zinac consiguió sacar otra vez sus alas de murciélago de su espalda, y la capacidad curativa de Xolopitli volvió y se acelero, curando la herida que tenía en su nuca. Con sus poderes de vuelta, Mixcóatl incluso fue hasta Tecualli y, con solo posar su mano sobre los jirones sangrantes de su cuerpo, hizo desaparecer las heridas y el dolor. El nahual brujo se sintió como nuevo, y al invocar su garrote mágico, se sintió también poderoso.

El último en regresar sus poderes fue Uitstli. Mixcóatl le golpeó la musculosa espalda con gran vigor, y el aura escarlata envolvió el cuerpo del guerrero azteca, generando una explosión de humo rojo que se extendió por todo el rellano. Uitstli levantó los brazos por encima de su cabeza, y al bajarlos con una sacudida, invocó espadas de fuego cortas en sus manos. Mixcóatl apreció el poder del fuego de Mictlán con una sonrisa vanidosa.

—Quetzalcóatl no exageró al nombrarte como el azteca más fuerte de la historia —dijo, y empezó a dar lentos aplausos.

—Pero, ¿será esto suficiente para derrotarla? —inquirió Zinac, accionando su rifle— Separados nos derrotó a todos muy fácilmente.

—Separados —apostilló Mixcóatl, alzando un dedo—. Así es como opera ella. Divide y gana. Además que con sus ilusiones, redujo sus poderes al mínimo. Pero si evitamos sus ilusiones, y combatimos juntos —el Dios de la Caza apretó un puño, y de su palma hizo aparecer un brillo dorado que se alargó y se convirtió en una lanza de luz—, tendremos oportunidad.

—No lo sé... —murmuró Xolopitli, rascándose la nuca— Si tuviéramos aquí a la valquiria esa, entonces sí me creería que podríamos vencerla.

—¿Valquiria? —Mixcóatl frunció el ceño y miró de reojo a Uitstli.

—Uitstli... —Yaocihuatl se acercó a él y le habló cerca de su oído. Uitstli la miró de reojo— ¿Estás seguro de esto? Ni siquiera tenemos aquí a Randgriz para que hagas Völundr.

El guerrero pelirrojo se quedó en silencio, las miradas de todos puestas sobre él. Uitstli intercambió miradas con todo su grupo, y después bajó la mirada, viendo las espadas de fuego en sus palmas. Su mirada se puso melancólica por unos segundos, pero luego de cerrar los ojos y abrirlos tras alzar la cabeza, se transformó en una mirada decidida pero a la vez trágica.

—Ya he matado dioses aztecas antes.

Su respuesta fue el clavó que terminó de sellar el sarcófago. Todo el grupo sintió esa misma cofradía y querella de su líder por batallar, incluso si no se sentían del todo preparados. Mixcóatl se quedó boquiabierto ante su respuesta, y estuvo a punto de preguntarle a que se refería, pero fue interrumpido por él, quien le dijo a Zinac y a Xolopitli:

—¿Recuerdan donde está la Mazmorra de los Herejes?

—Sí —Zinac se llevó un dedo a la cabeza—. Xolopitli y yo tenemos la ruta aquí grabada.

—En ese caso dirijan el camino —Uitstli apretó los puños sobre los pomos de sus espadas, y el fuego escarlata brilló con fuerza—. Vamos a la luchar, una vez más, ¡y pongámosle fin a esta pesadilla!

Y el grupo lideró la marcha más importante de sus vidas: una caminata hacia unas compuertas que había al fondo del rellano que los llevaría a enfrentarse a su primer y poderoso Dios Azteca.

Zinac y Xolopitli iban a la vanguardia, los rifles a la altura de sus hombros y apuntando a las puertas; Zaniyah y Tecualli siguiéndolos por detrás, sus auras anaranjada y verde rodeando sus cuerpos y empuñando con gloria sus armas; Tepatiliztli y Yaocihuatl tras ellos dos, intercambiando constantemente miradas y sonrisas hermanadas; y por último Uitstli y Mixcóatl, el primero siendo rodeado por un aura tan fulgurante que hacía que el segundo entrecerrara los ojos. El Dios de la Caza sintió una mezcla de admiración por el guerrero, y curiosidad por conocer su lúgubre historia detrás. Sentía también genuino miedo por saber el tipo de poderes poseía, y si en verdad fueron capaces de matar a Centeotl y Kauil, como las leyendas cuentan.

Pero algo tenía seguro él, y es que Uitslti era el oponente perfecto para Huitzilopochtli en el Torneo del Ragnarök.

Al llegar a las compuertas del fondo del rellano, Zinac posó sus manos sobre las barandas e intercambió miradas con Xolopitli y el resto del grupo. Al verlos todos listos, abrió las compuertas de par en par, y la oscuridad del umbral les dio la bienvenida.

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https://youtu.be/JmBSQb_f0hU

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|◁ II ▷|

La oscuridad impregnaba por completo las escaleras de caracol por la que descendía el grupo, y la única iluminación que tenían eran los fulgurantes brillos de sus auras. Y adjunto con la penumbra, el silencio se convirtió en rey absoluto, solo siendo interrumpido por sus rápidas pisadas bajando con rapidez los peldaños.

En el recorrido descenso hacia el abismo negro, el mundo exterior se fue consumiendo en oscuridad perpetua. Los sonidos de la tempestad se esfumaron, dejando paso a un tenebroso silencio que encogió los corazones de los Manahui. Los escalones eran muy empinados, y al no haber parapetos por los cuales sostenerse, el grupo caminaba con las espaldas pegadas a la pared, sufriendo vértigos ocasionales por mirar hacia el abismo... el cual les devolvía la mirada.

Mixcóatl les fue explicando las habilidades de Tlazoteotl, y de un plan con el cual poder someterla. Explicó que su forma de hacer entrar en ilusiones a sus oponentes era por medio de los vórtices rojos, por lo que había que mantenerse alejados de ellos con tal de no ser amordazados mentalmente. Zinac sugirió que, si la diosa se basaba sobre todo en ataques psicológicos, entonces físicamente no debía de ser tan fuerte y resistente para ellos. Mixcóatl lo refutó, diciendo que incluso cuerpo a cuerpo ella era tan letal como un Tezcatlipoca. Eso puso los nervios de punta a los Manahui, pero no a Uitstli. Uitstli, con la mirada determinada y sin importarle a lo que se iba a enfrentar, seguía descendiendo los escalones dando fuertes pisadas.

—La clave de esta victoria es someterla —insistió Mixcóatl—, por lo que el plan es usar todos los poderes que tengan a su disposición para subyugarla.

—En ese caso —dijo Zinac, señalándose a sí mismo, luego a Tecualli y por último a Tepatiliztli—, nosotros tres tenemos ese tipo de habilidades.

—Perfecto, me ayudarán a someterla en ese caso —Mixcóatl alzó un pulño cerrado, y fue envuelto en una cúpula dorada—. Y recuerden, si son heridos de gravedad o se les pega una de esas amebas, yo los liberaré.

—Ajá, pero a ver... —gruñó Xolopitli, carraspeando y rascándose la nuca— Cuando la atrapemos, ¿cómo haremos para matarla? Tú mismo dijiste que ni sabes si se puede matar.

—Desconozco mucho de ella, eso es cierto —afirmó Mixcóatl sin pena alguna—, no obstante se corrió por mucho tiempo el rumor de que Metztli estuvo a punto de derrotarla utilizando su poder de Bendición de la Luna, que contrarrestó la aura maldita de Tlazoteotl —el Dios de la Caza alzó su mano envuelta en esfera dorada—. Si soy capaz de golpearla con esto...

—Entonces dañarías directamente su alma —dijo Yaocihuatl, los ojos abiertos de la claridad.

