Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Inin Ahtle To tlamilistli

ESTE NO ES NUESTRO FIN

https://youtu.be/oc65Wo5w6sU

.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.

___________________________

1
___________________________

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

https://youtu.be/lb13ynu3Iac

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Cuahuahuitzin

Minutos después de la explosión nuclear

La ciudad de Cuahuahuitzin ardía en llamas y se caía a pedazos. Los azteca se se vieron sumidos en la anarquía absoluta.

Muchos reían de histeria colectiva. Otros lloraban desconsoladamente la muerte. La gran mayoría permanecía en silencio y veían el fuego y los edificios desmoronándose. Pensaban los demonios habían vuelto, que la Tercera Tribulación ha comenzado, y que era el principio del fin del mundo.

En la lejanía, se podía ver al regimiento de Coyotl subiéndose a sus coches. Y un grupo de ellos cargaba, sobre una carretilla metálica anti radiación, un objeto circular que refulgía con un color blanco brillante. Muchos tenían puestos mascaras antigás. Todos ellos caminaban a la par que se veía, de fondo, el hongo nuclear condecorando el infierno en la tierra, con el Estigma de Lucífugo eternamente sentado en el centro de la bóveda celeste. 

Los Coyotl metieron el objeto nuclear dentro de una caja de acero inoxidable y la introdujeron dentro del compartimiento de la camioneta de la caravana. Una mano cerró de un portazo la compuerta. 

Tonacoyotl se dio la vuelta y vio, a través de los lentes de su mascara antigás, el gigantesco hongo atómico que él mismo creó para matar a Eurineftos. No se sintió intimidado, no culpable, ni siquiera triste por el escenario apocalíptico. Más bien sonrió con orgullo... por la inhumana hazaña que acababa de hacer.

___________________________

2
___________________________

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

https://youtu.be/vx7S3v7u7jY

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Embajada de la Multinacional

Seis horas después de la explosión

La caravana de automóviles blindados y de caballos montados por Pretorianos y nahuales mapaches se internó en la embajada entrando por el patio trasero. Hasta ese entonces Zinac, Xolopitli y Yaotecatl traían malas vibras en sus cuerpos debido al horror insoportable que tuvieron que ver en el bastión de Tlapoxichecatl... Y no tenían la menor idea del  siguiente horror que se iban a enfrentar. Uno cien veces más grande y horrible. 

La atmosfera del ambiente les dio la bienvenida con un inesperado brío de sagacidad que servía como preludio a algo malo por venir. El entorno estaba algo oscurecido, y en el cielo se formaban distantes nubarrones que tornaban el clima de Mecapatli en un firmamento ennegrecido e inhóspito. Todos los Pretorianos y Tlacuaches notaron el peso melancólico del ambiente, y sus ojos no paraban de ver el cielo.

La caravana militar, luego de dar un giro alrededor de una rotonda, se estacionó cerca de la escalinata de la fachada principal. Zinac, Xolopitli y Yaotecatl bajaron del vehículo, seguido por el resto de los Tlacuaches y de los Pretorianos. Publio Cornelio se bajó de su semental negro y oteó el cielo, sirviendo su mano como un protector de los rayos del Estigma de Lucífugo. Al ver el horizonte, quedando mudo ante la presencia de las nubes grises... y de lo que parecía ser una torre de humo más allá de las montañas.

Tanto Tlacuaches como Pretorianos intercambiaron miradas de confusión extrema. Xoloptili, Zinac y Yaotecatl eran los que más estaban consternados y sumidos en la incertidumbre por este ambiente tan desolador y descolorido. Estuvieron a punto de empezar a ascender los escalones, cuando ellos escucharon pisadas taimadas descender de lo alto. El trío de Tlacuaches alzó sus cabezas, y vieron bajar a Nikola Tesla, William Germain y Tepatiliztli... esta última teniendo los ojos rojos y llorosos, una lágrima cayendo por una de sus mejillas. Tesla y Germain tenían expresiones de perplejidad en sus rostros igualmente. 

Zinac frunció el ceño al ver a Tepatiliztli sollozando en silencio. Se quitó el casco de murciélago y se acercó a ella con apuro preocupado. Xolopitli, Yaotecatl, Cornelio y el resto de Pretorianos y Tlacuaches se formaron alrededor de ellos tres, inquietos por saber de mano de ellos la razón del por qué de este ambiente tan lúgubre.

—Tepatiliztli, ¿qué pasó? —inquirió Zinac, colocando con gesto gentil sus manos sobre sus hombros. 

La médica azteca no respondió. Su mutismo contrastó con la mirada devastada y traumatizada. El cruzar miradas con él provocó un vahído de miedo en Zinac, seguido por un tremuloso silencio entre los Pretorianos y Tlacuaches que quedaron sin aliento al verla aguantar el dolor. Tepatiliztli estalló en llanto y se abrazó a Zinac en busca de confort emocional. El nahual murciélago se quedó inmóvil al principio, pero después correspondió al abrazo con una mirada super desconcertada.

El mundo entero se silencio; incluso cuando Cornelio se acercó a Nikola y William para hablar con ellos sobre lo acontecido, no se pudo oír lo que decían. Xolopitli y Yaotecatl se sentían desolados y perdidos, divagando en lo más profundo de sus miedos mientras oyeron por todo lo alto lo que Tesla y Germain le explicaron a Cornelio. Fue tan monstruoso lo que explicaron que los dos nahuales mapaches no tuvieron fuerzas para sostener sus fusiles...

Y los dejaron caer al piso, donde resonaron fuerte y espantosamente. 


Todos los Manahui Tepilitztli se reunieron en el despacho de Nikola Tesla. Reunidos todos en una sola mesa ovalada, sentados en sillones negros uno detrás del otro cuales empresarios listos para poder empezar una conferencia con el CEO. Todos estaban allí, incluso Zinac, quien se sentaba cerca de la aún afligida Tepatiliztli, confortando su inmenso dolor con su cercanía protectora. Lo mismo hacía Uitstli con Zaniyah, esta última teniendo un rostro catatónico de ojos ensanchados y labios boquiabiertos. Esos mismos rostros los tenían también Xolopitli y Yaotecatl, ambos nahuales tratando de concebir lo sucedido. William, Quetzalcóatl y Cornelio estaban allí también, ambos Ilustratas sentados en sillas lejos de la mesa ovalada.

Nikola Tesla se pasó una mano por el rostro perplejo; aunque no se notaba tanto como a Zaniyah o a Tepatiliztli, su desaliento era igual de pesado que los del grupo azteca. El científico austriaco se metió las manos dentro de los bolsillos de su abrigo blanco, y se quedó viendo el suelo por varios segundos. Detrás de él se disponía una pantalla holográfica que brillaba de color azul, a la espera de ser manipulada.

Tras apretar de nuevo los labios y tragar saliva, miró de reojo la pantalla y después a los Manahui. Se notaba muchísimo la incomodidad de hablar de este tema.  

—Hace seis horas con veintitrés minutos... —empezó a decir Tesla entre suspiros. Oprimió un botón de un control que tenía oculto en su bolsillo izquierdo, y la pantalla holográfica se transformó en la horripilante imagen de un cráter devastando casi treinta kilómetros cuadrados de ciudad azteca— El grupo paramilitar de los Coyotl detonó una bomba atómica de ochenta megatones en la ciudad de Cuahuahuitzin. Terminó devastando una cuarta parte de la ciudad.

—¿B-b-bomba... atómica...? —farfulló Zaniyah, frunciendo el ceño. La palabra le resultó tan extraña que parecía de naturaleza alienígena.

Tesla se dio cuenta de su confusión... tanto la de ella como la del resto de los Manahui (a excepción de Randgriz y Quetzal). Chasqueó los dientes y se quedó boquiabierto por unos instantes, mientras que la pantalla detrás de él seguía cambiando imágenes, mostrando distintos lugares y ángulos de los destrozos indescriptibles que dejó la explosión. Escenarios apocalípticos que trajo el recuerdo de la Segunda Tribulación a todo el grupo.

Tesla se tardó un buen tiempo en hallar la explicación más concisa posible. Luego de veinte segundos, halló las palabras y las dijo: 

—Imagínense el poder de Aamón que devastó totalmente Xocoyotzin —chasqueó los dedos varias veces, tratando de recordar el nombre de esa habilidad en concreto.

—"Ira de Achaia" —dijo Cornelio, inclinado hacia delante en su silla, sus manos entrelazados.

—Exacto —concordó Tesla, dando un chasquido en dirección suya. Se quedó boquiabierto unos segundos al ver las expresiones de horror y desconcierto en los Manahui. Se dio media vuelta y miró las fotografías de la devastación, tomada por los propios aztecas que sufrieron de cerca la explosión—. Esto... es casi lo mismo.

—¡¿CÓMO?! —vociferó Xolopitli, parándose encima de su sillón— ¡¿Cómo es posible que Tonacoyotl tenga semejante poder?! ¡¿De dónde los sacó?!

—Una bomba atómica no es un Tlamati Nahualli que ellos hayan adquirido, Xolopitli —explicó Tesla. Ladeó la cabeza—. Es un objeto independiente de ellos. Una cosa es cierto... y es que no sabemos como es que se hizo a la mar con una bomba atómica. Y ahora... —intercambió miradas con William, Cornelio y Quetzalcóatl, este último pasándose una mano sobre su melena blanca una y otra vez— tememos porque Tonacoyotl tenga más cabezas nucleares con las cuales destruir todas las Regiones Autónomas. 

Su último comentario envío descargas de nervios incontrolables sobre todos los Manahui. Zaniyah se espantó al ver la imagen de una chica morena, casi de su misma edad, aplastada por los escombros y su piel arrancada y quemada. Se cubrió los labios con ambas manos y reprimió los sollozos, y Uitstli, detrás de ella, la tranquilizó masajeando sus hombros. Yaocihuatl, sentada al otro lado y con el ceño fruncido, no pudo soportar verla sufrir de esa forma.

—Es suficiente, Tesla —dijo—. No muestres más esas imágenes.

El Ilustrata hizo tal como hizo ella. Oprimió un botón de su control remoto, y la pantalla holográfica se apagó.

—Si bien la explosión solo se esparció por treinta kilómetros a la redonda en vez de setenta, como lo habría hecho una bomba de este estilo, si dejó incontables daños a la ciudad y a su gente. Ahora mismo Cornelio y yo estamos trabajando en enviar ayuda humanitaria para evacuar toda la ciudad, y evitar que más gente se vea afectada por la radiación. 

—M-momento... —balbuceó Tecualli, parpadeando varias veces. Se rascó la cabeza— Dijiste que la explosión debió de destruir más por ser muy poderosa. ¿Por qué no lo hizo?

Tesla intercambió una mirada rápida con Cornelio. Este último le hizo una afirmación con la cabeza mientras seguía masajeándose las manos.

—Cornelio envió a Eurineftos a proteger mi Capsula Supersónica —confesó. Su rostro se ensombreció y bajó por unos breves segundos—. Él estaba en Cuahuahuitzin cuando justo un grupo de Coyotl atacó el sector de Chantico. Fue allí donde descubrió la ojiva... y... —se encogió de hombros y suspiró— y trató de detenerla.

—¿Qué? —masculló Zinac, los ojos ensanchados en expresión inconcebible— ¿Me dices que Eurineftos fue destruido?

—No, no, no... —el científico austriaco oprimió un botón, y la pantalla holográfica se encendió de nuevo, mostrando a los Manahui una nueva imagen que estaba siendo transmitida en vivo: la de un pelotón de Pretorianos e ingenieros de la Multinacional, vestidos todos con trajes antiradioactivos, caminando por la hondonada del cráter hasta alcanzar una carcasa negra y humanoide tendida en el suelo. 

Los Manahui se inclinaron con tal de poder ver mejor aquel cadáver metálico oxidado. Nada más reconocer su armazón y su aún intacta cabeza con su resquicio rojo brillando en un tenue rojo bermellón, lo identificaron como el Coronel Eurineftos. 

—Eurineftos trató de detenerla, como les dije —explicó Tesla mientras se veía, en la pantalla, algunos científicos treparse sobre el pecho de Eurineftos y analizar el nivel de radiación y de daño que absorbió—. En el proceso, sesenta de esos megatones fueron absorbidos por su cuerpo, su campo electromagnético y el campo gravitacional que creó con el Obsidacraspo, evitando así que los daños en la ciudad fueran incluso peores. Pero absorbió toda esa energía justo en el momento de detonación... —Tesla se encogió de hombros y se lamió los labios resecos— En otras palabras: aunque solo por unos milisegundos, Eurineftos absorbió una cantidad de energía que produjo un calor de más de novecientos millones de grados Celsius. Literalmente... doce veces más poderoso que lo que produce el centro nuclear del sol.

El dato fue un abrebocas para todos los Manahui; por más magia compleja que poseían con sus Tlamatis Nahualli, les fue virtualmente imposible imaginarse esa cantidad de poder que tuvo que soportar Eurineftos con tal de poder salvar lo mejor que pudo a Cuahuahuitzin y a su gente. 

—Y me dices que él... ¿sigue vivo? —inquirió Zinac, la voz insegura mientras veía a los científicos analizando los daños internos de Eurineftos— ¿Incluso en ese estado? ¿I-incluso después de absorber todo ese poder?

—Eurineftos fue construido con los metales más resistentes de Midgar para situaciones de esta índole —explicó Cornelio, ganándose la mirada de todos los Manahui. Se inclinó hacia atrás y se cruzó de brazos—. Su armazón está recubierto y labrado con Wolframio, con Titanio, con acero inoxidable y Hierro de Obsidacraspo, este último metal dado por la Familia Siprokroski. Sirius nos comentó que, en la Thirionomaquia, Eurineftos ha combatido enemigos que se podrían catalogar como amenazas de carácter continental, como el Dragón de la Cólquida. 

—Entonces es casi que indestructible... —murmuró Zinac, volteándose de nuevo para ver la pantalla holográfica.

—Aún así Eurineftos quedó hecho trizas —afirmó Tesla, apretando los labios y arrugando la nariz—. Está es la primera vez que es golpeado por una bomba atómica, y una de ochenta, el doble de poderosa que la Tsar. Aunque con la tecnología actual para poder repararlo... —miró de reojo la pantalla— tardará por lo menos una o dos semana en volver al combate.

