Ilhuitl Onaqui Cuauhtli Ahmo In in (Ajach 2)
LLEGARÁ EL DÍA EN QUE NO LO ESTÉS (PARTE 2)
https://youtu.be/oc65Wo5w6sU
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Camino Real hacia el Reino Maya, Oxlahuntikú.
Cincuenta años atrás.
Templo Mayor abandonado.
Las gotas del lavamanos eran el único ruido presente en la diminuta estancia rectangular que Yaocihuatl felizmente había vivido por tres años consecutivos.
Estaba vacía, y siempre había sido así desde que llegó a este lugar alejado de la mano de los dioses. No había muebles como sofás o divanes; solo había unas pocas butacas, alfombras bermellones y algún que otro altar donde habitaba el ídolo de una deidad azteca difunta en la Guerra Civil. Una guerra que el Príncipe de las Flores se negaba a contar por lo incomodo que le resultaba.
La modestia del Príncipe de las Flores no era algo a lo que Yaocihuatl se atuvo nada más llegó. No se le podía llamar modestia, incluso, por como vivía entre los escombros cuando llegó la primera vez. No era con propósitos estéticos el no haber amueblado; sencillamente el dios azteca le había perdido la gracia en decorar el único hogar que le quedaba y, según a sus palabras, preferiría no malgastar sus energías en algo que no valía la pena ya. Es por eso que tampoco había iluminación, ni sistemas de acueductos, ni plantaciones... nada. El príncipe había estado viviendo en una morgue arquitectónica durante décadas, y nunca tomó en consideración ni su propio cuidado personal.
Pero eso cambió con la llegada de Yaocihuatl a su vida.
El Templo Mayor cobró vida gracias a su mano y su empeño en la decoración. En cuestión de meses, los escombros fueron reemplazados por bellas alfombras y butacas que ella misma creó confeccionándolo y puliéndolo de la madera y las hojas. Labró también la piedra con su lanza de plasma ,de tal forma que creó ventanas improvisadas por la cual los rayos luminiscentes del sol o de la luna pudieran filtrarse e iluminar la estancia. Y así, en poco menos de unos seis meses, el Templo Mayor volvía a ser placenteramente habitable.
Lo único que no pudo arreglar del todo eran los acueductos que traían agua potable a templo. De cuando el cuando el problema del grifo persistía, y el sonido de la gotera replicando una y ora vez en la silenciosa estancia rectangular la mellaba en sus sesiones de meditación. Había barajado la posibilidad en destruir por completo los acueductos, y basar el agua potable en la irrigación de las plantaciones del exterior, pero el Príncipe de las Flores se lo negó.
—Si no puedes controlar tus impulsos airosos con una simple gotera, no esperes que puedas salir de los embates de la frustración por más que te enseñe mis métodos —había argumentado, y a oídos racionales de Yaocihuatl, esto había sonado muy lógico.
Durante tres años ella había convivido con una deidad azteca que fue olvida por los anales de la historia divina. Su nombre ya no figuraba en las crónicas; ni siquiera se le hacía mención en la Guerra Civil, a pesar de haber él tenido una participación media en la guerra en el bando de Cihuacóatl. No obstante, en tres años ella a duras penas conoció nada de la vida del príncipe; no sabía que tipo de participación tuvo o que lo llevó a estar donde estaba ahora. Él se limitaba a enseñarle toda su sapiencia, y estaba obsesionado a que todo se rigiera por esas clases, como un monje que pasa sus conocimientos a un neófito en el fragor del miedo de ser olvidado para siempre.
El incesante clamor de la gotera persistió, pero Yaocihuatl hizo el esfuerzo de ignorarla. Aunque de vez en cuando, en sus sesiones de meditación, veía como el sonido goteante molestaba sutilmente al Príncipe de las Flores, haciendo que las sienes de este se le hincharan intravenosamente. Ella no lo conocía más allá como un maestro; se había imaginado que su relación podía profundizarse, y hacerse más fuerte en un vínculo con el cual poder potenciar su salida de este pozo de nihilismo. No obstante, no sabía cómo, pero tenía la sensación de que él también estaba en este pozo junto a ella.
La felicidad los perseguía, pero ellos eran más rápidos. Y mientras que el Príncipe de las Flores pensaba que estaba arreglando a Yaocihuatl, esta última estaba más preocupada en la salud mental de la deidad antes que en la suya propia. Se le notaba en su mirada perdida y constante, en sus gélidas y cortantes respuestas, y en como se negaba a contarle sobre la Guerra Civil. Esto supuso fuertes golpes emocionales a Yaocihuatl, quien muchas veces sentía la urgencia de querer ayudarlo, pero no sabía como.
Sin embargo, una medianoche que estaba arreglando los benditos tubos interconectados de las cañerías exteriores, oyó unos sollozos provenir de las afueras del Templo Mayor. Yaocihuatl salió al patio trasero condecorado con jardines y cultivos, y a lo lejos alcanzó a vislumbrar la silueta del Príncipe de las Flores rendida en el suelo, sollozando de forma incontrolable hacia el ídolo de bronce del Dios del Quinto Sol, Tonatiuh. Cuando Yaocihuatl fue hacia él para preguntarle que sucedía, el príncipe la regañó y le dijo que lo dejara solo. La deidad se retiró, dejándola a ella sola en el patio. Fue allí que empezó a intuir el motivo del cómo y por qué estaba encerrado en este pozo con ella... pero no estaba segura de poder confrontarlo al respecto.
Las rutinas de meditación persistieron, pero ya no sentía la misma fascinación e inspiración como en las primeras veces. Con tantos secretos que el Principe de las Flores se guardaba, Yaocihuatl, en su infinita curiosidad, no podía simplemente dejarlas pasar. Sabía que aquella deidad azteca ocultaba muchas cosas de sí mismo, y era por culpa de eso que se negaba a madurar emocionalmente justo como ella lo hacía gracias a él. Por mucho tiempo Yaocihuatl se sintió agradecida hacia los dioses, pero ahora sentía que esta vez... ella podía ayudar a uno.
—Oh, príncipe —exclamó Yaocihuatl, sentada con las piernas cruzadas sobre una alfombra. Frente a ella, encima de un altar escalonado, se encontraba el agraciado dios azteca sentado de la misma forma y con los ojos cerrados—, perdóneme si interrumpo nuestra sesión, pero... no puedo evitarlo. Una... pequeña molestia, se me presenta en mi mente...
Las velas que rodeaban a la sosegada deidad se inclinaron hacia atrás, movidas por los vientos que se filtraron por las celosías. Los ojos cerrados se turbaron un poco, mostrando su leve molestia.
—Toda molestia hacia tu persona debe ser removida... —empezó a decir, su voz sonando más femenina que masculina. Su aspecto (piel morena tatuada de blanco y maquillaje bien cuidado) era igual de andrógino.
—Como el maíz viejo que intoxica los cultivos, así es —lo interrumpió Yaocihuatl con solemnidad—. Pero no son pensamientos negativos hacia mí persona. Estoy es... preocupada, por usted.
Las velas volvieron a ser perturbadas por los vientos nocturnos. El príncipe alzó una ceja incluso con los ojos cerrados.
—¿Por qué ibas a preocuparte por lo que me sucede a mí?
—Has hecho mucho por mí. Estoy agradecida, y no creo poder recompensártelo nunca. Pero... —Yaocihuatl se masajeó las manos. Tragó saliva— quiero intentarlo. Te muestras ante mí como una deidad de noble espíritu intachable, pero no puedo evitar sentir... que estás en un lugar similar al mío.
—Yo no tengo problemas —admitió el príncipe con gran sagacidad.
—L-lo sé. Lo entiendo... —Yaocihuatl alzó un tímido brazo y apretó el puño— P-pero... no creo que esté mal si... si hacemos análisis, ¿no crees? Porque quiero conocerte, oh, príncipe. No quiero... que mueras en el olvido, y que lo único que sepa de ti sean tus enseñanzas pero no tu persona.
"Olvido". Esa fue la palabra clave que caló en lo más profundo del afligido corazón de la deidad. Yaocihuatl lo notó al ver como la expresión del príncipe cambiaba sutilmente; frunció el ceño, torció los temblorosos labios hacia los lados, y resopló para ocultar sus sollozos. De un chasquido interno la deidad tranquilizó su breve ataque de pánico, retornando a su expresión taimada. El último soplido de vientos rezongó en la habitación, perturbando por última vez las velas.
El sonido de la gotera ya no hacía mella en la atención de Yaocihuatl. La mujer, ahora envuelta en un halo de concentración hacia la deidad, observó como el príncipe abría sus ojos, revelando sus irises grises de la ceguera en una expresión melancólica pero a la vez dispuesta a cooperar en este ayuno de subsidio que ambos se estaban dando mutuamente. El príncipe comenzó a hablar, su voz resonando con una tristeza tintineante:
—Muy bien, Yaocihuatl...
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Tamoanchan. Presente.
Trece días para el Torneo del Ragnarök.
<<Xochiquétzal nos hizo creer que era leal a mí y a Cihuacóatl... y su traición supuso el fin de Aztlán Cihuatlampa>> Estas eran las palabras que más hacían eco en la alterada cabeza de una agitada Yaocihuatl, que combatía ferozmente a una divertida Diosa del Deseo que a duras penas ponía esfuerzo en bloquear y esquivar sus incontrolables ataques.
Yaocihuatl blandía su lanza de plasma con tal agilidad y velocidad que el plasma de sus hojas se convertía en mordaces borrones que cortaban inmensas secciones de paredes. Varias secciones de pabellones y salas de estar se vinieron abajo, quedando enterradas en montañas de escombros por culpa de los despiadados e incesantes ataques de Yaocihuatl, hasta el punto que el plasma verde liberaba mortales ráfagas que se extendían por largos rangos del interior del árbol, causando más caídas de escombros irreparable.
—¡¡¡YAOCIHUATL!!! —bramó Uitstli al verla abalanzarse hacia Xochiquétzal y desaparecer junto con ella al fondo de un pasillo. El Jaguar Negro no reparó en la peligrosa presencia que se abalanzó hacia él. Alzó su sus dos espadas escarlatas a la altura de su cabeza, consiguiendo bloquear a duras penas el peligroso espadazo de Tepeyollotl. Los pies de Uitstli rasgaron todo el suelo, abriendo dos surcos de veinticinco metros de largo hasta que se detuvo justo cerca del umbral de la entrada.
—¡Uitstli! —gritó Eurineftos, extendiendo su brazo-cañón hacia el Dios Jaguar. Pero antes de poder dar el disparo, fue sorprendido por una avalancha de escombros que cayó sobre su cuerpo. El Metallion se cubrió con sus brazos, y se llevó la terrible sorpresa de ver la gigantesca sombra el ave prehistórica de Xochiquétzal, impulsarse hacia él y enterrar sus zarpas en sus hombros. Las garras atravesaron sus duros metales, haciendo que Eurineftos gruñera del dolor. El Quetzalcoatlus bramó un graznido estridente, batió sus alas, ascendió y salió por el agujero del techo que creó con un disparó de su rayo divino.
Zinac se protegió de la lluvia de escombros desprendiendo sus alas de su espalda. Vio con gran espanto como el gigantesco pterosaurio se llevaba a Eurineftos hacia los cielos, volando a una velocidad vertiginosa. Bajó la mirada y observó hacia el umbral de la sala, donde Uitstli y Tepeyollotl se batían a duelo con salvajes espadazos que destruían las paredes y los techos, generando oleadas de cascajos que bloquearon todos los pasillos. Desvió la mirada hacia el lejano pasillo, alcanzando a vislumbrar a Yaocihuatl tratando de propinarle una estocada a Xochiquétzal, esta última bloqueando y esquivando con gran irrespeto sus ataques, como si no fueran nada para ella. ¡¿Dónde demonios estaban Xolopitli y Tepatiliztli?!
<<En el nombre de todos los dioses aztecas...>> Maldijo Zinac en su mente, chirriando los dientes y arrojando una última mirada desesperada hacia Yaocihuatl y, al final, impulsándose en dirección hacia el umbral y trepar las montañas de escombros a una rapaz velocidad, decidiéndose ir a ayudar a su mejor amigo. <<¡Más vale que no te dejes consumir por esa locura, YAOCIHUATL!>>
Dentro de una sala de comedor, las paredes y el suelo de estas eran cortadas en cientos de surcos de distintos tamaños. El borrón de luz verde de la lanza de Yaocihuatl no paraba de moverse alrededor de su cuerpo, blandiéndose con furia y desespero contra Xochiquétzal, esta última esquivando todos sus ataques con una socarrona sonrisa en su rostro. Los ojos de Yaocihuatl estaban ensanchados, la expresión de furia deferente; atacaba de forma automática, sus movimientos repitiéndose una y otra vez hasta el punto en que la diosa se aprendió en un santiamén sus patrones... y contraatacó.
—¡¿Hace cuánto tiempo que no manejabas tu arma, Miquini?! —exclamó la diosa, propinándole un duro golpe en el rostro con el mango de su Macuahuitl. Sangre salpicó el aire. Yaocihuatl detuvo sus ataque y, entre gruñidos, bajó los brazos y vio sus palmas manchadas por su nariz rota— ¡Que pena ajena das, moviéndote como una espada OXIDADA!
Yaocihuatl ensanchó los ojos, viendo el espadón dorado de su enemiga a punto de aplastarle al cara. Dio una ágil voltereta hacia atrás, y retrocedió dando saltos en retroceso. Oyó un estruendo cristalino, llevándose un susto de muerte al ver un rastro de púas doradas abalanzarse hacia ella. Yaocihuatl arrojó su lanza hacia el techo, cortando varias secciones de estas que cayeron en enormes escombros. La mujer guerrera dio un salto, justo antes de que las púas doradas lo alcanzaran, y comenzó a ascender de salto en salto por los escombros hasta el techo, viendo en el proceso como toda la sala era enterrada en escombros...
Y como Xochiquétzal salía disparada a toda velocidad por el aire hacia ella con una sádica sonrisa dentada.
Aplastó su palma en su rostro, y se la llevó por los aires hasta alcanzar los tres kilómetros de altura. Yaocihuatl sintió como los pulmones se le encogieron por la falta de aire; estaba siendo asfixiada por el agarre de Xochiquétzal. La mujer guerrera golpeó múltiples veces a la diosa en su rostro, en su quijada y en su estómago con puñetazos y rodillazos, pero Xochiquétzal no se inmutó a ellos. Yaocihuatl interpuso su lanza entre ambas, y el plasma del arma generó una explosión que las separó.
En el aire, ella dejó escapar un grito belicoso y arremetió a la diosa con un amplio lanzazo. Xochiquétzal chasqueó los dientes de la decepción. Alzó su mano y atrapó, con la mano desnuda, el plasma de la lanza, deteniéndolo. Una expresión de sorpresa y pavor se plasmó en el semblante de Yaocihuatl. El calor del plasma de su lanza era equivalente al de la lava, capaz de atravesar hasta acero inoxidable como si fuera hija... pero apenas y generaba moretones inofensivos en la mano desnuda de su enemiga.
—¡¿Cómo?! —maldijo Yaocihuatl bajo su máscara. Intentó mover la lanza, pero el agarre de Xochiquétzal era más indómito.
—¿Debería de sorprenderte? —cuchicheó Xochiquétzal, sonriente, ladeando la cabeza— Puede que esta lanzita tuya le cortara los órganos al Duque Aamón. Pero yo estoy legiones más arriba que ese sucio demonio —su brazo se convirtió en un borrón, propinándole un puñetazo en el estómago que le sacó todo el aire. Seguido de ello la fulminó con una andanada de puñetazos en todo su pecho y rostro, quebrándole en el proceso su máscara, y por último la agarró de nuevo de la cara. inclinó su cuerpo hacia delante, como un ave a punto de batir las alas— ¡LAS ARMAS CONVENCIONALES JAMÁS DAÑARÁN A UNA DIOSA COMO YO, MIQUINIIIIIIIIIII!
La capa azul de Xochiquétzal resplandeció en un celeste neón cegador. Se transformó en dos gigantescas alas emplumadas, y de un batir de alas impulsó a la diosa y a la mortal hacia la superficie de Tamoanchan. En menos de cinco segundos recorrieron más de tres kilómetros de altura e impactaron una avenida de la ciudad. Cual cometa destructor, ambas mujeres derraparon por toda la autopista, recorriéndolo con gran salvajismo, generando murallas de polvo de varios metros de altura, y destruyendo cientos de altos edificas a su paso. Xochiquétzal sonrió de la satisfacción de ver la cabeza de su enemiga enterrada bajo el asfalto y aplastado por su mano. Ya la daba por muerta por como no respondía...
Hasta que, de pronto, recibió un brusco empujón de una de las piernas de Yaocihuatl. La diosa salió despedida por los aires, chocando en el proceso con el techo de varias casas y algunos mirantes. Yaocihuatl, por su pare, empleó su flexible cuerpo para salir de la hendidura con un golpeteo de sus codos al piso, haciendo que diera un salto y una voltereta en el aire. Al mismo tiempo, en el cielo, Xochiquétzal impactaba contra la ladera de una pirámide lisa, y quedó enterrada dentro de la piedra maciza. Yaocihuatl enterró sus tacones en el suelo y se fue deteniendo. Tropezó con un escombro, y la mujer guerrera cayó con estrepito al suelo, su lanza zafándose de sus dedos.
Yaocihuatl tambaleó, sintiendo mareos en su cabeza. Se palpó la nuca, y sintió al sangre fresca manchando su cabello y su cuello. Ignoró el dolor sacudiendo la cabeza y concentrando su mirada en su lanza tirada a lo lejos. Cerró el puño, y la lanza desapareció en escarcha, para después reaparecer en la palma de su mano. Se escucharon múltiples explosiones y desmorones de escombros en las fachadas de las casas alrededor de la rotonda. Yaocihuatl blandió su lanza de plasma, poniéndose en pose de combate al ver a varios Centzones Sacrodermos emerger de las murallas de polvo. Un tumbo de miedo hizo que su corazón respingara, pero el verdadero peligro que le propinó un mortal susto... vino de la pirámide.
Una potente explosión lumínica arrasó con la pirámide de más de trescientos metros de altura. Yaocihuatl fue cegada y obligada a cubrirse con una mano. Los Sacrodermos, por su lado, fueron aturdidos por la imponente explosión de luz que volvió la pirámide en una catarata de escombros que cayeron a sotavento, descendiendo hasta los barrios más bajos y sepultando todas las casas en un océano de piedra. Los Centzones fueron también cegados, y sus hueso fueron lentamente molidos por la luz divina. Cuando el resplandor cesó, y Yaocihuatl bajó el brazo, se llevó la pavorosa sorpresa de ver a todos los Sacrodermos tirados en el suelo, sus esqueletos negros derretidos, fusionados con el pavimento.
Alzó la mirada, y se topó con la pirámide partida por la mitad. En la cima del gigantesco boquete se erguía una imponente y voluptuosa figura femenina, el espadón sobrevolando por encima de su cabeza, el fuego divino y anaranjado chisporroteando alrededor de ella, confiriéndole un aura de peligrosidad inimaginable. Y bajo todas las sombras del fuego, Yaocihuatl alcanzó a vislumbrar una expresión demoniaca en la diosa.
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Dentro de uno de los pocos pabellones supervivientes del árbol de Tamoanchan, Xolopitli veía, con la mirada desesperada, como Tepatiliztli manejaba las improvisadas herramientas quirúrgicas hechas de madera para poder curar la gigantesca herida que abría el pecho de Tecualli.
