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Interludios: La Maldición del Hielo Primordial

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Kuhaku_Mikaboshi

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https://youtu.be/YelN_vn95u4

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Tres días después

Día del Proyecto Solaris

Los preparativos para llevar a cabo el Proyecto Solaris estaban listos. Los Observatorios tanto de Rioplata como el de Þjálfi tenían sus antenas parabólicas alineadas con el astro padre. Era mediodía tanto en Jötunehim como en Nueva Camelot, y si bien la diferencia en las frecuencias de las comunicaciones de ondas radiales entre ambas posiciones era de treinta segundos, esto no supondría un obstáculo grave para la cooperación de todos con tal de hacer posible esta aparatosa e impensable hazaña.

En Þjálfi, Angrboda, Brunhilde Geir se encontraban en el panel de control; pantallas hechas de cristal y hielo se disponían frente a ellas, colocadas en distintas posiciones frente a la alta muralla azulada. Bajo el altar donde se disponían, una multitud de Jotuns compuesta por más de doscientos científicos y obreros, el número total de habitantes que residían en la población del observatorio, fijaban sus azulados, celestinos y ambarinos ojos sobre las pantallas, los semblantes de todos ellos expectantes.

En las pantallas de aquellos rectángulos fríos se transmitía grabaciones en vivo del astro padre, convertido ahora en una enorme esfera rojiza que no paraba de lanzar llamaradas a través de su alterada fotosfera. La imagen de la estrella carbonizando su combustible al exterior de sus capas de estratosfera ponía nerviosos a los científicos y obreros Jotuns: las brisas gélidas que soplaban les ponían los vellos de punta. Había otras pantallas varias que mostraban, desde distintos planos y alturas, la imagen del Prisma Negro rodeado por un montón de Jotuns de capas azules y blancas que tenían grabados el emblema de una corona compuesta por estalagmitas y por un bastón con incrustación zafiro. Hechiceros Seidr de la Casa Alfhild.

—¿Cómo van las plantaciones de los espejos energéticos, Gróa? —exclamó Angrboda, sus ojos volviéndose blancos con lo cual poder comunicarse por telepatía con la hechicera.

<<¡Igual de fáciles que las veces anteriores, Su Majestad!>> Exclamó Gróa dentro de su mente. <<Pero los hechiceros tienen expectativas aterradas. Piensan que este intento será una peor devastación que los anteriores>>

—Déjalos ser —dijo Angrboda—. El pavor de la expectación es nuestra motivación. Mía incluida —hizo un breve silencio para tomar una calada de aire y mirar de soslayo a Brunhilde y Geir—. ¿Sirius, Dédalo y Panthalassa están en posición?

<¡Allí los puedes ver!>> Nada más responder Gróa, las pantallas que mostraban el Prisma Negro cambiaron a una perspectiva de espaldas en donde los tres mencionados estaban de pie frente al cubo. <<En unos cinco minutos estará todo listo para la técnica del Caballero del Sol>>

—Se lo comunicaré a Rioplata —Angrboda acercó una mano al panel de control y oprimió un botón de hielo que emitió un crujido.


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Dentro de la ajetreada sala de comunicaciones del Observatorio de Rioplata, la señal de radio de Angrboda fue tomada por Alister Inde, este último de pie en el altar junto con Hoover y Hrist, estos dos últimos analizando las mediciones de las ondas sinusoidales de las intensidades de las llamaradas solares. Las sinuosas líneas de arriba abajo se describían a una velocidad constante.

—¿Sí? —dijo Alister luego de contestar la llamada de la radio.

Los preparativos estarán listos en cinco minutos —anunció la voz de Angrboda desde el otro lado.

—Va en viento en popa —dijo Alister, sonriendo—. ¿Su observatorio está también captando las mismas ondas de radio del sol que nosotros? —en eso miró de soslayo a Hoover, y este último acercó la pantalla holográfica de color celeste a él para dejarle ver a detalle las mediciones de las líneas sinuosas que describían las llamaradas.

Yo veo de mi parte una intensidad de quince mil megahercios. ¿Y ustedes?

—Quince mil megahercios y en ascenso —afirmó Alister, los ojos puestos sobre la pantalla celeste—. El ascenso de su intensidad es constante, y a este ritmo su punto más álgido coincidirá con los cinco minutos de preparación de ustedes.

¿El Caballero del Sol se encuentra en camino para absorber las pulsaciones del núcleo del sol?

Alister, Hoover y Hrist alzaron sus cabezas al mismo tiempo. Observaron las numerosas pantallas superpuestas que mostraban una inédita y escrupulosa imagen de la hinchada esfera carmesí que era Gigante Rojo en el que se había convertido el astro padre... Y, cerca de él, a más de setenta mil kilómetros de distancia del sol, un diminuto y resplandeciente punto rojo que emitía ondas de luz tan poderosas que ambos observatorios eran capaces de detectar cerca de la estratosfera del sol.

Y del que todas las colosales y planetarias llamaradas solares emergían de las capas de la fotosfera para ser absorbidas por aquel punto fulgurante.

—Sí —afirmó Alister—. Cinco minutos también necesita él.


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Por medio del Radio-Portal Zoudnorth más poderoso de Nueva Camelot, con la capacidad de un rango a escala espacial y transportar instantáneamente a su usuario o usuarios a distintas localidades del espacio exterior por medio de un puente espacio-temporal, Sir Aland, el Caballero del Sol, se teletransportó directamente a la estratosfera de su astro rey como un caballero feudal que arraigaba a la corte de su monarca elegido por Dios para obtener su gracia divina.

La inmensidad inconmensurable del espacio se extendía a sus espaldas, mientras que el colosal Gigante Rojo se ensanchaba a setenta mil kilómetros de distancia de él, arrojando sus poderosas y titánicas erupciones solares, como gigantescos látigos planetarios que el hinchado sol regurgitaba para ser absorbidas tanto por su cuerpo como por el espadón de hoja en espiral que empuñaba frente a él. La materia radioactiva que no era absorbida por el gran atractor de su espada escarlata se perdía en la vastedad del espacio en forma de radiaciones ultravioleta hipercargadas que se perdían en la absoluta negrura en cuestión de segundos.

Portando con una estilizada armadura de hombreras cónicas en espiral, sobrevesta roja de bordados dorados que le llegaba a los tobillos, grebas y musleras plateadas adheridas por placas y con bordados carmesíes, escarpes, una cota de malla oculta debajo de su túnica, una sinuosa coraza adherida a un gorjal agujereado y guanteletes unidos a guardabrazos. La espada de gavilanes que empuñaba con ambas manos era de estilo Zweihander, y todas las llamaradas que eran atraídas por su hoja zigzagueante encogían sus tamaños de ondas radiales para ser absorbidas y embebidas por el Adamantino con el que estaba hecho el espadón.

La turgente e inestable superficie que componía la fotosfera de la deleznable Gigante Roja pulsaba como un corazón. Reemitía todos aquellos tentáculos del tamaño de planetas como si los vomitara, lo que a su vez provocaba expulsiones de radiaciones electromagnéticas que provocaban parpadeos lumínicos en la corona solar. Alrededor de la orbita de la estrella rojiza sobrevolaban escombros planetarios de lo que otrora perteneció al planeta Mercurio. La expansión de la Gigante Roja se llevaba a cabo con tal rapidez que incluso las orbitas de los planetas se ensanchaba también, provocando que estos se alejaran de la Gigante Roja, reacomodándose en sus nuevas posiciones, pero a la vez sufriendo las calamidades cósmicas que esta ha traído a lo largo de las décadas con sus incesantes expulsiones de llamaradas solares.

Mismas llamaradas colosales y pulsaciones térmicas que Sir Aland estaba absorbiendo y canalizando dentro de su espadón.

<<Tóg Agus Scaoil, Éadrom>> Recitaba Aland en su mente, pronunciando mentalmente el nombre de su espada: "Luz" en irlandés antiguo. Mientras enunciaba en su mente los canticos artúricos para evocar el poder máximo de su arma, dos halos hechos de plasma anaranjado se adhirieron a lso extremos de su empuñadura dorada con forma de cruz, y empezaron a formar alrededor de él, girando una y otra vez, potenciando todavía más las toneladas de energía solar dentro de la espada y de sí mismo gracias al uso de la Energía Degenerativa.

E incrementando masivamente la temperatura de la espada.

<<Diez millones... Veinte millones...>> Calculaba Aland en su mente con el pasar de los minutos. Esgrimió su espada de forma horizontal hasta elevarla a la altura de su rostro. Abrió los ojos, y sus irirses rojos fueron bañados con la cegadora luz del agonizante astro padre. 


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En el exterior del Observatorio de Rioplata, los ciento cincuenta estudiantes de la Academia Valar Rahelis se disponían en gradas montadas en forma de cuña como las de un estadio. Frente a ellos, a diez metros de distancia, se levantaba una gigantesca pantalla holográfica de veinte metros de largo por cincuenta de largo, de colores azulinos iridiscentes y que, al igual que las pantallas dentro del propio observatorio, estos transmitían en tiempo real la hazaña que Sir Aland estaba llevando a cabo cerca de la superficie del sol.

Chicos y chicas adolescentes del primer al tercer año estaban todos apelotonados unos contra otros en los apretados sillones. Hombro a hombro, observaban atónitos las espectaculares imágenes que en la gigantesca pantalla feérica. La inmensidad esférica de la estrella, sus colosales azotes cósmicos que golpeaban el espacio un sinfín de veces, espirales de aparente fuego que iban y venían de la superficie informe y movediza del astro padre, muchas de ellas siendo atraídas y absorbidas por un resplandeciente punto en el espacio de dos halos giratorios que se iban haciendo más y más grande.

Murmullos se oían de aquí para allá, pero eran pronto acallados por los voluminosos zumbidos que parecían provenir de la nada, pero que emergían de la pantalla holográfica. Sonidos que parecían sonar a gruesos flagelazos mezclado con chasquidos de chispas ígneas; captadas por la antena parabólica de Rioplata, aquellas imparables y poderosas ondas de radio electromagnéticas eran traducidas en sonidos que dejaban aún más perplejos, petrificados y aterrados a los estudiantes de Valar Rahelis. Por la cabeza de más de uno se le cruzó la idea de que estaban presenciando en vivo el fin del mundo, según lo que sus maestros (igual de atónitos que ellos por no esperarse un evento de tal magnitud) les habían enseñado de lo que sería este evento cataclismo solar. En cuestión de minutos, el silencio se apoderó de todo el perímetro al aire libre, siendo irrumpido por los ocasionales rugidos del Gigante Rojo. Muchos estudiantes alzaban sus cabezas al firmamento: el sol estaba en su cénit y, a sus ojos, no parecía estar sufriendo los monumentales cambios que estaban viendo en la pantalla.

Frigia La Croix estaba encogida en su puesto, el sudor del pavor corriéndole por los regordetes cachetes, las manos temblorosas formando arrugas sobre la falda de su regazo, las piernas trepidantes, y los ojos desencajándose sin parar por estar viendo algo que escapaba completamente de su entendimiento. Su corazón se henchía y se encogía como el núcleo de la Gigante Roja, produciendo pulsaciones de terror tan intenso que su subconsciente, gritando a los cuatro vientos que era el fin del mundo, debía regresar a Rahelis, con su familia, para pasar los últimos momentos de su vida con su familia, incluso con aquellos que no la querían como tal...

Pero antes de que pudiera pararse de la silla, sintió una mano posarse sobre su hombro y mantenerla firme en el sillón. Alzó la cabeza, y se topó con la mirada despreocupada de Relanya Elaneiros.

—P-Profesora Relanya... —farfulló la muchacha.

—No tengas miedo, Frigia —dijo la elfa, dándole palmaditas en la espalda.

—¡¿Cómo puedes estar tan tranquila?!

Relanya permaneció en silencio, la sonrisa en alto en un intento en vano por subirle los ánimos. Después desvió la cabeza hacia la pantalla holográfica, y la sonrisa se desvaneció, dejando paso un semblante severo que no pasó desapercibido para Frigia.


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En el Gran Cañón Legendario, Sirius Asterigemenos observó su derredor, analizando con la mirada rápida los objetos geométricos reflectantes que se materializaban alrededor del Prisma Negro por obra de los Hechiceros Seidr. Sus formas iban desde conos, cubos, tetraedros... Cada figura tenía una amalgama de colores en sus superficies, dando la impresión de estar pintados con colores de bismuto, cuando en realidad lo que hacían era refractar el reflejo distorsionado de los rayos solares y de las luces que rebotaban de los casquetes helados de alrededor. Las particulares formas de aquellos espejos energéticos se desplegaban con los extraños movimientos de manos de los Hechiceros Seidr, convirtiéndose en cintas dúctiles que se superponían y se fusionaban entre sí para formar una esfera totalmente perfecta alrededor del Prisma Negro, en un radio de diez metros cúbicos.

