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Huey Tlatoani

Gran Gobernador

┏━°⌜ 赤い糸 ⌟°━┓

🄾🄿🄴🄽🄸🄽🄶

https://youtu.be/oc65Wo5w6sU

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https://youtu.be/2bUzjy5IJ80

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

El regocijo de la noticia de Zaniyah corrió como la pólvora por todo el hospital. Cuando sacaron a joven azteca de su habitación (con ella apoyando una mano en un bordón y otra en el hombro de Uitstli), los demás médicos y pacientes celebraron con aplausos y virotes. La admiración de la gente revivió los ánimos de Zaniyah todavía más, haciéndola sentirse especial, como cuando ella interpretaba el papel de Princesa del Maíz tierno en las celebraciones de Xilonen y todo el mundo la aclamaba como la progenitora de toda la civilización azteca. Eso le hizo olvidar todos los pesares físicos y los males externos que han asolado su mente; ahora se deleitaba en el placer de ver a todas estas personas contentarse de verla fuera de la camilla, lado a lado con Uitstli y Tepatiliztli.

El trío familiar salió del hospital, con tal de que Zaniyah experimentara el exterior al cual fue privado por tantos días: la muchacha morena cerró los ojos, respiró hondo e irguió la espalda hasta sentir como sus costillas tronaban y la liberaban de la tensión muscular. Ignorando el Estigma de Lucífugo y algunas cenizas que caían del cielo plomizo, Zaniyah se sentía hermosamente regodeada por estar por fin despierta y caminando al lado de su padre y su tía. De hecho, se sentía incluso más feliz de ver como estos dos se habían reconciliado.

—Aunque me da vergüenza que haya sido a costa de mi vida... —murmuró Zaniyah, ruborizada. Caminaba a la par de sus dos familiares a través de la terraza de la Casa de Enfermos, donde múltiples cuidadores también guiaban a otros pacientes inválidos para que cogieran aire del exterior y pudieran sentirse libres de sus habitaciones— De igual forma, ¡me alegra que por fin estén juntos de nuevo! —y Zaniyah rodeó las cinturas de ambos y los arrejuntó a ella en un abrazo.

—¡Todo lo contrario, cariño! —exclamó Tepatiliztli, revolviéndole el cabello. Zaniyah cuchicheó al sentir su mano en su cabeza— Es gracias a ese sacrificio tuyo que Uitstli y yo estamos juntos otra vez, como hermanos —la médica azteca intercambió una mirada y una sonrisa con su hermano. Uitstli respondió con un asentimiento de cabeza y una sonrisa.

El trío familiar anadeó por la plaza de hospital, vadeándolo por las acerca exteriores y llevándose los saludos y virotes de algunas personas que pasaban por el otro lado de las verjas, celebrando el regreso de Uitstli y Zaniyah. La muchacha azteca los saludó con una sonrisa afable, pero cuando volteó la cabeza hizo un puchero de cansancio.

—Es bueno ser querida nuevamente —dijo—, pero la verdad me dará pereza responder a las preguntas de los periodistas que vengan a hacernos preguntas.

—Ya les he dicho al personal de seguridad que no dejen entrar periodistas por los siguientes días —indicó Tepatiliztli—. Ustedes dos tienen que seguir reposando, dejar que la medicina termine el trabajo. Incluso una entrevista les dará cansancio.

—En eso tiene razón tu tía, Siuatl —dijo Uitstli, dándole una gentil palmada en la espalda a la niña—. Incluso yo tengo que seguir reposando la mente de lo tan repentino que han interrumpido nuestra paz.

—Oh sí, hablando de eso... —Zaniyah apretó los labios al sentir un breve calambre. Tanto Uitstli como Tepatiliztli la sostuvieron de sus delgados brazos, asegurándose de que no cayera— G-gracias, estoy bien... —farfulló ella al tiempo que se erguía y retomaba la marcha— Ahora que mencionas eso, papá, ¿qué ha estado pasando mientras he estado dormida?

Uitstli se mantuvo pensativo por un breve tiempo. En ese lapso, invitó a Zaniyah a que se sentara en una banca de piedra que estaba a pocos metros. La muchacha accedió, y junto con Tepatiliztli, se sentaron en la banca. Uitstli se quedó de pie.

—No ha pasado mucho —afirmó Uitstli—. Solo que la gente en Tláhuac está muy preocupada por nosotros.

—¿Y no tienes miedo de que vuelvan a atentar contra nosotros? —lo cuestionó Zaniyah, apoyando el bastón sobre su regazo.

—Todos los días he tenido ese miedo, Siuatl. Pero más allá de algunos atentados de los Carteles aquí y allá... —Uitstli se cruzó de brazos— no creo que haya un atentado contra nosotros próximamente.

—No puedes bajar tanto la guardia con eso, hermano —lo reprochó Tepatiliztli; el maquillaje la hizo ver hermosamente airada cuando frunció el ceño—. La vida de tu hija ha peligrado. No puedes simplemente decir que no habrá otro atentado pronto.

—Agh... l-lo sé, lo sé —Uitstli tragó saliva y se pasó una mano por la barba roja. Se quedó callado por unos segundos— Tal parece que aún tengo la mente dormida por esas medicinas tuyas —se golpeteó la cabeza con la palma—. Tienes tazón, no podemos bajar la guardia. Hay que estar atento para un próximo atentado contra nosotros.

—Pero, ¿y cómo sabremos que vendrá uno y así poder prepáranos para él? —inquirió Zaniyah, enarcando las cejas.

—Eso es lo que hay que descifrar —la forma seca en que Uitstli habló hizo que Tepatiliztli frunciera el ceño. Su hermano la vio, y él puso un rostro confuso—. ¿Qué?

—Tienes razón, hay que descifrar... ¿Pero qué? —preguntó Tepatiliztli, los ojos entrecerrado— ¿Qué tal si empiezas diciéndonos qué fue lo que te atacó en mi casa?

—¿Hubo un segundo ataque? —farfulló Zaniyah, el rostro estupefacto— ¿Cuándo?

—Ah... h-hermana, no creo que sea menester saberlo ahora. Mucho menos en frente de Zani...

—¿Entonces cuándo, Uitstli? —Tepatiliztli se puso de pie. La forma en que lo confrontó hizo que Uitstli diera un paso atrás— No puedes seguir escudándote diciendo que "esta es mi lucha". No, no más, hermano. Ya no eres el mismo Uitstli que fue a enfrentarse por su cuenta a Taquicatl y las Tlahuelpuchi y a duras penas pudo regresar con su hermana y su pelotón con todo su cuerpo bañado en su propia sangre. No puedes volver a esa misma mentalidad, no ahora. Es nuestra lucha. Mía y de Zaniyah, tanto como lo fue contra Tlacoteotl.

—Yo... —Uitstli miró hacia abajo, la vergüenza enmarcándose en su duro rostro— Yo solamente no quiero que nada malo les pase a las dos. Esto no es lo mismo que con Tlacoteotl, hermana. Esto se ve que será peor.

—Peor, ¿y qué? —Tepatiliztli se puso las manos sobre la cintura— Peleamos y corremos peligro no porque seamos valientemente estúpidas, sino porque sabemos por lo que peleamos. Y ahora mismo, peleamos por nuestras vidas, y quizás pronto la de todos los aztecas de las Regiones Autónomas que peligren por nuestra lucha. ¿De verdad crees que voy a dejar que me rebajes con tu sobreprotección, como lo hice en tu lucha contra los nahuales de Mictlán?

Uitstli se puso cabizbajo y callado, sintiendo el dolor de los puñetazos de cada oración que su hermana le dedicaba. Todas eran ciertas. ¿Acaso se había vuelto tan imprudente por culpa de estos cien años de quietud, que ahora volvía a las raíces problemáticas del Uitstli de veinte años?

—Por favor, hermano —suplicó Tepatiliztli, tomándolo de un hombro—, dinos quién o qué te atacó en mi casa aquella noche.

Uitstli se mordió el labio inferior y miró hacia el cielo plomizo, cavilando las palabras con las cuales responder. No se extralimitó, ni se complicó, y respondió rotundamente con un nombre al tiempo que miraba a los ojos a su hermana:

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https://youtu.be/fX5IY2-xjlg

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

—Huitzilopochtli.

Como un maleficio que conjura todos los males que pesaron sobre las dos chicas, Tepatiliztli y Zaniyah quedaron boquiabiertas, sin aliento alguno con el cual emitir el menor suspiro de sorpresa. La hermana de Uitstli dio dos pasos hacia atrás, se llevó una a los labios, y el propio Uitstli pudo ver una nube de negatividad ensombrecer su rostro cohibido.

—Tú... no puedes estar hablando en serio... —farfulló ella.

—No —Uitstli ladeó la cabeza—. Huitzilopochtli vino a mi casa. Y no solo él. También vino nuestra Suprema, hermana.

—¡¿Omecíhuatl?! —chilló Zaniyah, y al instante se tapó la boca con las manos al darse cuenta que gritó su pensamiento.

—¿C-cómo...? —murmuró Tepatiliztli, el ceño fruncido más por el pavor que de la confusión.

—Ellos dos se sentaron en la mesa de tu comedor y me empezaron a hablar. Omecíhuatl, mejor dicho —Uitstli hizo un esfuerzo titánico por recordar lo que la Suprema le había hablado en aquel tiempo, teniendo que rememorar también el increíble peso de tensión con el que cargó a sus espaldas en aquel interrogatorio—. Me dijo que fue ella quien envió al Chiachuitlanti, como una especie de raro mensaje. Me dijo... —Uitstli apretó los puños— que quería que me uniera a su tropa de Einhenjers en Omeyocán, y que renunciara a toda propuesta de participar en el Torneo del Ragnarök.