El silencio reinó en todo el rellano. Un mutismo que hizo un estruendo acallado de pavor e incertidumbre, mellando en la moral y en la fortaleza guerrera de los Manahui Tepiliztli. Los aztecas se pusieron cabizbajos, sus rostros ennegrecidos de la moral destruida y de sus energías asoladas por una noticia tan desgarradora como esta. Incluso Tecualli, el que siempre subía la moral del grupo, tenía su moral por los suelos y eso se le notaba en su mirada ensanchada.

Eso le dolió a Randgriz en el alma. Le dolió ver como su grupo se caía a pedazos de nuevo, justo como sucedió en la Segunda Tribulación. Su corazón se encogió del miedo, la idea perversa en su mente haciéndole creer que el grupo se desmoronaría y se estancaría por culpa de esto. Trató de combatir contra esa pesadumbres, intentó tomar la palabra y ser la voz de la razón... pero no le nació. Quedó callada, como todos los demás. 

—¿Dónde está? —farfulló Xolopitli, la voz exacerbada igual que su respiración— ¿Dónde esta ese perro bastardo hijo de remil putas de Tonacoyotl? Voy a... a meterle un... —cerró su puño con gran impotencia y dio un airado puñetazo a la mesa que hizo respingar del susto a Zaniyah y Tepatiliztli— ¡UN MALPARIDO TIRO EN LA CABEZA! —Yaotecatl, detrás de él, lo tomó de los brazos para controlar su furia.

—No lo sabemos —Publio ladeó la cabeza—. La última vez que fue visto por las autoridades de Cuahuahuitzin fue en una caravana militar... llevándose el núcleo de la Capsula Supersónica.

Los Manahui volvieron a sentir escalofríos recorrer sus cuerpos. Tornaron sus cabezas al oír un carraspeo venir de Nikola. Quedaron mudos ante el semblante afligido que puso el científico austriaco.

—¿Lo... lo hizo? —dijo Yaocihuatl— ¿Pudo robarlo?

—Sí, Yaocihuatl —contestó Tesla con un tosido. Se cruzó de brazos—. Tonacoyotl me robó... mi Capsula.

—¿Y qué es lo que había ahí dentro de todas formas? —preguntó Yaotecatl— ¿Qué tan peligroso es que ahora esté en sus manos?

Nikola se quedó sin palabras por unos breves instantes. En su rostro se se conformaron muecas de disgusto y de furor internos que ocultaba lo mejor que podía. Se le notaba lo difícil que le era expresar este sentimiento de impotencia exasperada. Luego de dar un suspiró, comenzó a explicar. 

—En esa Capsula almacenaba uno de los proyectos que William me ayudó a patentar y oficializar bajo la supervisión de la Corona. El prototipo de Geo-Control.

—¿Geo-Control? —inquirieron Uitstli y Yaocihuatl al mismo tiempo.

—Es un proyecto en el que ha estado trabajando Tesla por las últimas par de décadas —explicó William, y se ganó la mirada atenta de todos los Manahui—. Se basa en el control del clima, para ponerlo en términos simples. 

—Así es —concordó Tesla—. Y el motivo principal con el que construía esto era... —se mordió el labio inferior, y su mirada se suavizó y se volvió empática sobre el grupo azteca— para salvaguardar la vida del pueblo azteca.

—¿Cómo así? —inquirió Yaotecatl, enarcando su ceja— ¿Nos dices que corremos peligro por cambio climático o algo por el estilo?

—Esa es la problemática fundamental por la cual cree el Geo-Control —Tesla empezó a enumerar con sus dedos—. Sequías, avalanchas de tierra, aumento de temperatura desproporcional, destrucción de campos de cultivo por el Estigma de Lucífugo... Todo esto ustedes lo están sufriendo. Y si no hacemos nada en los próximos diez a veinte años... —Tesla caminó hasta la mesa y apoyó sus manos sobre esta. Su sagaz y severa mirada fulminó a todos los Manahui— las Regiones Autónomas acabaran igual que Midgar.

Se hizo el silencio en la sala. Tesla apretó los dientes y los puños. 

—Nadie en Midgar hizo nada por evitar la destrucción del mundo —gruñó—. Y nadie está haciendo nada por evitarlo de nuevo. ¡Es por eso que yo he intervenido! ¡Y ES POR ESO...! —Tesla sacó una mano del bolsillo y extendió el brazo hacia la pantalla. Oprimió un botón, y el holograma enseñó una fotografía en plano superior del rostro del Jefe de los Coyotl luego de capturar el Geo-Control— ¡Que no puedo tolerar este robo!

Todos quedaron mudos ante la declaración del Ilustrata. La brillantez del intelecto de Tesla quedó como manifiesto ante los Manahui; comprendían ahora como es que este hombre tenía tan buen prestigio en la Civitas Magna. Uitstli se sintió como un estúpido al darse cuenta de todas las veces que predicó el rechazo a las ayudas humanitarias de la Multinacional pensando que estaba cumpliendo una agenda política de la Reina Valquiria. 

En realidad estaba siguiendo su noble brújula moral, y eso le hizo reverenciarlo profundamente.

—Mi gente está sufriendo... —masculló Quetzalcóatl, la mirada severa y fija sobre la pantalla holográfica. La frialdad de su semblante ocultaba la inmensa pena y tristeza de su alma.

—Entonces... ¿qué deberíamos de hacer ahora...? —inquirió Uitstli, cabizbajo, sus manos aferrándose y abrazándose a Zaniyah, esta última correspondiendo al abrazo en busca de protección. 

—Creo que es obvio —apostilló Cornelio—. Hay que atender a los heridos de Cuahuahuitzin. Esta es una calamidad de proporciones semejantes a las de la Segunda Tribulación. El escandalo que se esparcirá por todas las Regiones será proporcional a la radiación que dejó tras de sí la bomba atómica. Además —Publio fulminó a todos los Manahui con una rápida mirada—, los aztecas los necesitarán para apoyo moral. Ahora más que nunca.

—No podemos —manifestó Xolopitli de repente. Cornelio le alzó una ceja, su semblante escandalizado—. Quetzalcóatl nos dio ya nuestra primera misión, la de ir a Mexcaltitán y salvar a Xipe Tocih de su cautiverio. 

—No, eso tendrá que posponerse —replicó Cornelio, apoyando una mano sobre su rodilla—. No pueden abandonarlos ahora. ¡Eso los desmoralizara!

—Una orden de nuestro Dios Azteca es absoluta —indicó Yaotecatl—. Debemos seguirla como él nos dijo si queremos tener chance contra Omecíhuatl

—¿Y de repente su jurisdicción está bajo el Dios Emplumado? —Cornelio sonrió, sardónico—. Hay que trabajar unidos en esto, aztecas, o sino...

—¡¡¡MI GENTE ESTÁ SUFRIENDO!!!

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

https://youtu.be/ljaTIhNm1MU

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

El repentino y potente grito de Quetzalcóatl acalló a Publio Cornelio y asaltó de sorpresa al resto de Ilustratas y Manhaui. El Dios Emplumado se reincorporó del sofá negro donde estaba sentado y se dirigió hacia el centro del rellano donde se encontraba Tesla. El científico austriaco retrocedió en gesto solemne y respetuoso ante la vena de tirria que dominaba a Quetzal en este instante. Pronto, todos los ojos de los presentes se concentraron en él.

Quetzal no habló pronto. Primero tomó una bocanada de aire, y suspiró luego de mirar de reojo la pantalla. Se notaba el descontrol de sí mismo, pero no tardó de recomponerse y empezar a monologar:

—Ahora mismo tenemos dos frentes abiertos: uno con Omecíhuatl, y otro con Tonacoyotl. Y lo más probable es que ambos estén vinculados y no lo sepamos. ¡Posiblemente sea solo una amenaza dividida en distintas plagas! Plagas que están trayendo destrucción... —volvió a mirar de reojo la pantalla, y frunció el ceño del dolor interno al ver una vista panorámica de las devastaciones de la ciudad— y anarquía. Pensaba que lo de Tonacoyotl no era algo de lo que no debería de preocuparme —se cruzó de brazos y ladeó la cabeza—. Estuve errado.

—Como no tienes idea —concordó Cornelio—. Y a no ser que queramos tener al pueblo azteca en nuestra yugular también, hay que hacer algo al respecto. 

—Y lo vamos a hacer —Quetzal asintió con la cabeza—. Es por eso que les proveeré a los Manahui de un mapa de Mexcaltitán con el cual poder rescatar a mi hermana y a todos los dioses cautivos de allí. Y mientras ellos se encargan de esta misión—paseó la mirada por los rostros atentos de Cornelio, Tesla y William—, nosotros atenderemos a los heridos de Cuahuahuitzin y de preservar la moral de la gente. 

—¿Ir sin tu guía? —farfulló Tepatiliztli, su sonrisa borrándose de su rostro y siendo cambiado por una mueca nerviosa— ¿C-cómo pretende que podamos ir y salir de esa isla de Aztlán sin ser detectados ni morir en el proceso? ¡Esto es un desafío muy grande para nosotros!

Quetzal apretó los labios y resopló con fuerza. Se encaminó hasta la mesa y apoyó sus manos sobre ella. El aura de maestro que exudaba alrededor de su cuerpo dejó mudo a los Manahui y a los Ilustrata.

—Escúchenme bien esto, porque solo lo diré una vez —el rostro del Dios Emplumado se ensombreció de la seriedad—: de ahora en adelante, sus vidas cambiarán. Para siempre. Y no solo las suyas, sino la de todo mi pueblo luego de sufrir este atentado terrorista. Esto será un antes y un después. El primero de muchos cambios. Los desafíos serán más grandes, y los sacrificios todavía más. Pero estos sacrificios no los pido yo, no los pide ninguna otra deidad; lo exige la vida misma para poder prevalecer. Lo único que puedo hacer por ustedes en esta primera misión es rezar, rezar porque todos salgan vivos. Porque aquellos que pelean, incluso los que mueren en el camino, serán recordados por haber enfrentado a las grandes calamidades. 

Las palabras de este dios caló profundamente en la psique de los Manahui, e incluso de los Ilustrata. El fervor de su breve discurso acompasó el renacer del espíritu aguerrido de los aztecas, así como la simpatía bélica y altruista de los tres Ilustrata. Quetzalcóatl suspiró, se arremangó las mangas de su abrigo negro, y dedicó una profunda mirada a todos los presentes, para decir por último esto:

___________________________

3
___________________________

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

https://youtu.be/k_VBLAsWQsA

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

A través de gigantescas esferas de cristal y de hologramas que se alzaban en lo alto de los anchos edificios anaranjados, las pirámides rojo y amarillo, las murallas y los palacetes, muchas deidades aztecas del Reino de Aztlán lloraban  y lamentaban el innombrable atentado terrorista que golpeó al pueblo de mortales que ellos adoraban tantísimo y en secreto.

Era un día luminoso pero a la vez gélido, con vientos que soplaban del sur y traían un ambiente lúgubre ante lo que debía ser una deslumbrante ciudad de dioses. A través de los ventanales y los postigos cerrados, el mundo de Aztlán se veía apagado: las calles estaban vacías de tráfico de vehículos y de peatones (de vez en cuando se veía a una deidad caminar nerviosamente por los  balcones), y había pocas multitudes conglomerándose en las plazas para poder observar, con gran aflicción, una transmisión en vivo de una deidad azteca desconocida que, entre gritos y suspiros de nervios, exclamaba: 

—¡LAS REGIONES AUTÓNOMAS FUERON GOLPEADAS POR UNA EXPLOSIÓN MATADIOSES! ¡N-NUESTRA GENTE ESTÁ SUFRIENDO, MIENTRAS NOSOTROS NO HACEMOS NADA! ¡¿ME OYEN?! ¡¡¡NADA!!!

Su errático discurso cautivó a los oyentes. Aunque escuchándose como si fuera inestable mentalmente, fue esa actitud valiente y reveladora acompasada con miedo que muchos pudieron empatizar con esa deidad a un nivel personal. Muchos dioses de Aztlán se sentían de esa forma: imposibilitados de mostrar el más mínimo afecto por los humanos. 

De repente, la transmisión en vivo de aquella deidad azteca se cortó para ser reemplazada con la gigantesca y tenebrosa imagen del rostro de Omecíhuatl. Su cara estaba ennegrecida, y en sus ojos tenía matices de un color rojo que le daba el aspecto de un demonio supremo e inclemente. El rostro no se movió, ni produjo sonido alguno, sus ojos transmitiendo el pavor inmediato en todos los televidentes.  Todas las deidades aztecas reunidas en la plaza fueron asaltados por el miedo y en seguida, entre alaridos y grititos de espasmos, se envalentonaron en una rápida huida por las carreteras y callejones. 

Pero lo que les produjo ese terror no fue el ver repentinamente el rostro de su Suprema, sino el hecho de que fueron descubiertos viendo algo que no deberían de haber visto. Todos los dioses de Aztlán vivían sabiendo el hecho de que todo lo que hacían, decían o incluso pensaban... era escuchado por Omecíhuatl, y catalogado como un crimen divino por ser una actitud parecida a la de un Miquini. 

Incluso la lectura era algo prohibido por ser considerado una actividad que solo los Miquini hacían. Y eso que la pequeña diosa azteca adoraba la lectura, y leía libros en secreto y en puntos ciegos donde las cámaras de las telepantallas (que transmitían las 24/7 propaganda sobre el reinado autoritario de Omecíhuatl) del Palacio de Omeyocán no podrían verla.

La diosa azteca se mantenía oculta a las afueras de un balcón secreto de Omeyocán donde las cámaras casi omnipresentes de Omecíhuatl no estaban presentes. Siempre que se hallaba a sí misma encerrándose en su mente y queriendo meterse en su burbuja, viajaba a este balcón secreto por medio de un compartimiento de su cuarto interconectado con este, y se quedaba allí por horas, a veces hasta días enteros, sin que nadie en el palacio reparara en su desaparición. 

Luego de salvar unos cuantos libros y códices de la reciente destrucción de una biblioteca que recientemente por ordenes de la propia Omecíhuatl, la diosa azteca de aspecto adolescente se dispuso a escabullirse por el compartimiento secreto, ascender las escaleras en caracol, arraigar al balcón y cerrar tras de sí la pared deslizante. Se decía que el Palacio de Omeyocán, en proporción a su gigantesco volumen, poseía un total de tres mil habitaciones y un número desconocido de pasillos, balcones y sótanos desconocidos. Que suerte tuvo ella de haberse topado con uno de estos lugares secretos para ella sola.