Pero a pesar de la maestría con la cual Tepatiliztli lograba cerrar la herida, esta inmediatamente volvía a hacer mella los puntos y se abría. Xolopitli emitía quejidos sollozantes cada vez que veía la panza de Tecualli abrirse de par en par. La sangre manaba por todo el suelo, creando un charco que manchó las rodillas de la médica azteca. Gotas de sangre caían de la piel felpuda del moribundo nahual brujo, generando ecos al caer en el charco escarlata. Al lado de él, a unos cinco metros, se encontraba la inconsciente Zaniyah; aunque tenía los ojos cerrados, Xolopitli sentía, por instinto, que la hija de Uitstli también estaba despedazada por verlo sufrir tan dolorosa herida.
Tepatiliztli consiguió cerrar el estómago de Tecualli por quinta vez. Alejó lentamente las manos, los ojos fijos en los puntos cicatrizados. Se veían estirados y brillantes, enrojecidos... Y de repente los puntos salieron volando, y el vientre del nahual brujo volvió a abrirse de par en par, salpicando de sangre a Tepatiliztli y a Xolopitli en sus rostros. La primera respingó, mientas qu el segundo apretó los puños y chirrió los colmillos.
—¡No, no, NO! —maldijo el Mapache Pistolero. Se acercó a Tepatiliztli y la agarró de un hombro— ¡Hazlo de nuevo!
—¡Es inutil, Xolopitli! —replicó la médica, limpiándose la sangre del rostro con una tela de su uniforme. Se quedó viendo el cuerpo, y su semblante cambió a uno trágico— Es... inútil. No importa cuantas veces lo intente, la herida se vuelve a abrir.
—Tienes que seguir intentándolo —bramó Xolopitli, colocándose frente a ella. La agarró del rostro con ambas manos— Por favor... Inténtalo. No podemos dejarlo así. No...
Pero Tepatiliztli negó con la cabeza, los ojos llorosos. Xolopitli sintió como el corazón se le caía a pedazos.
—Esta no es una herida como la que le hizo Aamón o Nahualopitli... —farfulló. El Mapache Pistolero retrocedió tres pasos, el semblante catatónico— Esta herida es una maldición... causada por una Deidad Suprema... —Tepatiliztli apretó un puño, y se mordió tan fuerte el labio inferior que se abrió una herida, y un hilillo de sangre corrió por su mentón— Mis medicinas convencionales no pueden hacer nada por él...
El Mapache Pistolero se quedó paralizado, la mirada temblorosa perdiendo de vez en cuando la claridad al no saber si mirar a Tepatiliztli, a Tecualli o a Zaniyah. Sentía como el mundo en el que tanto había puesto esmero en todos estos años en crear y en reconstruir se desmoronaba una vez más, y que esta vez iba a ser irreparable el daño. Apretó los puños, con tanta fuerza que sus garras hirieron sus palmas. La sangre cayó de sus nudillos, y Xolopitli liberó toda su frustración y su tristeza en un singular grito dirigido al moribundo Tecualli:
—¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!
El grito del único nahual convertido del grupo reverberó en todo el Tamoanchan. Solitario, devastado, no podía hacer nada más que abrazar la desesperación que ahora hacía mella en su cordura. Perdió a su segundo mejor amigo, y ahora perdía a quien fue su amigo de toda la vida... por segunda vez. Y esta vez iba a ser definitivo. No lo volvería a ver en otra vida. No habría otra vida más que la insufrible realidad del presente. Era horrible, era incalculablemente horrible. Xolopitli siguió gritando y gritando de la desolación, hasta que el aire expiró, y todo lo que pudo emitir fueron toses intensos que lo hicieron caer de rodillas.
Acallado, el silencio reinó en la estancia, siendo interrumpido por los lejanos clamores de la batalla. Tepatiliztli se limpió la sangre de los labios. Xolopitli rasgó el suelo con sus garras. Ninguno dijo nada...
Excepto una chillante y endeble voz. La del nahual brujo:
—X... Xolo... Xolo...
Los ojos de Xolopitli se ensancharon, las lágrimas volando de sus parpados. Rápidamente corrió hacia él y cayó de rodillas a su lado. Tepatiliztli tenía una expresión de igual sorpresa al ver como, dentro del vientre abierto de Tecualli, sus órganos se movían por sí solos gracias a su magia telequinética, reorganizándose y tratando en vano de reparar los vasos y las venas que ella con tanto esmero no pudo hacer. Se le hizo trizas los corazones al ver como Tecualli, incluso con su magia, tampoco podía combatir la herida divina.
—¿Tecualli? —farfulló Xolopitli, los ojos ensanchados al ver el interior del estómago de Tecualli. Alzó la vista, y vio una expresión de rabia indolora en su compañero— ¿C-cómo...?
—Debe de quedarle un par de minutos de vida con este método... —indicó Tepatiliztli, las manos temblorosas, indecisa si intentar o no volver a reparar sus órganos.
—Xolo... —masculló Tecualli, sus grandes ojos fijos en los del nahual mapache.
—A-aquí estoy, Tecualli. Aquí estoy —Xolopitli tomó una de las manos de su moribundo amigo y se aferró a ella.
—Xolo... —los dientes de Tecualli estaban manchados de sangre. Hacía lo posible por no regurgitar, la garganta ahogándose en su sangre— Tú... ¿r-recuerdas lo que... dijimos... cuando... llegamos a este mundo?
La pregunta pasó volando por encima de su cabeza. Xolopitli tenía su desconcertada atención en su pulso, en sus órganos trepidando dentro suyo y en el incontrolable desangre que aumentaba el tamaño del charco escarlata.
—Dijimos... que venceríamos este m-mundo... juntos. Que tú y yo... nos... s-sobrepondríamos a él... como lo hicimos en el pasado con el nuestro... —Tecualli sonrió, hilillos de sangre cayendo por sus dos anchas mejillas— Y lo hicimos. Su... superamos... muchos desafíos que este... m-mundo... nos impuso. P-pero... —sus ojos se cristalizaron por las lágrimas. El color verdoso que envolvía sus dañados órganos tiritó— ah... este mundo... el de los dioses... es tan cruel... M-más que el de los demonios. Yo no pude... vencerlo... P-pero se que tú... lo harás.
—No, no, Tecualli, no digas eso —balbuceó Xolopitli, los brazos temblorosos y las manos aferrándose con más fuerza a la de Tecualli—. Te vamos a s-sacar de aquí. T-te llevaremos con Te... T-Tesla. La medicina de él te curara...
—¿No oíste... lo que dijo? —Tecualli señaló a la médica azteca con la mirada— Esta herida es... incurable. Una maldición... de una suprema... A no ser que sea... Asclepio... yo... v-voy a morir.
—¡No digas eso! ¡NO DIGAS ESO, CARAJO!
Se oyó un repentino crujido de huesos. Tecualli emitió un desgarrador chillidos que hizo llorar desconsoladamente a Tepatiliztli. El semblante de Xolopitli se desoló aún más, el trauma dibujándose con más claridad en sus ojos. No podía soportar ver a su amigo sufrir. Pero, ¿qué podía hacer él? Las alternativas se acabaron. Ya no había salida.
—Tú vas a... vencer este mundo... Xolopitli —masculló Tecualli, apretando los dientes en su intento por soportar el infernal dolor— Tú, Uitstli... y el resto. Ustedes lo vencerán... y-yo lo sé —con sus últimas fuerzas reafirmó el agarre a las manos de Xolopitli, sorprendiendo a este último—. Tú eres inteligente, l-lleno de coraje... y de una valentía... como no conocí en n-ningún otro, Xolo... Por favor... sobrevive a este m-mundo. S-sobrevive... al Ragnarök...
—No... —Xolopitli aún estaba en la labor de procesar este chocante momento que no paraba de afectar su corazón— Tecualli... no...
El color telequinético que mantenía unido los órganos ya estaba a punto de apagarse. Lo mismo que la vida de Tecualli de sus ojos, estos volviéndose más y más grises.
—T-terminen... mi vida... —masculló, mirando a Xolopitli y después a Tepatiliztli, esta última mirándolo a los ojos con sorpresa— Ya no soporto más... esto... Mátenme, y rápido.
Al principio, ninguno de los dos se mostraba dispuesto a llevar aquella pesada labor. Pero al cabo de unos segundos, Tepatiliztli desenfundó una aguja dorada de su cabello y se dirigió hacia Tecualli. Justo entonces reapareció Xolopitli en frente suyo, dándole la espalda a la médica azteca, y portando en sus manos a Orkisménos.
—No... —sollozó Xolopitli, las lágrimas cayendo de sus pómulos— Déjame hacer esto. Por favor. Déjame...
Tepatiliztl bajó la aguja y se apartó, respetando la decisión de Xolopitli. Se quedó tirada en el piso a cinco metros de él, cerca de Zaniyah, abrazando a esta última mientras observaba a Xolopitli levantar la espada-rifle a la altura de su hombro y apuntar el cañón a la cabeza de Tecualli. Aunque no vio su rostro, Tepatiliztli pudo sentir un cambio de tono en el aura de Xolopitli, pasando a ser una más determinada, a pesar de la aflicción.
Sin dejar de sollozar por dentro, el semblante de Xolopitli se transformó en una mueca decidida. Se llenó del coraje que Tecualli le exhortó a que abrazara. Por más espinas que esta tuviera, Xolopitli se aferró a ella lo más que pudo para poder apuntar a la frente de su amigo, mientras que ese último lo miraba a los ojos; sin decirlo verbalmente, Xolopitli pudo captar su mensaje. <<Hazlo>>.
El dedo se posicionó en el gatillo. Tecualli alzó la cabeza y la acercó al rifle, ayudándolo a que tuviera un tiro certero. Una última lágrima cayó por el ojo de Xolopitli, el rostro de este mezcla de determinación y dolor espiritual. Los temblores de sus manos desaparecieron, al igual que el de sus labios y el de su perturbada alma. Tecualli despidió un último quejido, la telequinesis se apagó, sus órganos internos se desparramaron unos sobre otros...
Y Xolopitli apretó el gatillo.
Tepatiliztli cerró los ojos antes del disparo y se aferró ala inconsciente Zaniyah, como una niña abrazándose a su peluche. La boquilla del cañón exhaló un hilillo de humo. El estruendo del disparo emitió un eco reverberante que desapareció a los pocos segundos. El flácido brazo de Tecualli cayó al suelo. Xolopitli bajó la espada-rifle, sosteniéndolo ahora con una mano. Tepatiliztli abrió los ojos, y lo primero que vio fue el semblante melancólico del nahual mapache.
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Calabozos de Omeyocán
Ahora, en completa soledad, Quetzalcóatl sentía como su templanza y su cordura se enmarañaban, desgarrados hasta los tuétanos por las incesantes imágenes del cadáver de Mixcóatl, su cabeza convertida en un esparrago de sesos molidos y sangre fresca.
Su propia cabeza estaba volviéndose también un desastre. Sumiéndose en los más profundos y retorcidos pensamientos, la psique del Dios Emplumado se retorció hasta el punto en que su realidad se fue distorsionando. Su mundo ha caído, y con ello sus creencias y templos de idiosincrasia fueron reemplazados por una inundación de ideas nocivas que mellaron su espíritu. Quetzalcóatl sentía como si le estuvieran comiendo el alma, y él, impotente, no podía hacer nada para luchar contra esos pensamientos nocivos.
<<Lo intenté...>> Pensó Quetzal, su larga melena desenmarañada y llena de suciedad pegada a su espalda. Se golpeó la nuca con la pared. Alzó la cabeza y miró al techo. Tenía los ojos rojos de tanto haber llorado por horas. <<Por favor, mamá, que sepas que lo intenté... Lo intenté... y fallé igual que tú>>
En el desglose mental, una idea se le coló como un gas tóxico: ¿y si el destino de su dinastía era la de fracasar por sobre la de Omecíhuatl? ¿La gracia divina de Ometeotl nunca estuvo de lado de ellos? ¿Su maldición es la de fracasar, no importa cuánto lo intentara? Ya no tenía a nadie en quien poder buscar consuelo. Estaba solo. Y esa soledad era incluso más vasta que la que tuvo en quinientos años de encierro total.
Se oyó un sorpresivo estruendo metálico. No se molestó en alzar la cabeza para ver que la compuerta de su celda se deslizaba, dejando al descubierto un negro umbral por el cual se asomaba una silueta ignominiosa. Pisadas rezongaron en el rellano, haciendo retemblar las paredes y el techo. Quetzalcóatl siguió sin alzar la vista, mucho menos al sentir la presencia del intruso en frente suyo. Entre el pavor y la osadía, el Dios Emplumado se mantuvo en su posición fetal.
Unas ropas cayeron sobre su cabeza, seguido por un objeto metálico que resonó al chocar con el suelo. Quetzalcóatl frunció el ceño, y esta vez sí levantó la cabeza, con lentitud. Observó las ropas que cayeron a su lado: unos vaqueros negros, un cinturón, par de botas altas, su dije con forma de escudo, fundas blancas en las cuales se ocultaban dos pistolas negras de mecanismo de palanca y una chaqueta negra con rayas grises y solapa verde. Se quedó viendo la muda de ropa, genuinamente confuso, y en especial al ver el Panquezaliztli de Mixcóatl sobre la chaqueta. Reparó en la musculosa sombra que se cernía sobre él. Alzó la cabeza, y cruzó miradas con el rostro ensombrecido de Huitzilopochtli.
—¿Huitzi...? —farfulló Quetzal, restregándose los ojos sin dar crédito a lo que veía.
—Vístete —gruñó el Dios de la Guerra, cortante y seco. Se dirigió hasta la compuerta, asomó la vista ara verificar que no hubiera nadie en el pasillo, y lo cerró—. Utiliza el amuleto de Mixcóatl para romper la maldición que te puso Omecíhuatl.
Sin sumirse en los titubeos, Quetzalcóatl agarró primero el Panquezaliztli. Siendo un objeto que solo puede ser usado por un ser de naturaleza divina, el amuleto resplandeció de color dorado, siendo activado por su tacto incluso sin sentir su energía divina. El Dios emplumado se golpeó el pecho con el puño, y sintió como todos los poros de su cuerpo se abrían al unísono, dejando escapar su aura blanquecina y restallante que envolvió todo su cuerpo. El vigor energizante lo despertó, estimulando su mente en el milagro que estaba experimentando.
—¿Qué significa esto, Huitzilopochtli? —inquirió Quetzal al tiempo que se ponía los pantalones.
—¿Qué más crees que es esto, Quetzal? —bramó el Dios de la Guerra, asomando una última vez su mirada por la ranura de la puerta— Te ayudo a salir del palacio para que vuelvas a las Regiones.
—Omecíhuatl te castigara por esto —advirtió el Dios Emplumado mientras se ponía le cinturón y las fundas de las pistolas de palanca.
—No lo hará. Ella me necesita para el Torneo del Ragnarök.
—¿Y tú crees que con un torneo todo el problemón con ella se resolverá? ¿En especial el que vas a tener tú después de esto?
Huitzilopochtli se dio la vuelta y se lo quedo viendo fijamente. Se dirigió hacia él, y justo cuando Quetzal terminó de ponerse la chaqueta, lo tomó de los hombros.
—Tú no te preocupes por mí —dijo—. Tú solo concéntrate en salir de aquí. No mires atrás.
El Dios de la Guerra se dio la vuelta, pero Quetzal lo agarró de la muñeca antes de dar un paso. Se volvió a verlo de nuevo.
—Huye conmigo —farfulló Quetzal, la expresión esperanzada—. Vamos juntos a las Regiones Autónomas.
Se hizo el silencio. Huitzilopochtli miró hacia abajo por unos instantes, sus ojos blancos se volvieron melancolicos. Negó con la cabeza. El Dios Emplumado frunció el ceño.
—¿Por qué?
—Porque tengo asuntos que atender en el Torneo del Ragnarök.
—¡Tú no tienes ningún asunto que resolverle a Omecíhuatl en la arena!
—¡No pelearé por ella, Quetzal! —Huitzilopochtli removió su mano del agarre del Dios Emplumado, sorprendiendo a este último por su brusca fuerza y apartándolo un paso— Pelearé por mí mismo.
El Dios de la Guerra fue hasta las compuertas y posó una mano sobre al asidero. Antes de remover la puerta, Quetzal se le apareció al lado y lo agarró de nuevo de la muñeca, deteniéndolo.
—Tu nunca has hecho las cosas por tu propia cuenta —lo recriminó. Huitzilopochtli arrugó la frente y apartó la mirada—. ¿Por qué lo haces ahora?
El Dios de la Guerra permaneció callado, apretando los labios. La mirada de Quetzal se tornó trágica.
—Tu has... asesinado a nuestros hermanos, por sus ordenes.
—Lo sé... ¡Lo sé, maldita seas! —maldijo Huitzilopochtli, botando salvia de la rabia interna.
—¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué...? —las clemencias de Quetzal por saber la respuesta sonaban ya a suplicas— Solo dime por qué ahora no haces lo mismo conmigo...
El cuerpo de Huitzilopochtli sufrió leves temblores, pero no se zafó del agarre de Quetzal esta vez. La deidad permaneció en silencio, sin mirar al Dios Emplumado.
—Porque... por... —los farfulleos de Huitzilopochtli denotaron el hercúleo peso que aplastaba su alma. Fue entonces que se dio la vuelta, miró a Quetzal a los ojos, y este último vio la misma tragedia que tenía él en su mirada— Porque tenía que proteger a mi hermana de Omecíhuatl. Y porque no quise cometer el mismo error de matar a otro dios en su nombre. Por eso te libero, y por eso es que... voy a pelear en el Torneo. Para proteger nuevamente a Malina.
La respuesta dejo mudo a Quetzalcóatl, quien por su propia voluntad le soltó la mano a Huitzilopochtli. Este último le dedicó una última sonrisa de despedida, abrió la compuerta y salió primero de la celda, desapareciendo en la penumbra el pasillo.
El Dios Emplumado se quedó petrificado en el umbral de la celda, viendo la figura de Huitzilopochtli desaparecer en la oscuridad del pasadizo. Las tragedias de pensamientos ulularon en su mente, pensando en lo que llevó a su medio hermano a cometer los actos que hizo por proteger a Malinaxochitl. Quetzalcóatl hizo a un lado esos pensamientos agitando la cabeza y chirriando los dientes.
<<Te veré en el Torneo del Ragnarök>> Pensó. Desenfundó sus dos pistolas de palanca y salió corriendo por el lado izquierdo del pasillo.
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|◁ II ▷|
Tamoanchan
Inmovilizados por las garras enterradas en sus hombros y por el constante movimiento aleteante del vuelo del ave prehistórica, Eurineftos no veía forma de poder zafarse de esas malditas zarpas.
Volaban a poca altura, cercando los altos minaretes de los templos y pirámides de la ciudad divina. El Quetzalcoatlus graznaba alocadamente, y sus estridentes chillidos neutralizaban de forma breve las bandas de sonido del Metallion, dejándolo inmóvil en todo el vuelo. Aquella gigantesca ave descendió el vuelo y, moviendo sus patas de atrás hacia delante, impactó con gran brutalidad a Eurineftos contra las torres, los rascacielos y estatuas de Tamoanchan, creando un camino de destrucción de escombros, edificios partidos en dos y estatuas demolidas. Los Sacrodermos que pululaban por los callejones repararon en la presencia del pteosaurio divino, y entre siseos se desplazaron por las paredes escalaron los techos y comenzaron a perseguirlos.