>>Me dijo que si hacía esto, ella me protegería de la Reina Valquiria. A mi y a todos mis seres queridos. Que olvidaría el asesinato que hice a Kauitl y y Centeotl y perdonaría toda nuestra "negligencia religiosa" por no haberla adorado en los últimos cuatrocientos años, y que nos daría refugio en Omeyocán. Pero me dijo que... sino lo hacía... —Uitstli se masajeó los brazos, el concebir el pensamiento e las amenazas de la Suprema Azteca le puso los pelos de punta— que si no lo hacía, entonces enviaría a más de nuestros enemigos a por nosotros. Me dijo que nos tiene a todos y cada uno de nosotros ubicados y los puede enviar cuando quiera. Que ninguno de nosotros está a salvo de ella.

Como si un bloque de hielo se hubiera formado sobre ellos tres, el miedo los paralizó y les hizo subyugarse ante un silencio de pavor e incomodidad absoluta. Tepatiliztli se sentó en la banca, los ojos catatónicos e incrédulos; no podía concebir lo que había escuchado.

—¿Y le dijiste que no, entonces? —balbuceó.

Uitstli respondió apretando los labios y asintiendo con la cabeza Tepatiliztli se tapó la boca con las dos manos en un ademán de sorpresa ingrata. Zaniyah, por su parte, ensanchó los ojos al darse cuenta de un detalle en lo que contaba su padre.

—Un momento, eso quiere decir que... ¿te unirás a los Legendarium Einhenjar y participarás en el Torneo?

La pregunta lo tomó por sorpresa. Uitstli balbuceó al principio, después moderó su tono de voz y caviló con cuidado las siguientes palabras. Se masajeó la barba con una mano y respiró hondo.

—No es un sí, pero tampoco un no —contestó, aún cruzado de brazos—. Y ese no es el tema de conversación ahora. El tema es que ahora somos objetivos de Omecíhuatl.

—Pero, ¿por qué iríamos a ser un objetivo de la mismísima Suprema Azteca? —inquirió Tepatiliztli, moviendo sus manos a ambos lados en un ademán de no entender— Con excepción de haberle rechazado esa propuesta, no suponemos un gran peligro para ella.

—Ahí es donde te equivocas, hermana —la refutó Uitstli. Se señaló el pecho con un dedo—. Yo soy el Sacerdote Supremo de Tláhuac, y por ende de todas las seis Regiones Autónomas que rodean las Civitas Magna. Hasta donde tengo entendido, ella lo que quiere es que todas las Regiones se subyuguen a ella, social y religiosamente.

—¡Y no olvidemos! —apostilló Zaniyah, alzando un brazo y llevándose las miradas de su padre y su tía— Que ella piensa que está del lado de Brunhilde y pelearás en el Torneo del Ragnarök.

—Lo piensa —concordó Uitstli, agitando de forma positiva la cabeza—, y eso nos vuelve objetivos directos. Hace un rato me habías dicho que esta no podía ser mi lucha en solitario, ¿verdad, hermana? —Uitstli bajó los brazos a la altura de su pecho y cerró los puños— Pues te lo diré aquí y ahora: ¡No pienso permitir que mi gente caiga en manos ni de las hambrunas, ni del hambre de Omecíhuatl por querer dominarlo todo! ¡Esta es mi lucha y la de mi gente también!

Zaniyah comenzó a aplaudir a su padre y a sonreírle tiernamente, lo que hizo que Uitstli levantar su pecho y sintiera una vigorosa seguridad por sus palabras. Tepatiliztli apoyó su mejilla en la palma de su mano, y también le sonrió, sintiendo una alegría inmensa por ver la reminiscencia del antiguo y valeroso Uitstli al que había admirado siglos atrás.

—¡YAY! ¡Ese es el papi que tanto quería ver! —chilló Zaniyah, juntando sus manos— Ahora solo hace falta reunir al resto del equipo, ¡y lucharemos como lo hicimos en la Segunda Tribulación!

—Oh, hablando de eso... —Uitstli plantó sus ojos de fisgoneos sobre su hermana— ¿Has hablado ya con Yaocihuatl? ¿Pudiste contactarte con ella?

Tepatiliztli sintió un asalto de la sorpresa hurtar la tranquila felciidad que la había poblado hasta ahora. Se vio debatida consigo misma, en si decirle o no decirle la verdad. Se pasó las dos manos por su rostro, y se inclinó hacia delante, pesando aquella tribulación que la delató ante las miradas preocupadas y expectantes de su hermano y su sobrina.

—Ok... —Tepatiliztli se encogió de hombros y suspiró— Prométanme que no van a hacer nada imprudente con lo que les voy a decir. 

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2
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Zona suroeste de la ciudad de Mecapatli

El trabajo de Yaotecatl y Zinac no había culminado todavía en la zona suroeste de Mecapatli. A expensas de la llegada de los demonios a las Regiones Autónomas, el Cartel tuvo numerosos reportes de la delincuencia común de estos últimos, lo que les costó el atraco de algunas camionetas cargadas con la Flor de Íncubo, y que ahora estaban escondidas dentro del hangar de un aeropuerto abandonado, bastante alejado de las zonas urbanas.

Los dos tráileres de los Tlacuaches se detuvieron a mitad de camino de la avenida, escalada en la cima de una colina erosionada y que daba vistas panorámicos de aquel aeropuerto abandonado. Yaotecatl apoyó su mentón en la palma de su mano y observó con su simple vista el hangar; Zinac, por su lado, sacó sus binoculares y se los puso sobre sus ojos.

—¿Cuántos camiones han boleteado? —preguntó Yaotecatl, exhalando profusamente.

—Tres camiones —contestó Zinac, analizando milimétricamente cada palmo del hangar con los binoculares—. Y según el censo, cada camión contenía veinte kilógramos de nuestro producto. Producto que ellos están vendiendo por su cuenta.

—Sesenta kilógramos de Flor de Íncubo... —Yaotecatl rechistó los colmillos y carcajeó— Lo que hacía falta, tener a un Cartel de Íncubos a nuestras anchas.

Se hizo un silencio algo incómodo entre ambos; Yaotecatl mirando hacia otros lados, como queriendo distraerse de un pensamiento nocivo, y Zinac siguiendo con su escudriñamiento hacia el aeropuerto derruido. El Murciélago del Cartel bajó los binoculares y los guardó dentro de una cajuela. Yaotecatl estiró un brazo hacia atrás, cogió un sombrero que estaba reposando en la silla, y se lo puso en la cabeza.

—¿Cuál es el plan? —preguntó.

—Sentarnos... y esperar a que algún loquillo salga de su escondite —explicó Zinac y se cruzó de brazos sobre sus abdominales—. Cuando uno asome la cabeza, vamos, les hacemos unas preguntas, y recuperamos nuestro producto.

—¿Por qué no... simplemente...vas, les tiras la hijueputa puerta y les demuestra quien tiene la monda de burro más grande aquí? —Yaotecatl dedicó una mirada de ceño fruncido a su compañero.

—Porque, según me dijo Xolopitli, estos íncubos guasqueados hasta arriba de esa flor están armados hasta los dientes. Ahora, yo no sé tú —Zinac miró de reojo a Yaotecatl—, aunque quizás lo sabes mejor que yo, pero cuando un drogado está hasta arriba de metan, son bastante impredecibles.

—Lo que más odio en esta vida... —Yaotecatl se masajeó el rostro con una mano— Esperar.

—No te preocupes, nos entretendremos —Zinac sacó de otra cajuela un par de bolsas de Takis, unas latas de coca cola y un teléfono táctil el cual colocó encima del panel—. ¿Qué quieres seguir viendo? ¿Cómo Conocí a tu Madre o Seinfield?

Yaotecatl frunció el ceño y se mordió el labio inferior. Entrecerró los ojos, pensativo por unos segundos, y después hizo una mueca de impaciencia a punto de estallar. Y estalló.

De repente el mapache tuerto abrió la puerta del camión y bajó los escalones, tomando pro sorpresa a Zinac, quien ya estaba masticando un par de palillos picantes de Takis.

—¡Hey, hey, hey! —farfulló el Murciélago— ¿Y tú a dónde crees que vas?

—¿Dices que venden la merca, no? —dijo Yaotecatl, restregándose el ojo hasta ponérselo rojo y así aparentar estar colocado también— Entonces yo los haré salir. Tú guía a los Tlacuaches a los alrededores del hangar, y los emboscaremos. Yo te daré la señal haciendo unos aplausos.

—¿Estás seguro de eso? —Zinac enarcó una ceja— ¿Entonces quieres que tu siguiente home run en las misiones personales del jefe sea uno salvaje en el que pierdas el otro ojo?

—Zinac, puede que tú sepas todo sobre infiltración, espionaje y demás, pero yo conozco bien a los drogadictos, no importa si son demonios, ángeles, enanos o su puta madre.

Yaotecatl se bajó de los escalones de un salto y comenzó a correr a cuatro patas, colina abajo, hacia el aeropuerto. Zinac apretó la mandíbula, tragó los palillos de takis y se dispuso a bajar del camión también, exclamando a grandes voces al resto de los soldados y exhortándolos a que bajaran de los tráileres. 

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https://youtu.be/n4JMyhMy3Jo

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|◁ II ▷|

El Mapache Tuerto volvió a andar sobre dos patas una vez puso pie en el suelo de piedra resquebrajado y lleno de maleza del aeropuerto. Comenzó a caminar directo hacia el sombrío hangar, envuelto en un aura de sombras y oscuridad que hacía temer a cualquier peatón que cruzara miradas con él desde lejos.

A medida que avanzaba, pasando por encima de las marañas que infestaban el pavimento, Yaotecatl sentía una extraña picazón en los brazos que hacía rascárselos desmesuradamente. Esa molestia se incrementaba a medida que se acercaba al derruido hangar; efecto de ello, también comenzaba a ver rapaces sombras aquí y allá, escabulléndose entre los arbustos o detrás de las ventanas. Pero Yaotecatl no temió ni se paralizó, y siguió avanzando con paso apurado hacia el hangar, rascándose los brazos y chirriando los colmillos.