—El plan es el siguiente en pocas palabras —dijo Uitstli—. No caigan en las ilusiones, ataquen y aléjense, y sometámosla para que Mixcóatl dé el golpe final.

Todos los Manahui asintieron con la cabeza. Mixcóatl, en la vanguardia del grupo, sonrió del orgullo de nuevo por ver lo unidos y entendidos que era este grupo de aztecas.

El grupo se detuvo a los pocos segundos de conversación en frente de una plataforma rectangular con vistas hacia el vacío absoluto. Ante ellos se abrió un espacio oscuro liminal; no importaba a donde miraban, parecía que la negrura era infinita en espacio y tiempo. El vértigo regreso, y sus corazones se encogieron del miedo por el atmosférico silencio que dominaba el lugar. Ni pudiendo disparar proyectiles de fuego para iluminar servía; las llamas se apagaban a los diez metros de recorrido.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Uitstli, mirando de soslayo a Mixcóatl.

—Allá abajo esta la mazmorra —explicó la deidad azteca—. Debido a que todo el castillo fue transformado por las ilusiones de Tlazoteotl, muchos lugares parecen inconexos al propio castillo.

—¿Y eso significa? —bramó Zinac a su lado.

El tocado de plumas del dios se extendió lado a lado, fusionándose con sus brazos y convirtiéndose en amplias alas marrones que hicieron agachar la cabeza a todo el grupo. Agitó las alas ed arriba abajo, soltando polvo dorado en el proceso.

—¡Saltamos! —exclamó, y de un impulso se sumergió hacia el vacío negro.

Los Manahui miraron con gran horror como Mixcóatl desaparecía bajo las sombras del vacío, como si un monstruo se lo hubiese tragado. Uitstli sintió una breve retalia que le hizo dar un paso atrás. El guerrero azteca apretó los dientes, y devolvió el paso hacia delante para, a lo último, dar un salto de fe también.

Zinac fue motivado por los movimientos de Uitstli. De su espalda emergieron sus alas de murciélago; agarró a Xolopitli con un brazo, y saltó al vacío. Tepatiliztli y Yaocihuatl intercambiaron miradas; asintieron con la cabeza y, luego de coger carrerilla, saltaron. Tecualli invocó un búfalo de aura verde con una sacudida de su garrote y se montó encima de él; al ver a Zaniyah con el cuerpo encogido y abrazándose a su espadón, la motivó con una sacudida de mano. La muchacha azteca entonces esbozó una mueca decidida, se dirigió hacia el búfalo etéreo y se subió en él. Tecualli azuzó al animal hecho de luz, y este saltó al abismo.

Zaniyah y Tecualli se sumergieron dentro de la oscuridad como un avión que se introduce en los nubarrones. Por unos segundos estuvieron rodeados de la nada absoluta; las direcciones espaciales se desordenaron, y Tecualli y Zaniyah no supieron cual era su arriba y cual era su abajo. el mareo de aquella breve inexistencia acabó al cabo de los quince segundos, cuando Tecualli pudo ver a lo lejos los brillos de las auras de sus amigos de pie sobre el suelo de una morada sin techo.

El búfalo levitó en el aire hasta aterrizar, ligero como una pluma, al lado de las mujeres guerreras. El animal se deshizo en polvo, y Tecualli y Zaniyah cayeron al piso. Junto con el resto de los Manahui inspeccionaron con la mirada la morada en la que se encontraban; lúgubre como una cueva, constaba de cuatro larguísimas paredes atestadas de sarcófagos inclinados o caídos, símbolos de calaveras y esqueletos humanos regados que formaban una "U" alrededor del grupo. Insensibilizados ya de ver tantos horrores, el grupo ignoró el tenso ambiente de esqueletos, tumbas y bóveda negra e infinita que se cernía sobre sus cabezas.

—¿Se supone que aquí está Xipe Tocih? —inquirió Tepatiliztli, el ceño fruncido— Solo veo esqueletos aquí.

—Y muy seguramente todos ellos de dioses —masculló Zinac.

—¿Dónde está Tlazoteotl? —gruñó Uitstli al rostro de Mixcóatl.

—Allá está —Mixcóatl estiró un brazo y, con la punta de su lanza, señaló la silueta negra de un trono al fondo del rellano.

Los Manahui Tepiliztli marcharon hacia el trono de la Diosa de la Inmundicia, liderados por Uitslti y Mixcóatl. A medida que daban cada paso, el peso tensionado del ambiente aplastaba más y más sus espíritus, pero ellos ya no sentían estragos en soportar esa opresión. Habían llegado tan lejos como para echarse atrás ahora. Y no lo harían, por más muerte que se encontraran frente a ellos.

A mitad de camino el grupo se detuvo al oír crujidos rechinantes venir del trono. De repente, aquel enorme trono negro de espinas dorsales se deshizo en miles de piedras, y de sus escombros repiqueteanes empezó a surgir un cuerpo. Primero sus brazos, con sus dedos sangrantes y sus larguiruchas espinas, después su cabeza ovalada y su torso protegido por su armazón blanco, y por último su cintura para abajo, las largas piernas moviéndose en ángulos imposibles para poder reptar por el suelo cual araña. Y a medida que emergía del subsuelo y se erguía, el espacio liminal alrededor de ellos cambió, transformándose ahora en una vaga reminiscencia de una arena de combate.

Los Manahui se colocaron en poses de combate, haciendo rechinar sus lanzas, sus espadas y sus fusiles de asalto. Tlazoteotl, por su parte, entrechocó sus garras y las hizo crujir unas con otras lentamente, hasta que extendió los brazos hacia ambos lados y liberó chispas y líneas de sangre que mancharon el aire.

Uitslti abrió su boca y con un grito liberó toda su pasión por batallar con un mandoble de sus espadas.

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Uitstli abrió el combate abalanzándose hacia ella. Tlazoteotl correspondió a su llamada, impulsándose también y regando tras de sí ríos de sangre que empaparon la arena. Y en pos de su líder, el dios azteca y el resto de los Manahui se impulsaron también, dispuestos a atacar y recibir los ataques de la Diosa de la inmundicia.

Las garras de Tlazoteotl se alargaron. Ella alzo su brazo, y de un zarpazo al suelo desprendió un charco de sangre evaporizante. Los Manahui lo esquivaron impulsándose hacia distintas direcciones. Xolopitli y Zinac accionaron sus rifles y dispararon rondas de cartuchos sobre la diosa. Los tajos invisibles actuaron sobre ella, protegiéndola de las balas. Yaocihuatl se abalanzó hacia ella y la arremetió con un feroz mandoble. La diosa lo bloqueó con sus garras, y su brazo se torció hacia atrás y bloqueó la estocada de la lanza de Tepatiliztli. Tlazoteotl se agachó y, con un amplio giro, arrojó a ambas mujeres hacia el aire.

Cadenas de fuego ondearon por los aires. Tlazoteotl alzó la cabeza, y vio a Uitstli caer de los cielos con sus espadas convertidas en bolas de fuego cayendo sobre ella. La Diosa de la Inmundicia contrarrestó fácilmente el impacto de las dos espadas con una patada ascendente, creando una pared de sangre que apagó el fuego y neutralizó el ataque. Uitstli no se detuvo allí; una vez cayó al piso invocó su escudo y lanza de piedra, se abalanzó hacia ella y la embistió con el escudo, para después atacarla con una estocada. Tlazoteotl se obligó a retroceder dando saltos de bailarina. Uitstli empuñó su lanza con ambas manos y dio un potente pisotón al suelo, generando múltiples espinas pedregosas que alcanzaron a Tlazoteotl, obligando a esta última a distraerse cortándolas con veloces tajos. Uitstli envolvió su lanza con fuego de Mictlán, y se abalanzó hacia ella, arremetiéndola con todas sus fuerzas.