A pesar de que los choques contra los edificios no supusieron daño alguno, la molestia que le producía a Eurineftos el ser dominado por esta bestia alada le enervaba el espíritu. El Quetzalcoatlus graznó, y arrojó al Metallion contra las púas de la ladera de una pirámide. Eurineftos inclinó su cuerpo hacia delante y esquivó la púa. Apoyó los pies sobre la superficie de la pirámide, trotó sobre ella y dio un salto, ascendiendo una de sus piernas y propinándole una feroz patada en el cuello al ave prehistórica. Los propulsores de su peroné fulguraron, y de estos se liberó una poderosa onda expansiva que empujó al Quetzalcoatlus, haciendo que pierda el equilibrio de su vuelo y comenzara a caer.
Eurineftos se sostuvo de la púa y vio a su enemigo monstruoso caer estrepitosamente por la pirámide, impactando numerosas veces contra las escalinatas y las plataformas. Una avalancha de escombros se desmoronó junto con él, haciendo que todos los Sacrodermos que empezaban a escalar con voraz rapidez la pirámide fueran empujados por las piedras. Las heridas de sus hombros se repararon en un santiamén, y Eurineftos empleó los propulsores de sus piernas para impulsarse, romper la barrera del sonido y embestir con brutal fuerza al Quetzalcoatlus.
Robot y bestia se batieron en duelo mientras caían imparablemente por los más de trescientos metros de escalones de la pirámide. Eurineftos desenfundó su espada de plasma y, entre incontrolables giros y tumbos producto de la caída, apuñaló al ave prehistórica en su vientre. Esta última graznó, y en respuesta empujó a Eurineftos con un golpe de ala. El Metallion bajó de su vientre, y un grupo de Sacrodermos con formas arácnidas aprovecharon para abalanzársele y hostigarlo con una andanada de estocadas. Eurineftos se los sacó de encima con sendos espadazos, cortando sus cuerpos en dos para después volver a propulsarse supersónicamente contra el Quetzalcoatlus, agarrándolo de una de sus alas y empujándolo de forma bestial de regreso hacia el suelo, evitando que escapara.
Ambos contrincantes forcejearon brutalmente mientras chocaban repetidas veces contra palcos, torreones y murallas de los cimientos de las pirámides. Todos los Sacrodermos que venían a por Eurienftos fueron sucumbidos por la gigantesca avalancha de polvo y escombros, aplastados en montañas de cascajos que inundaron las plazas y las avenidas de varios kilómetros a la redonda. El Quetzalcoatlus y el Metallion derraparon por las escalinatas, destruyéndolas en el proceso, atravesaron con gran brutalidad la gruesa muralla y saltaron por encima del foso. Ambos se separaron en el aire, y Quetzalcoatlus aprovechó ese instante para fulminar a Eurineftos con un poderoso disparo láser de su pico. El Metallion previó el ataque, y se protegió con su escudo de plasma, absorbiendo este el impacto que lo mandó a volar contra una de las mansiones aledañas.
Los dos peleadores acabaron cayendo y destruyendo varias viviendas de la enorme plaza. El humo invadió todo el lugar, rellenando las espaciosas carreteras con sus ríos de escombros que, de vez en cuando, mostraba los cuerpos moribundos de varios Sacrodermos que intentaban salir de debajo de las piedras. Una montaña de escombros comenzó a deslizase de un lado a otro; de un imponente salto, Eurineftos emergió del río de escombros, sacando en el proceso los cuerpos deformados de varios Centzones que salieron volando por los aires.
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|◁ II ▷|
Al otro lado de la desolada plaza, Eurineftos vio las dos gigantescas alas del Quetzalcoatlus emerger del lago de escombros. Seguido de ello salió la larga cabeza de la bestia alada y, cual Kaiju que surgía de las profundidades de la Tierra Hueca, la bestia alada resurgió de las tumbas pedregosas y se detuvo, sus pequeños ojos dedicando una airada mirada contra el Metallion. Eurineftos hizo lo mismo, su franja roja refulgiendo con vehemencia. Espada y escudo de plasma aparecieron en sus antebrazos. Las alas de Quetzalcoatlus retemblaron, y su pico empezó a emitir brillos esmeraldas cegadores. Alrededor de él apareció un pelotón entero de Sacrodermos, todos germinando de debajo de las piedras como flores negras, cada uno desenfundando sus espada matadioses y desplegando sus alas de huesos negros.
La franja roja de Eurineftos tiritó hasta apagarse, como si se hubiese desactivado. Más bien fue alusión a cerrar los ojos, pues movió el brazo donde empuñaba su espada de plasma y la posó a la altura de su rostro. Cual hábil caballero que estaba a punto de dar todo de sí en el siguiente duelo a muerte, Eurineftos permaneció en aquella noble pose, y los Sacrodermos aprovecharon ese instante para abalanzarse a toda velocidad hacia él. El Quetzalcoatlus también aprovechó, y disparó a quemarropa a Eurineftos con su ráfaga rompe montañas.
<<Tal como derrote a Illuyanka, el celestial de los hititas...>> Pensó Eurineftos. Su percepción del mundo sin vista se ralentizó; sintió el trote de los Sacrodermos rodearlo, y el estridente silbido del láser a pocos metros de golpearlo. <<Esas memorias siguen reproduciéndose en mi mente, incluso después de miles de años. Mis siglos de experiencia siguen en mí, y los utilizaré... ¡PARA DERROTARTE!>>
Y entonces, de un certero golpe aplicando todas sus fuerzas, ¡Eurineftos desvió la ráfaga destructora hacia el cielo!
Aquel láser esmeralda surcó fugazmente los cielos hasta impactar contra la ladera de un monte de tres kilómetros. Impactó contra ella, y la explosión atómica que generó fue tan fulgurante que consumió por unos segundos a toda Tamoanchan con un fulgor tan poderoso como el sol. Los Sacrodermos quedaron brevemente aturdidos por aquella oleada lumínica, y Eurineftos aprovechó ese instante para abalanzarse hacia ellos con sus propulsores. Blandió con gran maestría su espada naranja, cortando el aire con veloces borrones que destrozaban a los Centzones. A su veloz pasó dejó un rastro de cadáveres que dejó anonadado al Quetzalcoatlus, este último retrocediendo varios pasos del miedo que sintió el ver al Metallion abalanzarse a toda velocidad hacia él.
El fulgor de la explosión lumínica se disipó, enseñando la montaña de tres kilómetros completamente destruida y convertida en una meseta. Eurineftos reprendió al Quetzalcoatlus con una estocada. La bestia alada lo esquivó apartando sus alas, y contraatacó con una embestida de las zarpas de sus aptas. Eurineftos lo esquivó con un danzarín giró, para después impulsarse con sus propulsores y arremeterlo con un espadazo. El ataque nunca llegó a cortar su piel, pues la hoja impactó contra el láser que Quetzalcoatlus disparó justo al momento.
La ráfaga rompe montañas empujó brutalmente a Eurineftos. El Metallion forcejeó contra el rayo atómico, aplicando todas sus fuerzas para neutralizar su empuje y evitar que lo impactara contra la pared de una casa. Gracias a la experiencia que adquirió con la bomba atómica de Tonacoyotl y al ataque por la espalda de su ráfaga, su adaptabilidad a este tipo de ataques se potenció, y Eurineftos logró desviar de nuevo el poderosísimo ataque, esta vez hacia el cielo.
Se propulso hacia el Quetzalcoatlus. A ojos de este, el robot apareció en un abrir y cerrar de ojos debajo suyo, su espada perforando su vientre de nuevo. Graznó con furia y gran dolor. El Quetzalcoatlus batió sus alas y se elevó hacia el firmamento, desplazándose a una vertiginosa velocidad contra los edificios más cercanos. Se inclinó hacia arriba y uso a Eurineftos (este colgando de su vientre con su espada) como un saco de boxeo con el cual atravesó aquellos rascacielos. Los edificios se desplomaron sobre sí mismos e inundaron más barios de Tamoanchan con extensas inundaciones de escombros. En su intento por sacárselo de encima, Quetzalcoatlus vio con gran horror como Eurineftos seguía sosteniéndose de él, negándose a desenterrar su espada y dejarlo ir.
El Metallion paralizó al ave prehistórica con un certero rodillazo en sus riñones, seguido por una potente patada en su cuello que despidió una onda expansiva y lo aturdió todavía más. Eurienftos se mantuvo a vuelo en el aire, y sus propulsores lo desplazaron en un fugaz zigzag alrededor del Quetzalcoatlus. Dos enormes borrones naranjas bifurcaron el aire, y de una explosión de sangre morbosa, las alas de la bestia alada se separaron de su cuerpo y cayeron flácidamente al suelo. Quetzalcoatlus chilló infernalmente, su grito reverberando en toda Tamoanchan, solo para después ser acallado por la espada de Eurineftos atravesando su garganta y sobresaliendo por su nuca.
—¡Ya he derrotado a aves divinas como tú en el pasado! —bramó Eurineftos con voz despiadada—. Y lo hice... —su otro brazo se convirtió en un cañón de riel, y la gravedad que este emitió mantuvo a flote el cuerpo de Quetzalcoatlus. El pecho del monstruo se hincó e hinchó, hasta que estalló en una lluvia de sangre que salpicó su cuerpo. El enorme corazón de Quetzalcoatlus cayó sobre su mano, y la bestia alada perdió la vida— Extirpándoles lo más valioso para ellos. Sus alas... y su corazón.
Retrajo la hoja de la garganta del cadáver, y Quetzalcoatlus, sin alas y sin vida, cayó a más de cien metros de altura hasta impactar en los adoquines de una plaza. En el aire, Eurineftos se quedó apreciando el corazón de más de tres metros de alto posicionado en la palma de su mano. Eurineftos dejó escapar un gruñido de molestia, y aplastó el corazón con su fuerza gravitacional, haciendo que implosione sobre sí mismo hasta convertirse en sangre que manchó toda su armadura.
Se volvió al escuchar un lejano estruendo explosivo. Uso los filtros de sus retrovisores, y alcanzó a ver, a más de cien kilómetros, el fragor de una intensa batalla entre Yaocihuatl y Tepatiliztli contra Xochiquétzal. Sus propulsores se inclinaron en dirección a la battlas , y Eurineftos salió disparado a toda velocidad hacia ellas.
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|◁ II ▷|
Uitstli y Zinac atacaban al unísono al Dios Jaguar y con todo lo que tenían, pero Tepeyollotl conseguía esquivar y bloquear sus ataques con una agilidad tan surreal que ambos guerreros aztecas no podían dar crédito a la forma en que se movía... tan innatural.
Tepeyollotl se desplazaba en zigzagueos brutalmente veloces, cambiando la aceleración dependiendo del tipo de ataque que le estaban arrojando. Por la gracia de la gravedad y el plasma púrpura que emanaba de su espada ancha, el Dios Jaguar se movía como si fuese arrastrado por fuerza etéreas que evitaban a toda costa que fuese impactado por la gigantesca hacha de Uitstli o arañado por las zarpas de las alas de Zinac.
La incredulidad y el pavor de ambos guerreros aztecas era todavía mayor sabiendo que ambos estaban empleando sus respectivas transformaciones a sus máximos poderes. Uitstli con el Jaguar Negro, y Zinac con su forma de Camazotz. No importaba cuántos ataques a distancia o cuantas embestidas intentaban propinarle, ¡Tepeyollotl los esquivaba y los bloqueaba todos y cada uno de ellos con su gravedad!
Tepeyollotl neutralizó el hachazo de Uitstli, y de seguido dio un salto con el cual esquivó la barrida del ala de Zinac. A este último lo fulminó con una patada directo en el hocico, y el gigantesco murciélago salió despedido por los aires hasta impactar un edificio. El Jaguar Negro aprovechó ese brevísimo instante para quitarle la espada de un golpe del mango de su hacha, y después arremeterlo con la hoja. Tepeyollotl se mantuvo con la expresión indiferente. Alzó un dedo... y el filo del hacha se detuvo a unos centímetros de cortarle la mano.
—¡¿Qué?! —bramó Uitstli. Intentó mover el hacha, pero no pudo... y al rato se dio cuenta que todo su cuerpo estaba paralizado, un círculo gravitacional de color púrpura debajo suyo aprisionándolo.
—¿Crees que si me quitas mi espada mis poderes desaparecerán? —gruño Tepeyollotl, la sonrisa dentada de oreja a oreja. Apretó un puño e inclinó su cuerpo hacia delante, propinándole un brutal puñetazo a Uitstli en la mejilla con su guantelete y mandándolo a volar por toda la carretera. La espada con incrustación de rubí fue atraída por la gravedad, y llegó hasta su palma. El Dios Jaguar la empuñó con ambas. Uitstli trató de moverse, pero la inmovilidad de la gravedad lo retenía en el suelo— ¡En este mundo solo puede haber... UN JAGUAR!
Tepeyollotl propinó un increíble salto que lo elevó a más de treinta metros de altura. Descendió a toda velocidad hacia Uitstli, este último cerrando los ojos al ver el fulgor de la punta de la espada a punto de atravesar su cuerpo... Pero, en vez de eso, oyó el poderosísimo choque del metal contra el metal. Sus oídos se ensordecieron, y oyó zumbidos por varios segundos hasta que sus tímpanos se esclarecieron. Uitstli entreabrió los ojos, y lo primero que vio fue una catarata de melena anaranjada cayendo sobre un vestido victoriano blanco con encajes azules.
—¡¿Randgriz?! —farfulló Uitstli entre dientes, aplicando más de su fuerza para liberarse del plasma púrpura gravitacional.
—¿Eh...? —Tepeyollotl frunció el ceño y puso cara extrañada— ¿Eres tú... una valquiria?
—No cualquier valquiria —masculló Randgriz, blandiendo su lanza Tepoztolli de izquierda a derecha y jalando la espada de Tepeyollotl en el proceso. El Dios Jaguar intentó contraatacar con un puñetazo, pero Randgriz atacó con más velocidad, propinándole dos cortes en ambas mejillas que lo aturdieron. Chocó el extremo inferior de la lanza al piso, generando una poderosísima onda y una explosión de luz que empujó brutalmente al Dios Jaguar por toda la carretera, obligándolo a enterrar su espada en el asfalto para detenerse. Randgriz esgrimió amaestradamente su lanza hasta quedarse en una pose de batalla de lancera— ¡Soy la Valquiria Real de mi Einhenjer!
Uitstli se liberó de las cadenas púrpuras al aplicar su mayor fuerza bruta, convirtiéndolas en escarcha. Se reincorporó de un acrobático salto, quedando de pie al lado de Randgriz. Valquiria y Einhenjer intercambiaron miradas de mutuo respeto... pero también de afecto.
Zinac apareció volando por los cielos en su forma Camazotz y cayendo al lado de ambos guerreros. Volvió a su forma humana y vio a lo lejos a Tepeyollotl permaneciendo en el suelo, caído, como si se hubiese quedado inconsciente.
—Parece que le diste una fuerte noqueada —admitió, mirando de reojo a Randgriz. Se rascó la barbilla—. Ahora sí estás demostrando tus dotes de semidiosa.
—Y tú estás demostrando respeto hacia mí en vez de mentarme la madre —profirió Randgriz, esbozando una inocente y descarada sonrisa.
—Sí,, eso también.
Uitstli se la quedó viendo con una ceja alzada, como un padre al escuchar un insulto venir de su hija. Zinac se desternilló.
—Pasó demasiado tiempo con nosotros —advirtió entre risas.
Las pullas entre ellos dos fueron interrumpidas, repentinamente, por un grito:
—¡¡¡JODIDOS... MIQUINIIIIIIIIIIIIIIIIIISSSSSSSSSS!!!
El poderoso y divino chillido del Dios Jaguar los puso en alerta al instante; Randgriz alzó su lanza, Uitstli invocó sus sus espadas carmesíes en ambas manos, y Zinac desplegó sus alas de su espalda. Los edificios alrededor de ellos temblaron ante aquel bramido, hasta el punto que varios directamente se desmoronaron. A lo lejos, al fondo de la autopista, estalló una fulgorosa explosión estelar que cegó al trío de guerreros. Y seguido de ello, un alarido de guerra que los ensordeció.
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https://youtu.be/uwkdOv1bOlk
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|◁ II ▷|
Una gigantesca torre de luz se alzó con más de cien metros de altura. Potente y cegadora, provocó que los pocos Sacrodermos que aún poblaban los rincones más inhóspitos de Tamoanchan fueran pulverizados por su luz divina. La diminuta pero imponente silueta divina de Tepeyollotl se elevó en el aire hasta alcanzar los cincuenta metros de alto. Bajo los resquicios de sus dedos, Uitstli, Zinac y Randgriz alcanzaron a ver al Dios Jaguar gritar poderosamente hacia el firmamento, destellando todo su airado poder divino hacia los cielos y haciendo que las nubes cambien abruptamente de color, pasando del dorado incoloro al púrpura tempestuoso.
Halos de luces incandescentes empezaron a emerger del rubí de su espada, alzada por encima de su cabeza. Su guantelete adquirió un etéreo fulgor morado, proporcionando un aura más deificada al Dios Jaguar. Tepeyollotl bajó el brazo y blandió su espada hacia un lado, disparando en el proceso una gigantesca ráfaga horizontal que, al impactar con la ciudad, arrasó con todos los edificios, templos y estadios a su paso, dejando un rastro de destrucción masiva que consumió más de un cuarto de toda Tamoanchan.
Vistos desde la altura de Tepeyollotl, la ciudad de los dioses que una vez fue un paraíso divino... ahora era una metrópolis postapocalíptica.
Uitstli, Zinac y hasta Randgriz sintieron escalofríos por todos sus cuerpos, poniéndoles la piel de gallina y haciendo saltar sus corazones del pavor de estar presenciando, por primera vez... el poder máximo de una deidad en todo su esplendor.
—Si ustedes dos ya tienen un fuerte vínculo emocional como para considerarse padre e hija —masculló Zinac, observando Uitstli y a Randgriz con la mirada pavorosa—, ¡será mejor que se pongan a hacer ese Völundr pero YA!
—¿Crees que ya estamos listos para el Völundr, Randgriz? —farfulló Uitstli, mirándola de reojo.
—Lo estamos —afirmó Randgriz sin despegar sus ojos del peligrosísimo Tepeyollotl, aún flotando en el aire dentro de su torre de luz.
—¿Y cómo lo hacemos?
La Valquiria Real estuvo a punto de responder, pero fue interrumpida por el ensordecedor zumbido eléctrico viniendo del Dios Jaguar. El trío Manahui volvió la vista hacia él, y vieron al Dios de las Montañas empuñar su espada ancha con su otra mano e izarla lo más alto posible, haciendo que todos los relámpagos púrpuras salieran disparados hacia el cielo, partiendo cientos de kilómetros de nubes con múltiples ráfagas que se perdieron más allá de los infinitos océanos de esta dimensión, las aguas de estos últimos siendo perturbadas hasta generar pequeños tsunamis que intentaron colarse por los acantilados de la isla.
Y en un abrir y cerrar de ojos, Tepeyollotl se abalanzó hacia los tres Manahui y a ojos de ellos, el Dios Jaguar reapareció detrás de ellos, blandiendo peligrosamente su espada hacia los tres al unísono. El Jaguar Negro, el nahual quiróptero y la Valquiria Real repararon un segundo tarde a su ataque. Tepeyllotl descargó su poderoso espadazo sobre ellos.
Randgriz fue la más veloz en reaccionar, bloqueando el ataque con la punta de su lanza Tepoztolli. La absorción de aquel poderoso espadazo fue demasiado para su cuerpo; la gravedad que liberó la hoja de la espada empujó a Randgriz con gran brutalidad hacia un minarete, y la Valquiria Real quedó sepultada encima de una montaña de escombros que, a los pocos segundos, fueron aplastados y pulverizados en polvo por la fuerza gravitacional del Dios Jaguar, dejando el paradero de Randgriz desconocido.