El Tlacuache vio a lo lejos una sombra asomarse a través del resquicio de los enormes portones que, a pesar de estar abollados y descolocados, aún se mantenían en sus lugares. Yaotecatl se sopló la nariz y se detuvo para observar al íncubo que salía del hangar: un muchacho encorvado, vestido con un uniforme de punk y el poco cabello negro peinado hacia los lados. Estaba descalzó, y en sus pies, manos y rostro se podían ver los efectos en exceso de la Flor de Íncubo: uñas mugrientas, dientes rojos y podridos, constitución muy delgada, alas con plumas corroídas, los parpados enrojecidos y el rostro manchado de acné.

—¿Q-q-quién eres t-tú? —farfulló el íncubo.

Yaotecatl no respondió. Se mordió el labio inferior, exhaló y se acuclilló. Con gran fuerza enterró su garras dentro de un adoquín del suelo, gruñó de esfuerzo, y de un tirón arrancó el pavimento, haciendo que el íncubo se hiciera un respingo. El mapache tuerto empezó a excavar la tierra con sus manos. Eso ganó la atención del íncubo, quien empezó a acercarse lentamente hacia Yaotecatl.

—¿Qué haces?

—Cavando, ¿qué no ves, sapo? —gruñó Yaotecatl arrancando grandes trozos de tierra y tirándolos a un lado .

—¿Y por qué lo haces? —el íncubo resopló su nariz y se la rascó con dos dedos.

—Bueno, recordé que escondí bajo tierra algunas cosas justo aquí... —Yaotecatl se detuvo unos instantes para tomar un respiro— ¿Cuán profundo crees que es?

—Bastante profundo... —el íncubo sonrió, mostrando los pocos dientes que tenía.

—Pues sigue observando, maricón, y verás hasta donde llego.

Yaotecatl se inclinó hacia abajo y siguió con su proceso de excavación, concentrándose tanto en sacar tanta tierra que el íncubo no pudo quitarle el ojo curioso de encima. El mapache tuerto arrancó más adoquines del pavimento y extendió más su extracción de tierra, creando un agujero más ancho. A lo lejos, Zinac y el resto de los Tlacuaches, ocultos detrás de los tupidos arbustos, tenían alzados sus rifles de asalto y escudriñaban todo el panorama y la escena por medio de las mirillas. El Murciélago les indicó a sus soldados que mantuvieran sus dedos en el gatillo, y que no dispararan hasta que Yaotecatl diera la señal.

<<Vaya sí conoces bien a estos drogadictos>> Pensó Zinac, observando con un leve asombro en su rostro como más íncubos salían del hangar para ver con gran curiosidad desenfrenada al nahual mapache excavar como si no hubiera un mañana. Zinac vio a través de la mirilla del rifle, y con su visión periférica de murciélago, los subfusiles que colgaban de las espaldas de estos demonios. Sintió un vuelco en su corazón al ver tantas armas de fuego manejadas por esos locos. ¿Cómo es que podían estar tan armados?

Yaotecatl arrancó el sexto adoquín del suelo y volvió a su proceso de excavar. El agujero era ya lo bastante amplio como para crear la base de una ancha piscina. A pesar del calor intenso que mojaba su pelaje, no se dio el lujo de quitarse la chaqueta o el chaleco; nada más vean los más de quince íncubos que portaba armas, se enloquecerían.

—Ombe, pero vean el circo que acabo de reunir —dijo el mapache tuerto al ver a todos los demonios congregados a su alrededor— ¿Quieren ayudarme a excavar hasta la Tierra Hueca y hallar huesos del Rey Kaiju Mothvers?

Varios íncubos asintieron con la cabeza. Yaotecatl sonrió con malicia.

—¡Pues entonces vayan a buscar palas, si es que tienen! O los que lo quieran hacer con las manos, que vengan —Yaotecatl alzó sus brazos por encima de su hombro mientras que algunos íncubos comenzaban a meterse en el agujero—. ¡Llamen a todos sus amigos, que vamos es a quemar fierro hasta que no quede ni pizca de plomo por aquí!

Sus palmas resonaron con fuerza una, dos, tres y cuatro veces. Cuatro palmadas que aullaron en todo el perímetro. La señal de ataque.

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https://youtu.be/n4JMyhMy3Jo

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Desde el minuto: 22:27

|◁ II ▷|

Una feroz lluvia de balas cayó sobre los íncubos; ráfagas amarillentas volaron por los aires y atravesaron los cuerpos de los demonios. Los íncubos cayeron al suelo al instante, la sangre tintando los adoquines y la maleza de rojo. Yaotecatl, dentro del agujero, desenfundó velozmente sus pistolas, derrapó por la tierra y con disparos certeros perforó las cabezas de los cinco íncubos que se habían metido dentro del agujero.

Uno de los demonios consiguió esquivar sus disparos, y contraatacó disparando su fusil AK5. Yaotecatl corrió a cuatro patas, eludiendo sin problemas la ráfaga mortal, y al estar cerca de las piernas del íncubo puso sus pistola sobre ellas y disparó. El íncubo cayó al suelo, y Yaotecatl lo fulminó con un disparo en la cabeza al tiempo que daba un salto y salía del agujero con una ágil voltereta.

El torbellino de plomo alerto al resto de demonios que había dentro del hangar. Como un enjambre de abejas, los alocados y drogadictos demonios salieron por el resquicio de los portones, dándole la oportunidad de oro a Zinac y a los veinte Tlacuaches de salir de los arbustos, dirigirse a un rápido trote hacia el hangar, y disparar todos al unísono hacia las puertas. Los íncubo fueron cayendo uno a uno a medida que iban saliendo, sin darles chance de si quiera alzar sus fusiles de asalto y contraatacar.

En menos de un minuto, un pequeño montículo de otros quince cadáveres de íncubos se acumuló en el resquicio de la puerta.

El silencio se enmarcó en el siguiente lapso. Zinac y los Tlacuaches formaron un semicírculo alrededor de los portones del hangar. Yaotecatl trotó hasta ponerse al lado de Zinac, alzó sus pistolas, y las apuntó hacia las compuertas.

—¿Detectas presencia allí adentro con tu sentido de murciélago? —dijo Yaotecatl.

—Así es. Presenció a alguien más adentro —afirmó Zinac, apoyando mejor sus manos sobre su fusil Steyr AUG—. Es solo uno, pero es difícil de determinar...

—Pues démosle la advertencia —Yaotecatl se torció el cuello, tronándose los huesos. Alzó una de las pistola hacia el cielo, y dio uno, dos y tres disparos— ¡Quien sea que esté ahí dentro, escondiéndose como cachaco en montería, que salga ya o le damos plomo hasta en el punto G!

El silencio reinó por los siguientes segundos, que se hicieron eternos para los Tlacuaches quienes no paraban de sudar del calor y del temor de esperar lo que había al otro lado de esos portones. Sin que ninguno se diera cuenta, el ambiente lentamente empezó a cambiar; el aire se impregnó con un ligero humo verdoso que convirtió todo el perímetro en un cenicero de ascuas de color esmeralda. Cuando los Tlacuaches repararon el la atmosfera verde que impregnaba el aire, fueron sorprendidos por un temblor que sacudió el suelo.

Otra sacudida, y después, otra, y otra, siguiendo el ritmo de unas pisadas que se aproximaban inexpugnablemente hacia ellos. Las pisadas se detuvieron de repente, pero entonces todos los Tlacuaches se llevaron un susto de muerte al ver como el portón era partido por la mitad de un hachazo. El filo del hacha verde se asomó; enorme y gruesa, parecía medir el mismo tamaño que el de un hombre. El arma se retrajo, y en los bordes de la hendidura se asomó una musculosa mano de piel verde oscuro.

La mano desplegó aún más la hendidura, convirtiéndolo en un agujero rectangular por el cual el susodicho demonio atravesó. Al pisar el pavimento, la sacudida del suelo generó un levantamiento de lascas y de pequeñas púas que se cristalizaron en esmeraldas. Zinac, Yaotecatl y el resto de Tlacuaches fueron aplastados por la imponencia sacudidora de un demonio...

No, de un guerrero azteca.

Un guerrero azteca con pintas de gladiador, pues aquel titán portada hombreras y grebas de placas, un gorjal que cubría la mitad de su rostro, unas cadenas que se cruzaban sobre sus pectorales y se conectaban al mango de su hacha, donde también pendía un gigantesco bolo negro que daba vueltas por cada pisada que el demonio daba. Una de sus manos era de carne, mientras que la otra era una bola de fuego incandescente.

Yaotecatl recargó sus pistolas, y Zinac preparó en su cintura algunas granadas. Todos los Tlacuaches dieron pasos atrás, mientras que aquel imperioso azteca, de más de tres metros de alto, musculoso y melena verde con motes marrones, agitaba hacha de arriba abajo. 

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https://youtu.be/M3qUF3eqVj4

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

UNO

El azteca gladiador avanzó hacia los Tlacuaches dando pisotones. Los bandidos retrocedieron con más rapidez, mientras que Zinac y Yaotecatl permanecían quietos donde estaban, encarando a aquel titán endemoniado con la mirada y con los cañones de sus armas de fuego.

DOS

El azteca gladiador dio tres fuertes pisotones; todo el pavimento se resquebrajó, y las grietas se iluminaron de color verde intentos. La tierra tembló, y los Tlacuaches tuvieron que agarrarse los unos a los otros para evitar desmoronarse. Zinac y Yaotecatl, sudorosos, tenían los dedos a punto de apretar el gatillo.

¡¡TRES!!

Zinac y Yaotecatl empezaron a disparar sin césar. De un salto, el azteca gladiador se elevó diez metros en el aire, esquivando la ráfaga de plomo. Levantó su hacha por encima de su cabeza y, de un feroz grito leonido, arrojó su hacha contra los Tlacuaches, quienes ya estaban huyendo por sus vidas. Zinac apretó los dientes y puso una cara de espanto al ver como le hacha iba a impactar contra sus hombres; fugazmente desenfundó una granadas de su cintura, la arrojó contra ellos, y al impactar contra el suelo estalló en una explosión de onda de choque que mandó a volar a los veinte Tlacuaches. Ellos terminaron cayendo veinte metros lejos del lugar de impacto; el hacha terminó golpeando y enterrándose en el pavimento.

