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Etztli To Etztli (Ajach 1)

SANGRE POR SANGRE (Parte 1)

https://youtu.be/oc65Wo5w6sU

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https://youtu.be/hjpF8ukSrvk

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Mecapatli

De regreso a la Embajada de la Multinacional

Durante las catorce subsiguientes horas en que no tuvo ni a Xolopitli ni a ningún otro miembro del grupo consigo, Yaotecatl se sintió particularmente abrazado... por la soledad.

Era extraño. A pesar de tener a individuos tan buena gente como Tesla, Quetzal o Germain, y ya de plano alguien tan cercano emocionalmente a él como lo era Randgriz, Yaotecatl no se sentía del todo integrado con ellos. Eso lo conllevo a auto-aislarse bastante de todo grupo social de la institución, en especial los que se congregaban para llevar a cabo concejos de guerra y determinar el siguiente paso militar para golpear al Batallón de los Coyotl. Incluso hacía a un lado las invitaciones de Randgriz para dar charlas pequeñas y matar el tiempo. Sencillamente se sentía como que quería apartarse de todos, y no sabía por qué. O bueno... más bien creía saberlo.

Al igual que sucedía con muchos Tlacuaches que no se sentían del todo integrados en los Pretorianos, Yaotecatl sentía esas mismas vibras de no encajar. Toda su vida había sido un drogadicto, un adicto sin rumbo que después fue salvado por unos criminales. Su identidad era la de un criminal, y él creía que eso lo podía cambiar nadie, muy a pesar de lo que le dijera Randgriz. Y tal como le había dicho Quetzal, era demasiado débil como para formar parte de los Manahui. 

No le gustaba para nada esta sensación tan chocante en su espíritu, perturbándolo y haciéndole pensar cosas que no debía. Llegó a un punto en que la soledad le hizo recordar sus días como drogadicto, y la tragedia que lo llevó a ser así. Ese fue su limite. Quizás lo mejor era hablarlo con alguien, y en seguida pensó en Randgriz. Pero antes de poder ir directo con con ella a conversarlo... se corrió. como la pólvora la noticia del regreso de la nave de los Manahui Tepiliztli.

La astronave se veía en lo alto del cielo, descendiendo suavemente hacia la explanada del campus exterior de la embajada misma de la cual despegó hace catorce horas. Yaotecatl salió al exterior y apreció con la mirada melancólica el lento descenso de la nave espacial. Tras él vinieron Randgriz, Quetzalcóatl, Germain, Tesla, Cornelio y un nutrido grupo de Pretorianos (humanos y nahuales) arados con lanzas-rifles, listos para cualquier tipo de altercado que pudiera venir de la nave. 

El vehículo espacial desplegó sus patas y las plantó firmemente sobre la tierra. El pasto fue sacudido por los propulsores de las alas, estas últimas desplegándose hacia dentro y apagando sus motores con un sordo sonido desfibrilador. Cuando los rugidos motorizados de la nave se detuvieron, Cornelio comandó a sus soldados a que alzaran armas y escudos y estuvieran alertas a cualquier elemento sospechoso. Los demás no pusieron objeción; al igual que él, tenían que seguir desconfiando hasta que no vieran al grupo azteca, todos juntos, descender de la nave.

Y para Quetzalcóatl, no confiaría hasta no ver a su hermana mayor y a Mixcóatl junto a ellos.

 La plataforma trasera de la nave cayó y chocó contra el pasto. Luz blanca resplandeciente vino del interior de la nave. Los Pretorianos sostuvieron en alto sus lanzas-rifles, listos para cualquier altercado. Lo primero que se vio fueron varias sombras humanas venir de la barrera lumínica, y después el sonido de las pisadas descendiendo por la plataforma. Numerosas siluetas emergieron del interior fulguroso de la nave, y al instante de ver a Uitstli liderando la marcha de su grupo, todas las alertas y sospechas de los soldados se desvanecieron, reemplazadas por un grandioso alivio y un regocijo sin igual por parte de los Pretorianos, los Ilustrata y los Tlacuaches por igual. 

Tras él lo seguían Tepatiliztli, Zaniyah y Yaocihuatl, sus semblantes de fatiga compartidos; tras ellas venían Xolopitli, Zinac y Tecualli, sus rostros entre satisfechos e igual de cansados que los de las chicas, y detrás de ellos les seguía el paso dos dioses aztecas. Uno de melena erizada y marrón y vistiendo con una indumentaria de caza hecha de pieles y de plumas, y la otra portando unos vaqueros de cuero negro, un cinturón blanco, una camisa negra que le marcaba los abdominales, un collar negro y un abrigo rojo con cuello felpudo blanco. 

Quetzalcóatl ensanchó los ojos y despidió un gimoteo de sorpresa agraciada, sus ojos fijos en Mixcóatl y Xipe Tócih. Entrecruzó miradas con Uitstli, y este último le hizo un ademán con la mano para que fuera a verificar que era ella. El Dios Emplumado, al borde de las lágrimas de felicidad, salió de entre las filas de Pretorianos y corrió hacia ellos. Al primero a quien saludo fue a Mixcóatl, estrechándole la mano y dándole palmadas en la espalda. El Dios de la Caza correspondió con el mismo amor hermanado. Quetzal se separó de él y se dirigió hacia su Xipe Tócih, quedando paralizado de la emoción de verla frente a él.

Xipe Tócih estaba observando su derredor, apreciando la infraestructura de la embajada hasta que se giró y cruzó miradas con él. Quedó totalmente extrañada por lo paralizado que estaba Quetzal ante ella que a la final se lo tomó a bien, con una sonrisa y un comentario sarcástico: 


Los aztecas funcionarios que lograron colarse al campus quedaron maravillados ante la presencia de su Diosa de la Vida. Muchos se postraron al suelo y empezaron a reverenciarla; otros se arrodillaron y juntaron sus manos. Por todo el campus se esparció el murmullo de oraciones religiosas en nombre de ella. Xipe Tócih les dirigió la mirada, les dedico una compasiva sonrisa y alzó un brazo en gesto de saludo. Quetzal también sonrió; notó fácilmente la gracia en el rostro de su hermana mayor. Ella también había extrañado a su pueblo.

El Dios Emplumado abandonó su faz de felicidad admiradora al notar, por el rabillo del ojo, como los Manahui Tepatiliztli marchaban hacia la embajada con un aura de derrota y fatiga alrededor de ellos. Trató de llamarlos, pero ellos lo ignoraron, siguiendo su camino con rostros malhumorados. Quetzal frunció el ceño, les dijo a Mixcóatl y Xipe Tócih que esperaran aquí, y empezó a seguirlos.

Randgriz y Yaotecatl pudieron vislumbrar igualmente aquellos rostros de cansancio y de aparente rendición. Como Quetzal, la Valquiria Real siguió al grupo hacia el interior del edificio. El mapache tuerto, por su parte, se quedó estático allí de pie. Sintió la querella de querer seguirlos también, pero su sentimiento fue minimizado con la mentalidad de que él no pertenecía a este grupo. Que sus días como lugarteniente de Xolopitli en el Cartel de los Tlacuaches había acabado. 

Se volvió sobre sus pasos y se dispuso a retirarse con la cantata de los aztecas resonando tras él... hasta que sintió una mano rodear su muñeca y detenerlo. 

Yaotecatl se dio la vuelta y se topó de cara con Xolopitli. El rostro del Mapache Pistolero estaba demacrado sentimentalmente, y en sus ojos pudo Yaotecatl notar la tristeza y el desespero de estar junto a él, casi como si pudiera sentir en conjunto el dolor personal que él estaba sintiendo ahora mismo. 

No se dijeron ni una palabra, pero las muecas de sus rostros bastó para decirse lo necesario. Yaotecatl miró hacia otro lado unos instantes, y su ojo lagrimeó hasta sacar una lágrima. El sollozo emergió de la boca del mapache tuerto, y eso rompió el corazón de Xolopitli. Este ultimo terminó dándole un fuerte abrazo que su amigo correspondió con el mismo cariño destrozado.  

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Despacho principal

El aura de tensión y conflicto entre Quetzalcóatl y los Manahui se densificaba en el rellano. El Dios Emplumado veía en los rostros de todo el equipo una entremezcla de trauma, frustración, penas y molestias que a duras penas podían contener. Esto le hacía sentir pesares que anteriormente no había sentido, como culpabilidad. Por primera vez desde que llegó aquí Quetzal sentía el peso de las consecuencias de sus acciones sobre el grupo, y ahora debía de afrontarlos.

El más inquieto de todos era Zinac. Su máscara de murciélago estaba sobre el mesón, y el nahual quiróptero caminaba de un lado a otro, soltando resoplidos como un hombre alterado por un trauma de guerra, su rostro arrugado de la mueca de ira indomable. Quetzal tenía la espalda apoyada sobre la pared  las piernas y los brazos cruzados.

—Se lo que deben estar pensando ahora —indicó, sus palabras medidas siendo interrumpidas por los resoplidos de Zinac—. Se lo alterados que están y lo que me quieren recriminar. Pero les pido, por favor... —Quetzal se encaminó hacia el mesón ovalado e hizo un gesto de sosiego con los brazos bajándolos lentamente—, que se calmen.

—Tienes un gran descaro al decirnos eso, Quetzalcóatl —maldijo Zinac, señalando al Dios Emplumado con un brazo extendido—. ¿Cómo quieres que hallamos vuelto aquí como si todo lo que vimos y combatimos no fueron nada? ¡Les hicimos frente a una diosa de la cual nunca nos has hecho mención!

Quetzal permaneció con compostura ante la protesta de Zinac. Miró de soslayo al resto del grupo; Tepatiliztli permanecía con la cabeza agachada, igual que Tecualli; Zaniyah estaba sentada al lado de Yaocihuatl, ambas abrazadas la una de la otra. Uitstli era de los únicos que tenía la mirada fija en Zinac. Una mirada escandalizada, como si quisiera decirle que parara, pero al final se contenía porque quería dejar que se expresara, incluso si era de una forma agresiva y encima contra un dios azteca. O en este caso... semidiós.

—Sé que piensan que esto lo hice a propósito —confesó Quetzal, su mirada empática sobre Zinac y después fulminando al resto de los Manahui—. Que los envíe únicamente para salvar a mi hermana, y que por esa imprudencia puse sus vidas en peligro solo por eso. Pero créanme cuando les digo... —el Dios Emplumado se llevó una mano al pecho— que no tenía idea de lo que había en Mexcaltitán. No sabía ni siquiera que Tlazoteotl estaba viva.

—¡Zaniyah tuvo que ver a niños descuartizados, Quetzal! —gritó Zinac, señalando con un brazo a la taciturna hija de Uitstli, abrazándose más fuerte a Yaocihuatlb— Nobles aztecas de Xocoyotzin convertidos en monstruos, aztecas torturados y enloquecidos, y cadáveres de otros dioses aztecas. 

—Les advertí al menos que se prepararan para lo que se encontraran allí —argumentó Quetzal—. Créname que les entiendo, y no puedo sentirme culpable ahora mismo de lo que tuvieron que afrontar sin mi ayuda.

—Espero que eso haya valido la pena —masculló Tepatiliztli, levantando la mirada y clavando sus ojos sobre la deidad—. ¿Pudiste... arreglarla? ¿La ciudad?

—Sí pude —afirmó Quetzal al instante—. Gracias a la ayuda de Germain, Cuahuahuitzin y su población están curados de la explosión atómica. 

La médica azteca respondió asintiendo con la cabeza y bajando de nuevo la mirada hacia la superficie de la mesa. Permaneció en esa posición, la mirada trastocada e inquieta. Quetzalcóatl apretó los labios, incapaz de soportar ver a esta admirable mortal decaerse ante sus ojos. 

—¿Y cómo es posible que no hallas sabido nada de esto? —inquirió Tecualli de pronto, alzando la cabeza y viéndolo con ojos confusos— ¿En serio tan estricto era tu vigilancia en Omeyocán?

Quetzalcóatl respiró hondo y se pasó una mano por el rostro. Los aztecas pudieron ver que se le hacía difícil narrar sus experiencias en Omeyocán, pero aún con todo se forzaba a sí mismo a dar detalles. Eso hacía que su respeto hacia la deidad permaneciera vigente, por más trastocados que estuvieran todos ahora mismo.