De piel oscura tirando a bermellón, y vestida con vendas blancas que recubrían su busto y sus antebrazos, una faja roja que caía de su cintura frontal, pantalones campana blancos recubiertos con colgaduras de escarpes negros, botas negras de tacón, manoplas rojas acolchadas y un collar de perlas negras, la adorable diosa azteca leía con entusiasmo los libros encuadernaos. Estaba sentada en el suelo, con las piernas cruzadas, y pasaba páginas con una mano mientras que con la otra se comía una manzana.

—"¿Mi-miente delante de mí, ruin villano?" Dijo Don Q-Qui... Quijote... —murmuró diosa con paciencia luego de tragar el pedazo de manzana. Leía paseando un dedo por las líneas del párrafo, y dando unos cuantos tartamudeos— "Por el S-sol que nos.... a-alumbra, que estoy por pasaros de parte a parte con esta lanza. P-p-pagadle luego sin más ré... réplica; sino, por el Dios que nos ri-rige... que os concluya y a-aniquile en este pu-punto ¡Desatadlo luego!" —la diosa hizo una breve pausa para darle un mordisco a su manzana— Hombre, este Don Quijote es una bestia echa hombre. Igual que los españoles que saquearon Tenochtitlan...

—Esos libros son de la Biblioteca de Neopaztlan, ¿verdad?

La diosa azteca se llevó tal susto que cayó de espaldas al piso, y en el proceso sus piernas patearon los libros y los hizo volar por los aires. Rápidamente se dio una voltereta hacia atrás y busco cobertura detrás de una silla, el temor de que algún sirviente del palacio la halla descubierto. 

—Cálmate, ¿quieres? —exclamó la gruñona voz masculina. Su prominente sombra de músculos se cernió sobre la silla donde se ocultaba la diosa— Si te pones a gritar, nos descubrirán a los dos.

La pequeña deidad frunció el ceño. Reconoció la voz gruesa y la silueta negra de su sombra. El miedo inicial fue exterminado y reemplazado por un vahído de sorpresa desagradable. Supo al instante de quién se trataba. Se puso de pie, salió de su escondite, y encaró con la mirada al hombretón de más de dos metros con los brazos cruzados, de piel azul oscuro y un yelmo con la forma de la cresta de un colibrí. 

Y sonrió. Aunque su sonrisa no era una de las más atractivas o deslumbrantes (era más bien chueca y con algunos dientes medio torcidos), esa sonrisa que esbozó Huitzilopochtli era honesta. Y Malina sabía de antemano que era autentica puesto que el Dios de la Guerra solo le sonreía a una persona sin malicia o sagacidad. Y esa persona era ella, su hermana menor. 

Malinalxochitl se pasó una mano por la frente y suspiró. Se sentó en el borde de una de las sillas del balcón y cruzó las piernas.

—¿Cómo fue que me hallaste, hermano? —inquirió ella, dedicándole una mirada de reojo. 

—No te halle justo ahora —indicó Huitzilopochtli, caminando lentamente por el balcón, los brazos cruzados—. Hace tiempo que supe que te escondías aquí. No decidí mostrarme sino justo ahora porque temía que alguien te haya pillado robándote los libros de la biblioteca —detuvo su caminata y apoyó su espalda sobre un pilar. Malina apretó los labios y ladeó la cabeza—. Afortunadamente, nadie aparte de mí te pilló en esa labor. 

—¡Ugh! —gruñó la diosa azteca, mirando a otro lado y apoyando sus manos sobre su ancha cintura— Primero que todo, no es "robar", es "salvar" los libros de su inminente destrucción.

—No veo la diferencia —Huitzi torció los labios hacia abajo.

—Por supuesto que no la vez, tonto musculoso —Malina alzó un brazo con un dedo índice levantado—. Y segundo, no puedes simplemente espiar a tu hermana como si fueras igual de acosador que la malparida Omecíhuatl. ¡Eso es desagradable!

—Las paredes tienen oídos, hermana, no lo olvides —advirtió Huitizi, volviendo a sonreír—. Además que sabes que esto lo hago para protegerte y hacerte sentir a salvo. 

—Si tanto me quieres hacer sentir segura, ¿entonces por qué no pasas más tiempo conmigo, estúpido? 

—Porque tengo mucho trabajo que hacer. Mucho impuesto por Omecíhuatl. Es más —Huitzi extendió los brazos hacia ambos lados y carcajeó—, ¡es un puto milagro que hubiese hallado el tiempo de venir aquí a darte un saludo!

—Dizque un saludo, ¡más bien un susto! —Malina se agachó y empezó a recoger los cinco libros que estaban regados por el suelo— Tú no deberías pasar tanto tiempo con la espada. ¿Qué pasará el día en que te tengas que enfrentar de nuevo a Cipactli y no sepas como derrotarla sin un plan?

—Uso la fuerza bruta. Ese es mi único plan.

— ¡Ugh, siempre con la misma respuesta! —Malina, con los cinco libros en sus brazos, se dirigió al ala izquierda del balcón. Le dio una patada a la pared, y esta se abrió deslizándose hacia arriba y abajo, revelando una amplia estantería secreta y atiborrada de libros, códices y pergaminos Se agachó y empezó a buscar acomodo y lugar donde poner sus cinco libros— ¡¿Que no entiendes que te toca pelear contra el bruto de Uitstli dentro de veintiséis días?! ¡Mejor ponte a leer libros de guerra! ¡Sun Tzu, por ejemplo! ¡Así te enseño una o dos cosas sobre estrategia, idiota! ¡Hmph! —una vez terminó de colocar los libros dentro del compartimiento, cerró la compuerta con otra patada.

Huitzilopochtli se quedó en silencio, la mirada analítica. De repente su rostro se iluminó de clarividencia, y con una sonrisa amplia que incomodo a Malina.

—¡Ahhhh, ya entiendo! —exclamó— Tú lo que quieres es compartir tus hobbies conmigo. Eso es muy lindo de tu parte, mi pequeña problemática.

—¿Eh? ¡NO, ESTÚPIDO! —chilló una sonrojada Malina, negando con los brazos— ¡SOLAMENTE ESTOY HARTA DE QUE SEAS UN IMBÉCIL DE MUSCULOS Y YA!

—Bueno... —Huitzilopochtli se rascó la nuca y empezó a caminar hacia su hermana— pues debo de recordarte, mi pequeña problemática, que este "imbécil de músculos" es quien te protege de las telarañas de las arañas de Omeyocán —su sonrisa afable fue reemplazada por una burlona, y Malina se sintió algo intimidada por el cambio de actitud del Dios de la Guerra—, y te permite hacer estas cosas de Miquinis. Eso nunca lo olvides cuando te comportes como una adorable mocosa conmigo. 

—¡E-eso nunca lo olvidaré! —farfulló Malinalxochtli, temblando de arriba abajo— Ni tampoco hay que olvidar otros eventos que nos devengan en el futuro.

Huitzilopochtli suspiró, sonriente, y apoyó una enorme mano sobre el hombro de la pequeña diosa. Miró de soslayo la zona la pared donde se escondían los libros de su hermana, y eso le hizo sonreír más.

—Pues mejor sigue con tus libros, porque marca mis palabras en tu mente —le dio palmadas en el hombro de Malina—: La cólera divina y la venganza es la fatalidad de todo Dios de la Guerra. 

—Guau... —Malinalxochtli se quedó boquiabierta, el semblante con expresión de perplejidad— Primera vez que te oigo escupir una frase tan... impropia de ti.

—Una vez dejes de tratarme como un idiota de puro músculos, verás de lo que soy capaz —Huitzilopochtli se encaminó hacia el umbral que llevaba a las escaleras de caracol—. Muy ben, se acabó el tiempo. Ven, Malina, que Omecíhuatl nos llamó a los dos para llevar a cabo una misión juntos. 

—¿A-a los dos? —farfulló Malina, la mirada todavía más sorprendida— ¿Y para cual misión?

Huitzilopochtli se detuvo y se quedó callado por varios segundos. El aura alrededor suyo se tornó siniestra e impropia de él cuando estaba alrededor de Malina. Esta última sintió su vello erizarse cuando Huitzi se dio la vuelta y le dedicó una mirada determinante y obediente, como la de un perro dispuesto a masacrar luego de que su amo le haya dado la orden. 

___________________________

4
___________________________

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

Región Autónoma de Quintana

Barrio las Plazas Industriales

Los aztecas de Quintana vivían con el constante miedo de estar siendo gobernados y masacrados diariamente por los paramilitares Coyotl. Ni siquiera las noches, que caracterizaban muchísimo a Quintana por ser las más tranquilas, se libraban de los escándalos de las calamidades, lo que mantenía siempre despierto a la población con un ojo atento por si una de esas calamidades les caería encima.

Las razzias entre los Pretorianos y los Coyotl en las fronteras y dentro de la misma ciudad eran inacabables. Las noches siempre eran perturbadas por los aullidos de disparos lejanos y tiroteos que perturbaban la psique de los ya inestables aztecas de Quintana. Día y noche, las calles y avenidas más concurridas se encontraban ahora vacías; ni una persona caminaba por las veredas, y los únicos coches que se movían por ellas eran los carros de combate que hacían de constante vigía. Las balas perdidas llovían por todas partes, y no había mañana alguna donde los reportajes de la comuna denunciaran el cuerpo de alguien, muerto por bala o por brutalización. La gente estaba hartándose ya, y querían tomar represalias por cual sea el medio... pero no podían. Una vez lo intentaban, familias enteras eran ejecutadas al aire libre, y transmitido a través del cableado con tal causar un efecto de miedo paralizante en el resto de las Regiones cuando vengan a conquistarlas.

"Conquistar"... esa era una palabra que Tonacoyotl consideraba que no hacía justicia a los actos que ha estado perpetrando hasta ahora contra la integridad humana. Él lo consideraba más. Él QUERÍA ser más, que todos vean que él es una amenaza de la cual no debe ser desestimada. Y es por eso que lo que estaba construyendo dentro de las Plazas Industriales... lo harían imparable.

El barrio era una zona remota de Quintana, lo suficientemente apartada como para no ser detectados inmediatamente por los radares de los Pretorianos. La infraestructura era en su mayor parte de fábricas y cimientos de talleres y minerías abandonadas, o vueltas montañas de escombros. Adjunto con ello, las llanuras desérticas que rodeaban este lejano pueblo lo convertían en un lugar infranqueable. Este era el lugar perfecto donde poder desarrollar el arma secreta definitiva. El arma que haría a Tonacoyotl un oponente a la par con Eurineftos. 

Oculto dentro de un espacioso rellano de una torre de refrigerio resquebrajada, se erigía la obra magna de la que Tonacoyotl se enorgullecía tanto: un Mecha de cinco metros de alto, de brazos y piernas longevos, torso serpentino, yelmo con forma de lobo y revestido con un armazón de aleaciones de metales empeñados que daban colores blancos y anaranjados. Alrededor de él se izaban torres de construcción y brazos de montacargas que ayudaban a los ingenieros en el mantenimiento y refinamiento del interior de aquel gigantesco exoesqueleto. El silbido estridente de las turbinas de los montacargas, de las pistolas de gas y el chirrido de las sierras se esparcía por todo el lugar. 

Tonacoyotl, en la cima de uno de esos puentes a la altura de la cabeza del Mecha, hacía uso de una pistola de nitrógeno con el cual colocar su nombre en el costado del yelmo. Una vez terminó, se removió la máscara protectora y sonrió de lo claro y grande que se veía su nombre en el metal.

El puente de la carretilla lo bajó. Tonacoyotl se dispuso a irse del lugar cuando, en el camino, fue interceptado por uno de los ingenieros aztecas que requiso de Quintana, cargando en sus manos una carpeta con planos del Mecha.

—Nada, señor —murmuró el ingeniero.

—¿Cómo que nada? —gruñó Tonacoyotl sin parar de caminar.

—No hemos podido hallar la forma de vincular el núcleo térmico de la Capsula al mecha —explicó el ingeniero entre balbuceos nerviosos— Hemos intentado vincularlo por medio de medidores de flujo, de fusión electromagnética... —ladeó la cabeza.

—Oye, que yo construí el Mecha expresamente para ese chingado núcleo —masculló el nahual zorro, señalando el robot con su dedo pulgar—. ¿Cómo me puedes decir que ahora no pueden trasladarlo?

—T-tenemos una tecnología muy limitada... ¡Esto solo podríamos manejarlo con tecnología de la Multina...l!

Tonacoyotl agarró al pobre hombre por el cuello de su abrigo y lo empujó contra la pared. El azteca se llevó un susto de muerte al sentir el fuerte aliento de Tonacoyotl en su rostro.

—Lloras como una perra maricona —gruñó. El azteca gimió del miedo—. Cuetlachtli y yo no tuvimos el mismo presupuesto que el jodido Tesla, ¡y mira lo que construimos! —extendió un brazo y señaló el Mecha. Se quedó en silencio por un segundo, olfateando y arrugando la nariz al oler el miedo del azteca. Mugió y enseñó los colmillos—. Halla la forma de vincular el núcleo térmico, o yo mismo me encargaré de ejecutar a tu familia. 

 —¡S-sí, señor! ¡Así lo haré, señor!

Tonacoyotl soltó al ingeniero y retomó su marcha, dejando al pobre diablo caer al piso y llorar desconsoladamente. 

El nahual zorro salió de la torre del refrigerio, siendo recibido por un lúgubre cielo de pocas estrellas y con el ojo del eclipse siguiéndolo robóticamente. Camino por una inhóspita vereda, seguido detrás de sí por un séquito de guardaespaldas Coyotl. Caminó unas tres cuadras hasta alcanzar un edificio que otrora fuera una escuela de bachillerato, atestados de paramilitares que vigilaban todas las esquinas e incluso el techo. Se adentró en él, ascendió hasta el tercer piso (los Coyotl que lo seguían se dispersaron por los pasillos) y se metió de un despacho improvisado. 

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

https://youtu.be/zPGU7kXmILQ

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Tonacoyotl se despojó de su abrigo y lo colocó en el espaldar de la silla donde se sentó poco después. Se pasó una mano por el rostro, suspiró, y se quedó en silencio por un largo rato. La melancolía lo asaltó de repente, y eso le hizo abrir un cajón del escritorio y sacar de allí un cuadro... que contenía una fotografía suya con Cuetlachtli a su lado, ambos sonriendo a la cámara como un par de buen amigos. Eso databan de tiempos de cuando eran una red de narcotraficantes, de cuando la vida para él era... más simple.

<<Solo existes en mi memoria ahora>> Pensó Tonacoyotl, los ojos rojísimos y desencajados. Pasó una mano temblorosa sobre el cuadro. <<Pero no te preocupes. Pronto verás tu sueño hecho realidad>>.