Uitstli y Zinac no tuvieron tiempo de si quiera gritar su nombre. Tepeyollotl arremetió contra ambos guerreros con veloces giros, esgrimiendo en el proceso su espada y obligándolos a retroceder. Uitstli y Zinac esquivaron a duras penas sus danzarines espadazos; la hoja cortó mechones del cabello de Uitstli, y piezas de la armadura de Zinac. Tepeyollotl culminó su ágil combo espadachín dando un salto, empuñando su arma con amas manos, y enterrando su hoja en el asfalto. Una repentina cúpula gravitacional apareció en el perímetro, desmoronando varios edificios a la redonda y empujando con gran brutalidad a Uitstli y Zinac hacia el Dios Jaguar.
Tepeyollotl esgrimió su brazo izquierdo donde portaba su guantelete. De este emergió una gigantesca mano púrpura fantasmal que agarró a ambos guerreros y los aplastó entre sus dedos. Zinac y Uitstli chillaron del dolor, y el Dios Jaguar, con su sonrisa vanidosa de oreja a oreja, estampó a ambos Manahui una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete y ocho veces contra el suelo, dejándolos tan aturdidos que parecieron quedar inconscientes.
Asió su espada ancha hacia atrás y con una sola mano. Una etérea película de aura púrpura envolvió su hoja, adoptando su forma y alargándose hasta volverse más grande y más oronda. Tepeyollotl describió un amplio arco con la espada, y la gigantesca hoja estuvo a punto de aplastarlos... hasta que fue bloqueado por la esgrima de la lanza Tepoztolli.
Randgriz apareció teletransportada en frente de él. Empuñando la lanza a dos manos, el frágil cuerpo de la Valquiria Real soportaba como podía el titánico peso de la espada. Su cuerpo entero retembló, sintiendo que iba a ser aplastada, pero Randgriz luchó contra la aplastadora fuerza de Tepeyollotl despidiendo un grito aguerrido, la sangre corriendo por sus sienes.
—¡Que puta molesta eres, jodida SEMIDIOSA! —maldijo Tepeyollotl, izando su otro brazo e invocando su gigantesca mano etérea.
Zinac y Uitstli reaccionaron velozmente antes de que el Dios Jaguar arremetiera contra Randgriz. El primero atacó con un grito sónico, el más potente que rompió la barrera del sonido y empujó a Tepeyollotl a más de cincuenta metros de distancia de Randgriz. El segundo se abalanzó hacia el Dios Jaguar y lo agredió con un hachazo. Tepeyollotl lo bloqueó y desvió de un simple espadazo. Uitstli siguió fustigándolo con más ataques, intercambiando de su hacha a sus espadas encadenadas constantemente, obligando al Dios Jaguar a retroceder y a emplear más técnicas de espada para neutralizar su andanada de ataques.
Uitstli confundió a Tepeyollotl con una finta, y el Dios Jaguar perdió brevemente el equilibrio al arrojarle un espadazo. El Jaguar Negro deshizo una de sus espadas, y entonces descargó un feroz puñetazo en la cara del dios, aplicando todas sus fuerzas en el ataque y generando una onda expansiva que sacudió todo el lugar. No obstante, el cuerpo de la deidad permaneció inmóvl; lo único que se movió fue su cabeza, pero Uitstli sentía que el peso de sus nudillos no correspondía a la fuerza de su ataque. Fue entonces que, mirando de soslayo todo su cuerpo, descubrió una fina capa de color púrpura cubriendo toda su piel.
Fue ese instante que Uitstli lo comprendió. ¡Tepeyollotl había empleado la gravedad para reducir la potencia de su ataque!
El Dios Jaguar contraatacó agarrando a Uitstli del brazo, jalándolo hacía sí y propinándole un cabezazo. El Jaguar Negro sintió como la sangre le manó por la boca y por la nariz. Tepeyollotl lo volvió a jalar hacía sí, y fulminó al Jaguar Negro conectándole un severísimo puñetazo en el rostro, el cual lo empujo hacia el suelo y lo aplastó brutalmente dentro de una hendidura que se abrió producto de la fuerza gravitacional. El asfalto de la avenida y de las calles aledañas se resquebrajó, y toda Tamoanchan tembló por la potencia del puñetazo.
—¡UITSTLI! —gritaron Randgriz y Zinac a la vez, y ambos se abalanzaron hacia el Dios Jaguar.
La espada de Tepeyollotl se movió por sí sola producto de las ondas gravitacionales. La Valquiria Real se vio sorprendida cuando su estocada fue bloqueada por la espada, y obligada a retrocede por culpa de la veloz esgrima de esta. El nahual quiróptero, por su parte, atacó a Tepeyollotl por la espalda con un amplio zarpazo. El Dios Jaguar boqueó el arañazo con una fugaz patada que obligó a Zinac a retroceder de un impulso. El nahual quiróptero fue hostigado por una andanada de ataques de las garras del Dios Jaguar; a duras penas pudo esquivarlos todos, y se llevó incontables cortes que sangraron toda su piel morena.
Uitstli trató de zafarse de la prisión gravitacional por medio de la fuerza, pero incluso con todo el poder físico de su transformación como Jaguar Negro... no le fue posible mover ni un solo palmo de su cuerpo. La impotencia colmó sus ojos al ver la espada de Tepeyollotl fustigar sin descanso alguno a Randgriz, y al propio Tepeyollotl fulminando a Zinac con un sinfín de zarpazos que lo hacían retroceder y retroceder.
El nahual quiróptero aprovechó la breve finta que creó con un falso ataque de zarpazo e hizo un rodeo, quedando justo detrás del Dios Jaguar. Cerró su brazo y le conectó un severo codazo en la mejilla. Igual que Uitstli, el golpe emitió un sonido sordo y supersónico, pero Tepeyollotl... a duras penas se inmutó al golpe.
—Muy, muy débil, Miquini —gruñó el Dios Jaguar, la mirada ensombrecida y fruncida. Agarró a Zinac por el brazo y, lenta y tortuosamente, se lo torció. Zinac gruñó con dolor—. No tienes jodida idea en el reino de poder en el que te estás metiendo.
El nahual quiróptero sintió no solo como su brazo se dislocaba, sino también como todo su cuerpo empezaba a ser aplastado por la fuerzas de gravedad, hasta el punto de hacer que sus piernas tiemblen. Pero no se arrodilló. Con todas sus fuerzas humanas evitó arrodillarse ante este dios por más gravedad que lo estuviera aplastando ahora mismo.
—Este poder... no se supone... que sea tuyo —maldijo Zinac. Tepeyollotl lo agarró del cuello con su guantelete. Zinac lo agarró del guantelete, su intento fútil de quitarse la mano de encima— Tu poder... debía ser... el Espejo Humeante de Tezcatlipoca... ¿Por qué es la gravedad...?
—Ah, ah, ah, ¡muy buena pregunta, Miquini! —exclamó Tepeyollotl, chasqueando su lenguas sobre su paladar. Aplicó un poco más de fuerza gravitacional sobre Zinac, pero para su sorpresa, el nahual quiróptero no cayó de rodillas ante él. Eso le hizo fruncir el ceño, pero no borrar su sonrisa— Pues déjame decirte... Yo desprecié a Tezcatlipoca, en todo su haber. Tanto así que consideraba hipócrita el robar su Espejo Humeante. Es por eso que Omecíhuatl lo destruyó, y en cambio hizo una transacción muy buena con el emperador Rómulo Quirinus. A cambio de unas cuantas exportaciones de Aztlán a Roma Invicta...
El Dios Jaguar extendió un brazo hacia atrás y abrió la palma de su mano. De repente, su espada, que seguía batiéndose en duelo a muerte con Randgriz, se paralizó, dejando a esta última consternada. La espada emitió un rugido mágico, y salió despedida por el aire hasta llegar a la palma de Tepeyollotl. El Dios Jaguar la izó por encima de su cabeza, y el fulgor del rubí cegó a Zinac y dejándolo con una expresión de miedo absoluto.
—¡Yo recibí el entrenamiento del poder gravitacional por parte de CRATOS!
Tepeyollotl alzó a Zinac a la altura de su pecho. Esgrimió su espada, y su hoja... le atravesó el vientre.
Zinac sintió el objeto punzante perforar su estómago y, de reojo, lo vio sobresalir por su espalda totalmente manchada de rojo. El nahual quiróptero vomitó sangre, su boca tintándose de escarlata por dentro y por fuera. Sintió como el mundo se volvía de cabeza con la llegada del infernal dolor. La vida se le comenzó a escapar fugazmente de los ojos. Zinac se agarró del pecho de Tepeyollotl, las fuerzas abandonándolo con gran rapidez.
—¡¡¡ZIIIINAAAAAAC!!! —chilló Randgriz a lo lejos.
Uitstli, enterrando en lo profundo de la hendidura, no dio crédito a lo que veía. Su mejor amigo acababa de ser empalado frente de sus ojos. Otro miembro de su grupo estaba siendo asesinado, y él no podía nada más que... ¡¿Observar, mientras era retenido por una gravedad de carácter divino?!
La sangre se le hirvió por dentro. Su aura semidivina producto de su transformación comenzó a erupcionar cual volcán a medida que veía, con gran horror, como Zinac caía de rodillas y sus brazos quedaban colgados de sus hombros. Tepeyollotl retrajo su espada electrificante de su abdomen, para después propinarle una irrespetuosa patada y mandarlo al suelo. La cólera salvaje dominó la mente de Uitstli; el aura que envolvía su cuerpo brilló con la potencia de una estrella, cegando a Randgriz y muy brevemente a Tepeyollotl.
Un rugido monstruoso emergió de la boca de Uitstli. Su vigorosa fuerza aplastó la gravedad divina, y de un poderosísimo impulso salió de la hendidura del suelo y se abalanzó hacia el Dios Jaguar. Tepeyollotl previó sus movimientos con gran sagacidad, y bloqueó el espadazo doble de sus sables escarlatas usando la hoja como su escudo, y la gravedad para ralentizar los imperiosos movimientos de Uitstli. Dios y mortal se quedaron viendo cara a cara; el primero con una sonrisa, y el segundo con una expresión airada.
—Tlacoteotl tenía razón sobre ti cuando me lo dijo en Nifelheim —masculló Tepeyollotl. La furia en el rostro de Uitstli se mezcló con la sorpresa— ¡Tú no puedes mantener a tu familia A SALVO!
De una esgrima, el Dios de las Montañas empujó brutalmente a Uitstli. El Jaguar Negro cayó rodando por toda la avenida. Disparó sus espadas encadenadas a las fachadas de dos edificios; se engancharon a alfeizares, y el agarre de estos redujo la velocidad de su impulso hasta que lo detuvo justo al lado de Randgriz.
—¡Völundr, ahora! —exclamó Uitstli, mirando de reojo a su valquiria.
Randgriz asintió con la cabeza, y de inmediato tomó una de las manos de Uitstli. Pero antes de poder proseguir con algún otro movimiento, Einhenjer y Valquiria Real fueron interrumpidos por una lluvia de meteoritos que Tepeyollotl, en al distancia, invocó al abrir portales negros por medio de una esgrima de su espada. Uitstli agarró uno de los meteoritos y, de un fugaz giro, lo convirtió en un escudo de piedra, y se cubrió detrás de él, protegiendo también a Randgriz.
—Oh, ¡pendejos hijos de mil putas! —exclamó Tepeyollotl, dando dos pasos hacia delante y haciendo una pose de espadachín con las piernas inclinadas hacia atrás— Si creen que les voy a dejar hacer esa fusión toda estúpida...
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7
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https://youtu.be/857GaARh1hM
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Cualquiera habría dicho que es una locura enfrentarse a una deidad sin Völundr. Sin embargo, esas no eran más que habladurías, la arrogancia hablando de parte de aquellas deidades que se creían intocables. Pero incluso teniendo todas las desventajas del mundo sobre su enemiga, Yaocihuatl se negaba a rendirse ante la tan desnivelada pelea.
Xochiquétzal era más veloz que ella, más ágil que ella, y ninguna de sus magias de Tlamati Nahualli podían hacerle el menor rasguño a su cuerpo. Pero aún sin tener el poder del Jaguar Negro de su esposo, Yaocihuatl hacía uso de sus cientos de años de experiencia en combate contra múltiples enemigos tanto de la Segunda Tribulación como los de su época en la Conquista Española. Se escondía detrás de los cascajos y de los edificios, y hacía uso de variadas tácticas de emboscada con las cuales hacía recaer sobre ella el calor fundido de su lanza de plasma sobre su cuerpo. Y antes de que Xochiquétzal pudiera contraatacar, Yaocihuatl se desvanecía en las penumbras de los callejones. Llego un punto en que la Tezcatlipoca, bajoneada a la cólera irritable, empleó su poder divino al esgrimir su espadón dorado e invocar un lago de púas doradas que estallaron, destruyendo más de treinta kilómetros de terreno urbano con ese solo ataque.
Yaocihuatl aprovechó el bombardeo lumínico de las explosiones de las otras batallas para emboscar a una Xochiquétzal que quedó brevemente cegada; con la explosión del rayo de Quetzalcoatlus, la mujer guerrera fulminó a la diosa con poderosos y certeros puñetazos dirigidos a su abdomen, sus piernas y por último su rostro, agarrándola de los cabellos y estampándola contra el suelo. Con la torre de luz de Tepeyollotl (tan incandescente que ennegreció toda Tamoanchan con los reflejos efervescentes de sus rayos), Yaocihuatl empleó una finta con su lanza, haciéndole creer que la estaba arremetiendo cuando, en realidad, la lanza se estaba moviendo por sí sola.
Xochiquétzal se quedó con un rostro consternado al ver la lanza de plasma caer al suelo. Miró a su alrededor, tratando de hallar a la Miquini con la mirada. Olió un chamusco de fuego en el aire. Seguido de ello sintió una presencia correr hacia su espalda. La Diosa del Deseo ensanchó los ojos de al sorpresa, y fugazmente se dio la vuelta y bloqueó el espadazo de la alarida Yaocihuatl, esta última empuñando una de las largas espadas matadioses de los Sacrodermos.
La Diosa del Deseo bloqueó otro de sus espadazos, este último descargado con tanta fuerza que la empujó por el aire. Dio volteretas hasta caer de cuclillas en el suelo. Alzó un poco la mirada, alcanzando a ver la ignominiosa sombra de Yaocihuatl, su figura negra iluminada de forma vaga por la luz de las llamas negras que envolvían la espada. Xochiquétzal frunció el ceño, la incertidumbre dibujándose en su faz.
—¿Cómo coño eres capaz de empuñar esa espada, Miquini? —gruñó, poniéndose por primera vez en alerta desde que la batalla entre ellas comenzó— Esas armas fueron diseñadas únicamente para los Centzones de mi reina madre. ¿Cómo...? —al no escuchar ninguna respuesta venir de ella, más solo el canto de las llamas iluminar de a poco su rostro, Xochiquétzal se puso alteradísima— ¡¡¡RESPONDEME, BASTARDA!!!
Los destellantes fulgores púrpuras del firmamento comenzaron a apagarse. Al cabo de unos segundos, el firmamento volvió a su color original, el dorado apagado, y a la luz del iridiscente sol oculto detrás de los pocos nubarrones que quedaban, Xochiquétzal descubrió, con gran sorpresa, la apariencia de Yaocihuatl... cambiada.
Su piel ahora era de un gris escarchado inmaculado, con varias grietas abriendo su piel como si su cuerpo fuese de piedra. A través de esas fisuras nacían fulgores de color rojo bermellón que de brillaban de cuando en cuando. El fuego matadioses de la espada se mezclaba fluidamente con su piel, fusionándose con su aura verdosa y haciendo que adopte un halo esmeralda con varios destellos blancos explotando a su derredor. Los ojos de Yaocihuatl refulgían con odio, su mirada de ojos entrecerrados, como la de una cazadora harta de no poder matar a su presa.
—¿Qué coño es esa... transformación? —farfulló Xochiquétzal, boquiabierta y los ojos como platos.
Yaocihuatl blandió la espada matadioses en círculos, despidiendo un montón de flamas que flotaron en el aire. Extendió su otro brazo, y atrajo la lanza hacia ella, encerrando el mango alrededor de sus dedos. Esgrimió su lanza, y la luz esmeralda del plasma se entremezcló con el fuego maldito de la espada, confiriéndole un aspecto más asesino que dejó a Xochiquétzal con los ojos ensanchados.
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https://youtu.be/PP9Ns0mDuj0
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Ambas guerreras, mortal y deidad, se quedaron en sus poses de combates, las miradas fijas la una de la otra. Mientras que alrededor de ellas el fragor de las batallas destruían los edificios y atormentaban los cielos con torbellinos arrasadores y relampagueos púrpuras, Xochiquétzal y Yaocihuatl permanecieron quietas en sus posiciones, sus entrecerrados ojos sin quitarse de la otra. La quietud en su zona de combate contrastaba con la destrucción masiva de sus derredores, haciendo que su lucha de miradas intensificara la espera a que alguna de ellas diera el primer ataque...
Y la primera en tomar la iniciativa con un brutal impulso de velocidad... ¡Fue Yaocihuatl!
Xochiquétzal se llevó la ingrata sorpresa de notar un cambio abrupto en la velocidad de su enemiga; en un parpadeo la tenía en frente, asiendo la espada matadioses contra ella y su lanza de plasma en una estocada directo a su vientre. La Diosa del Deseo desvió la esgrima de la matadioses con un espadazo, y de una patada alejó la lanza de plasma. Yaocihuatl bufó entre dientes, echando vaharadas por su nariz como si de un toro enojado se tratara. Se volvió a abalanzar hacia ella, impulsándose con su abismal velocidad que hizo que Xochiquétzal volviera a ensanchar los ojos.
Los fugaces y brutales choques de las espadas y las lanzas de ambas liberó un sinfín de chispas y centellas que iluminó gran parte del barrio que era escenario de batalla. Yaocihuatl se movía cual centinela autómata, esgrimiendo la espada matadioses y su lanza de plasma con tal maestría que dejó anonadada a Xochiquétzal por las fintas, las estocadas y los espadazos giratorios que Yaocihuatl realizaba todos al mismo tiempo, generando una visión confusa en los ojos de la diosa por como llegaba puntos en los que no podía seguirle el ritmo por unos segundos.
Xochiquétzal atacó con un amplio espadazo. Yaocihuatl la esquivó con un veloz giro y contraatacó con un mandoble de la matadioses directo en su vientre. El golpe se sintió en el ambiente en la forma de una chocante onda expansiva. La diosa azteca ensanchó los ojos y, de un alarido infernal, vomitó sangre por su boca y por la herida horizontal de su estómago. No se dejó menguar por el dolor de la espada matadioses, y ella replicó con un codazo directo en el rostro de Yaocihuatl. La mujer guerrera retrocedió varios pasos, y Xochiquétzal la terminó con una patada doble directo en su pecho que la mandó a volar por toda la carretera.
Yaocihuatl voló por el aire a pocos metros del suelo. Enterró la matadioses en el selo, y abrió el asfalto con un surco de veinte metros de largo hasta detenerse y caer de pie. Xochiquétzal se le apareció de frente, atacándola con un espadazo directo a su cabeza. Yaocihuatl alzó sus ojos y clavó su mirada airada en los ojos de Xochiquétzal. Esgrimió su lanza, y el plasma de su hoja desvió la macuahuitl dorada, haciendo caiga al suelo a su lado. La mujer guerrera contraatacó devolviéndole el codazo directo en su rostro. Xochiquétzal retrocedió, su mano zafándose de su espadón. Yaocihuatl empuñó la espada matadioses con ambas manos, y el fuego maldito respondió a su sed de matar ensanchando sus flamas.