—Quitarme la mitad de mi divinidad, a mí y a mi hermana, fue solo el inicio de nuestros castigos —comenzó a narrar—. Puede que yo haya estado en el palacio, pero fue una prisión igual de peor que la de Mexcaltitán.  Encerrado en mi cuarto todos los días como si fuera un jodido niño castigado, tener que sufrir meses sin comer y ser torturado psicológicamente por los Centzones de Omecíhuatl para lavarme el cerebro... —Quetzal ladeó la cabeza— Las únicas veces que salía era para asistir a galas, de tal forma que la Suprema engañaba a toda Aztlán haciéndoles creer que me trataba justamente. 

>>No sabía nada del mundo exterior. No sabía qué año era, o si era de día o de noche, o si seguía vivo o muerto. Lo único que me mantuvo vivo todo este tiempo fueron... —se encogió de hombros y esbozó una pequeña sonrisa melancólica— los recuerdos de cuando llegue a la destruida Xocoyotzin, y los ayudé a refundar la civilización de mi gente —chasqueó los labios y tragó saliva—. Es por eso que no he me rendido en buscar una forma de escapar de ese lugar. Y heme aquí —extendió los brazos de lado a lado. 

Zinac frunció el ceño y ladeó la cabeza. Su respiración se volvió más alterada en vez de tranquilizarse con lo que dijo Quetzal.

—¿Y acaso lo tienes tú todo planeado meticulosamente? —farfulló, sus airados ojos siempre clavados en él— ¿Es por eso que Mixcóatl apareció tan convenientemente luego de que Tlazoteotl nos capturara?

—Le dije que se encontrara conmigo en Mexcaltitán cuando fuera capturado por los Tezcatlipocas —Quetzal se mordió el labio inferior. Su mirada se concentro totalmente en Zinac—-. Y lo sé, ¡lo sé! La problemática de la bomba atómica me evitó que fuera con ustedes. Es por eso que le pedí a Mixcóatl que fuera en caso dado de no poder ir con ustedes. Se lo pedí justo después de huir de Omeyocán.

—¡Quetzal, incluso Mixcóatl tuvo complicaciones para combatir a Tlazoteotl! —exclamó Zinac, acercándose más al Dios Emplumado— Ninguno de nosotros habría salido vivo de esa cárcel si no hubiéramos tenido la suerte de nuestro lado. Toma en consideración que no sabías que esta zorra seguía viva. Tienes muchos agujeros en este plan —sacudió la cabeza en gesto de decepción—. ¡Tu error casi nos cuesta la vida!

—¡¡SUFICIENTE, ZINAC!!

Al instante en que Quetzal ensombreció el rostro de la culpa, Uitstli se reincorporó de su silla y se colocó frente a Zinac, encarándolo con la mirada severa. Dio dos pasos hacia delante, obligado al nahual quiróptero a retroceder esos mismos pasos. La tensión se incrementó tan brutalmente que todos los Manahui miraron a los dos hombretones con inmensa consternación. Quetzalcóatl, por su parte, se quedó boquiabierto ante el hecho que el Einhenjer se parara a defenderlo.

—Ya remarcaste tu punto —gruñó Uitstli, el ceño fruncido—. Entiendo tu frustración, en verdad, pero eso no es razón para desahogarte con Quetzal.

—¿Me vas a decir que él no tuvo la culpa de lo mal llevada de esta misión? —bramó Zinac entre dientes, su mirada igual de agresiva que la de Uitstli— ¡Hubiera dejado ir a Randgriz, todo habría sido menos dificultoso! ¡Y hasta habría potenciado el Völundr!

—Comprendo que su misión nos haya puesto en peligro a todos, pero gracias a eso hemos podido operar como equipo, ¡y de nuevo, después de cien años separados! —Uitstli se volvió hacia el resto del grupo con una mirada y un tono de voz asertivo— Puede que casi hayamos muerto a manos de Tlazoteotl, pero gracias a ello he podido domar de nuevo al Jaguar Negro! —miró de reojo al Dios Emplumado— Y no pienso denigrar a Quetzal por eso.

Zinac apretó los labios y en su mirada se dibujó un boceto de culpa y regaño. Intercambió una última mirada con una preocupada TepatilItli, y luego se volvió sobre sus pasos para salir con gran apuro de la estancia. Tecualli se puso de pie para seguirlo, pero fue detenido por la exclamación de Uitstli:

—No. Déjenlo solo —se volvió hacia el consternado Quetzal—. Nos retiramos con su permiso. Cualquier cosa que nos quiera notificar, atenderemos su llamada de inmediato.

Quetzal asintió sin mucho convencimiento la cabeza. Vio a los Manahui pararse de sus sillas y cada uno salir por la puerta grande, el aura de derrota y trauma exudando mientras se largaban. El Dios Emplumado apoyó los brazos sobre el mesón ovalada, y resopló con fuerza, sintiendo el peso de la soledad del rellano sobre sus hombros.

<<No puedo permitirme... otra victoria amarga como esta>> Pensó Quetzal, los labios temblorosos al igual que el resto de su cuerpo. Alzó la mirada, esta convertida ahora en una llena de decisión. 

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Balcón del tercer piso de la Embajada

La tarde ya estaba cayendo, y el alba se recortaba bellamente en el horizonte combatiendo contra las auroras negras del Estigma de Lucífugo. Pero la hermosura del firmamento anaranjado no era lo que tenía a bordo la atención de Xolopitli; era en cambio la inexorable mirada de hastío triste en Yaotecatl.

Los dos se encontraban sentados sobre butacas negras, la meas redonda con copas de pulque vacías y la botella a medio terminar. En su derredor no se encontraba ni soldados o funcionarios caminando por el balcón, con la excepción de ocasionales Pretorianos Tlacuaches que caminaban por los peristilos y los saludaban desde lejos, gritándoles "¡Qué más, jefes!". Xolopitli siempre le sacaba una sonrisa el hecho de que, incluso disueltos, los ex-Tlacuaches seguían refiriéndose a él como su jefe. Eso denotaba lo leal que eran a él incluso en estas circunstancias.

No obstante, si bien Yaotecatl les devolvía el saludo, la sonrisa de su rostro fue efímera, y al instante se tornaba... triste. Le había sido difícil reencontrarse con él luego del primer encuentro en el campus; se la había pasado evitándolo, pero también acercándose a él solo para alejarse. Esto era algo bastante impropio de él, y no le gustaba para nada el hecho de que Cornelio le había dicho que él había rechazado el puesto como teniente del batallón. Eso hozo que Xolopitli acumulara una inmensa cantidad de preocupación que había retenido sino hasta este momento clave. 

—Te he notado... raro, desde que llegue aquí —comentó Xolopitli, reabriendo la charla luego de un minuto de incómodo silencio.

—¿Raro, yo? —farfulló Yaotecatl, sonriendo de oreja a oreja— Oigan a este, ya está hablando paja luego de que le metieran hasta la garganta las ilusiones de esa diosa puta.

—Ni que me hubieran metido un galón de LSD —bromeó Xolopitli, siguiéndole el juego. Ambos nahuales mapaches compartieron una larga y resonante risotada. A los pocos segundos acallaron, y el Mapache Pistolero vio nuevamente como su sonrisa se desvanecía, y su semblante se tornaba devastado por dentro. Xolopitli aguantó la respiración, pensando en como acercársele. Extendió un brazo y agarró la botella—. ¿Quieres otro...?

—No, no, gracias, jefecito —contestó Yaotecatl, haciendo un ademán nervioso con la mano—. Ya estoy rellenito —se golpeó el estómago con ambas manos.

—Tú te lo pierdes —Xolopitli se sirvió en el vaso de cristal hasta dejar vacía la botella. Bebió un trago, y después dejó el maso en la mesa. Se quedó viendo el vaso por un rato, y después miró de reojo a Yaotecatl—. Vamos ya, amigo. Tú no eres así. Dímelo. ¿Qué te sucede? No solo el hecho de que Randgriz me dijo que la has evitado todo este tiempo, sino que también rechazaste la oferta militar de Cornelio. Algo te pasa... —Xolopitli se acomodó en la silla para volver su cuerpo hacia el mapache tuerto— y necesito saberlo.

"Necesidad". Esa fue la palabra que activó el tic mental de Yaotecatl y puso su único ojo lloroso. El corazón de Xoloptili se puso en alerta, prevenido de lo que su compañero tuviera que decirle. Aunque no podía intuir qué podría ser, sí tenía certeza de que iba a ser algo duro de escuchar.

—No te enojes por esto —masculló Yaotecatl, inclinándose hacia delante y bajando la cabeza.

—No me enojaré —Xolopitli negó con la cabeza.

—Tampoco te decepciones.

—No lo haré.

—Mucho menos me mentes la madre.

—Empezaré a hacerlo como no me digas —Xolopitli lo señaló con un dedo acusador. 

Yaotecatl sonrió de forma triste. Se mordió el labio inferior, y resopló la nariz. Se hizo un largo y tedioso silencio que acompasó la sensación de tensión entre ambos nahuales, inquietos sobre como reaccionaría el otro. Yaotecatl tragó saliva, y se armó de valor para volverse hacia Xolopitli y mirarlo a los ojos.

—Pienso retirarme. 

Otro momento de silencio, acompañado por una mueca de sorpresa absoluta plantándose en el semblante de Xolopitli. El mapache tuerto cerró el ojo y bajó la cabeza. El Mapache Pistolero, por su parte, soltó un montón de balbuceos hasta que al final pudo formular una palabra:

—¿Qué tú que? ¿Re... retirarte? ¿Escuche bien eso? —se rascó las orejas e hizo ademán de sacarse cera.

—Escuchó bien, jefecito —respondió Yaotecatl, asintiendo con la cabeza—. Por eso rechacé la oferta de Cornelio. 

—¿Por qué? —la pregunta de Xolopitli acompañada de jadeos alterados.

Yaotecatl abrió el ojo y alzó la cabeza hacia el firmamento, apreciando con gran melancolía los nubarrones tintados de naranja.

—¿Se te olvidó lo que me dijo Quetzalcóatl? —gruñó, sin dejar de ver el cielo—. Él dijo que era demasiado débil para pertenecer a los Manahui. Y cuando lo pensé un poco más —se señaló la cabeza con una garra—, me di cuenta que soy demasiado débil para los nuevos desafíos y obstáculos que se les vienen encima. 

—Venga ya, Yaotecatl —Xolopitli carcajeó, tratando de ocultar los nervios y el hecho de que su vello estaba erizado—, ¡no me vengas con esa babosada de que eres débil! ¿A ti se te olvidó que fuiste parte de los Batallones de Nahuales en la Segunda Tribulación?

—Eso fue cuando pensaba infantilmente que iba a salir de allí siendo un héroe —Yaotecatl alzó la voz y se tornó más agresiva—. Al final los que resultaron siendo héroes fueron ustedes, y yo... —apretó los labios y su rostro se arrugó en una mueca impotente— yo lo perdí todo. Y después de perderlo todo, malgaste décadas de mi vida en las drogas, destruyendo mi poca humanidad.

—Yo te salvé de eso —la mirada de Xolopitli se volvió desafiante, queriendo afrontar el negativismo de su amigo—. Yo te integre a los Tlacuaches, y te volví mi mano derecha junto con Zinac. Te volviste la mejor versión de ti gracias a mí. 

—Y agradezco profundamente eso... —Yaotecatl guardó silencio por unos segundos. Volvió la cabeza y le dio una larga mirada a Xolopitli— Pero eso se acabó, Xolopitli. Tesla y Cornelio se adueñaron de los Tlacuaches, y tú se los permitiste. No te culpo por eso... de hecho, hasta te lo agradecí, porque les has dado una mejor vida a los Tlacuaches. Todos se están adaptando... —desvió la mirada hacia el firmamento— menos yo.

—¡Pero trata, al menos! —Xolopitli no podía creer lo que estaba escuchando. Se le hacía demasiado surrealista.