La angustia lo asaltó de seguido que la nostalgia. Abrió otro cajón y de allí sacó una Flor de Íncubo junto con un encendedor. Se llevó la flor a la boca y justo cuando iba a encenderla con la vela... una seductora y maliciosa voz femenina le habló desde la penumbra. 

La Suprema Azteca emergió de la oscuridad anadeando por la estancia moviendo sus largas piernas como si caminara por una pasarela, contoneando sus caderas y haciendo resonar sus escarcelas doradas. Las plumas blancas de su tocado se estiraron y se extendieron, deslumbrando su aparente omnipotencia a ojos de Tonacoyotl hasta finalmente convertirse en un paraguas de plumas blancas que le llegaba hasta los tobillos. El nahual zorro dejó a un lado la Flor de Incubo y se quedó viendo a Omecíhuatl con ojos devocionales... pero a la vez decaídos. 

—Que tremendo escandalo ocasionaste con esa bomba atómica —dijo Omecíhuatl, siempre sonriente y malévola en su semblante, como si sus intenciones fueran más allá—. ¡Fue tanto así que hasta alcanzó Aztlán! Una proeza de la que no muchos como tú pueden regodearse.

—Tú me diste la bomba —murmuró Tonacoyotl, desganado y casi sin ánimos—. Es más proeza tuya que mía.

—Sí, ahí es donde te corrijo, zorrito —Omecíhuatl negó con un dedo—. Yo te facilite el acceso a la bomba atómica, pero tú hiciste el resto de la estrategia. Ahhh, ¡y como te luciste con ese monologo! —la Suprema agitó los brazos, enérgica— No hay nada que más me ponga los pezones duros que ver a un Miquini abrazar la maldad pura y corruptible del gen humano. 

—Sí, mucha maldad y lo que quieras —mugió Tonacoyotl, el ceño fruncido—, pero dígame usted: ¿de qué servirá ese núcleo térmico si estos incompetentes ingenieros no saben ni como ensamblar un tornillo con un destornillador?

—Ohhh, no me digas que llegaste a tu limite mental de idear planes... —Omecíhuatl juntó e inclinó las piernas, y posó una mano cerca de su rostro sorprendido— Porque de ser así... de ser así, me decepcionaras inmensamente de todo lo que llevo invirtiendo en ti hasta ahora, zorrito. 

—La tecnología que poseo es limitada —replicó el nahual zorro, sus ojos tornándose cada vez más airados—. No hallo forma de poder vincular el núcleo con mi Mecha, ¡y tengo a los chingados Pretorianos hostigándome en las fronteras de Quintana día tras día! ¡Y es cuestión... de tiempo... QUE ENTREN! —se reincorporó de la silla y le dio un fuerte manotazo al escritorio, resquebrajándolo un montón, y después señaló a la diosa con un brazo— ¡DIGAME USTED! ¡¿CÓMO SE SUPONE QUE SALGA DE ESTE APRIETO?!

Omecíhuatl se quedó callada por unos breves instantes, la mirada seria. Tonacoyotl apenas reparó en el inmenso error que ocasionó al levantarle la voz a la Suprema azteca. Temió porque recibir represalias, pero en cambio... Omecihuatl le sonrió de oreja a oreja y chismorreó risitas entre dientes. 

—No, no, no... —Omecíhuatl negó con la cabeza— Esta vez no te voy a ayudar, zorrito. La primera vez fue la única, de la misma forma que será primera y única vez que me levantarás la voz de es forma. ¡La primera es gratis! Es un momento emocional —señaló al nahual zorro con una mirada asertiva y la sonrisa macabra—, puedo entenderlo. 

—E-entonces... —Tonacoyotl frunció el ceño y ladeó la cabeza— ¿De qué sirve que sea tu puto lacayo si no puedes ayudarme a conseguir lo que quiero?

Omecíhuatl fue encogiendo la sonrisa mientras se aproximaba al Jefe de los Coyotl. Se puso frente al escritorio, apoyó una mano sobre él, y para este punto su semblante se convirtió en uno totalmente severo, de ojos tan penetrantes que dejaron paralizados a Tonacoyotl. Ambos de pie, se notó con gran diferencia como Omecíhuatl superaba a Tonacoyotl en altura por unos palmos.

—Tú me agradas —murmuró la Suprema, los ojos resplandeciendo en la penumbra—. Parte del motivo del por qué vine a ti es porque eres inteligente. Pero esa rabia incontrolable tuya hace que tus decisiones corran peligro de ser escatimadas. Tu potencial es tan grande... ¡que a veces pienso que no tienes idea de lo explotable que es!

—Yo sé cuál es mi jodido potencial.

—Entonces, ¿por qué andas exigiéndome ayuda para algo que tú mismo puedes resolver?

El nahual zorro se quedó en silencio, la mirada confusa. Omecíhuatl apretó los labios los labios y negó con la cabeza. Miró hacia otro lado por unos segundos... y repentinamente extendió un brazo y atrapó el cuello de Tonacoyotl con una mano, sorprendiendo a este último con una arrolladora fuerza física que empezó a asfixiarlo dolorosamente. Las uñas postizas de la Suprema Azteca se enterró en el cuello de Tonacoyotl, y la sangre salió en hilos rojos que mancharon su camisa.

—Tienes solo diez para que se te ocurra... la forma de usar tu jodido puto Mecha —bramó Omecíhuatl entre dientes, su rostro ensombreciéndose, solo pudiéndose ver el color verde de sus ojos reptilianos. Tonacoyotl inútilmente agarró su muñeca e intento zafarse—. Si tu malparida y limitada mente de Miquini no se le ocurre nada en ese lapso... correrás el mismo chingado destino que tu amigo en el desierto. Diez... nueve... ocho... siete...

Tonacoyotl cerró los ojos, la inconmensurable presión de su cuello forzándolo a pensar en todas las posibilidades que tenía al momento en su bagaje. El sudor le corrió por las sienes, y los gimoteos de pavor y del sobreesfuerzo no se hicieron esperar. Omecíhuatl ya había contado hasta dos, justo cuando un rayo de luz clarividente iluminó su perturbada mente y le hizo abrir de par en par los ojos.

—A.. Ax-... coyatl... —farfulló en un suspiro ahogado, sus manos palmeando el brazo de Omecíhuatl— ¡Axcoyatl! ¡Él debe tener la tecnología que busco!

Los dedos salieron del interior de su cuello, y Tonacoyotl cayó sobre la silla, los hilos de sangre manando sin parar por sus hombros. Omecíhuatl sopló contra sus dedos, y su fresco aire divino limpió la sangre que manchaba sus uñas postizas. Tras eso sonrió, y miró con felicidad agraviante al nahual zorro. 

—¡Exacto, zorrito! —exclamó— ¿Si ves como con un poco de presión puedes hallar las soluciones más lógicas?

—Lo último que... supe de él es que... ya está en proceso de activación de sus Mechas... —murmuró Tonacoyotl, ignorando totalmente las heridas de su cuello y dejando que se sigan desangrando— ¡Él más que nadie debe de saber como fusionar el núcleo térmico con mi Mecha!

—En efecto —Omecíhuatl posó una mano sobre su candente cintura—. Y como este es un trabajo muchísimo más sencillo que conseguirte una puta bomba nuclear... creo que no hace falta decir que, en esto, no necesitas de mi ayuda.

—Por supuesto que no —la arrogancia de Tonacoyotl volvió a formarse en una perversa sonrisa. Alzó una mano y afiló sus garras—. Esa rata de biblioteca de Axcoyatl será pan comido para mí.

—Perfecto. En ese caso te digo que la única ayuda que te daré será en retrasar las tropas Pretorianas con unos cuantos desastres naturales. Pero te lo digo desde ya: traslada a tus hombres a otra parte, porque no me será posible seguir reteniéndolos cuando Cornelio sea asistido por Tesla, Germain... y mi maldito sobrino.

Omecíhuatl se dio la vuelta y, nada más dar un paso, se abrió un portal verde ante ella. Avanzó hacia él, pero antes de meter un pie dentro, se detuvo en seco y cuchicheó sus últimas infames risitas.

—¡Oh, casi olvido decírtelo! —dijo. Se dio la vuelta y miró Tonacoyotl con una mirada diabólica. Las plumas blancas de su tocado se extendieron a ambos lados, dándole de nuevo el imponente aspecto de una diosa de diosas. 

___________________________

5
___________________________

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

https://youtu.be/SRbA_JzFKuA

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Campus exterior de la Embajada

Veinticuatro horas después de la explosión nuclear

Luego de ser provistos con un detallado mapa de las instalaciones de Mexcaltitán, indicaciones directas de Quetzalcóatl sobre los lugares donde podrían encontrar a su hermana, y aprovechar el resto del día para prepararse física y mentalmente, los Manahui Tepiliztli se sentían preparados para viajar al Reino de Aztlán.

Fueron duras las consiguientes horas en las que tuvieron que pensar y reflexionar muchos sobre la misión. Detrás de sus mentes seguían asolándolos el hecho de que no pudieron hacer nada para evitar esa destrucción masiva de Cuahuahuitzin. Se sentían responsables de las miles de muertes y los cientos de miles de heridos. ¿Se hacían llamar los Protectores de los Hijos de Dioses, cuando no pudieron protegerlos de las garras de Tonacoyotl?

Pero tal como les dijo Quetzalcóatl. Ellos no son dioses. Ellos no pueden estar presentes en todos los lugares al mismo tiempo. Habrá más calamidades como estas, y si ellos quieren salir victoriosos de esta nueva guerra continental, entonces tendrán que apretar los dientes y soportar el resto de tragedias que vendrán.

Originalmente el viaje a Aztlán lo iban a hacer con Quetzalcóatl convertido en serpiente, pero con el cambio de los planes a último momento, el medio de transporte se convirtió en una nave espacial de la Multinacional. Nikola Tesla se los prestó con las indicaciones que sería manejado por una inteligencia artificial, programada para llegar al lugar destinado y para recibir ordenes de un control remoto con el cual pueda venir a salvarlos en caso dado de que se encuentren en aprietos. Uitstli se lo agradeció profundamente: muchas de las cosas que han sobrevivido hasta el momento han sido gracias a Tesla y a los otros dos Ilustrata. Sin ellos, no podrían haber sobrellevado estas desgracias de la misma forma.

—Prométeme que traerán a este bebé mío en una sola pieza —dijo Tesla, frente a frente con Uitstli, dándole palmadas en sus hombros y señalando con un brazo la nave espacial de color azul y dorado.

—Así será, Tesla —Uitstli respondió con una sonrisa frágil y con unas palmadas en sus brazos.

—Que la Geometría Sagrada los acompañe —Tesla le dedicó una última sonrisa y otro par de palmadas.

—Vaya forma más rara de decir que Dios esté con ellos —bromeó William Germain entre cuchicheos, su espalda apoyada sobre la pared blanca, sus manos sobre su nuca.

—Agh, no comiences, Señor Presidente —masculló Tesla, aún sonriendo y viéndolo de reojo.

Uitstli se echó para atrás y, justo cuando sus pies pisaron el pasto verde del campus, volteó la cabeza y cruzó miradas con Zinac parado en frente de él con un bolso grueso y pesado sobre su hombro. Ambos hombretones asintieron con la cabeza en gesto hermanado, y empezaron a caminar hacia la enorme nave espacial, con su rampa abajo y donde los estaba esperando el resto del grupo. 

Mientras que ambos hombres caminaban lenta y épicamente hacia la nave, como dos guerreros aztecas anadeando para enfrentarse a un regimiento de tercios españoles, en la distancia los observaban dos figuras ocultas tras los ventanales del complejo estructural. Randgriz y Yaotecatl los veían partir, las miradas melancólicas que enseñaban lo destrozados que estaban por dentro. Ninguno de los dos podía acompañarlos: el segundo por ser considerado demasiado "débil" por Quetzalcóatl, y la primera por ser tratada por Quetzalcóatl como alguien que no se toma en serio la camaradería. Esas verdades les dolía más que cualquier herida que hubiesen recibido en todo este viaje.

Yaotecatl le dio palmaditas en la mano a la Valquiria Real en un tímido intento por querer confortarla. Randgriz correspondió tomándolo fuertemente de su mano. Yaotecatl se dejó llevar por su agarre; no dijo nada, y solo agachó la mirada. Ella, por otro lado, no paró de seguir a Uitstli con la mirada llena de querella y aflicción. En ese torbellino de hipocondría, Randgriz tuvo una brevísima visión en la que vio a su padre en la figura de Uitstli.

<<Por favor... vuelve sano y salvo>> Pensó, las cejas fruncidas en un semblante preocupado. 

Una vez reunidos con el resto del grupo, Uitstli, Zinac y los Manahui se volvieron y observaron a Quetzalcóatl descender de la rampa de la aeronave futurista. El Dios Emplumado bajó con zancadas impasibles, su figura siendo recortada bellamente por la luz blanca etérea que venía del interior de la astronave.

—Listo, le hice unos cuantos retoques interinos para que se sientan como en casa durante el viaje —indicó Quetzal. Dio una palmada, y después una mirada general y analítica a todo el grupo—. ¿Se sienten listos?

Hubo silencio. Yaocihuatl y Tepatiliztli intercambiaron miradas algo inseguras por el ambiente; Zaniyah intentó decir algo, pero su inseguridad la acalló; Xolopitli y Tecualli se miraron también, pero preocupándose el uno al otro; Zinac miró al suelo, incapaz de poder responder severamente El único que dio respuesta fue Uitstli, quien dio un paso adelante, miró a los ojos a Quetzal y dijo dos palabras. Dos palabras que bastaron para devolverle la seguridad a todo el grupo:

—Estamos listos. 

Quetzalcóatl sonrió y volvió a dar una palmada.

—Muy bien. ¡Suban!

Los Manahui Tepiliztli ascendieron lentamente por la rampa, sus miradas de seguridad y de camaradería ahora. Fueron engullidos por la etérea luz blanca, y la rampa ascendió hasta sellarse con un silbido de vapor. Quetzalcóatl se apartó del lugar de vuelo impulsándose poderosamente por el campus y aterrizando de forma ligera en la vereda donde se encontraban William, Tesla y Cornelio. 

La astronave rugió con gran potencia motorizada. Los propulsores rodantes de sus anchas alas bramaron, liberando ráfagas celestes que crearon una delgada película de luz en toda la superficie del vehículo. Todos los presentes en el campus vieron como la nave empezaba a ascender verticalmente; lento al principio (provocando que el pasto y más follaje sea azotado brutalmente por los vientos), pero después ganando pulso acelerado a los veinte metros de altura. Altura la cual permitió que sea visto por las demás personas de la Embajada.