La Diosa de la inmundicia esquivó su estocada y, de un zarpazo, destruyó su lanza de piedra como si nada. Tras eso invocó un vórtice escarlata en su mano, y la acercó velozmente al rostro perplejo de Uitstli.

Pero justo antes de que el vórtice chocara con su rostro, un escudo dorado apareció en frente de él, absorbiendo el golpe del vórtice y generando una onda que los alejó a ambos. Uitstli se cubrió con sus brazos, y al bajarlos vio el borrón dorado que era Mixcóatl impulsándose por el aire hacia Tlazoteotl, cual veloz águila persiguiendo a su presa.

En el camino se le unió Zinac, convertido en su forma de Camazotz. Nahual y dios azteca arremetieron juntos a Tlazoteotl con una avalancha de estocadas y zarpazos. La Diosa de la Inmundicia agitó los brazos hacia atrás, y un escudo de tajos bloqueó todos los ataques de Mixcóatl y Zinac para, después, noquearlos brevemente. Tlazoteotl aprovechó ese instante para atacarlos, pero antes de poder enzárzalos con sus zarpas, oyó un alarido belicoso y vio una sombra abalanzarse hacia ella.

Xolopitli, a lomos de un águila de luz verde invocado por Tecualli, despidió su grito de guerra y disparó los cañones de su rifle directo en la cara de Tlazoteotl. Una explosión de humo recubrió el cielo negro, y Xoloptili emergió del humo con una voltereta hacia atrás, cayendo al suelo para después ser recogido por una de las alas de Zinac. La diosa, por su parte, cayó dando giros sobre sí misma hasta aterrizar conn pies juntillas. No tenía ningún rasguño en su yelmo.

De repente del suelo emergieron poderosas raíces que se enroscaron sobre sus piernas, inmovilizándolas. Tlazoteotl trató de agitar sus brazos para cortarlas, pero al instante recibió la salvaje patada de fuego de Zaniyah directo en su yelmo.

La hija de Uitslti, con los ojos desencajados de la cólera, despidió un desgarrador grito y sus piernas envueltas en llamas divinas propinaron un sinfín de patadas voladoras en el rostro a Tlazoteotl. Se detuvo para empuñar su espadón en el aire y descargar su mandoble sobre ella. La deidad azteca dio un repentino cabezazo a la hoja de la espada dorada, neutralizando el ataque y dejando paralizada a Zaniyah en el aire. Tlazoteotl cortó las raíces, le conectó una patada a Zaniyah en la mejilla, y de un pisotón la aplastó al piso.

De repente, Tlazoteotl fue envuelta en una fina capa de aura verde, paralizándola de nuevo. Tepatiliztli apareció a la vista de la diosa, impulsándose y salvando a Zaniyah de sus garras. Un segundo después aparecieron Yaocihuatl, ambos atacando a Tlazoteotl al unísono con un mandoble combinado de la lanza de plasma y del garrote mágico. Tlazoteotl recibió de lleno el impacto, y salió volando por los aires, donde fue nuevamente interceptada por la telequinesis de Tecualli y enviada de regreso al suelo. Su cuerpo fue aplastado por la fuerza magnética de su magia, lo que Yaocihuatl aprovechó para apuñalar incontables veces a la diosa en su espalda, abriendo numerosos agujeros en su armadura.

El cuerpo de la diosa se enrolló en sombras reptantes que destruyeron de un martillazo la telequinesis de Tecualli. El nahual brujo fue empujado por esto, y Yaocihuatl trató de alejarse con un impulso, pero fue demasiado tarde; su cuello fue atrapado por las piernas de Tlazoteotl, esta última dando un amplio giro en el aire que mando a volar a la guerrera azteca, haciendo que impacte duramente con Tecualli y caigan al suelo.

Las heridas de su armazón se regeneraron. Tlazoteotl entrecruzó sus brazos, y las sombras que rodeaban su cuerpo emitieron un incesante chirrido de taladros que aturdió a todos los Manahui, haciendo que se lleven las manos a las orejas. Mixcóatl, entre dientes apretados, vio con horror como las sombras se separaban de su cuerpo... y creaban clones de ella.

—¡¿Y AHORA?! —chilló Xoloptili al ver dos clones de ella ahora, y justo en ese momento el ensordecedor chirrido del taladro se detuvo.

—¡Por cada clon que genera divide un tercio de su poder! —exclamó Mixcóatl, invocando otra lanza de luz y esgrimiéndolas magistralmente— No hay usuaria original, todas son extensiones de ella misma —vio una clon de Tlazoteotl impulsarse hacia él y arremeterlo con un zarpazo. Mixcóatl bloqueó el ataque con sus dos lanzas, para después empujarla y propinarle un rodillazo directo en su vientre, alejándola con un fuerte impulso—. ¡Manténganlas lejos unas de otras!

—Esto ahora se pone más injusto... —gruñó Zinac, tirando su rifle ahora sin balas y pasando a los puños y a sus alas de quiróptero. Tepatiliztli se unió a su cruzada cuando el clon de Tlazoteotl se les acercó y los atacó a ambos con un latigazo de un laso de sangre que invocó en sus manos. Tepatiliztli lo protegió con su lanza, y Zinac contraatacó al clon abriendo su boca y disparando una onda sónica que la aturdió levemente, dándole oportunidad a Zaniyah (sus heridas curadas gracias a Mixcóatl) de contraatacar con un amplio espadazo que liberó flamas por toda la arena.

Xolopitli se alejó de un impulso cuando la tercera Tlazoteotl se abalanzó hacia él como una fiera, lanzando un zarpazo y destruyendo el suelo con sus garras. El Mapache Pistolero contraatacó con una andada de disparos directos en su cabeza. Tlazoteotl ni se inmutó a ellos, pero eso le dio oportunidad a Uitstli y a Yaocihuatl atacarla juntos; la segunda barrió el suelo con un mandoble de su lanza de plasma, haciéndola caer en el aire y Uitstli la remató con un feroz puñetazo en su vientre. La diosa rebotó por el suelo como una piedra, hasta que clavó sus zarpas en el concreto y se detuvo a diez metros de distancia.

Mixcóatl apuñaló al clon de Tlazoteotl con un lanzazo en su vientre. El Dios de la Caza la empujó cinco metros de distancia, hasta que ella se liberó rompiendo su lanza dorada, propinándole un codazo en su rostro y disponiendo a cortarle la yugular... Hasta que justo fue paralizada por la prisión telequinética de Tecualli. El nahual brujo apareció volando del cielo, propinándole un garrotazo a la diosa directo en su cráneo. Mixcóatl acompañó al ataque invocando un escudo de luz y, con este, embistiendo a la diosa, generando una explosión lumínica que la dejó aún más aturdida. Tecualli remató a la diosa agitando su garrote hacia arriba e invocando en el cielo el holograma de una gigantesca torre medieval, la cual hizo caer sobre su enemiga y la aplastó en un tsunami de maremotos verdes.

—¡ZANIYAAAAAAH!

El chillido aterrado de Tepatiliztli llamó la atención de Mixcóatl. Se dio la vuelta con brusquedad, y vio con gran horror como Zaniyah era paralizada por una ameba pegada a su rostro. Tlazoteotl aprovechó ese instante de pavor de sus enemigos para atacarlos; le propinó un rodillazo en el rostro a la médica azteca que la hizo caer inconsciente al suelo, y de dos zarpazos hirió de gravedad a Zinac.

—¡QUEDÁTE AQUÍ! —chilló Mixcóatl a Tecualli, para después aletear sus alas e propulsarse a toda velocidad hacia ellos.