—No puedo tratarlo, Xolopitli. ¿No lo ves? —se hizo una breve pausa entre ambos. Yaotecatl pensó en sus palabras antes de proseguir— Mi vida acabó cuando mataron a mi esposa. Solo se prolongó gracias a la vida criminal, y ahora esta ha acabado también. No puedo simplemente... ser un soldado, y pretender que voy a sobrevivir las adversidades que se vienen ahora. Adversidades que me sobrepasan totalmente.

—Tú aún puedes tener una buena vida, amigo... —el semblante de Xolopitli se tornó mucho más triste y adolorido que el de Yaotecatl— Aún me tienes a mí, a Zinac, y a mi grupo...

—No, Xolopitli. Tú volviste con tu familia. ¿Yo? —Yaotecatl arrugó la nariz, y una lágrima cayó por su mejilla— Yo no tengo una familia a la cual volver. 

—No...

El mapache tuerto se reincorporó de la butaca antes de que Xolopitli pudiera hablar más. Yaotecatl dedicó una última mirada melancólica hacia el horizonte el alba escondiéndose, el naranja del cielo tornándose oscuro y permitiendo que el eclipse domine el firmamento. Yaotecatl asintió con la cabeza, como aceptando su propia decisión. Se dio la vuelta y encaró al triste Xolopitli con una mirada compasiva.

—Mi tiempo ya pasó, Xolopitli. 

Y con ese mantra, Yaotecatl se dispuso a irse del balcón, dejando al anonadado y pensativo Xolopitli allí solo.

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https://youtu.be/AxPbPVVBAK8

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

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Centro Tecnológico de Mecapatli

Tonacoyotl se había puesto una meta clara pero a la vez enfermiza, y esa era la de completar la construcción de su Mecha antes del resurgir de Eurineftos. 

Lo hacía a espaldas de Axcoyatl, puesto que sabía de antemano que no lo ayudaría y, lo más probable, es que termine delatándolo a las autoridades. Le ordenó a sus Coyotl que fueran lo más cautelosos posibles en el robo de planos para hacerles copias, en el robo de herramientas y motores esenciales de la construcción de Mechas, y en el aparentar una fuerte alianza con tal de que Axcoyatl le revelara donde se encontraba el Sefarvaim del que Omecíhuatl le había chivado que este mixteca tenía en su posesión.

La alianza con el científico azteca era de lo más frágil imaginable. Entre que sus Coyotl y el personal del edificio tenían todo tipo de nivel de desconfianza entre sí, la tensión de las horas de estos grupos entremezclados en un mismo cuarto era siempre creciente. Hubo algunos roces y discusiones acaloradas, pero nunca se llegaban al intercambio de puños, especialmente porque ambos bandos sabían el tipo de castigo que recibirían de su superiores, en especial del propio Tonacoyotl.

Trabajan arduamente sus nahuales zorros en el avance logístico tanto del Mecha como de averiguar el paradero del Sefarvaim, llegando en ocasiones a correr el peligro de ser descubierto por el personal de Axcoyatl. Tonacoyotl aseguraba en su mente que, muy al igual que él escondiendo a su Mecha dividido en piezas dispersadas dentro de un deposito de chatarra cercana, su amigo científico ocultaba el Sefarvaim en algún tipo de sótano o cuarto secreto del que no tenía conocimiento. Siendo este un edificio tan laberintico como para decir que se comparaba con el Omeyocán, la tarea de hallar esa jodida perra piedra estaba siendo más difícil de lo que pensaba.

El desespero empezó a dominarlo, y Tonacoyotl decidió entonces tomar cartas en el asunto. Analizó los patrones de recorrido que Axcoyatl y su personal más restringido hacían por todo el edificio, escudriñando las esquinas que cruzaban y los cuartos donde se adentraban. Estudió de lejos aquellos habitáculos, y trató de pensar en la posibilidad de que el Sefarvaim estuviera allí, pero al no tener muchas pruebas para corroborar (ni documentos ni cotilleos del personal hablando del Sefarvaim, como si este no existiera en sus bandejas), Tonacoyotl optó por apostar un todo o nada e infiltrarse en aquellos cuartos hiper restringidos.

Debido a que las compuertas manejaban sistemas de tarjeras de seguridad, Tonacoyotl, antes que arriesgarse a robar una de las tarjetas del personal, empleó todos los cachivaches metálicos y plásticos que tenia a su disposición para crear una tarjeta de su propia manga. La hizo basándose en la tarjeta propia que Axcoyatl le dio para que pudiera avanzar por el edificio. En cuestión de hora y media ensamblando, fusionando, afilando y moldeando, Tonacoyotl tenía sosteniendo en su mano una tarjeta hecha de diversos metales aleados entre sí.

Al hacerse de noche, con todo el edificio sumido en sueño, Tonacoyotl hizo la prueba al ingresar la tarjeta en la ranura de una de las compuertas. Un sonido enérgico rezongó en todo el pasillo, seguido por un resplandor verde. Las compuertas se deslizaron, y Tonacoyotl entró en el cuarto restringido... solo para toparse con un montón de chatarra de androides fusionados con partes humanas y teniendo un cerebro laminado en sus yelmos. Tonacoyotl puso una cara de asco, y antes de pasar al siguiente cuarto, sacó una cámara fotográfica de su gabardina naranja y le tomó instantáneas a los inquietantes androides.

En el habitaculo contiguo, descubrió  un montón de nahuales cibernéticos encerrados dentro de capsulas llenas de líquido azul. Aquellos nahuales ciborgs, de aspectos espeluznantes, tenían los ojos abiertos de par en par, y le hizo sentir escalofríos que le erizaron el vello anaranjado. Buscó fervientemente en los casilleros y en los gabinetes, y no halló ni rastro del Sefarvaim. Rápidamente tomó fotografías de las capsulas, salió de aquel espantoso cuarto y prosiguió al otro.

En el último de los cuartos restringidos, Tonacoyotl se topó de cara con un rellano atiborrado de super computadoras. Torres negras de complejos cableados y luces de neón que formaban largas hileras que se alargaban hasta el fondo de la estancia. Por como lucía este lugar, no había indicios de que el Sefarvaim estuviera aquí. No obstante, Tonacoyotl prosiguió con la otra parte de su plan; se dirigió hacia la torre madre de todos los supercomputadores, sacó una memoria USB de su gabardina y la introdujo en una laptop. Ingresó dentro del sistema operativo de la supercomputadora, y tardó un buen tiempo en robar toda la información que este contenía. La tardanza fue tal que unos guardias pasaron por una encrucijada cercana, obligando a Tonacoyotl a ocultarse en los resquicios de las torres negras y rezar porque no caminaran por el pasillo donde estaba. Los guardias avanzaron por otro pasillo, y Tonacoyotl emergió de entre las supercomputadoras como una sombra vigilante. Sacó la USB de la laptop, ocultó esta última dentro de la computadora madre, y salió corriendo de forma agazapada de aquella estancia tecnológica.

De regreso a sus aposentos, Tonacoyotl empezó a guardar todas las fotografías dentro de carpetas. Adjunto con ellas guardó también la USB, y una carta escrita anónima escrita a mano. Aquellos documentos lo guardó dentro de una caja con el sello del Centro Tecnológico de Axcoyatl, y se la dio a uno de sus Coyotl. Sin decirse ni una palabra, ambos intercambiaron miradas, y el Coyotl asintió con la cabeza para luego salir de la habitación, desapareciendo bajo las penumbras del pasillo.

El nahual zorro se quitó la gabardina y se dirigió hacia la ventana. Corrió las cortinas y oteó con una mirada analítica el horizonte urbano, clavando sus ojos sobre la Embajada de la Multinacional nada más hallarla. 

—Tan solo espera, Eurineftos —gruñó, el ceño fruncido, las manos sudorosas, los ojos vueltos rojos—. Cuando despiertes, verás que habrá sido un grave error subestimarme.

—Ohhhh, ¡que adorable suenas hablando así, zorrito!

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https://youtu.be/s_X05eDRupg

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Tonacoyotl no necesito de voltearse. Concentró su mirada en el reflejo del cristal, y a través de la ventana pudo vislumbrar la esbelta, brillante y sensual figura de Omecíhuatl sentada en su escritorio con las piernas cruzadas y las alas blancas reposando sobre la mesa. La Suprema Azteca tenía su típica sonrisa de oreja a oreja, pero esta vez siendo una más curiosa que traviesa, con los ojos entrecerrados y asintiendo con la cabeza.

—Viendo que eres un nahual bastante inteligente, déjame lanzarte una pregunta retórica—dijo Omecíhuatl , apoyando las manos sobre el escritorio—. ¿Qué pretendes haciendo todo esto para conseguir tu objetivo ulterior?

El nahual zorro se rascó la nariz con el dorso de la mano. Dio un leve resoplido, y miró a Omecíhuatl a los ojos por medio del reflejo de la ventana.

—Ruido —gruñó—. Es todo lo que necesito para que todos vuelvan su mirada  a mí y yo los pueda matar. Ruido, y mucho.

—¿Ruido como la bomba atómica que me requisaste? —Omecíhuatl cuchicheó una risita vanidosa— ¿Y cómo pretendes formar un escandalo más tremendo que el de una jodida bomba atómica?

—Mi Mecha —Tonacoyotl entrecerró los ojos y se mordió el labio inferior—. Con la tecnología que pudieron robar mis Coyotl, he podido por fin fusionar el núcleo de la Cápsula al núcleo de mi Mecha. Y tal como mis cálculos me arrojaron tiempo atrás... —esbozó una sonrisa de oreja a oreja, sus colmillos baboseando saliva roja— mi armadura se hizo con un poder inigualable.

—¿Tanto como para partirle la madre a Eurineftos?

—No... no todavía —Tonacoyotl se dio la vuelta y encaró directamente a la Suprema Azteca— Aún me falta el Sefarvaim.

—Ok, vale. Y yo te pregunto, ¿qué coño haces jugando a los mini espías, ah? —el rostro seductor de Omecíhualt cambió a un semblante arrugadamente airado— Superas militarmente a Axcoyatl, por lo que es solo cuestión de dar la orden para que maten a todos mientras duermen, y extorsiones a Axcoyatl para que te dé el Sefarvaim. ¿Qué te detiene?

Tonacoyotl caminó hasta ponerse en el centro de la estancia. Se quedó allí de pie, en silencio. Se encogió de hombros y dio un largo suspiro.

—Cuetlachtli siempre me dijo que debía ser meticuloso en cuestiones de nuestro proyecto secreto —explicó, las manos hurgando en los bolsillos de su pantalón militar—. No hice caso a su consejo sino hasta que arme el tremendo ranazo en Cuahuahuitzin —sus manos salieron de los bolsillos; una sostenía una Flor de Íncubo, y la otra un encendedor. Se llevó la flor al hocico y encendió la mecha, liando la planta cual cigarrillo—. Ahora que estoy tan cerca de cumplir nuestro sueño, el sueño construir un poderoso robot con el cual aplastar nuestros enemigos... —se guardó el encendedor en el bolsillo. Apartó la flor de su boca y expulsó una densa vaharada— me tengo prohibido fallar. 

Omecíhuatl se cruzó de brazo bajo los pechos, la mirada fruncida y asertiva sobre Tonacoyotl.

—Y toooooodo lo que has hecho hasta ahora —dijo, alzando un dedo y dándole una vuelta en el aire—, ¿de qué te servirá en conseguir el Sefarvaim? Mejor dicho, ¿si quiera sabes cómo funciona un cochino Sefarvaim?

—Axcoyatl probablemente lo sabe, y esa es una de las razones de por qué me desconfía. Sabe que estoy aquí por algo más que una absurda alianza. Es por eso que lo llevaré a una situación extrema, y lo obligaré a que me dé el Sefarvaim para que lo "salve". Por eso el robo de información, porque pienso armar un gigantesco escandalo mediático. 

Omecíhuatl cerró los ojos y ladeó la cabeza. Se llevó una mano al ostro y se masajeó los ojos con dos dedos. Luego chasqueó los labios y desvió la mirada brevemente.