Y entonces, en un abrir y cerrar de ojos, la aeronave salió disparada a toda velocidad hacia los cielos, perdiéndose de vista en el  mañanero firmamento. Con excepción de Quetzalcóatl, lo último que vieron todos los presentes fue un distante y brillante punto lejano fulgurando brevemente en el firmamento.

 —¿Cuánto tiempo les das para que regresen? —inquirió William, bajando la cabeza y viendo de reojo a Quetzal.

—De veinticuatro a treinta y ocho horas —respondió el Dios Emplumado, su vista aún fija en el firmamento.

—¿Tan poco tiempo? —gruñó Cornelio a su lado, enarcando ambas cejas— ¿Y cómo sabes que no los enviaste a la boca del lobo?

Los labios de Quetzalcóatl se movieron en una ligera y esperanzadora sonrisa.

___________________________

6
___________________________

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

https://youtu.be/LQArLobRrt8

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Aztlán, occidente de la ciudad

Región de Tonatiuhtlán

En un lugar extremadamente apartado de la ciudad, en las inmediaciones de los bosques tupidos, de las montañas altas y más cercano al poniente sol irreclamado por el Estigma de Lucífugo, un grupo de deidades menores descansaban pacíficamente alrededor de una fogata mientras comían conejos cocidos que recientemente habían cazado.

Los dioses aztecas intercambiaban pullas y risotadas mientras comían las partes de los conejos. Vestían con complejos uniformes militares de cuero tachonado y emplumado, así como tocados de plumas negras también y sus armas (escudos, lanzas y arcos divinos con runas aztecas labradas en su madera) estaban regados por el suelo con total despreocupación, misma con la cual disfrutaban de este caluroso día. Sus armaduras solo recubrían sus cinturas y partes de sus brazos y piernas, lo que revelaba sus pieles morenas atiborradas de tatuajes de líneas que se asemejaban a saetas. Cerca de su improvisado campamento (con pequeñas tiendas de campaña dispuestas en un claro) se izaba una bandera de fondo marrón con un arco y flecha blanco.

—¿Y ustedes si creen que los dioses reaccionen esta vez? —inquirió uno de los dioses menores.

—Naaaah —contestó otro, de aspecto más anciano. Terminó de tragarse su pata de conejo—. La población está igual que dominada por Omecíhuatl que los Miquini con ese tal Tonacoyotl. Imposible que reaccionen.

—Yo sí creo que al menos debió de moverle el piso a algunos —apostilló un tercero, el más joven del grupo.

—El que nos moverá el piso serán los lacayos de la doña loca esa —maldijo el cuarto de los dioses menores, escupiendo un pedazo de hueso.

—¡Hey! Eso no lo digas ni en broma... —mugió la tercera deidad, dándole un golpecito en el hombro al cuarto.

Repentinamente se escuchó un brusco murmullo de hojas venir de los densos arbustos alrededor de ellos. Los cuatro dioses cazadores velozmente se hicieron a las armas, y nada más empuñarlas, las runas aztecas de la madera resplandecieron con un color anaranjado chillón. El murmullo del follaje se hizo cada vez más presente, hasta el punto en que las deidades consiguieron divisar la rapaz sombra del depredador que los estaba asechando.

—¿Es una deidad? —farfulló el dios más anciano, sin dejar de tensar su arco.

—E-eso parece... —murmuró la deidad más joven, la mirada aterrada. Miró de soslayo al tercer dios menor— ¡Esto te pasa por decir esa barbaridad!

—¡Soy un Centzon de la caza, no de la mala puta suerte! —masculló la deidad, las cejas arrugadas.

—¡Suficiente! —los mandó a callar el líder del grupo— No podemos quedarnos aquí. ¡Háganos una retira...!

Pero antes de poder culminar con lo que iba a decir, el líder del grupo de Centzones fue rodeado en sus muñecas y tobillos por aros de fuego que quemaron su piel. El anciano dios despidió un alarido y cayó abruptamente al piso, dejando caer su arco y flecha.

Los otros des dioses menores recibieron un susto de muerte al ver los anillos de fuego aparecer y desaparecer del cuerpo de su jefe. Rápidamente ellos volvieron apuntar sus arcos y, sin apuntar hacia ninguna parte en concreto, dispararon. Las saetas resplandecieron y se volvieron centellas fugaces, siendo redireccionadas por los silbidos que los Centzones empezaron a producir, lo que provocó que las destructoras flechas atravesaran arbustos, partieran en dos cientos de árboles, y hasta bifurcaran grandes protuberancias de roca.

Los Centzones pudieron ver, por los rabillos de sus ojos, aros de fuego formarse alrededor de zonas claves de sus cuerpos, como sus manos u hombros. Velozmente los esquivaron, y prosiguieron con sus silbidos mortales al tiempo que esos anillos se desvanecían en el aire.

—¡Dejen... de intentarlo, idiotas! —exclamó el líder del grupo, logrando ponerse arrodillado y tomar su arco y flecha con debilidad— ¡Hay que huir!

Repentinamente, un gigantesco ring de flamas apareció alrededor del perímetro de los Centzones, encerrando a los cuatro dioses menores dentro de una circunferencia y cegando sus visiones. Esto hizo que dejaran de silbar, y las flechas teledirigidas perdieran el ritmo de vuelo y cayeran sin energías al suelo. Con rapidez los Centzones volvieron a tensar sus arcos, pero antes de poder disparar, sus cuerpos fueron totalmente envueltos por una serie de anillos de fuego que apretaron contra sus pieles, y el insoportable ardor los hizo caer y retorcerse en el piso.

El líder no pudo hacer nada más que ver como sus dioses eran torturados en el suelo por los anillos de fuego. Estos últimos desaparecieron al cabo de unos segundos, y el enorme ring flameante que los rodeaba se desvaneció igualmente, dejando tras de sí algunas llamas quemando unos arbustos y árboles. Y justo cuando el enorme anillo desapareció, los Centzones se vieron cara a cara con una imponente sombra musculosa... 

Con el Dios de la Guerra.

 —Hu... ¡Huitzilopochtli! —farfulló uno de los Centzones e inmediatamente se arrastró por el suelo. 

Dos de los dioses menores intentaron agarrar sus arcos, pero fueron apaleados de un guantazo del Macuahuitl de Huitzilopochtli que les torció los cuellos y los mató al instante. El dios más joven empuñó una lanza y arremetió con una estocada. Huitzilopochtli la esquivó, la rompió de un manotazo, y devolviéndole la estocada asesinó al dios adolescente separando su torso y su cintura. El joven dios cayó partido en dos, entre gritos y regando sangre y sesos por el piso.

Huitzilopochtli ignoró la agonía del joven dios y, apuntando con el filo de su espadón al pecho de su presa, camino hacia el dios anciano, este último viendo con gran horror y pavor al joven Centzon intentando recoger sus intestinos del suelo con endebles brazos.

—No lo mires a él, mírame a mí —gruñó Huitzilopochtli. El dios anciano,  preso del pánico, se volteó lentamente hacia él—. Bien. Ahora, dime —mientras hablaba, su hermana Malinalxochtli descendía del cielo empleando el sistema de giro de sus anillos de fuego, creando así un giroscopio aerodinámico alrededor suyo—: ¡¿DÓNDE ESTÁ MIXCOATL?!

El anciano dios miró de reojo a la alterada Malina dirigiéndose hacia el joven Centzon partido en dos. Se sorprendió de verla apoyar su cabeza sobre su regazo y, con una mirada triste e insufrible, acabó con la vida del dios invocando un anillo de fuego sobre su cuello y asfixiándolo en un santiamén.

—Sorprendente que tu hermana sea... más compasiva que tú... —murmuró.

Huitzilopochtli aplastó su pierna de un pisotón. El anciano dios chilló, trayendo la atención de Malina quien, con un semblante escandalizado, lo vio cometer el violento acto. Pareció querer protestar, pero sencillamente se quedó en silencio.

—No me hagas repetírtelo, viejo —gruñó el Dios de la Guerra, acercando más el filo de la espada  la cabeza del diminuto dios viejete—. ¡¿Dónde... está... MIXCOATL?!

El Centzon de la cacería apretó los labios, cerró los ojos y ladeó la cabeza. Permaneció en silencio por varios segundos, y justo cuando Huitzi estuvo a punto de arremeter con un mandoble, el anciano dios articuló sus palabras de derrota:

—Está... en las ruinas del Ilhuícatl-Tonatiuh —abrió los ojos y miró a los ojos al Dios de la Guerra con desidia, aceptando su derrota cual buen guerrero—. Sé que esto ya es una maldita causa perdida. Así que si vas a ir a matarlo, permite que al menos tenga la decencia de morir sin dolor... y no torturado. 

Huitzilopochtli se quedó mudo. Unos segundos después respondió alzando su Macuahuitl por encima de su cabeza.

—¡HERMANO, ESPERA...! —chilló Malina, pero fue demasiado tarde. El espadón relampagueó con tremenda fuerza contra el suelo, aplastando la mitad del cuerpo del Centzon y resquebrajando más de cien metros cúbicos de tierra, lo que hizo que cientos de árboles se desmoronaran y los pájaros salieran volando al cielo entre graznidos. Malina tuvo que cubrirse con los brazos de la potente onda expansiva y del polvo que liberó el golpe.

Se hizo el silencio por el siguiente lapso. Huitzilopochtli limpió la sangre de su espadón con un agite, y lo enfundó sobre su espalda.

—No perdamos el tiempo —gruñó. Se acuclilló, y electricidad recorrió sus piernas. De un impulso salió despedido hacia el cielo, desapareciendo entre las nubes amarillentas.

Malina se quedó atrás unos instantes, viendo el firmamento con una mezcla de decepción y frustración por la acción de su hermano mayor. Acto seguido invocó su giroscopio de fuego a su alrededor, y los giros de los anillos la levitaron en el aire y la mandaron a volar por los cielos, casi a la misma velocidad que Huitzilopochtli. 

<<¿Por qué lo sigo intentando...?>> Pensó la pequeña diosa. En verdad odiaba cuando su hermano actuaba como un robot sin sentimientos. 

___________________________

7
___________________________

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

https://youtu.be/xLYiIBCN9ec

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Cuahuahuitzin

Zona epicentro de la explosión.

La ayuda humanitaria llegó con tal rapidez a la devastada ciudad que dejó sin palabras a los damnificados de Cuahuahuitzin y al gobierno local, quienes hasta ese entonces tenían una visión negativa y totalitarista de estas organizaciones laicas y militares venidas de la Civitas Magna. 

En la forma de la Multinacional Tesla, grupos de regencia que proveían de primeros auxilios y de atenciones médicas de primer grado en los hospitales de la ciudad que sobrevivieron a la explosión o en campamentos médicos, ayudas alimenticias en grandes centros o plazas que proveían de las mejores comidas y provisiones de agua, ayudas psicológicas para los más traumatizados por la explosión, y un exhaustivo soporte de medicina nuclear con lo cual poder tratar a los más afectados por la radiación. El cataclismo general e individual era disipado por la ayuda de estas buenas personas, quienes hasta ese entonces los aztecas de la Región los veían como unos burócratas hipócritas Pero estaban equivocados. Y que bien que lo estaban. 

En la forma de la Guardia Pretoriana, gruesos regimientos de soldados llevaban a cabo extensas búsquedas y rescate de desaparecidos bajo los escombros, en la limpieza de escombros, de cuerpos que devolvían a sus familiares y de carcasas de vehículos y de la lenta pero segura reconstrucción de la infraestructura con ayuda de los Mechas de la Multinacional. Los aztecas igual pensaron en ellos como los perros de la Reina Valquiria... Pero estaban equivocados. Y que bien que lo estaban.

Y en la forma de William Germain... en la forma de uno de los poderes más hermosos que los aztecas hayan visto en muchísimas décadas. 

El Presidente Sindical, el Prócer Francés... No, el alquimista más poderoso de la historia, levitaba a treinta metros de distancia del suelo, donde los ojos de civitanos, nahuales y aztecas por igual podían verlo flotar en el aire, con las piernas cruzadas, los ojos cerrados, su rostro con un mueca de paz santificada y su cuerpo envuelto en una cúpula verde con distintos símbolos trigonométricos condecorando la esfera. En el centro de su pecho brillaba un objeto romboide que no paraba de emitir destellos carmesíes, como un pulsar que disparaba constantemente su faro por el espacio negro con tal de ser visto y admirado. Y eso es lo que todos, en especial los aztecas, estaban haciendo mientras llevaban a cabo sus labores y tareas domesticas: admirar a William Germain como admirarían a un profeta haciendo milagros. 

El gigantesco cráter de kilómetros de ancho y hondonada se reparaba a sí mismo a una velocidad pasmosa: la tierra aparecía de la nada y se reconstruía, cubo por cubo, y con tal aceleración que calles y carreteras enteras empezaron a llenarse de vida con flora que, tímidamente, emergía de la nueva y renacida tierra. La radiación era evaporada con una facilidad brutal por la magia arcana de William. El cielo, al principio tintado de verde oscuro por el azufre, retornó a su color plomizo apagado típico del eclipse. Y si bien no podía devolver el color azul del firmamento, William al menos hizo el esfuerzo de erradicar toda la radiación posible de la ciudad y más allá, logrando alcanzar con su alquimia y su arcano cientos de kilómetros cuadrados desde su posición. 

La respuesta más inmediata de los aztecas fue inclinarse religiosamente y ovacionar a quien ahora trataban como a un hombre hecho dios. Hombres, mujeres y niños rezaron profusamente, más luego de ver a su tan amado Dios Emplumado levitar en el aire a la misma par que William Germain. El alquimista aceptó sin pegas la asistencia de Quetzalcóatl, por más que él sin ningún problema podía llevar a cabo este acto. Ambos, dios y hombre, juntaron sus manos extendidas y, fusionando sus poderes creacionistas, divino y mortal, aceleraron exponencialmente la sanación del planeta tierra del desastre apocalíptico.

Como si la entropía fuera revertida a su estado de orden, todos los desastres dejados en la naturaleza fueron reparados en un santiamén. Los cráteres fueron rellenados, los bosques de más allá fueron sanados de la intoxicación de la radiación y sus colores verdes retornaron, y todos los aztecas que sufrían ulceras y pieles quemadas a causa de la radiación fueron curados en cuestión de segundos. Pronto, toda la población de Cuahuahuitzin fue salvada del mal de l bomba atómica. Miles de mesoamericanos rezaron en el nombre de su Dios Emplumado, y bendijeron incontables veces al hombre que usaba los poderes de un dios para poder ayudarlos a salir adelante.

