Kuauchili Anxeli
El Árbol del Ángel
┏━°⌜ 赤い糸 ⌟°━┓
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https://youtu.be/TCd6PfxOy0Y
A las afueras de la Civitas Magna
Cercando la Reserva Natural del Bosque de Ángeles
El tren bala avanzaba a una velocidad cercana a lo supersónico, por lo que William Germain veía el mundo de las baldías y de las Regiones Autónomas pasando frente a sus ojos como borrones. Le había mentido a Brunhilde sobre ir a visitar a Tesla; sacó del bolsillo de su abrigo rojo la carta con el sello dorado roto, la abrió, y volvió a leer el mantra que tenía dentro:
Si quieres saber qué sucede, reúnete conmigo en el Bosque de los Ángeles.
Un florecimiento de memorias nostálgicas lo llenaron de recuerdos al leer esa frase con la vehemente y melodiosa voz del Arcángel Miguel, el último de los Arcángeles. Guardó la carta dentro de su abrigo, y volvió a fijar su vista a través de la ventana. Las visiones borrosas de los paisajes panorámicos le daban la impresión de estar tiznado; con dificultad podía reconocer las siluetas de las lejanas montañas y las sombras de las muy apartadas Regiones Autónomas y de otras ciudades, como Kiyozumi-Dera. El siempre cambiante horizonte contrastaba con el eterno cielo plomizo y su eclipse. William levantó la mirada y le dedicó una mirada de rencor hacia el Estigma de Lucífugo; eso, no obstante, le produjo al mismo tiempo una explosión en la floración en sus recuerdos. Memorias datadas de la Segunda Tribulación... y su osada batalla contra los Pecados Capitales.
La cierto es que para estos recuerdos, William era más bien malo en recordarlos. No porque tuviera mala memoria, sino porque se había jurado y perjurado que no pensaría más en eso. Se lo había jurado a su esposa e hijo, aún vivos en la Civitas Manga. Sin embargo, sentía que esta visita al Bosque de Ángeles le tiraría encima ese saco de sucesos del pasado y le haría reflexionar en el camino. Eso justo estaba pasando ahora; producto de lo largo que estaba siendo el viaje (el Bosque de Ángeles estaba a casi seiscientos kilómetros de la Civitas), William Germain sopeso el sueño durmiendo un poco, y con ello rememorando sus hazañas y desvaríos del pasado.
Lo primero que su mente reprodujo fueron sus peripecias antes y durante la Revolución Francesa. Allí conoció a quien habría sido su mejor amigo y, después, su peor enemigo: el general Napoleón Bonaparte. Estas memorias eran las más lejanas, difíciles de recordar para una mente que ya ha cumplido los trescientos años. Pero aún así, su mente solo reproducía los momentos buenos: de cuando conoció a Napoleón cuando este solo era un teniente de cañón, de cuando combatieron juntos contra los realistas, de cuando viajaron a Egipto y sin querer destruyeron la nariz de la Esfinge... Evitaba a toda costa recordar la traición y la destrucción de esa amistad. Y por más que estaba allí, William pensaba solamente en lo bueno.
Tras eso vinieron memorias mucho más oscuras: de cuando su vida dio un giro tenebroso, y los desafíos se convirtieron no solo en algo más grande, sino también inhumano. Los demonios y bestias del Pandemonium que asolaban los poblados de Francia y pretendían hacerse con el poder desde las sombras. William siempre supo, desde sus estudios con el legendario alquimista Saint Germain, que acabaría luchando contra demonios. Jamás pensó que acabaría batallando, incluso, contra los mismísimos Pecados Capitales y atravesar el reino de los Nueve Círculos, codo a codo, junto a un caballero que burló a la muerte... Y que probablemente sea el responsable de los asesinatos en los barracones.
Por último, el asalto de recuerdos más horridos advino a sus sueños: el de la Segunda Tribulación.
Todos los Einhenjers que ahora son parte de los Legendarium Einhenjar lucharon en esa guerra, y todos ellos, al igual que los Nueve Reinos, rememoraron que su sempiterno enemigo, el Pandemonium, es y seguirá siendo poderoso por más reinos que les hayan derrocado. Aunque no los vio combatir, William oyó historias de como Ryu y Jibun se enfrentaron a muerte contra los soldados del Duque Barbatos, de como Sirius, Cornelio y Tesla comandaron a todas las legiones de Roma Invicta a luchar en los grandes teatros de guerra protagonizados por el príncipe Belial, de como Uitstli y su familia evacuaron la antigua capital azteca, Xocoyotzin, salvándole la vida a cientos de aztecas de las garras del marqués Aamón... Pero por más heróicas que hayan sido estas hazañas, nada pudo evitar la pesadillesca masacre que protagonizó personalmente el rey, Lucífugo Rofocale, a miles de Einhenjers y... a toda la raza de Arcángeles, culminando en lo que se ha convertido en el Estigma de Lucífugo.
El breve sueño de ver la sombra de Lucífugo marchando sobre la nada, y dejando tras de sí las siluetas de los cadáveres de los Arcángeles, hizo que William Germain se despertara de un sobresalto. El Presidente Sindical fue agarrado del hombro, y estuvo a punto de responder con un ataque cuando vio de frente el rostro de uno de sus guardaespaldas.
—Señor presidente, hemos llegado —dijo el hombre de gafas negras, irguiendo la espalda y haciéndose a un lado, haciendo que William se pusiera de pie viera por la ventana el inmenso y bellísimo panorama que se abrió ante sus ojos.
Una vasta extensión de bosque se esparcía en todas las direcciones y se agolpaban a los pies de inmensas raíces, más grandes y altos que los rascacielos de Civitas Magna. Kilómetros de claros y senderos boscosos, colinas ribeteadas con altos pinos y secuoyas de las que colgaban enormes hongos que servían como balcones, titánicas raíces que subían y bajaban en enormes pendientes, a veces hasta introduciéndose en el subsuelo (eran tan orondas que hasta se podía alcanzar a ver siluetas de personas caminando a través de ellos como si fueran carreteras) y una constante lluvia de hojas de verano, en vez de cenizas del firmamento plomizo. La irradiación que venía de algunas cuevas que conectaban al interior de la enorme secuoya transmitían bellos resplandores, cosa que permitió ver mejor los colores verdosos, naranjas, rojos y azul esmeralda de los árboles y del mármol de las estructuras humanas.
Todas estas raíces eran familia y parte del formidable árbol de Yggdrasil, que se encontraba a más de mil kilómetros de aquí, en Capital Real, Asgard. Y todas estas raíces se conglomeraban alrededor de una gigantesca secuoya, del tamaño de una montaña de dos kilómetros de alto y de ancho, y de la cual se labraba sobre su fuste la fachada de una mansión de arquitectura naturalista, entremezcla entre la madera del árbol y del mármol más pulcro.
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https://youtu.be/u6p_5ao88pA
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷
El tren bala abrió sus puertas, y de su interior salieron un montón de personas importantes de la Civitas Manga: políticos, emisarios, eruditos escribas, arquitectos, científicos, boticarios y hasta ángeles mensajeros que vestían con pulcros uniformes blancos abotonados. Los otros trenes de alta velocidad se detenían y se disponían en los largos balcones a unos niveles inferiores del tren bala donde iba William, dedicados a las personas de estrato social inferiores. De esas locomotoras bajaron múltiples personas que eran turistas de las Civitas Magna, y muchos de ellos se imprimieron semblantes de estupefacción al ver las gigantescas raíces, la lluvia suave de hojas, y su primera vez viendo el titánico y asombroso tronco del Sacroroble.