—Me recuerdas muchísimo a mi sobrino Quetzal en esto —dijo—. Siempre sacándose del culo planes con pésima logística y basando casi todo en la suerte. Y casi siempre tiene la suerte de su lado; fue gracias a su plan de locos que él y ahora Mixcóatl están aquí, en Mecapatli —se paró del escritorio y empezó a caminar lentamente hacia Tonacoyotl—. Pero tú no eres Quetzalcóatl. Tú no tienes su suerte. Tú... —se posó frente a él, y colocó un dedo sobre el pecho del nahual zorro. Al ser unos centímetros más alta que él, Tonacoyotl alzó la cabeza para verla a los ojos—no puedes pretender que todo saldrá al pie de la letra. 

—¿Qué? ¿Pretendes ayudarme? —Tonacoyotl se cruzó de brazos y miró hacia otro lado al tiempo que liaba su Flor de Incubo— Pensé que habías dicho que no me ayudarías. Porque soy un sucio Miquini y porque... —Tonacoyotl extendió una mano hacia los pechos de Omecíhuatl... y la atravesó, como si esta fuera un fantasma— técnicamente no estás aquí.

Omecíhuatl sonrió, y las venas de sus sienes se hincharon de la pulcra seriedad. Alzó una mano y agarró la muñeca de Tonacoyotl, sacándole la mano de encima y torciéndosela un poco. El nahual zorro gruñó y chirrió los colmillos.

—Ohhhh, zorrito, zorrito... —murmuró la Suprema entre risitas y vahídos traviesos— Yo estoy mucho más cerca de ti de lo que piensas. Por lo que si en verdad quieres triunfar en esto, y volverte mi más poderoso sirviente para así dominar todas las Regiones Autónomas... —los ojos verdes de Omecíhuatl brillaron, tornándose danzantes flamas esmeralda que penetraron el alma del hipnotizado Tonacoyotl— escúchame lo que tengo para ti.

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷| 

Embajada de la Multinacional

Quetzalcóatl se encontraba de pie y petrificado, mirando fijamente las estatuas de Xilonen, de Tonatiuh, de Cihuacóatl y de Tláloc que los aztecas arquitectos levantaron muy recientemente. A los pies de los pedestales se postraban cientos de ofrendas y regalos dados por los aztecas tanto de la Embajada como los de toda la Región, todas ellas dadas en honor a la recién llegada Xipe Tócih. 

El Dios Emplumado tenía las manos entrelazadas y juntas tras la espalda. Su melancólica mirada se paseaba por los ojos de piedra de las cuatro estatuas, recogiendo de sus petrificados semblantes los fragmentados recuerdos de eventos traumáticos que no podía borrar de su mente. El corazón de Quetzal palpitó de forma acelerada cuando una de esas visiones se le coló en la mente, y le hizo pensar en el horrido y desesperado evento de crucifixión que Omecíhuatl llevó a cabo en Omeyocán, y a la vista de toda una espantada Aztlán. 

Resopló y tragó saliva, su mirada viajando a través de los múltiples regalos distribuidos a los pies de las estatuas. Caminó hasta ponerse frente a la estatua de Cihuacóatl. Se la quedó viendo en gran silencio melancólico. Sentimientos entrechocados movieron su corazón, y le hicieron apretar los labios. Acercó una mano al rostro de la estatua hasta, muy suavemente, acariciarle la mejilla.

—Hasta acá puedo sentir tus miedos, Quetzalcóatl.

El Dios Emplumado entreabrió los labios y se dio la vuelta, topándose con Mixcóatl y Xipe Tócih en el umbral de la entrada a la estancia religiosa. Quetzal se los quedó viendo con una mueca de asombro, y les sonrió con tristeza. Xipe frunció el ceño, notando y sintiendo el sentimentalismo de su hermano que la puso en alerta y la hizo acercarse a él. Al ponerse frente a él, Mixcóatl notó como la diosa pelirroja lo superaba por unos palmos. 

Se detuvo frente al Dios Emplumado, este último cabizbajo. La Diosa de la Vida miró por encima de su hombro y vio la estatua de Cihuacóatl, y entonces supo la raíz de la tristeza melancólica de su hermano menor.

—Oh... ¿aún la extrañas, hermanito? —murmuró.

Quetzal respondió con el silencio. Tragó saliva y miró de soslayo la escultura de Cihuacóatl. Su pecho se agitó, y sus ojos se pusieron llorosos.

—Siento miedo en ti, hermano... —dijo Xipe, el rostro consternado, la mano sobre los pectorales de Quetzal y sintiendo las palpitaciones aceleradas de su corazón— ¿Qué te sucede? ¿A qué le tienes miedo ahora?

<<El Dios Emplumado teniendo miedo...>> Pensó Quetzal con una sonrisa ácida. Aquello era una blasfemia para la idiosincrasia de Omecíhuatl. Para ella, los dioses son tan perfectos que no deben ni siquiera de llorar, ya que aquel era un acto de vulnerabilidad que solo debían tener los Miquinis Eso le hacía sentir más culpable de lo que ya se sentía.

—Yo... —Quetzal se llevó una mano temblorosa al rostro y se la pasó por el cabello plateado. De su boca no paraba de surgir gimoteos alteradísimos— Tengo miedo de lo que sucederá en estos veintitrés días restantes que faltan para el Torneo del Ragnarök. Tengo miedo de lo que sucederá si las cosas salen mal, y Omecíhuatl vuelve a atraparnos. Tengo miedo... —aguantó la respiración por unos segundos, hasta que dio un suspiró sollozante— de lo que le pueda suceder a nuestro pueblo de caer en manos de ella.

—Eso no sucederá, Quetzalcóatl —dijo Mixcóatl, caminando hasta ponerse al lado de él—. Estamos juntos en esto, y con tu hermana a nuestro lado, no fallaremos en este nuevo frente.

—Pero, ¿y qué si fallamos? —farfulló el Dios Emplumado, ladeando la cabeza—. Vale que tengamos la ayuda de los Ilustrata y de los Manahui, pero todos aquí... sabemos de lo que ella es capaz de hacer cuando se lo propone. Y yo siendo el peor planificador de estrategias... —tragó saliva y bajó la cabeza con tal de no encarar la mirada entrecerrada de su hermana mayor— puse tu vida y la de los Manahui en peligro por mi ineptitud.

—¡Ah, ah! —Xipe Tócih agarró a Quetzal de las mejillas y lo forzó a que la viera a los ojos. Mixcóatl dio unos cuantos pasos atrás al ver la repentina reacción de la diosa pelirroja— ¿Qué clase de cacofonía es la que está saliendo de tu boca ahora mismo? 

—Solo trato de decir las cosas como son... —balbuceó Quetzal, sus labios apachurrados por las manos de la diosa.

—Cosa que no debería y no son así —lo refutó Xipe al instante—. Eres mi hermano, Quetzal, e hijo favorito de nuestra difunta madre. Ella vio en ti dones como en ninguna otra deidad. Dones para mover a las masas, dones los cuales Omecíhuatl envidiaba, y por eso te quitó la mitad de tu divinidad. 

—No soy ya un dios completo, hermana —a medida que avanzaba la charla, la voz de Quetzal se quebraba más y se tornaba más trágica—. Omecíhuatl tenía razón. No soy y nunca seré como la Cihuacóatl que libró la guerra contra ella. No soy ni siquiera su sombra...

—Quetzal... —farfulló Mixcóatl, el congojo dibujado en su semblante. No soportaba tener que ver a su mejor amigo ser diezmado por estos sentimientos. 

Xipe Tócih se lo quedó viendo fijamente, el ceño fruncido y los ojos entrecerrados. Manteniendo la vista clavada en su hermano, la Diosa de la Vida levantó una mano y posó en el pecho de Quetzal un dedo, justo donde estaba su corazón. El Dios Emplumado emitió un quejido de sorpresa, y al bajar la mirada, tanto él como Mixcóatl quedaron petrificados al ver como Xipe retrocedía su dedo, y de la yema emergía un holograma de color rojo de un corazón palpitante. El corazón de un dios, refulgente ante los ojos de Xipe y Mixcóatl.

—¿Quién dijo que teníamos que ser la sombra de nuestra madre? —espetó la Diosa de la Vida. Se llevó su otra mano al busto, y de la palma de esta emergió un fulgor carmesí que, al ser extraído de su pecho, adoptó la forma de su palpitante y taimado corazón. Quetzal quedó mudo, la expresión de su rostro siendo una de perplejidad absoluta cuando su hermano puso los corazones de ambos lado a lado— Estos corazones que ves aquí, son el legado de Cihuacóatl. Es gracias a estos corazones que ella sigue entre nosotros espiritualmente. Es gracias... al palpitar de estos corazones... —Xipe hizo una breve pausa para apreciar los brillos carmesíes que rodeaban los corazones de ambas deidades— que la Guerra de Aztlán se librara de nuevo, y esta vez... la ganaremos. 

Xipe Tócih introdujo los hologramas de ambos corazones en sus respectivos lugares. Quetzalcóatl retrocedió un paso, y se palpó los pectorales con una temblorosa mano. La clarividencia y resolución se grabaron en su semblante, lo que le hizo esbozar una tpimida sonrisa y entrecerrar los ojos fijos en Xipe. Esta última le devolvió la sonrisa, más segura y confiada. 

—Sigues siendo la misma hermana moralista que conozco —afirmó Quetzal, limpiándose con una mano la lágrima que caía de su mejilla izquierda.

—Ni quinientos años de encarcelamiento pudieron cambiarme —exclamó Xipe Tócih, extendiendo ambos brazos para después palmearse los abdominales.

—Lo radiante tampoco te lo quitará nadie —profirió Mixcóatl entre risas. Se acercó a Quetzal y rodeó sus hombros con un brazo—. Ven, amigo. te invito a unas copas de pulque para que te sientas mejor.

—Oh... extrañaba beber contigo, pequeño diablo del alcohol —gruñó Quetzal, restregándole los nudillos en la mejilla a Mixcóatl. Ambos dioses compartieron risas por unos segundos, hasta que notaron a Xipe Tócih darse la vuelta y marcharse de la estancia.

—¿No vienes con nosotros, Xipe? —preguntó el Dios de la Caza.

La Diosa de la Vida se dio la vuelta, mostrando su faceta desinteresada, con su dedo haciendo rulos a sus mechas rojas. 

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|◁ II ▷|

Tepatiliztli recorrió el pasillo con la cabeza cabizbaja. Al detenerse frente a la puerta que daba acceso a la habitación personal de Zinac, su corazón se encogió, y todo el valor que había acumulado para ir a hablar con él se esfumaron temporalmente de su espíritu.

Alzó una mano y, tímidamente, tocó la puerta.

Se hizo el silencio en los posteriores quince segundos. Tepatiliztli volvió a tocar la puerta, y entre murmullos preguntó si Zinac se encontraba allí. Volvió a golpetear la puerta, con más energías esta vez. De nuevo, quince segundos de silencio gélido. La médica azteca volvió a proferir balbuceos, diciendo como podía sentir su bajón de animo desde el otro lado de la puerta. Levantó una vez la mano y, por tercera vez, tocó la puerta. Y una vez más, quince segundos de silencio. 

La médica azteca ya se cansó de esperar. Se volvió sobre sus talones, y se dispuso a marcharse. Pero dos pasos dentro del pasillo, oyó las bisagras de la puerta abrirse tras ella. Se dio la vuelta, y con ojos ensanchados observó a un Zinac vistiendo con un poncho gris bajo una camisa blanca y unos pantalones negros. En su semblante pudo leer con claridad el dolor interno que estaba sobrellevando, hasta el punto en que Tepatiliztli no pudo creer la mueca decaída que Zinac le estaba mostrando. Algo que muy pocas veces había hecho... y que solo le mostraba a ella. 

Tepatiliztli se acercó a él y rodeó sus amplios hombros en un abrazo. Zinac quedó estático al principio, pero apretó los labios, arrugó la frente, y correspondió al abrazo.

—¿Por qué reaccionaste de esa forma con Quetzalcóatl? —preguntó Tepatiliztli una vez estuvieron dentro del cuarto, y los dos se sentaron en el borde de la desaliñada y desordenada cama, las sabanas tiradas al suelo al igual que las almohadas. Todo el cuarto era un desastre.