Las cadenas conectadas al mango del hacha se tensaron. El azteca gladiador jaló con todas sus fuerzas, y el impulso de las cadenas lo hicieron volar en dirección al hacha, como si hubiese sido jalado por esta misma. Yaotecatl reparó en como el suelo bajo los pies suyos y de Zinc estaba iluminándose de un verde tal que se volvió cegador. La inminente explosión se venía sobre ellos, y el dúo de bandidos cruzó miradas

—¡RÁPIDO, VEN! —exclamó Zinac, extendiendo su brazo hacia Yaotecatl.

El mapache tuerto rápidamente fue hacia él y dio un salto, trepándose por su brazo hasta alcanzar su hombro. Zinac desenfundó de su cintura una pistola de gancho y la alzó hacia arriba; apretó el gatillo, y el largo cable se extendió hasta que su garfio atravesó y se sujetó del techo del hangar. El dúo de bandidos fue tironeado por el cable del gancho, y se alejaron al instante del perímetro iluminado por las grietas verdosas. Zinac dio justo una voltereta antes de impactar contra el techo, Yaotecatl saltó de su hombro, y ambos cayeron de rodillas sobre el techado inclinado del hangar.

Justo en ese momento el azteca gladiador aterrizó en la tierra con una rodilla inclinada, y las grietas resplandecientes detrás de él empezaron a explotar en una reacción en cadena, liberando tantos gases caloríficos, ondas expansivas que hicieron temblar todo el aeropuerto y hasta las montañas circundantes, y tanta luz que cegó a Zinac, Yaotecatl y el resto de los Tlacuaches. A lo lejos, Zinac y Yaotecatl, agachados para no ser presos de las sacudidas, vieron deslizamientos de tierra que se comieron las carreteras, llevándose consigo algunos coches que pasaban por ahí.

—Ese sujeto... me es familiar —farfulló Zinac, siendo el primero en ponerse de pie.

—¡¿Y que monda importa sí es tu tío del gabacho?! —maldijo Yaotecatl, reincorporándose también. Al fijar su ojo sobre el musculado gladiador, sintió escalofríos correrle por al espalda— ¡No podemos luchar contra eso!

—Oh, sí que podemos —dijo Zinac, tirando su fusil de asalto, alzando ambos brazos y haciendo que sus guanteletes saquen púas de su superficie—. Algo raro me está transmitiendo este sujeto. Y voy a averiguarlo. Tú ten esto —el Murciélago le tendió a Yaotecatl su pistola-gancho—. Te servirá para esquivarlo con más rapidez.

—No, Zinac, ¡espera, ESPERA!

Zinac estiró los brazos hacia ambos lados, extendiendo su capa negra con forma de alas de murciélago. Alrededor de su cuerpo apareció un aura negra erizada que emitió sonoros silbidos de vientos y de murciélago. Zinac dio un paso delante, saltó con una ágil acrobacia, y ante los ojos de Yaotecatl, su aura negra aplastó su cuerpo y lo convirtió en un fugaz murciélago centelleante que salió disparado a toda velocidad hacia el azteca gladiador.

El azteca gladiador vio a su enemigo venir, y se preparó con un gruñido aguerrido y una esgrima de su hacha. La centella grisácea alcanzó a su objeto. El gigante del hacha atacó con un amplio mandoble; el veloz murciélago lo esquivó con gran agilidad, para después convertirse de nuevo en Zinac, quien contraatacó con un zarpazo de sus guanteletes de púas. Los aguijones, imbuidos en magia nahual, lograron perforar los duros abdominales del azteca gladiador, abriéndole una gran herida con la forma de una garra.

El melenaverde apenas y emitió un gruñido de molestia. Se alejó de Zinac con un impulso, y se movió alrededor de él hasta ponerse frente a frente. El azteca gladiador alzó una pierna, y dio un potente pisotón contra el piso. La tierra tembló, los edificios fueron sacudidos, y del suelo emergió un largo río de lascas de piedra que estuvieron a punto de impactar a Zinac. El Murciélago del Cartel saltó en el momento justo, esquivando los peñones y contraatacando con una patada doble directo en el pecho y en la cara del azteca gladiador.

El impulso del ataque le hizo dar varias volteretas, haciendo que eluda por los pelos el veloz hachazo de su enemigo. Rápidamente se volvió a convertir en un centelleante murciélago; viajó alrededor del azteca gladiador, a tal velocidad que este último lo perdió de vista. Momentos después reapareció, y Zinac dio vueltas sobre sí mismo al tiempo que derrapaba por el suelo, alcanzaba las piernas del melenaverde, y arañaba sus muslos.

Yaotecatl estaba sumido en el peor de los miedos. Escondido detrás del soporte del techo, asomaba de cuando en cuando la cabeza cada vez que oía los gruñidos de los combatientes, y las atronadoras pisadas. Veía a Zinac desplazándose en zigzag y esquivando con una maestría casi impecable los portentosos hachazos del azteca gladiador, tan feroces y pesados que, incluso sin tocar el suelo, abrían amplias hendiduras en el pavimento. El murciélago contraatacaba con zarpazos de sus guanteletes pero a medida que el gladiador atacaba, su velocidad aumentaba, y dificultaba a Zinac el atacarlo de cerca. Yaotecatl dejó escapar un jadeo de sorpresa al ver como Zinac era alcanzado por el golpe plano de uno de los hachazos; pudo aguantar el golpe, pero se desmoronó y rodó por el suelo.

Rápidamente se reincorporó, pero el gladiador azteca fue más veloz; corrió hacia él, y de una patada ascendente lo golpeó en el pecho. Zinac escupió sangre al aire, y fue mandado hacia los cielos. El melenaverde dio un salto y se elevó hasta estar a su altura. Alzó su hacha, y atacó con un mandoble. Zinac apretó los dientes, y al instante se convirtió en un murciélago centelleante. El hachazo golpeó el aire, y Zinac reapareció encima de la cabeza de su enemigo.

El Murciélago del Cartel atacó con un estruendoso puñetazo en su nuca, para después ensamblar en su carne un gancho conectado a su guantelete. Zinac dio una voltereta hacia atrás y, jalando del cable con ambas manos, tensando sus bíceps y tríceps con tanta fuerza que sus venas se hincharon, tiró al gladiador azteca hacia abajo y, juntos, empezaron a caer hacia la tierra.

Ambos impactaron con gran violencia, generando un torbellino descalabrado de polvo que inundó todo el aeropuerto. Los Tlacuaches que consiguieron huir hasta hallar refugio en los lejanos torreones se cubrieron las caras y tosieron. Yaotecatl agachó la cabeza, y los barridos de polvo le pasaron zumbando por encima de las orejas. Hubo un breve lapso de silencio, pero al instante comenzaron a oírse forcejeos y gruñidos pesados. Yaotecatl, retemblando de pies a cabeza, asomó tímidamente la cabeza, y de nuevo soltó otro jadeo de sorpresa.

Zinac se alejó del gladiador azteca justo cuando este último desplomó un hachazo giratorio contra él. El melenaverde no se detuvo allí; se impulsó directo hacia el murciélago, se colocó detrás de él, y de un pisotón retumbó la tierra en su totalidad. Lascas de piedra salieron volando por todas partes; Zinac desplegó su capa negra, imbuida y reforzada con una delgada capa de acero, y lo protegió de los proyectiles.

El azteca gladiador dio un salto y arrojó su hacha contra él. El corazón de Zinac dio un vuelco del susto de ver aquel ataque tan rápido; velozmente se convirtió en un murciélago y se alejó del lugar de impacto. El gladiador azteca cayó de rodillas sobre el suelo; el murciélago rápidamente se abalanzó hacia él, transformándose de regreso en mitad del camino, y atacó a su enemigo con un puñetazo directo en su rostro.

No obstante, antes de poder conectar sus nudillos, Zinac fue empujado brutalmente por una onda expansiva generada por un pisotón del azteca gladiador. Tanto el murciélago como Yaotecatl, desde lo alto, observaron como enormes surcos de suelo se agrietaron con resquebrajos que irradiaron con el mismo verde incandescente al principio de la batalla.

—¡¡¡ZIIINAAAAAAAAAC!!! —chilló Yaotecatl en advertencia.

El Murciélago del Cartel se reincorporó con una voltereta hacia atrás, dio un salto y salió volando convertido en un quiróptero. Justo el melenaverde desenterró el hacha del suelo, y el río de fisuras iluminados generó una cadena de explosiones verdes que agigantaron hongos esmeraldas que se pudieron ver desde la montaña más alta circundante al aeropuerto abandonado. Vientos huracanados soplaron hacia todos lados, derrumbando torreones, aviones abandonados y otros hangares del aeropuerto abandonado.

El poder de aquella explosión hizo que Zinac perdiera el control de su vuelo, se convirtiera de regreso en humano, e impactara de espaldas contra la pared de una torre.

Yaotecatl se escondió de regreso detrás del tabique. Se agarró los cabellos de su cabeza, y justo cuando el azteca gladiador daba un feroz grito inhumano que hizo temblar los cielos, se los jaló hasta arrancarse pedazos de pelaje. <<Esto... ¡esta mierda es de locos!>> Pensó Yaotecatl, mirándose con pánico los pelos arrancados. <<Hace tan solo un par de años que me uní a esta organización, ¡y el patrón Xolopitli nunca me dijo nada de enfrentarme al malparido hércules azteca!>>

El mapache tuerto asomó una vez más la cabeza, y vio al melenaverde de pie, en el centro de un inmenso cráter creado por la cadena de explosiones.