—¿Cómo es que hacen esto? —inquirió Sirius, alzando la cabeza y viendo, sobrevolando a gran altura, a Gróa Alfhild con sus dos manos envueltas en espejos energéticos con formas de dodecaedros.

—La Hechicería Seidr se basa sobre todo en el manejo de cristales y del hielo —explicó Dédalo a su lado, sus robustos brazos prostéticos llenos de circunferencias de las que emanaba energía anaranjada—. Desdoblan la materia cristalina en distintas dimensiones que les permite obtener formas y propiedades de esos espejos muy variadas.

—Y es algo que ha pasado de generación en generación en la Casa Alfhild —dijo Panthalassa, de pie frente a ellos dos. Alzó su brazo y presionó el botón de su pulsera, de la cual emergió una circunferencia azulina que se movía en lenta rotación. En ella apareció un mensaje en runas. Panthalassa asintió con la cabeza y miró a Sirius y Dédalo—. Voy a hacer mi último intento de alterar la materia del Prisma Negro.

—Pero, ¿no dijiste que era imposible? —farfulló Sirius.

—Estamos en la recta final, Sirius Asterigemenos —gruñó Panthalassa, empezando a caminar a trote hacia el Prisma Negro—. Si esto no destruye el Prisma Negro, ¡entonces nada lo hará!

Al siguiente pisotón que dio a la tierra, una circunferencia similar a la del brazalete apareció dibujada en el suelo justo debajo de su tacón. Su cuerpo se convirtió en líneas horizontales azulinas que, de un parpadeo, se teletransportaron frente al Prisma Negro, donde volvieron adoptar la forma de Panthalassa. La diosa hija de Océano fue envuelta en aquella mística aura de Energía Gaia que Sirius tuvo la dicha de ver hace tres días, ahora desplegando todo su poder para combatir contra la inquebrantabilidad del hielo negro, testimonio del aún omnipresente horror del Rey de la Escarcha y encarcelador de la persona por quién llevaban a cabo todo este proceso.

Los ojos de Panthalassa se convirtieron en dos brillantes irises llenos de matices acuosos. La Energía Gaia envuelta en sus manos obtuvo tonalidades fluorescentes cuando la ninfa las movió y chocó sus manos contra la helada superficie del hielo obscuro. El poderoso impacto generó una breve onda de choque que hizo trastabillar a Sirius y sacudió los cristales energéticos alrededor del Prisma Negro, pero lograron resistir la fuerte sacudida y mantenerse en equilibrio. De las manos de Panthalassa comenzaron a sobresalir ondas acuosas que, actuando como si fueran sonido, se propagaban rápidamente por el duro recubrimiento de hielo negro.

Dunamis... —masculló Panthalassa, apretando los dientes y arrugando la frente al sentir la compacta e imponente resistencia física del Prisma— ¡Katástasi Metavolís!

Los rizos azules que salían de las palmas de sus manos se expandían por toda la totalidad del Prisma Negro. Pero donde ella hubiese tocado sus manos en algún otro material helado, lo hubiese convertido en un estado de materia totalmente distinto... Con el Prisma Negro no sucedía nada.

Y Sirius podía sentir su frustración constante en la lejanía a través del flujo de su Energía Gaia alrededor de ella. En alteradas subidas y bajadas de efusiones energéticas, la potencia de la habilidad que desplegaba Panthalassa daba la impresión de ser una descarga de odio, angustia y remordimiento contra el Prisma Negro, contra aquella escultura de horrores cósmicos que le hiciera recordar su fracaso como hermana mayor en proteger a Axel Rigall.

Oyó un chasquido de dientes a su lado. Se volteó y vio a Dédalo con una mueca de pesar.

—Otra vez —maldijo entre dientes— Sin cambio alguno.

—¿No deberíamos ayudarla? —preguntó Sirius.

—Nuestra intervención solo irrumpirá su Katástasi Metavolís —Dédalo observó su derredor en el cielo, viendo a los Hechiceros Seidr, incluida Gróa, manipulando cuidadosamente los restantes espejos energéticos que creaban para endurecer y abultar los cristales iridiscentes ya sellados alrededor del prisma—. Gróa lo sabe, y por eso es que tampoco interviene.

—¿Y cuánto así hasta que intervenga el propio Caballero del Sol?

Los ojos dorados de Dédalo se convirtieron en manillas de reloj.

—Cinco minutos —dijo en un suspiró y frunció el ceño, clavando sus ojos-reloj en la espalda delgada e inclinada de Panthalassa. <<Tienes cinco minutos para hacer algo, Pan>>.

Lo que vino a continuación fueron los cinco minutos más largos, exasperantes y agobiantes para todos aquellos que estuvieran presenciando el evento cósmico solar. Durante ese lapso, Angrboda ajustó el posicionamiento de la antena parabólica directo al sol, con lo que fue obteniendo, en su pantalla, datos que arrojaban la determinación de la amplificación solar que Sir Aland estaba llevando a cabo cerca de la fotosfera. Brunhilde y Geir analizaron también aquellos datos, descubriendo, en la parte superior de la pantalla, una barra de carga que iba en un pasmoso incremento imparable. Aquella barra de carga determinaba la frecuencia de la densidad del núcleo del Gigante Rojo en paralelo al masivo aumento de temperatura que el Caballero del Sol estaba acumulando en su espada. Ambas funciones se retroalimentaban sin parar, lo que acrecentaba la expectativa en Brunhilde, Geir, Angrboda y todos los Jotuns presentes sobre qué pasaría cuándo este proceso nuclear llegara hasta su cénit.

Desde la posición del Observatorio de Rioplata, el sol se encontraba realzado en el firmamento, por encima del horizonte visible de la bóveda celeste despejada de nubes. En la pantalla holográfica tanto de los estudiantes como el de dentro del observatorio también se mostraba aquella barra cargante. Alister, Hoover y Hrist mantuvieron la respiración, tensos de estar viendo la barra llenarse poco a poco a una velocidad pasmosa. Relanya, Frigia y el resto de los académicos de Rahelia se quedaron sin respiración, los ojos totalmente fijos en la barra y otros prestando atención a como la luminosidad del astro rey aumentaba en paralelo al satélite resplandeciente que era Sir Aland, absorbiendo con asombrosa velocidad su poder solar y nuclear.

En las salas de operaciones de ambos observatorios, la potencia de la frecuencia de los megahercios estaba rozando casi el millón. El núcleo dentro del sol se comprimía sobre sí mismo a causa de los efectos de la opresiva gravedad, lo que le daba una ganancia de reflectividad a tal punto que gran parte de su luz alcanzaba la fotosfera, traspasando el rompimiento del gas degenerado y evitando así que el núcleo se expanda. La Energía Degenerativa tanto del núcleo como de Sir Aland obligaban a las reacciones nucleares a dispararse descontroladamente. Por lo que, para este punto del desarrollo del Proyecto Solaris, y solo durante el último minuto que quedaba antes del gran lanzamiento...


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Los ladinos y expectantes ojos de todos los miradores en Rioplata y Þjálfi estuvieron prestos en atención ansiosa ante los últimos tramos de barra que quedaban para que el proceso de absorción núclear culminase. Todo el mundo mantuvo el aliento. Los gélidos vientos de Jötunheim y los acuosos de Nueva Camelot soplaron al mismo tiempo, aumentando la presión acongojada en el ambiente de ambos dominios y poniendo más tensos, más paralizados y más aterradoramente expectantes a los observadores de este evento único en la historia moderna de los Nueve Reinos. Era como si las mismas llamaradas solares que el sol lanzaba con el rápido cuasi-colapso de su núcleo hicieran acto de presencia en aquellos lugares, a pesar de faltar aproximadamente unos diez a quince minutos para que esos efectos visuales llegaran a ellos.

Y entonces terminó. La barra se llenó por completo. Todos soltaron gimoteos ahogados y aguantaron la respiración. Algunos inclusive alzaron sus cabezas al cielo, con tal de presenciar algún cambio en el astro rey, pero no notaron ninguno. De repente, todos los zumbidos que hasta entonces los habían atormentado acallaron abruptamente. La falsa calma que sobrevino con el silencio fue igual de borrascoso que cualquier secuela lumínica o sónica que los hubiese cegado o ensordecido.

—¿Profesora Relanya...? —farfulló Frigia, agarrándose al brazo de la elfa albina.

—Agárrate de mi, Frigia —dijo Relanya, arrejuntando a la aterrada muchacha a su pecho, cubriendo sus ojos con una mano con tal de poder bien el sol en el cénit del firmamento.

En el Gran Cañón Legendario, Dédalo advirtió del acopio total de la barra, lo que cambió su expresión a una alterada al notar como Panthalassa frente al Prisma Negro, intentando en vano perturbar el Estado Coherente de la materia del cubo para así siquiera debilitarlo un poco. Sirius se hallaba igual de sobresaltado que él cuando reparó en los ya pasados cinco minutos, pero en especial por el incesante influjo de ondas expansivas celestes que se esparcían por todo el sendero pedregoso como si fueran ondas de agua luego de que una piedra enorme se sumergiera en un lago.

—¡¡¡PAAAAAAAAAN!!! —gritó Dédalo a todo pulmón, los puños cerrados del agobio, sus ojos mirando constantemente hacia arriba— ¡¡¡RETÍRATE DE ALLÍ YAAAAAAA!!!

Los corazones de Sirius y de Dédalo se treparon hasta sus gargantas. No hubo respuesta por parte de Panthalassa; la ninfa permaneció de pie frente al prisma, descargando toda su rabia centenaria sobre la superficie del cubo negro. En el rostro de ella se dibujaba un semblante fruncido, nariz arrugada, labios torcidos hacia los lados y la mandíbula apretándose fuertemente. A pesar de estar aplicando el máximo poder de su Anima Mundi en su técnica más poderosa, fue incapaz de siquiera hacer temblar el Estado Coherente e Inquebrantable del maldito Prisma Negro. Era como intentar cortar un diamante con un cuchillo, a pesar de que este estuviera ardiendo a más de mil grados centígrados.

Los temblorosos ojos de Panthalassa se alzaron y se fijaron en los cerrados de su hermano; a pesar de solo estar separados por tres metros de grosor de hielo, la ninfa sentía que sus manos estaban a cientos de kilómetros alejado de él, y que la distancia se mantenía constante, no importaba cuánto ella trotara para alcanzarlo. Aquel efecto era pertinente al sentir como el Prisma Negro creaba espacio de centímetros entre su superficie y las palmas de sus manos. El sudor se le perlaba y se convertía en cristal justo después de caer de su mejilla.

<<Te voy a sacar, hermano...>> Pensó Panthalassa, forzándose a sí misma a intentar borrar el espacio de centímetros entre sus yemas y el cubo. <<¡Hoy no será otro día de FRACASO!>>

Cerca del palpitante y resplandeciente sol, el brillo del astro padre, producto de la masiva producción de energía que estaba causando su inestable núcleo degenerado, hinchaba su tamaño hasta casi alcanzar la orbita en la que Sir Aland estaba flotando en el espacio. Las erupciones de la corona se volvieron salvajemente incontrolables para este punto, y aquel aumento del tamaño se vio frustrado de repente por el parón del colapso del núcleo, provocando que toda la masa solar sea eyectada al espacio exterior en forma de una colosal onda expansiva rojiza. Bajo los pies del Caballero del Sol, el Radio-Portal Zoudnorth centelló en colores fragmentados, por poco desestabilizándose, pero consiguió mantener en control su conexión con los Nueve Reinos.

Los halos giratorios se superpusieron unos sobre otros, quedándose estáticos alrededor del sacudido Sir Aland para después fusionarse de un latigazo con el espadón. Las últimas llamaradas solares que salieron vomitadas de la fotosfera fueron absorbidas. El cuerpo de Aland emitía un fulgurante brillo que resplandecía por su propia cuenta en la negrura del espacio exterior, diferenciándose del agonizante astro padre en el cielo de Midgar como un segundo punto igual de enorme que el del mórbido sol.

El tumulto lumínico que era Sir Aland se reflectó hacia el exterior, provocando que todas las capas que lo ocultaban fueran removidas, mostrando su imponente pose: un pie alzado y apoyándose en un soporte invisible, las ensanchadas capas de su sobrevesta expandiéndose hacia todos lados como las plumas de un majestuoso avestruz carmesí, las bárbaras llamaradas solares formando espirales alrededor suyo producto de la Energía Degenerativa, y el espadón medieval de hoja espiral estirado hacia el frente, como lanzando una estocada al sol. La hoja de la espada brillaba con un intenso amarillo-anaranjado.

<<¡Cien millones!>>

Y cuando Sir Aland abrió los ojos, estos irradiaban igualmente con aquel imponente gradiente.

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https://youtu.be/KzUTXFcQr9A

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

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Absorbido toda la energía del núcleo del sol, una vasta energía que supera a la que habría producido el sol en doscientos millones de años, Sir Aland ahora lucía como un dios de la luz: ondas solares corriendo por los resquicios de su armadura como una lámpara fluorescente, su cabello rojo soltando vetas escarlatas que se deshacían en el espacio, sus ojos fulgurando como el propio Gigante Rojo.