Zinac mantenía la mirada fija en un punto infinito de la pared del cuarto. No se atrevía a verla a los ojos. No todavía. 

—No hay cosa que más odie que un plan mal llevado que ponga en peligro la vida de quienes la componen.

—Eso... lo entiendo —Tepatiliztli se acomodó mejor donde estaba sentada para volverse hacia él— Pero, ¿por qué el punto de denigrarlo? Pudiste solamente poner tus quejas y no sobrepasarte. Jamás en mi vida te habría visto denigrando a nuestro dios —al notar como el silencio se prolongaba, solo siendo interrumpido por la respiración agitada de Zinac, Tepatiliztli le tocó suavemente el hombro descubierto—. Por favor, Zinac. Dímelo. Solo así puede sacarte de encima esas penas que tienes ahora.

El nahual quiróptero apretó los labio y tragó saliva. Bajó y sacudió la cabeza por unos segundos, denotando el incremento de presión personal que se estaba aplicando a sí mismo para derribar la muralla moral y pode abrirse hacia la hermana de su mejor amigo.

—Tepatiliztli... ¿alguna vez yo te he agradado por la forma que soy?

La pregunta tomó desprevenida a la médica azteca.

—¿Ah...? —enarcó ambas cejas, y luego sonrió— ¡Tú siempre me agradaste, Zinac! A pesar de lo gruñón y de lo "frío", como te describieron muchísimos nobles en Tenochtitlan, siempre me pareciste el más cómodo con el cual estar a su lado. Siempre me siento segura cuando estoy a tu lado.

—Bien, bien... entonces podemos comenzar por ahí —Zinac cerró los ojos y respiró hondo. Exhaló, y se encogió de hombros. Tepatiliztli sintió como las tensiones de su cuerpo se desvanecían, dejando paso a una moderada tranquilidad que ahora lo hacía sentirse más liberado—. Luego de que tu y hermano y yo nos separáramos de ti para cumplir nuestros entrenamientos militares, me volví... distante, de Uitstli. Sobre todo porque mi adoctrinamiento fue muy distinto al de Uitstli. Me estaban entrenando para ser miembro de la guardia real del linaje real de los Tlatoanis. 

—Los Cuachicqueh... —comentó Tepatiliztli, paseando su mirada analítica por su cabeza rapada. Zinac sintió con la cabeza y se dio un golpecito en la rodilla.

—Que bien que aún lo recuerdes —murmuró Zinac, sonriendo por todo lo bajo. Suspiró y prosiguió—. Durante ese periodo como guardia real, me hice muy cercano al jefe de estos guerreros de élite. Se llamaba Mahuizoh... —al notar como Tepatiliztli fruncía el ceño, Zinac se mordió el labio superior y chasqueó los labios— No hablo mucho de mi vida militar. Nunca me ha gustado. Pero... —señaló a la hermana de Uitstli con un dedo— solo por ti, lo contaré.

Se hizo un breve silencio de preparación. Zinac se pasó una mano por el rostro, y exhaló con sosiego.

—Cuando llegaron los españoles —prosiguió—, Mahuizoh era el encargado, junto con Tzilacatzin, de idear planes contra-asedio. La situación era tan jodida que ni siquiera pude acudir a Uitstli cuando él aún se encontraba en Tenochtitlan. Tan jodida que, cuando todo empezó a caerse a pedazos, y los españoles comenzaron a penetrar en la ciudad, Mahuizoh perdió la cabeza y empezó a idear los planes más ridículos y peligrosos que se te puedan venir a la cabeza.

>>Fue por culpa de estos planes que todos los guardias reales murieron, se perdieron o fueron capturados por los Españoles. Yo ya me estaba desesperando de su ineptitud, y decidí asumir el mando con el permiso de Cuauhtémoc. Mahuizoh se opuso, imponiendo su autoridad. Los soldados restantes estaban confusos entre si seguir a su líder o si seguir a Mahuizoh... —el semblante de Zinac se arrugó en una mueca de rabia indomable— Hasta que él hizo algo que me hizo odiarlo hasta el día de su puta muerte —volteó con lentitud la cabeza, dedicando su semblante airado a una atenta Tepatiliztli— nos abandonó a mí y a Cuauhtémoc a nuestra suerte. Y el resto de los soldados fueron con él.

Tepatiliztli quedó boquiabierta y muda por varios segundos. Un escalofrío le recorrió el cuerpo entero. Zinac bajó la cabeza para esconder los muy silenciosos sollozos.

—No... —farfulló la médica— ¿Me dices que Hernán pudo capturarlo porque...?

—Si —afirmó Zinac antes de que ella pudiera culminar su oración—. Yo... trate de sacarlo de la ciudad, pero fuimos rodeados por batallones de españoles.

—¿Y cómo pudiste salir?

—Cuauhtémoc —el rostro de Zinac se transformó en una mueca impresionantemente afligida— se ofreció a Hernán Cortés. Le dijo que se ofrecía como prisionero a cambio de perdonarme al vida, y de dejarme huir.  Fue así como escape de Tenochtitlan... —los labios temblorosos, los ojos trepidando, Tepatiliztli no podía creer el rostro que estaba viendo el murciélago— porque mi rey se sacrificó por mí...

Un nuevo silencio gobernó por los subsiguientes veinte segundos. Uno solemne, en el que la médica azteca se compadeció del nahual quiróptero, y este último gruñía entre dientes para ocultar los sollozos. Zinac alzó la cabeza al techo y dio un largo suspiro.

—Tras eso, dedique los siguientes dos años de mi vida a cazar a todos los malditos que abandonaron a mi Tlatoani. Los cacé, uno por uno, hasta dar con Mahuizoh... aliado con los Españoles... —en los ojos de Zinac se perpetuó un odio masivo hacia el pasado—. Fue en este periodo que mi popularidad como "heraldo de Camazotz" floreció y despuntó cuando maté a todo el batallón Español por mi cuenta... dejándome únicamente con Mahuizoh.

>>Se había hecho el machito al tener a todos los soldados a su disposición, pero cuando estuvo solo... suplicó por su vida como una perra —Zinac empezó a golpear su puño contra la palma de su mano repetidas veces, aplicando más fuerza con cada golpe, haciendo resonar los nudillos y poniendo incomoda a Tepatiliztli—. Y lo apuñale en el pecho, y en el cuello, una y otra y otra y otra y otra y otra vez.... —la erupción de ira se plasmó en el semblante de Zinac, hasta el punto del desquite incontrolable. Tepatiliztli lo tomó del brazo, Zinac se detuvo y permaneció callado por un breve tiempo— hasta que el maldito estuvo muerto...

Tras terminado su monólogo, Zinac cerró los ojos y sus parpados retemblaron de los nervios. Con gran timidez y nerviosismo, giró la cabeza, y miró a Tepatiliztli a los ojos. 

—Es por ese motivo que, cuando tú y UItstli me hallaron, estaba tan... taciturno . Es por eso que me viste denigrar a nuestro dios de esa forma. Es por eso que... —ladeó la cabeza— a veces me incomodo con mi propia soledad. No ayudó el hecho de que Omecíhuatl haya convertido a mi Tlatoani en un gladiador descerebrado, y me haya obligado a... —dio un fuerte golpe al colchón— ¡Matarlo!

—Yo... —Tepatiliztli apretó un puño, indecisa de si tocar o no a Zinac— Lo lamento mucho, Zinac.

—¡No, lo lo lamentes! —exclamó Zinac de repente, apartándose de ella cuando esta trato de tocarle el hombro— A un hombre como yo no se le debe tener lástima. Un hombre que no le interesa las vidas humanas, y que solo le importa la venganza y a sí mismo.

—¡Tú no eres eso, Zinac! ¡Ya no lo eres!

—¡LO SIGO SIENDO, TEPATILIZTLI! —el grito de Zinac la tomó desprevenida, así como su giro y su acercamiento hacia ella. Tepatiliztli se echó para atrás y entrecerró los ojos— ¡SOY UN JODIDO PATÁN QUE NO SE MERECE NI EL PERDÓN DE LOS DIOSES POR DEJAR MORIR Y POR MATAR A SU TLATOANI —la respiración de Zinac se volvió agitada, y al notar como estaba acorralando a la médica azteca contra la pared, se dio la vuelta y se apartó— Yo no sé como apreciar la vida. Es por eso que debería estar muerto, pero en cambio sigo... sigo...

Tepatiliztli se abalanzó hacia él y lo abrazó por la espalda, evitando que Zinac siguiera flagelándose a sí mismo. El nahual quiróptero cerró los ojos, y sollozó en silencio. La médica azteca posó su cabeza sobre su hombro, y le susurró al oído:

—Tú aprecias mi vida y la del grupo. Eso es motivo suficiente para que sigas vivo, y con nosotros.

Zinac apretó la mandíbula y apretó los dientes. Posó sus manos sobre las de Tepatiliztli y las palmeó, correspondiendo así a su abrazo.

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A las afueras de la Embajada

Bulevar del Río Oxxo

La tranquila noche cayó, y el eclipse dominó el firmamento con sus auroras rojas ocultando las estrellas. Se acercaba la medía noche, y para Randgriz Fulladótittir, el fin del vigésimo tercer día antes del Torneo del Ragnarök se estaba acabando. 

La Valquiria Real anadeó por el bulevar con parsimoniosas zancadas, teniendo cuidado de no tropezarse con las raíces y las protuberancias de roca. El bulevar era una pequeña pero larga extensión de bosque se extendía por toda una hectárea de tierra del barrio cercano a la Embajada, por lo que su ambiente de naturaleza ayudaba a apaciguar la rápida industrialización de Mecapatli. En la lejanía, la valquiria alcanzó a oír el apaciguado murmullo del río, acompasado por el graznido de las aves llamándose unas a otras desde los altos árboles. Aquel ambiente servía como el plato de tranquilidad que Randgriz tanto necesitaba desde que comenzó su misión. Era un golpe de aire fresco, solamente manchado por los escondites de vagabundos que buscaban cobijo en el follaje.

Randgriz caminó por varios minutos hasta alcanzar el río. Era un río de poco menos que diez metros de profundidad. con algunas extensiones donde no superaba ni los dos metros de alto. La corriente era taimada, por lo que las formaciones de roca reposaban sobre el suelo sin ser arrastrados por el agua. Era tan cristalina aquella agua que se podían ver los variopintos peces nadando dentro de ella, persiguiéndose unos a otros sin ningún tipo de preocupación.

El sonido combinado de toda la naturaleza trajo una paz sin igual a la valquiria. Se quedó de pie en la orilla, con las aguas del río revolviéndose y alcanzando a mojar sus zapatillas blancas. El tacto del agua incrementó el aura relajada alrededor de la mujer, y esta última, con el rostro alzado y los ojos cerrados, expulsó un largo suspiro. 

—No viniste aquí solamente a ver los peces.

Randgriz volvió a dar otro largo suspiro, su corazón igual de tranquilo a pesar de que la voz masculina le habló justo al lado suyo. La Valquiria Real abrió lo ojos, giró el cuello y fijó sus ojos verdes sobre los rojos de Uitstli, este ultimo vistiendo solamente con su taparrabos marrón y sus botas de piel. El guerrero azteca se la quedó viendo por unos momentos, para después tornar la mirada hacia el río y las penumbras del bosque.

—¿Y si fue una casualidad? —dijo Randgriz, ocultando sus manos en el bolsillo de su vestido blanco. 

—A no ser que este encuentro lo haya planeado Brunhilde al pie de la letra—respondió Uitstli, el tono de voz ácido, la mirada fija en el horizonte boscoso—, no, no creo que haya sido la casualidad.

Randgriz apretó los labios y se aclaró la garganta. 

—Hablé con Yaocihuatl —confesó, mirándose brevemente los pies—. Me dijo que te encontraría aquí, y también me dijo... que pudiste dominar al Jaguar Negro.

Uitstli permaneció callado, el semblante inmutable. La Valquiria Real respiró hondo y miró hacia otro lado. El inmenso peso espiritual que pesaba sobre sus omoplatos era incalculable. 

—¿Crees que con eso será suficiente para derrotar a Huitzilopochtli? —inquirió Randgriz.