<<Yo... no puedo enfrentarme a eso...>> Yaotecatl se abrazó las rodillas y quedó en una posición fetal. Su único ojo se ensanchó en una expresión de realización <<Yo... no soy más que un ex-drogadicto cobarde...>>

De repente se escuchó un sonido de algo caer frente a él, seguido de una sacudida breve. Yaotecatl alzó la cabeza, y su expresión de miedo pasó a una de horror máximo la ver al azteca gladiador de pie ante él, su imponente figura musculosa tapando el Estigma de Lucífugo. El mapache tuerto quedó atribulado en los próximos milisegundos; una parte le exigía usar la pistola gancho de Zinac para escapar, pero la otra, más dominante y pesimista, le decía que no tenía sentido en intentar escapar de lo inexorable. El melenaverde alzó su brazo que acababa en una bola de fuego, y la agitó en dirección a Yaotecatl con el objetivo de incinerarlo en un segundo. Yaotecatl sollozó una sola vez y cerró su ojo; la vida le pasó ante su mirada de un chasquido. Aceptó su destino...

Pero antes de que las flamas de aquella bola le tocaran un pelo, el suelo bajo los pies del gladiador estallaron, y aquel titán fue sorprendido por una sombra envuelta en torbellinos de murciélagos que comenzó a empujarlo hacia el firmamento negro. La capa de Zinac se convirtió en auténticas alas de murciélago que, plegadas sobre sí mismas, propulsaban al nahual como un misil balístico magnificado por los cientos de murciélagos que giraban a su alrededor como átomos. El gladiador azteca intentó interceptarlo haciendo girar su bola de boliche; la durísima esfera consiguió golpearlo dos veces en su costilla. Zinac sintió un crack horrendo en su torso, pero a pesar del infernal dolor, persistió en empujar al enemigo hasta atravesar los nubarrones.

Ya en la cima del mundo, siendo vistos por el eterno eclipse, Zinac se apartó del gladiador y se puso frente a frente con él. Este último extendió el brazo en el que acababa en una esfera de fuego, y esta última fulguró con gran potencia hasta estallar en una larguísima ráfaga verde. El gigantesco láser surcó los nubarrones, y visto desde la tierra por parte de Yaotectl y los Tlacuaches, el firmamento se iluminó con los parpadeos constantes de luces verdes, dándole un aspecto más apocalíptico a la batalla.

Zinac desplegó las alas de murciélago y batió el aire con ellas. Dio un giro transversal alrededor del láser, esquivándolo y viajando por encima de él, dando el aspecto de estar surfeando en su superficie. El Murciélago del Cartel alcanzó al gladiador azteca, y de un feroz rodillazo golpeó su rostro, interrumpiendo su ataque. EL láser se desvaneció en un abrir y cerrar de ojos, y el melenaverde empezó a caer. No obstante, Zinac lo volvió a ascender al aire propinándole un rodillazo en su espalda, e invocó una barrera de cientos de murciélagos que dieron vueltas alrededor suyo, manteniéndolo en levitación.

Zinac extendió los brazos hacia ambos lados; los músculos se tensaron y se achantaron. La visera de su máscara mecánica tornó sus ojos de color blanco a rojo, y una titánica sombra de murciélago se desplegó de su aura negra, convirtiéndose en la invocación de un murciélago de más de seis metros de alto, con tentáculos orondos por piernas y brazos y fieras zarpas que nacían de sus alas.

Tlamati Nahualli...

En un abrir y cerrar de ojos, Zinac se transformó en una fugaz centella que se desplazó por el aire en zigzags y en movimientos transversales, pasando a través del gladiador azteca y propinándole un sinfín de puñetazos, rodillazos, codazos, patadas y zarpazos que, fusionando sus estelas, entramaban una telaraña de líneas negras que desde lejos iba adoptando forma de murciélago. Zinac dibujó una parábola amplia en el aire y se colocó en línea recta hacia su enemigo, a diez metros de alto. El melenaverde estaba atrapado en el entramado de murciélagos que había dejado tras de sí, y eso le dio oportunidad de abalanzarse a toda velocidad hacia él, la sombra del monstruoso murciélago enganchado a sus hombros, vociferando con todo el aire de sus pulmones:

¡¡¡CAMAZOTZ!!!

El impacto generó una onda expansiva que barrió con los nubarrones a cinco kilómetros a la redonda. Zinac y el azteca gladiador descendieron como un meteorito negro hacia la tierra, y en cuestión de segundos llegó el segundo impacto contra la superficie terrestre. Un terremoto de magnitudes increíbles zarandeó todo el aeropuerto y más allá; avalanchas de tierra cayeron por las laderas de las montañas, los últimos edificios del aeropuerto se desmoronaron en escombros, y Yaotecatl y los Tlacuaches se vieron obligados a desguarnecerse detrás de pilastra y de balaustres para no ser jalados por el caótico festín de ondas expansivas y de vientos huracanados. Yaotecatl sintió un calambre en los pies, y se espantó al ver como el techo y todo el hangar donde estaba escondido se venía abajo. Rápidamente se puso de pie, disparó la pistola gancho de Zinac, y salió despedido por los aires justo cuando el techo se desmoronó.

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https://youtu.be/qotlnZx7BXk

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

El cráter creado originalmente por el melenaverde se agigantó todavía. El polvo se disipó, mostrando a Zinac perforando el pecho del gladiador azteca. El Murciélago del Cartel desenterró su brazo de los pectorales de su moribundo enemigo. Lo miró a los ojos, y observó la expresión de sorpresa y miedo dibujada en ellos. Zinac frunció el ceño al ver como su melena se descoloraba, perdiendo su tono verde y pasando a ser un marrón apagado.

—¡ZINAC! —chilló la voz de Yaotecatl a lo lejos. En el borde del cráter asomaron la cabeza del mapache tuerto y de los veinte Tlacuaches que en seguida vinieron en escolta de Zinac. Al ver al murciélago en el fondo del cráter, Yaotecatl suspiró de alivio, y cayó de rodillas— Oh, gracias al divino niño de atocha que estás bien, hermano...

—Algo no anda bien con este sujeto —señaló Zinac, la mirada analítica, viendo como el hacha perdí su color verde, y la esfera incandescente se desaparecía, dejando atrás un muñón— Está... degenerándose....

—¡Pues que se convierta en un cadáver para los cóndores! —gruñó Yaotecatl, poniéndose de pie. Miró hacia el hangar derruido, y alcanzó a ver la siluetas de los dos camiones robados enterrados en montañas de cascajos— Esa merca se perdió ya, Zinac. ¡HAY QUE IRNOS PERO YA!

—No... —el casco de Zinac se retrajo, y él mismo se lo quitó, revelando su rostro con expresión de preocupación— ¡Necesito verle la cara!

Zinac agarró el gorjal de su derrotado contrincante y, de un jalón, se lo arrancó de su cuello. El Murciélago del Cartel ensanchó los ojos, y Yaotecatl quedó igual de asombrado, pues era la primera vez desde que conoció a este sujeto... que lo veía auténticamente anonadado.

El rostro del gladiador azteca fue reconocido al instante por Zinac. Melena marrón, rostro cuadrado, facciones delineadas como las de un noble de Tenochtitlan... Él todavía seguía vivo, y cuando abrió los ojos y reveló sus irises negros, Zinac sintió como el aire se le escapaba de los pulmones.

—¡¿CUAUHTÉMOC?! —su grito se volvió un eco que alcanzó a Yaotectl y los demás Tlacuaches, todos aztecas, quienes qeudaron asombrados al instante al saber la identidad ese nombre.

—Zi...nac... —murmuró el último Tlatoani del Imperio Azteca. Trató de alzar un brazo, pero a duras penas pudo agitarlo. Su boca fue infestada por borbotones de sangre.

—¿Qué, Cuauhtémoc? —farfulló Zinac, poniéndose su oído cerca de sus labios rojos— ¿Qué me quieres decir?

—Espabila... Zi...nac... —Cuauhtémoc tosió sangre, y después utilizó su último aliento para murmurarle una frase en nahuatl al oído. Después de eso emitió un quejido, y la fuerza tensionada de su cuerpo se apagó. Zinac se separó de él, y vio como la vida en sus ojos negros ya se había ido.

—Cuauhtémoc... —la nostalgia y melancolía golpearon duro a Zinac. Apretó un puño, chirrió los dientes y se mantuvo tensionado por unos segundos. Se relajó, y miró a los ojos el cadáver del Tlatoani, y los cerró con una mano— Ayaucalli Azomalli, Huey Tlatoani...

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https://youtu.be/PMdk99q2yw0

Frontera compartida de las cuatro Regiones

Restos de la Vieja Capital

El bramido de las hélices del helicóptero resonaban en las diademas que Randgriz tenía puestas con tal de poder oír la voz de Xolopiltli, quien estaba sentado frente a ella observando su teléfono móvil.

La Valquiria Real observaba a través de la ventana el panorama de inmensos, casi ilimitados llanos de dunas y senderos que se extendían por todos los puntos cardinales. De vez en cuando se podía ver los restos de pirámides o minaretes, edificios derruidos de lo que antes fueron ciudades aztecas que otrora rodeaban la Civitas Magna, hace ya cien años.

La ceniza llovía a por montón, y de cuando en cuando Randgriz podía ver los tenebrosos tornados negros que bajaban del firmamento y soplaban, atrayendo toda esa ceniza para revolotearla en otros lugares de las explanadas. Eso, adjunto con las vistas panorámicas de los nubarrones que formaban un anillo alrededor del Estigma de Lucífugo, le dieron una sensación de vahído en su corazón. Pocas veces había viajado a grandes alturas, y esta era su primera vez desde la Segunda Tribulación.

Llevaban viajando por casi veinte minutos, y la espera la estaba matando. En especial por no ver oportunidad de entablar conversación con Xolopitli y poder hablarle respecto a Uitstli y su vieja pandilla. Es más, tampoco había tenido la oportunidad de contactarse de nuevo con Brunhilde o William para decirles que todo estaba bien, y que la misión estaba marchando a buen ritmo. ¿Será acaso que la oficialización de Lucífugo como primer Ministro los tenía demasiado ocupados?