Bajó la mirada hacia el Radio-Portal que lo esperaba pacientemente, dando espirales mientras titilaba a causa de los estallidos de la corona solar. El Caballero del Sol apretó la mandíbula, arrugó la frente, formó una mueca de esfuerzo titánico... Y de un impulso que hizo estallar su propia llamarada solar, Sir Aland se introdujo en el interior del puente espacio temporal, y este se cerró al instante de entrar en él.

El Radio-Portal Zoudnorth de Nueva Camelot es bañado en intangibles latigazos de fulgores solares que caen como lava invisible sobre la ciudad; no causan daño a la infraestructura o a la población, pues desaparecen luego de atravesarlos cuales fantasmas. Sin embargo, el ensordecedor zumbido que proviene del portal si llama la atención de todos los Camelotinenses quienes son brevemente ensordecidos por el chasquido hipersónico que atraviesa y se propaga por la ciudad en cuestión de milisegundos. Como una fugaz centella rojiza que viaja a velocidades relativistas, Sir Aland, poseyendo y conteniendo la inestable energía de su astro padre en su espadón, volaba a una velocidad cuasi-cercana a la de la luz. A ojos del Caballero Artúrico, el espacio se contraía sobre sí mismo, y los borrones de los panoramas y paisajes continentales se comprimían sobre sí mismos como una parabólica y confusa visión que se colapsa sobre sí misma. En cuestión de segundos, Sir Aland atravesó todo el vasto continente del Reino de Asgard, surcando los cielos grises de la Civitas Magna, los anaranjados Nueva Aztlán, otrora Regiones Autónomas, los violáceos-rojizos de Kiyozumi-Dera, los cetrinos y andinos de las Provincias Unidas del Bajo Mundo... Inadvertible para la totalidad de todos los habitantes de estas ciudades, y todo para abruptamente cambiar su trayectoria lineal y comenzar un veloz ascenso hacia el Reino de Jötunheim.

En el Gran Cañón, Sirius Asterigemenos sintió un latigazo de nervios correrle por la espalda y ponerle los pelos de punta. Con los ojos ensanchados, se volvió hacia sus espaldas y soltó un gemido de perplejidad que llamó la atención de Dédalo.

—Ya viene —farfulló Sirius. Giró la cabeza y dedicó su mueca sobresaltada al arquitecto griego— ¡¡¡YA VIENE!!!

El mismo corrientazo de nervios azotó a Dédalo, como una brisa acalorada proveniente del rugido de un dragón gálico que se aproximaba inexpugnablemente hacia acá. Volteó la vista hacia el Prisma Negro, el horror dibujándose en sus ojos al descubrir a Panthalassa aún en frente de él, aplicando en vano su habilidad de Dunamis para debilitar el Estado Coherente y así el golpe de Sir Aland sea mucho más efectivo.

Dédalo apareció al lado de la ninfa, la mirada de esta última concentrada en la superficie obscura del hielo. La agarró de un hombro, y Panthalassa reaccionó con un brusco giro de cabeza, los ojos azulinos penetrando sus ojos.

—¡VÁMONOS! —maldijo Dédalo entre dientes.

—¡NO! —masculló Panthalassa, las venas hinchadas corriendo por sus delgados brazos— ¡Estoy cerca! ¡Voy a desestabili...!

—¡¡¡OLVIDA ESO!!! —vociferó Dédalo, el pánico erupcionando con aquel grito— ¡¡¡MORIRÁS SI TE QUEDAS AQUÍ!!! ¡VÁMONOS YA!

El corrientazo nervioso traqueteó la espalda de Panthalassa, y ella reparó en el azote estelar que se aproximaba a una absimal velocidad hacia el lugar. Por puro instinto, la ninfa desactivó su Dunamis instantáneamente, para después ser agarrada de los hombros por Dédalo y este, haciendo uso de los propulsores de sus orondos hombros, salir despedidos a toda rapidez hacia la posición donde se hallaba Sirius. El Nacido de las Estrellas empuñó su Lanza de Helios y la esgrimió describiendo hélices alrededor suyo, hasta que impactó la punta del arma contra el suelo, enterrándolo en la tierra y generando una barrera protectora de color verde que se expandió alrededor suyo, de Dédalo y de Panthalassa en forma cónica. Misma barrera que otrora utilizó para defenderse de la hechicería divina de Odín Borson durante el asalto a la Conferencia de Udr.

Misma barrera que Gróa y sus hechiceros imitaron, formándose en el aire múltiples burbujas cristalinas que absorberían un ataque de escala estelar tan poderosa como las de Asterigemenos.

Los mundos de Jötunheim y de Nueva Camelot acallaron sus repentinos alientos, siendo sumergidos las poblaciones de ambos en la más profunda desidia perpleja al ver la impresionante llegada del Caballero del Sol, surcando fugazmente los azulados cielos del reino antártico divino. El nuevo y abrupto cambio de su trayectoria sobrevino ante los ojos de estudiantes de Rahelis y de Jotuns por igual; la fugaz centella carmesí describió un centenar de círculos por los cielos, formando espirales que se levantaban más allá de la bóveda celeste y que despedían sus lluvias de escarcha y fuego que se deshacían en el aire. Una onda de choque azotó todo el Gran Cañón con sus vientos huracanados, azotando al mismo tiempo los espejos energéticos de los Hechiceros Seidr y provocando grietas pequeñas en sus curvadas superficies.

El rebenque de aquel fogonazo tomó por sorpresa a Sirius y su barrera de Energía Gaia; al hacer contacto con la Energía Degenerativa del Caballero del Sol, creó extraños efectos visuales geométricos en la superficie de la barrera, pero no la debilitó en lo absoluto. Él, Panthalassa y Dédalo alzaron sus cabezas al cielo, siguiendo el punto rojizo hasta perderlo en la vastedad del cielo. Lo mismo hicieron Brunhilde, Geir y Angrboda, quienes recibieron el azote solar del vuelo lumínico de Sir Aland segundos después de que él pasara volando por encima de sus cabezas.

Reinó el silencio. Gróa y sus hechiceros buscaron desesperadamente a Sir Aland con la mirada. Sirius, Dédalo y Panthalassa hicieron lo mismo, el primero sin desactivar en ningún momento la barrera. Brunhilde, Geir, Angrboda y todos los Jotuns del Observatorio Þjálfi trataron fervientemente de hallar el masivo punto rojo de Sir Aland, pero por más que viraran los ojos hacia distintas partes del cielo, no lo hallaban. Relanya, Frigia y todos los estudiantes y maestros alzaron sus cabezas al cielo; a pesar de no compartir el mismo cielo que en Jötunheim, intentaron seguirle el rastro así sea en forma de volutas. Alister, Hoover y Hrist salieron al exterior del Observatorio Rioplata, atestándose en los adarves de las gruesas murallas blancas, y los tres se quedaron viendo el noroeste con las manos apoyadas en las almenas, observando en la misma dirección a donde se dirigió el lumínico Caballero del Sol.

La espiral de plasma y llamaradas solares se extendía por millas a la redonda, en lo que quedaban de las Planicies Centellantes cerca del Gran Cañón. El silencio se volvió extremadamente escabroso, y sumado a ello, gélido por sus imparables soplidos de brisas. El sudor perló las manos de Sirius, quien seguía negándose a borrar la barrera por temor a que Aland apareciera en cualquier momento. Tras él, Panthalassa y Dédalo estaban totalmente petrificados de la sorpresa y la perplejidad de estar sintiendo los remanentes del poder de Sir Aland ululando en el aire. A pesar de no ser Energía Gaia con la cual poder detectarla con precisión, lo que sentían pulular en el ambiente era definitivamente un poder similar al del Anima Mundi. Y semejante al poder de Sirius Asterigemenos en el manejo de las estrellas.

—¿Dónde está? —masculló Gróa, la voz tremulosa por el horror expectante. Miraba al cielo a diestra y siniestra.

—¿Puede que esté recargando su poder en el cielo...? —sugirió un hechicero Jotun montando en su plataforma de cristal flotando a la par de ella.

—Si es así, ya va para el minuto, y encima a una velocidad relativista —bromeó Gróa con ironía ácida, sonriendo, pero borrando la sonrisa al instante. Soltó un vahído y volvió a mirar al cielo—. No, en serio, ¡¿dónde está?!

Y justo después de exclamar de nuevo la pregunta, Gróa fue sorprendida por una fulgurante sombra anaranjada que se cernió sobre ella, sobre los hechiceros Jotuns, sobre Sirius, Panthalassa y Dédalo, sobre toda la totalidad del Gran Cañón Legendario... Y se cernió de extremo a extremo en el vasto continente helado del Reino de Jötunheim. Esto provocó que los habitantes de la capital, y de ciudades y pueblos aledaños, alzaran sus cabezas solo para ser cegados por la calamitosa y fulgorosa aparición de dos monumentales alas de dragón, de color bermejo y transparentes, que cortaron las nubes en dos con sus aleteos y descendieron con una absoluta rápides hacia el Prisma Negro. Midiendo cientos de millas de envergadura, y con una mandíbula del mismo tamaño que el rascacielos más alto que la capital, aquel apocalíptico dragón de tamaño continental se acercaba a una velocidad de más de dos mil quinientos kilómetros por hora en dirección al Prisma Negro.

Gróa Alfhild y todos los Hechiceros del Seidr quedaron mudos de la aterrada perplejidad, sus ojos ensanchados como platos y fijos en el titánico dragón continental que teñía la totalidad del cielo de Jötunheim con un color bermejo efervescente y barría con las nubes. Brunhilde, Angrboda y Geir tenían las vistas igual de levantadas, completamente petrificadas de la inmensidad de poder que iba a acaecer sobre Panthalassa y Dédalo quedaron igual de mudos que los Jotuns, sus ojos prestos en las fauces invisibles del dragón abriéndose y cerrándose.

—¡¡¡PÓNGANSE A CUBIERTO LOS DOS!!!

El espantado grito de Sirius Asterigemenos los obligó a espabilar. Agarró primero a Dédalo y después a Panthalassa de sus hombros para colocarlos detrás de sí, y por último aumentó a la máxima capacidad de su Energía Gaia con tal de reforzar la resistencia de la barrera.

—¡PRÉPARENSE PARA EL IMPACTOOOOOOOO! —chilló Gróa Alfhild a todo pulmón, los fulgores carmesíes del dragón celestial. Movió sus manos en complejas señas y combinaciones de dedos que evocaron toda su Energía Askr para vigorizar el grosor de los cristales energéticos tanto alrededor del Prisma Negro como sobre ella misma en forma de escudos protectores. El resto de Hechiceros Seidr la imitaron, y en segundos los esferoides de vidrio se volvieron en esferas de mayor tamaño y grosor, pareciendo bolas de cristal perfectamente redondeadas.

Geir se abrazó a Brunhilde y esta última se aferró a ella con la misma fuerza de agarre. Angrboda siguió al dragón con la mirada, los irises púrpuras hinchándose de la expectativa y su corazón dando tumbos de miedo que coincidieron con los latidos aterrados del resto de Jotuns del Observatorio. Como una mente colmena, todos coincidieron en una misma comparación: el calor que comenzaba a arroparlos, a ellos y al continente entero, les recordó al abrasador trueno que provocó Thrudgelmir con el rezongar de su cuerno.

En Nueva Camelot, la energía que despidió la invocación draconiana de Sir Aland perturbó la señal de la enorme pantalla holográfica de los estudiantes de Valar Rahelis. La interferencia dañó la imagen, volviéndola borrosa y cortada por múltiples líneas irregulares y colores desencajados. A pesar de toda la expectativa y el paniqueo acumulados en todos estos tortuosos minutos, ningún estudiante o profesor fue consumido por la histeria. La gran mayoría acalló en escabrosos silencios; algunos sollozaron del agobio indecible no pudieron contener.

Frigia fue una de ellas. La muchacha se cubrió los labios con una mano al ver como la imagen del dragón en la pantalla se difuminaba hasta volverse irreconocible. Las lágrimas de la excoriación corrieron por sus mejillas, y su mirada quedó totalmente catatónica. Relanya rodeó sus brazos alrededor de su cabeza y la abrazó gentilmente contra su pecho. Frigia envolvió sus brazos sobre la cintura de la elfa albina, y ambas se quedaron observando, expectantes, la imagen nublosa del dragón convertir más y más en infrarrojo la pantalla holográfica.

Hrist, Hoover y Alister, en lo alto de los adarves de las murallas, observaban en pétreo silencio igualmente. Hrist y Hoover hombro a hombro, el enervante silencio ocultando el ínfimo instinto de ambos de permanecer en contacto físico con tal de que no ser sorprendidos por la explosión. Alister se llevó la mano al pecho, tragó saliva y suspiró. Los pulsos de su corazón se aceleraron, y se apretó la mano sobre el pecho.