El guerrero azteca no respondió. Randgriz se empezó a incomodar con el muro de hielo impuesto entre ambos. La valquiria se rindió, y se volvió sobre sus pasos para retirarse, hasta que escuchó la voz de Uitstli responder su pregunta:

—No... no es suficiente.

Randgriz se detuvo y se volvió hacia él, el semblante perplejo. Uitstli seguía sin girar la mirada para verla, pero eso no fue impedimento para Randgriz el sentir la disposición de su Einhenjer para proseguir con la pequeña charla.

—Incluso usándolo a mi máximo poder, no fui rival para Tlazoteotl —explicó Uitstli—. También a mi máximo poder pude derrotar a duras penas al Semidiós de los Mares. Soy capaz de hacer sangrar a un dios mayor, pero si me preguntas si puedo derrotarlo... —respiró  hondo y sacudió negativamente la cabeza.

Randgriz volvió a la posición donde estaba hace unos segundos, con las manos en el bolsillo y todo. Viendo y sintiendo la solemnidad de su Legendarium para dar el primer paso a esta relación, la valquiria se sintió más sosegada para seguir conversando.

—Dentro de poco será medianoche —anunció ella, mirando el firmamento ennegrecido—. Se acabará el día. Faltarán veintidós días para el Torneo.

—Coincide con el día de la cosecha azteca —dijo Uitstli—. Pero no habrá ninguna planta de la cual hacer ofrenda a Xilonen sabiendo que estamos en una guerra sin cuartel, todos nosotros.

—Justo como en la Segunda Tribulación...

El silencio gélido volvió a dominar el ambiente, distanciándolos a los dos por un breve tiempo. Randgriz volvió a bajar la mirada, y al ver a Uitstli de soslayo, vio su semblante ensombrecerse. 

—Trataste de ayudarnos —afirmó Uitstli, las facciones de su rostro dibujadas por la nostalgia dolorida—. Nos ayudaste durante los asaltos a Xocoyotzin, incluso. Pero entonces te fuiste sin avisar, y me dejaste a mi y a mi grupo desamparados ante las legiones Aamón.

—Tenía un asunto mucho más importante que atender... —Randgriz cerró los ojos y apretó un puño. Su corazón palpitó con rapidez, alterándose de a poco.

—¿Más importante que atender la orden de tu reina? —Uitstli se cruzó de brazos, la mirada prejuiciosa— ¿Más que relacionarte conmigo para fortalecer nuestro Völundr? ¿Qué fue más importante que todo eso, Randgriz?

la valquiria no pudo aguantar las reprimendas de su Einhenjer. Abrió los ojos, los irises verdes resplandeciendo con la potencia de alguien ofendido, y su mueca se transformó en una tan airada que hasta dejó sin palabras y con los ojos ensanchados a Uitstli.


El guerrero azteca se quedó boquiabierto, y al instante se sintió arrepentido por la postura prejuiciosa que adoptó con ella hasta hace unos segundos. Uitstli la vio darse la vuelta y mirar hacia otro lado, aumentando más su culpabilidad. Tragó saliva y se encogió de hombros.

—Lo siento mucho —dijo, la voz lo bastante alzada como para que pudiera escucharla. Uitstli soltó  un quejido y chasqueó los dientes, batallando con el remordimiento para poder redimirse con ella— Y... ¿y qué pasó con ellos? —bajó los brazos al ver a la valquiria dio un gruñido— No te forzaré a que me digas. No te forzaré a nada, y tú tampoco deberías...

Randgriz sacó las manos de sus bolsillos y las entrelazó sobre su vientre. Batalló contra sí misma en su corazón, contra las sensaciones de remordimiento, de culpa, de asco y de desgano entremezclados que le impedían abrirse ante su Einhenjer. Pensó en la misión, pensó en la orden encomendada por Brunhilde y en como el peso de la humanidad pendía de un hilo...

Pero en ese momento pensó en las palabras de Quetzal, en como su acercamiento a Uitstli no debía ser una por conveniencia, sino una que nacía de una acción genuina del corazón. Y cuando justo concibió aquel sentimiento que su corazón pronto acuñó en su ser, los ojos de Randgriz se ensancharon, y vislumbraron visiones sobre la figura de Uitstli... que cambiaron su perspectiva sobre su persona. 

La Valquiria Real bajó los brazos, su pose siendo una más relajada, sus ojos fijos en Uitstli, y tras dar un suspiro y una pausa de diez segundos, empezó a contarle todo:

—Una vez recibí la noticia de Brunhilde diciendo que la Civitas Magna fue saqueada, fui directamente con ella para ayudar en la misión de evacuación. Durante tres o cinco días los demonios de Belcebú y Belial vandalizaron la ciudad, asesinando y haciendo pillaje a todo lo que veían. Se había organizado un metódico plan para evacuar a todos los que aún quedaban en la ciudadela de Vingólf, y después de mucho insistirle a Publio Cornelio y a Sirius Asterigemenos, pude integrarme en la misión de rescate a Vingólf.

>>Una vez estuve dentro de Vingólf y termine mi parte de sacar a todas las valquirias y Einhenjers estudiantiles, me dirigí directo hacia la recamara donde se encontraba mi madre, la diosa Fulla, hermana de la difunta Frigg. Trate de sacarla, pero ella... se negaba, diciendo que ya no había salvación para ella. En ese momento no supe del por qué de su desolación... —Randgriz apretó los labios y cerró los ojos por unos segundos— hasta que vi a mi padre, aliado con los demonios de Belcebú.

—¿Y quién era tu padre? —preguntó Uitstli, enarcando una ceja del interés.

Randgriz hizo otra pausa, más prolongada para repensar la situación. Esto estaba siendo exactamente igual a cuando se lo contó a Yaotecatl, y la diferencia ahora radicaba en su decirle o no la identidad de su padre. Pensó en el antes, en como estaba insegura de revelar más de sí misma a un nahual, y en el ahora, en como debía decírselo a su Legendarium Einhenjar. 

Fue entonces que la Valquiria Real tomó la decisión... y dijo el nombre:

Uitstli se quedó viendo a su valquiria con una mirada atenta y compasiva. El nombre impuso potencia aguerrida y monarquía a sus oídos, y le hizo ganar en Uitslti una solemnidad y respeto todavía más profundo a Randgriz. 

—Él... —la Valquiria Real tenía la piel de gallina, y los nervios no paraban de azotar todo su cuerpo. Batallaba constantemente con tal de poder sacar las palabras de sus labios— Él mató a mi madre, y me obligó a verlo mientras lo hacía. D-después... trató de matarme a mí... —su puño apretado tronó sus huesos con gran fuerza. El anillo de arce refulgió, y en su mano se manifestó su lanza azteca— pero mi furia Berserker fue más que su poder demoniaco, y yo... lo termine matando a él, con esta lanza —un soplido de viento agitó su melena roja, pegando sus mechones contra su cara trágica—. A día de hoy sigo sin entender qué fue lo que hizo que mi padre pasará al lado oscuro, pero cada vez que recuerdo su rostro, trato de recordar solo los momentos lindos que tuve con él... —Randgriz hizo desaparecer su lanza, y miró a Uitstli directo a los ojos— En cierta forma, Uitstli, tú me recuerdas a mi padre cuando era sano. Y quiero creer, en serio quiero creer... que serás igual de grandioso conmigo como lo fue él. No digo que con esto debas perdonarme de inmediato por abandonarte a ti y a tu familia, pero... que sea un paso, al menos.

Uitstli sintió un escalofrío correrle por la espalda al escuchar eso último. ¿Es así de esta forma que ella quiere que lo trate? Se le hizo bizarro y retorcido al principio, pero entre más lo pensaba, y entre más veía los ojos necesitados y de inocencia manchada de Randgriz, más veía en ella a una Zaniyah mayor y mucho más experimentada. A pesar de las dudas que aún lo seguían asolando por dentro, el guerrero azteca optó por una respuesta positiva:

—No... Te perdono, Randgriz. Entiendo la situación que has pasado, y yo en verdad que lo lamento por haberte... prejuzgado, todo este tiempo. Pero... —Uitstli apretó los labios e hizo una pequeña pausa— ¿tú aún de verdad te sientes seguras de ser mi valquiria?

—Sí —la rotunda e inmediata respuesta de Randgriz dejó anonadado a Uitstli. La valquiria se acercó al Einhenjer por primera vez, hasta quedar a un metro de él—. Aún tengo inseguridades, pero te aseguro que, aquí —se llevó una mano al pecho—, mi respuesta es un sí. Quiero ser la valquiria que guíe al Einhenjer a la primera victoria del Torneo del Ragnarök. 

Y tomó su mano, para después entrelazar sus dedos. Uitstli bajó la mirada, los ojos ensanchados ver sus manos unidas. Al alzar la mirada hacia ella, la vio con las mejillas ruborizadas, y la sonrisa de pureza y templanza iluminando su rostro y el de él. Al principio se mostró incómodo, pero entonces correspondió a aquel calor amistoso creado por su unión, y correspondió al firme agarre de su mano. 

—Muy bien —dijo Uitstli—. Entonces aseguremos la victoria de la humanidad juntos. 

—¡Sí, señor! —exclamó Randgriz, animosa. 

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8
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Al día siguiente

Exterior de la Embajada

Los funcionarios de la embajada subían y bajaban por la escalinata, así como entraban y salían del enorme umbral que daba entrada al edificio. Todos ellos pasaban de largo del nahual mapache con parche en su ojo que, acuclillado y con un bolso marrón abierto frente a él, revisaba que todas sus partencias estuvieran en su lugar. Las manos temblorosas, la mirada distante... no solo temía que nada se le hubiese olvidado, sino también el tener que encarar a Xolopitli en caso dado que este viniera a afrontarlo por no despedirse de él.

Una vez verificó que todas sus pertenencias estaban en su lugar, cerró el bolso y agarró sus mangos para cargarlo sobre su espalda: Se detuvo un momento cuando oyó a alguien llamarlo "¡Buenos días, Jefe!". Se volvió, y vio a un grupo de nahuales mapaches caminando hacia el interior de la Embajada; vistiendo con las guerreras abotonadas con telas mostrando en sus cuellos, uniformes de los Pretorianos cuando no estaban en operaciones, le hizo sonreír a Yaotecatl. Le alegró que ellos se hubiesen adaptado. 

Pero le puso triste que él no haya podido, y ni siquiera lo haya intentado. 

Yaotecatl suspiró, desganado. Se llevó el bolso a la espalda, admiró por última vez el edificio con una mirada de despedida, y se dispuso a dar el primer paso hacia la escalinata.

—¡YAOTECATL, ESPERA!

El corazón del mapache tuerto se hinchó y dio un brincó del susto. No quiso darse la vuelta, pero al oír el apurado trote a cuatro patas de Xolopitli, se forzó a sí mismo a darse la vuelta para encararlo... Pero entonces se llevó la grata sorpresa de ver a Zinac y a tecualli acompañando al apurado Mapache Pistolero.

Xolopitli redujo la velocidad de su trote y se puso sobre dos patas una vez se puso frente a Yaotecatl. El mapache tuerto miró a Zinac y a Tecualli con el ceño fruncido.

—¿V-viniste con ellos? —farfulló, los hombros encogidos en una pose tímida— ¿Por qué?

—Más bien yo te debo preguntar —farfulló Xolopitli, señalándolo con un dedo—: ¿por qué te estabas yendo sin despedirte de nosotros?

Zinac se cruzó de brazos y se lo quedó viendo a los ojo, la mirada severa pero a al vez consternada. Tecualli en cambio lo veía con ojos confusos y hasta decaídos. Yaotecatl no entendía el por qué se tomaron la molestia de venir aquí personalmente...

—Yo no... tenía la intención... —balbuceó Yaotecatl, sus palabras entrecortándose por los nervios y la tristeza emergente, lo que lo confundía a la hora de elaborar sus palabras— Yo quería incluso... despedirme, pero no sé... sentí que quería irme ya...

Se hizo el silencio entre ellos. Xolopitli se llevó las manos al rostro, y se masajeó la cabeza y la nuca. Dio un exasperado suspiro, pero contuvo sus sentimientos compulsivos. 