William Germain fue acompañado por un nutrido grupo de guardaespaldas, todos vistiendo de negros pero siendo Einhenjers vikingos y berserkers que requisó del Cuartel del Sindicato. Avanzaron por toda la plataforma circular, pasando de largo una estatua estilizada y detallada del Arcángel Miguel esgrimiendo un espadón de casi dos metros de alto contra un general demonio, y llegaron hasta la recepción, donde una mujer angelical de rizos dorados los recibió con un cordial saludo.
—¡Oh! Usted es el señor presidente, William, ¿no? —dijo— ¿En qué le puedo ayudar?
—Buenas tardes —saludó William, correspondiendo a la cordialidad—. Necesito ver a Miguel. Él me escribió esta carta, me la envió con su sello oficial hace un par de días —el Presidente Sindical sacó de su abrigo la carta y se la colocó frente a la recepcionista.
—Ahhh, ¡sí! —exclamó la recepcionista, tomando e inspeccionando la carta— Uno de nuestros mensajeros la envío a su petición.
—¿Dónde lo puedo encontrar?
—En la ruta sureste de la plaza principal, en la Parroquia de La Luz Perdida —la mujer ángel le indicó con su dedo un mapa que estaba pegado al vidrio—. Habrán distintas losas con mapas que le indiquen el camino.
—Muchas gracias —William le hizo un ademán de despedida y retomó la marcha.
De los guardaespaldas que lo acompañaban, solo uno de ellos había visitado con anterioridad el Bosque de Ángeles. El resto de vikingos y berserkers desconocían de este lugar, o en cambio pensaban que fue arrasado en la Segunda Tribulación. Algunos se quitaron sus gafas negras para observar mejor sus derredores, las miradas hipnotizadas por los complejos entramados de raíces pequeños y grandes, los lagos de aguas transparentes donde nadaban peces del tamaño de vehículos, las lianas que parecían colgar a más de cien kilómetros de techo, las agrupaciones de chozas de madera que se embebían con las colinas y se apretujaban contra los canales de agua... Había tantas, pero tantas cosas detalladas que los Einhenjers no lograban captar ni el cuarenta por ciento del todo que este panorama boscoso tenía para ofrecerles.
Inmensas y perezosas medusas de color verde titiritante ululaban con cantos armoniosos y volaban de aquí para allá, sobrevolando las cabezas de los turistas y haciendo que se lleven pequeños sustos. Arabescos dorados se estiraban como largos bejucos, imprimiendo en el aire entramados y mándalas de símbolos angelicales, con lo que iluminaban las penumbras de algunos puentes y callejones por los que pasaban los turistas. El graznar de las aves pequeñas imprimía una cálida melodía en el húmedo y tropical ambiente, junto con el gentil silbido de las trompetas, tocadas por ángeles en lo alto de balcones de árboles.
A medida que avanzaban de puente en puente, llegaban a las plazoletas circulares de suelo de mármol, con relieves en su superficie de mándalas y con o bien estatuas de ángeles que han perecido en la Segunda Tribulación, o bien murales xilográficos ilustrando importantes escenas de batallas campales entre las huestes angelicales y los aquelarres del Pandemonium. En uno de aquellos muros, William Germain se detuvo para contemplar la prominencia de los dibujos en mármol, representando un batallón dirigido por el Arcángel Miguel... y por él mismo, defendiendo el Sacroroble del asedio de las treinta y un legiones del Agares, el Gran Maestro.
El Presidente Sindical sonrió de la nostalgia, rememorando aquel momento como la primera vez, desde las Guerras Napoleónicas, que haya comandado a un ejército.
El séquito siguió su avanzada a través de los puentes de madera; uno por uno iban cruzándolo, y de vez en cuando los guardaespaldas miraban hacia abajo y se quedaban atónitos por ver los más de setecientos metros de distancia que había hasta el suelo. A duras penas se podía divisar las silueta de diversas casas que conformaban un pueblo entero, entremezclado con los senderos boscosos del nivel inferior del Bosque de Ángeles.
William apoyó las manos sobre el balaustre infestado de hojas y raíces, y a lo lejos pudo escudriñar la parroquia que la recepcionista le había indicado: un edificio de corte episcopal, de arquitectura neogótica de torreones puntiagudos, arcos circulares que daban a las entradas de puertas abiertas de par en par, intrincados detalles en los relieves de los muros y pilares y bellísimos vitrales de colores vivos, cada uno representando a grupos de diócesis congregadas alrededor de la figura del Arcángel Miguel.
Las personas que venían saliendo del edificio se hicieron a un lado nada más reconocer la importante figura política que caminaba entre ellos. Algunos de ellos, sobre todo diaconos de raza humana como angelical, susurraban entre ellos preguntándose qué clase de razones tiene el Presidente del Sindicato de Einhenjers para visitar la parroquia del último de los Arcángeles. Cuando llegaron a la entrada, el Presidente Sindical les enseñó la carta a los guardias (caballeros de dos metros de alto, con alas doradas saliendo de su espalda y visitando con armaduras sin cota de malla), y estos le dieron el permiso de entrar. William le hizo ademanes de cabeza a sus guardaespaldas para que se colocaran vigilando la entrada, y estos se dispersaron por toda la abadía mientras él ingresaba en el interior de la parroquia.
La atmósfera sosegada y natural del exterior fue aplastad por el ambiente soberbio de la arquitectura del interior de la parroquia. A cada lado de la rectangular nave central se posicionaban pilares de mármol, embebidos en parejas a una pared, y que dentro de sus hendiduras había estatuas de Arcángeles. Siendo seis parejas de pilares en total, congregaban las estatuillas de los doce Arcángeles que representaban el poder de "Dios" en los Nueve Reinos: San Uriel, San Raquel, San Baraquiel, San Raziel, San Azrael, San Selatiel, San Zadkiel, San Zerachiel, San Ramiel, San Sariel, San Jofiel y Sandalfón...
Todos ellos caídos y muertos a manos de la masacre de Lucífugo Rofocale.
Las gradas de madera estaban todas desocupadas; no había ni se sentía ninguna alma, a excepción de la presencia melancólica, solitaria y a la vez tremendamente poderosa del Arcángel que se encontraba en el ábside de la iglesia. William Germain sintió como se le encogió el corazón al ver al hombre que se encontraba de cuclillas, organizando y evitando que se apagaran las velas que encendieron los parroquianos. El sentimentalismo lo invadió, y dio un paso, pero entonces el Arcángel de cabellos rubios puntiagudos alzó la cabeza y le habló al hermoso ángel de denso vestido blanco con encajes y velo transparente que se posaba en lo alto del altar:
—Vuelve a cantarla, Hadraniel.
—¿Seguro, maestro Miguel? —inquirió el ángel andrógino, sus ojos cubiertos por un antifaz de oro con incrustaciones de zafiro y un collar de aros dorados que cubría todo su cuello— Si acabamos de terminar la sesión...