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En el vasto firmamento tintado de carmesí, Sir Aland no paraba de hacer volteretas y acrobacias en el aire con el objetivo de mantener en movilización física al espadón con la energía de doscientos millones de años de energía solar. El ajetreo constante de la espada disparaba todas esas llamaradas que, como efecto colateral de las espirales de sus giros, se masificaban por toda la bóveda celeste de Jötunheim, adoptando la forma del dragón rojo que todos los Jotuns miraban con terror absoluto, a la expectativa del impacto.

La Energía Degenerativa convertía el fulgor y la temperatura desenfrenada de la espada en un brillo concentrado que se acumulaba en la punta de la hoja. Las miradas de los usuarios de Anima Mundi y del Galdragal, la Magia Nórdica de los Hechiceros Seidr, se fijaron al mismo tiempo en el resplandor cegador concentrando en la punta del espadón. Sir Aland apretó los dientes y, de un brusco parón, detuvo todas sus volteretas para permanecer quieto durante el resto de la caída libre en una pose de espadachín, con la hoja del arma apuntando directo a su objetivo: la superficie del Prisma Negro.

Metros y metros de distancia se acortaban en segundos, y el punto negro del prisma se agigantaba a los ojos de Sir Aland. Las hombreras y la coraza de su armadura comenzaron a abrirse en múltiples grietas, producto de la inconmensurable presión de la densidad de su propia Energía Degenerativa comprimiendo y soportando hasta límites extremos el colapso del núcleo que acababa de acumular en la punta de su espadón. Las fauces de la mandíbula abierta del dragón se centraron exactamente en el núcleo de la espada, dando la impresión de que la bestia estaba a punto de lanzar una llamarada que derretiría todas las montañas heladas de Jötunheim.

Cinco mil metros... Panthalassa y Dédalo se resguardaron tras la espalda de Sirius y cerraron los ojos.

Tres mil metros... Brunhilde y Geir cerraron los ojos primero, seguido por Angrboda y los Jotuns del observatorio.

Mil metros... Gróa Alfhild y todos sus Hechiceros de Seidr sintieron un último corrientazo de nervios correrle por las venas y congelar temporalmente sus cerebros justo antes de que el resplandor atómico los cegara a todos.

El tiempo se ralentizó universalmente momentos justo después de que Sir Aland entrará dentro del domo de cristal creado por los Hechiceros Seidr. El Caballero del Sol retrajo el brazo donde empuñaba el espadón, y con su otra mano recorrió su curva superficie, quemando su guantelete y su piel con el roce de su superficie hasta alcanzar el brillo nuclear en la punta. Arrojó la estocada, y la punta centellante se acercó a la superficie del Prisma Negro. El dragón que lo ha seguido hasta acá arrojó un ensordecedor hacia la bóveda celeste, y su impacto sónico borró lo que quedaban de nubarrones tintados de rojo.

Y justo cuando el núcleo deslumbrante impactó contra el Prisma Negro, Sir Aland despidió un alarido que agotó todo el aire de sus pulmones y le hizo arder la garganta hasta hacerle escupir fuego. Aquel que sería recordado como el grito más poderoso que haya dado en su vida:

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Como el impacto de una bomba de antimateria, el relampagueante flash que sobrevino al impacto del inestable núcleo contra el irrompible Prisma Negro cegó y ensordeció los ojos y oídos de todos los presentes. Los cristales energéticos realizaron la absorción pertinente de la colosal masa estelar que el Caballero del Sol descargó sobre el cubo; resistieron por varios segundos, hasta que todas las grietas que recorrían sus superficies se ensancharon, y los curvos escudos cristalinos estallaron en estruendos vidriosos. La barrera de Sirius resistió más, pero los resquebrajos empezaron a crecer más y más, y la inconmensurable presión que se derrumbó sobre él en la forma de constantes ondas expansivas, vientos catastróficamente cortantes y flashes que le hacían llorar los ojos de Sirius, advertía su rompimiento en cualquier momento.

El mundo fue ofuscado por el resplandor estelar. El mundo fue acallado por las ondas de carácter cósmico. El mundo de hielo fue sacudido con un terremoto de proporciones bíblicas que provocó estampidas y avalanchas de nieve en todas las montañas de Jötunheim. El Gran Cañón fue zarandeado también; todas las estalagmitas, grutas y fallas geográficas fueron borradas instantáneamente del mapa, privando el húmedo perfumado olor de la nieve para ser reemplazado por el hedor a azufre intoxicante. El mundo se volvió por entero en blanco...

Pero a pesar de todo el caos que azotó a Jötunheim por más de dos eternos minutos, Sir Aland comenzó a sentirse... liberado. Liberado del dolor al que fue sometido durante todo este tortuoso proceso. Ahora tenía una mueca satisfecha; los ojos llenos de alegría, los labios torcidos en una sonrisa emocional... Mientras que la perspectiva de casi todos era el de un mundo privado de visión, tacto, olor y sabor, hasta el punto en que todos estuvieron física y mentalmente muertos durante esos dos largos minutos, para Sir Aland, aquel liminal mundo blanco era lo más hermoso que su Magia Maná hubiese producido en toda su vida.

La catarsis se extendió en esos ciento veinte segundos. De su boca resurgió un suspiro, privado de oxígeno por la explosión estelar de su Flash de Helio. Las venas se le comenzaron a hinchar y a expandirse por su cuello hasta alcanzar su rostro. Sus pupilas se enrojecieron, y chorros de sangre salieron de debajo de sus parpados. Sangre también emergió de la comisura de sus labios. La potencia del Flash de Helio seguía potenciando más y más su brillo, hasta el punto en que su resplandor se podía ver más allá de la atmósfera del Reino de Jötunheim, siendo visto como una cúpula blanca enorme en la Capital Real, y como el tenue resplandor de un segundo y diminuto sol en la Civitas Magna, en Nueva Aztlán, en Kiyozumi-Dera, en las Provincias Unidas, y hasta en el Sacroroble. Como una supernova que ocurriera a quinientos años luz, la magnifica esfera lumínica desplegó sus curvaturas deslumbrantes ante los ojos de los Nueve Reinos.

Aquellos que presenciaron el acto quedaron mudos de la sorpresa y la confusión, y el mundo entero se pasmó ante el renacer del vigoroso poder de los olvidados Caballeros Artúricos.

<<Así que... esta es la cima del poder de mi Astro Padre...>> Pensó Sir Aland, su despreocupada expresión ignorando el infernal dolor sangrante que deformaba su rostro con aquellas horrendas venas hinchadas. <<Un poder demasiado inconmensurable para mi estado actual... Ah... >> Los guanteletes explotaron, y las hombreras empezaron a partirse en lascas que salían volando para ser desintegradas. <<Pero aun así... >> Los irises anaranjados de Aland aumentaron su tamaño y su brillo justo cuando el mundo blanco en el que estaba suspendido comenzó a adquirir color y forma, revelando primero la forma cuadrangular del Prisma Negro... con su superficie siendo resquebrajada por la punta de inconmensurable presión de Éadrom.

Justo en ese instante, a sus ojos se materializó la silueta de su hermano Gingalain. De pie, con los brazos cruzados en gesto despreocupado y sonriendo con el mismo sentimiento... Los ojos de Aland soltaron lágrimas que se mezclaron con la sangre. Soltó un suspiro, y murmuró en voz baja:

—Porque mi corte nunca será enmendada por ti... pero nunca te compadecerás por mí como yo me compadezco de ti...

Y así como un flash cegó y atrapó al mundo helado en su onírico blanco... de un flash regresó al mundo a su forma original.

El Flash de Helio se desapareció tan rápido como apareció: con un impacto ensordecedor. El Gran Cañón, ahora convertido en un gigantesco surco absolutamente liso y desprovisto de senderos pedregosos, grietas, grutas y estalagmitas, fue regurgitado por el resplandor blanco, el cual, como agua que es consumida en espiral por un torbellino, regresó a la punta del espadón de hoja curva con un poderosísimo choque físico, el último acto teatral del Flash de Helio antes de desvanecerse de la vista de todos para siempre.

La vista, los olores, el tacto y el sonido volvieron a la normalidad. Lo primero que Sirius, Dédalo, Panthalassa y Gróa observaron fue al Caballero del Sol con su armadura completamente magullada, cayendo lentamente al suelo mientras vomitaba sangre al aire y sus ojos se volvían blancos de la inconsciencia. Dédalo fue el primero en reaccionar: se propulsó velozmente con los cañones de sus hombros y voló hasta Sir Aland, atrapándolo solamente a él en el aire; intentó agarrar la espada, pero al sentir el titánico peso remanente en él, pasó de largo y se concentró en el Caballero Artúrico. Dédalo deslizó los pies por el frío suelo hasta detenerse a veinte metros de distancia en posición al cubo negro, justo al otro extremo en contraposición de donde se hallaban Sirius y Gróa. Dédalo echó un suspiro de alivio al oír la débil respiración de Sir Aland, sus ojos cerrados, su pecho agitándose de arriba abajo.

Justo en ese instante, Éadrom colisionó con el suelo, generando una profunda hendidura en la tierra y un breve estruendo. Vapores y radiación electromagnética irradiaban de su curvada hoja, y su brillo rojizo se apagaba lentamente.

Gróa Alfhild y sus Hechiceros Seidr observaron su derredor. Los ojos azules de la Jotun se hincharon de la perplejidad de ver su nave de cristal y la de sus magos aún intactos, aunque no se podría decir lo mismo de los escudos de vidrio; habían desaparecido del derredor del prisma justo como todos los socavones y fosas del Gran Cañón, dejando entrever la totalidad de la imagen del Prisma Negro... con una profunda grieta rajando su parte superior.

Un subidón de emociones vehementes se trepó por todo el cuerpo de Gróa. Los nervios flagelaron todo su cuerpo, haciendo que se llevara las manos a los temblorosos labios y pegara un gritito de felicidad. Los sudores nerviosos se convirtieron en cristales que se desprendieron de su sonrosado y agitado rostro.

—Lo logró... —farfulló Gróa, dando saltitos alegres sobre su nave alzando los puños— ¡SÍ! ¡SÍ! ¡SÍ! ¡SÍIIIIII! ¡LO LOGRÓOOOOO!

Los grititos conmovidos de Gróa alcanzaron los oídos de Sirius y Panthalassa. Ambos intercambiaron rápidas miradas, y después se fijaron en el resquebrajo que se cernía sobre la superficie del Prisma Negro. Ambos fueron asaltados por la euforia. Panthalassa dio un chillido de ternura y se abrazó fuertemente a Sirius, sorprendiendo a este último, quién se dejó llevar por la marea de entusiasmo y correspondió a su estrecho abrazo.

Las naves cristalinas descendieron. Gróa invocó con un agitar de mano un cristal energético que reflejó la imagen del Prisma Negro visto desde arriba. El cristal transmitió aquella imagen a Angrboda, Brunhilde y Geir. Los ojos de las tres mujeres chisporrotearon del éxtasis. Geir dejó escapar un chillido emocionado y se abrazó a Brunhilde dando saltitos. Angrboda se dirigió hacia los Jotuns atestados en la parte baja del podio. Arrojó la imagen a la pantalla holográfica, transmitiendo la imagen del Prisma Negro al tiempo que gritaba:

—¡Caballeros! ¡Lo hemos logrado! ¡¡¡EL PRISMA NEGRO SE HA QUEBRADO!!!

Y una caterva de aullidos victoriosos atestó todo el Observatorio.

Mientras tanto, en el Observatorio Rioplata, todos los estudiantes de Rahelis expulsaron grandiosos suspiros de alivio que fue seguido por maldiciones alegres, sonrisas afables, abrazos llenos de ímpetu y risas que pasaron de los nervios a la fogosidad de camaradería. Inclusive los profesores se hallaban celebrando impetuosamente, liberando toda la descarga de tensión con carcajeos y sonrisas.

Frigia se encogió de hombros y se limpió las lágrimas con el dorso de la mano. Relanya le palmeó la espalda. Ambas cruzaron miradas, y la última le dedicó su típica sonrisa descuidada y confiada.

—Te dije que lo lograría, ¿o no? —dijo la Elfa Descarada.

Frigia no dijo nada y respondió con un sollozo campante y devolviéndole la palmada en el hombro a su profesora.

En los adarves de las murallas de Rioplata, Hrist y Hoover se dieron un abrazo consolidado mientras que Alister apretaba los dientes y miraba al suelo por unos segundos. Posteriormente alzó la cabeza al cielo, los ojos cerrados, y se pasó las manos por su larga melena rubio cenizo. Expulsó un vahído firme y alzó la cabeza, los ojos llenos de jubilo mirando a la pantalla holográfica, exacerbado de la felicidad de ver a su amante realizar una nueva hazaña que quedará impresa en la historia moderna de Nueva Camelot.