El Dios de la Caza le propinó una brutal patada doble en la cabeza a Tlazoteotl, mandándola a volar hacia el abismo. Mixcóatl no se detuvo allí, y abriendo un portal para teletransportarse justo por encima de ella, le volvió a conectar otra patada con la cual envió al clon de la diosa directo al vacío liminal.

Mixcóatl se volvió a telentrasportar con un portal, reapareciendo frente a los aztecas neutralizados. Rápidamente invocó su amuleto en su mano y, de un gentil puño, golpeó a Zaniyah en la cara, deshaciendo la ameba negra y haciéndole regresar sus poderes. Tras eso se dirigió a Zinac y Tepatiliztli; posó sus manos sobre sus heridas, y las curó en un abrir y cerrar de ojos.

Desde la retaguardia, Xolopitli cubría y reforzaba el ataque de Uitstli y Yaocihuatl a Tlazoteotl. Disparaba cada vez que los dos estaban en posiciones vulnerables, lo que les daba la delantera para contraatacar. Jusot en ese momento, cuando la Diosa de la Inmundicia los paralizó a amos con hilos de sangre y estuvo a punto de encerrarlos en ilusiones con sus vórtices, el Mapache Pistolero le disparó directo en la cara. Tlazoteotl quedó aturdida brevemente, y Xolopitli la remató lanzándole dos granadas de fragmentación. La explosión destruyó los hilos de sangre, y Uitstli y Yaocihuatl quedaron libres.

Ambos guereros vieron por encima de sus hombros a Xolopitli.

—¡QUEMENLA ANTES DE QUE SUELTE MÁS CRÍAS! —chilló el nahual mapache.

Los dos asintieron. Intercambiaron miradas de entendimiento, y se lanzaron al ataque.

—Tlamati Nahualli... —vociferó Uitstli, vientos y electricidad recorriendo sus brazos hasta formar un enorme arco y flecha hecho de estos elementos. El guerrero azteca tensó el arco divino, y disparó justo cuando gritó su habilidad— ¡Ehecátlpilli!

La flecha eléctrica impactó con violencia a Tlazoteotl, encerrándola en una burbuja de humo y relámpagos que la aturdieron. Yaocihuatl se impulsó hacia la muralla de humo negro, alzó su lanza por encima de su cabeza y, al incrementar la energía en su arma, las hojas de plasma refulgieron con gran potencia.

—Tlamati Nahualli... —gruñó Yaocihuatl, arrojando un mandoble que liberó una ráfaga verde cortante. La esfera de humo se bifurcó en dos, revelando a una sorprendida Tlazoteotl, con su armazón siendo abollado y fundido, revelando la piel de carne podrida de la diosa. La guerrera azteca no se detuvo allí; esgrimió otro increíble tajo, disparando otra ráfaga vertical que destruyó aún más la armadura de la diosa— ¡ATOYATL TEÓTL!

Como ríos que fluyen por el espacio negro hasta desvanecerse, las ráfagas plasmicas de Yaocihuatl mutilaron al clon de la diosa, cortándole los brazos, los hombros, y las piernas, dejándola con amputaciones que sangraban sombras reptantes. Uitstli materializó su hacha de guerra sobre su hombro, se abalanzó a ella y, de un feroz grito a medio camino entre el hombre y la bestia, pulverizó totalmente en las sombras al cuerpo de su enemiga con un potentísimo hachazo.

Al ver como uno de los clones de la diosa fue exterminado de la existencia, motivó y llenó de coraje al resto de los Manahui a cumplir con la misma tarea.

Tepatiliztli bloqueó los zarpazos de su enemiga usando el mango de su lanza como escudo, y esquivó con gran agilidad sus hilos de sangre y los proyectiles de vórtices que disparaba de sus manos. Justó invocó una flor de hielo en su mano cuando se impulsó hacia atrás. Tlazoteotl se propulsó hacia ella, y la médica azteca enterró la flor en el suelo, ocasionando que el piso bajo la diosa se convirtiera en hielo, congelándola de pies a cabeza en un instante. Zinac, transformado en Camazotz, emitió un poderosísimo alarido sónico que destruyó el molde de hielo y aplastó a la diosa sobre el concreto. Zaniyah saltó a los cielos y alzó su espadón sobre su cabeza, envolviéndolo en tornados de fuego.

—¡¡¡CITALLI ILHUICATL!!!

La estela de fuego amplió el rango de su espadazo hasta alcanzar una hectárea de longitud. Zaniya, con sus ojos emblanquecidos de poder, aplastó al clon de Tlazoteotl de un titánico espadazo que casi cortó toda la plataforma en dos. A pesar de la extrema iluminación que generó su habilidad, la oscuridad del espacio liminal no cambió en lo absoluto. Unos segundos después las llamas del lucero se apagaron, y Zaniyah cayó del cielo aterrizando de cuclillas. Junto a Tepatiliztli y Zinac, vieron como el cuerpo de la diosa se desvanecía en sombras.

Mientras tanto, Tecualli esquivó de una voltereta el zarpazo de la última copia de Tlazoteotl. EL nahual brujo contraatacó con una embestida cuerpo a cuerpo, endureciendo su cuerpo con su magia hasta ser igual de pesado que un bloque de acero. La diosa cayó al suelo y quedó aplastada brutalmente por el peso del nahual brujo. Tecualli la remató con un garrotazo en su cabeza que le torció el cuello, y después salió volando al cielo, dejándole el resto a Mixcóatl.

El Dios de la caza le propinó una dolorosa patada que terminó aplastando más su cabeza dentro del concreto. Tras eso se puso encima de ella y acercó su puño envuelto en cúpula dorada a la cabeza de la aturdida Tlazoteotl.

—¡Esto es por mi amiga! —exclamó Mixcóatl. Levantó el puño por encima de su cabeza, y lo descendió a toda velocidad.

Pero su nudillos... golpearon el concreto. En un abrir y cerrar de ojos, la diosa ya no estaba debajo de él. Se acababa de desvanecer en sombras. Todo se sumió en un lúgubre silencio, con la oscuridad perpetua cerniéndose sobre el grupo. Los Manahui miraron su derredor, los ojos inseguros, los semblantes llenos de expectación. Mixcóatl se reincorporó y también empezó a observar su derredor.

—¿Está muerta? —preguntó Uitstli, la respiración agitada.

—No lo... sé... —murmuró Mixcóatl, su voz tan insegura como su mirada.

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https://youtu.be/MCM76Q16WYg

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Se oyó un vigoroso pistón venir de la nada. Los Manahui alzaron sus armas y rápidamente se arrejuntaron en un mismo punto de la arena. Espalda con espalda, hombro a hombro, el grupo azteca empezó a dar vueltas sobre sí mismo, cuidando siempre sus retaguardias. Tecualli era el único quien volaba por encima de sus cabezas, como un faro verde que trataba de iluminar la impenetrable oscuridad. Mixcóatl era el único que estaba lejos de ellos. Con la mirada confusa, y sus oídos escuchando nítidamente los gritos del grupo diciéndole que se una a ellos, la deidad azteca estaba en un trance de incertidumbre inexpugnable.

¿Dónde estaba Tlazoteotl?

Otro estruendo de pisotón se escuchó del vacío eterno. Como un titán que se acerca lentamente hacia la plataforma donde estaba el grupo, pisada tras pisada se hacía más excesivo el poder maligno que se aproximaba a ellos. Mixcóatl se llevó una mano al cabello, y su pecho comenzó a agitarse de los nervios, atemorizado profundamente de no saber que es lo que estaba sucediendo.