—Y... ¿y a dónde irás a retirarte? —preguntó.

—Lejos... muy lejos de aquí. Lo más lejos posible de la guerra  —Yaotecatl volteó la cabeza hacia el noreste y oteó el horizonte urbano—. Lo pensé... me mudaré a la Civitas Magna. He oído que la esposa de William está empezando un programa de ayuda humanitaria para los damnificados de las Regiones Autónomas, con ayuda... de la Multinacional...

—Eso es cierto —comentó Zinac, asintiendo con la cabeza—. Oí a William y a Tesla hablar de eso al respecto.

—¿Y tienes cómo llegar a la Civitas? —inquirió Tecualli.

—Un transporte para aztecas damnificados me espera a unas cuadras de aquí —Yaotecatl indicó con un torpe señalamiento de mano—. William... me dijo que preguntara por su esposa Luciere, para que me dé una indemnización personal y... y pueda vivir en una casa propia, recibiendo ingresos del Sindicato.

<<Cuando no es bueno este malparido rubietas...>> Pensó Xolopitli, no pudiendo evitar esbozar una sonrisa de jolgorio inmenso. bajó la cabeza, la ladeó un poco y la volvió a alzar para ver a Yaotecatl directo a su ojo. 

—En veintidós días es el Torneo del Ragnarök —indicó el Mapache Pistolero—. ¿Crees que puedas ir a ver como Uitstli le parte la madre a Huitzilopochtli?

Yaotecatl contestó alzando los hombros y estremeciendo el rostro de la inseguridad.

—Puede que lo vea —dijo al final—. Quizás no directo en las gradas, pero sí en televisión nacional. Será como ver una de esas peleas de Wrestlemania que tanto nos gustaba ver.

—Oh, sí, ¡será exactamente lo mismo! 

Ambos nahuales mapaches compartieron una última y larga risa, que a los segundos disminuyó su volumen hasta acallarse en un silencio solemne. Tecualli y sobre todo Zinac pudieron ver como les era difícil para ambos envolver y poner fin a la conversación; no querían despedirse. No todavía. Pero ya era el momento.

—Mi, ah... mi transporte sale en cinco minutos —Yaotecatl tragó saliva y expulsó un vahído melancólico— Tengo que partir ya. 

Xolopitli asintió con la cabeza, el semblante triste. Yaotecatl apretó los labios y se abrió de brazos. Xolopitli se abalanzó a él y lo encerró en un fuerte abrazo que Yaotecatl correspondió con las mismas energías de no querer soltarlo por un buen rato.

—Te prometo que te iré a visitar —murmuró Xolopitli a su oído mientras le palmeaba los hombros—. Haré todo lo posible para salir de esta guerra, y darte una visita.

—Como le gusta hacer promesas, ¿si o no, jefecito? —cuchicheó Yaotecatl. Ambos nahuales se separaron y se miraron fijamente.

—Las digo porque las cumplo —replicó Xolopitli, cuchicheando igualmente risitas para ocultar sus sollozos deliberados.

Yaotecatl se dirigió hacia Zinac. Este último se acuclillo para estar a su altura. Con una sonrisa de oreja a oreja abrió sus brazos, y recibió a Yaotecatl con un estrechante abrazo.

—Tú también asegúrate de salir vivo —dijo el mapache tuerto—. Deseo volver a ver series contigo en mi nueva casa.

—Cuando tenga tiempo veremos las series que tú desees —contestó Zinac, dándole palmeadas en la cabeza y en los hombros .Se separaron, y Yaotecatl replicó con un asentimiento de cabeza. Se dirigió hacia Tecualli, este último extendiéndole un brazo y ofreciéndole su palma. Yaotecatl se mostró confuso al principio, pero entonces estrechó su mano.

—Tuvimos muy poco para conocernos —confesó Tecualli, la mirada solemne, la firmeza de su mano sacudiendo la de Yaotecatl—, pero deseo tener la oportunidad de conocerte más a fondo en el futuro próximo. Me agradaste muchísimo, Yaotecatl. Espero volver a vernos pronto.

—Yo igualmente lo deseo —afirmó Yaotecatl, y sonrió una última vez en gesto de despedida hacia el nahual brujo. 

El mapache tuerto reafirmó su bolso sobre sus hombros y empezó a retroceder, sin dejar de ver al trío de Manahui que lo estaba despidiendo primero con la mirada, y después agitando sus brazos. Yaotecatl correspondió a sus despedidas de manos, y después se dio la vuelta y bajó el primer escalón. Después otro, y otro, y otro... y en menos de cinco segundos, Yaotecatl había desaparecido de sus vistas.

Tecualli notó los ojos llorosos de Xolopitli. Se le acercó y le dio una palmada en el hombro que hizo que se volteara a verlo y a limpiarse los ojos con el antebrazo.

—Hiciste lo correcto al apoyarlo, Xolo —dijo el nahual brujo.

—Sí... —murmuró Xolopitli, rascándose la nariz—. Venga, regresémonos.

Los tres Manahui se dieron la vuelta apra regresar al interior del edificio, pero justo se toparon de frente con un Pretoriano que se les puso en el camino. 

—¡Ah, aquí están! —anunció el Pretoriano, e hizo un gesto con su mano— Síganme. Tesla ha convocado a todos los Manahui a una reunión. 

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Hangar de Maquinas

Publio Cornelio Escipión miraba fijamente el costado de metales aleados del armazón del lateral de un recostado Eurineftos; los engranajes y el cableados se regeneraban, cual carne y piel dañada de un ser humano sanándose por su cuenta sin dejar cicatrices. El silbido metálico que producía aquella auto-reparación zumbaba en todo el gigantesco rellano, lo que seguía dejando maravillados a los científicos de la Multinacional; a pesar de estar estudiando el cuerpo del Metallion por tres días seguidos, aún no comprendían del todo cómo es que esto estaba siendo posible.

La última sección del torso de Eurineftos se estaba reparando, y en vivo y en directo pudo Cornelio ver como la última pieza del armazón del Metallión se volvía de nuevo a la normalidad. Hubo un parón de ruido, y el silencio mantuvo a raya a todos los científicos que, hasta ese momento, estaban estudiando la estructura químico-molecular de la regeneración del robot. Nadie hizo ningún movimiento más que el de intercambiar miradas expectantes de saber si el Metallion se despertaría por su cuenta o, si en cambio, necesitaría de su ayuda para poder hacerlo.

El Jefe del Pretorio caminó alrededor del recostado Eurineftos hasta ponerse del otro lado. Se cruzó de brazos, la mirada entrecerrada peor igual de expectante que la de los científicos. Ya n se oía ningún ruido venir de su armazón, ni siquiera internos que indicara que estaba en proceso de espabilar.

—¿No hay que realizar algún procedimiento? —inquirió un cientifico, extendiendo ambas manos en gesto confuso.

—¡Que alguien llame a Tesla para que nos indique otro paso a seguir! —exclamó un segundo científico-

—No —dijo Cornelio, su gruesa voz sobreponiéndose al de los demás científicos, estos últimos concentrando su mirada en él. en su mirada se denotaba una clarividencia sobre la situación que los demás no poseían—, no es necesario. Dejemos que despierte por su cuenta.

—¿Por su cuenta? —bramó el científico jefe, caminando hacia él y postrándose de frente; tenía que alzar la cabeza para poder verlo a la cara— Señor Cornelio, ¡que hasta las Inteligencias Artificiales necesitan ser programadas para despertar! Eurineftos no es...

—Es distinto, porque él no es ninguna Inteligencia "Artificial" —Cornelio bajó la mirada, viendo de reojo al pequeño científico—. Tiene consciencia, como nosotros.

—¿Cómo puede ponerle tanta fe a algo que no ha sido probado todavi...?

De repente, un sonido tubular y motorizado rezongó en toda la galería, sorprendiendo a los científicos y haciendo que algunos trastabillen por lo fuerte que se oyó aquel ruido. Cornelio sonrió, y volvió a mirar al científico, este último escondiéndose detrás de él.

—Va a ser comprobado ahora.

Un rugido de motores provino de las fisuras metálicas que hacían de labios para Eurineftos.. Aquellos tosidos de humo se convirtieron en gruñidos semihumanos, y después en balbuceos que trataban de formular palabras. Dentro de las placas superpuestas de sus pectorales, una chispa celeste restalló hasta convertirse en un resplandor constante que llamó la atención de todos los perplejos científicos. A los pocos segundos, aquel resplandor se desvaneció, y el Metallion empezó a reincorporarse lentamente, teniendo cuidado de no destruir las paredes extendiendo los brazos o de tropezarse con las máquinas que tenía a su alrededor; incluso despertándose de súbito, Eurineftos tenía extremo cuidado de no causar demasiados estragos a su alrededor.

—¡Buenos días, Eurineftos! —exclamó Cornelio, dando varios pasos hacia delante y extendiendo los brazos en gesto de bienvenida— Espero que hayas descansado bien, porque tu break terminó.

—¡Espera! —gritó el científico jefe detrás suyo— ¡No sabemos si aún tiene programado sus recuer...!

—¡Ya les dije que no es una máquina! —espetó Cornelio, arrugando su faz en una mueca de hastío y viendo de reojo al hombrecillo, para después volverse hacia el ya erguido Eurineftos (la cabeza de este casi rozando con el techo). Chasqueó sus dedos, y el Metallion lo miró fijamente— ¿Estás bien, Eurineftos?

Cuánto... —murmuró el Metallion, llevándose una mano a la dura cabeza— ¿Cuánto tiempo me quedé... en letargo?

—Unos tres días, más o menos —Cornelio se miró el reloj de muñeca en su mano derecha—. Son las diez con veintiséis. ¿Aún recuerdas cuál es tu encomienda como Coronel del Pretorio?

Eurineftos hizo una breve pausa para despedir un zumbido motorizado que provino de los resquicios de las placas de su pecho. Vapor emergió de sus propulsores, y su armazón se unió unos con otros en señal de que su cuerpo se estaba reacomodando a sus auto-reparaciones.-

Por supuesto que lo recuerdo, señor Cornelio —el Metallion alzó un puño cerrado, y el metal chirrió con vehemencia, dejando todavía más asombrados a los científicos de la Multinacional—. Ahora más que nunca, mi rencor hacia Tonacoyotl se compara con el que tuve contra Arnuada. Ese es el único mérito que ese zorro bastardo se ha ganado de mí.

—No sabes cuánto me alegra escuchar eso de ti —concordó Eurineftos, asintiendo con la cabeza.

—¡Señor Cornelio! —exclamó una voz detrás de Publio. Este se dio la vuelta, mientras que Eurineftos alzó la cabeza, ambos descubriendo a un Pretoriano caminando con gran apuro hacia el Jefe del Pretorio— Su presencia es requerida en el gabinete de la Embajada. Tesla ha convocado una reunión con el Presidente SIndical y los Manahui.

—¿Todos ellos? —dijo Cornelio, enarcando ambas cejas de la impresión. Miró por encima de su hombro a Eurineftos, y el Metallion comprendió su mensaje no verbal y asintió con la cabeza. De repente, el cuerpo de Eurienftos se cubrió de una fina película blanca que empezó a irradiar de color blanco, cegando a los científicos con excepción de Eurineftos y el Pretoriano— ¿Y de qué se trata la reunión? ¿Se descubrió el paradero de Tonacoyotl?

—No, señor —contestó el Pretoriano—. Es acerca de Axcoyatl.

Publio frunció el ceño. Detrás de él, el resplandor blanco se desvaneció en un abrir y cerrar de ojos, y de gran altura cayó un Eurineftos ahora de tamaño humano, aterrizando en el suelo sobre una rodilla para después reincorporarse al lado de Cornelio, ambos teniendo exactamente la misma altura. Hombre y autómata intercambiaron miradas de confusión

—¿De quién? —farfulló Cornelio.

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Gabinete de la Embajada

—Un looooooooco —bramó Nikola Tesla, su afilada y severa mirada fija en Publio Cornelio, de pie en el centro de la estancia—. Eso lo acabo de confirmar ahora mismo. Axcoyatl es un científico loco —Tesla alzó un dedo y lo agitó de lado a lado—. Y no lo digo en broma esta vez, Cornelio. 