—Solo hazlo —replicó el Arcángel, el rosto ensombrecido, sus manos acomodando las velas—. Por mí.
—Como usted diga, maestro —dijo Hadraniel luego de un breve silencio.
El ángel extendió ambos brazos, respiró y exhaló, y encogió los hombros. De pronto, alrededor de todo el altar apareció un halo de luz celestial que vino de la claraboya del domo cristalino. William Germain caminó otros dos pasos y entró en el anillo de luz, siendo recibido por la bondad angelical del aura divina de Hadraniel. El presidente vio un anillo dorado aparecer encima de la cabeza de Hadraniel, adornándolo como una diadema. El silencio de diez segundos fue el preámbulo para la entristecida oda homérica que Hadraniel comenzó a cantar en un trágico latín:
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O locus ille,
(Oh, estas tierras)
Beatus quondam nunc deminuit.
(Bendecidas, y ahora maldecidas)
Nos destinatae matribus,
(Juramos ser las matriarcas)
Nunc fiunt turpes.
(Ahora somos tiznados)
Ploravimus lacrimavimusque,
(Nos hemos lamentado
y derramado lágrimas)
Sed nemo nos consolatur.
(Pero no hay nadie para
consolarnos)
Aureum cui irascebaris?
(Oh, Dorado, ¿a quién enfadaste?)
Se hizo el silencio. William había oído esa canción antes, pero pocas veces la escuchó venir de la hermosa voz de Hadraniel. Quedó impactado, sin palabras ante lo que oyó. El ángel respiró hondo, y al exhalar con tranquilidad, los anillos dorados que pululaban alrededor suyo se alargaron en destellos que copiaron su forma y lo clonaron. El último de los anillos invocó un exótico búho blanco, que voló en círculos y se posicionó en el hombro del Hadraniel original. Más de cuatro copias se crearon de él, con una de ellas tocando hermosamente un arpa al son del vehemente latín, creando un bellísimo eco femenino que se esparció por todos los recovecos de la parroquia:
Los clones de luz de Hadraniel se deshicieron en escarcha, dejando al ángel original de pie en lo alto del altar, con su búho posado en su hombro. Reparó en la presencia de William al posar su antifaz sobre él. La sonrisa que esbozó fue radiante, tanto como el dulce timbre de su voz que fue capaz de derretir su corazón.
—Maestro William —exclamó Hadraniel, la sonrisa de oreja a oreja, la voz chillona y alegre de verle—, ¡que sorpresa me has dado con tu presencia aquí!
—Te saludo, Monsieur Hadraniel —dijo William de forma cordial, hasta haciendo una leve reverencia al estilo francés—. Aunque podemos dejar de lado las formalidades. Me incomoda que me llames "maestro".
—Bueno, y a mi me incomoda decirle "señor presidente" —Hadraniel agarró los bordes de su falda y comenzó a descender de los peldaños del altar. Al notar como su maestro, el arcángel de vestimentas de cuero, no se movía de su sitio incluso después de que William hablara, hizo que el ángel hiciera un puchero—. ¡Maestro Miguel! Ya deje de hacerse el que no sabe. Su amigo William ya ha llegado.
El ambiente se torno turbio y pesado con el subsiguiente silencio de más de veinte segundos. La silueta del Arcángel Miguel no se movió en todo ese lapso, lo que hizo que William pensara en lo peor por culpa de la incomodidad. ¿Será que Miguel sigue sin superar la ruptura de sus años de amistad provocada por Brunhilde, luego de que esta le obligara a hacerle luego de coronarlo como Presidente del Sindicato? No; de no haber sido así él no le habría escrito esa carta diciéndole que viniera. Aún así, ¿era digno de seguir llamándose su "amigo" luego de un siglo desde la última vez que lucharon codo con codo?
Para su sorpresa, el último de los arcángeles lo miró de reojo, por encima de su hombro, y pudo apreciar su ojo de color azul zafiro. Aquel ojo que en la primera vez había visto a su persona, a William, como un ser inofensivo que necesitaba ayuda, ahora lo veían como si fuera un desconocido. Lentamente el Arcángel se dio la vuelta y comenzó a erguirse, revelando su atuendo de cuero todo de color negro y gris: un jubón de rayas adherido a sus pantalones, un abrigo que llevaba amarrado a la cintura y le cubría las piernas, tirantes que ajustaban mejor sus ropas, y un cubrebrazos que tapaba todo su brazo izquierdo, condecorado con una insignia de león.
William volvió a sentir que su corazón se le encogía, especialmente con la mirada desganada que el Arcángel le dedicaba. Incluso con toda la belleza intrínseca de su propiedad angelical, aquel ser, hueste celestial y supremo de todos los ejércitos angelicales Emitía más las vibras de un ángel caído que un general de Dios.
—Miguel... —farfulló el francés, el pecho agitado, nervioso por estar frente a frente con él.
El Arcángel no alzó la mirada en todo este tiempo. Es ahora que levantó la cabeza y fijó su mirada entrecerrada en él, transmitiendo toda su melancolía a través de él.
—No pensé que respondieras a mi notificado tan rápidamente...
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ingólf
Pabellón Real de las Valquirias
—¡¿En serio el Torneo se hará en Asgard, Hilde-Onee-Sama?! —exclamó Geir Freyadottir, su chillido haciendo eco en los recovecos de la inmensa galería.
—Así es, Geir, y habrá que adaptarnos de nuevo —contestó Brunhilde, la mirada al frente, llena de convicción.
Junto a su hermana menor avanzó por la enorme estancia de suelo pulcro y cristalino hasta detenerse frente ante un inmenso cuadro, de más de diez metros, de la anterior Reina Valquiria. En él se ilustraba a Freyja, vistiendo con su armadura divina, con dos gigantescos leones sobrevolando por encima de sus hombros y esgrimiendo el largo espadón curvo de su hermano Frey. El retrato la pintaba con un fondo apocalíptico, siendo este la Batalla de Vigrid, suscitada en la Segunda Tribulación y donde murieron la gran mayoría de los dioses nórdicos. Brunhilde se detuvo para apreciar el cuadro, los ojos magnificados por el detalle del óleo.
—¿Adaptarnos de nuevo? —inquirió Geir, el ceño fruncido y poniéndose al lado de ella— ¡Pero sí todo ya estuvo preparado para que el Torneo sea en la Civitas! ¿Cómo es que ese viejo alcornoque tiene potestad para hacer eso?
—Porque la tiene, y punto, y nosotras no tenemos más opción que la de adaptarnos al cambio —replicó Brunhilde de forma seca, sin dirigirle la mirada a Geir—. Ya se lo acabó de decir a los Ilustrata, a las Valquirias Reales y a los Legendarium reclutados para que todos empecemos a movilizarnos hacia Asgard dentro de tres días.
—¿Todos, en serio? ¿Acaso ni Cornelio ni Sirius Onii-San estarán aquí para defender la ciudad?
—Con los Ilustrata será un periodo cortísimo de tiempo, Geir. Una vez se terminen por anunciar a los luchadores y asistamos a un par de reuniones, los enviaré de regreso a la Civitas para que sigan administrando el Estado. Los que nos quedaremos en Asgard seremos nosotras, las Valquirias, y los Legendarium.