Xochiquétzal atrapó la hoja espiral de la espada flameante. Sus manos ardieron y su piel se quemó por el fuego maldito, pero la diosa azteca ignoró todo ese dolor insoportable con tal de evitar que la punta doble de la espada la empalara. Yaocihuatl apretó los dientes bajo su máscara, y sus brazos ensancharon sus músculos, aplicando más presión en el arma y contrarrestando la fuerza divina de Xochiquétzal.
La Diosa del Deseo liberó un angustioso alarido y, de un abrupto empujón, lanzó la espada matadioses al aire, y el impulso hizo que Yaocihuatl cayera al piso. Xochiquétzal aplastó a la mujer guerrera al suelo de un pisotón; estiró un brazo, y su macuahuitl dorada fue atraída hacia la palma de su mano por medio de destellos de oro que impulsaron el espadón hasta sus dedos. Xochiquétzal agarró su arma con ambas manos, la levantó por encimad e su cabeza, y descargó el mandoble directo a la cabeza de Yaocihuatl, esta última cubriéndose con sus manos
Pero antes de que la espada la golpeara, Xochiquétzal fue paralizada por la repentina aparición de un sinfín de raíces que emergieron del suelo y rodearon todo su cuerpo.
La sorpresa inundó el temple de la diosa azteca, tanto así que su perplejidad de ver las raíces llenas de púas la dejó petrificada de la impresión. Ese brevísimo momento fue aprovechado por una sombra reptante, que se impulsó fuera de un callejón y se abalanzó contra Xochiquétzal, atacándola con una estocada de la punta de su lanza púrpura. La Diosa del Deseo apretó los dientes, se quitó de encima las raíces y atrapó la punta de la lanza con una mano, la electricidad púrpura emergiendo de la punta con forma de flecha.
Yaocihuatl ensanchó los ojos al ver la musculada espalda trigueña de la guerrera que acababa de interrumpir la ejecución.
—¡¿Tepatiliztli?! —exclamó.
—Tu venganza es también mi venganza, Yaocihuatl... —masculló Tepatiliztli, el sudor bajándole por el perlado rostro— ¡HAGAMOS ESTO JUNTAS!
La médica azteca embistió a Xochiquétzal con un empujón de su hombro. La diosa trastabilló y se alejo de ellas. Yaocihuatl se reincorporó de un salto y levantó la cabeza, logrando ver la silueta de la espada matadioses cayendo en giros y giros hacia la superficie. Yaocihuatl comenzó a correr, y Tepatiliztli la siguió.
La mujer guerrera dio un salto y extendió el brazo. Xochiquétzal la vio saltar; se acuclilló y dio un salto también con tal de embestirla en el aire. Pero no pudo elevarse; al instante sus tobillos fueron rodeados por las raíces de Tepatiliztli, esta última jalando sus manos hacia abajo y haciendo que las raíces estrellarán a la diosa contra el suelo. Yaocihuatl atrapó la espada matadioses en el aire, e inmediatamente comenzó a caer hacia Xochiquétzal, apuntando el filo espiral de la espada contra su vientre.
Xochiquétzal se liberó de las raíces pegando un feroz grito, seguido por hacer explotar su cuerpo en una cúpula de luz que cegó a Yaocihuatl y a Tepatiliztli. La Diosa del Deseo dio un salto, empuñando en el proceso su macuahuitl dorada (esta siendo atraída a su palma por las centellas doradas), atrapó a Yaocihuatl en el aire agarrándola por la cara y, de un brutal giro, arrojó a su enemiga contra la aún cegada médica azteca. Ambas mujeres colisionaron y se desmoronaron al suelo.
La diosa azteca volvió a levantar su espadón por encima de su cabeza. Mientras caía, la hoja de la macuahuitl comenzó a fulgurar cegadoramente, formando un torbellino de luz alrededor de sus púas. Justo al aterrizar en el suelo, Xochiquétzal estrelló violentamente su arma contra el pavimento, y la hoja de la Macuahuitl liberó toda la potencia destructiva del tornado lumínico en una inundación de luz que, cual ráfaga, se desplazó hacia las confusas Yaocihuatl y Tepatilizli, demoliendo todo a su paso como si fuera la onda de choque de una bomba atómica.
Se emitió un destello deslumbrante cuando su ráfaga destructora alcanzó a las dos mujeres. La explosión lumínica que la acompañó terminó por fulminar los edificios de todo el perímetro y los cadáveres de los Centzones Sacrodermos, dejando a su paso un interminable camino de calamidad como si hubiese caído un meteorito. Los resplandores dorados se apagaron, revelando todo el derruido lugar...
Y a Xochiquétzal llevándose una poderosa patada en el estómago por parte de Eurineftos que emitió un bestial ruido ensordecedor.
La Diosa del Deseo regurgitó una explosión de sangre. Su espadón se le escapó de sus dedos, y su cuerpo salió impulsado como una estrella fugaz por toda la autopista hasta acabar impactando contra una estatua de Ometeotl. El poderosísimo choque destruyó el pedestal, y la estatua de bronce de más de cincuenta metros cayó encima de Xochiquétzal, desmoronándose en cien mil piezas que sepultaron a la diosa en un gigantesco cascajo.
Yaocihuatl y Tepatiliztli se reincorporaron e intercambiaron miradas de la confusión de verse intactas tras el ataque. Al reparar en la presencia de Eurineftos en frente de ellas, bajando su pierna alzada y su franja roja analizando la montaña de escombros en el que enterró a la diosa, una aliviadora vaharada se les escapó de sus labios.
—¿Están bien? —inquirió Eurineftos, dándose la vuelta.
—Sí, lo estamos —dijo Yaocihuatl, su voz moderándose hasta sonar más o menos como en su forma normal—. Hay que ir allá... —indicó la montaña de escombros con un ademán de cabeza— Verificar que esté muerta...
—No podemos seguir con esta batalla de desgaste —advirtió Tepatiliztli, tomando a Yaocihuatl de un brazo para evitar que se tropiece—. ¡¿Hace cuánto que no usabas esta transformación?! ¡Debes tener mínimo unos diez minutos más de uso antes de que te sobrecargues!
—Mi mente se sobrecargara pensando que Xochiquétzal no está muerta... —Yaocihuatl dio un trompicón y cayó sobre una rodilla. Tepatiliztli la ayudó a reincorporarse.
—¡Te dije que no, querida! —masculló la médica azteca— Xolopitli nos está esperando en el árbol de Tamoanchan. Lo deje al cuidado de Zaniyah. ¡No me vas a abandonar ni a mí o tu hija por tu sed de venganza!
<<No lo entiendes...>> Pensó Yaocihuatl, aunque sus palabras calaron en su corazón.
—Ella tiene razón, no podemos seguir con esto —afirmó Eurineftos—. Perderemos a más miembros del grupo si seguimos así. Lo mejor es volver por donde venimos.
—¿Así es... como te programaron? —gruñó Yaocihuatl, clavando su mirada odiosa hacia el Metallion— ¿Para huir como un cobarde?
—Los que huyen son los sensatos, y ellos sobreviven —Eurineftos se cruzó de brazos; no se sintió ofendido por su duro comentario—. Los que mueren por su terquedad son los imprudentes. Y no dejaré que nadie más muera, sea las razones que sean.
La mujer guerrera se lo quedó viendo con tirria. Aunque quisiera ir en contra de su voluntad, no podría hacer nada para evitar que Eurineftos la metiera dentro de cualquier vehículo en el que fuera a transformarse ahora. Pensó en Uitstli, en Zaniyah, en volver con ellos y en apoyar a su marido en las gradas del Torneo. Ese pensamiento la tranquilizó, y la hizo cooperar para que caminara a la par de Tepatiliztli y Eurineftos.
<<Vuelve con ellos>> Las palabras de Xochipilli resonaron en su mente. Yaocihuatl se encogió de hombros y suspiró.
—¿A dónde creen que van?
Los escalofríos recorrieron los cuerpos de Tepatiliztli y Yaocihuatl. Los sensores de Eurineftos se alocaron al sentir un aumento de poder divino masivo venir detrás de ellos. Los tres se dieron la vuelta, y donde se supone que debía estar un cascajo de bronce cubriendo toda una plaza... refulgía un amplio disco solar con la forma pictográfica del sol azteca.
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https://youtu.be/dSUqTjd2wBY
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Los escombros de piedra y de bronce levitaron en el aire, elevándose metro a metro hasta alcanzar los treinta metros de altura. Todos los deshechos fueron quemados, convertidos en esferas de fuego que, como destellos de rayos solares, recorrieron el aire hasta impactar todas en un mismo punto en el espacio, conformando una esfera llameante aún más grande. Aquella cúpula incandescente estalló al recibir la última ráfaga solar, explotado en un millar de ascuas y escarchas ululantes. No hubo ruido de bomba explotando; en cambio se oyó un sonido similar al de una rosa floreciendo en la cúspide del verano.
Yaocihuatl y Tepatiliztli se cubrieron los ojos con una mano. Eurineftos, por su parte, cambió los filtros de su visión para asía adaptarse al cegador brillo divino del sol artificial. Su franja roja se ensanchó en una expresión de sorpresa al alcanzar a ver la silueta voluptuosa de Xochiquétzal flotando, descendiendo de regreso a la superficie, sus pies convertidos en dos espirales de fuego anaranjado.
—Han pasado cinco siglos... desde que utilicé esta transformación... —la voz de Xochiquétzal sonaba ahora más taimada. Su melena estaba suelta; su tocado se extinguió en fuego, y ahora su cabello ondeaba en el aire como si fuera una llama misma. Los escalofríos mellaron los temples de las mujeres aztecas, pero Eurineftos concebía otro pensamiento más escabroso; él sabía que no había peor enemigo que aquel que controla su rabia— Pero el poder del sol azteca sigue siendo tan vigoroso como en los gloriosos días del reinado de mi padre...
—Agarra de nuevo la espada —dijo Eurineftos de forma seca sin quitarle la mirada de encima a Xochiquétzal. El Metallion desenfundó su espada y escudo de plasma.
—¿No íbamos a huir? —farfulló Tepatiliztli.
—Ya no podremos huir —replicó Yaocihuatl, recogiendo la espada matadioses del suelo. Extendió un brazo, y su lanza de plasma volvió a la palma de su mano.
Los pies desnudos de Xochiquétzal aterrizaron suavemente sobre el suelo. Los adoquines se derritieron, y la piedra se convirtió en lava. Ríos de magma se formaron alrededor de los pies de la diosa, y los edificios aledaños ardieron, convirtiéndose en gigantescas fogatas que daban la bienvenida a su nueva forma. Escombros ardían y se convertían en obsidiana y en piedra volcánica, embotando toda lo paradisiaco de la ciudad y convirtiéndola en un auténtico infierno.
La hija de la Suprema Azteca se acuclilló brevemente, y su piel, desde sus gruesos muslos y su tonificado torso hasta su rostro, se agrietó igual que el de Yaocihuatl. De sus labios emergió un satisfactorio gemido. Se reincorporó , se llevó una mano al pecho, y al sentir su corazón bombear con gran eminencia, sonrió vanidosamente. Bajó los brazos, y el aura de fuego que rodeaba su cuerpo liberó una cantidad ingente de rayos solares que pulverizaron por completo barrios enteros de Tamoanchan, dejando a su paso ríos y lagos de magma que comenzaron a consumir la ciudad entera.
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https://youtu.be/ryUG5eVzv-M
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Palacio de Omeyocán
Por todos los laberinticos pasillos del palacete anadeaban Centzones con vestidos de arcoíris y otros nuevos Centzones con apariencias más monstruosas, de huesos negros y rostros vagamente humanoides. Los primeros se incomodaban con los segundos, por como estos no eran más que centinelas robotizados sin ningún tipo de rastro de consciencia; no hablaban, no hacían expresiones, lucían bastante inestables... Y la Suprema Azteca los obligaba a convivir con ellos.
Algo grande se estaba gestando a espaldas de ellos, y la Suprema no quería contárselos. Pero ya había sospechas entre los Centzones arcoíris: más presencias de los Sacrodermos en el palacio y en Aztlán, más poderío militar para subyugar a la población... Un par de Centzones arcoíris murmuraban entre la desidia y la timidez que todo esto obrara para alguna operación militar de proporciones titánicas, y que ellos no estaban involucrados.
—¿Y qué crees que vaya a ser esa operación? —inquirió el Centzon de apariencia más juvenil, sosteniendo su enorme alabarda con una mano.
—Con Omecíhuatl nunca se sabe —admitió el Centzon de apariencia más madura, con arrugas poblando toda su faz vieja—. Yo estuve vivo durante las épocas antes y durante la Guerra Civil de Aztlán. Te aseguro que a veces ella se saca los planes más enrevesados.
—Oí que fue ella quien asesinó a su propio esposo, Ometeotl. ¿Eso es cierto?
El Centzon viejo posó su dedo sobre sus labios en gesto de silencio.
—Eso no se habla ni en voz baja —advirtió. Se aproximó al oído del Centzon joven y esbozó una sonrisa vanidosa—. Pero sí, hijo. Fue ella quien mató a Ometeotl echándole veneno de Cipactli en su copa. Y a partir de allí fue su casus belli.
El Centzon joven sonrió de oreja a oreja, los ojos ensanchados de la sorpresa. El Centzon viejo se alejó y se lo quedó viendo, sonriente también.
—Podríamos decir que con ella estamos en buenas mano, ¿si o no? —farfulló el Centzon joven.
—Habría que ver... —el Centzon viejo vio pasar a un dúo de Sacrodermos por una intersección de caminos. Frunció el ceño del asco—. Hay que ver.
—Por cierto, ¿a dónde es que se fue Omecíhuatl?
—Si que lo quieres saber todo, ¿no? —el Centzon viejo cuchicheó risitas— Fue a Asgard para ayudar a Odín con los preparativos del Torneo del Rag...
Sus palabras fueron interrumpidas por la repentina aparición de la punta de una alabarda sobresaliendo de su pecho. El Centzon joven se echó para atrás y chocó la espalda contra el suelo. El Centzon viejo trató de gritar o emitir un quejido adolorido, pero una mano le cubrió la boca y lo acalló. La alabarda que lo atravesó lo asió por el aire y lo estampó duramente contra el piso.
El Centzon joven, paralizado por el horro, apenas alcanzó a ver la silueta musculosa que estaba de pie ante él. Trató de agarrar valor; empuñó con fuerza su alabarda y dio un paso adelante... Solo para ser asesinado de un tiro en la cabeza que desparramó todo sus sesos por la pared, tintándola de un rojo morboso.
La pistola de palanca no emitió sonido alguno; su poder divino sobre sus pistolas permitía silenciar los disparos hasta volverlo un sigiloso chasquido. Se enfundó la pistola a la cintura, escondió los cadáveres dentro de cuartos de depósitos que tenía al lado, y reafirmó su marcha por el pasillo Los tenues rayos de la luz de la luna azteca se filtraron por los ventanales, enseñando, muy brevemente, el rostro ensangrentado, frío y determinado de Quetzalcóatl.
El Dios Emplumado anadeó por los pasillos con la espalda siempre pegada a la pared. Entre intersecciones hacía parones para evitar cruzarse con los Sacrodermos, quienes hacían de guardia inamovible por los caminos que lo llevarían a su destino. Hizo empleo de sus poderes de invocación para manifestar plumas verdes etéreas que chocaban contra las paredes y emitían ruidos sordos, lo que llamaba la atención de los Sacrodermos, y estos se movían de sus puestos.
A pesar de haber vivido casi toda su vida dentro de su cuarto, Quetzalcóatl se había aprendido la estructura interna del palacete como la palma de su mano. Sabía que caminos tomar, que pasillos le hacía dar vueltas, que compuertas llevaban a sótanos secretos, cuántos cuartos había, cuántas ventanas, cuántas chimeneas por las que colarse... La obsesión de Omecíhuatl por "confundir" a los espíritus de los dioses aliados de Cihuacóatl, todos ellos ejecutados en la plaza pública, la llevó a reconstruir el palacio de esta forma tan laberíntica. Pero gracias a eso, Quetzalcóatl ahora sentía que los fantasmas de sus difuntos aliados lo protegían en todo momento mientras se colaba por los pasadizos más profundos de la mansión/cárcel. Y de los espíritus que más vivos sentía en ese momento eran su madre... y su mejor amigo, Mixcóatl.
En los últimos tramos de los pasillos del palacio que lo llevarían a la compuerta secreta por la que huyó la primera vez se volvía más dificultoso el paso debido a la presencia de más Centzones y Sacrodermos. Pelotones de ambos grupos se entremezclaban en las intersecciones de pasillos, algunos patrullando y otros haciendo de guardia, lo que volvía imposible a Quetzalcóatl poder crear una distracción pequeña para poder atraerlos a todos. El Dios Emplumado se ocultó detrás del parapeto del balcón y palpó sus pistolas de palanca con una mano. Asomó la mirada por los resquicios, y contó a todos los Centzones y Sacrodermos, sumando un total de treinta de ellos. Más allá de la hilera de Sacrodermos que protegían el camino central se encontraban las escaleras secretas que lo llevarían a su escapada. Bajó la mirada y se quedó viendo el suelo, pensativo, intentando pensar en un plan.
<<Tú eres un dios de luz, hijo mío>> Las repentinas palabras de Cihuacóatl llegaron a su mente de repente. Pero en vez de servir como un atavío para apaciguar sus desordenados pensamientos, hacían contraste del único plan que Quetzalcóatl tenía en mente para poder atravesar esa muralla de seguridad. <<Toda vida es preciosa. Aprécialos, a humanos y dioses por igual>>.
Desenfundó sus pistolas, se irguió de detrás del parapeto, apuntó una de sus pistolas a la cabeza de un Sacrodermo, y apretó el gatillo. El disparo que provino un segundo después sumió toda la espaciosa galería en el caos del confuso fragor de la batalla cuando el Sacrodermo cayó al suelo, la mitad de su cabeza explotada por el potente balazo.
El Dios Emplumado saltó por encima del baluarte y, apoyando sus pies sobre el balcón, dio un poderoso impulso que lo sacó volando por todo el rellano. Se estrelló contra otro Sacrodermo de la hilera, y ambos cayeron al piso. Pegó la pistola sobre su mentón y disparó, haciendo explotar su cráneo entero. Rápidamente describió un ágil giro en el suelo y agarró el cadáver del Sacrodermo y se cubrió detrás de él, protegiéndose de los disparos de fuego del resto de Sacrodermos. Asomó un brazo por encima del cuerpo y disparó tres veces, matando de tres tiros en la cabeza a los matadioses que tenía en frente. Seguido de ello empujó el cadáver de una patada. El cuerpo salió disparado por toda la sala, estrellándose y derrumbando a muchos Centzones en el proceso.
Quetzalcóatl se puso de pie de un acrobático salto. Corrió hasta cubrirse detrás de una estatua. Los espadazos de los Sacrodermos lo fustigaron, destruyendo la escultura en varios pedazos con su fuego maldito. El Dios Emplumado cerró los ojos y asomó una de sus pistolas por el pedestal. Disparo cinco veces, y los proyectiles divinos mató a dos Sacrodermos e inmovilizó a otros dos, haciéndolos caer al piso. Quetzalcóatl salió de su escondite y disparó sus dos pistolas con gran precisión, matando e inmovilizando a Centzones y Sacrodermos al unísono, evitando que muchos de estos últimos lo arremetieran con su fuego blanco-negro.