—Lucy, Lucy, Lucy, ¡y más Lucy, carajo! —maldijo Xolopitli, su voz oyéndose a través de los audífonos de Randgriz— Las putas noticias sobre su coronación me bombardean el celular todo el jodido rato. Ni los canales de televisión transmiten otra cosa que no sea él. Es como si Lucífugo fuera una pija; ni los ángeles ni los Einhenjers se lo pueden sacar de la boca —Xolopitli no pudo evitar echarse a reír por su comentario. Randgriz trató de aguantar, pero también se echó a reír— Ah, mírate, pocas veces te he visto reír.

—Oh, yo no suelo reírme mucho, Xolo...

—Oh, y no lo hagas. Te ríes como si fueras una mula.

Xolopitli volvió a echarse a reír. Randgriz se ruborizó e hizo un puchero de molestia.

—AY, ok, ya paro, ya paro —el Mapache Pistolero se inclinó hacia ella y le tendió el teléfono móvil de forma vertical. Randgriz lo tomó y vio las noticias que la pantalla táctil estaba mostrando—. Mira eso. ¿Puedes creerlo?

—"El recién autómata creado, Coronel Eurineftos, acaba de darle otro duro golpe al Cartel de los Coyotl al capturar su base militar más grande" —recitó Randgriz, observando en aquella página web una fotografía del susodicho de tres metros de alto, de pie, esgrimiendo su espada y escudo de plasma y posando ante al cámara junto a un pelotón de Pretorianos a sus pies.

—Ahora tengo el temor que Tonacoyotl me vaya a dar la ladilla con eso cuando estemos en Xocoyotzin —Xolopitli se cruzó de brazos y bajó la cabeza—. Vida triste la mía lo que se ha vuelto en estas últimas semanas desde que llegaste a mi organización.

—¿Implicas que yo soy la que te traigo mala suerte? —Randgriz frunció el ceñó, aparentando indignación— Y eso que dijiste que yo te traería "cosas buenas" a tu cartel.

—Oh, no, no quiero dar a entender eso. ¡Jamás! —Xolopitli negó con los brazos— Es solo pura coincidencia. El punto es que... —el nahual mapache apretó y chasqueó los labios— Agh, olvídalo. Mejor no darle vueltas a la tortilla a estos pensamientos.

—Xolopitli... —Randgriz tragó saliva y se armó de valor para poder formular lo que iba a decir— No quiero sonar a psicóloga o algo por el estilo, pero yo estaré para ti si necesitas desahogarte con algo. ¿Sí?

Se hizo el silencio. Xolopitli tenía la mirada melancólica perdida en otra dirección. Es entonces que el nahual mapache le dirigió la mirada, y Randgriz quedó boquiabierta al ver aquellos ojos llenos de nostalgia, como si le estuviera diciendo que su persona, su forma de actuar, le recordaran a un ser querido. Pero antes de poder balbucear algo, Xolopitli borró esa faceta de añoranza y la reemplazó con una sonrisa burlona.

—Pues muchas gracias, psicóloga, pero no pienso pagarte por horas extras de trabajo —Xolopitli desvió la mirada hacia la derecha e hizo un ademán indicativo con la cabeza—. Mira, llegamos a nuestro destino.

Randgriz entornó la cabeza hacia la ventana. Sus ojos se ensancharon en un expresivo gesto de asombro ante lo que estaba observando.

Un gran anillo de demarcaciones de restos de muralla de mampostería rodeando más de diez hectáreas de lo que otrora fuese la antigua capital de los aztecas de la Civitas Manga. Foros con sus plazas enterradas bajo las dunas, pilares escalonados y escalinatas sobresaliendo de las pendientes arenosas, cimas de templos y miembros de estatuas de deidades aztecas enterradas en la tierra plana, mares de escombros extendiéndose allí y allá, y pirámides que otrora fueran altas, pero que ahora estaban tendidas en el suelo, inclinadas, como si hubiesen caído en desgracia.

Ver las ruinas de lo que fue en su día la sucesora de Tenochtlitlan transmitió una sensación de melancolía abrumadora a Randgriz; los recuerdos de la Segunda Tribulación la asaltaron, y vio en muy efímeras visiones el como la Vieja Capital ardía en llamas, mientras que las legiones de demonios de Aamón entraban a saquear y a masacrar aztecas sin piedad alguna. Aün se podía sentir la desgracia de los aztecas de aquel entonces, su desesperanza se había quedado impregnado en los restos de la ciudad; verlas era como reproducir toda la destrucción dejada por los demonios. El objetivo de ellos era no dejar rastro humano en sus calles, y de no ser por Uitstli, Yaocihuatl, Tepatiliztli y el propio Xolpitli, lo habrían conseguido.

<<Esa vergüenza que siente por su pasado como héroe...>> Pensó Randgriz, mirando de reojo a Xolopitli, quien seguía admirando con el ceño fruncido las ruinas de Xocoyotzin. <<No sé por qué la tienes, Xolopitli, pero voy a quitártelo de encima>>

El helicóptero comenzó a descender. Pronto, el panorama vistoso de las ruinas se vio disminuido a la extensión rectangular de una plataforma de piedra que sobresalía de la arena. El helicóptero aterrizó firmemente sobre la superficie irregular del techo del templo, y las hélices redujeron su velocidad hasta detenerse. El polvo agitado por las espirales de esas hojas se tranquilizó, solo para ser perturbados de nuevo cuando las puertas corredizas se hicieron a un lado, y de la aeronave bajaron Xolopitli y Randgriz. La Valquiria Real se acomodó el ala ancha de su sombrero blanco para cubrirse los ojos del inclemente Estigma, y oteó con la mirada el panorama desértico y triste de las ruinas que se alzaban sin poder alguno alrededor de ella.

—Usted quédese velando el helicóptero —le ordenó Xolopitli al piloto al tiempo que se abotonaba la chaqueta negra—. Ni tanto calor hace, ve.

—Dígalo usted por su pelaje —Randgriz se pasó una mano por la frente perlada de sudor—. Yo ya estoy sudorosa. ¿Dónde es la reunión?

—Estamos en lo que antes era el Tlaxilacatin de Moctezuma, así que hay que ir hacia las ruinas del Templo de Ometeotl que queda justo... —Xolopitli estiró un brazo hacia el nordeste al tiempo que inclinaba el cuerpo en un ademán carismático— ¡Epa! Justo por allí.

—¿Y no podíamos simplemente aterrizar allí? —gruñó Randgriz, comenzando a seguir a Xolopitli escaleras abajo; tuvo cuidado de no tropezar con los escombros que adornaban los frágiles peldaños.

—¡Nope! No había donde aterrizar, así que confórmate con caminar por la arena.

Valquiria y nahual caminaron por la suave y movediza arena; su profundidad era tal que tenían que caminar dando pisotones con tal de sacar los pies, pues la arena se les hundía hasta los tobillos. A pesar de que todo estaba enterrado dentro de la arena, Randgriz aun podía rememorar con gran pictografía las calles y los edificios variopintos de la Vieja Capital.

Se imagino a los peatones caminando de aquí para allá, el tráfico de carruajes tirados por caballos y vehículos motorizados, las gente compartiendo charlas familiares, los niños correteando, las turbas de personas atiborrando las avenidas con tal de asistir a los sacrificios humanos... El campaneo de recuerdos traía a sus ojos los espíritus de los aztecas de aquella época, reproduciéndose en su mente como una videograbadora. Pocas veces había paseado por Xocoyotzin antes de su destrucción, pero esas pocas veces que la visitó se le quedó en la memoria la plenitud de su infraestructura y su cultura.

La inspiración de los recuerdos bonitos de Xocoyotzin acabaron cuando, a su mente, entraron los intrusivos recuerdos de las legiones demoniacas de Aamón y su pasó por la ciudad. Edificios ardiendo, pirámides cayendo en montañas de escombros, explosiones de fuego que consumían barrios enteros, ejércitos de demonios con formas insectoides avanzando por las calles y asesinando vilmente a todo hombre, mujer y niño que se les cruzara de por medio, y los soldados aztecas (con ayuda de los Pretorianos dirigidos en ese entonces por Sulpicio Galba) haciendo el esfuerzo inhumano por contrarrestar los ataques y sacar a la mayor cantidad de aztecas posibles...

La ciudad misma se había vuelto un campo de batalla, y según había oído Randgriz, fue una de las batallas más violentas y sangrientas de toda la Segunda Tribulación.

Dentro del oleaje de pensamientos intrusivos, uno de ellos se coló y dominó el área de su mente para hacerle ver la peor de las visiones. Una de ella misma, dentro de uno de los templos aztecas tras ser enviado por Brunhilde a socorrer a Uitstli y los demás Einhenjers aztecas, y quedándose estática al ver frente a frente una silueta humana. Alto y de constitución fornida, de tez negra con tatuajes dorados, esgrimiendo dos espadas rojas y despidiendo un aura roja que le transmitió la sensación de berserker, aquel hombre de cabello anaranjado oscuro se dio la vuelta y encaró a la miedosa Randgriz de aquel entonces.

<<Oh, hija... Que encuentro tan... desafortunado>> Dijo la memoria de aquel hombre, su voz haciendo ecos que resonaron en su cerebro. La Randgriz de aquel entonces no pudo hacer más que balbucear y sollozar.

<<P... pa... papá... ¿Por qué?>>

<<Ah... Que estúpida pregunta. Abre esos ojos. Esta es mi realidad. Este es mi verdadero yo. Despierta, Randgriz. Despierta, y pelea contra mi como la Valquiria Real que eres. Despierta, despierta, despierta...>>

—¡Despierta, pendeja de mierda! ¡¿Qué no ves que llegamos?! —Xolopitli la sacó de sus más profundos ensueños con cuatro furiosas cachetadas que le dejaron rojas las mejillas.

Randgriz sacudió la cabeza y apretó los dientes. Se llevó una mano a una de las mejillas enrojecidas. Xolopitli, trepado encima de ella, se bajó de un salto y aterrizó las patas sobre unos peldaños de arenisca.