En el Gran Cañón Legendario, la nave cristalina de Gróa descendió hasta la tierra; las plataformas voladoras del resto de hechiceros descendieron también, y todas ellas se desmaterializaron en agua que chorreó por el suelo y se desvaneció tan rápido como cambiaron de estado. La Jotun y su séquito se acercó hasta Panthalassa y Sirius. Gróa, sonriente, se dio la vuelta y clavó su gozosa mirada en la parte superior resquebrajada del Prisma Negro.

—Creo que con esto debería ser suficiente para alterar su Estado Coherente —afirmó, volteándose hacia Panthalassa y asintiendo con la cabeza—. Llegó tu turno, Pan.

La diosa griega menor soltó un suspiro de regocijo, los labios temblorosos y el pecho agitado de la contentación de finalmente llegar a este punto. Se pasó una mano por el rostro, y los temblores comenzaron a dominarla de pies a cabeza.

—Agh, joder... —farfulló Pan, dibujando una sonrisa nerviosa— Justo ahora me tiene que agarrar el nervio —se miró las manos temblorosas, y se llevó una grata sorpresa al ver una mano enguantada de Sirius posarse sobre las suyas. Lo miró a los ojos, y sintió un vuelco aliviador en su corazón al ver a su sobrino dedicarle una sonrisa genuina.

—Tú puedes —dijo el Nacido de las Estrellas, para después darle una palmada gentil en la espalda. Panthalassa se quedó viéndolo a los ojos ambarinos, perdida en aquellos irises que una vez pertenecieron a una diosa griega de gran valor e importancia para el Olimpo durante sus tiempos más oscuros. Se le hizo agua los labios, tragó saliva y asintió la cabeza con firmeza.

Volvió lospies hacia el Prisma Negro y empezó la decisiva marcha hacia él mientras concebía el siguiente pensamiento:

Panthalassa acortó los diez metros de distancia con pasos lentos pero firmes. Danzó los dedos en voluptuosos movimientos, invocando la Energía Gaia en sus manos. Sus ojos pasaron del viólaceo al azulino fosforescente. De un abrir y cerrar de ojos se impulsó hacia la parte superior del Prisma Negro, tan veloz que pareció teletransportarse. Sus tacones aterrizaron firmemente sobre el hielo obscuro. Tornó la vista hacia atrás, descubriendo el espadón curvo del Caballero del Sol tendido sobre una resquebrajada hendidura. Su hoja ya se ha descolorado en su totalidad, y en ese instante el portador de la misma, con ayuda de Dédalo para caminar, se dirigió hacia la misma, se acuclilló y la empuñó.

Sir Aland le hizo un ademán de cabeza a Dédalo, y este se alejó. Usando su espadón como bastón, Sir Aland emprendió la avanzadilla con torpes cojeos en dirección a Sirius, Gróa y el grupo de Jotuns, seguido detrás por Dédalo. Caballero y ninfa cruzaron miradas analíticas. La segunda asintió con la cabeza, y el primero torció los labios quemados en una calcinada sonrisa.

Volteó la cabeza hacia la grieta que tenía en frente. Ensanchada de par en par, se podía ver un umbral de oscuridad absoluta tras su grieta. Panthalassa canalizó todos los pánicos en lo más profundo de su corazón. Hinchó el pecho con una respiración, y al soltarlo todo con una exhalada, abrió los ojos, movió ágilmente las manos y las enterró ambas dentro de la abertura.

¡Katástasi Metavolís!

En la lejanía, Sirius y Gróa vieron como la ninfa introducía sus manos dentro del prisma. A la par de ello, Sir Aland y Dédalo venían de camino hacia sus posiciones, el segundo caminando lento al ritmo de los cojeos del primero. Sirius le dedicó una sonrisa orgullosa al malherido Aland.

—¡Muy bien hecho! —exclamó. De pronto Aland perdió el equilibrio, y Sirius estuvo a punto de impulsarse para ayudarle, pero el caballero pudo mantenerse en pie y con un ademán alejó tanto a Sirius como a Dédalo— ¿P-pero estás bien?

—Sí, Sir Sirius... —farfulló Aland entre tosidos. Se irguió con cortesía, ignorando las quemaduras y la sangre seca manchando su armadura— No es la... primera vez... Que soy azotado por este ataque solar.

—Y tremenda técnica, debo decir —confesó Sirius, asintiendo la cabeza.

—Pero tú eres... un maestro de las estrellas también, ¿no? —espetó Aland, deteniendo sus cojeos para mirarlo a los ojos, el titubeo en los rojos suyos— Y supongo que debes tener técnicas igual de poderosas que las mías... Incluso más... —apretó los dientes. Aunque le dolía en el orgullo, lo admitía sin pelos en la lengua— ¿Por qué dejaste que Brunhilde viniera a mí y no tomaste el título de héroe... —paseó una lenta mirada hacia Gróa y los Hechiceros Seidr— de esta gente?

Sirius acalló. Apretó los labios y se masajeó el mentón, la mirada pensativa concentrada en el cielo.

—Yo la verdad no estoy para ser héroe de nadie —confesó, ladeando la cabeza y cruzando los brazos—. Ya he sido héroe, pero solo de mentira. Prefiero... —se encogió de hombros— que otros saquen sus potenciales y sean mejores. Si la situación de verdad lo requiere, intervengo.

Su respuesta caló profundo en el corazón de Sir Aland. El pelirrojo agachó la cabeza y cuchicheó una risita hosca.

—Me recuerdas a Adam...

Gróa frunció el ceño, la mirada fija en la lejana silueta de Panthalassa acuclillada sobre el prisma. Dédalo se le acercó y se dio brevemente la vuelta.

—No está como... ¿tardando mucho? —señaló Gróa.

—Es la primera vez que su Dunamis interactúa con el prisma —dijo Dédalo—. Puede que le tome más tiempo —se dio la vuelta y enarcó las cejas al ver la expresión patidifusa de Gróa—. ¿Qué pasa?

—Nada, es solo que... —Gróa se masajeó los brazos y apretó los labios— Todo lo que tocaba Thrudgelmir cuando poseyó el poder del Ginnungagap quedó maldito para siempre. Entre ellos el endiablado Triple Cuerno, y quizás el Prisma...

—No hay qué temer, Völva Gróa —dijo Dédalo, negando con la cabeza—. El desafío más grande quedó atr...

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https://youtu.be/4j_BGWi_a2k

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

De repente se oyó un estruendo de carne y hueso que silenció a todos los presentes. El aire del ambiente fue cortado repentinamente, provocando la llegada de un abrupto silencio que puso a todos en alerta y con la sangre helándoles bajo las venas... por una colosal presión de magia negra que los surcó a todos como flechazos cargados de maldiciones milenarias.

Sirius, Dédalo, Sir Aland y Gróa Alfhild tornaron lentamente las miradas hacia el Prisma Negro, de donde se originó el crujido de carne y hueso espantoso. Todos entrecerraron los ojos pues sus vistas fueron bañadas por un extraño brillo de color azabache que provenía del Prisma Negro, lo que les impedía observar sus lados y su superficie con claridad. El primero en reparar algo espantoso en el cubo fue Dédalo, quien avistó las piernas de Panthalassa... alzadas al aire y dando vaivenes espeluznantemente desesperados como si intentara patalear para escapar.

—¿Pan...? —murmuró Dédalo, su cuerpo cibernético sintiendo por primera vez la penetración de las frías brisas ponerlo nervioso.

La tensión en el ambiente se hizo más palpable cuando atroces sombras con forma de cuernos de corona sobresalieron del cubo negro, extendiéndose hasta alcanzar al grupo y bañarlos con la energía maldita que por décadas acumuló dentro suyo. Como una niebla cegadora, aquellas sombras resurgieron del suelo en forma de humo, nublando las vistas de todos. Gróa y los Hechiceros Seidr emplearon Energía Askr para generar vientos huracanados que alejaron las sombras y las mantuvieron retenidas lejos de ellos.

Los hechiceros mantuvieron a raya las sombras mientras que Dédalo, Sirius, Sir Aland y Gróa avanzaron varios pasos y acortaron metros entre ellos y el cubo obscuro. Repararon en su superficie; estaba ahora más ennegrecida a causa de tentáculos de hielo que ahora rodeaban el cuerpo entero de Axel Rigall. La oscuridad era tal que apenas se podía ver su torso y sus piernas. En la cima del cubo, las piernas de Panthalassa seguían moviéndose, pero ahora con mayor lentitud. Fue allí que repararon en el horror.

Panthalassa estaba siendo devorada por la fisura del Prisma Negro como fauces de un monstruo.

Se oyeron quejidos adoloridos venir de la ninfa. De pronto, su cuerpo comenzó a dar giros y empezó a meterse más adentro de la grieta. Los escalofríos, que hasta ese momento los tenía maniatados a todos, estallaron ferozmente como una bomba destructiva todavía más poderosa que el Flash de Helio.

—¡¡¡PAAAAN!!! —chillaron Sirius y Dédalo al mismo tiempo, y ambos se impulsaron velozmente hacia el cubo negro, extendiendo sus brazos para agarrar los tobillos de Panthalassa y sacarla de la devoradora fisura. Sus dedos estuvieron a punto de encerrarse alrededor de ellas, pero fue demasiado tarde; se cerraron sobre el aire. El cuerpo de Panthalassa fue consumida por completo por el Prisma Negro. Sirius y Dédalo dieron volteretas por el aire y cayeron de cuclillas al suelo helado, sus pies derrapando y creando arios metros de distancia entre ellos y el cubo.

Y la fisura, que con tanto esmero Sir Aland se había encargado de abrir en el prisma, se selló a sí misma con un efímero pero potente resplandor blanco.

Las vetas de oscuridad que los Hechiceros Seidr mantenían retenidos los superaron en poder. Como olas de un tsunami, aquellas ondas negras destruyeron los escudos cristalinos y se abalanzaron sobre los Jotuns. Gróa fue sorprendida pro la avalancha de oscuridad que se le vino encima, pero antes de que algunas de esas mareas malignas pudieran engullirlos, Sir Aland empleó el poder remanente de su Éadrom para golpear el suelo con la punta de la hoja curva y liberar una onda expansiva de fuego rojo que se formó alrededor de ellos como una cúpula defensiva, aniquilando los látigos negros y manteniendo alejados a los que quedaron.

Ambos grupos observaron detenidamente el cubo. Su superficie, ennegrecida casi por completo, dio paso a una nueva hórrida imagen: a Panthalassa sumergiéndose dentro de su inalterable interior hasta quedar suspendida y quieta, su cabeza volteada justo a la altura de Axel, su rostro de ojos cerrados, pero con boca abierta señalando su mueca de espanto antes de ser engullida por el prisma.

—¿Cómo? —farfulló Sirius, el horror dibujado en su rostro, borrando las vetas de oscuridad que se abalanzaron hacia él y Dédalo con un barrido de su lanza— ¡¿Por qué está sucediendo esto?!

—No lo entiendo... —murmuró Dédalo, su aliento casi ido de sus labios por la perplejidad— En todo lo que llevo estudiando el prisma, ¡esta es la primera vez que sucede!

El domo de Magia Maná de Sir Aland se debilitó; titiló hasta desaparecer en un parpadeo. Sir Aland cayó al suelo sobre una rodilla y tosió sangre. Los Hechiceros Seidr, esta vez preparados, abrieron las palmas de sus manos y crearon escudos cristalinos que repelieron totalmente a los tentáculos negros devoradores. Gróa Alfhild se acuclilló al lado de Aland, lo tomó de un brazo, y lo ayudó a reincorporarse.

En el Observatorio Þjálfi, todos los Jotuns científicos quedaron mudos del pavor indeseado al ver lo que estaba siendo transmitido en las grandes pantallas de hielo. Todo el ambiente de victoria y júbilo que los había bruñido hasta la medula fue arrebatado brutalmente, y ahora había muecas de horror en todos ellos. Angrboda sintió como el aire se le escapaba de los pulmones con un suspiro. Brunhilde caminó hasta ella, el terror azotándola de pies a cabeza al igual que Geir, esta última retemblando sin parar.

—¡¿Qué demonios, Angrboda?! —maldijo Brunhilde, botando a la basura toda solemnidad por su pánico— ¡¿Qué sucede ahora?!

—No lo entiendo... —confesó la Reina de los Jotuns, negando con la cabeza y dando dos pasos hacia atrás, los ojos desencajándose del pánico incontrolable— No lo entiendo, no lo entiendo, no lo entiendo... —comenzó a gimotear. Se llevó las manos a la cabeza y se desenmarañó el cabello plateado— La maldición del Ginnungagap de Thrudgelmir... Las tierras marchitadas por el Eitr... Incontrolable, descontrolado...

Geir Freyadóttir fue hasta ella, la agarró de un brazo y la zarandeó para sacarla de su trance. Angrboda pareció espabilar de su estado alterado. Miró a la Princesa Valquiria, esta última suplicándole con la mirada que no perdiera el control de su ser. La Reina de los Jotuns tragó saliva y se aclaró la garganta. Miró de soslayo a Brunhilde y de un gruñido agresivo cambió su expresión aterrada a una decisiva.