Un Centzon se le apareció a su lado y blandió su alabarda contra él. Quetzalcóatl esquivó la estocada y contraatacó con una embestida de su hombro. Se pegó al Centzon y lo uso como escudo contra los disparos de fuego maldito de los cañones de los Sacrodermos. El Centzon gritó de dolor, y sintió como su cuerpo era pulverizado por las llamas. Quetzalcóatl asomó una pistola por debajo del brazo del Centzon y disparó, matando de dos tiros en el pecho y en la cabeza a los Sacrodermos.
Enfundó una pistola y con esa mano desocupada le quitó la alabarda al ya muerto Centzon. Lo empujó de una patada y esgrimió con gran maestría la alabarda, empleándola como ataque directo a todos los Centzones que se abalanzaban a él. Barrió el suelo con dos de ellos, que cayeron al suelo y murieron de disparos en la cabeza. Un enorme Sacrodermo blandió su enorme hacha de guerra a su espalda. Quetzalcóatl previó el ataque y lo bloqueó con una salvaje esgrima de la alabarda, la cual se rompió en dos al neutralizar el hachazo. Quetzalcóatl dio un salto y se trepó hasta la cabeza del Sacrodermo. Enterró sus dedos en sus cuencas y, usando su fuerza divina, lo domó cual riendas a un caballo. Desde arriba, el Dios Emplumado comenzó a disparar a diestra y siniestra a todos sus enemigos, y uno a uno fueron cayendo al suelo con disparos en sus pectorales o en sus cabezas.
Al ver al último de los Centzones caer con estrepito sobre el piso, Quetzalcóatl apuntó el cañón a la pistola sobre la cabeza del último Sacrodermo al que montaba. Uno, dos, tres y cuatro airados disparos directos, y la sangre negra ácida salpicó su pecho y su rostro (la acidez no hizo efecto absoluto en su piel). El gigante de huesos negros trastabilló hacia delante y cayó bocarriba, generando un breve temblor que sacudió toda la estancia, ahora atiborrada de cadáveres y de sangre negra y roja.
Quetzalcóatl se quedó petrificado, de pie, observando a su derredor todos los cuerpos de Centzones normales y demoniacos entremezclados. Cerró los ojos, y las palabras de Cihuacóatl volvieron a resonar en su cabeza. Toda vida es preciosa, y él es un dios de luz, de alma inocente y benevolencia absoluta...
<<Lo intenté, mamá...>> Pensó Quetzalcóatl, apretando los parpados y evitando que las lágrimas cayeran de su semblante. Enfundó sus pistolas. <<Pero te fallé>>.
El Dios Emplumado descendió por las escaleras secretas ocultas tras una perta secreta. Bajó escalón por escalón con paso rápido, teniendo breves accidentes en los que su pie se torcía y por poco se caía con estrepito. Al llegar al suelo firme de la base, Quetzalcóatl corrió hasta las compuertas que estaba al fondo del rellano, y de una embestida de sus hombros las abrió de par en par. Quetzalcóatl se tropezó con una piedra y se desmoronó bocarriba sobre el suelo... atiborrado de nieve.
La parte trasera del palacio vadeaba los altísimos picos de las cordilleras que separaban a Aztlán del resto del continente. Quetzalcóatl se reincorporó con lentitud, las manos temblorosas, y oteó con una melancólica mirada el ennegrecido panorama, viendo los nubarrones conglomerarse alrededor de los tenebrosos picos montañosos. La nieve se le pegó a la piel, limpiando la sangre de su cuerpo. El Dios Emplumado se colocó frente al borde del acantilado. Cerró los ojos y tragó saliva. <<Esta será la última vez que me toque escapar de ti, Omecíhuatl...>>
Se inclinó hacia delante y se dejó caer hacia el inconmensurable vacío negro.
Unos segundos después se pudo alcanzar a ver un poderosísimo destello estelar iluminar brevemente las fosas montañosas. Seguido de eso se oyeron suaves rugidos draconicos, y desde la distancia, se pudo vislumbrar la ignominiosa, larguísima y gruesa silueta negra de una titánica serpiente viajando a través de las montañas, zigzagueando lenta y seguramente por la cordillera en búsqueda de una salida hacia las Regiones Autónomas.
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|◁ II ▷|
Tepeyollotl estrelló la punta de su espada contra el adoquín e hizo aparecer un montón de portales negros. De las gargantas de estos portales emergieron un sinfín de asteroides que salieron disparados contra Uitstli y Randgriz. Einhenjer y valquiria intercambiaron miradas de camaradería y asintieron con la cabeza al mismo tiempo. Se sentían seguros de pelear con todo luego de sacar al inconsciente y malherido ZInac fuera del combate. Debían de darse prisa y vencer a este maldito dios con Völundr.
La avalancha de asteroides cayó sobre el dúo de guerreros divinos, y estos últimos no se quedaron atrás. Uitstli desplegó sus espadas encadenadas y describió amplias espirales con los eslabones, extendiéndolos a largos rangos de alcance con los cuales partió en pedazos a muchos de los meteoritos. Randgriz, por su lado, hizo uso de la teletransportación de su lanza Tepoztolli y, de esa forma, desplazarse de un punto a otro con tal de esquivar la veloz ráfaga de meteoros; con rapaces esgrimas de su lanza, la Valquiria Real partió en dos a muchos de los asteroides.
Uitstli alcanzó a Tepeyollotl y lo arremetió con un hachazo giratorio. El Dios de las Montañas se impulsó hacia atrás, y seguido de ello dio acrobáticas volteretas hasta colocarse detrás del Jaguar Negro. Se abalanzó hacia él con un feroz espadazo. Uitstli lo previo y dio un salto hacia atrás, esquivando por poco la fugaz esgrima. La lanza de Randgriz apareció a los pies de Tepeyollotl y estalló, cegando al dios con su explosión lumínica. Randgriz apareció en frente suyo e invocó una alabarda dorada con la cual lo agredió de una estocada directo a su pecho. Tepeyollotl volvió a dar otra voltereta acrobática, y en el proceso le quitó la alabarda a Randgriz de una patada. Seguido de ello estrelló la punta de su espada al suelo, y aplastó a la valquiria en el piso con una prisión gravitacional que la hizo caer bocarriba.
Una flecha eléctrica apareció de la nada y sorprendió el lateral de Tepeyollotl. El Dios Jaguar apenas tuvo tiempo de alzar su espada y usarla como escudo. La enorme saeta impactó de lleno, generando una explosión eléctrica que mandó a volar a Tepeyollotl por toda la venida, haciendo que atraviese varios edificios. Uitstli llegó hasta donde Randgriz estaba siendo retenida por la gravedad. De un vigoroso pisotón deshizo el plasma púrpura, y ayudó a su valquiria a reincorporarse.
—¡VAMOS! —exclamó Uitstli, tomando las manos de Randgriz. Ambos entrelazaron sus dedos, y el fuego fatuo de su piel acarició la piel blanca de la valquiria— ¡Völundr!
Randgriz asintió con la cabeza, llena de determinación. Cerró los ojos, y Uitstli lo hizo también. Aún recordaban el ritual para llevar a cabo la complementación de sus almas; debían hacer resonar sus corazones al mismo ritmo de latidos, y resonar con el mismo sentimiento universal: el amor que se tenían el uno al otro como padre e hija.
Brillos efervescentes comenzaron a sobresalir de sus manos, escarchando la piel de ambos guerreros y volviendo sus cuerpos etéreos. El brillo blanco pasó a verde chillón, y tanto Uitstli como Randgriz sintieron con gran satisfacción como sus almas se abrazaban estrechamente y sus cuerpos se unían, mezclando lo físico con lo espiritual...
Hasta que fueron interrumpidos por un repentino levantamiento de tierra provocado por la gravedad de Tepeyollotl.
El suelo que pisaban tambaleó, lo que interrumpió el ritual del Völundr y provocó que sus manos se separaran. El fulgor esmeralda que los había rodeado se desvaneció como un ciervo que huye luego de ser asustado. Uitstli y Randgriz se tambalearon y cayeron al piso. La plataforma se levantaba con una abismal velocidad hacia el cielo, cual cohete que se dirige hacia el espacio, lo que mantuvo a ambos guerreros al suelo.
Uitstli alcanzó a ver por el rabillo del ojo a Tepeyollotl, descendiendo del firmamento y surcando el aire en dirección a ellos. A la velocidad de un meteorito, Tepeyollotl surcaba los cielos con un grueso halo de fuego y plasma púrpura envolviendo su cuerpo, adquiriéndole el aspecto de un auténtico asteroide. El Jaguar Negro ensanchó los ojos y rápidamente dio varias vueltas en el suelo hasta alcanzar Randgriz. Se colocó encima de ella, y extrajo una gran pieza de la plataforma de piedra y la transformó en un grueso escudo pedregoso, su resistencia reforzada por el fuego carmesí del Mictlán que recubrió su superficie.
La punta de la espada impactó brutalmente contra el escudo de piedra. El sonido sordo ocasionado por el choque ensordeció tanto a Uitstli como a Randgriz. El fulgoroso destello los cegó también, dejándolos totalmente desconcertados por lo que estaba sucediendo. A pesar del zumbido de sus tímpanos, Uitstli y Randrgiz alcanzaron a oír el crujir de la piedra del escudo siendo destruyéndose poco a poco. Los brazos de Uitstli temblaron, su corazón dio un vuelco al sentir el calor y la presión del plasma aplastar de a poco su cuerpo. El Jaguar Negro entreabrió los ojos, y miró a los ojos a Tepeyollotl, este último dedicándole una sonrisa engreída. Uitstli apretó los dientes, el semblante torciéndose en una mueca furiosa, y dejó escapar un belicoso rugido de tigre.
Y el escudo de piedra fue el que terminó cediendo a la imperiosa fuerza gravitacional de Tepeyollotl, partiéndose en mil pedazos. La espada del Dios Jaguar entonces atravesó el abdomen bajo de Uitstli y el de Randgriz al mismo tiempo. Einhenjer y valquiria arquearon sangre al mismo tiempo, y Tepeyollotl los impulsó a ambos hacia la superficie de la tierra, impactando los tres en el pavimento y generando una poderosísima explosión, su cúpula de fuego destructivo consumiendo los edificios aledaños y su onda expansiva arrasando con muchos más.
Un masivo cráter se creó en el lugar de la explosión. Cuando todo el humo y polvo se deshizo, revelaron los más de cuarenta metros de profundidad y cien de ancho que dejó el estallido de meteorito. Tepeyollotl, en la parte más honda del epicentro, se reincorporó con movimientos algo fatigados y empuñó su espada con su guantelete. Gruño, y de una esgrima la desenterró del vientre de Uitstli. Tras eso le propinó una patada, quitándolo de encima de Randgriz; ambos tenían la misma herida a la altura del abdomen bajo, y a causa de a gravedad que aún ejercía sobre sus cuerpos, se estaban desangrando a una velocidad pasmosa.
—Se los dije —maldijo Tepeyollotl entre gimoteos. Pasó la hoja de su espada por su guantelete, limpiándolo de la sangre de sus enemigos—. Murieron... antes de hacer su Völundr.
Para asegurarse de que ambos murieran una muerte lenta y dolorosa, el Dios Jaguar se acercó a ellos y los volvió a empalar con su espada; a Randgriz le atravesó el pecho justo debajo del corazón, y a Uitstli en su pectoral izquierdo. Su plasma gravitacional enrollaron sus cuerpos, asegurándose así de que no se movieran. Tepeyollot volvió a limpiar la sangre de la espada con su guantelete, y comenzó a retirarse.
—Todos los Miquinis mueren —murmuró para sí mismo.
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|◁ II ▷|
A pesar de la sangre inundando su garganta, del peso de la gravedad sobre su frágil cuerpo y de las desesperanzas haciendo abandono de su vida, Randgriz Fulladóttir se negaba a abandonar esta vida. Se aferró con uñas y dientes a la vida, soportando los infernales dolores de sus hemorragias. Su temblorosa mano combatió contra el plasma y la gravedad; a pesar de no moverse un centímetro, hacía lo imposible para acercarla a la de Uitstli.
Y el Jaguar Negro correspondía a su vehemente decisión. Con más vigor movió su mano, arrastrándola por el suelo y combatiendo las tensiones de sus músculos. Combatió contra la gravedad con la misma ferocidad, moviendo muy lentamente sus dedos y haciendo que su mano repte en dirección a la de Randgriz. La vida en los ojos de ambos se apagaba poco a poco, pero como Einhenjer y Valquiria Real apegados a todos los momentos dulces, todas las charlas y todos los latidos de corazón que compartieron en una sola sintonía para alcanzar el punto en el que estaban ahora, esas palpitaciones seguían bombeando sus cuerpos para hacerlos avanzar contra toda adversidad.
<<Uitstli...>> Pensó Randgriz, estirando como podía los dedos de su mano estirada para facilitarle el rango a su Einhenjer. Ante sus ojos pasaron visiones fugaces de su vida; los picnics en los jardines de oro con su madre Fulla, su primer contacto con el Valhalla y la Orden Valquiriana, la primea vez que conoció a Brunhilde y a la en aquel entonces Reina Freyja... Y, por primera vez en mucho tiempo, recordó los momentos dulces con su padre Beowulf antes de su deceso a la locura. Veía mucho de su padre en su Einhenjer, y ese amor bombeaba su pecho, aferrándola a la poca vida que le quedaba con tal de tocar su mano y sentir su calor.
<<Ra... Randgriz...>> Pensó Uitstli, aplicando sus últimas energías para extender lo más que pudo el brazo y estirar los dedos hacia los de su Valquiria Real. Su vida pasó ante sus ojos igualmente: su vida desde que reencarnó en los Nueve Reinos, de como con ayuda de varios Tlatoanis refundaron la civilización azteca con capital nombrada Xocoyotzin, en como él y su grupo comandaron las fuerzas militares contra las legiones de Aamón con la ayuda de las valquirias comandadas por Randgriz... y en como esta se había marchado sin avisar, solo para regresar por ordenes de Brunhilde y forzarla a que hiciera Völundr con él. La rechazó, y durante muchas décadas se pregunto si había hecho lo correcto o no.
Pero ahora iba a ser distinto para los dos. Ahora, el Völundr estaba solo al alcance de unos pocos centímetros de tacto. Los corazones de ambos resonaron al mismo ritmo, los ojos del uno no se despegaron del otro, y los escalofríos de sus cuerpos producto de la gravedad se desvanecieron, siendo reemplazados por la calidez física de sentir las yemas de sus dedos entrar en contacto. Sus pieles brillaron, y el fulgor blanco se intensificó hasta volverse un esmeralda chillón. El chirrido cristalino que comenzó a emitir la fusión de sus almas llegó a los oídos de Tepeyollotl, este último dándose la vuelta y reparando ingratamente en el ritual que sus enemigos, contra todo pronostico, estaban llevando a cabo.
—Pero serán hijos de puta... —maldijo el Dios Jaguar, y empezó a correr a toda velocidad hacia ellos, sus zancadas impulsadas por los pulsos gravitacionales de su aura púrpura. Dio un salto, se elevó a quince metros en el aire, y descendió a toda velocidad hacia ellos con su espada empuñada a dos manos— ¡¡¡MUERÁNSE YAAAAAAA!!!
La liberación de poder con la complementación de sus almas los liberó a ambos de las prisiones gravitacionales. Las ondas que libraron los resplandores esmeraldas sanaron sus heridas, y revitalizaron sus energías. Uitstli y Randgriz extendieron más los brazos, uniendo sus palmas y entrelazando con gran fervor sus dedos, permitiendo que el calor de sus cuerpos se volvieran uno.
El cuerpo de la valquiria se convirtió en polvo y en ráfagas que envolvieron el cuerpo de Uitstli. Tepeyollotl, en los cielos, despidió un rugido salvaje al tiempo que los plasmas de su espada liberaban rayos que destruían partes gigantes del cráter. El rostro de Randgriz pasó de ser uno de dolor a uno de felicidad, con una sonrisa de oreja a oreja que abrazaba el regocijo a pesar de la desolación. Uitstli correspondió a su sonrisa, y a sus oídos llegó el alarido de Tepeyollotl... que fue al instante acallado por el grito de Randgriz:
La espada gravitacional de Tepeyollotl impactó contra ambos guerreros moribundos, generando una nueva explosión lumínica que disparó un sinfín de ráfagas de plasma púrpura. Muchos de los rayos devastaron las montañas más lejanas de Tamoanchan, partiendo a muchas en dos y volviéndolas mesetas, y pulverizando a otras tantas en gigantescas explosiones de carácter atómico que dejaron a su rastro inacabables océanos de escombros que consumieron todos los bosques del reino dimensional. La destrucción fue tal que toda la isla, tan grande como un país, tembló desde sus cimientos hasta la superficie, generando un poderoso terremoto que terminó por desmoronar los últimos rascacielos y pirámides que aún se mantenían en pie.
Y sin que Tepeyollotl se diera cuenta, el fulgoroso estallido que generó su ataque se entremezcló con otro estallido de luz... proveniente del cuerpo fusionado entre Uitstli y Randgriz.
La explosión de plasma lumínico y de ondas gravitacionales desapareció tan pronto como apareció, apagándose todos ellos como un generador eléctrico tras una falla técnica. El impenetrable humo y polvo que rodeaba todo el cráter ululó en el aire, solo para momentos después ser disipados brutalmente por la esgrima de un arma cortante. El silbido de un denso fuego acaparó toda la atmósfera, y el polvo intoxicante fue reemplazado por los arabescos de fuego escarlata que surcaron el aire.
Lo próximo que se oyó fue un espectacular sonido ensordecedor de unos nudillos estrellándose contra algo. Seguido de ello se esparció, en un abrir y cerrar de ojos, una onda expansiva que fulminó todos los rastros de polvo del agujero. Y lo siguiente que se vio... fue a Tepeyollotl recibir de lleno el puñetazo de Uitstli directo en su estómago.
El Dios Jaguar vomitó sangre al aire, y su cuerpo salió despedido por todo el cráter hasta atravesar el borde de este y salir volando hacia el firmamento. Tepeyollotl giró incontables veces en el aire, para después pegar un alarido estridente que dejó salir una onda de choque gravitacional, deteniéndolo abruptamente a más de cien metros de alto. El Dios de las Montañas se vio el vientre, descubriendo con sorpresa y consternación su armadura abollada y con la forma de un puño desfigurando el peto. La respiración de Tepeyollotl se alteró, inhalando y exhalando tanto de su nariz como de su boca cual animal con rabia.
El Dios Jaguar bajó la vista al sentir una masiva montaña de poder viniendo del fondo del cráter. Y allí donde deberían estar los cadáveres de sus enemigos... Se erguía con gran imponencia un Uitstli de más de dos metros de alto, con guanteletes de piedra volcánica y púas en sus extremos inferiores, su cabello lila y brillante erizado y moviéndose como si fuera una flama misma, un cuerno que sobresalía de su frente, y con una larguísima lanza apoyada en su hombro izquierdo de la cual emanaba un polvo blanco escarchado que adoptó, de cintura para arriba, la forma de Randgriz.
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|◁ II ▷|
Sin que ni Uitstli, Randgriz o Tepeyollotl lo pudieran notar por lo concentrados que estaban en la batalla... Las estrellas que habían empezado a tintar el firmamento de aquella dimensión se movían en rapaces zigzagueos, siguiendo los constantes impulsos acrobáticos, las volteretas danzarines y los altísimos saltos que pegaba Xochiquétzal, la doncella del fuego... y la domadora de las estrellas aztecas.
El único quien podía mantener el ritmo con ella era Eurineftos; ni Tepatiliztli y ni Yaocihuatl podía seguirle el juego a la domadora de estrellas. Se movía a velocidades que a veces rayaban en lo lumínico, en los que Xochiquétzal se convertía en centellas que se desplazaba de una punta de la ciudad a otra con tal de coger carrerilla y así arremeter con salvajes patadas giratorias. Eurineftos hacía lo que podía para seguirle el ritmo a la maldita diosa; sosteniendo a las dos mujeres aztecas en una mano, hacía uso de su velocidad al máximo potencial para poder realizar esquives reaccionarios y, así, esquivar los puñetazos de fuego de la fugaz Xochiquétzal. Pero por más que hiciera esquives casi perfectos, las ráfagas de llama estelar de la diosa rasgaban su exoesqueleto, y derretía lentamente su obsidacraspo.
El Metallion ascendió de un salto y, cargando consigo a Tepatiliztli y a Yaocihuatl, las hizo subir hasta la cima del techo de una bodega. Allí Eurineftos dejó a las dos mujeres en el suelo, y estas se mantuvieron cerca de sus pies para no estar expuestas a los ataques de la diosa lumínica.
Eurineftos sintió las vibraciones de las ondas lumínicas de Xochiquétzal viniendo de su lateral. Su percepción del tiempo se ralentizó brutalmente, haciendo ver el movimiento de los alborotados nubarrones más lento, casi como si el tiempo para él se detuviera. A través de los oscuros callejones vadeados por cascajos, el Metallion alcanzó a vislumbrar la silueta de Xochiquétzal asomándose a través de unos pilares dóricos. Eurineftos convirtió uno de sus brazos en la boca de un gigantesco obús, el doble de grande que su cabeza, y esta comenzó a emitir un cegador brillo que indicaba que estaba cargando energía.
Pero antes de poder disparar, los filtros de su percepción del tiempo se alborotaron igual que las estrellas y el cielo, y Eurineftos volvió a ver el mundo a velocidad normal, lo que hizo perder de vista a la domadora de estrellas.
<<¡¿Pero qué...?!>> Pensó Eurineftos<<¡Mis sensores del tiempo dejaron de funcionar!>>.
Miró hacia abajo, y verificó que las dos mujeres aztecas aún seguían cerca de sus pies. El Metallion lanzó una mirada a su derredor y escudriñó con suma atención los derruidos edificios. Aunque al principio no vio cambio en ellos, Eurineftos usó un filtro que detectaba el nivel de carbono de todas las sustancias y solidos del ambiente... y se llevó un horroroso susto al ver como los niveles de carbono de los edificios ascendían brutalmente. En otras palabras, se estaban deteriorando a una velocidad pasmosa. Fue en ese momento que Eurineftos se dio cuenta de la verdadera y aterradora habilidad de Xochiquétzal.
Eurineftos agarró a las dos mujeres aztecas y las cargó sobre su pecho. De un impulso supersónico se alejaron del techo de la bodega, pudiendo esquivar muy a duras penas la explosión lumínica que aplastó el edificio y lo convirtió en polvo estelar. El estallido de luz y fuego se alzó como un hongo nuclear, alzándose hasta los siete kilómetros de alto en cuestión de segundos y arrasando con todo a su paso con su onda expansiva. Eurineftos usó sus defensas de escudos de fuerza, pero incluso esos fueron destruidos en un santiamén por las ondas de choque, lo que hizo que perdiera control de su vuelo y terminara desmoronándose y rodando por el suelo adoquinado de una rotonda.
Eurineftos se reincorporó al instante de detener su rondamiento. Dejó caer a Tepatiliztli y Yaocihuatl al suelo, y las dos se arrejuntaron a sus pies. El Metallion alzó uno de sus pies y, de un pisotón, generó una onda de choque que se transformó en una densa cúpula protectora alrededor de ellos. De la espalda del Metallion emergieron máquinas que, al saltar y caer al piso, se revelaron como velociraptores robóticos que salieron corriendo a toda velocidad por los desolados callejones y bulevares.
Al ver y comprender lo que el Metallion hacía, Tepatiliztli lo imitó al enterrar una invocación de rosas de su mano y enterrarla en el suelo. Más allá de los bordes de la cúpula protectora surgieron raíces espinosas que formaron una barricada superpuesta a la cúpula con un rango de cien metros, como un océano de espinas. Yaocihuatl mantuvo su lanza y su espada matadioses en alto, los ojos rojos virando a todos lados con tal de estar alerta de la velocidad de su enemiga divina.
—¿En serio está incrementando la velocidad del tiempo de todo este reino? —farfulló Tepatiliztli entre dientes, el corazón latiéndole a mil por hora al ver los escombros convertirse lentamente en polvo. Un nuevo tipo de miedo se le acababa de desbloquear.
—A juzgar por el incremento del carbono en el ambiente —explicó Eurineftos, espada y escudo de plasma en alto—, la velocidad del tiempo se ha incrementado en al menos un cincuenta y un por ciento. Lo que quiere decir que, para que se cumplan seis horas en tiempo normal, solo deben pasar menos de tres minutos. En otras palabras... —el Metallion alzó la cabeza, y observó con gran horror las nubes del firmamento desplazarse a toda velocidad hacia el horizonte— estamos viendo las nubes correr a la misma velocidad que un satélite haciendo reingreso a la atmosfera de la tierra.
—¿Y a qué velocidad va la zorra esta? —maldijo Yaocihuatl, mirando hacia arriba y viendo de reojo al Metallion.
—Velocidades subluminicas —afirmó Eurineftos, alcanzando ver varios destellos dorados desplazarse fugazmente por el cielo y por las carreteras—. Y si no detenemos su incremento de velocidad, entonces llegará a velocidades luz, e incluso puede que las supere...
—¡¿Cómo detendremos algo así de rápido?! —farfulló Tepatiliztli, poniéndose cada vez más nerviosa— ¡Nosotras apenas podemos reaccionar a ataques sónicos!
—Solo yo puedo reaccionar a esas velocidades gracias a mi recepción del tiempo —explicó el Metallion—. Pero no puedo usarlo por más de quince segundos debido a la aceleración que provoca mal funciones en mi sistema —bajó la mirada y se acuclilló brevemente al nivel de ellas dos—. Escúchenme, chicas. Yo trataré de detenerla en ese breve lapso de tiempo. Y cuando pueda arremeterla, ustedes aprovechan para rematarla.
—¿Y cómo sabemos que no tendrá la misma resistencia física? —inquirió Tepatiliztli.
—Si la tuviese, no estaría apartada de nosotros y alejándose cada vez que nos ataca —argumentó Yaocihuatl, lo que se ganó una mirada curiosa de la médica azteca—. Eso quiere decir que incrementó su velocidad a costa de su resistencia física. ¡Un ataque nuestro, y podremos dejar a esa perra inválida!
—¡Y un ataque de ella también supone nuestra muerte, Yaocihuatl! —Tepatiliztli la tomó de un brazo y la miró de arriba abajo— ¿Cuánto tiempo te queda para esta transformación? ¿La aceleración de tiempo no te afecta?
—No, no me afecta —Yaocihatl se golpeó el pecho con una mano—. Debo tener al menos... —se quedó pensativa por unos segundos— Ocho minutos. Máximo seis... —la mujer guerrera miró de reojo la espada matadioses, y se quedó analizando por un momento las flamas. Entrecerró los ojos; un plan comenzó a formarse en su cabeza.
<<Si en verdad los amas, como madre, como esposa, como hermana...>> La repentina aparición de la voz de Xochipilli hizo que su corazón se hinchiera de nostalgia y determinación. <<Entonces haz lo que sea por volver con ellos. Protégelos.>>
—¡Pónganse en posición, chicas! —vociferó Eurineftos, irguiéndose y esgrimiendo su escudo y su espada— Acabo de sentir a todos mis velociraptores ser destruidos. ¡Ya viene en camino!
Yaocihuatl y Tepatiliztli se colocaron hombro con hombro, sus armas alzadas a la altura de sus cabezas, sus ojos mirando hacia todos lados con tal de estar alerta del siguiente ataque lumínico de la domadora de estrellas. Se hizo el silencio, siendo lo último que e oyó el rugido moribundo de un velociraptor robótico. El escabroso silencio acompasó el incremento de la velocidad del tiempo; las nubes comenzaron a desplazarse con más rapidez, y el deterioro del ambiente fue tan brutal que muchos escombros se convirtieron en polvo desganado que se marchitó en un santiamén. Yaocihuatl le murmuró algo en el oído de Tepatiliztli, algo que Eurineftos no alcanzó a oír por estar concentrado en el ambiente.
Y entonces, la señal de su llegada vino en la forma de la explosión de todas las raíces puntiagudas de Tepatiliztli, seguido del estallido cristalino de la cúpula de fuerza. Todos ellos emitieron ensordecedores estruendos que hicieron que los tres voltearan sus cabezas hacia la centella que se abalanzaba hacia ellos a toda velocidad... solo para desaparecer de ellos en un parpadeo.
Un milisegundo después, Eurineftos vio con horror como el vientre de Yaocihuatl era atravesado por un brazo incandescente. La mujer guerrera notó el dolor un segundo después; vomitó sangre, y ensanchó los ojos del pavor de ver el brazo traspasarle el vientre y destruirle todos los intestinos sus llamas divinas.
—A-ahora... ¡Eurineftos...! —masculló Yaocihuatl al tiempo que esgrimía con gran dificultad su espada matadioses.
—¡¡¡CHRÓNOU EPYVRÁDYNSI!!!
A ojos de Eurineftos, se emitió una serie de ondas incoloras e invisibles que envolvieron el mundo entero y lo volvieron blanco y negro. La velocidad de las nubes se ralentizó hasta el punto de moverse a velocidad normal. Yaocihuatl quedó totalmente inmóvil, con el brazo flameante sobresaliendo de su vientre cual monstruo parasitario.
<<¡Toma esto!>> Exclamó Eurineftos en su cabeza, y arremetió de un espadazo a Xochiqué...
Eurineftos se detuvo abruptamente y dejó escapar un jadeo de sorpresa al ver el resto del cuerpo de la supuesta invasora. El brazo incandescente no era de la diosa. Era de... ¡¿Tepatiliztli?!
El brazo de la médica azteca era el que estaba ardiendo en llamas y que lo confundió con el de Xochiquétzal. Debido a las velocidades lumínicas, ella todavía no había reparado en el dolor de su brazo por las flamas divinas. Tenía una expresión de confusión en su rostro, lo que preocupó de sobremanera a Eurineftos, en especial al notar la ignominiosa sombra de Xochiquétzal flotando detrás de ella, rodeada de fuego y con una expresión de malicia autocontrolada en su semblante.
<<Esta vez no te me vas a escapar>> Pensó Eurineftos, extrayendo el brazo de Tepatiliztli del vientre de Yaocihuatl y apartándola de la diosa. El Metallion se posicionó en frente de Xochiquétzal, esta última moviéndose tan lento que parecía un caracol desplazándose por el suelo. Eurineftos empuñó del reverso su espada naranja, y la arremetió con todas sus fuerzas. <<¡MUERE, MALDITA DIO...!>>
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|◁ II ▷|
Pero antes de que su espada pudiera tocar a la domadora de estrellas, Eurineftos reparó en la presencia de proyectiles enérgicos rodeándolos. Un escalofrío recorrió su metálico cuerpo, y cuando se dio la vuelta, el Metallion tuvo por primera vez un episodio de recuerdos de traumáticos al descubrir... ¡Cinco gigantescas esferas de fuego estelar abalanzare hacia ellos! ¡Y dos de ellos se dirigían lentamente hacia la desconcertada Tepatiliztli!
El trauma golpeó duramente la chispa de vida de Eurineftos. Como la bomba atómica de Tonacoyotl que lo golpeó y lo dejo noqueado, los recuerdos belicosos de la Thirionomaquia retornaron a su consciencia, haciéndole recordar el episodio más traumático que haya tenido en toda su vida.
—¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!! —su estridente alarido, como el de un soldado veterano sufriendo espasmos, reverberó en toda la atmosfera de tiempo ralentizado— ¡NO OTRA VEZ! ¡OTRA VEZ ESTE ESCENARIO! —los escalofríos hicieron mella en el obsidacraspo de su cuerpo. Las sombras fulgorosas de Xochiquétzal se deformaron ante sus ojos, y el fuego que envolvía su cuerpo se convirtió en una espiral y adoptó la tenebrosa sombra de un imponente dragón de dos cabezas, alas y escamas pedregosas, y con una de sus zarpas envueltas en relámpagos escarlatas. El Spithafton de Eurineftos bombeó como un corazón humano a punto de sufrir un ataque cardiaco— ¡¡¡TROMERÁNGELOS!!!
<<Tengo que evitarlo...>> Pensó Eurineftos, trotando hasta Tepatiliztli y alejándola de un gentil manotazo. <<¡Tengo que evitarlo!>> Seguido de ello, pulverizó los proyectiles estelares con sendos disparos gravitacionales de su cañón de riel. Se volvió hacia Xochiquétzal, esta última aumentando su velocidad poco a poco, rompiendo su percepción temporal. El tiempo ya estaba volviendo a su curso. ¡Solo le quedaban tres segundos! <<¡¡¡NADIE MÁS MORIRÁ!!!>>
Tres... Eurineftos se colocó en frente de Xochiquétzal.
Dos... Alzó por encima de su cabeza su espada naranja.
Uno... Pegó un grito aguerrido, y arremetió contra la diosa.
Pero antes de que pudiera partirla en dos, el tiempo ya retornó a su curso natural de aceleración. Las nubes en el cielo volvieron a desplazarse a toda velocidad, y con ello, Xochiquétzal desapareció de la vista de Eurineftos en forma de una centella. Alrededor suyo hubo caos; Yaocihuatl cayó de rodillas al piso, sus manos intentando reorganizar sus intestinos caídos, y Tepatiliztli se desmoronó en el suelo y comenzó a rodar una y otra vez mientras gritaba de dolor e intentaba apagar el fuego que quemaba su brazo.
Eurineftos quedó petrificado, el horror y la perplejidad aplastando su chispa de vida al ver a las dos mujeres aztecas morir y sufrir lentamente. Un escalofrío le corrió la espalda. Miró por encima de su hombro, y descubrió a Xochiquétzal flotando a su altura y clavando su severa mirada en él.
Y la gloriosa patada ascendente de Xochiquétzal le cortó el brazo a Eurineftos cual esgrima de una espada hecha con el plasma del mismo sol.
El brazo cayó pesadamente al piso. Eurineftos emitió gruñidos dolorosos al ver las chispas eléctricas chisporrotear de sus cables. El fuego remanente dejado por el Ultimo Tope Patada dejó cegado a Eurineftos. El Metallion contraatacó con un torpe empujón de su escudo. Xochiquétzal lo esquivo de un salto acrobático en el aire, y le devolvió el ataque propinándole una patada directo en su rostro. La cabeza de Eurineftos se abolló ligeramente, y su cuerpo salió disparado por toda la plaza hasta caer encima de un monte de cascajos. Los escombros se pusieron encima de él, dejándolo inmovilizado.
Xochiquétzal aterrizó con ligereza en el suelo, cual pluma flameante. Observó con satisfacción su derredor, sonriendo al ver a Tepatiliztli quedarse derribada en el piso, jadeando una y otra vez del dolor de soportar las quemaduras de tercer grado. La domadora de las estrellas alzó la cabeza, y viró las nubes desplazándose más y más velozmente, hasta el punto en que el color del cielo se volvía de a poco nocturno. Cerró los ojos y despidió un suspiro.
—El tiempo seguirá acelerándose —exclamó en advertencia, las flamas de su cuerpo formando espirales en sus tobillos y sus muñecas—. Lo hará... hasta que no quede nada de este reino dimensional. Después, iré a por Aztlán, y haré lo mismo que hice con todos ustedes, pero asesinando a todos los que se opongan a mi reina madre. Yo soy imbatible. Yo jamás seré detenida. Ni yo... ni tampoco mi madre.
La domadora de las estrellas viró la vista hacia la arrodillada Yaocihuatl. Estaba quieta; parecía estar ya muerta. Xochiquétzal frunció el ceño. Eso no le gustaba. No quería que su victima muriera todavía. Volvió los pies y se dirigió hacia ella.
—Yao... h-hermana... —farfulló Tepatiliztli, restregando su brazo contra el suelo mientras que, con su otra mano, invocaba una flor de espinas.
Xochiquétzal se detuvo frente a la espalda tonificada de Yaocihuatl. Aunque no la estuviera viendo de frente, podía sentir la desesperanza en su aura y en la pose en la que se encontraba. Eso la hizo volver a sonreír de satisfacción, los colmillos chirriando entre sí.
—Bueno... aprendiz de Xochipilli —exclamó. Agarró a Yaocihuatl de la cabeza y afiló sus dedos, colocándolas en posición de garras a la altura del pecho de la mujer guerrera—. Mándale saludos a mi hermano cuando se encuentren en el último nivel del Mictlán.
El brazo de la doncella del fuego se volvió un borrón anaranjado que atravesó la espalda de Yaocihuatl, arrancándole el corazón en el proceso y haciendo que todo el suelos sea salpicado por una llovizna de sangre. El mundo entero se volvió oscuro y silencioso, el cielo siendo un tráfico alborotado de nubes moviéndose en zigzagueos, los escombros de los cascajos volviéndose polvo. Xochiquétzal, con el corazón de Yaocihuatl en su mano, carcajeó maliciosamente y comenzó a apretar los dedos, aplastando poco a poco el corazón...
Solo para llevarse la repentina sorpresa de ver raíces puntiagudas aparecer alrededor del corazón que perforaron su palma y sus dedos. Xochiquétzal bramó, pero su terror máximo llegó cuando el corazón y las raíces de púas... comenzaron a arder con el fuego maldito de los matadioses.
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Minute: 1:20 - 2:45
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|◁ II ▷|
Las llamas blancas y negras se esparcieron rápidamente por su brazo, pulverizando y reemplazando sus llamas anaranjadas. El fuego maldecido empezó a quemarle la piel, y Xochiquétzal pegó un estridente alarido de dolor que hizo que soltara el corazón de Yaocihuatl. Retrocedió varios pasos, viendo su brazo entero ser consumida por las flamas. Miró a su enemiga, y una nueva sorpresa colmó sus ojos al ver las raíces de púas poner el corazón arrancado de nuevo en su lugar, y sirviéndose como los nuevos vasos sanguíneos del órgano extirpado.
—Tú... —masculló la domadora de estrellas, volviéndose hacia Tepatiliztli. La médica azteca, tirada en el piso, tenía el brazo extendido y envuelto de aura púrpura— ¡¡¡ZORRA DE MIERDAAAAAAA!!!
Las flamas anaranjadas explotaron alrededor suyo, consumiendo y derrotando a las llamas malditas. La aceleración del tiempo dio un nuevo impulso, y Xochiquétzal estuvo a punto de convertirse en una centella y abalanzarse hacia la médica azteca, hasta que...
—¡XOOOOCHIIQUETZAAAAAAAAL!
La doncella de fuego se dio la vuelta e intentó esquivar la salvaje patada. No tuvo suficiente reacción de tiempo, y el puntapié se clavó profundamente en su quijada, quebrándoselo... y esparciendo el fuego maldito por su rostro.
—¡¿QUÉEEE?! —masculló Xochiquétzal, trastabillando y llevándose las manos al rostro, propagando sus propias llamas divinas para neutralizar las malditas. Izó la mirada, y se llevó la ingrata sorpresa de ver a su enemiga Miquini... envuelta de pies a cabeza en aquellas llamas malditas, convirtiéndose en una pira de fuego matadioses que caminaba con zancadas imponentes hacia ella... con su corazón colgando del agujero que abría su pecho, las raíces de Tepatiliztli transportando y bombeando la sangre al órgano.