En la superficie, Cornelio y Tesla, ambos de pie frente a la carcasa quemada oxidada del armazón de un inconsciente Eurineftos. Tesla, con los brazos en jarras y el semblante entre confuso y anonadado, inspeccionaba como el recubrimiento de la armadura se estaba reparando a sí mismo con el uso de revestimiento de grafito de carbono que, a los diez segundos, se transmutaba en los metales de los que anteriormente estaba compuesto, incluido el complejo Obsidacraspo. 

—Cuando Sirius me dijo que tenía una capacidad de auto-reparación más allá de mi entendimiento, pensé que solo balbuceaba —confesó Tesla, ladeando la cabeza, el semblante de perplejidad recogijante—. Honestamente, me hace feliz ver como la ciencia puede seguir sorprendiéndome.

—A mi también... —murmuró Cornelio, asintiendo con la cabeza—. ¿Cuánto calculas que estará de nuevo en combate?

—¿Con la rapidez con la que se anda reparando? —Tesla sonrió y cuchicheó una risita— Le doy máximo unas cuarenta y ocho horas. ¡Incluso menos! 

Se oyó un estruendo de magia en el cielo. Los dos Ilustratas alzaron sus cabezas, y vieron en el firmamento a William Germain deshacer el hechizo de la burbuja esmeralda en la que se encerró. El objeto romboidal de su pecho se fusionó con su cuerpo, desapareciendo de la vista de Quetzalcóatl. El alquimista se reincorporó en el aire y, junto con el Dios Emplumado, se quedaron flotando en el cielo para otear la ahora reparada Cuahuahuitzin, sin cráteres, sin zonas quemadas y expuestas, y con la flora germinando del suelo de formas variopintas y vividas. Exceptuando los daños físicos de los edificios y los escombros que aún seguían suponiendo una obstrucción, la mayor amenaza ya había sido erradicada, y eso es lo que puso a William Germain tan satisfecho.

—Bien hecho —lo felicitó Quetzal, dándole palmadas en la espalda. Sonrió de oreja a oreja—. ¡Jamás pensé conocer a un Miquini que tuviera estos poderes! 

—Y yo jamás pensé conocer a una deidad mesoamericana —bromeó William con el mismo humor. Hombre y Dios Azteca intercambiaron risas. Este último le volvió a dar palmadas en la espalda.

—Vuelve con Cornelio y Tesla —Quetzal miró de reojo a los séquitos de aztecas que inclinaban una y otra vez las cabezas en su dirección—. Me toca hablarle a mi gente ahora.

El alquimista francés afirmó con la cabeza y, empleando sus círculos arcanos esmeralda, se impulsó de regreso a la superficie. Una vez quedó solo en el cielo, Quetzalcóatl miró fijamente a su gente ovacionándolo en las calles y encrucijadas, y lenta y elegantemente empezó a descender hacia ellos cual auténtica deidad a punto de presentarse hacia sus adoradores.

Todos los aztecas izaron sus cabezas al oír el gentil rugido de poder divino venir del cielo. La maravilla se impregnó en sus rostros, y sus ojos se llenaron de lágrimas de regocijo inconcebible al ver a Quetzalcóatl, a su dios salvador, descender de los cielos hasta su reino mortal. Murmullos de ovación se esparcieron por toda la encrucijada y la plaza, y todos los aztecas alzaron sus brazos mientras sollozaban y sonreían y admiraban con la mirada al dios que, después de cien años de inactividad, finalmente regresa con su pueblo. 

No obstante, la reacción de Quetzalcóatl fue... distinta. En vez de llegar sonriendo y mirando con algo de vanidad a su pueblo como hace cien años, ahora los miraba con una mezcla entre compasión, entendimiento y solidaridad dignas de un altruista. El dios ahora actuaba como un hombre,  y si bien los aztecas no pudieron percibirlo por estar inundados de devoción y fanatismo emocional hacia su figura, Quetzal no rehusó de esta nueva mezcolanza de sus sentimientos. En cambio, la abrazó con total aceptación.  

En la distancia, los pelotones de Pretorianos detuvieron sus labores pesadas para tomar un descanso, y en el proceso se quedaron viendo con gran interés como los cientos de aztecas hacían actos de adoración a su deidad. Cornelio, Tesla y Germain se quedaron de pie en la vanguardia del grupo de soldados, siendo ellos los que mejor apreciaron la mítica escena del Dios Emplumado flotando a poco menos de diez metros de su pueblo. 

—Oh, mis tan querido pueblo... —exclamó Quetzalcóatl, su voz escuchándose fuerte y claro para aztecas y civitanos por igual. Su atronadora pero calmada voz tranquilizó al público, y los hizo guardar silencio— No saben cuanto lo lamento... por estos cien años de soledad en que los deje. No saben cuanto quise volver con ustedes. Cuanto quise... —se mordió el labio inferior, y sus ojos lagrimearon un poco— verlos de nuevo y sentir lo mismo que ustedes sienten ahora mismo —oteó brevemente el panorama urbano—. Todos los daños han sido reparados, pero eso no quiere decir que van a venir más. Sin embargo, esta vez no estarán solos. 

Los rostros de todos y cada uno de los aztecas se iluminó con la clarividencia de un mortal maldecido que recibe el mensaje de Dios para su salvación. William Germain se cruzó de brazos y sonrió al ver el efecto que produjo Quetzal en los aztecas, y se emocionó igualmente. Este... es el verdadero acto de un líder dando la cara por su pueblo.

—No lo estarán, ¡porque yo estaré aquí con ustedes! —prosiguió Quetzal, alzando más la voz para detonar el vigor de su espíritu— Hemos pasado por situaciones peores que esta, ¡y sobrevivimos! ¡Y lo volveremos a hacer! Así que les digo esto, a todos los padres, las madres, los abuelos, los hijos, los hermanos, las familias enteras que están conmigo ahora mismo —hizo una breve pausa para hacer un ademán de mano. Todos los aztecas de las veredas y las plazas se pusieron de pie en respuesta, o que envalentonó todavía más al sentimental Dios Emplumado—. ¡Sean FUERTES! ¡Sean FIRMES! ¡Sean uno CONMIGO ante esta tempestad!

Quetzalcóatl levantó su brazo y apuntó al cielo. Su dedo destelló con un fulgor verde poderoso, y todos los aztecas empezaron a gritar, aplaudir y vitorear a su Dios Emplumado.

___________________________

8
___________________________

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

Centro Tecnológico de Mecapatli

Axcoyatl caminaba por el pasillo trasero y subterráneo de su edificio, seguido de un grupo de sus guardaespaldas vistiendo exoesqueletos y empuñando rifles de asalto eléctricos. En su mano cargaba con una canasta atiborrada de pulque, tortillas y tamales arrejuntados entre sí; la propia canasta tenía un listón blanco que los unía. 

Al fondo de estrecho pasadizo iluminado por pequeñas lámparas alambradas que pendían del techo se hallaba una doble compuerta de madera, reforzado con hierro. El ambiente de aquel claustrofóbico lugar era abrasador; el polvo saliendo de los resquicios, y el hedor a tierra y arena, lo hacían parecer como si fuera el túnel d soldados de una guerra mundial, pero no aplastaba el determinismo en la mirada de Axcoyatl o de sus hombres, quienes seguían caminando hasta alcanzar las compuertas. Dos de sus hombres se separaron del grupo, accionaron la cerradura con dos llaves, y abrieron las puertas hacia dentro, las bisagras rechinando con fuerza en todo el túnel. 

Axcoyatl sacó pecho y mantuvo la mirada inexpresiva. Sus hombres lo imitaron con tal de no verse intimidados por el nutrido grupo armado de paramilitares Coyotl al otro lado del umbral, con Tonacoyotl en la vanguardia del pelotón sosteniendo un mástil con una bandera blanca. El nahual zorro sonrió por todo lo bajo y agitó la bandera en gesto de son de paz.

El inventor azteca se acercó a Tonacoyotl y, sin quitarle un ojo de encima, le ofreció la canasta. El nahual zorro la aceptó con gracia, y se la dio a uno de sus Coyotl. Tras eso, ambos líderes se quedaron viendo fijamente, lo que incrementó la tensión en la atmosfera incluso después de hacer el ritual de ofrenda. 

Tonacoyotl fue el primero en alzar su mano y ofrecer su palma. Axcoyatl frunció el ceño, y sin dejar de lado su semblante de desconfianza, levantó con lentitud su mano y le estrechó la palma a Tonacoyotl.

Ambos grupos criminales se congregaron en una misma sala de reunión de los túneles. Con un largo mesón de hierro en el centro en donde solo están sentados los jefes, y cajas de armamento de Mechas dispuesto alrededor de ellos, este fue el ambiente idóneo para poder desenrollarse ambos hombres que no se tenían total confianza en los planes del otro. 

—¿Dónde conseguiste la bomba atómica? —preguntó Axcoyatl, abriendo el telón de la charla luego de eternos minutos de silencio rígido. 

—No eres el único al que tengo contactos para conseguir estas armas —se limitó a decir Tonacoyotl. 

Axcoyatl apretó los labios y resopló.

—¿Tienes acaso más cabezas nucleares? Porque eso... —el inventor azteca entrecerró los ojos y alzó un dedo— Eso supondría la destrucción total de las Regiones, de no tener protocolo de ellos. Volveríamos a la destrucción de la Segunda Tribulación. Te volverías un Rey de las Cenizas.

—No soy tan puto loco como para retornar a ese status quo —gruñó Tonacoyotl, ladeando la cabeza. Su respuesta fue tan ambigua que dejó insatisfecho a Axcoyatl.

—¿Sabías que por tu desgraciada explosión trajiste a mi pequeño jardín a los Pretorianos y a toda la jodida Multinacional? ¡Literalmente nos hostigan por todas partes!

—Esos fueron efectos colaterales —Tonacoyotl movió las manos de lado a lado y se encogió de hombros—. Es por eso que arregle esta reunión entre tú y yo. Para hablar. Para negociar una alianza y volvernos más fuertes.

—Perdiste la cabeza, Tonacoyotl. Todo el mundo criminal lo sabe ya —Axcoyatl empezó a enumerar con sus dedos—. Desde los Wagner y los Albanokosovar del Bajo Mundo, hasta las organizaciones de demonios que asolan a Kiyozumi-Dera. Con ese enganche, yo me pregunto genuinamente como pudiste conseguir esa bomba atómica.

—Pues... —Tonacoyotl chirrió los colmillos y bufó— ¿Qué tal si te digo que eso no es de tu perra malparida incumbencia y, en cambio, nos ponemos a hablar tú y yo como personas adulta para restaurar?

—¿Quieres hablar? —Axcoyatl enarcó ambas cejas y se arrejuntó a la mesa. Apoyó los brazos sobre el hierro frío, y empezó a hacer gestos exagerados con las manos— Muy bien, te diré que mierda pasó con la alianza en primer lugar —carraspeó y miró a los ojos al nahual zorro—. Todo el tiempo te la pasaste tirando tierra a los "sucios Mixtecas mierda" —Tonacoyotl puso los ojos en blanco y ladeó la cabeza— Todo el puto tiempo, y a mis espaldas. "Sucios Mixtecas de mierda", "Nuu Savi asquerosos", "Pedazos de mierda lluviosos"...

—¡Pero si los mesoamericanos siempre se burlan de ustedes! —exclamó Tonacoyotl, pero fue interrumpido al instantes por la habladuría atropellada de Axcoyatl.

—¡Siempre burlándonos de nosotros por las guerras floridas! ¡Excluyéndonos en Xocoyotzin y ahora en las Regiones con nuestras barriadas como si fuéramos judíos o Enanos!

—¡Todo el mundo hace burla de ustedes! ¡Eran bromas, la puta que te pario!

—¡Siempre queriéndose sentir superiores a pesar de que ustedes se volvieron igual de perras con los Españoles!

—¡Ajá, ajá, y la perra sigue y sigue! —Tonacoyotl cerró los ojos y alzó los hombros en gesto despreocupado— No sabía que no tenías puto sentido del humor...

—¡¡¡Y ESO SIN MENCIONAR!!! —gritó Axcoyatl, dando un fuerte manotazo a la mesa. El silencio que vino después puso nerviosos a los Coyotl y a sus guardaespaldas— El chingado y hediondo mariconzon elefante dentro del armario... Que son los Ilustrata y el Metallion. 

Se hizo el silencio entre ambos. Lapso en que los Coyotl y los guardaespaldas de Axcoyotl se quedaron viendo mutuamente. Tonacoyotl se encogió de hombros y suspiró de la frustración.

—Mira, Axcoyatl...

—¿Cuántos productos les he vendido al ahora llamado por Corneio "Batallón de los Coyotl", antes de que decidieras conquistar Quintana? —Axcoyatl se golpeó el bíceps con su mano en gesto duro— Ninguno. Mi mercado se concentró en los Tlacuaches.

—Entonces por unas chingadas bromas... —Tonacoyotl esbozó una mueca de disgusto máximo— y porque los Tlacuaches les dio regalitos, decidiste cortar todo lazo conmigo, ¡y empezar con tu jodida campaña de querer ser la nueva Multinacional! —agitó bruscamente un brazo y golpeó la mesa.

—Cosa que me será todavía más difícil conseguir ahora que los Ilustrata están haciéndose los héroes reparando el daño de tu bombita...

—Y otra vez, ¡es por eso que estamos aquí! Ah... —Tonacoyotl hizo una pausa para respirar profundamente y pasarse las dos manos por su exasperado rostro— Mira, para empezar, me... disculpo... por lo de los chistes.

El inventor azteca ensanchó los ojos. Su semblante se llenó de confusión.

—P-perdón, no escuche bien eso —se inclinó hacia adelante y puso una mano sobre su oído—. ¿Cómo fue que dijiste?

—Que me disculpo... por lo de los chistes —maldijo Tonacoyotl, y después gruñó cual lobo con rabia.

—Oh, esto lo tengo que escribir —Axcoyatl sacó de su emplumado abrigo púrpura una libreta y un lapicero. Empezó a escribir— "Me... disculpo... por lo de los chistes racistas".

—No son racistas —indicó uno de los Coyotl del grupo—. Eso es lo que son.

—¿Quién? —masculló Axcoyatl sin parar de escribir.