Geir se mordió el labio inferior y alzó la mirada para apreciar también el épico recuadro de la aguerrida Freyja. Ambas hermanas se quedaron escudriñándola por varios segundos de silencio.
—No puedo evitar pensar que esto también lo hace para separarnos de la Civitas Magna, que sabe que es donde más tenemos poder —murmuró Geir.
—Es que es obvio, Geir —concordó Brunhilde, cruzándose de brazos—. Los dioses no son más que unas lacras que intentan separarme de mis humanos. Pero ellos y yo estamos pegados como la carne a la uña, por más problemas que tengamos socialmente hablando. De todas formas, Geir —Brunhilde desvió y bajó la mirada para observarla—, no tenemos que preocuparnos porque no separen de la Civitas Magna, que a nosotras igual nos quieren en Asgard.
—¿Qué nos quieren en Asgard? —Geir sonrió ácidamente y miró con desquicio a Brunhilde— ¿Acaso se te olvidó la mala fama que nos hemos canjeado las Valquirias entre los asgardianos desde la Guerra Aesir-Vanir?
—Eso fue hace ya más de dos mil años, Geir —contestó Brunhilde—. El odio y la segregación se ha disminuido con los siglos. Además, con las maravillas que hizo Robespierre para promover mi campaña política en Asgard luego de que fui coronada Reina Valquiria hizo que mi nombre y el de las Valquirias haya sido limpiado. No del todo, pero limpiado al fin y al cabo.
—Yo no me dejaría endulzar por esas dulces promesas de Robespierre —Geir miró hacia otro lado—. No tengo pruebas, pero tampoco dudas de que ese hombre no nos convendrá en un futuro lejano.
La Reina Valquiria enarcó ambas cejas y ladeó la cabeza en un gesto serio.
—¿Usted por qué le gusta juzgar a muchos Einhenjers sin conocerlos como lo hace William Germain? —le recriminó.
—Porque él fue dictador, y eso me da razones para desconfiar —Geir alzó los hombros— ¿Qué clase de hombre que ha guillotinado a millones de franceses tiene la prudencia de llamarse a sí mismo "el incorruptible"? Además el que se hace amigo de demonios con fines "judiciales", es porque es un demonio.
—¿Y Smith qué, ah?
—Smith invierte en los Siprokroski y en sus negocios del Bajo Mundo. Más sutil congeniar con mafiosos que congeniar con demonios. Y hasta donde yo sé él aportó muchas cosas a la economía, antes que dejar a Francia en la bancarrota, como lo hizo este señor.
—Pero el que maneja las arcas del estado es Smith, no Robespierre.
—Igual —Geir agitó su brazo en un ademán y después se abrazó los hombros.
—¿Sabes qué es lo que te pasa, Geir? —Brunhilde entrecerró los ojos y su mirada se volvió menospreciativo— Que eres es tacaña de pensamiento. Eres tacaña de espíritu y de mentalidad. No tiene la visión para ver el potencial en las cosas, incluso tratándose de Einhenjers maquiave...
—¿O sea que según tú tener visión es que cualquier lunático con título de juez como Robespierre venga y le diga que ya tiene el pueblo Asgardiano a sus pies? ¿Resolver dos mil años de conflicto ideológico en menos de medio siglo? —Geir le hizo un ademán de cabeza de no creer lo que le estaba diciendo— No me tomes del pelo, Onee-Sama. No me tomes del pelo.
—¿Y por qué no tendría al pueblo Asgardiano a mis pies?
—¡Porque no! No me cabe en la cabeza eso —la pelirosada se llevó un dedo a la sien de la cabeza
—Ya lo dijiste, no te cabe en la cabeza —Brunhilde levantó un brazo y empezó a enumerar con sus dedos—. Yo reúno todos los requisitos para que Asgard esté de nuestro lado en el Torneo del Ragnarök. Primero: tengo reputación por haber reparado buena parte los daños de la infraestructura en la postguerra. Segundo: una gran minoría de los Asgardianos son mortales radicados Tercero: poseo el poder político, adquisitivo e histórico desde el reinado de nuestra madre —a medida que iba enumerando sus razones, Geir le repetía una y otra vez "bájate de esa nube"—, y cuento con el apoyo de dioses nórdicos menores que representan al pueblo asgardi...
—¡Bájate de esa nube! —exclamó Geir, los brazos cruzados y volviendo su cuerpo hacia otro lado con tal de no verla a la cara— Hay que ser realistas, Hilde-Onee-Sama, lo que van a hacer es comerte viva esos agresivos Asgardianos. Y hasta los dioses, si nos ponemos más arrogantes en el Torneo.
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https://youtu.be/Ys8fahfRFn4
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷
La actitud adoptada por Geir era inusitada; era de las primeras veces que la había visto refutarla de esta forma. Pero en vez de enojarse, la Brunhilde sonrió en una mezcla de estupor por la personalidad fuerte que adoptó su hermana menor, y también de emoción por tener ganas de mostrarle una demostración del poder que le confería el título de Reina Valquiria.
—¿Ponerse realistas es decir que no tenemos oportunidad contra los dioses en el Ragnarök, Geir? —manifestó Brunhilde, el rostro ensombreciéndose por la seriedad.
—¿Q-q-qué dices? —farfulló Geir, poniendo una mueca escandalizada— No, no, yo nunca dije eso. No me pongas palabras en la boca, Hilde-Onee-Sama.
—No necesito poner palabras en tu boca para saber que lo pensaste —Brunhilde empezó a dar lentas zancadas hacia delante, obligando a su hermana menor a retroceder— Piensas que soy una idealista, una mujer de planteamientos poco creíbles y estrategias que nos llevarán a todos hacia la perdición
—N-no, hermana —Geir empezó a sentirse intimidada por la forma lenta en la que hablaba su hermana mayor—. Yo solo decía... q-que hay que pensar con la cabeza fría, y-y no ti-tirarnos de tirabuzón a la boca del dragón.
—Tienes razón, hay que pensar con la cabeza fría. Pero no olvidemos que, en nuestro haber, tenemos como Legendariums al semidiós más poderoso de Grecia, al superhombre más fuerte de Rusia, al alquimista francés de los siglos de las luces, a los dos caballeros artúricos más importantes de la Mesa Redonda, al samurái y al shinobi más respetados en la historia de Japón... —Brunhilde sonrió de forma sardónica e hizo un ademán de barajar una carta invisible— Y a la leyenda negra más temida en la historia del Pandemonium.
Geir sintió un frío escalofrío correrle por la espalda al oír eso último. Se le puso la piel de gallina y tragó saliva. Brunhilde se detuvo en seco, y ambas hermanas se quedaron inmóviles donde estaban, a la luz del eclipse que se filtraba por las claraboyas del techo, con la mayor mirando a la menor como una madre que estuviera regañando a su hija con el silencio.
—Ahora imagínate todo ese poder que tienen... —Brunhilde cerró su mano en un duro puño— Multiplicado por tres con el poder del Völundr.
—E-eso tomara su tiempo, Hilde-Onee-Sama —indicó Geir, mirándola de vez en cuandoa los ojos—. Y más si no tenemos a todas nuestras hermanas reunidas en las Civitas...