—¿Ya estamos aquí? —farfulló la valquiria, viendo los diez escalones que ascendían hasta la enorme terraza de lo que otrora fue el gigantesco Templo de Ometeotl.

—Ni sé como no te perdiste como Dora la Exploradora. Parecías estar colocada... —Xolopitli se encogió de hombros— Pero sí, hemos llegado. Tonacoyotl nos está esperando arriba —se volvió sobre sus pasos y comenzó ascender los escalones—. Vamos.

Randgriz se forzó a sí misma a tragarse esos horridos recuerdos y no demostrar debilidad ante el rudo Xolopitli. Reanimó la marcha y comenzó a ascender los escalones. Si mostraba algún atisbo de ello frente a él, incluso de esa forma toda la misión podría tomar un rumboo distinto y malo para ella y para los Legendarium Einhenjar en la primera ronda del Torneo del Ragnarök.

Valquiria y mapache antropomórfico arraigaron a la zona de encuentro: una plaza círcular de cincuenta metros cuadrados, con una anchura tal que los relieves capitolinos que labraban las figuras de los dioses aztecas principales de menor a mayor importancia encajaban en la totalidad del espacio circular.

A lo lejos vieron una mesa ovalada, colocada justo entorno a las figuras de los cuatro Tezcatlipocas adorando de rodillas a los dos Supremos Aztecas que, otrora, fueran Omecíhuatl y Ometecuhtli. Solo había dos sillas, y una de ellas estaba ocupada por Tonacoyotl, sentado justo en el busto de la figura de la diosa Omecíhuatl. Alrededor suyo se congregaban más de diez militantes Coyotl, armados con subfusiles y escopetas de bombeo; a su lado izquierdo estaba de pie su subalterno, Cuetlachtli, empuñando un fusil de asalto con la hoja de una espada pegada al lado del cañón. Xolopitli respiró y exhaló con rapidez, para después reanimar la marcha y dirigirse con trote rápido hacia la mesa. Randgriz siguió en pos de él, moviendo los dedos de la mano donde portaba el anillo de arce.

—¡Mire quien por fin se digna a llegar! —exclamó Tonacoyotl, e hizo un ademán de señalar un reloj en su muñeca que no tenía—. Llegas unos cinco minutos tarde, papito.

—Oigan a este —refutó Xolopitli, mirando de reojo a Randgriz para después mirar a los ojos a Tonacoyotl al tiempo que tomaba asiento. La silla estaba puesta justo encima del espacio que había entre Quetzalcóatl y Xipe Tócih—, me va a venir hablar de puntualidad este bribón que apenas y tiene relojes en su casa.

—Puede que no tenga relojes en mi casa... pero al menos yo soy de cumplir promesas.

Randgriz se colocó detrás de Xolopitli y esgrimió un semblante serio. Miró de soslayo a los diez hombres de Tonacoyotl; ocho de ellos eran hombres, y los otros dos nahuales zorros. Se llevó la mirada de desconfianza, sorpresa y lascivia de varios de ellos. La Valquiria Real ignoró las miradas provocativas de los escoltas de Tonacoyotl, y miró a este último, tomándose por sorpresa al jefe Coyotl viéndola a los ojos con una expresión de confusión ingrata.

—¿Y quién es esta fulana? —gruñó Tonacoyotl, señalándola despectivamente con un dedo— ¿Prima perdida tuya o qué?

—Hágame el favor y no me la llame así, ¿quiere? —mugió Xolopitli— Ella es la más reciente escolta que se ha unido al Cartel de los Tlacuaches —el Mapache Pistolero se detuvo antes de proseguir con su dictamen. Miró de reojo a Randgriz, y esta última supo el mensaje transmitido a través de ese gesto. Asintió con la cabeza, y Xolopitli se volvió de nuevo hacia su rival—. Su nombre es Randgriz Fulladóttir, exintegrante de la Corona, acusada delitos que no cometió, y que ahora se gana el pan de cada día trabajando para mí.

La revelación dejó boquiabiertos a varios de los Coyotl, quienes intercambiaron miradas de ojos ensanchados y risitas tentadoras.

—¿Trabajando cómo? ¿De prostituta para los Íncubos? —dijo Cuetlachtli, señalando a Randgriz con una mirada despectiva.

—Ah, conque también trajiste a Cara de Escroto aquí —Xolopitli sonrió cual vacilón. Cuetlachtli se ruborizó, y vio con rabia a los Coyotl que se atrevieron a sonreír por culpa del comentario del mapache—. ¿Cómo está la pandilla? ¿Drogándose como siempre?

—Como que el estar tan pegado al oficio no te mantuvo en las noticias —gruñó Cuetlachtli, su rostro poniéndose más rojoa acuas de la histeria—. ¡El pinche coronel Eurineftos acaba de asaltar mi base militar! ¡La más grande del Cartel de Coyotl!

—Y con ello hemos perdido nuestra mayor fuelle de producción de cachivaches—prosiguió Tonacoyotl, entrelazando sus manos enguantadas—. Eso sin mencionar el armamento militar. Ahora, nos va a tocar vivir de las otras vías de compra y venta que tenemos, así hasta conseguir otra base igual de grande que la que perdimos.

Se hizo un breve silencio de cinco segundos.

—Oh, ¡boohoohooohoooo! —Xolopitli se llevó las manos al pecho e hizo una exagerada actuación de lloriqueo— "¡He perdido mi mayor acción financiera, ahora voy a ir a la bancarrota!"

—Esto es puto serio, roedor —maldijo Tonacoyotl, con un bramido tal que de su boca salió un poco de espuma.

—¡Agh, y a mi que coño me importa si es serio, zorrillo! —respondió Xolopitli con la misma agresividad en su bramido. Estampó un brazo sobre la mesa, haciéndola tronar— ¡TODOS SIEMPRE PERDEMOS ALGO IMPORTANTE EN NUESTRAS VIDAS! Tú no tienes idea de las cosas que he perdido, pero eso no es excusa para ir de pusilánime y rendirme, o ponerme como una puta cabra loca y hacer que demás personas mueran.

—Bueno, bueno, ahora no me vengas a dar ladilla con tus discursos pretenciosos, ¿quieres?

—Se mi invitado —Xolopitli se cruzó de brazos y recluyó la espalda contra el espaldar—. ¿Cómo resolvemos este mierdero, tú y yo?

—Bueno, escucha esta propuesta —Tonacoyotl alzó ambas manos. Tragó saliva, y se sopló la nariz. Xolopitli frunció el ceño al verlo directo a los ojos—. Como le dije a tu murciélago, ¿qué tal si, con tal de no reclamarte por los objetos de la Multinaiconal Tesla que me has robado, tú te encargas del coronel Eurineftos y, a cambio, yo pongo el ochenta por ciento de mi logística militar en el asalto a la Capsula Supersónica?

Randgriz ensanchó los ojos al escuchar eso. ¿Planeaban asaltar el tren bala de Nikola Tesla donde transportaba material tecnológico de alta gama? ¿Para que lo querrían unos narcotraficantes?

—¿Ochenta? Más bien sería cincuenta después de perder tu base —argumentó Xolopitli, alzando los hombros.

—No me subestimes, Xolopitli —Tonacoyotl arrugó la frente y apretó los colmillos—. Que haya perdido esa base no quiere decir que aún tenga a mi disposición buen armamento y efectivos.

El Mapache Pistolero se mantuvo callado, pensativo. Randgriz no rompió su pose como guardiana del nahual mapache; no despegó la vista en ninguno de los Coyotl, advertida de cualquier movimiento en falso. Muy en el fondo ella quería apoyar a Xolopitli con sugerencias, pero sabía que no podía. Esta charla era solo entre él y Tonacoyotl.

—¿Y cómo de qué forma quiere que lo haga, o qué? —inquirió Xolopitli, clavando sus ojos en su rival— Tú eres el que está casado con él en esto, no yo.

—Pues ahora mismo no tengo un plan como tal —confesó Tonacoyotl—, pero no te preocupes, que de la estrategia me encargaré yo. Yo solo quiero saber si tú estás dispuesto a apoyarme en mi guerra contra los Pretorianos, y así salir juntos victoriosos del mayor atraco en la historia.

Nuevamente Xolopitli guardó silencio. Se acarició los bigotes de su rostro, y dedicó un,a mirada de soslayo a Randgriz. La Valquiria Real vio su oportunidad para transmitir su opinión, y lo hizo ladeando ligeramente la cabeza. El Mapache Pistolero suspiró y se inclinó hacia delante, apoyando los brazos sobre la mesa.

—A pesar de que la propuesta es... interesante —manifestó—, creo que lo mejor es que espere a que tú me presentes ese plan, y vea de que forma lo puedo llevar a cabo. No quiero decir con esto que rechace la propuesta, lo digo con toda la seriedad del mundo —y se puso una mano en el pecho—, pero es mejor no apurarnos.

—¿No apurarnos, dices? —bramó Tonacoyotl, alzando la voz, la expresión en su rostro deformándose en una mueca de cólera.

—No ser rápidos como Sirius, pues.

—¡¿No apurarnos, dices?!

—Oh, señor, aquí vamos... —Xolopitli hizo la señal de la cruz y se beso los dedos.

Tonacoyotl estampó la mesa con ambas manos y con toda sus fuerza, generando un terrible estruendo que demostró la furia endrogada que lo estaba dominando.

—Ahora resulta que el Cartel de los Tlacuaches puede fusilar alguaciles importantes de las Regiones, ¡¿pero no puede pelarse un CHINGADO CORONEL DE LA GUARDIA PRETORIANA?!

Xolopitli ladeó la cabeza, el gesto de decepción y de abrumarse. Se encogió de hombros. Randgriz, detrás suyo, se tensó al ver como el nahual zorro estaba perdiendo el control.

—¿Ahora cuál es el chingado problema, Tonacoyotl?