—Uste...

—Te preguntó, plasta de mierda —lo interrumpió Axcoyatl al instante. Hubo unas cuantas risitas entre los Coyotl, y el que recibió el insulto apretó los colmillos Pasó una hoja de su libreta—. Y escribiré aquí también... Que los Coyotl prestaran un treinta por ciento de sus efectivos para mi defensa a cambio de mis prestaciones tecnológicas.

—Él no dijo eso —gruñó el mismo Coyotl.

—Otra vez, ¿quién te preguntó? 

El nahual zorro dio un paso adelante y estuvo a punto de desenfundar su revólver cuando justo Tonacoyotl lo detuvo poniéndole una mano encima.

—Deja que lo escriba. Será un acuerdo tácito. —indicó el Jefe de los Coyotl sin quitarle un ojo de encima a Axcoyatl. Cuando este dejó de escribir y cerró la libreta, alzó la cabeza y cruzó miradas con Tonacoyotl—. Venga, admítelo. Libre esta guerra... sobre todo para quitarnos de encima a enemigos que tú y yo tenemos en común. Yo con Eurineftos y los Pretorianos, y tú con Tesla la Multinacional.

—Ajá... —afirmó Axcoyatl, los brazos cruzados.

—Tenemos que trabajar en equipo, pero primero hay que llegar a una especie de... trato, mucho más formal del me impusiste sin puto avisarme.

—Y por escrito —Axcoyatl sonrió y volvió a sacar su libreta.

—Ok, en ese caso uno sobre el Metallion —Tonacoyotl se masajeó la cabeza con los dedos y respiró con parsimonia, provocando que su mente piense con prudencia. Axcoyatl se colocó en posición de escritura—. Qué tal esto: como ambos somos ingenieros e inventores, entonces una vez derrotemos a Eurineftos... Yo me quedo con su núcleo, y tú te quedas con su ranura de memoria.

El inventor azteca detuvo la escritura y clavó su escandalizada mirada en el nahual zorro, este último teniendo una bobalicona sonrisa.

—¿Tú me ves la cara de huevón o qué? —bramó Axcoyatl.

—Ah decir verdad sí, tienes una cabeza con forma de huevo —Tonacoyotl murmuró risas e hizo un gesto con las manos de indicarse la cabeza.

—Qué va, yo necesito su núcleo más que tú. Yo me quedo con el núcleo, tú con la ranura.

—No —Tonacoyotl ladeó la cabeza—. Yo me quedo con el núcleo. Escribe eso.

—Yo me quedo con el núcleo —Axcoyatl empezó a escribir, pero fue detenido por la protesta de Tonacoyotl:

—Que yo me lo quedo, cabeza de huevo. 

—Mmmm, no, me lo quedo yo, zorrita.

—Ya dije que yo me lo quedo, pedazo de hijo de...

—"Axcoyatl... se queda... con el núcleo..." —el inventor azteca cerró la libreta y se lo guardó en la libreta.

Tonacoyotl desistió con un suspiró agobiante. Negó con la cabeza en ademán de derrota. 

—Solo acordemos la alianza, ¿sí? La alianza entre los Coyotl y los... los Mixtecas...

—Y guerra —apostilló Axcoyatl, esbozando una sonrisa maliciosa—. Guerra contra Eurineftos y Tesla. 

Tonacoyotl se limitó a responder con un mugido afirmativo y un asentimiento de cabeza. 

___________________________

9
___________________________

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

https://youtu.be/EgKdyHcZJcs

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Región de Tonatiuhtlán

 Ruinas del Ilhuícatl-Tonatiuh

Las impresionantes vistas del derruido palacio que otrora fuese la residencia del Dios del Sol Azteca daban un bagaje de sentimientos encontrados para todos aquellos que lo vieran o caminaran dentro de sus ruinas consideradas ya arqueológicas por el resto de Aztlán.

Y para Mixcóatl, Dios de la Cacería Azteca, aquellas sensaciones de melancolía eran muchísimo más fuertes, hasta el punto en que le generaba jaqueca el solo estar allí dentro. Pero eso era lo de menos. Por más que sintiera mareos y arcadas de vez en cuando por la opresora aura solar que el palacio seguía emitiendo, Mixcóatl se tenía permitido abandonar este recinto del cual hizo su base de operaciones, incluso con la crisis por la que estaba pasando ahora.

La deidad caminó con paso apurado por los pasillos que daban a la sala principal del zaguán; debido a todo el destrozo de agujeros en los techos y pedazos enormes de paredes caídas o erradicadas de la existencia, Mixcóatl estaba expuesto al poniente sol en todo momento. Anadeó por el pasadizo sorteando los obstáculos de escombros que había en el recorrido, haciendo que las plumas negras de su larga falda se agitaran con su andar y por los vientos que soplaban del este. 

Al arraigar al destrozado zaguán, Mixcóatl se posicionó frente  tres enormes pilares derrumbados con tres dispositivos electrodomésticos y rectangulares sobre sus superficies. Mixcóatl encogió un brazo sobre su pecho e invocó tres grandes discos de luz. Extendió su brazo justo cuando se detuvo en el centro del rellano, y los tres discos volaron hasta introducirse dentro de las ranuras de los tres aparatos. Estos últimos hicieron refulgir las runas aztecas labradas en el metal oxidado, y sus plataformas emitieron brillos iridiscentes de colores amarillos que terminaron construyendo hologramas de distintos Centzones (servidores suyos)... sufriendo atentados contra sus vidas.

¡S-señor Mixcóatl! —farfulló uno de los hologramas; el Cenzton estaba desangrándose en el piso, con una herida en el estómago— ¡Salga de aquí! ¡Los Tezcatlipocas de Omecíhuatl ya vienen!

¡Los Tezcatlipocas nos descubrieron! —exclamó otro holograma; el Centzon estaba corriendo despavoridamente— ¡Huya de Tonatiuhtán, Mixcóatl! ¡Ya no es seguro aquí!

Estos Tezcatlipocas... son... —murmuró el tercer holograma; el Centzon tenía mutilada las piernas y los brazos, y Mixcóatl sintió escalofríos al ver su cuerpo quemarse lentamente por un fuego fatuo incandescente. No pudo terminar lo que iba a decir; murió antes de lo previsto. 

De repente, los tres hologramas se apagaron; de izquierda a derecha se fueron apagando uno a uno, y cuando todos murieron, los dispositivos electrónicos sufrieron un corto circuito y explotaron en fragmentos que volaron por todos lados. Mixcóatl extendió las largas alas negras de su tocado y se protegió de los fragmentos supersónicos, los cuales estallaron al entrar en contacto sus escudos. 

Mixcóatl se quedó allí de pie donde estaba, recapacitando los clarisimos mensajes de sus leales soldados, ahora muertos, todos ellos. Su corazón fue envuelto por una densa capa de inseguridad y miedo; sabía de lo que serían capaces de hacer los Tezcatlipocas a su cuerpo e integridad, y de lo brutales que podían llegar a ser. Eso, sin embargo, no lo hizo retroceder  un paso, mucho menos hacerle pensar que pondría un pie fuera de este edificio. 

Apretó un puño y chirrió sus dientes. Su aura divina de color azabache y marrón envolvió todo su tonificado cuerpo. El Dios de la Caza extendió los brazos hacia ambos lados, se inclinó hacia atrás y vociferó al cielo plomizo y dorado:

 —¡¡¡¡VENGAN A POR MÍIIIIIIIIIIIIIIII, TEZCATLIPOCAAAAAAAAAAAAAAASSSSSSSSSSSS!!!!

Su poderoso rugido se extendió por todo el palacio, y fue tan potente que tiró al suelo paredes, desmoronó pilares y derrumbó incontables techos. Las ruinas del palacio se vinieron todavía más bajo, y el tremendo estruendo de su grito, seguido por el de la piedra destruyéndose, levanto un densa polvareda. Se hizo el silencio por varios segundos...

Hasta que, al decimo segundo, se oyó fuertes y rítmicos aplaudidos venir de detrás de Mixcóatl.

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

https://youtu.be/IStlBOX9F4o

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

—"El hombre que debe ser más temido es aquel que no tiene nada que perder" —exclamó una seductora voz femenina. El Dios de la Caza, con el ceño fruncido, se dio la vuelta en dirección al origen de la voz, y lo primero que vio fue una voluptuosa silueta sentándose en lo alto de una columna corintio— Apuesto que cambiando al "hombre" por "dios", la frase se vuelve mucho más aterradora, ¿no lo crees...?

 El denso polvo se disipo, y la mujer en lo alto del pilar se reveló. Vistiendo con un poncho rojo que dejaba l descubierto sus marcados abdominales, pulseras emplumadas, un tocado dorado con plumas verdes que salían de tubos extendidos de lado a lado, grebas de bronce, una falda escarlata con una faja azul en su cintura y otra verde que caía verticalmente, y una gruesa capa azul en su espalda. 

La mujer se reincorporó y se dejó caer de más de diez metros de altura, su melena dorado con mechones cenizos ondeando en el aire. Aterrizó de cuclillas en el piso, generando un breve temblor que abrió una infinidad de escombros en todo el suelo. Mixcóatl, aún con el ceño fruncido, la vio esgrimir su escudo de caoba y su Macuahuitl dorada. La mujer alzó la cabeza y enseñó sus ojos y sonrisa desquiciada


La sensual diosa guerrera no borró su sonrisa de colmillos afilados. Caminó alrededor de Mixcóatl, agitando siempre su Macuahuitl dorada en gesto de peligrosidad. Mixcóatl hizo lo mismo, y en sus manos invocó brumas doradas que se transformaron en dos Tepoztollis plateadas que esgrimió con gran habilidad. Al ver esto, Xochiquétzal se echó a reír con ganas, cosa que dejó desconcertado a Mixcóatl.

—No pensarás en serio pelear... —balbuceó la diosa entre risotadas. Se señaló a sí misma con un dedo— ¿A mí? 

—¿Para qué más habrías venido a por mí? —gruñó Mixcóatl, y se colocó en posición de combate: las piernas inclinada hacia delante, sus dos lanzas puestas a la altura de su cabeza.

—Pasar de ser la esclava y putita de medio panteón azteca a ser un rebelde de la autoridad divina —Xochiquétzal chasqueó los dientes. Impactó la punta de su Macuahuitl sobre el suelo y apoyó las manos sobre la empuñadura—. Has recorrido un largo camino, ¿no lo crees? l menos no perdiste la caballerosidad, ni siquiera ante tus enemigos. 

—Cerremos esta charla ya, ¡Y PELEA! 

Mixcóatl se impulsó contra Xochiquétzal y la arremetió con una doble estocada de sus lanzas. La Diosa del Deseo no se inmutó; se quedó quieta, con sus manos apoyadas sobre el pomo de su espadón  y mostrando su ególatra sonrisa dentada. Pero justo antes de que las puntas de las lanzas alcanzaran su pecho y su rostro... Mixcóatl fue sorprendido por la repentina aparición de un círculo de electricidad púrpura que hizo acto de presencia en el suelo, justo debajo suyo. El Dios de la Caza se quedó paralizado en el aire y, un segundo después, fue jalado brutalmente al suelo. 

Xochiquétzal se echó a reír al ver como Mixcóatl, de forma patética, intentaba en vano reincorporarse de la inquebrantable cúpula púrpura de fuerza gravitacional en la que fue sellado. El Dios de la Caza destronó un estridente alarido de impotencia, y Xochiquétzal carcajeó con gran despecho. 

—Ahhhh, no, verás, ahí es donde está la parte graciosa de esto... —explicó la Dios del Deseo, haciendo gesto de limpiase un lágrima de tanto reírse—. Tú en verdad piensas que te vamos a dar una "épica" batalla y una honorable muerte, como lo pintan los Miquinis en los mitos.  Cuando en realidad...

Una silueta en el cielo brilló con un destello púrpura cegador, y Xochiquétzal giró su cabeza para escudriñarlo. Se oyó el silbido del metal cortando el aire, seguido por corrientazos eléctricos que se esparcieron por todo el aire y, después, por todas las ruinas del palacete, destruyendo más columnatas y regando ríos de escombros por todos lados. La nueva deidad que emergió de los cielos cayó de cuclillas sobre el piso, clavando en los adoquines su espada europea con una incrustación de un rubí en su empuñadura. 

Portando únicamente con un peto azul mediterráneo, botas del mismo color y un guantelete de cobre en su mano izquierda, el Dios Azteca revelaba el resto de su antropomórfico cuerpo; de profundo y resistente pelaje naranja que recubría su atlético cuerpo, y con una sedosa melena roja y naranja gradiente que ondeó hermosamente con las ráfagas gravitacionales que emergió de su espada ancha, aquel dios de facciones felinas se reincorporó, alzó su espada y emitió un grito intimidador seguido de carcajadas.


El Dios de las Montañas Tepeyollotl caminó alrededor de Mixcóatl, este último clavando sus airados ojos sobre él. El dios felino carcajeó, su risa siendo más insoportable a oídos de Mixcóatl que el de la propia Xochiquétzal. 

—¡Mixcóaaaaatl! —exclamó Tepeyollotl de forma triunfal, cual cazador ilegal luego de atrapar a un animal exótico. Esgrimió su espada ancha, y el rubí de su pomo refulgió, provocando que la fuerza gravitacional de su cúpula incrementara su poder y aplastar todavía más el cuerpo de Mixcóatl, haciendo que este grite con más dolor—. ¡Que gusto me da verte de nuevo! Incluso en esta situación tan bochornosa.

Mixcóatl no respondió; el aumento de la fuerza gravitacional le cerró la boca, y ni podía mover la lengua para articular palabras. Tepeyollotl se acuclilló frente a él se lo quedó viendo cual trofeo. Xochiquétzal, por su parte, se quedó de pie, viéndolo desde arriba como si fuera menos que basura.

—Oh, venga ya, no me mires así, que se que lo haces no solo por mi insoportable acento yucateco —masculló Tepeyollotl, frunciendo del ceño de ver como Mixcóatl lo veía con gran saña—. Esto tú te lo buscaste, así que no seas una nenaza y aguántate la derrota.

El Dios de la Caza respondió alzando un poco los labios y enseñando sus chirriantes dientes, el gesto de cólera divina quemándose dentro suyo. Tepeyollotl se encogió de hombros y se irguió.