—¡PUUUUEESSS TE EQUIVOCAS, HERMANA GEIR!
El grito feral y femenino tomó por sorpresa a la pelirosada. La Reina Valquiria, por su lado, sonrió, y desvió la cabeza hacia el origen del grito al igual que Geir. La galería entera se ennegreció con una niebla grisácea jaspeada por destellos de relámpagos azules, espirales verdes, fuego rojo y plasmas púrpuras. Aquel torbellino de elementos convirtió todo el lugar en un magnifico teatro de colores, dando como preámbulo al espectáculo que se iba a suscitar frente al dúo de hermanas.
Las dos vieron a lo lejos, en el umbral que da al Pabellón Real, numerosas sombras y siluetas emerger de la muralla neblinosa y relampagueante cual banda que estaba a punto de empezar su concierto. Algunas venían caminando, mientras que otras levitaban en el aire como anguilas voladoras. Debido a la negrura de la niebla y del vórtice creado por las ráfagas de rayos y fuego, no fue posible ver con claridad las apariencias de estas mujeres guerreras, pero sí se pudo ver su número: eran trece en total. Trece Valquirias Reales que acabaron de entrar en el Pabellón Real a demostrar su poderío bajo las sombras.
Geir se quedó boquiabierta y sin palabras, mientras que Brunhilde caminaba hacia delante y se colocaba frente al grupo de Valquirias Reales. La única valquiria a la que se podía ver su apariencia era a la que iba en vanguardia: vistiendo con su uniforme de pieles marrones, con su cabello castaño y desenmarañado peinado hacia atrás, los tatuajes azules en sus brazos brillando por las corrientes eléctricas al igual que sus ojos... Era hija de Thor.
Thrud Thorsdóttir detuvo al grupo de Valquirias Reales esgrimiendo sus espadas de plata y regando por todos lados raíces eléctricas que respigaron por el suelo y las paredes. La valquiria en potencia colocó sus dos espadas frente a la reina, y al soltarlas, estas quedaron levitando y zumbando en el aire producto de un torbellino de electricidad que lo mantenían en el aire. Extendió sus musculosos brazos hacia ambos lados en reverencia, y el resto de las valquirias la imitaron. Brunhilde sonrió y asintió la cabeza para sí misma.
—Tal como usted me lo ordenó, mi Reina...
La valquiria hija del Berserker del Trueno avanzó dos pasos más. Sus dos espadas eléctricas silbaron en el aire, volando hasta enfundarse a su espalda en forma de X. Se arrodilló ante su reina.
—¡Hermanita Thrud! —exclamó Geir, los ojos chispeando de al felicidad de verla de nuevo.
—¿Pensaste que te librarías de mí fácilmente? —dijo Thrud, mirándola de reojo y dedicándole una sonrisa.
—¿Ya todas tienen de el listado actualizado de los Legendarium con quienes irán a participar en el Torneo? —inquirió Brunhilde.
—¡Así es, mi reina! —exclamó Thrud— Todas tenemos conocimiento de nuestros Legendarium, siendo a mí quien me tocó el Einhenjer con el nombre en código "Merodeador de de la Noche" ahora que me he graduado como Valquiria Real.
—Un momento, ¡yo no he visto esa lista aún! —Geir señaló a Brunhilde con un dedo acusador— ¡Será mejor que aún siga puesta con Sirius Onii-San, nombre en código "Nacido de las Estrellas"!
—No te preocupes, Geir, que tú sigues igual —Brunhilde se llevó una mano al mentón y dedicó una mirada general hacia el resto de las ensombrecidas Valquirias Reales para así dirigirse hacia todas ellas—. De hecho... es importante que todas conozcan y se relacionen a sus Legendarium, de tal forma que la técnica del Völundr se perfeccione antes de sus respectivas rondas. Su hermana Randgriz está en el proceso de reclutar a Uitstli, y antes de la fecha establecida de su primera ronda, habrá vuelto convertida en una sola con el Jaguar Negro.
La Reina Valquiria dio un paso adelante, y su cuerpo fue envuelto por un aura divina de color celeste destellante. La explosión de su halo generó una oleada de vientos de presión que hicieron sentir el peso desafío inmenso a las Valquirias Reales, una sensación que no sentían desde la Segunda Tribulación.
—Valquirias Reales, ¡¿ESTÁN LISTAS PARA PELEAR CONTRA LOS DIOSES?!
—¡¡¡SÍ, SU MAJESTAD!!! —el grito coordinado de las trece Valquirias Reales emitió un sonoro eco que resonó en todo el palacio de Vingólf, hasta alcanzar los cielos y el Estigma de Lucífugo.
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https://youtu.be/jCfNXQU_xN4
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|◁ II ▷
Sacroroble, Sostén del Bosque de Ángeles
Parroquia de La Luz Perdida
William Germain y San Miguel caminaban de par en par por los senderos ajardinados del patio de la parroquia. Detrás de ellos los seguía devotamente el ángel Hadraniel cual sirviente, su búho siempre montado en su hombro. En su andar los tres son imbuidos por el ambiente de los suaves soplidos, los murmullos de los arbustos, las hojas cayendo, las vistas de las perezosas medusa ululando de aquí para allá y los lejanos trompetazos de los ángeles con formas de hombres de nieve. De estos últimos surgían burbujas que, al chocar contra un objeto, explotaban y salpicaban el aire con gotas de múltiples colores iridiscentes.
—Te noto muy pálido, William —manifestó Miguel; la forma tan sedosa y cuidada con la que hablaba era digna de un humano al imaginarse hablar a un ángel—. ¿Acaso fue el viaje? ¿El ambiente del Sacroroble...?
—El trabajo, Miguel —contestó William, mirando hacia abajo por unos segundos—. Cien años trabajando como Presidente del Sindicado de Einhenjers... —sonrió, la sonrisa incómoda— Menos mal que tenemos eso llamado "Edad Dorada" que nos vuelve virtualmente inmortales a nosotros. De otra forma, ya tendría arrugas y canas.
—Pero la mentalidad es lo único que cambia —indicó Miguel, sus ojos azules siempre fijos en él—. Tu mente, tu espíritu... Esos son los únicos la Edad Dorada no puede evitar que envejezcan. Y a decir verdad —lo miró de arriba abajo—, puedo ver que tu alma es mil años más vieja de lo que aparenta, y más perturbada que cuando te hallé moribundo en el afluente de Cocito.
—La Segunda Tribulación nos cambió a todos, y cambió el curso de nuestra historia para siempre —William habló con el aplomo de un veterano que sobrevivió a la Gran Guerra—. Quiero decir... —miró su derredor, hacia las gruesas raíces, hacia las cascadas que caían de cuencas de madera gigantescas— el Sacroroble quedó impecable tras las reparaciones, y los turistas siguen viniendo aquí como si nada hubiese pasado. Pero en realidad... —la nostalgia triste se cernió sobre su rostro. Señaló la parroquia con un dedo— ¿Sueles rendir mucho tributo a los muertos?
Miguel hizo el silencio al no decir nada por un breve lapso. William pudo notar con facilidad la desdicha en su semblante.
—Para un Arcángel tan antiguo como yo, cien años se sienten como unos míseros cinco o seis años —murmuró Miguel, juntando sus manos sobre su abdomen—. Aun recuerdo sus muertes, sus últimas palabras antes de la batalla contra Agares... Esos Arcángeles valían tanto como tus Legendarium, William.
—No es de mi menester desmeritarlos. Nosotros, los Legendarium, llevaremos la memoria de los Arcángeles caídos en batalla en la lucha que llevaremos contra los dioses, en el Torneo del Ragnarök —William entrecerró los ojos y pensó por unos segundos antes de seguir—. Creo que la ayuda moral que nos darías en las gradas sería de gran apoyo, y más teniendo certeza que algún príncipe del Pandemonium vaya a participar, o incluso el mismísimo Luci...
Miguel lo hizo callar al detener su caminata y volverse hacia él con una expresión ofendida; ceño fruncido, frente arrugada, ojos medio cerrados y los labios apretados. William dio un ligero paso hacia atrás. Hadraniel sintió un escalofrío al notar y sentir el pavor mezclado con la cólera en el semblante de su amo.
—No lo digas —masculló Miguel, la rabia y el trauma en cada palabra. Toda la gentileza se desvaneció en un santiamén—. No digas... ese nombre... —Miguel alzó un dedo a la altura del rostro de WIlliam, y lo convirtió en un puño apretado— Ese maldi... —Miguel resopló dos veces y bajó su puño— Él es la razón que mis dos hermanos de sangre estén muertos.
—¿T-tus dos hermanos? —farfulló William, parpadeando varias veces.
Miguel se negó a explicarlo y, en cambio, le hizo un ademán de cabeza para que lo siguiera. Hadranie se le adelantó, y William siguió a los dos ángeles a través de un intrínseco caminó de encrucijadas de la que se componía aquel jardín, encapsuladora de memorias bélicas y trágicas.
El trío arraigó hasta una plaza rectangular tras descender unas escaleras y llegar al nivel inferior del jardín que daba a la boca de una caverna sellada. Allí, oculto a la mirada de todos, escondido como una estatua personal para San Miguel, se encontraba un pedestal que sostenía dos estatuas. Espalda con espalda, las estatuas representaban a dos arcángeles: el primero tenía los labrados de un hombre con cabello ondulado, una chaqueta, camisa, guantes, pantalones ajustados con un cinturón y empuñaba una espada revólver esgrimiéndola hacia abajo; la segunda era el tallado de otro joven de cabello también ondulado y peinado a ambos lados, guanteletes de escamas, una chaqueta corta sin botones y abierta que revelaba su abdomen, tirantes adheridos a un delantal que lo cubría hasta las rodillas, pantalones con abalorios, y una espada gruesa de hoja con grabados estilizados. Los relieves de los detalles de ambas estatuas en sus ropas y sus espadas eran tan realistas, y sus colores blancos y dorados tan resplandecientes, que no era comparable con ninguna estatua que Miguel Ángel hubiese hecho en toda su vida.
Hadraniel movió sus manos de arriba y hacia los lados, haciendo el gesto de la cruz que culminó con un beso en sus dedos, para inmediatamente arrodillarse y rezarle a las estatuas en silencio. William lo vio arrodillarse, y después miró las estatuas, aproximándose hacia ellas hasta estar frente al filo de la espada pistola de Rafael.
—Cuando acabó la Batalla por el Sacroroble, te suplique porque te quedarás conmigo, ¿recuerdas? —dijo San Miguel desde atrás— Te lo suplique no para que montaras guardia hasta que acabara la guerra, sino para que me ayudarás a rescatar a mis hermanos de la Masacre de los Cinco Millones que... e-el Rey del Totius Infernum, estaba llevando a cabo —la dificultad con la que habló sus últimas palabras hizo que tragara saliva y se mordiera la lengua—. Pero te fuiste. Te fuiste a ayudar a luchar en el frente de los Legendarium Einhenjar, para apoyar a Kuro Kautama, Sir Aland y Sir Adam. Me dijiste que ellos eran quienes más necesitaban ayuda, ¿pero acaso fue tu desesperación la que no te permitió pensar... o eran ellos más importantes que el ángel que te salvó y ayudó contra los Pecados Capitales?
—La situación era demasiado complicada, Miguel —balbuceó William, sintiendo la presión de su mirada en su espalda—. Tenía que elegir rápido, o sino morirían todos.
—Y por esa elección mis hermanos murieron a manos del Rey Demonio.
—¿Me vas a echar toda la culpa? —William se dio la vuelta y encaró al Arcángel— Fue suficiente conque Baizan y los Dioses Feroces arrasaran con la Tierra Pura o que Belcebú saqueara la Civitas Magna. No podía permitir que Nueva Camelot, Kiyozumi-Dera o las Regiones Autonomas aztecas cayeran también. Era mi deber, como recién nombrado Presidente Sindical, ayudar a los futuros Legendarium que ahora pelearán en el Ragnarök.
—Eso es lo que la Reina Valquiria quería; separarte de mí con tal de que la Orden de Arcángeles se debilitara hasta solo quedar yo.
—¡¿Perdiste la cabeza?! —William se acercó a él hasta ponerse frente a Miguel.
—Creo que la perdí hace mucho tiempo, William —Miguel ladeó la cabeza en gesto de pena.
El silencio entre ambos se prolongó por unos cinco segundos, lapso en el que el semblante de WIlliam se formó la rabia, la decepción y la tristeza.
—Si hubiera sido por mí, me habría quedado, Miguel. Me habría quedado y habría dado mi otro brazo para salvar a tus hermanos... Pero las circunstancias me sobrepasaron, y mi honor como prócer, como político francés que fui en vida, me detuvo de hacerlo.
Los ojos de Miguel se dilataron. Su expresión siguió igual de inmutable, pero en sus ojos se pudo determinar el trauma creciente que hacía todo lo posible para controlar
—Me hubieras dicho entonces que seríamos un sacrificio en la Masacre de los Cinco Millones, en vez de irte sin decirme nada.
—¿Y dónde estaba Ashor, ah? —William arrojó la pregunta del tema al cual había venido aquí en primer lugar— ¿Dónde estaba el Caballero Negro luego de que me fui del Sacroroble? —a medida que lanzaba preguntas, la expresión de Miguel cambiaba poco a poco— ¿Acaso no se quedó a defenderlo? ¿No fue a ayudarte a salvar a Gabriel y Rafael?
El último de los Arcángeles permaneció boquiabierto, sin producir sonido alguno. Cerró los labios y los ojos, para después exhalar profusamente y encogerse de hombros. William frunció el ceño de la confusión de verlo hacer esos gestos tan decaídos. Miguel miró hacia otro lado por un segundo antes de volver a mirar al alquimista con los ojos entrecerrados.
—¿Tú amas a tu hijo, William?
—Con todo mi corazón.
—No tanto como yo amo a Ashor —espetó Miguel—. Él es el único ser en toda la existencia al cual trato como mi hijo.
—Y aún así dejaste que su rebeldía hiciera que viniera en mi búsqueda y se arriesgara en el proceso —William pudo darse cuenta al instante de la respuesta entre líneas que Miguel le dio con su pregunta inicial.