—¡Vamos! —exclamó, para después invocar una semilla de color púrpura entre sus dedos índices y medio. Arrojó la pepita al suelo, a dos metros de ellas, y una vez hizo contacto con el piso se expandió en forma circular, abriendo un portal de umbral negro que pronto adquirió forma: al otro lado se hallaban los colosales murallones surcados del Gran Cañón y el Prisma Negro. La Reina de los Jotuns se encaminó determinada hacia el portal hasta atravesarlo. Brunhilde y Geir la siguieron en pos suyo.

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https://youtu.be/jZ6VFzN8FdU

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

De repente, las vetas y tentáculos oscuros que estuvieron ofuscando a los Jotuns y los Legendarium detuvieron sus ataques, para después retraerse velozmente en dirección al Prisma Negro. Justo en ese instante apareció el portal púrpura de Angrboda al lado de Gróa y Sir Aland, y de ella emergieron las dos Reinas y la Princesa.

Los látigos ónices se ocultaron debajo del prisma. Se oyó un crujido de hielo atronador, seguido por un profundo rugido de ultratumba que les heló la sangre a todos los presentes, incluyendo a los espectadores de ambos observatorios que seguían presenciando aquel inesperado escenario. Un escalofrío azotó a Gróa y Angrboda, y ambas mujeres Jotuns quedaron completamente petrificadas del miedo... Al oír la espectral y estridente voz de Thrudgelmir proferir una maldición, oyéndose desde ninguna parte y por todos lados al mismo tiempo:

Y justo después de culminar con aquella amenazadora frase... El Prisma Negro empezó a colapsar sobre sí mismo, aplastando sus ángulos y su superficie, abollando su impenetrable hielo como si nada, como si fuera comprimido en un espacio infinitesimal de su centro... Que, de hecho, cuando todos fijaron sus vistas el iridiscente centro del cubo, notaron la aparición de un agujero negro, el cual estaba causando el inevitable colapso del hielo.

La atmósfera colapsó también sobre los hombros de todos los presentes alrededor del cubo negro. Los chirridos de hielo crujiente pusieron a todos en alerta, e inmediatamente comenzaron sus ataques contra el Prisma Negro.

Sirius Asterigemenos fue el primero en abalanzarse contra el prisma, despidiendo un aguerrido grito belicoso y arrojando una estocada de su Lanza de Helios. Pero nada más la punta hizo contacto con uno de los lados hundidos del cubo, este repelió fácilmente el ataque con una explosión de plasma negro que impulsó al Nacido de las Estrellas a toda velocidad por el aire, alejándolo del cubo y mandándolo a volar por los cielos.

—¡¡¡SIRIUS!!! —chillaron Brunhilde y Geir al mismo tiempo.

Sirius estiró hacia arriba el brazo done empuñaba la Lanza de Helios, y esta despidió una onda de choque que lo detuvo abruptamente en el aire. Con ojos ensanchadísimos de la sorpresa clavó su mirada en el Prisma Negro. Un nuevo colapso ocurrió, y las paredes del cubo se comprimieron brutalmente; las siluetas de Axel y de Panthalassa se desvanecían lentamente bajo la oscuridad y la presión impresionante del agujero negro. La oscuridad en forma de tentáculos regresó, pero esta vez para formar un charco obscuro debajo del cubo, que después se convirtió en una espeluznante espiral punzada.

<<Este poder...>> Pensó Sirius, los labios temblorosos soltando un jadeo aterrado y fijando más la vista en el agujero negro. <<¿Es similar al Punto Omega...?>>

Fue el turno ahora de Dédalo. Los brazos del arquitecto griego abultaron los resquicios de sus placas entrepuestas, revelando el resplandor intenso del calorífico plasma que se acumuló dentro de sus brazos prostéticos. Apretando los dientes del esfuerzo de soportar la presión que supuso la temperatura de sus brazos, Dédalo estampo sus palmas contra el piso, generando corrientes eléctricas que le hicieron levitar en el aire y le proporcionaron una abismal velocidad.

En un abrir y cerrar de ojos, desapareció y reapareció frente al Prisma Negro, provocando una destrucción sónica que dejó ensordecidos a los Jotuns. Como una fugaz ráfaga deformada, la forma de Dédalo reapareció en el aire, propinándole una patada a una de las hendiduras del Prisma Negro. Su pie hizo impactó, provocando una serie de corrientes eléctricas y plásmicas anaranjadas que azotaron el aire a su alrededor, forzando a los Jotuns a crear escudos de cristales para protegerse de aquellas ráfagas.

Pero al igual que ocurrió con Sirius, Dédalo fue arrojado hacia los cielos de un impulso repeledor. Pero no se quedó quieto. Ni corto ni perezoso, Dédalo desapareció y volvió a aparecer, esta vez en otro ángulo del cubo. Abrió la palma de su mano derecha, y de ella disparó un grueso rayo láser anaranjado que se comió por completo el cubo. Pareció hacer efecto, pero a los pocos segundos, su ataque fue también repelido: la ráfaga se hizo polvo con un estallido de oscuridad, como si al hacer contacto con el cubo su energía fuera dispersada y arrojada en distintas direcciones.

La onda de choque producto del rechazo de energía empujo a Dédalo y lo hizo rodar por el suelo. Sirius apareció frente a él, atrapándolo de los hombros y poniéndolo ágilmente de pie. Ambos griegos intercambiaron una rápida mirada, y después se impulsaron al mismo tiempo contra el cubo. Dédalo volvió a disparar su poderosa ráfaga naranja, mientras que Sirius disparó proyectiles de Energía Gaia de la punta de su lanza. Todos los ataques, sin embargo, fueron repelidos nada más hacer contacto no ya con la superficie del cubo, sino con la invisible barrera de oscuridad que estaba generando a su alrededor. Los ataques fueron devueltos, y Dédalo y Sirius se obligaron a moverse fugazmente para esquivar las ráfagas y emprender de nuevo otra sucesión de desesperados ataques.

<<¡¿Pero qué clase de poder es este...?!>> Pensó Sir Aland, completamente estupefacto al sentir toda la siniestra y retorcida energía negra que provenía del Prisma Negro, la barrera de este último repeliendo sin césar los múltiples ataques cercanos y lejanos que Dédalo y Sirius le arrojaban. Aland miró hacia ambos lados, viendo a Gróa y a Angrboda impulsarse velozmente hacia el cuerpo negro, la primera acumulando Energía Askr en forma de ventiscas en sus manos, y la segunda empleando su magia para levitar varios metros al aire e invocar un estoque hecho de hielo púrpura en su mano derecha.

Sir Aland se quedó allí de pie, apoyándose en el mango de su espadón y observando analíticamente los embates de los Einhenjers y los Jotuns contra la cúpula negra que rodeaba el Prisma Negro. El estoque de Angrboda fue repelido cuando la punta de su arma impactó contra la curvatura del domo, y la Reina de los Jotuns rodó por el suelo incontrolablemente. Los proyectiles de cristal de Gróa fueron expulsados hacia distintas direcciones, algunas de ellas hacia la propia Gróa, lo que la forzó a esquivar sus propios ataques deslizándose en distintas direcciones. Pero la Jotun fue sorprendida por un ataque repelido de Dédalo; el proyectil anaranjado la golpeó en el vientre, y la mandó a volar por los cielos. Los lanzazos de Sirius provocaban que la velocidad de su usuario se incrementara más y más, al punto en que se volvía borrones imperceptibles para los ojos de Sir Aland, pero que una vez atacaba la cúpula intangible del prisma, era embestido por la energía de la misma, que actuaba como si fuera un campo gravitatorio hacia dentro que hacía colapsar todos los objetos adentro de él, mientras que rechazaba a todo aquel que intentara penetrar sus bordes.

El Caballero del Sol ensanchó los ojos, y una idea se le gestó en su cabeza. <<El Prisma está actuando como una barrera... un Echtra...>>

Y justo después de concebir ese pensamiento, el Prisma Negro volvió a sufrir otro proceso de colapso: sus paredes se abollaron más hacia dentro, deformando su apariencia cuadrangular y convirtiéndolo en una aplastada envoltura negra ribeteada de arabescos grises desdoblados. La cúpula ónice adquiría más tonalidades con cada ataque que rechazaba con gran efectividad, lo que lo hacía más visible a ojos de los Einhenjers y Jotuns en forma de ondas sinusoidales que expandían más y más el rango de sus bordes, obligando a todos los atacantes a alejarse más del cubo. Incluso con el mero roce contra aquella barrera negra eran capaces de repelerlos con impulsos atroces, como le ocurrió a Dédalo justo cuando el domo se esparció a su alrededor, rozando uno de sus brazos contra él que lo mandó a volar descontroladamente por el cielo. Una parte de su mejilla fue arrancada de cuajo, y su gabardina negra se desintegró, quedando solo su camisa sin mangas y sus pantalones jironeados.

Angrboda amplió su Energía Askr en su estoque de hielo púrpura: Cerró los ojos, y al instante múltiples semillas violetas aparecieron alrededor de la cúpula del prisma. Las semillas se agigantaron en formas circulares, abriéndose en múltiples portales. Un portal se abrió frente a ella, interconectándose con el resto. Angrboda abrió los ojos, ambos brillando en resplandores púrpuras, y arrojó su potente estoque contra el portal al frente suyo. Numerosas invocaciones de estoque aparecieron en el resto de portales, y todas arremetieron contra el campo de fuerza al mismo tiempo. Los múltiples impactos produjeron el mismo efecto colateral de embestida, repeliendo toda la energía y empujando brutalmente a la Reina Jotun al suelo, semi-inconsciente.

En el cielo, justo en perpendicular al Prisma Negro, Gróa Alfhild planeó por el cielo utilizando dos alas de cristal que la impulsaron ágilmente por el aire hasta colocarla justo en línea recta al ahora deformado trapezoide obscuro. Sus ojos se convirtieron en dos perlas blancas resplandecientes, y sus manos se agitaron de lado a lado. Sirius y Dédalo se alejaron de un impulso al sentir el aire alrededor de ellos comprimirse hasta congelarse. Alas blancas opalescentes emergieron de la espalda de Gróa, y esta última invocó un gigantesco martillo de mango increíblemente largo. Cerró una mano en un puño, estrechando toda la temperatura templada alrededor de la cúpula oscura, congelándola por completo para después abalanzarse de un batir de alas contra el objeto, arremetiendo de un martillazo con todas sus fuerzas.

Pero todo fue inútil. El estado sólido del ambiente se alteró justo cuando Gróa, volviendo a su estado original y provocando que el martillazo de la Jotun sea repelido brutalmente. Gróa Alfhild salió despedida por los aires, sus alas blancas marchitándose al instante y su Energía Askr siendo disuelta por todas partes. Esto hizo que la Hechicera del Seidr por poco pierda la consciencia, y que, al caer y rodar por el suelo, sea incapaz de ponerse de pie.

El Prisma Negro volvió a degenerarse, convirtiéndose ahora en una deformada esfera no más grande que una casa de dos pisos. Las siluetas de Axel y de Panthalassa cada vez se empequeñecían y desaparecían de la vista de todos.

—¡BASTA YA! —maldijo Sirius, y Geir sintió un escalofrío correrle por la espalda al escuchar su rugido de rabia insostenible. El Nacido de las Estrellas esgrimió la Lanza de Helios en círculos, y al impactarla con el suelo generó un círculo dorado a su alrededor que lo ocultó con un resplandor blanco. En un instante desapareció, y la armadura Sirius Asterigemenos se convirtió en su ribeteada y magnánima armadura dorada que dejó boquiabierto a Sir Aland.

Ambos guerreros griegos se abalanzaron a máxima velocidad contra la cúpula, ahora cristalina, del Prisma Negro. Como dos dioses griegos que se impulsan a toda velocidad a una batalla de la Thirionomaquia, ambos se convirtieron en dos fugaces centellas de color dorado que impactaron masivamente contra las curvas constreñidas del domo. El impacto de la lanza de Sirius y del puño de Dédalo generó un temblor que sacudió el Gran Cañón en su totalidad. Brunhilde agarró a Geir al tiempo que hacía lo posible para mantenerse en pie. Sir Aland no pudo mantener el equilibrio y cayó al suelo. Los Hechiceros Seidr auxiliaron a las derrotadas Jotuns y las apartaron lo más lejos posible de las constantes ondas de choque que creaban la calamitosa fricción entre los ataques combinados de Sirius y Dédalo contra el campo de fuerza.

La presión atmosférica alrededor de los dos guerreros griegos alcanzó cuotas abismalmente astronómicas; ambos sintieron un colosal peso en sus hombros, similar al de estar cargando en sus espaldas el peso de todas las montañas de Jötunheim puestas juntas. El primero en perecer ante el empuje físico fue Dédalo; sus brazos enteros estallaron y se convirtieron en mella metálica que voló por los aires al igual que él. Sirius Asterigemenos aguantó como pudo, apretando al máximo los dientes al punto de soltar chispas, reforzando el agarre del mango no importaba cuanta fuerza de arranque emitiera el Prisma Negro para alejarlo. Sus ojos ambarinos se clavaron en Axel y Panthalassa. El desespero lo forzó a utilizar la Lanza de Helios al máximo poder, al punto en que el largo mango era recorrido por arabescos de gases estelares que comenzaron a acumularse en la punta, formando lentamente una estrella a escala.