Los lejanos gritos del grupo se multiplicaron y se hicieron oír. MIxcóatl pudo vislumbrar las expresiones de horror máximo dibujados en los rostros de los Manahui, sus ojos ensanchados viendo por encima de él algo gigantesco y peligroso. Una sombra humanoide se cernió sobre Mixcóatl, e hizo que la deidad se le pusiera la piel de gallina. Se dio la vuelta con lentitud, y reprimió gemido ahogado al no dar crédito a lo que estaba viendo ante él.

La verdadera forma de la Diosa de la Inmundicia.

Una gigantesca titán, con su armazón ahora tintado de negro y con bordados dorados, cascadas de sangre cayendo de su espalda como si fueran alas de ríos de sangre, y un aura de sombras muchísimo más maligna que antes... Mixcóatl se le encogió el corazón al verla posar un puño sobre su cadera, y cruzar una mano sobre su vientre, formando un círculo mágico en sus yemas.

La Diosa del Pecado extendió el brazo donde tenía invocado su círculo mágico. Más de esas circunferencias se materializaron sobre el concreto de la plataforma, obligando a Mixcóatl a retroceder hasta arrejuntarse con los Manahui. Los círculos demoniacos aparecieron también en el cielo, cubriendo todo el firmamento y volviendo el panorama, a ojos de los mortales y del dios, en uno lunático.

La mano de Tlazoteotl retembló a medida que los círculos se acercaban a ellos, y cuando justo se detuvieron a unos dos metros de ellos, la diosa... habló por primera vez, emitiendo un profundo y cósmico gorjeo venido de la boca de una criatura más allá de cualquier poder divino convencional.

OCHPANIZTLI
(BARRIMIENTO)

De repente los círculos mágicos se abalanzaron hacia ellos como guepardos. Los Manahui trataron de combatirlos, pero fue inutil; rodearon sus cinturas e inmediatamente los paralizaron. Zinac, Tepatiliztli, Tecualli y Xolopitli fueron los primeros en caer; sobre sus cabeza aparecieron aureolas rojas que empezaron a drenar sus poderes... y sus almas, destruyendo estas últimas lentamente. Uitslti y Yaocihuatl pudieron esquivarlos, y Mixcóatl cargó a Zaniyah de los hombros y ambos se impulsaron hacia atrás, alejándose de los endemoniados círculos.

—¡¡¡TEPATILIZTLIIIIII!!! —chilló Yaocihuatl y Zaniyah al unísono, estirando ambas un brazo en un futil intento de alcanzarlos.

—¡No podemos quedarnos aquí! —exclamó Mixcóatl en pánico. Apretó un puño, y dos portales aparecieron por encima de su cabeza y la de Uitstli.

—¡No pienso abandonar a mi familia, Mixcóatl! —replicó Uitstli, el ceño fruncido de la incredulidad y el miedo.

—¡¿QUÉ OTRA OPCIÓN TENEMOS, UIT...?! —Mixcóatl no pudo terminar su oración; un círculo maligno los engulló a él y a Zaniyah, paralizándolos a ambos y llevándoselos por el aire hasta juntarlos con los demás. los portales se desvanecieron, y quedaron encerrados junto a la diosa.

—No... —farfulló Uitstli, los ojos agrandados, la expresión de horror ineludible.

—¡¡¡ZANIYAAAAAAHHHH!!! —gritó Yaocihuatl con gran desgarro, las lágrimas corriéndole por las mejillas.

Un círculo escarlata apareció sobre la cintura de la mujer guerrera, aprehendiéndola y petrificándola. Uitstli se desmoronó moralmente al ver a su amada perder su vida ante él; los ojos de Yaocihuatl perdieron todo contacto con la realidad, y su rostro se volvió taciturno e indiferente. El guerrero azteca se sostuvo de su mano y se negó a dejarla ir, ocasionando que el cuerpo de Yaocihuatl quedara inclinado y estático en el aire.

—No... no... —farfulló Uitstli una y otra vez, sollozando primero, y después gritando— ¡¡¡NOOOOOOOOOOOO!!!

Pero todo su vigor y su protesta fue en vano. Uno de los círculos carmesíes apareció detrás de él y se encadenó a su cintura. Uitstli sintió como sus energías eran drenadas casi al instante. Trató de luchar contra aquel poder psíquico, logrando mantenerse despierto por unos breves segundos y revolviéndose gentilmente contra el círculo... hasta que este se apretó totalmente a su cuerpo, aplastando su carne y forzándolo a sufrir un desgarre interior que lo sumió en oscuridad espiritual.

El cuerpo de Uitstli vagó por los cielos hasta juntarse con el resto de los cuerpos de los Manahui, levitando todos ellos en la oscuridad eterna y siendo admirados por los ojos negros de la Diosa del Pecado.

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https://youtu.be/X9RiIKFJQZw

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Uitstli vagaba por un sendero boscoso inundado de penumbras. El denso follaje de la selva se le hizo dificultoso el avanzar por el camino inundado de lodo. La ligera llovizna caía barriendo el bosque con sus gentiles vientos, generando murmullos de hojas en todo el lugar. Uitstli corría por aquel sendero, gimoteando con gran agitación en el recorrido mientras su mente era asaltada por cientos de voces de sus enemigos:

<<¡No huyas, desgraciado bárbaro!>> Le gritaban los españoles.

<<¿Primera vez que recibes una herida así de dolorosa?>> Le gruñía el Cortador de la Carne, uno de los primeros enemigos del Culto de Mictlán al que se enfrentó.

<<¡No importa qué tan fuerte seas, jamás podrás derrotar a mis Mikktecuani!>> Exclamaba el domador de las Bestias del Mictlán.

<<¿En serio crees que tú y tu familia podrán escapar de MÍ?>> Espetaba la Muerte Blanca.

<<Un Miquini como tú... no puede destronar mi trono>> Alardeaba el semidiós de los mares, Tlacoteotl, el mayor archienemigo que tuvo en vida.

Uitstli trató de hacer caso omiso a las voces, pero su mente estaba tan enfrascada en el trauma que, en su ascenso por el sendero que lo llevaría hasta el pico de la montaña, se manifestó una voz más. No la de un enemigo... sino la de una victima. Y justo cuando alcanzó la cima del monte, y sus ojos fueron conmocionados con el horrible panorama de Tenochtitlan ardiendo hasta los cimientos, la voz de la victima resonó con un fuerte eco en el fondo de su subconsciente:

<<Yo ya estoy muerto... por culpa de tu Dios de la Guerra>> Exclamó Kauil.

Los ojos de Uitstli se esclarecieron con el pavor del pasado. El recuerdo de este momento tan trágico, traido una vez más a su memoria, lo desmoronó más de lo que ya estaba en vida. Esto no era solamente una ilusión; se sentía real. Los chisporroteos del fuego, el olor chamuscado, los lejanos gritos de hombres y mujeres... Uitstli estaba viviendo una vez más este horrible momento, y eso le hizo sentirse débil, hasta el punto en el que estuvo a nada de caer sobre sus rodillas de nuevo, y de tirarse del barranco para poner fin a todo este sufrimiento constante.

Pero fue detenido en el último momento por la exclamación de una voz masculina detrás suyo:

—Ni se te ocurra hacer eso, soldado.

La respiración de Uitstl se entrecortó, y la sorpresa invadió su corazón con un arroyo de incredulidad. Su cuerpo dejó de temblar, y se dio la vuelta. Sus ojos se dilataron de la sorpresa de ver al fornido hombre de piel trigueña y llena de vello corporal, su cabello negro erizado hacia atrás y vistiendo únicamente con un taparrabos de piel de oso y botas hechas del mismo materia. Uitstli quedó sin aliento por unos instantes, y después dijo el nombre en un gimoteo:

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https://youtu.be/n1lgizfwEf4

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Uitstli sonrió con pena y miró hacia abajo, la luz anaranjada del fuego de Tenochtitlan impregnándose de forma gradiente en su rostro.