—Gracias a Jehová que le dio esa actitud de Gedeón a mi Ashor. Puede que no lo creas, pero fue gracias a él que tu esposa Luciere e hijo Ilán hayan salido vivos de las sucias garras de Belfergor.
<<¿Fue él?>> Pensó William, sintiendo una inmensa estupefacción que tuvo que reprimir al instante con tal de no demostrar sorpresa en esta severa conversación.
—Y ahora está matando a los demonios de los barracones en la Civitas Manga como protesta. Me odia por abandonarte a ti y a tus hermanos, ¿no es así?
—¿Odiarte? —Miguel sonrió brevemente— Él te adora, William. Te respeta y te admira. Ustedes dos se juraron lealtad de armas el día en que se conocieron en Cocito. Él nunca pierde la oportunidad de decirme que, el día en que ustedes dos se enfrentaron codo a codo contra el Pecado de la Ira, ese fue el momento más épico en toda su vida. Todo el mundo lo considera un inhumano sin escrúpulo por culpa de las leyendas negras, pero ambos sabemos que él tiene más respeto a los Einhenjers muertos que los demonios cobardes que siguen vivos.
William fue quien se quedó sin palabras ahora. Apretó los labios, sintiendo el corazón acelerado por los acalorados hechos que ambos se estaban diciendo mutuamente. Recobró las palabras, y dijo lo siguiente:
—Si aún tienes contacto con él, ordénale que detenga su matanza personal. Que se reúna conmigo para hablar, como hicimos tú y yo. No es que no quiera tener sangre de demonios en mis manos, pero lo último que deseo es que estos sean los antecedentes de una Tercera Tribulación. No quiero que la furia del Rey Demonio vuelva a caer sobre nosotros
—¿Y qué hay de mi furia, William? —replicó Miguel, el rostro ensombrecido— Ashor me dijo el día en que reconquistaron la Civitas Magna luego de que Nikola Tesla derrotara a Belcebú. Brunhilde no había llegado todavía junto con sus Valquirias Reales. El trono de Folkvangr estaba vacío, y todo lo que tenías que hacer era subirte en él y autoproclamarte "Rey" con tal de no estar viviendo en la gobernanza de esta mujer imprudente.
—Lo consideré cuando estaba completamente solo en esa estancia —confesó William luego de quedarse callado por unos instantes—. Pero mi honor de prócer me hizo recordar que el poder absoluto, corrompe absolutamente. No quería volverme un Napoleón Bonaparte. Y si dices que fue un error, entonces no me arrepiento de nada.
—Lo sé perfectamente, William... Cuando comience el Torneo del Ragnarök, la sangre correrá nuevamente por el Valhalla. Allí veremos qué tipo de poder absoluto te estás refiriendo.
San Migue se volvió sobre sus pasos y comenzó a escalar los peldaños por donde bajaron. Hadraniel se puso de pie y siguió en pos de él, dejando en total soledad a William Germain. El Presidente Sindical se quedó allí de pie, mirando el suelo primero, y después hacia las estatuas de Rafael y Gabriel. Apretó los labios y exhaló hondo, para después comenzar a subir las escaleras también.
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El ascensor traqueteaba con gran intensidad los engranajes y las cadenas que se interconectaban dentro de las paredes blancas mientras ascendía y ascendía. La oscuridad era perpetua al inicio, pero después fue iluminándose con las tenues y momentáneas lámparas de resplandores blancos que se extendían a lo largo y ancho de toda la infraestructura. Junto a ellos se les unió los breves pero intensos brillos dorados que venían de los resquicios verticlaes que hacían de ventanas; a pesar de ser muy estrechos para los ojos de quienes estaban subiendo por ese ascensor, el calibre cultural y la masividad de lo que les esperaba al otro lado era incalculable, y eso Brunhilde y Geir lo sabían a la perfección.
Brunhilde abrazaba a Geir de los hombros para no estar separada de ella. Junto a ellas, quienes se subieron al ascensor eran cuatro de los representantes políticos de los Nueve Reinos que hacían falta por llegar a la capital real: su distante abuelo Njörd, Rey de los Vanir y de Vanaheim; Angrboda, la Giganta reina del debilitado Jötunheim tras la muerte de Thrudgelmir; Alberich, el Rey Hechicero de los Elfos de Alfheim; Bodb Dearg, Supremo y Rey de los Celtas de Avalón... Geir se sintió como una celebridad importante al estar rodeada de los gobernantes del mundo. Su hermana, no obstante, no podía decir lo mismo de todos ellos, en especial del último mencionado. Brunhilde pudo notar la expresión de tristeza infinita oculta bajo su bellísima faz celta de melena rubia y facciones gentiles. La Reina Valquiria sintió pena por él; no podía concebir que alguien tan pusilánime como Bodb aún tuviera el cargo de Deidad Suprema.
El ascensor culminó su largo recorrido luego de casi cinco minutos de espera. La capital real, al estar elevada a más de ocho kilómetros por encima del nivel del mar, necesitaba de estos largos ascensores para poder llegar a su cima. Los gobernantes de los Nueve Reinos se vieron envueltos en una gigantesca y alta sala en penumbras, que de un chasquido mágico acompañado por el graznido de cuervos fue iluminada con los radiantes destellos de las titánicas lámparas de cristal que colgaban del techo abovedado.
Al frente de ellos se disponían dos estatuas de caballeros reales de la capital, cada uno midiendo más de seis metros de alto y que vadeaban los portones de veinte metros de longitud. Los guardianes de piedra movieron aeronatamente sus brazos y descorrieron las hojas que bloqueaban las compuerta. De forma mecánica los portones se fueron abriendo, emitiendo constantes chirridos de bisagras y dejando entrar en la galería una potente brisa milenaria que les dio la bienvenida.
Ante los gobernantes de los Nueve Reinos se extendió de forma grandilocuente una vasta extensión de edificios de techos dorados, torreones con cúpulas áureas, altos minaretes que izaban en lo alto banderas pertenecientes a los distintos Dioses Supremos asentados en la ciudad y múltiples ciudadelas de arquitectura tan compleja y entramada que era como ver acrópolis pequeñas interconectadas con un increíble océano de urbanidad digna de llamarse un hogar de dioses.
Pero lo que más dejaba boquiabierto a aquellos que visitaban la ciudad por primera vez... era que el firmamento no era gris, de nubarrones de tragedias y de un perpetuo eclipse que les recordaba a sus habitantes de las consecuencias de la Segunda Tribulación.
No. Aquí, en cambio, el cielo era de color azul como los océanos más calmados, condecorado con nubes doradas y destellos de arcoíris áureos que parecían bandas de tela dorada que recorren el extenso firmamento. Una bóveda celeste que solo los residentes de Asgard podían deleitarse y decir que vivían en la capital del mundo divino. Aquel ambiente de en sueño, aquel paraíso dorado, blanco y azul, que dotaba de su deificación a la Capital Real del Reino de Asgard era gracias el enorme, hercúleo y perfora-cielos árbol de Yggdrasil que se encontraba plantado justo detrás del palacio de oro de Odín Borson, con una inmensa ranura ovalada que encajaba a la perfección con la forma piramidal del Valaskjáfl del Alfather.