—Óyeme bien... maldita... —farfulló Yaocihuatl, agitando sus brazos de adelante hacia atrás, provocando que las flamas se esparzan a su alrededor, espantando a Xochiquétzal— En el estado... en el que estoy ahora... solo me quedan unos segundos de vida. Treinta... quizás veinte... Y todos ellos los aprovecharé... para matarte. Todos y cada uno de los golpes... que te voy a dar... ¡Todos serán por Xochipilli! —apretó el puño con todas sus fuerzas. Se abalanzó hacia la diosa, la embistió con el hombro y la fulminó con un salvaje puñetazo que resonó en carne demolida. La quijada de Xochiquétzal volvió a quebrarse—. ¡ESTE ES POR XOCHIPILLI!
La doncella de fuego se desmoronó al piso. Se reincorporó con movimientos alterados, como los de un animal entrando en pánico por su presa luchando y derrotándolo. El fuego espiral de sus pies envolvieron todas sus piernas.
—¡Aceleración del tiempo! —vociferó, e inclinó las piernas con tal de impulsarse y escapar de ella. No hubo movimiento, y en cambio tropezó y cayó al piso. Xochiquétzal se miró los pies, y se ensanchó los ojos al ver las raíces puntiagudas enrollarse alrededor de sus tobillos e infectarla con más llamas malditas.
—Lo sabía: en este estado... tu cuerpo se vuelve mucho más frágil —Yaocihuatl alzó una mano, enseñándole a la paniqueada diosa azteca el matojo de raíces púrpuras que enroscaba su palma y por la cual viajaba el fuego matadioses al cuerpo de Xochiquétzal— Esta vez no te... daré la oportunidad de escapar. Ni ahora... ni como hace... cincuenta años. Eres... toda mía ahora, ¡HIJA DE PUTA!
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|◁ II ▷|
Xochiquétzal comenzó a jadear con fuerza, su expresión dejando rienda libre a que todos vieran el pavor que estaba dominándola en este instante. Trató de arrancarse las raíces, pero las llamas malditas la quemaron. En ese momento de distracción no se dio cuenta del puño de Yaocihuatl. Se dio la vuelta, y recibió de lleno el revés en el rostro, haciendo que su cuerpo volviera a trastabillar y a tropezarse a causa de las raíces.
—Este es por Xochipilli —exclamó Yaocihuatl, su corazón empezando a bombear con más rapidez. Jaló las raíces, atrajo a Xochiquétzal a sí misma, y volvió a propinarle un puñetazo directo en su rostro, desfigurándolo más gracias al fuego matadioses—. Y el siguiente después de este... —jaló las raíces puntiagudas, la domadora de estrellas volvió a impulsarse hacia ella, y de nuevo le conectó un puñetazo en la cara— Y el siguiente después de este. Y el siguiente... Y el siguiente... Y el siguiente... —los ojos de Yaocihuatl se cristalizaron, y lágrimas de imponencia y de frustración cayeron de sus mejillas al ver, brevemente, la visión de la sonrisa benevolente de Xochipilli— ¡¡¡TODOS ELLOS SERÁN POR XOCHIPILLI!!!
>>¡¡¡Y ESTE!!!
Yaocihuatl le conectó un gancho a Xochiquétzal, haciendo que el cuello de esta se torciera horriblemente.
>>¡¡¡Y ESTE!!!
Sus nudillos golpearon su quijada baja, y los dientes de la diosa salieron volando de sus labios.
>>¡¡¡Y ESTE!!!
El revés con el brazo extendido le partió el pómulo y elevó cinco metros en el aire. Xochiquétzal ya había perdido el conocimiento para este punto debido al efecto de las llamas malditas. La cólera de cien años de Yaocihuatl se transformó en una lluvia de puñetazos inacabables, todos ellos golpeando descontrolada y desorganizadamente a la inconsciente diosa. No pretendía golpear con precisión para matarla de inmediato. La fulminaba con una intensa lluvia de puñetazos para hacer que sufra toda su descarga de furia acumulada por tantas décadas.
—¡Y ESTE, Y ESTE, Y ESTE, Y ESTE! —chilló Yaocihuatl, las lágrimas volando de sus ojos como sus puños volaban por el aire para desfigurar todo el cuerpo de Xochiquétzal como un furioso oso despedaza a una presa humana— ¡Y ESTE, Y ESTE, Y ESTE, Y ESTE, Y ESTE! —se detuvo brevemente. Caminó tres pasos seguros hacia Xochiquétzal, esta última cayendo justo en frente de ella, su rostro listo para ser golpeado— ¡¡¡TODOS ELLOS SON JUSTICIA PARA MI PRINCIPEEEEEEEEEEEEEE!!!
Y la mujer guerrera, otrora sirvienta del Príncipe de las Flores, terminó con la vida de la hija de Omecíhuatl propinándole el más poderoso de los puñetazos directo en su desfigurado rostro. Xochiquétzal salió disparada hacia el cielo, impulsada por la onda expansiva generada por el puñetazo y que se extendió por toda la isla de Tamoanchan. Las aceleradas nubes ralentizaron su rapidez brutalmente, volviendo a sus posiciones originales y a su velocidad normal. En el aire, el cadáver de Xochiquétzal fue consumido por las llamas malditas; su pálida piel se agrieto, sus flamas divinas fueron aniquiladas por las blancas-negras, y en un abrir y cerrar de ojos, el cuerpo entero de la Diosa del Deseo estalló en mil y un pedazos pequeños que revolotearon por todo el cielo.
Yaocihuatl se quedó observando el firmamento, apreciando hasta la última mota de polvo del cuerpo de la diosa esfumarse de su vista. Tepatiliztli y Eurineftos (este último emergiendo de los escombros y poniéndose de pie) la vieron con felicidad, que duró poca debido a que vieron como las palpitaciones de su corazón artificial se estaban apagando.
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https://youtu.be/CRttoo8YuE4
Minute: 1:54 - 3:13
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|◁ II ▷|
Los borrones de humo y polvo dorado se arremolinaron detrás de la fatigada Yaocihuatl. Adoptaron la apariencia del dios azteca Xochipilli, quien abrazó con gran amor y agradecimiento a la mujer guerrera, para después esfumarse en el aire al instante en el que apareció. Ni Tepatiliztli ni Eurineftos lo vieron; solo lo pudo ver Yaocihuatl. Y también lo sintió. Eso hizo que empezara a sollozar sin parar.
—Me siento... tan liberada... —farfulló. Tosió varias veces, y en uno de ellos escupió sangre. Se limpió los labios con una mano y se quedó viendo el manchón de sangre— Ah... ¿Lo viste, Xochipilli...? Sí fui capaz... de sacrificarme... por mi familia... —se dio lentamente la vuelta y cruzó miradas con Tepatiliztli, esta última con el corazón encogido de ver los ríos de lágrimas cayendo por sus agrietadas mejillas— Pude vengarlo... hermana... Ahora puedo quemar mis lágrimas... con el cálido espíritu... de mi príncipe.
—Ya... Yaocihuatl... —farfulló Tepatiliztli en un sollozo quebrado.
Yaocihuatl sonrió y se encogió de hombros. Su corazón acababa de dar el último latido.
—D-dile a mi marido... y a mi hija... que los amaré por toda... la eternidad...
La mujer guerrera dio un último suspiro aguerrido. Su respiración se cortó, y cerró los ojos. Se tambaleó de adelante hacia atrás, y terminó cayendo de bruces al suelo. Las raíces que rodeaban su corazón se desvanecieron, dejado caer el órgano muerto al frío suelo. A pesar de la lúgubres de su cadáver, con dos huecos abriendo su estómago y su pecho, Yaocihuatl acababa de morir con una sonrisa en el rostro.
—No... No... ¡NO! —Tepatiliztli se abalanzó hacia el cuerpo de su hermana, haciéndola reposar sobre su regazo— ¡¡¡YAAAAOICHUAAAAAAAAAAAAAAAALT!!!
Eurineftos se quedó mudo, el silencio solemne mientras recogía su brazo arrancado y lo ensamblaba como podía a los cables de su hombro. <<Otra vez... Sirius>> Pensó, melancólico. <<Otra vez no pude evitar la muerte destinada...>>
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11
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https://youtu.be/jncOpt78vck
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
El incremento de poder gracias al Völundr dejó sin palabras al Dios de las Montañas. Uitstli ahora era quien lo superaba en todo: fuerza física, velocidad, agilidad e incluso poderes de Tlamati Nahualli. No importaba cuanta fuerza aplicara en su espada, o incluso cuanta gravedad aplicara en ellos para poder aplastarlos al suelo: Uitstli ahora estaba en un nivel completamente distinto al suyo.
El Jaguar Negro esquivó el espadazo amplio del Dios de las Montañas y le devolvió el ataque con un feroz puñetazo directo en su rostro. Tepeyollotl salió disparado por toda la autopista, alejándose de Uitstli por más de quinientos metros de distancia. Enterró su espada en el asfalto y se detuvo en el aire, cayendo de pie al suelo. El Dios Jaguar empuñó su espada con ambas manos, recargando toda la hoja con ráfagas de plasma púrpura que envolvió toda el arma y, después, el resto de su cuerpo.
Tepeyollotl chirrió los dientes y se impulsó con todas sus fuerzas. El plasma se densificó y rodeó todo su cuerpo, convirtiéndolo en un veloz cometa en el recorrido. El Dios Jaguar lo sintió en la piel: el siguiente ataque que iba a propinar, ¡se convertiría en el ataque más poderoso que jamás haya hecho en toda su existencia!
A lo lejos, Uitstli pudo vislumbrar al refulgente Tepeyollotl abalanzarse hacia él en su forma de cometa. El Jaguar Negro empuñó su larguísima lanza Tepoztolli, y la escarcha blanca que manó de ella se convirtió en la forma de su Valquiria Real.
—¿Lista, Randgriz? —dijo.
—¡Con toda, señor Uitstli! —exclamó la valquiria, para después volverse de nuevo escarcha y meterse dentro de la lanza.
El Jaguar Negro sonrió en satisfacción. inclinó las piernas hacia atrás, y de un potente impulso salió disparado por toda la autopista con el objetivo de intercambiar un mortal golpe con Tepeyollotl en el centro de toda la carretera, convirtiéndose él también en un feroz cometa de color rosa que destruía todo a su paso. Tanto él como Randgriz lo sintieron física y espiritualmente: ¡el siguiente ataque que iban a hacer como uno solo iba a ser uno gloriosamente poderoso!
Ambos comentas, púrpura y rosado, acoraron abismalmente las distancias hasta no quedar más que unos pocos metros de distancia de cada uno. Cada uno envuelto en sus capas de aura tormentosa, sumiendo sus cuerpos en poder puro que estaba a punto de colisionar violentamente. Uitstli empuñó su Tepoztolli con ambas manos y arremetió con una estocada. Tepeyollotl apretó sus manos sobre el mango de su espada, y descargó su poderoso y eléctrico espadazo. Fuego y electricidad se entremezcló de forma apasionada, y ambos contrincantes gritaron el nombre de sus técnicas:
Las puntas de ambas armas impactaron con la brutalidad de dos meteoritos que chocan en el espacio a toda velocidad. El estallido lumínico que acompañó a la violenta colisión cegó a ambos contrincantes, y se incrementó hasta el punto de volverse un hongo de luz que se alzó más allá del firmamento y de las estrellas, desapareciendo en el fondo estrellado del cielo nocturno. La isla continental tembló en su totalidad, y el choque de ambas armas divinas generó un temblor de proporciones bíblicas que provocó, inclusive, que el tronco del titánico árbol se abriera en un millar de grietas y comenzara a desmoronarse sobre sí mismo.
Todas las ráfagas de plasma púrpura fueron neutralizados por los bramidos de fuego que emitió la lanza Tepoztolli, siendo pulverizados en el aire antes de que puedan extenderse hacia los cielos. Hoja y lanza repiquetearon con vibraciones tan fuertes como un temblor de placas tectónicas, luchando unas contra otras en un intento por quebrar a su enemiga.
Y la primera en quebrarse... fue la espada de Tepeyollotl.
La hoja del arma divina se abrió en grietas que se ensancharon, replicando con crujidos metálicos que culminaron con la hoja entera de la espada partiéndose en pedazos. El rubí de la empuñadura se quebró también, partiéndose en dos. La salvaje onda de choque de la lanza Tepoztolli no terminó allí; se esparció por el resto del cuerpo de Tepeyollotl, arrancándole el brazo izquierdo y quebrándole todos los huesos de sus costillas y de sus piernas, provocando que se desmorone de forma precipitada al piso, y sobre sus rodillas.
El Dios Jaguar cayó derrotado de rodillas frente a su vencedor. La cúpual de luz generada por el choque de armas se desvaneció, revelando los más de dos metros de altura del Jaguar Negro, este último erguido gloriosamente en frente suyo, viéndolo a los ojos con una mirada de victoria aplastante. Tepeyollotl abrió la boca para hablar, pero fue interrumpido por una arqueada de sangre que vomitó sobre su torso.
—Así que este... es el poder... del Völundr... —farfulló. Cuchicheó risotadas— Que injusticia... Un Miquini como tú... teniendo este tipo de poder...
—Todo lo contrario —respondió Uitstli, esgrimiendo a Tepoztolli hasta dejarla cerca de su cuello— Esto es justicia divina por todos los dioses que han asesinado. Ahora solo queda Huitzilopochtli.
El Dios Jaguar, entre quejidos adoloridos, carcajeó con más fuerza. Bajó la cabeza por unos segundos, para después alzarla y ver a Uitstli a los ojos, la mirada burlona.
—Si crees que vas a derrotar a Huitzilopochtli incluso con esto... Entonces sigues siendo... un Miquini incrédulo...
Tepoztolli brilló hasta volverse etérea, sorprendiendo a Uitstli. Revoloteó en el aire hasta convertirse en Randgriz. La Valquiria Real esgrimió su propia lanza y, de una esgrima, le cercenó la cabeza Tepeyollotl. Su cráneo cayó rodando por la carretera hasta golpear un escombro y detenerse al lado de este. Uitstli miró de reojo a Randgriz, esta última con el pecho agitándose de arriba abajo por la intensidad de la batalla. La Valquiria Real cerró los ojos y dio un largo suspiro. Los volvió a abrir, y miró a los ojos a Uitstli.
—Estamos listos para el Ragnarök, señor Uitstli.
El Jaguar Negro sonrió de oreja a oreja. Su piel pálida cambió de color, pasando de blanco a moreno. Su tamaño volvió a la normalidad, el cuerno de su frente se encogió hasta desaparecer, y su cabello erizado se volvió de nuevo ondulado, tornando a su color bermellón original.
—Lo estamos, querida.
Einhenjer y valquiria se quedaron viendo a los ojos, la devastación urbana a su alrededor siviendose de escenario para su intercambió de miradas determinantes y aliviadas que contrastaban con la frustración de todo este episodio.
—¡UITSTLI!
El repentino grito de Xolopitli colmó los corazones de ambos guerreros. Se dieron al vuelta, y vieron al Mapache Pistolero arrastrando como podía los cuerpos de Zaniyah y Zinac, este último con el desangrado de su vientre detenido gracias a las múltiples vendas y el yeso que tenía adheridos en ambas fisuras. El nahual mapache trotó lo más rápido que pudo hasta ellos, y Randgriz lo ayudó a arrastrar el cuerpo de Zinac hasta dejarlo cerca del lugar de reunión.
—¿Cómo está mi hija? —preguntó Uitstli.
—Está bien —respondió Xolopitli, empuñando su espada-rifle—. Fue un milagro que no recibiera ningún daño de tanta destrucción. Pero Zinac... —miró de reojo el cuerpo inerte del nahual quiróptero— ¿lo logrará?
—¡Lo logrará igual que mi hermana y mi esposa! —exclamó el guerrero azteca. Extendió un brazo e invocó su hacha de fuego escarlata—. Randgriz, tú quédate cuidando de ellos. Xolopitli, sígueme. Vamos a ir a buscarlas...
—He... hermano...
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https://youtu.be/CRttoo8YuE4
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|◁ II ▷|
Uitstli se dio la vuelta y descubrió primero a Eurineftos anadeando lentamente y sosteniendo su brazo malo a la altura del hombro. Su vista se esclareció, y vio al frente y a la par del Metallion a Tepatiliztli... cargando con el cadáver de Yaocihuatl en brazos.
Randgriz se llevó las manso a los labios y reprimió un sollozo, las lágrimas borbotaron sin parar de sus ojos. Xolopitli quedó mudo, la mirada catatónica por estar viendo a la médica azteca empapada de sangre y de sesos provenientes de los dos agujeros en el cuerpo de Yaocihuatl. Uitstli... no podía concebir lo que veía ante él. Era su hermana, y en sus brazos cargaba el cadáver de su esposa. No, no puede ser. ¿Era esto real? ¿Estaba sucediendo esto, en serio?
Uitstli parpadeó varias y con fuerza, su respiración volviéndose tan agitada que su pecho ascendía y descendía sin parar. Abrió su armo, y su hacha de guerra se desvaneció en el aire... al igual que toda la felicidad y extasis que hasta entonces lo había domado. El guerrero azteca tragó saliva e hizo todo lo posible por reprimir los sollozos. Tepatiliztli, por otro lado, no dejaba de llorar.
—H... hermana... ¿Ella... ella es...? —los balbuceos inteligibles de Uitstli se fundaban con los sollozos que poco a poco emergían de su garganta.
Tepatiliztli frunció el ceño en un semblante trágico. Plantó el cadáver de Yaocihuatl en el suelo y se apartó. Randgriz se dirigió hasta ella y la abrazó de sus hombros. La médica azteca no pudo aguantar más la erupción de sollozos, y dejó salirlos todos, hundiendo su cara en el hombro de Randgriz y abrazándose a ella con fuerza.
Xolopitli se acercó a Eurineftos, y ambos se quedaron viendo con consternación como Uitstli caminaba de un lado a otro alrededor del cuerpo de Yaocihuatl. Ambos intercambiaron miradas; antes enemigos que se despreciaban el uno del otro, ahora siendo compañeros que lloraban por dentro la muerte de un miembro clave del equipo.
—Oh... No.... ¡No, no, no...! —Uitstli se llevó las manos a los cabellos. Sensaciones de vahídos y destrucciones espirituales entrechocaban dentro de su ser, despedazando su temple aguerrido y convirtiéndolo en el hombre más desolado del mundo. Sintió como su mundo se le caía a pedazos, y él no podía hacer nada para recomponerlo o siquiera evitarlo. Primero Tecualli, luego Zaniyah, seguido de Zinac, y ahora... su tan amada esposa...
<<Estoy agradecido>> Dijo el Uitstli del pasado, justo después de reencontrarse con ella en el santuario del Príncipe de las Flores.
<<Llegará el día en que no lo estés>> Replicó Yaocihuatl sardónicamente.
Y tuvo la razón. Ahora comprendía sus palabras. Ahora... Uitstli deseaba estar muerto.
El guerrero azteca cayó de rodillas frente al cadáver de su esposa. Enterró los dedos dentro de la tierra. Su espíritu desmoronó su última sección de muralla, y la tristeza lúgubre invadió toda su alma. Apretó los dientes, y gritó al cielo estrellado y atiborrado de nubarrones. Y el rugido del solitario jaguar reverberó en su trágico soliloquio, siendo escuchado por las difusas almas de todos los dioses asesinados de Tamoanchan.
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