—Sí... tienes razón —murmuró, avergonzado—, el Valhalla me hizo débil. Brunhilde me hizo débil. Esta vida... me volvió algo que no soy...

—¿Y yo cuando dije "débil", pedazo de mazapán? —Tzilacatzin se acercó a él y le dio una fuerte palmada en el hombro—. Dije "suave", no débil. Porque ahora mismo esta versión de ti —posó un grueso dedo sobre un pectoral de Uitstli—, es mucho más fuerte que la que venció a Tlacoteotl.

Los ojos de Uitstli se enancharon en una mueca incrédula.

—¿Qué....? —farfulló, aún sin poder concebir lo que dijo.

Tzilacaztin sonrió de oreja a oreja, bobalicón, como lo había recordado en tiempos anteriores. La melancolía que inundó el corazón de Uitstli fue inmensa.

—Eres mucho más fuerte que yo —prosiguió Tzulacatzin—. Más fuerte que tu grupo. Más fuerte que mis difuntos compañeros. Más fuerte que todos los aztecas juntos. Eso es porque tú —golpeteó su pecho con su dedo—, llevas la fuerza de todo nuestro pueblo en ti —Tzilacatzin tomó a Uitslti de los hombro su se poso frente a él. Era medianamente más alto que él—. Tú eres la viva imagen y semejanza de nuestra esperanza de supervivencia en este mundo.

—Pero... —Uitstli negó con la cabeza. Sollozó—. ¿Cómo puedo ser eso... sabiendo que hay seres muchísimo más poderosos que yo? En cualquier momento moriré, ¿y quién será mi legado?

Tzilacatzin no borró su sonrisa a pesar de la ola de negativismo. Le palmeó los hombros a Uitslti.

—El día en que tú... clavaste tu cuchillo en mi abdomen, fue el momento en que tú te convertiste en mi vivo legado del superviviente en el nuevo mundo-

Los labios de Uitstli retemblaron. Suspiró con fuerza y se quedó en silencio. Alzó la cabeza y lo miró a los ojos.

—Yo no quería. Lo sabes...

—Pero lo hiciste, para salvar a Zaniyah, ¿no? —Tzilacatzin hizo una mueca de obviedad— Tomaste todo el crédito para ti solo, y te volviste en mi viva imagen y semejanza en ese nuevo mundo. Te volviste lo que yo pude haberme vuelto si no me hubiese vuelto loco —sonrió, despreocupado—. Te paraste por ti mismo, hermano. Te paraste por tu familia.

—Tenía que ser yo... —Uitstli le dio una larga mirada a los ojos a su maestro— Y tiene que seguir siendo yo.

—Por supuesto que tienes que seguir siendo tú, carajo —Tzilacatzin guardó silencio por unos segundos, mirando a su estudiante a los ojos también—. Tienes que sacar eso ahora. Tienes que sacar... al Jaguar Negro.

—No, no.... —Uitstli se mordió el labio y miró hacia otro.

—Viniste a mí... ¿para qué más crees, Uitstli? —Tzilacatzin lo agarró de la cabezo y lo hizo volver a mirar a los ojos— No puedes sobrevivir a este mundo sin ir a todo con toda tu furia. Piensa... en como le arrancaste la cabeza a ese pedazo de mierda de Taquicatl con tus manos, en como pisoteaste hasta la muerte a ese muñeco viviente de Xolonetl... En como le diste la paliza de su vida a Tlacoteotl, y sobre todo en como le arrancaste el jodido corazón al Duque Aamón. ¡Eso es de lo que hablo! ¡Esa es la brutalidad del Jaguar Negro que quiero que saques ya! —hubo otra pausa de varios segundos. El rostro de Uitstli se iluminó de la clarividencia de sus palabras.

—¿En verdad crees que soy capaz de domarlo otra vez...? —farfulló Uitstli.

—¿Quieres saberlo? —Tzilacatzin apretó sus dedos sobre la cabeza de Uitstli— Pues óyeme bien. tú puedes domarlo. El amo doma a la bestia, no al revés. Amarra a esa bestia con cadenas de fuego. Agarra con uñas y dientes esa furia, ese odio por tu enemigo, ¡DOMALO! —palmeó con fuerza los hombros de su estudiante— Es la única forma de que puedes salir de aquí. Y tienes que salir de aquí y luchar por nosotros en el Torneo del Ragnarök. Puedes hacerlo, hermano.

Justo después de decir eso, Uitstli notó un cambio en el ambiente. ya no olía a humo, ya no estaba el cielo tintado de naranja, y ya no se escuchaban gritos. El guerrero azteca se dio la vuelta, y su maestro lo imitó. Ambos quedaron augustos de ver a Tenochtitlan... de vuelta a la normalidad, reconstruida, con los más de tres millones de habitantes mirando hacia él con ovación.

—Llego la hora, soldado —anunció Tzilacatzin. Repentinamente cadenas carmesíes aparecieron detrás suyo, y el ambiente comenzó a retornar a la realidad del vacío negro. El maestro de Uitstli acercó un puño envuelto en llamas blancas y le dedicó su última sonrisa.

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5
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https://youtu.be/_7cOLeI3EgQ

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Levitando en la oscuridad perpetua, los Manahui Tepiliztli eran observados por la atenta mirada de la Diosa del Pecado. Los halos de sus cabezas regaban escarcha roja por todos sus cuerpos, intoxicando sus espíritus y aniquilando lentamente sus almas. Tlazoteotl disfrutó cada momento de tortura interna que estos miquinis estaban teniendo, inducidos en el más profundo sueño y de revivir sus peores pesadillas. No obstante... su paz fue repentinamente perturbada por el resquebrajamiento de uno de sus conjuros.

Los ojos de la Diosa del Pecado se ensancharon al ver como el círculo escarlata que rodeaba el cuerpo de Uitstli se quebraba como si fuera un sólido. Tlazoteotl se quedó extrañada al principio, y después dio un leve respingo al ver como la circunferencia se agrietaba más, liberando luces tempestuosas al tiempo que el cuerpo del mortal era envuelto en llamas del Mictlán que se hacían más grandes, resquebrajando los círculos de los demás Miquinis. Trató de impregnar más de su poder para restaurar el hechizo ilusorio, pero ya fue demasiado tarde.

Los siete círculos demoniacos fueron destruidos, y los Manahui cayeron al piso. El único que aterrizó sobre su rodilla era Uitstli, su cuerpo envuelto en gigantescas llamas escarlatas que contrarrestaban la asombras del aura de la diosa, y que hizo lo imposible: hacer resplandecer la oscuridad del espacio liminal.

—¡¿Te quieres llevar a mi familia?! —exclamó Uitstli, parte de la piel de sus brazo, su rostro y su abdomen convertida en tez blanca y pelaje rojo. El guerrero azteca alzó sus manos sobre su cabeza, y un brillo rojo apareció en las palmas de sus manos. Separó las manos, y el resplandor se convirtió en una larga alabarda, su punta convirtiéndose en franjas lumínicas que formaron una destellante estrella que cegó a la Diosa del pecado.

la Diosa del Pecado alzó su mano e invocó un gigantesco escudo de luz roja, protegiéndose del brutal disparo lumínico que salió despedido de la punta de la lanza de Uitstli. El poder descargado en aquel disparo fue tan poderoso que destruyó la defensa de Tlazoteotl, y Uitstli aprovechó para invocar otra lanza y repetir el mismo proceso. El láser rojo impactó duramente en el cráneo de Tlazoteotl, generando una explosión de humo rojo que, al disiparse, reveló la mitad del rostro de la diosa desgarrado, convertido en cenizas rojas.