Brunhilde y Geir caminaron por el adarve de la muralla, y la valquiria pelirosada quedó absolutamente petrificada al ver el árbol, alzar su cabeza, y ver como su cima se perdía más allá de la estratosfera. Sus raíces eran tan largas, extendiéndose a cientos de kilómetros hacia todos los puntos cardinales, que eran gracias a ellas que el Estigma de Lucífugo, sus rayos tóxicos y sus lluvias de cenizas, no podía penetrar en la ciudad. Era como el Yggdrasil fuera una burbuja protectora, un campo magnético que protegía a Asgard de las tormentas solares que era el eclipse.
—Esto... es... No... Pero... ¿c-cómo...? —balbuceó Geir, parpadeando varias veces y sintiendo las ganas de sollozar de la alegría universal por estar viendo aquel imperioso cielo rasgado por las raíces del árbol dorado. Era la primera vez que visitaba Asgard desde la Segunda Tribulación, y ver aquel panorama tan utópico la lleno de una alegría como ninguna otra cosa en el mundo.
Brunhilde se inclinó para estar a su altura y la tomó gentilmente del hombro.
—Hermana, este es el lugar del que no creías que alcanzaría el eclipse del Rey Demonio...
—Ese árbol... —Geir extendió un brazo y señaló el titánico árbol dorado, más grande que cualquier Titán Griego, más grande que cualquier Gigante de la Escarcha, más grande incluso que las bestias cósmicas a las cuales los Supremos se enfrentaron— ¿Ese es el Yggdrasil?
—Sí, Geir. Ese es el Yggdrasil —Brunhilde mantenía su mano sobre la espalda de su hermana menor, un gesto protector y querido—. El omnipotente árbol cósmico que une a los Nueve Reinos, los interconecta y los hace, en esencia, uno solo. Ni Lucífugo Rofocale, con todo su poder estelar, pudo hacer que su Estigma infectara una sola de sus raíces —la Reina Valquiria levantó la cabeza y apreció las larguiruchas ramas doradas que no paraban de soltar titánicas hojas doradas y que se desvanecían al entrar en contacto con la estratosfera.
—Cuando decías que ni un solo rayo del eclipse no penetraba en la capital real, pensé que me estabas echando cuentos de hadas... —los ojos chispeantes y maravillados de Geir no paraban de fijarse y de apreciar los detalles de cada avenida, de cada bulevar, de cada rotonda y de cada plaza que constituían la gigantesca metrópolis, una incluso más grande que la Civitas Magna— Ay, pellízcame, Hilde-Onee-Sama, creo que me voy a desmayar —Geir se llevó una mano a la cabeza en gesto de perder la consciencia.
—No exageres —Brunhilde carcajeó, su sonrisa radiante poniendo de buen humor a Geir—. O bueno... sí, tiene lógica que exageres. Incluso los dioses que han vivido por todo un siglo de traumas con el Estigma de Lucífugo... —la reina se encogió de hombros y volvió a pasear sus ojos por el orondo tronco níveo del Yggdrasil— Ver el árbol es como el hombre de la caverna que sale a ver el sol.
—¿Y dónde es qué se va a organizar el Torneo del Ragnarök? —Geir apoyó las manos sobre una almena y buscó con la mirada alguna edificación con forma de coliseo... Pero entonces se dio cuenta que había múltiples estadios con formas de coliseos romanos repartidos en las distintas acrópolis.
—Lo más seguro es que se hará allí —Brunhilde estiró un brazo e indicó con un delgado dedo el recorte sombreado de un prominente anfiteatro a lo lejos, al parecer en el centro de la ciudad. Geir no pudo alcanzarlo a ver de todo, pero al descubrir un telescopio público al lado, rápidamente puso sus ojos sobre él y pudo apreciar mejor la arena: un edificio de fachadas de más de trescientos metros de alto, con pilastras, arcadas, arquitrabes y arcos lo suficientemente grandes como para almacenar estatuas de dioses hasta cien metros de alto. Algunas raíces del Yggdrasil descendían hasta el techado del coliseo, proporcionando una impecable lluvia de hojas dordas sobre su arena ovalada. Geir se quedó tan estupefacta que de su boca solo salieron balbuceos—. Es llamado "El Anfiteatro Iðavöllr"
—¿Idavollir? —farfulló Geir, dándose la vuelta— ¿"Campo de Hazañas"?
—Sí... —Brunhilde apretó un puño y asintió para sí la cabeza— Incluso si Odín lo cambió para beneficio propio, no importa. Que lo mueva a Asgard, a Muspelheim, a Helheim, donde se le pegue la regalada gana. Sea donde sea, mis Legendarium y mis Valquirias Reales pelearan y vencerán a los dioses. Esas serán sus hazañas en este campo.
—¿Qué te dije sobre esa vanidad, Hilde-Onee-Sama? —le reprochó Geir, descendiendo los escalones hasta llegar a ella— No podemos saltar a conclusiones tan rápidas. Ni siquiera tenemos a todos los Legendarium con nosotros; quien sabe si tengamos que cambiar a algún Legendarium de la li...
—Estarán todos, Geir. No pienso tirar a la borda siglos de proyecto de nuestra madre solo porque un Einhenjer no les gusó la forma de hacer diplomacia.
—Y aún si están todos, ¿Qué no garantiza que el Allfather vaya a colocar en su lista de peleadores a los supremos más poderosos? Rómulo, Atón, Anu, Tianzun, o incluso a Izanagi... —se detuvo en su hablar justo cuando recordó algo que la hizo ensanchar los ojos— Espera, ¿hoy no se anuncia su lista de...?
De repente se escuchó un ringonte venir del bolsillo del jubón de Brunhilde. La reina se llevó la mano dentro del bolsillo y sacó su celular táctil de allí. Le sonrió a Geir.
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https://youtu.be/N2p_JFF4lR0
EL TEMA DE LOS LEGENDARIUM EINHENJAR
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|◁ II ▷
—Justo cuando mencionas al diablo —murmuró Brunhilde, guiñándole el ojo a su hermana. Abrió su interfaz y fue directo hacia la caja de mensajes. Geir intentó ver a través del reflejo de sus ojos lo que estaba viendo, pero antes de poder ponerse de puntillas para ver su celular, el rostro y el cabello de Brunhilde fueron soplados y jalados hacia atrás al ver la lista. Un gemido ahogado de perplejidad, seguido por múltiples farfulleos por todo o bajo, hicieron que Geir tuviera que acercarse a ella con pasos cuidadosos.
—¿Onee... Sama...?
Brunhilde levantó la cabeza y sonrió en dirección hacia el Anfiteatro Idavollir, como si le dijera que ya estaba preparada para entrar a pelear en su arena. Esgrimió su celular hacia el rostro de Geir, mostrándole de cerca y de forma horizontal lo que estaba en pantalla. Geir sintió un escalofrío tal que dio un paso atrás y titubeó a la hora de ver la lista, pero al verla de reojo pudo observar como la pantalla enseñaba dos versiones de la lista oficial de peleadores: la primera era la versión en rollo, la más típica usada en los Nueve Reinos... y la segunda estilizada, de colores verde, negro y dorado fuego, diseñada por el mismísimo Odín Borson como para remarcar la importancia de este torneo.
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https://youtu.be/boJTHa_8ApM
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