Pero antes de que pudiera proseguir con la formación de aquel sol en la lanza, sintió un dolor infernal surcarle las manos. Sirius bajó la mirada, y sus ojos se ensancharon del horror. Su boca soltó un gemido ahogado, y el corazón se le detuvo. Los guanteletes dorados de Oricalco acababan de ser abollados, mostrando los mitones negros cubiertos de sangre producidos por largas líneas rojas que corrían por sus manos.

El vigoroso impulso de Sirius se esfumó, y la fuerza repelente del campo negro lo embistió cruelmente, provocando que su lanza se separe de su mano y se desvanezca en el aire. Sirius cayó al suelo de espaldas y describió un largo surco en la piedra hasta detenerse, formando una línea de hendidura de más de veinte metros de largo.

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

El tiempo se paralizó. El mundo entero se aquietó y se volvió blanco y negro para la perspectiva de un desconcertado Sirius, quien seguía intentando procesar lo que acababa de suceder. Se miró las manos; los guanteletes estaban deformados hacia atrás, como los pliegues de un papel a los que arrugan sin cuidado alguno, y los parten en dos. Así se encontraban sus guanteletes, y Sirius le parecía irreal lo que veía.

<<Alpha... Regulus...>> Pensó. Aquel era el nombre de la armadura; una pieza de arte que fue fundamentada para poner fin a la Thirionomaquia, acabar con los Reyes del Apocalipsis, y traer paz al mundo de hace cinco mil años. El nombre fue dado por su creador, el Titán Hyperion, su propio abuelo. Cerró los ojos y apretó la mandíbula, pensando en las injurias que le debía de estar diciendo Hyperion en el más allá. Apretó los puños, y se salpicó la coraza con sangre.

Por segunda vez en su vida, Sirius Asterigemenos se sentía derrotado por algo que parecía superarle.

<<Brunhilde... no mentía>> Pensó el Nacido de las Estrellas, alzando los ojos hasta ponerlos fijos en la figura de la ahora esfera negra, no más grande que una sala de estar, achicándose con cada brutal abollamiento que hacía perder más y más de vista las siluetas de Axel y Panthalassa. <<El Ginnungagap en verdad... actúa como un Punto Omega>>. En esos instantes se oyeron lejanos gritos que emitieron ecos en sus oídos. Sirius tornó lentamente la mirada hacia su izquierda, y vio a Geir corriendo despavoridamente hacia él.

<<Ge..ir...>>

Y con solo ver la silueta de su Valquiria Real dirigiéndose en su auxilio, Sirius sintió como era jalado fuera del mundo negro en el que la derrota lo imbuyó. El color alrededor suyo volvió a adquirir tonalidades, y los sonidos retornaron a su habitual velocidad. El tiempo se reanudó, y la Princesa Valquiria ya se hallaba acuclillada al lado de él, agarrándolo del brazo y forzándolo a ponerse de pie.

Sirius se reincorporó con la ayuda de Geir. Miró su derredor, y el horror lo asaltó al ver el cuerpo de Dédalo, sin brazos, siendo socorrido por los Hechiceros Seidr de Gróa. Vio también a esta última y a la Reina Jotun siendo socorridos por los hechiceros; estos utilizaron un encantamiento con el cual generar una burbuja de cristal alrededor de ellos que los protegieron de las ondas de choque generadas por la espiral oscura que, al igual que la irrompible barrera, se ensanchaban con cada segundo que pasaba.

—Sirius, tienes que hacer Völundr con Geir —exclamó Brunhilde, cubriéndose el rostro con las manos.

—¡No hay más opciones, hermano! —concordó Geir, agarrándolo del brazo— ¡Haz Völundr conmigo!

El pecho de Sirius se hinchaba y se desinflaba con cada respiración forzosa que daba. Trataba de aclarar su mente de las copiosas mentalidades tóxicas que lo asolaban, al punto de pasarse una mano por el rostro. Esto no pasó desapercibido para Brunhilde, quien en seguida puso una mueca de preocupación.

—Sirius... —Geir entrelazó su mano con la de Sirius y puso su frente sobre su brazo un intento por sacarlo del trance mental. 

El silencio predominó en todo el Gran Cañón. Lo único que hacía acto de presencia sónica eran las ondas expansivas que no paraban de surgir de la esfera negra, achicándose cada vez más y más. Para este punto, las siluetas tanto de Axel como de Panthalassa eran irreconocibles a excepción de unos trazos de sus rostros deformados por el cristal deformado. Y por más que Geir le zarandeara el brazo, por más que Brunhilde le exigiera que haga Völundr con su hermana, Sirius seguía sin espabilar.

Estaba... ¿aceptando la derrota?

No. Incluso en la derrota, el Semidiós Griego, héroe de la Thirionomaquia, no se rendiría.

La esfera cristalina que otrora fuese el Prisma Negro se empequeñeció al punto en que se podía ver los bordes del agujero negro que lo devoraba inexpugnablemente como un dragón hambriento. El ambiente alrededor de ellos tres estaba helado, lo que provocaba temblores en sus cuerpos y que sus vellos no parasen de estar erizados. Por voluntad propia o por instinto, Sirius alzó su brazo izquierdo, lo extendió e invocó en la palma de su mano una partícula dorada que empezó a agrandarse y a adoptar forma de bruma alargada. Los latidos del corazón de Sirius se ralentizaron, concentrándose en los siguientes diez parsimoniosos pulsos.

—Lan...

Pero antes de poder recitar sus palabras, Sirius fue interrumpido por el azaroso grito de guerra de otro hombre que exclamó a todo pulmón:

—¡Immram Echtra...!

Todo el frío desolador que había conquistado y dominado el Gran Cañón hasta ese entonces fue invadido por la repentina llegada de un nuevo calor estelar. De arrebato, toda la oscuridad que había generado la espiral negra pintada en el suelo fue disuelta de un solo barrido producido por llamaradas solares demoledoras. De repente, la expansión del rango de la cúpula se detuvo, para después ser aplastada ferozmente por la llegada de una nueva expansión dominante que detuvo no solo el campo de fuerza del Prisma... ¡sino que también detuvo el colapso del mismo sobre el agujero negro!

Sirius, Geir y Brunhilde voltearon las miradas en dirección al origen de todas esas llamaradas, tanto tangibles como intangibles, siendo generadas por el aleteo de alas de un dragón transparente similar al que colisionó el Prisma Negro con el Flash de Helio, solo que esta vez siendo de un tamaño menor, de veinte metros con alas de envergadura de cien metros de largo. Su largo torso, adicionado a la longitud de su cola, sus larguiruchos cuernos, sus largos brazos de zarpas filosas y sus fauces de las que salían arabescos de fuego, proporcionaba al usuario de aquella técnica una imponente aura de Energía Maná que se esparcía a lo largo y ancho del Gran Cañón Legendario.

A la altura de las patas del dragón carmesí, Sir Aland se erguía como un caballero renacido para retomar el combate. Portaba ahora una armadura pesada de orondas placas rojas, con escarpes con forma de dos zarpas, hombreras negras puntiagudas y un yelmo coronado por tres puntas adherido a una melena dorada que ocultaba su cabello rojo. Cada placa de su armadura tenía pares de orificios de las que emanaban llamaradas. Su espada había desaparecido, pero ahora era su armadura la que portaba el poder solar del Éadrom.

El calor del fuego producido por el batir de alas del dragón escarlata produjo una temperatura ambiente alrededor de Brunhilde, Sirius, Geir y el escudo de cristal energético de los Hechiceros Seidr. El trío quedó completamente pasmado al ver como la esfera obscura ralentizó sus abolladuras hasta quedarse completamente quieta y suspendida en el aire, aún lo bastante grande para poder verse los rostros adormecidos de Panthalassa y de Axel.

Toda la presión atmosférica dejó de expandirse a lo largo y ancho del Gran Cañón. Ahora, estaban siendo absorbidos por la armadura escarlata de Sir Aland. Sus placas eran abultadas, aplastadas y arrancadas en un torbellino de vientos invisibles que destruía sin césar la armadura, pero que esta se reparaba al instante de recibir los zarpazos del campo gravitatorio del Prisma Negro. No obstante, con el pasar de los rápidos segundos, la auto-reparación de la armadura se vio siendo superada paulatinamente por el incremento de poder destructivo de la magia negra del prisma.

Los mundos de ambos Observatorios callaron, sus alientos siendo arrebatados por la repentina y violenta aparición del Echtra de Sir Aland. Los estudiantes de Valar Rahelis quedaron completamente mudos. Frigia se llevó una mano a los labios. Relanya, para sorpresa de estudiantes y profesores por igual, torció los labios y ensanchó los ojos en una expresión de sorpresa genuina.

En las murallas, Alister Inde arrugó las manos sobre la superficie del adarve y apretó los labios, la mirada preocupada mirando fijamente la silueta esquirlada y bermeja de Sir Aland siendo protegida de los arañazos invisibles que producía el Prisma Negro en su armadura.

<<Dense prisa...>> Pensó Alister, los ojos desorbitándose del miedo. <<¡Dense prisa y destrúyanlo!>>

Sirius Asterigemenos avanzó cinco pasos hacia el deformado esferoide que no paraba de hacer movimientos oblicuos en el aire, demostrando la inestabilidad de su colapso superando poco a poco la debilitada técnica del Caballero del Sol. Observó su derredor, notando los tintes bermejos en los que se pintó el aire y el cielo mismo producto del dragón invocado por la Energía Maná. Oyó un gruñido inteligible llamarlo por su nombre. Giró la cabeza y cruzó miradas con Sir Aland, este último con la espalda encorvándose hacia atrás debido al peso cósmico del Prisma Negro.

—No aguantaré mucho tiempo forcejeando contra esta cosa, Sir Sirius... —masculló Aland, arrugando la nariz. respirando forzosamente y sangrando por las heridas reabiertas por culpa de la fuerza cortante y pesada del prisma.

—Sí... —Sirius asintió con la cabeza y volvió a estirar el brazo. Contó los lentos y concentrados latidos de su corazón. Su respiración canalizó toda la Energía Gaia en su sosegado corazón. Sus guanteletes empezaron a desdoblarse y a reparar las deformaciones, lo que a su vez borró las heridas sangrantes de sus manos. La partícula dorada reapareció en la palma de su mano derecha, convirtiéndose en bruma que se alargó y alargó de arriba abajo— Iré con toda, Aland.

—Más le vale... —maldijo Sir Aland, esbozando su confiada sonrisa que pronto borró de un gruñido adolorido. Un pedazo de su máscara fue arrancado de cuajo, mostrando la mitad de su rostro magullado— ¡Demuéstreme de lo que está hecho otro maestro de las estrellas!

Las brumas doradas se movieron uniformemente, y sus movimientos coordinados trajeron a este mundo la Lanza de Helios, materializada a través de gases que colapsaron sobre sí mismos para formar aquella poderosa arma divina. Sirius cerró momentáneamente los ojos y soltó un último suspiro lánguido. La Energía Gaia se expandió en anchura y en altura a su alrededor, formando una llamarada de aura verdosa tan fornida y erizada que motivó a Sir Aland a emplear toda la remanencia de su Echtra para mantener a raya el colapso gravitacional del Prisma Negro.

Sirius recorrió todo el mango de la lanza con una mano, mientras que con la otra la empuñaba firmemente. Los gases estelares recorrieron el mango con la mano, atraídos por las yemas de sus dedos, para culminar su camino en la punta de la lanza, donde comenzaron a acumularse... y formar la diminuta estrella a escala, la cual comenzó a incrementar abismalmente su tamaño hasta ser tan grande como la esfera negra cristalina. El poder que comenzó a exudar aquella estrella se incrementó tan astronómicamente, que su presión y densidad eran equiparables con las del Prisma Negro. La expresión adolorida de Aland pasó a ser una de sorpresa inmensa al sentir la colosal energía estelar que producía la lanza sin césar, incrementando a su vez su tamaño.

Al punto de llegar a ser tan enorme como el cubo de hielo antes de empezar su colapso.

Hubo un leve temblor, imperceptible para Brunhilde, Geir y los Hechiceros Seidr que presenciaban con muecas incrédulas el poder que Sirius generaba acanalando todo el poder de Alpha Regulus, su armadura dorada, en la lanza. Pero Sir Aland, quien estaba más próximo a Sirius, sintió el temblor sacudirle de los pies a la cabeza, y como si de una píldora curativa se tratase, aquella onda de choque efímera le quitó de encima todo el peso del Prisma Negro. Sus hombros se aligeraron, lo que le permitió concentrar la mirada en las propiedades de aquella singular estrella...