EL aura de sombras que rodeaba el cuerpo de Tlazoteotl se agitó violentamente, y emitió chirridos de taladros que trataron de perforar los tímpanos de Uitstli... pero el Jaguar Negro apenas y se inmutó al ruido. Este último se llevó las manos a la espalda, y al sacudirlas hacia delante, reveló dos espadas de fuego encadenadas con eslabones a sus muñecas. La cabeza de Tlazoteotl se regeneró en un abrir y cerrar de ojos y, con su aura chirriando como si fuera su grito de despecho, alzó una mano e invocó un ejército de discos rojos que , al comando de sus dedos, se tiraron en avalancha sobre Uitstli.

El fragor de la batalla despertó del coma a los Manahui y al Dios de la Caza. Uno a uno se fueron levantaron y ayudándose mutuamente a reincorporarse. Y lo primero que vieron sus ojos maravillados es a Uitstli combatiendo sagazmente a todos los discos de destrucción de Tlazoteotl al mismo tiempo: desplazándose en zigzagueos como si fuera un auténtico y ágil jaguar, el guerrero azteca esquivaba las avalanchas de discos y los contrarrestaba con espadazos que, con el solo roce, destruían aquellos platillos. Los Manahui no pudieron dar crédito a lo que veían. La transformación que Uitstli por mucho tiempo había aborrecido, que por muchos siglos dejó de lado por considerarla algo ajeno a él... danzaba ahora ante sus ojos como un guardián que protegía lo más sagrado de este mundo.

Agujas de sangre se manifestaron por encima de la plataforma. Mixcóatl vio este y actuó rápido: las alas de su tocado se extendieron formando un círculo, y fueron recubiertos con escudos de luz dorada que absorbieron el impacto de la lluvia de agujas. Aquellas estalagmitas de sangre cayeron sobre Uitstli, paralizándolo en el suelo y dejando paso para que los discos se abalanzaran sobre él y lo sepultaran en un montículo de círculos rojos de diez metros de alto.

—¡¡¡UITSTLI!!! —chillaron Zinac y Xolopitli.

—¡HERMANOOOO! —gritó Tepatiliztli, tratando de extender un brazo pero siendo empujada por las alas de Mixcóatl.

las preocupaciones y miedos del grupo azteca se esfumaron de inmediato nada más oír un estruendo de tierra que sacudió toda la plataforma. Gigantescos surcos de fuego se abrieron sobre el concreto, fulgurando con la potencia de un volcán. Mixcóatl intuyó el tipo de ataque que iba a acontecer y, cargando a todos los Manahui con sus alas, salió volando hacia el cielo negro.

—Tlamati Nahualli... —bramó Uitstli, su voz entremezclada entre el hombre y el felino— ¡¡¡HUEHUE-XIUH-TÉOTL!!

Y el Jaguar Negro desprendió sus garras del concreto, generando una terrible erupción de lava que pulverizó todos los discos demoniacos y generó una lluvia de meteoritos que acribillaron incesantemente a la Diosa del Pecado. Tlazoteotl se cubrió con sus brazos, y su armazón negro comenzó a derretirse lentamente, obligándola a usar su poder divino para regenerarse con más aceleración.

Mixcóatl descendió del cielo y dejó a los Manahui caminar por la plataforma, los ojos de todos ellos ensanchados, sus rostros perplejos de estar viendo la transformación de Uitstli que no llevaba usando desde que derrotó a Aamón hace cien años. El Dios de la Caza era el que más estaba anonadado por su poder.

<<Fue capaz de destruir las ilusiones de Tlazoteotl en su forma verdadera, y liberarnos en el proceso...>> Pensó, boquiabierto, su corazón acelerado de la emoción por unirse a la batalla. <<¡Quetzalcóatl, tenías razón! ¡Este hombre es el azteca MÁS PODEROSO DE LA HISTORIA!>>

Clones de la Diosa del Pecado a aparecieron por todo el escenario, y se abalanzaron hacia Uitstli esgrimiendo guadañas y látigos de sangre. El jaguar Negro esquivó los ataques al unísono de todas ellas, agachándose para después arrojar un amplio mandoble circular con sus dos espadas, pulverizando a todas los clones de un solo ataque. El suelo bajo los pies de Uitstli se volvió negro, y las vetas carmesíes le hicieron ver el vórtice que estaba a punto de engullirlo. Uitstli velozmente se impulso, esquivando la erupción de sangre que emergió del umbral del portal. Más agujeros negros fueron apareciendo por todo el ring, obligando a Uitslti a moverse con más rapidez y agilidad, convirtiéndose en un fugaz destello rojo que zigzagueaba por todos lados

De un pisotón el Jaguar negro formó una celda de llamas escarlatas a su alrededor, lo que paralizó momentáneamente los vórtices de Tlazoteotl. la Diosa del pecado invocó una gigantesca lanza en su mano, y la arrojó hacia el círculo e fuego. Las llamas absorbieron el impacto, y cuando se deshicieron en ascuas, revelaron a Uitslti tensando un arco de vientos rojos. La vigorosa fuerza de sus manos provocó que las llamas de su aura formaran una serpiente emplumada alrededor de sus hombros.

¡¡EHECÁTLIPILLI!! —gritó Uiststli, y la serpiente de fuego siseó con él.

la flecha eléctrica salió despedida por el espacio negro e impacto brutalmente la cabeza de Tlazoteotl. El cráneo de la diosa se abrió de cuajo, revelando a través de su fisura una especie de rubí resplandeciente adentro. Uitslti lo vislumbró con una sola mirada, y volteó la mirada para cruzar miradas con Mixcóatl. El Dios de la caza asintió con la cabeza y alzó un puño envuelto en esfera dorada. El Jaguar Negro puso la mirada decisiva; invocó una lanza de fuego en su mano, y estuvo a punto de lanzarla...

Pero fue atrapado por una horda de hilos de sangre que envolvieron su cuerpo. Uitstli trató de zafarse con movimientos bruscos, peor los hilos se volvieron más gruesos y resistentes, ralentizando lentamente a Uitslti. Un charco de sangre apareció debajo suyo, y del líquido salieron grandes espinas que atravesaron a Uitslti por la espalda, inmovilizándolo todavía más. La mano de Tlazoteotl se acercó a Uitstli, y de su palma apareció un vórtice ilusorio que encerró al Jaguar Negro en una inquebrantable ilusión. Los ojos de Uitstli perdieron vida rápidamente, pero incluso así, su cuerpo seguía dando convulsiones y peleaba constantemente por liberarse de la prisión onírica.

—¡¡¡UITSLTI!!! —gritaron todos los Manahui al unísono.

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

—¡¡¡NO!!! —gritó Mixcóatl, llamando la atención del grupo. El dios azteca invocó una lanza en su otra mano. se veía en su rostro la decisión y el coraje de seguir con lo que Uitslti empezó— ¡ES NUESTRO TURNO AHORA! —golpeó el suelo con la punta de la lanza, generando una leve explosión de luz, y después señaló con una mano la fisura que abría el cráneo de Tlazoteotl— ¡TERMINEMOS CON ESTO!

Los Manahi vieron el rubí dentro del cráneo de Tlazoteotl. Todos intercambiaron miradas, y asintieron con la cabeza, decididos en seguir a Mixcóatl en esta misión y acabar con esto de una vez por todas.

La Diosa del pecado vio como el resto de sus enemigos marchaban para atacarla. Se adelantó a ellos, y con un gentil movimiento de su mano invocó múltiples clones de ella misma en el ring, junto con discos escarlatas que atiborraron los cielos, creando una muralla impenetrable . La fisura de su frente comenzó a regenerarse. El tiempo empezó a correr.

Y los Manahui Tepiliztli abrieron fuego contra la diosa.