—No, Xolopitli, ¿sabes qué? —Tonacoyotl se puso de pie y volvió a señalarlo con el dedo— ¡YO DE TI, NO ME VOY A DEJAR SEGUIR MANGONEANDO COMO SI FUERA TU ZORRA! —el nahual zorro se golpeteó el pecho— ¡¿Que se te olvidó que ese Eurineftos lleva cazándome desde hace seis meses ya?!

—No, ¡a mi eso no se me ha olvidado!

—¡¿ENTONCES?!

—¡Usted era tipo diferente, Tonacoyotl! —la exclamación de Xolopitli vino acompañada con un sentimentalismo que no pasó desapercibido a oídos de la alertada Randgriz— No un loco que se se la pasa ahora convencido que es un guerrillero. Y eso es por andar metiendo las narices oliendo esa cochinada de la flor todo el día. Ahora eres la sombra del Tonacoyotl que conocía hace seis meses. Un patético.

Tonacoyotl volvió a estampar las manos sobre la mesa, con tanta fuerza que esta vez la madera se resquebrajó.

—¡¡¿UN PATÉTICO, DICES?!! —el nahual zorro resopló, espuma salió de entre sus colmillos y sus ojos se volvieron tan rojos que hasta el pelaje alrededor de sus ojos cambió de color— ¡PERO POR LO MENOS NO SOY UNA RATA TRAIDORA COMO TÚ, HUEVÓN!

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https://youtu.be/XJ1yCIFBSRg

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

La rabia interina se liberó de las cadenas de Xolopitli. El mapache inmediatamente se paró encima de la mesa, desenfundó de su cintura un objeto con forma de boomerang que se desplegó y se transformó en un rifle de cuatro cañones, y lo apuntó hacia Tonacoyotl. El nahual zorro desenfundó fugazmente las dos pistolas glock de su cintura y las apuntó hacia Xolopitli.

El caos erupcionó tan rápido como un relámpago. Los diez Coyotl alzaron sus rifles y apuntaron tanto a Xolopitli como a Randgriz. No obstante, en un abrir y cerrar de ojos, Valquiria Real ya había invocado su lanza azteca divina y, de una esgrima, invocó diez copias de la alabarda hecha de luz y que se colocaron directo a las cabezas de los escoltas de Tonacoyotl.

—¡AQUÍ NOS MATAMOS PUES! —chilló Cuetlachtli, apuntando su rifle hacia Randgriz— ¡LA PUTA ESTA NOS VA A LLEVAR A TODOS, PERO YO ME LA LLEVO A ELLA, SÍ O SÍ!

—Hazlo, Xolopitli. ¡HAZLO! —berreó Tonacoyotl, accionando sus pistola y sonriendo de oreja a oreja, la saliva roja manchando sus colmillos. Xolopitli, por su parte, accionó el tambor de su rifle de cuatro cañones— ¡DISPARA! ¡Nos morimos todos! ¡Hazlo!

—Vuelve a puto llamarme "rata traidora", ¡y me darás motivos suficientes para reventarte el chingado cráneo, pendejo hijo de mil putas! —exclamó Xolopitli, tan enrabietado como Tonacoyotl.

El aire envolatado de las tormentas de arena sopló en dirección al grupo, estancados en una tabla mexicana peligrosa. A pesar de que sabía que los superaba a todos en fuerza, velocidad y resistencia, Randgriz no podía decir lo mismo de Xolopitli. Un descuido, y él moriría por su negligencia. Y lo último que quería ahora es otro cadáver en sus manos, la sangre de una responsabilidad a la que habrá fallado.

—Tú dirás, huevón —murmuró Cuetlahclti al oído de Tonacoyotl—. Nos matamos todos ahora, o nos calmamos. Tú dirás...

El nahual zorro se sopló la nariz, con la fuerza necesaria para sacarse mocos intoxicados de rojo que cayeron pegajosamente en al superficie de la madera. Se mordió los labios con tanta fuerza que se sacó sangre. Su respiración estaba agitada, y lo mismo estaba la de Xolopitli, hasta el punto que sus vaharadas se mezclaban con las ventiscas de arena.

—¡Tú no sabes nada, Xolopitli! —vociferó Tonacoyotl— Trate por todos los medios de que nuestra alianza perdurara, ¡pero tú te crees el rey de los bandidos!

—¡Eso es verdad! —exclamó Xolopitli sin bajar el rifle.

—¡NO TIENES RESPETO ALGUNO POR NOSOTROS!

—¡ESO TAMBIÉN ES VERDAD!

—¡Xolopitli, contrólate antes de que escales más esta situación! —advirtió Randgriz, el sudor intenso cayendo como gotas por sus mejillas.

—Haz lo que te dice tu dueña —lo insultó Tonacoyotl, la sonrisa desquiciada imborrable en su semblante—; ¡controla tus puta adrenalina nahualli! La misma con la cual todos los nahuales que llegamos a este sitio seguimos tu ejemplo. ¡En especial nosotros, los jodidos Coyotl! Seguimos tu ejemplo, y nos convertirnos en nuestros espíritus animales sin tener miedo a la discriminación de los humanos. ¡¿Y DE ESTA FORMA ES QUE NOS PAGAS?!

—¡¡¡YO NO PEDI SER CONVERTIDO EN ESTO!!!

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https://youtu.be/OkHFGL1NOfA

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

El silencio arrebató el aliento a todos los presentes. Tonacoyotl frunció el ceño, los Coyotl lo vieron de arriba abajo o con estupefacción inexplicable, y Randgriz se quedó viendo la nahual mapache con una mirada confusa que pronto pasó a una de simpatía al ver el semblante de Xolopitli... un semblante de trauma y tragedia que transmitía la revelación de un secreto atroz.

—¡YO NO PEDI QUE ME HICIERAN ASÍ! —prosiguió Xolopitli, gritando a los cuatro vientos para que toda Xocoyotzin lo escuchara— ¡¿Ustedes creen que llegue a la Civitas Magna así?! ¡¿Creen que me he convertido en un nahual por un hechizo equivocado?! ¡¿Creen que lo mío es símbolo nacional para que todos ustedes se pongan a transformarse en animales?! ¡¡¡NO!!! ¡YO NO PEDI ME ARRACARAN DE MI CUERPO HUMANO! ¡YO NO PEDI QUE ME HICIERAN PEDAZOS LOS DEL CULTO DE MICTLÁN UNA Y OTRA, Y OTRA, Y OTRA VEZ HASTA CONVERTIRME EN UN... —los ojos de Xolopitli lagrimearon, y una pequeña lagrima cayó por su mejilla izquierda— EN UN PEQUEÑO MONSTRUO! ¡YO NO SOY SU SÍMBOLO! ¡YO NO SOY UN EJEMPLO A SEGUIR! ¡YO SOY UN JODIDO MONSTRUO DE FRANKESTEIN!

El Mapache Pistolero jadeó incesantemente luego lanzar aquel griterío tan roto a nivel emocional. Hubo un breve momento de limbo en toda la plataforma; en ese lapso, toda la tensión y el tornado de furia a matar fue succionado por la revelación a medias de Xolopitli. EL Mapache Pistolero se limpió los ojos con una mano temblorosa, la cual volvió a poner en seguida en el gatillo del subfusil.

Randgriz quedó anonadada al ver como la rabia se borraba poco a poco del semblante de Tonacoyotl. El nahual zorro bajó las pistolas y la estiró sobre la mesa, como en señal de querer fundar la paz en este ambiente tan caótico. Xolopitli comprendió el ademán, y también arrojó fusil de asalto sobre la mesa. El resto de los Coyotl bajaron sus armas.

—¡Bájala, pues! —berreó Cuetlachtli, apuntando su arma a Randgriz— ¡Bájala!

Randgriz apretó los labios y se forzó a bajar la lanza y hacerla desvanecer al igual que las copias de las lanzas de luz.

—Ya, ya, Cuetlachtli —Tonacoyotl agarró el rifle de su subalterno por el cañón y lo hizo baja. Se cruzó de brazos, ladeó la cabeza y suspiró—. Yo... no sé qué decir, la verdad.

—Nah, ni pienses en decir alguna mamada —espetó Xolopitli, la pose como la de un borracho cansado y sentado en su sala de estar—. Solo terminemos esta pinche reunión conque yo acepto tu propuesta, y listo . Vámonos todos a casa.

—No, tienes razón, Xolopitli —Tonacoyotl alzó una mano en ademán de espera—. Lo mejor es... ser pacientes. Yo me tomaré mi tiempo para dictar un plan para dar de baja al coronel Eurineftos, y después te lo comunico.

—¿Así como así, huh? —Xolopitli frunció el ceño— ¿Alguna otra cosa que me quieras pedir?

—Eso sería todo, por el momento, creo.

Xolopitli apretó los labios y alzó los brazos en gesto de un exasperado "¿qué carajos?". Se volvió a poer de pie sobre la silla, pero esta vez para extenderle la mano.

—Trato hecho, Tonacoyotl.

—Excelente, Xolopitli.

Ambos jefes de Cartel estrecharon las palmas de sus manos y oficializaron el trato.

Momentos después el grupo se separó y retornaron por donde vinieron. El camino de regreso hacia la plataforma donde los esperaba su helicóptero fue incluso más largo y tedioso que el de venida, sobre todo por el ambiente pesado y el silencio incómodo que separaba al mapache y a la valquiria, a pesar de estar caminando hombro a hombro. Randgriz duras penas pudo ver de reojo a Xolopitli sin que sin cabeza hiciera campanear el recuerdo vivido de la confesión vehemente que hizo el Mapache Pistolero.

—X-Xolopitli... —farfulló la valquiria mientras ambos subían las escaleras de la plataforma— Si quieres...

—No.

Xolopitli se detuvo justo luego de subir el último peldaño. Los vientos tintados de naranja por la arena soplaron contra él, agitando su chaqueta y su pelaje hirsuto. Y sin volverse para verla, Xoloptili dijo como última instancia: 

╔═════════ °• ♔ •° ═════════╗

https://youtu.be/boJTHa_8ApM

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