Sus ojos se llenaron de sorpresa palpable. Abrió la boca, pero solo pudo emitir un gorjeo imperceptible. <<¿Qué clase de núcleo... es ese?>>.

—Crece como una estrella, consume como un agujero negro... —murmuró Sirius, sus ojos aún cerrados. Extendió el brazo hacia atrás, y la Lanza de Helios se retrajo con él, alejándose de la amarillenta estrella extremadamente masiva. Más masiva que cualquiera de las que Sir Aland e incluso Alister Inde pudieron haber presenciado en sus vidas— Sueña como un dios, vive como un mortal...

Abrió los ojos, sus parpados desapareciendo detrás de las luminosas capas de sus ojos fulgurando al mismo color que la estrella masiva. El objeto estelar, cegador que obligó a Brunhilde, Geir y los Jotuns a cerrar los ojos, colapsó sobre su propio peso, reduciendo instantáneamente su tamaño y generando un disco de acreción de materia alrededor de la ahora diminuta estrella, mezcla entre el plasma solar y las curvaturas del agujero negro. El disco se ensanchó varios metros a la redonda, forzando a Sir Aland a hacer distancia con un impulso. Sirius volvió a empuñar la lanza con las dos manos, la punta destellando fulgurosamente, un hilo de plasma estelar fusionado con la estrella.

La armadura dorada brillaba con la misma intensidad que sus ojos y la estrella, volviendo su figura, a ojos de los espectadores de los observatorios, como una de un Dios del Sol. Sir Aland sonrió y carcajeó, entre el nervio y la sorpresiva felicidad de ver y sentir el poder de otro maestro de las estrellas. 

Sirius encogió los relajados hombros, dio un paso hacia delante, y en voz baja murmuró:

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

La estrella hiper masiva se entremezcló caóticamente con el poder gravitatorio del agujero negro. Sirius movió las piernas hacia delante, y a una velocidad que ni Sir Aland pudo percibir con el rabillo del ojo, se desplazó de un impulso contra la estrella de agujero negro, apuñalándola con la Lanza de Helios. Al entrar en contacto con la estrella, el colosal peso cósmico del agujero negro se transmitió a la lanza y a la armadura dorada, confiriendo una enigmática aura amarillo-oscura en forma de una fina película sobre el cuerpo de Sirius.

Para después ser transmitida al Prisma Negro de una potentísima estocada directo en su superficie.

La abismal fuerza de choque se esparció por todo el Gran Cañón, y por todo el Reino de Jötunheim, tan rápido como uno abre y cierra sus ojos. El continente entero fue sacudido por otro temblor masivo, pero no tan destructivo como lo fue el Flash de Helio, esto debido al magistral manejo del poder estelar de Sirius para concentrar toda la materia estelar y el poder del colapso gravitatorio del agujero-estrella alrededor del prisma, encerrándolo en otra esfera de infusión solar que hizo temblar descontroladamente al prisma.

A ojos de Sir Aland y de todos aquellos que presenciaban el cegador evento, la punta de la brillante lanza ni siquiera estaba rozando con la curva del circular esferoide negro. Pero lo que en realidad sucedía era que el espacio alrededor de ambos objetos hiper masivos era tan vasto que la luz que emitían se distorsionaba brutalmente, por lo que todos los espectadores veían la punta de la Lanza de Helios curvarse sobre sí misma, y a la esfera de infusión estelar dispersarse hacia atrás como si estuviera siendo arrancada por tanta densidad concentrada en un solo punto. En vez de estar penetrando el Prisma Negro, la imagen óptica visible de Sirius y su lanza se estaba era alejando lentamente del esferoide negro, plegando su cuerpo como si se tratara de plastilina.

Geir y Brunhilde se abrazaron estrechamente mientras recibían todas las ondas de choque que las empujaban y las hacían perder el equilibrio. Sir Aland desactivó su Immram Echtra, haciendo desaparecer al dragón rojo para después impulsarse hacia las dos valquirias y crear una circunferencia protectora alrededor de ellas chocando sus puños contra el suelo. Angrboda y Gróa habían recobrado sus consciencias y no entendían lo que estaban visualizando, pero al ver a los Hechiceros Seidr forzarse a sí mismo en la creación de constantes escudos energéticos, cada uno siendo destruido tras el otro por las ondas expansivas, se unieron a la causa y aportaron sus Energías Askr para reforzar los espejos reflectantes.

Los segundos se volvieron microsegundos. El tiempo se distorsionó a causa del esparcimiento del rango del campo físico en todo el Gran Cañón, expandido gracias a las ondas expansivas que generaban los choques estelares entre la lanza y el prisma. Para los Jotuns, el Legendarium y las Valquirias, el tiempo pareció ir más lento, y el espacio alrededor de todos ellos se distorsionó en confusos y veloces espirales. En cuestión de milisegundos, todas las montañas y los casquetes a su alrededor fueran engullidos por oscuridad, y la luz que les llegaban de ellos se esfumó, dejando paso al reino de la oscuridad cósmica. Sus mentes fueron sorprendidas por la distorsión, engullidas por el vacío. Ahora veían el espacio, el tiempo y la información viajar a la velocidad de la luz en aquel vacío artificial creado por la Estrella de Agujero Negro de Sirius Asterigemenos.

Los cristales energéticos se partieron en pedazos. La barrera de Sir Aland se desvaneció. El sonido dejó de rumiar, los olores dejaron de perfumar, las sensaciones dejaron una desértica sensación a nada. El vacío comenzó a llenarse de particulas parecidas a polvo que se aglomeraron como nebulosas, y comenzaron a formar centellantes y llameantes estrellas. La única visión que todos ellos tenían en ese momento singular en el espacio y el tiempo...

Fue la de la Lanza de Helios atravesar el hielo negro, quebrantando el irrompible Prisma con un inmenso agujero al tiempo que los ojos de Sirius se convertían en estrellas de cinco puntas.

Así como la oscuridad los engulló en un santiamén, la luz de la realidad regresó a la percepción perenne de todos los que estuvieron en su rango. El cosmos virtual fue succionado en espiral, y las visiones de las montañas nevadas y los casquetes polares de Jötunheim regresaron. Las brisas gélidas regresaron con azotes frívolos, generándoles escalofríos. El olor a humedad y a aire limpio retornó. El mareo puso de cabeza a todos. Sir Aland se tambaleó y cayó sobre una rodilla; Brunhilde y Geir se agarraron entre sí; Los Hechiceros del Seidr cayeron como piezas de ajedrez, al igual la reina y la maga, quienes pudieron alcanzar a agarrarse y se desmoronaron al suelo. Ninguno estuvo en sus cabales mentales para presenciar la hazaña, ni siquiera los espectadores de los Observatorios: al destruiré los cristales, perdieron las señales en sus pantallas holográficas, y ahora veían en negro todo.

El único que tenía más o menos su cabeza cuerda era el perdido Dédalo; se puso de pie de una propulsión de los cañones en sus tobillos una vez percibió la ausencia de ondas de choque que pudieran tirarlo, y lo primero que observó, en la vasta lejanía desoladora y cubierta de polvo blanco, fue a Sirius Asterigemenos, de pie a dos metros... de los tirados cuerpos de Axel Rigall y Panthalassa. El Prisma Negro no se hallaba por ninguna parte, ni siquiera algún resto que indicase la sola existencia de aquel monstruoso objeto maldito.

Chorreando crudo por los brazos cercenados y chispas electrizantes, Dédalo empezó su lenta y cojeadora marcha hacia el centro del Gran Cañón. Sir Aland gruñó del esfuerzo y consiguió pararse vigorosamente, la cabeza aún dándole vueltas. Geir ayudó a Brunhilde a reincorporarse, tomándola de la mano y rodeando sus hombros con un brazo. Gróa y varios hechiceros Jotuns pusieron sus esfuerzos en conjunto para poner sobre sus talones a Angrboda, esta última dejando escapar un rugido adolorido mientras se llevaba una mano a la cabeza.

Dédalo se aproximaba a Sirius acortando los veinte metros de distancia que los separaban. La armadura dorada del Nacido de las Estrellas se deshizo en polvo dorado, dejando tras de sí la armadura gris convencional. A pesar de ponerse al lado de él, Dédalo notó que Sirius no reparó en él; su mirada estaba fija y preocupada en los cuerpos echados al suelo de Axel y Panthalassa.

—¿Sientes sus pulsos... Dédalo? —farfulló Sirius, jadeante.

—Sí, Sirius —contestó Dédalo tras un breve análisis ocular de ambos cuerpos— Son débiles, pero vividos.

—Bien... —Sirius se acuclilló cerca de Axel, lo tomó de los hombros y lo apoyó sobre su regazo. Sus ropas estaban empapadas, al igual que su cara y su cabello anaranjado. Apoyó una mano sobre su escuálido pecho y miró a Dédalo, este último poniendo a Panthalassa bocarriba con un cuidadoso pie— ¿Axel posee Energía Gaia?

—Tanto Gaia como Askr, Sirius —afirmó Dédalo.

—Perfecto.

La mano de Sirius empezó a transmitir pulsos de Energía Gaia sobre el pecho de Axel, funcionando como un desfibrilador. Los pulsos chocantes sacuden ligeramente el cuerpo del muchacho. La mirada de Sirius se concentró en los parpados cerrados del chico. El mundo entero se revolvió únicamente entre ellos dos; Sir Aland, Brunhilde, Geir, Angrboda, Gróa y el resto de Jotuns que se aproximaban a él desaparecieron de su rabillo. Otra sensación familiar, similar a la que sintió con Panthalassa, comenzó a arrollarlo con una calidez que lo sosegó de todo el alboroto que generó hace poco menos de unos minutos terrenales.

La primera en levantarse de súbito fue Panthalassa. La ninfa irguió la espalda y miró hacia todos lados mientras zarandeaba una mano y jadeaba como un animal. Gróa se acercó por detrás de ella y le atrapó los brazos. Luego de unos susurros dulces al oído y canalización de Energía Askr en sus manos, los ojos de Panthalassa se empequeñecieron de la tranquilidad, dejó de jadear y bajó los brazos.

Todo el mundo se quedó mirando a Sirius proveyendo pulsos energéticos al pecho de Axel. Contracción tras contracción, los retoques de Energía Gaia producían sonidos chasqueadores que ponían, una vez más en alerta, a todos los presentes. Especialmente al ver como Axel no despertaba tan rápido como lo hizo su hermana. Si bien estuvo encerrado en ese hielo por décadas, aún se albergaba en el ambiente la idea de que Axel no despertase, y que todo el esfuerzo haya sido en vano.

Un minuto de pulsaciones... Axel no despertaba.

Dos minutos de pulsaciones... Axel seguía sin despertar...

Los lapsos se hacían más y más tortuosos. El desespero hinchó de agonía a todos los presentes. Los Jotuns se susurraban entre sí, Geir se abrazó a Brunhilde, esta última y Sir Aland agachando las cabezas. Panthalassa arrugó la frente y chirrió los dientes, abrazándose a Dédalo con desespero.

—Axel, por el amor querido de nuestro santo padre —masculló—. Despierta, por favor. Despierta...

Al quincuagésimo primer pulso enegético, Axel Rigall abrió súbitamente los ojos y comenzó a toser de forma descontrolada.

Se oyeron diversos suspiros de alivio venir de los Jotuns, incluyendo a Gróa y a Angrboda. Geir comenzó a dar saltitos de alegría y chillidos silenciosos. Brunhilde se mordió el labio inferior y apretó un puño consolador. Sir Aland sonrió por todo lo bajo y carcajeó. Panthalassa se abrazó con todas sus fuerzas a Dédalo.

Sirius le dio palmadas en la espalda a Axel, ayudándolo a regurgitar todo el vacío pesado que acumuló en sus pulmones por veinte años, siendo reemplazado por el aire de la temperatura ambiente. Luego de terminar de toser, el chico de pelo naranja se tiró bocabajo al suelo y golpeó repetidas veces el suelo con sus puños. Sirius no se separó de él y lo mantuvo sostenido de hombros todo el rato.

El muchacho salido de su hibernación alzó los ojos temblorosos, medio borrosos todavía, acomodándose a la luz del Gran Cañón y a las sombras de todos los que lo rodeaban. Como Sirius, Axel sintió un aire de calidez familiar que moderó sus alteradas respiraciones, sosegándolo de a poco.

—¿Pan...? —murmuró Axel, los labios tan resecos que su voz sonó carraspeada.

—¡Hermano...! —musitó Panthalassa, llevándose las manos a los labios, los ojos aguándosele de la emotividad.

Axel Rigall alzó la cabeza y miró a su salvador a los ojos. Los latidos de su corazón tuvieron una pulsación magnánima al notar el color ambarino de sus irises. Fue una sensación tan repentina, pero a la vez tan afectuosa y acogedora que el muchacho abrazó por instinto, por sentirse seguro.

—¿Quién eres...? —farfulló tras tragar saliva.

Sirius cerró los ojos y esbozó una sonrisa dentada.

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