Zinac se convirtió en su forma Camazotz y aturdió a todos los clones con un disparo sónico de su mandíbula. Yaocihuatl siguió al ataque usando su habilidad Atoyatl Teótl para destruir las armaduras de buena parte de los clones, llegando al punto de noquear a varias de ellas. La mujer guerrera dio un salto acrobático para esquivar un disco, y sin dejar de esgrimir su lanza de plasmas, contrarrestó las embestidas de cientos de platillos que se abalanzaron hacia ella. Tepatiliztli enterró una flor de hielo e el suelo, y una sección de la arena se congeló, paralizando en el hielo a los clones restantes. Tecualli apoyó su ataque golpeando tres veces su garrote en el suelo, invocando un ejército de búfalos etéreos que trotaron en estampidas contra las Tlazoteotls, destruyendo a muchas de ellas en el proceso.

Mixcóatl corrió a toda velocidad por la arena, esquivando con deslices y saltos los ataques de los clones y de los discos. Tres discos se abalanzaron hacia él, no dándole tiempo para esquivarlos. Yaocihuatl se abalanzó hacia él, y se sacrificó al ser absorbida por los discos y sumergida en estado vegetal. <<Solo un poco más>> Pensó el dios azteca, apretando los dientes, sus ojos fijos en el borde de la plataforma. <<¡Solo un poco más para teletransportarme!>>.

Un charco de sangre evaporizante apreció ante sus pies, y Mixcóatl se detuvo en seco al ser sorprendido por una lluvia de agujas. Xolopitli apareció corriendo bajo sus piernas, gritando con vehemencia y descargando su última ronda de balas contra las agujas; una de las agujas se clavó en su vientre, y lo empaló en el suelo. El charco de sangre se secó en un santiamén, y de ella surgió un clon de Tlazoteotl que lo atacó con un zarpazo. Tecuallí protegió a Mixcóatl con su garrote, y después se aferró al clon de la diosa con sus brazos para, después, llevarla consigo hacia el cielo negro, dejándole así camino libre al Dios de la Caza.

Batió las alas para impulsarse al vuelo, pero justo tres clones de Tlazoteotl se las cortaron con sendos tajos. Zinac. Zaniyah y Tepatiliztli las distrajeron; el primero envolviendo a su enemiga con sus alas y estampándola numerosas veces contra el suelo, la segunda electrocutando al clon apuñalándola en el pecho y la tercera cortando en dos al clon de un solo espadazo . A pesar de sus intentos de combatir lo inevitable, fueron asaltados por la espalda por discos que los apresaron por la espalda y los incapacitaron. Pero aún así eso le dio tiempo a Mixcóatl, este último ya estando a pocos metros del borde de la plataforma... y saltando hacia el vacío.

Un portal se abrió frente a él, y Mixcátl lo atravesó, apareciendo justo encima de la cabeza de la Tlazoteotl original. Alzando su puño y refulgiendo sus nudillos con la potencia de un sol, el Dios de la caza despidió el más poderoso grito que haya dado en toda su vida. Tlazoteotl intentó detener su caída invocando vórtices frente a ella, pero Mixcóatl los destruyó con sendos puñetazos, dejando aún más sorprendida a la diosa.

Y entonces, enterrando todo su brazo dentro de la fisura de su frente, Mixcóatl apuñaló el cerebro de Tlazoteotl, perforando en el proceso su alma.

El aura de sombras comenzó a derretirse, y el cuerpo entero de Tlazoteotl empezó a sufrir convulsiones. Su piel se volvió estática, como si la realidad misma la estuviera borrando del universo. Mixcóatl no se detuvo allí; enterró todavía más su brazo dentro de su frente, y sin borrar la imagen de Metztli de su cabeza, la deidad terminó aniquilando por completo el rubí, destruyendo así el alma de Tlazoteot y generando en el proceso una explosión de luz que resplandeció toda la oscuridad infinita.

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https://youtu.be/1k2TWbMEZBo

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Lo tornados tempestuosos que rodeaban la isla se esfumaron lentamente. El cielo de nubarrones se despejó con los minutos pacientes, y las estrellas relucientes volvieron a dominar el firmemente, con la luna con forma de conejo retornando a su trono como reina del cielo estrellado. Los mares se desquitaron de sus olas, y ahora eran aguas totalmente tranquilas. El aura maligna que envolvía todo el castillo de Mexcaltitán se deshizo de sus sombras, permitiendo la luz de la luna penetrar en el luego de décadas de dominancia.

Los Comegenes que infestaban el castillo cayeron al suelo, y sus cabezas de pulpo se derritieron en materia negra, revelando los cráneos humanos de los nobles aztecas. Los aztecas salvajes salieron al exterior a través de los agujeros y escalando los cascajos, y al ser bañados con el beso de la luna, su felicidad fue tan inmensa que sus famélicos cuerpos se dejaron sucumbir por los paros cardiacos, y cayeron sobre los escombros, muertos luego de ver finalmente a la Reina a la que habían dado muerta hace mucho tiempo.

Uitslti se despertó de súbito, reincorporándose de un salto solo para ser abrazado por Yaocihuatl, Tepatiliztli y Zaniyah. Con ayuda de ellas terminó de ponerse de pie, y miró su alrededor; la morada en la que habían batallado ahora revelaba su verdadera forma, siendo una mazmorra a las afueras del castillo. Sn tener techo, las estrellas del firmamento trazaba sus brillos en todo el rellano, pintando los rostros de todos los Manahui con luces iridiscentes.

Mixcóatl fue ayudado por Zinac a ponerse de pie. Se lo agradeció, y Zinac correspondió con un asentimiento de cabeza. El dios azteca alzó la cabeza, y sus ojos se pusieron llorosos al ser iluminados por el fulgor de las estrellas. Lágrimas de regocijo cayeron por sus mejillas al fijare en la luna. Le sonrió, y se imagino que Metzlti, en el más allá, le devolvió la sonrisa.

—Oigan... —dijo Xolopitli, sus ojos fijos en uno de los tanto sarcófagos atiborrados sobre las paredes del rellano— Miren eso.

Los Manahui tornaron las cabezas y vieron el mismo sarcófago. Era el mismo por el que Tlazoteotl había salido originalmente; seguía abierto, y de su interior nacían luces etéreas que iluminaban el rellano como un faro. El grupo se acercó lentamente hacia la tumba, las armas en alto, siempre en alerta de cualquier tipo de trampa. El único que mantenía una posición relaja era Mixcóatl, este último orando en su corazón porque lo que fuera que estuviera adentro sea lo que ellos han estado luchando todo este tiempo.

Todos asomaron las vistas timidas hacia el interior del sarcofago, y quedaron mudos al ver a la voluptuosa mujer alli dentro, cubierta por flores y raíces de espinas de los tobillos hasta el cuello. Mixcóatl ensanchó los ojos y dejó escapar un gemido ahogado, llamando la atención del grupo azteca.

—Xi... Xipe Tócih... —farfulló, y el decir su nombre dejó sin aliento a los Manahui.

De rostro ovalado y grácil y melena roja, la diosa descansaba con gran sosiego bajo las flores y raíces. Sin previo aviso abrió los ojos, revelando sus irises anaranjados y verticales. Los Manahui contuvieron al respiración y se echaron para atrás cuando la diosa empezó a moverse, quitándose la maleza de encima e incorporándose lentamente.

Xipe Tócih se irguió encima del sarcófago, la maleza cubriendo su busto y su cintura como un escote y taparrabos. La diosa cerró los ojos y respiró hondo, transpirando el aire fresco. Abrió los ojos, maravillándose del cielo estrellado. Bajó la cabeza, y al ver a los Manahui Tepiliztli frente a ella con sus armas en alto, frunció el ceño de la confusión y dijo sus primeras palabras: 

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𝓔 𝓝 𝓓 𝓘 𝓝 𝓖 

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