Publio, con los brazos cruzados, mantenía la mirada contra la de Tesla, desconfiado y con bastantes preguntas. Giró la cabeza y vio de reojo a William Germain, sentado en el sofá junto con Uitstli y Zinac; tenía las piernas apoyadas sobre una butaca y las manos sobre la nuca.

—¿Cómo corroboran esta información? —preguntó el Jefe del Pretorio,

—El mismo alcalde de Mecapatli —afirmó William, cruzando las piernas para después decidir a ponerse de pie. Se dirigió al Jefe del Pretorio y sacó de su abrigo una carpeta, la cual se la tendió y Cornelio la aceptó—. Vino a la embajada esta mañana, y nos dijo que recibió en su correo estas carpetas con fotografías del interior del Centro Tecnológico —al tiempo que se dirigía hacia Tesla, Cornelio abría la carpeta y veía las fotografías. Su semblante se arrugó en una expresión extrañada y repugnado—. Está experimentando la lobotomización con nahuales y humanos por igual.

La sola mención de esas dos palabras lanzó escalofríos en el cuerpo de Xolopitli. Tecualli lo notó, y acercó la silla a la de él para rodear sus hombros con un brazo.

Cornelio, con el ceño fruncido, comprendió ahora la gravedad de la situación. Tanto era el ambiente tenso en el que todos vieron aquellas fotografías que Eurineftos, en su tamaño humano y postrado en la compuertas cual centinela, se acercó a él para ver las fotografiáis también. Cornelio se las proveyó,  y se volvió hacia Nikola, el científico austriaco con el semblante ensombrecido de la seriedad.

—¿Y a quién le proveyó al alcalde de esta información? —inquirió Cornelio— ¿Es una fuente confiable?

—¡¿Eso debe importar ahora?! —clamó Tesla, estirando los brazos a ambos lados en gesto histérico— Axcoyatl acaba de cometer la única cosa que yo me tengo prohibido en mi vida como científico, y esa es experimentar con seres humanos contra su voluntad. El alcalde de Mecapatli ya me dio la orden de arresto —Tesla abrió un cajón y sacó de allí una pulsera. Se la puso, oprimió su botó, y la nanomáquinas de la pulsera se convirtieron en su pistola de plasmas—. Vamos a ir ya mismo a arrestar a ese científico loco antes de que sea tarde.

—¿Tarde para qué? —exclamó Cornelio, ensanchados los ojos, su mueca volviéndose en una de incredulidad— ¿Acaso piensas que se va a desaparecer ahora?

—Si le damos el tiempo suficiente, su paradero será igual que el de Tonacoyotl.

—Solo... ¡piénsalo, Tesla! —Cornelio se llevó las manos a la cabeza en gesto de perder los estribos — ¿Por qué nadie le daría al alcalde de Mecapatli pruebas tan valiosas como estas? ¿Asumes que fue alguien interno del Centro Tecnológico?

—Pudo haberlo sido, como bien pudo haber sido un fantasmón del Helheim que se paseó por sus instalaciones—Tesla reposó su pistola de plasmas sobre el escritorio—. La asunción de esta información no cambia el hecho de que tenemos en nuestras manos la oportunidad de ponerle fin a las locuras que este científico loco ha estado gestando.

—¿Y ahora de dónde viene esta obsesión tuya hacia este hombre, Nikola Tesla?

—Porque ese hombre tiene el Sefarvaim. 

La respuesta de Xolopitli hizo que todos los presentes (Ilustratas y Manahui por igual) voltearan sus miradas hacia él. El Mapache Pistolero se bajó de la silla y caminó hacia el centro de la estancia, quedando lado a lado con Eurineftos y Cornelio. En comparación, Xolopitli era una hormiga al lado de estos dos gigantes.

—Semanas antes de que me uniera a ustedes, Yaotecatl y Zinac les robó a la Multinacional una caravana que contenía este objeto —alzó sus manos en un ademán de rendición nerviosa—. Ahora bien, ya di mis disculpas publicas, por lo que no iré por ahí de nuevo —se volteó hacia Cornelio y cruzó miradas con él—. El punto es que entiendo la obsesión de Tesla, señor Jefe del Pretorio. Esto ha sido culpa mía, y también quiero enmendarlo.

—¡Hasta el ex-criminal está conmigo en esto! —concordó Tesla, sonriente y señalando al nahual mapache con un dedo— Agradezco tu apoyo.

—Pero no podemos simplemente entrar ahí cual Rambo —refutó Tecualli de repente, ganándose la mirada copiosa de Xolopitli. El nahual brujo bajó de su silla y, con todos siguiéndolo con la mirada atenta, caminó hasta ponerse en el centro del rellano—. Xolopitli, no olvidemos que tú nos dijiste que Tonacoyotl también tenía contactos con Axcoyatl. Lo más probable es que los siga teniendo —cruzó miradas con Cornelio y después con Tesla—. ¿Saben qué creo yo? Que esto tiene que ver con Tonacoyotl. ¡Quizás se lo chivó!

—Si se lo chivó, entonces habría ganado un nuevo nivel de ser un pedazo de mierda andante —gruñó Xolopitli, afilando las garras—. Más razones para ir allá e interrogar a Axcoyatl.

—Eso lo pone de manifiesto, entonces —Tesla se reincorporó de su puesto y empuñó su pistola de plasma—. Vamos al Centro Tecnológico. 

—No tan rápido, Tesla —ordenó Cornelio, alzando una mano.

—Cornelio, ¿me tocará pasar a través de ti? —gruñó el científico austriaco, clavando su mirada resentida e impaciente sobre la taimada e impasible de Publio.

—Estás actuando de la misma forma que en el contra-asalto a la Civitas Magna —denunció Cornelio, cruzándose de brazos—. Te lo dije una vez, y te lo diré otra vez. No permitiré que cometas el mismo error que con Belcebú. Quizás no sea tu vida —miró de reojo a los Manahui, y observó con especial preocupación a Zaniyah, esta última sentada entre las sobreprotectoras Yaocihuatl y Tepatiliztli, y con Randgriz de pie detrás de ella—, pero la de ellos en cambio.

Nikola Tesla observó de soslayo al grupo azteca, estos últimos devolviéndole la mirada entre el prejuicio y la incredulidad de ver aun hombre tan enérgico como él caer en la impaciencia. Su mirada desesperada se transformó en una de culpa, volviéndose más relajada. Dejó la pistola de nuevo sobre el escritorio y, con William tomándolo de los hombros, se sentó de nuevo en su sillón.

—Ok, ok... me disculpo por actuar así —Tesla se masajeó la barbilla y se pasó una mano por los rulos de su flequillo. Miró a Cornelio fijo a los ojos—. Pero aún así es un hecho irrefutable que tenemos a nuestro alcance la oportunidad de arrestar a este violador de derechos humanos. ¿De qué otra forma sugieres que llevemos el allanamiento?

—¡Nosotros podemos ayudar en eso!

Ilustratas y Manahui tornaron sus cabezas justo cuando las compuertas que daban acceso al gabinete se abrieron. A través del umbral entraron las tres deidades aztecas; Quetzalcóatl delante, y Xipe Tócih y Mixcóatl a cada lado suyo. Tal fue la sorpresa de ver a sus dioses entrar en la sala, y de ofrecer su ayuda, que los Manahui intercambiaron miradas de incredulidad absoluta.

Cornelio fulminó a las tres deidades con una mirada analítica. Tesla y Germain se miraron entre sí, igual de sorprendidos que los Manahui.

—Pensé que ustedes no querían intervenir en asuntos que no tengan que ver con Omecíhuatl —exclamó el Jefe del Pretorio, haciendo un ademán de cabeza.

—Axcoyatl está vinculado a Tonacoyotl —dijo Quetzalcóatl, haciendo un ademán con sus dedos de interconectarse—, ergo, Tonacoyotl está vinculado con Omecíhuatl. Además, esta vez no estoy solo —señaló con un pulgar a Mixcóatl y a Xipe Tócih.

—¡¿QUE CHINGADOS ES ESE PEDAZO DE METAL CON PIERNAS?! —chilló Mixcóatl, s0eñalando a Eurineftos con un brazo extendido. El gritito del Dios de la Caza ensordeció a Quetzal, y lo hizo apartarse de él.

Hey —Eurineftos saludó a las deidades con un inocente agite de su grueso brazo—. Me presento ante ustedes, dioses —hizo una reverencia respetuosa en dirección a ellos— El nombre es Eurineftos, Coronel del Pretorio. Soy un autómata de Grecia.

—¿Grecia? ¿Eso es en España? —Xipe Tócih frunció las cejas y puso los brazos en jarra bajo los pechos.

Mixcóatl se acercó a Eurineftos y, con una mirada analítica, empezó a inspeccionar su cuerpo entero, cambiando de posiciones constantemente y mareando un poco al Eurineftos, quien trataba de seguirlo con la mirada y ya empezaba a ponerlo intranquilo.

—¿Es esto una armadura? —preguntaba Mixcóatl mientras ponía sus maravillados y resplandecientes ojos marrones en distintas partes de su armazón— ¿Eres un humano? ¿O son estas piezas partes de tu cuerpo orgánico? ¡¿Quién hizo esta maravilla tecnológica que no puedo parar de apreciar?!

—Aquí el —anunció William, señalando con un dedo a Tesla mientras sonreía de oreja a oreja—. El Leonardo Da Vinci de los Mechas. Tesla se volteó y lo vio con los ojos entrecerrados. Quetzal, por su parte, se palmeó el rostro y ladeó la cabeza.

Eurineftos convirtió un brazo suyo en un cañón de riel. Su brazo-cañón se iluminó de color celeste, y el Dios de la Caza fue rodeado por un halo de gravedad que lo inmovilizó. Mixcóatl ensanchó los ojos de la perplejidad, más al ver como el Metallion desviaba su brazo hacia delante, y lo movía a él en el proceso, devolviéndolo a su posición anterior. El cañón de riel se retrajo, y la gravedad que rodeaba a Mixcóatl desapareció, haciendo que el dios azteca se mirase el cuerpo entero.

Mejor quédese quieto, señor Mixcóatl —indicó Eurineftos—. Hay asuntos más serios que atender.

—Tal como dice el Coronel —dijo Quetzalcóatl, apuntándolo brevemente con un dedo. Se volteó a ver a Cornelio—. Nosotros podemos echarles una mano en esto. Además —miró de reojo a Mixcóatl y a Xipe Tócih—, esto nos puede beneficiar en mejorar nuestra imagen a los aztecas. Aún hay minorías que piensan que los hemos abandonado por cien años 

—De todas formas, no hay que confiarnos —advirtió Publio Cornelio—- Esta forma tan regalada de darnos la información que necesitamos me levanta sospechas. Hay algo que no estamos viendo.

—Lo próximo que no veremos será el paradero de Axcoyatl —bramó Tesla, arrugando el rostro—, ¡si seguimos hablando de eso en vez de formar un plan! —señaló a Cornelio con un dedo índice— Y tú eres el de los planes aquí, Cornelio. ¿Qué plan sugieres, según tú, para no ponernos en peligro?

El Jefe del Pretorio permaneció callado, el silencio acompañando a al mirada analítica con la cual oteó a todos los presentes. Miró a Tesla y a William; ambos estaban zanjados en otras situaciones burocráticas que no les permitiría participar en esta misión, además de que eran fuerzas innecesarias para una misión que, desde la superficie, lucía tan sencilla; tornó la mirada hacia los Manahui, y en seguida pensó en como todos ellos eran indispensables para la misión; se volteó hacia los dioses aztecas, y pensó lo mismo que con William y Tesla, pero en cambio concibió otra idea para ellos que pudieran fungir para la misión. Por último se dio la vuelta y miró a Eurineftos hacia su franja roja, este último devolviéndole la mirada  asertiva y asintiendo con la cabeza.

Publio Cornelio Escipión el Africano asintió para sí la cabeza, y su mente concibió de un chasquido cerebral un estrategia militar para asaltar el centro Tecnológico de Axcoyatl.


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