—Las ordenes de Omecíhuatl eran de traerte vivo o muerto a Aztlán —dijo, e intercambió una mirada y una sonrisa de concordancia—. Pero como fuiste una aguja en nuestros culos con tu jodida guerra de guerrillas durante seis buenos meses... —chasqueó los labios, esgrimió y alzó su espada por encima de su cabeza, el rubí del pomo destellando cegadoramente— ¡MEJOR LLEVAREMOS TU CADÁVER!

—¡NO! ¡TODAVÍA NO!

Un nuevo allegado arraigó al zaguán del palacete aterrizando abruptamente en el suelo. El giroscopio de fuego que la rodeaba se deshizo en motas de fuego, y Malinalxóchtli alzó su largo y grueso garrote de púas a la altura de su cabeza, apuntando a Tepeyollotl. Unos segundos después, los dos dioses que llegaron primero al palacio vieron llegar a Huitzilopochtli cayendo de rodillas sobre el piso, desencajando varios adoquines en el proceso.

—Ah, que pereza con esta perra mocosa... —gruñó Xochiquétzal para sus adentros, poniendo los ojos en blancos y girando la cabeza a otro lado.

Tepeyollotl se quedó viendo a Malina con el ceño fruncido. Esta última se acercó lo suficiente como para tener su garrote metálico a pocos metros del enfurecido dios felino. A pesar de tener el terrible impulso de arremeterla con una cachetada, Tepeyollotl se contuvo a sí mismo viendo que el monumental Dios de la Guerra estaba detrás de ella en todo momento cual hermano protector.

—Aleja... la espada —ordenó Malina con gran coraje. Esa valentía suya no pasó desapercibido de Mixcóatl, quien giró los ojos y la observó de arriba abajo con titánico respeto y alivio hacia ella.

El dios felino suspiró, hastiado. No tuvo más remedio que bajar su espada y alejarse de Mixcóatl con dos pasos. Malina también bajo su garrote una vez lo vio apartarse. 

—Has desarrollado un par de huevos de hombres como para apuntarme con tu garrote, mocosa —admitió Tepeyollotl, enfundando su espada al cinto de su cintura y después colocar su manos sobre sus caderas—. Te lo admito. Pero de no estar tu hermano, las cosas serían bastante distintas.

—Y tú tienes un par de huevos también de decírmelo a la cara —gruñó Huitzilopochtli, clavando sus penetrantes ojos azules sin irises sobre el dios felino. 

—Yo no te tengo miedo —Tepeyollotl alzó sus manos cuando Huitzilopochtli dio un paso hacia él, y sonrió sardónicamente—. Al menos el ochenta por ciento de las veces, claro. Tú sigues y seguirás siendo el Tezcatlipoca más poderoso.

Malina, acuclillada, se quedó viendo a Mixcóatl. El Dios de la Caza se sintió cautivado por la mirada compasiva de la pequeña diosa. Se sintió de repente motivado, y al notar como la atención de Xochiquétzal y Tepeyollotl se concentraba en el par de hermanos, empezó a deslizar lenta y sutilmente su brazo por debajo suyo.

—Mixcóatl no puede morir. No ahora —afirmó la diosa hechicera, y miró a los dos dioses arrogantes—. Llevémoslo a Aztlán donde reciba su apropiado castigo.

—¿Castigo, dices? —bufó Xochiquétzal, y escupió al suelo— ¿Cómo qué? ¿Qué le demos cadena perpetua? ¿Qué pase el resto de sus días en una celda y le demos pulque, cacao y empanadas de hormigas?

—Niña, estamos operando por ordenes de la Suprema —dijo Tepeyollotl, cruzándose de brazos—. Expresamente dijo vivo o muerto, lo que implica que debe estar muerto, pero desde ya

—Hermana, detente ya —le ordenó Huitzilopochtli, más preocupado que molesto. Le puso una mano en el hombro, pero Malina se la apartó de un manotazo.

—Si lo matamos, él se convertirá en un mártir —argumentó ella, la voz decidida—, y crearán el efecto contrario a lo que Omecíhuatl quiere. El pueblo se alzará si eso pasa.

—¿Acaso pones en duda la logística de mi madre? —el rostro de Xochiquétzal se ensombreció, y su mano se enganchó al pomo de su Macuahuitl.

—El pueblo de Aztlán está dominado de pies a cabeza, mocosa —respondió Tepeyollotl luego de dar un molesto suspiro—. Incluso los Einhenjers aztecas están bajo control. No sé por qué carajos pones tantas excusas para alargarle el ticket VIP de vida a Mixcóatl.

—Pero... —ante de que ella pudiera decir nada, Huitzilopochtli le puso la mano en el hombro de nuevo y negó con la cabeza.

—¡EPA, EPA! ¡NO MÁS PEROS! —Tepeyollotl la mandó a callar poniendo un dedo sobre sus labios. Tras eso caminó hacia Mixcóatl, desenfundando su espada de nuevo; cada vez que el arma estaba en movimiento, el rubí resplandecía con poder divino—. Este puto se muere hoy, ¡Y FIN DE LA DI...!

Justo cuando el dios felino esgrimió su espada y estuvo a punto de atravesar la espalda de Mixcóatl, él y los demás dioses aztecas fueron sorprendidos por una explosión de luz dorada viniendo del Dios de la Caza. Acompañado de un estruendo ensordecedor, los vectores físicos de la fuerza gravitacional fueron invertidos, lo que hizo que la cúpula púrpura cambiara a dorado y estallara en una explosión lumínica que los cegó a todos momentáneamente. 

Tepeyollotl se desmoronó de espaldas; Xochiquétzal se cubrió con su escudo; Huitzilopochtli se abrazó a Malina y la protegió con su cuerpo. Mixcóatl se reincorporó velozmente una vez sintió su cuerpo liviano de nuevo. Con gran velocidad se acuclilló, extendió las alas de su tocado, las plumas se fusionaron con sus brazos y se convirtieron en alas mucho más grandes, y luego de que sus piernas se convirtieran en grises patas de filosas falanges, el Dios de la Caza batió el aire con sus brazos y salió raudamente impulsado hacia el cielo, desapareciendo en el cielo luego de introducirse dentro de un portal dorado que Mixcóatl invocó con agitar un brazo. 

El dios felino se reincorporó y, al no ver a Mixcóatl en el cielo, puso al instante un rostro de decepción indiferente. Xochiquétzal se pasó lentamente una mano por el rostro y después se mordió el labio hasta dejárselo rojo. Huitzilopochtli se cruzó de brazos y miró de reojo a Malina con ojos de regaño.

—¿Alguna idea de donde pudo ir? —inquirió Tepeyollotl, mirando de soslayo a la diosa. 

Xochiquétzal negó con la cabeza. Tepeyollotl chasqueó los labios y echó una fea vaharada por la boca. Volvió  enfundarse la espada a la cintura y caminó por el zaguán, pasando de largo de una insegura Malina que se escondía detrás de Huitzilopochtli, cual niña asustadísima luego de romper una cerámica de la casa.

—Gracias, mocosa —gruñó—. Ya lo estropeaste.

El ambiente se tornó pesado e incomodo, con los dos dioses arrogantes lanzando miradas despectivas a Malina mientras se retiraban del lugar. Huitzilopochtli permaneció a su lado en todo momento, y su sola presencia fue suficiente para confortarla de los ojos odiosos de Xochiquétzal y Tepeyollotl. 

Una vez los dos dioses se retiraron de zaguán, quedando solos el par de hermanos, Malin se separó de Huitzilopochtli y alzó los ojos hacia el cielo, fijándolos en el mismo punto donde Mixcóatl desapareció dentro del portal dorado. Su mirada se mezcló con sentimientos de culpa y de regocijo consigo misma, y fue esta última la que le hizo sonreír levemente. 

Acaba de salvar una vida, y eso es lo que más contaba para ella.

___________________________

10
___________________________

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

https://youtu.be/3qrTys6Sjuk

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Reino de Aztlán 

Región de Metztitlán

Tranquilidad desasosegada y falsa atmosfera de paz... Estos eran los términos que mejor describían el vasto océano de aguas negras, olas monstruo y cielo de nubarrones por el cual se filtraba la luz de las estrella de esta provincia del Reino Divino. 

El horizonte liminal se recortaba con colores cian y gris apagados, lo que daba el aspecto de no tener fin alguno el inmenso océano. Dentro de la cabina de la astronave, los Manahui Tepiliztli oteaban y escudriñaban entre el asombro y el pavor la lugubre biosfera. No era nada como lo que habían visto antes. Peor aún, esta era la priemra vez que ellos viajaban al Reino de Aztlán, por lo que el constsnte temor de que algo malo les sucedería en cualquier momento estaba presente en la psique de todos.

Zaniyah era la que peor experimentaba el viaje. Su fobia inmensa al océano le hizo apartar la mirada de cualquier ventana y, de vez en cuando, tener episodios de vomito durante las turbulencias. Xolopitli igual; se encerró dentro de su camarote y no salió de allí en ningún momento, ni siquiera cuando Tecualli le suplicó que lo hiciera. A Uitstli le consternaba que los dos miembros más emocionales del grupo se vieran tan afectados por el viaje, y por la entrada a la Región de Metztitlán. No obstante... no los culpaba. La atmosfera era cien veces más terrible de lo que él o los demás se pudieron imaginar.

La llovizna sorprendentemente densa gracias a la tempestad. Pero aún con las ventanas de la cabina recubiertas de agua, y la impenetrable neblina nunca acabándose por más que viajaran en línea recta, los visores les permitían ver el inhóspito paisaje por medio de distintos lentes que filtraban la densidad lumínica del ambiente. En la lejanía, los Manahui pudieron ver altísimos tornados batiémdose entre sí, vórtices negros abriendo hectáreas del océano, y sospechosas sombras de al parecer monstruos marinos que viajaban debajo del agua. Ni siquiera las resplandecientes estrellas del cielo podían apaciguar las malas vibras que tenían, en especial cuando llevaban horas sin ver ningún tipo de tierra alta a kilómetros de distancia. Hubo momentos en los que pensaron que se habían metido en un limbo del que no saldrían nunca.

Pero al cabo de la segunda hora de viaje desde que se introdujeron en Metztitlán, Yaocihuatl, sentada en uno de los tantos asientos de la cabina, avistó la tenebrosa sombra de una isla en el horizonte negro del océano. Les avisó a todos los miembros del grupo, y estos arraigaron a la cabina en minutos para apreciar también la alejada isla. Al principio era un indistinguible punto negro muy, muy lejos, pero al cabo del paso de los impacientes minutos, el punto se fue agrandando y detallando, convirtiéndose de a poco en una isla que, de forma ominosa, levitaba a más de quinientos metros por encima del agua. Una gigantesca de la cual, en el borde del acantilado del extremo superior de tierra, pendía un titánico castillo de corte medieval y del cual los eones han horadado su mampostería y su estructura hasta volverla más aterradora de lo que una vez fue.

Los corazones de todos se aceleraron de la magnificencia aterradora, sus miradas alzándose más y más a medida que la isla se hacía enorme ante sus ojos, tanto que sus acantilados inferiores de las faldas de la isla cubrían todo el ventanal del fuselaje. La nave espacial, siendo manejada por la IA programada de Nikola Tesla, se detuvo en seco, les advirtió a los Manahui por medio de las bocinas que tomaran asiento, y después empezó a ascender a toda velocidad hacia la superficie de la isla flotante.

La nave esquivó con gran agilidad los enormes escombros que flotaban estáticos en el aire, y sorteó lso cortantes vientos que soplaban a veces de forma repentina. En el último tramo, la nave sufrió el último episodio de turbulencias que llegó a tal punto en que la cabina se puso oscura, y fue iluminada por luces rojas destellantes mientras sonaba una sirena. Los Manahui se abrazaron los unos a los otros, y rezaron con gran ímpetu por su supervivencia, en el nombre de los Dioses Aztecas muertos.

Unos momentos después no hubo más turbulencias, y los Manahui escucharon la nave aterrizar en tierra firme. Se separaron los unos de los otros, y el polarizante de la cabina volvió a su transparencia, revelándole al grupo la imponente figura del castillo en el extremo superior de la montaña de la isla, observándolos fijamente como un hambriento oso.

Pueden bajar ya. Es seguro —dijo la voz de la IA de la nave.

Minutos después, el grupo azteca se encontraba descendiendo por la rampa de la nave espacial. La tormenta azotaba la isla con vientos huracanados acompañados por la llovizna, y los Manahui tuvieron que refugiarse bajo el techo y las palancas gruesas de la rampa para no ser jalados por el viento. 

—¡SEGURO MI TRASERO! —maldijo Yaocihuatl, cubriendo su rostro con una mano— ¡¿QUE CARAJOS ES ESTRO?!

—¡¿NO PUDIERON HACER QUE LA NAVE ATERRIZARA EN EL CASTILLO?! —chilló Zaniyah, abrazándose a Yaocihuatl y esta sosteniéndola con un abrazo de oso.

—¡¿Cómo pretende Quetzal que pasemos por esta tormenta?! —gruñó Zinac, cubriéndose con un brazo.

—¡No! —los refutó Tecualli, y al instante invocó y agitó su garrote mágico. El esmeralda de su arma se esparció por el aire, y el hechizo que realizó el nahual brujo se transformó en burbujas telequinéticas. Tecualli entonces dio un paso hacia el frente y, al no sentir ninguna fuerza del viento que lo empujara, extendió los brazos y se volvió hacia su grupo— ¡Esto es lo que Quetzalcóatl quiere! ¡Ponernos a prueba! 

—No pues, ¡QUE CONVENIENTE! ¡¿NO, TECUALLI?! —maldijo Xoloptili, y se jaló los vellos de su cabeza mientras emitía un gruñido de mapache. 

—No... Tecualli tiene razón —Tepatiliztli esbozó una mueca decidida ,invocó su lanza con filo púrpura y caminó fuera de la cobertura de la astronave. La cúpula telequinética absorbió la fuerza jaladora del viento, y la médica azteca apenas sintió tambaleos mientras caminó hasta ponerse al lado de Tecualli— Si queremos demostrarle a Quetzal que podemos afrontar los nuevos desafío, ¡tenemos que superar esta prueba! 

—Y así será —Uitstli dio grandes zancadas y se expuso a la tormenta. Su caminata decidida inspiró al resto de los Manahui, estos últimos esbozando muecas perplejas mientras veían a Uitstli ponerse frente a Tecualli y Tepatiliztli, darse la vuelta y encararlos con una mirada varonil y llena de coraje.  


╔═════════ °• ♔ •° ═════════╗

𝓔 𝓝 𝓓 𝓘 𝓝 𝓖 

https://youtu.be/boJTHa_8ApM

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro