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Cocoliztli Neltiliztli (Ajachi 2)

EL DOLOR DE LA VERDAD (Parte 2)

https://youtu.be/oc65Wo5w6sU

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https://youtu.be/s_X05eDRupg

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Niveles inferiores del Omeyocán

Zaniyah seguía en pos de Omecíhuatl. Caminaba arrastrando los pies, y a pesar de que no llevaba cadenas ahora, seguía sintiendo que era jalada y forzada a seguir caminando por el frondoso y claustrofóbico pasillo.

Omecíhuatl caminaba por el pasadizo como si estuviera anadeando por una pasarela; contoneando las caderas de un lado a otro, y moviendo de forma serpentina su cuerpo, como si disfrutara cada articulación que hiciera con él para demostrar su sensualidad y su poder divino. Zaniyah caminaba por un suelo ahora liso; no hecho de piedra, sino de un material más parecido al metal. El piso y las paredes con forma de túnel tenían colores celeste y cian ahora, y algunas de las paredes y techos tenían ventanales por los cuales pudo vislumbrar, por unos segundos, un gigantesco espacio que aludía a las grutas de una caverna.

La hija de Uitstli se armó de valor para afrontar a la Suprema con una pregunta. Tardó varios segundos para poner en orden su mente.

—¿Qué me... piensas mostrar?

Omecíhuatl se detuvo en seco. Zaniyah se paró también, justo detrás de ella. La incomodidad afloró en su ser al ver que la Suprema no se movía por varios segundos. Oyó una risa primero, y después Omecíhuatl se volvió para dedicarle su desquiciada sonrisa

—¡Por fin abres el hocico, chica! —exclamó ella, cruzándose de brazo bajo los pechos— Ah, por un momento creí que Tepeyollotl o el Mechacoyotl te había cortado la lengua a punta de vergazos —hizo una pausa. Zaniyah, con el ceño fruncido y el miedo punzando, se la quedó viendo a los ojos. Omecíhuatl se mordió el labio inferior, chasqueó la lengua y reavivó la marcha. Zaniyah la siguió—. Pienso mostrarte lo que voy a hacer con tus pequeños, desobedientes, malolientes y pobres diablos pueblos a los que tú, a partir de hoy, dejarás de llamar "hogar".

Zaniyah tuvo un escalofrío, y la piel se le puso de gallina. Por su mente destiló todas las buenas ofrendas que los aztecas le habían hecho a Omecíhuatl durante siglos en estos Nueve Reinos. ¿En serio le estuvieron haciendo devoción a esta maldita zorra loca?

La Suprema Azteca guió a Zaniyah hasta un puente que interconectaba dos partes de una misma gruta separadas por un fondo abisal. A través del resquicio de los ventanales, la muchacha azteca pudo vislumbrar, así sea por muy poco, las siluetas de gigantescas plataformas circulares que se movían oblicuamente de arriba hacia abajo, como naves espaciales, pero siendo sostenidas por debajo de ellas por enormes sombras negras parecidas a orugas prehistóricas de tamaños colosales.

El ambiente de repente pasó de ser gélido y muerto a uno caliente y germinante de vida demoniaca, tan llena de tensión que la presión hizo acelerar su corazón. Los colores celestes de las lámparas neón comenzaron a ser obliteradas por un intenso color rojo proveniente del fondo del pasillo. El cuerpo de Zaniyah comenzó a sufrir de un emergente calor que iba en aumento a medida que se acercaban al final del pasillo; el sudor empezó a perlar su negra piel, tanto por el calor como por el pavor de no saber con lo que se iba a encontrar al final del camino.

—Dime algo, chica —exclamó Omecíhuatl sin mirara de reojo; ella no tenía ni un rastro de sudor en su tonificado cuerpo—, sé que debió haber pasado mucho tiempo desde que pelearon contra él, pero... ¿Te suena el nombre de Nahualopitli?

Un nuevo escalofrío recorrió el cuerpo de Zaniyah, y a su mente llegaron una lluvia de recuerdos vagos pero cargados de negativismo. Omecíhuatl se detuvo justo en frente del umbral que daba acceso a la gigantesca gruta infernal. Se dio la vuelta, y al ver a Zaniyah quieta, el rostro anonadado de la sorpresa y el horror, extendió un brazo, la agarró de su hombro con descuido y la empujó para ponerla justo a su lado.

—Bueno... mira las maravillas que me anda haciendo ahora mismo.

De la boca de Zaniyah surgió un gemido horrorizado, y sus ojos fueron marcados... por el fuego incandescente del Mictlantecuhtli.

Un vasto lago de lava se extendía por varias hectáreas de planicie de piedra; a lo largo y ancho de sus aguas infernales se condecoraban los esqueletos rojos de humanos, algunos alzando los brazos, y otros sumergidos hasta la cabeza. Las titanes columnatas de piedra caliza y volcánica, aludiendo a pilares de un templo, sostenían toda la colosal caverna a través de largos peristilos que se extendían hasta donde la luz del fuego y la lava no alcanzaba. Las sombras que había visto previamente ahora destilaban, a los ojos de Zaniyah, como titánicas orugas y anguilas, algunas de piel lisa y babeante, y otros teniendo armazones de placas osteodermo. Transportando por encima de sus cabezas cargaban con enormes plataformas que disponían en distintas partes de la gruta; uno de ellos descendió hasta el nivel donde estaban Omecíhuatl y Zaniyah, y la segunda pudo alcanzar a ver, guardados como capsulas de contención, a distintas criaturas de apariencia vagamente humanas, de hombres y mujeres de largos torsos, cabezas aplanadas y rapadas, siendo esta la única parte con carne, pues el resto de sus cuerpos eran exoesqueletos negros.

El calor de Zaniyah se incrementó demasiado, así como su miedo por estar viendo el mismísimo infierno. Su corazón se aceleró hasta el punto de parecer querer salir de su agitado pecho. Sus labios retemblaron, y sus pies trataron de retroceder, Omecíhuatl la mantuvo firme donde estaba, obligándola a ver como una de las anguilas colosales ascendía hasta una de las plataformas, agarraba con sus tenazas y ventosas el cuerpo de un ser humano, lo sumergía en la lava por unos segundos, y por último lo sacaba, convertido ahora en un esqueleto de huesos rojos y carne que colgaba.

—¿Ves esto, chica? —murmuró Omecíhuatl, soltando una seseante vaharada tras acercar su rostro al destella— El infierno... también es mío. Y con él, podré hacer a mis anchas la monarquía absolutista que deseo en Aztlán, pero también en los otros reinos mesoamericanos que también quiero.

Los ojos temblorosos de Zaniyah miraba hacia todas partes y a ninguna con tal de no ver ni una sola parte del Mictlantecuhtli. Omecíhuatl apretó los labios y su semblante pasó a ser uno demandante. Agarró a Zaniyah de la cara con una mano y la obligó a mirar hacia la plataforma flotante, esta levitando en el centro de todo el lago de lava a unos diez metros por encima de ella.

—Mira bien, pequeña zorra de mierda —maldijo Omecíhuatl—. Mira bien quién está ahí.

Los ojos de Zaniyah lloraron, el trauma aflorando en su semblante aterrado. Las lágrimas cayeron por sus mejillas al tiempo que alcanzaba a ver a un montón de aztecas esclavos, todos ellos vestidos con la misma vestimenta que ella, trabajando fervientemente en palees de control. Sus miradas estaban igual de muertas que sus almas; tenían grandes agujeros en el centro de sus pechos, allí donde debería estar los corazones. Todo el balcón circular en el que estaban rodeaba un alto altar en el que, sentado en un trono hecho de huesos humanos, se encontraba un demonio de aspecto humano, constitución fornida, piel gris, melena blanca que le llegaba hasta la cintura, pequeños cuernos sobresaliendo de su frente, piercings en su oreja derecha, nariz y frente, un gorjal de joyas orfebres y un largo pendiente que colgaba de su oreja izquierda.

El demonio que controlaba todo el Mictlantecuhtli desde la comodidad de su altar viró la mirada hacia donde se encontraba la Suprema y la Miquini. Sus ojos rojos en fondo negro se ensancharon al principios, para después entrecerrarse con fechoría. Sonrió de oreja a oreja, enseñando sus dientes y colmillos, y del fondo de su negra garganta emergió una voz gutural, rasposa y babeante:


Nahualopitli alzó un delgado brazo y señaló a Zaniyah con un dedo, este portando un anillo de hueso humano enrojecido. La hija de Uitstli sintió como todo el cuerpo se le petrificó, y el alma se le extirpaba del cuerpo a medida que el líder del Culto de Mictlán la desnudaba con la mirada.

—Únete a la Mansión de los Muertos... ¡Como esclava eterna! —el grito áspero y tosco de Nahualopitli dio un corrientazo de nervios por todo el cuerpo de Zaniyah.

—¡Lo siento, Nahualopitli, pero esta chica es mía! —exclamó Omecihuatl, abrazando el cuello de Zaniyah con un brazo. Empezó a apretárselo, y Zaniyah perdió aire de a poco.

El líder del Culto frunció el ceño del repudio. Bajó el brazo, dedicó una última mirada rabiosa a Omecíhuatl, y volvió a adoptar una posición de una pierna sobre otra sentado en el trono.

—¿Q-qué...? —balbuceó Zaniyah, recuperando el aire cuando la Suprema la soltó— Pensé que... me ibas a...

—¿Darte como esclava a ese cascanueces de Flores de Íncubos? —Omecíhuatl carcajeó— No, chica, para ti te tengo planes mucho más especiales.

—¿Planes especiales? —farfulló Zaniyah, masajeándose el cuello y mirando de reojo hacia el lago infernal. Una oruga colosal sostuvo sobre su cabeza una plataforma llena de humanoides de esqueletos negros, y los transportó hacia una sección de la superficie del lago— ¿Cómo cuáles...?

La Suprema Azteca se quedó viendo a la muchacha a los ojos. Sonrió con sagacidad, cuchicheó una risa, y rechistó los labios mientras la desnudaba con la irada. Zaniyah entrecerró los ojos. Los miedos dentro de su corazón se disiparon de a poco, siendo reemplazado con la reflexión y el análisis rápido.

—¿Por qué no me has matado? —inquirió— ¿O a mi papá? Tenías la oportunidad enviando a tu hija a Mecapatli. La tenías...

—Ojojojo... ¡Miren a la sabelotodo esta! —Omecíhuatl se cruzó de brazos y agitó sus pechos— Pues sí, tuve la oportunidad de hacerlo. No la tome porque sea tremenda pendeja, sino porque yo... quiero traer a toda tu familia a Aztlán —levantó un dedo y la señaló—. Para volverlos mis esclavos y avergonzar a al humanidad subyugando a su Legandarium Einhenjer. Por eso tú estás aquí.

—¿Y por qué no me has matado? ¿Qué son esos "planes especiales"?

—Mmmmm... ¿Por qué no tratas de adivinar lo que yo te haré? —Omecíhuatl se acercó lentamente a ella— ¿Volverte mi esclava sexual? ¿Chingarte el cráneo? ¿Ser mi chiva política? Venga... dime...

Zaniyah apretó los dientes y masculló entre dientes. Se armó de valor con el enojo acumulado en su interior. Empujó el trauma, y con ello... dio un paso adelante y le respondió a la Suprema mientras la miraba a los ojos:

—Deberías mejor hundirte en lago de lava y morirte. Así me ahorras el trabajo de matarte yo misma.

Omecíhuatl se mordió el labio inferior y se pasó la lengua por los dientes. Dio tres lentas palmadas.

—¡Guau! ¡Eres toda una dulzura, chiquita! Amenazando con matar a la Suprema de todos tus dioses aztecas. Eso... es otro nivel de terquedad.

Zaniyah entrecerró los ojos y siguió domando su furia interna.

—Ni creas que te vas a salir con la tuya. Podrás hacerme lo que quieras, pero yo resistiré, porque... soy la hija del Jaguar Negro —se señaló a sí misma con el dedo— No de sangre, pero sí de espíritu y crianza. Antes de que puedas quebrarme, mi padre llegará aquí, y juntos pondremos fin a tu vida.

—¿No de sangre, eh...? —Omecíhuatl estiró un brazo y palmeó el hombro de Zaniyah— ¡Vámonos de viaje, chiquita! Has oído de hablar de Tamoachan, ¿cierto? El lugar donde viven los dioses bien amados y donde se crearon a los primeros humanos aztecas. ¿Te has preguntado como es que se ve?

Zaniyah contestó con una mirada desdeñosa. Omecíhuatl agrandó la sonrisa y le palmeó la espalda.

—¡Pues iremos directito para allá!

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https://youtu.be/MK-01YfTDmw

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Malinaxochitl jaló del brazo de Huitzilopochtli hasta llevárselo consigo hacia un lejano y enorme balcón circular del palacio, lo bastante alejado de la galería de la fiesta como para escuchar el tañido de la música de forma bastante lejana. Desde allí, ambos dioses tenía vistas bastante impresionantes de toda la vasta región urbana de Aztlán, como una metrópolis de edificios amarillentos y un extenso firmamento de nubarrones dorados.

Estando ya a solas con el, el rostro de Malina cambió a uno de terror abundante.

—Si la viste, ¿no? —farfulló— Viste como ella me vio con ojos de sospecha.

—No te pongas ahora a hacerte ilusiones, Malina —argumentó Huitzilopochtli, su gesto facial de despreocupado— . Ni siquiera vi que en ningún momento te viese.

—No lo viste, ¡porque eres muy ingenuo como para poder notarlo! —Malina le dio un golpe en el abdomen a Huitzilopochtli— Hermano, cada vez nuestra estadía en Omeyocán se está volviendo como la de nuestro hermano Quetzalcóatl. ¿Cómo es que no te das cuenta?

—Estás exagerando —negó el Dios de la Guerra, ladeando la cabeza—. Si hubo momentos en los que pareció sospechar de nosotros, es porque tú has estado actuando muy altruistamente con el enemigo.

—¿No has escuchado lo que dijo? —Malina estiró los brazos de lado a lado, la expresión de perplejidad absoluta— ¡LOBOTOMIZACIÓN! ¡Primero fue darle castigos de campos de concentración a los Centzones de Mixcóatl! ¡Y ahora quiere lavarles el cerebro!

—Solo para los enemigos, pero nosotros estaremos bien. No sospecha de nosotros.

—Pero, ¿cómo es que puedes estar tan seguro de eso?

—¡Porque confío en mí! —Huitzilopochtli dejó su Macuahuitl a un lado para acuclillarse y tomar a su hermana a los hombros— Podré no ser el Tezcatlipoca más inteligente de todos, pero no soy solo un armario de músculos. Puede que tenga sospechas ahora, pero si jugamos bajo sus reglas, estaremos bien.

—¿Acaso no te duele? —masculló Malina, la mirada adolorida— ¿No te duele que nuestro hermano Quetzal esté siendo torturado por ella? ¿Que Mixcóatl, quien me cuidó de niña por siglos, lo estén maltratando? ¿Así es como le agradeces a tus familiares? ¿Abandonándolos?

La mirada de Huitzilopochtli se ensombreció. Apretó los labios y endureció el rostro.

—Deseo que las cosas para ellos hubiesen sido distintas —farfulló—, pero ellos no supieron adaptarse a este mundo. Nosotros sí, y debemos seguir así.

—¿Hasta cuando, hermano Huitzi? —masculló Malina, el ceño fruncido, la boca entreabierta— ¿Hasta cuando podemos seguir viviendo así hasta que ella decida que somos traidores?

—Porque no somos traidores. No como Mixcóatl, no como Quetzal...

—¡¿Entonces te parece bien el reinado de terror que ella está perpetuando?! —Malina se quitó las manos de Huitzilopochtli de sus hombros— Tratas a tu familia como enemigos y traidores, y a la genocida la tratas como si fuera una buena gobernante.

—Es ella la que gobierna —Huitzilopochtli se encogió de hombros— ¿Qué puedo hacer yo para oponerme a ella?

—¡Cualquier cosa, maldita sea! —Malina se acercó a su hermano y le puso las manos sobre las mejillas. Se miraron fijamente— Hermano, por favor... espabila. No puede seguir pretendiendo vivir de esta forma y esperar a que el universo te recompense. Si no lo haces ahora, más tragedias pasarán, y una de ellas terminara alcanzándome... ¿Y qué harás para ese entonces?

El semblante del Dios de la Guerra se ensombreció hasta ocultar totalmente su semblante bajo las sombras. De pronto se reincorporó y, sin decirle ni una sola palabra a su hermana, se retiró del balcón.

—Hermano... ¡Hermano, espera! —exclamó la Diosa Hechicera. Trato de seguirlo, pero al imponente aura que exudó Huitzilopochtli la hizo detenerse. Tuvo que verlo desaparecer al fondo del pasillo.

Malinaxochitl se quedó en soledad en el amplio balcón. De repente el ambiente se volvió pesado y melancólico. Malina se quedó de pie donde estaba, mirándose fijamente los pies para después voltearse y contemplar la ciudad. Por su mente pasó la imagen de la hija del enemigo de su hermano, y por un instante se imaginó a sí misma en ese puesto, convirtiéndose en un trofeo para Omecíhuatl con el cual seguir manipulando a Huitzilopochtli.

<<Eso no puede suceder>> Pensó Malina, cerrando los ojos y apretando los puños. Al imaginarse más a Zaniyah y en como la Suprema Azteca hizo que la siguiera cual perrita faldera, se vio a sí misma en ese puesto, y eso le hizo incrementar más su compasión y empatía por la Miquini. Cerró los ojos y abrazó la idea que le llegó a la cabeza: ¿y si trataba de salvarla?

Se quedó con esa idea en la mente. Se dio la vuelta y se dispuso a irse...

Bueno, bueno, ¿pero qué es lo que acabo de escuchar?

La voz robótica de Mechacoyotl la petrificó. Se dio rápidamente la vuelta y allí lo vio; el Mecha estaba volando en el aire con los propulsores de sus piernas. Tenía lo brazos cruzados, y su tamaño lo había reducido al de un humano de metro con noventa de alto.


Se hizo un breve pero aterrador silencio para Malina. La Diosa Hechicera miró hacia el umbral hacia el interior del palacio. Al mirar de nuevo a Mechacoyotl, este último le negó con la cabeza. Malina rechistó los dientes y se impulsó a toda velocidad hacia el umbral..

Pero antes de poder atravesar el umbral, su mejilla y después su cuerpo enteró chocó de lleno contra una pared holográfica que Mechacoyotl hizo aparecer con un agite de su mano, como si hubiese manifestado un hechizo ante los ojos de Malina... cuando, en realidad, empleó cientos de nanorobots que salieron disparados de sus manos y, todos juntos crearon una muralla de plasma que empujó a Malina de regreso al balcón.

Malina rodó por el suelo, para después dar una voltereta hacia atrás y esgrimir su garrote de púas. Pero antes de poder invocar un poder divino, recibió la fuerte embestida de pequeños dispositivos parecidos a arañas mecánicas que atraparon sus muñecas y la empujaron con gran bestialidad hacia la pared. La fuerza magnética de aquellos objetos se adhirieron al bronce de los pilares, manteniendo a la Diosa Hechicera pegada a la pared. El garrote se le zafó de la mano, y en un parpadeo tuvo el rostro de Mechacoyotl frente al suyo.

Habla ahora o calla para siempre, mocosa divina —exclamó el robot zorro—. ¿Acaso planeas algo a espaldas de Omecíhuatl?

Las arañas mecánicas de las muñecas de Malina se derritieron al inmenso calor que la Diosa Hechicera produjo con sus manos. Mechacoyotl se llevó un feroz puñetazo de Malina, acompañado por un breve torbellino de fuego que lo hizo trastabillar hasta casi chocar de espaldas con el parapeto. Mechacoyotl se llevó una mano a la mejilla, y palpó con su dedos de hierro las piezas de su cara derritiéndose en lava.

Pequeña pero peligrosa, por lo que veo... —murmuró. De repente vio aros de fuego aparecer en sus muñecas, cuello, cintura y tobillos. Aquellos halos se apretaron con gran fuerza a su cuerpo, paralizándolo repentinamente y haciendo que caiga de rodillas al piso. Malina no se detuvo allí; blandió su garrote como la hélice de un helicóptero, y de un golpetazo al suelo invocó una circunferencia de entramados rojos por encima de la cabeza de Mechacoyotl. Este círculo mágico cayó sobre él, y sus entramados se estiraron como lazos, quemando poco a poco el armazón del robot zorro.

Malinaxochitl se dirigió hacia la pared de plasma y, de un garrotazo, la destruyó. Se dispuso a irse por el pasillo, pero antes de poder dar un paso... sintió una extraña fuerza jalarla desde atrás. Sus pies derraparon por el suelo; Malina trató de zafarse de él, pero aquella fuerza invisible era muchísimo más fuerte que ella. Acabó en el centro del balcón, lugar donde vio de reojo y con gran horror como Mechacoyotl se reincorporaba del suelo, rompiendo todos sus hechizos con solo agitar sus manos, una de ellas convertida en un cañón de riel.

Mechacoyotl agitó su brazo hacia abajo, y el cuerpo de Malina fue aplastado por la fuerza gravitacional de su arma. La pequeña diosa trató de reincorporándose usando toda su fuerza física... Se llevó la sorpresa de ver como ni podía mover las manos. Peor aún, de sentir como su carne y sus huesos eran comprimidos lentamente ¡Inconcebible! ¡¿Cómo era posible que un mortal como él, incluso siendo un jodido robot, podía estar sometiéndola ahora?!

Cada día descubro nuevos poderes y nuevas fuerzas de este cuerpo —afirmó Mechacoyotl, apreciando como las heridas de su cuerpo mecánico se reparaban al instante. Se acuclilló y miró a la adolorida Malina a los ojos—. Mira, niña, a no ser que me hagas honor a mi titulo como "golpeador de menores", respóndeme a la pregunta. ¿Estás planeando algo contra Omecíhuatl?

—Púdrete en el... Mictlán... —maldijo Malina entre dientes.

Mechacoyotl ladeó la cabeza en gesto decepcionante y se encogió de hombros. Se reincorporó y alzó su pie izquierdo, la sombra cerniéndose sobre al cabeza de Malina a punto de ser aplastada de un pisotón.

De repente se escuchó el rugido de un trueno seguido por el bramido de vientos huracanados. Y sin poder verlo venir, Mechacoyotl recibió de lleno el salvaje blandido del ultra-espadón de Huitzilopochtli que partió su cabeza en dos, desfiguró por completo su torso y lo lanzó lejos de Malina. El robot zorro rodó varias veces por el suelo hasta chocar de espaldas contra la pared lateral del umbral.

La presión gravitacional desapareció del cuerpo de Malina, y esta sintió como su cuerpos e volvía liviano con el cobro de un inmenso dolor que impidió moverla. Huitzilopochtli se arrodilló y agarró con gentileza a su hermana de sus brazos y hombros. Con sumo cuidado la ayudó a ponerse de pie. Malina gruñó entre dientes y hasta emitió algunos sollozos. El Dios de la Guerra no pudo soportar el ver a su hermana esbozar aquellas muecas de dolor intenso. Sus ojos resplandecieron de gran ira, y se volvió hacia Mechacoyotl, este último poniéndose de pie con movimientos innaturales, los daños de su cuerpo autoreparándose a una velocidad pasmosa.

—¡Hermano, no! —exclamó Malina, agarrándolo de su muñeca.

—Este infeliz se atrevió a ponerte un dedo encima —masculló Huitzilopochtli, sonando como un auténtico animal en cólera—. ¡Voy a hacer que vomite todos sus órganos metálicos!

—¡Huitzilopochtli! —maldijo Malina, jalándolo de la muñeca y haciendo que lo mirase a los ojos— Se trata de no aparentar ser traidores, ¿verdad? No aparentar serlos...

El Dios de la Guerra pareció espabilar. Asintió con la cabeza, y decidió usar uno de sus brazos para servir de apoyo a Malina, mientras que, con el otro, enfundaba su Macuahuitl a la espalda y cargaba el garrote de púas. Ambos hermanos caminaron hacia el umbral, pero fueron detenidos por un ya reparado Mechacoyotl, quien se les interpuso en su camino encarando a Huitzilopochtli como un peso pesado.

¿Y en serio crees que te vas a ir así como así luego de darme tremendo coscorrón? —bramó.

—Deja esto ya —gruñó Huitzilopochtli, el ceño fruncido— Te guste o no, sigues siendo inferior a nosotros, por más que Omecíhuatl te condecore con poderes. No te creas el más vergas de aquí.

¿Oh, en serio? Porque juraba estar aplastando a esta mocosa divina hasta hace unos momentos... —con gran descaro, Mechacoyotl dio un paso y trato de ir por ella, pero Huitzilopochtli se interpuso en su camino y lo empujó con su propio cuerpo.

—Vuelve a ir a por mí hermana, y Omecíhuatl no podrá reparar de lo que yo te haré con mis manos.

¿Y quién quita que no te haga yo lo mismo?

Huiztilopochtli inclinó la cabeza e hizo que el robot zorro fuera hipnotizado por el resplandor incandescente de sus ojos.

—Mírame bien a los ojos, jodido perro faldero. No me importará destruir todo el palacio con tal de destrozarte hasta el último tornillo.

Mechacoyotl frunció las palcas de su rostro en alusión a fruncir el entrecejo. Ladeó la cabeza y se echó para atrás, retrocediendo lentamente del par de hermanos pero sin dejar de mirarlos con sus franjas anaranjadas.

Eres tal como te describieron en los mitos —exclamó, despidiéndose de ellos estirando los brazos y volviéndose de un giro—. Un bruto con poder absoluto.

Huitzilopochtli lo vio partir a lo lejos, desapareciendo tras una encrucijada de caminos. Miró de reojo a Malina, y esta última le asintió con la cabeza. Los hermanos entonces siguieron su camino por el pasillo.

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https://youtu.be/eMYxTsoged8

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|◁ II ▷|

Celdas de Omeyocán

En penumbras por días, totalmente desnudo, apaleado y desnutrido hasta el punto de la inanición exhortada por sus heridas. Ese era el estado en el que se encontraba Quetzalcóatl ahora mismo.

El Dios Emplumado había sido desprovisto de sus plumas hasta dejarlo moribundo. No había camas ni ningún otro mueble, solo el frío suelo y las duras paredes inundadas de oloroso moho. Al igual que Zaniyah, él también fue abatido y apalizado por los Tezcatlipocas, pero diferencia de ella, su tortura se basó en el silencio más absoluto, incómodo, desasosegador. Un silencio que perpetuó sus pensamientos más inmundos que hicieron desmoronar su templanza, y hacer menos su persona.

Quetzalcóatl se pensó en las peores posibilidades que estuvieran sucediendo allá afuera. Según su buena memoria, en estos días se estarían conmemorando las vísperas del Xiuhmolpilli, y debería estar llevándose a cabo una fiesta en las galerías de Omeyocán. ¿Será que Omecíhuatl finalmente se habrá dirigido a su persona como un traidor ante el publico? ¿Cómo reaccionarían los dioses al respecto? Peor aún, se preguntaba cuál iba a ser su destino a partir de este momento. ¿Sería crucificado, como su madre Cihuacóatl? ¿O él y Mixcóatl recibirían un castigo distinto? ¿Era este el castigo? Y de ser así, ¿qué vendría después?

Sus sucios oídos escucharon las bisagras metálicas de las compuertas que daban acceso a los calabozos abrirse. Su respiración se entrecortó. Permaneció sentado contra la pared, sus ojos vislumbrando en la distancia un resplandor púrpura con la forma de una hoja filosa acercándose a él. Escuchó pisadas rezongar con más ponencia, y cuando Quetzal parpadeó y entrecerró los ojos, la claridad de su vista le hizo ver, de frente, el rostro de Tepeyollotl.

—Mph, nunca te vi tan demacrado, mi señor —murmuró el Dios Jaguar con una sonrisa vanidoa. estaba acuclillado, y usaba la luz de su espada como antorcha.

—He visto peores días —contestó Quetzal con el mismo humor—. ¿Y aún sigues con el mote de "señor"?

Tepeyollotl apoyó la espada contra la pared. Estaba tan confiado en que él no le haría nada que tenía múltiples resquicios por donde ser atacado. Pero Quetzal estaba cansado, agotado y sin ánimos, con el pensamiento del fracaso aflorando sin parar en su mente.

—No por nada fuiste hermano de mi señor Tezcatlipoca, el del Espejo Humeante —afirmó—, el que dio nombre a los guardianes de los Supremos Aztecas. Puede que seas un traidor, pero a título personal sigues siendo mi "señor":

—Corta por lo sano —gruñó Quetzal, mirando hacia otro lado—. ¿Qué es lo que quieres? ¿O que viniste a decirme?

Tepeyollotl se lo quedó viendo a los ojos y volvió a esbozar una sonrisa divertida.

—Nuestra reina nos conducirá a Tamoachan, el origen de los dioses —explicó entre murmullos—. Allí le hará una gran revelación a esa niña de nombre Zaniyah. Una la cual si le hará un destrozo mental irreparable.

—¿Zaniyah? —Quetzal se volvió hacia el Dios Jaguar y lo miró con ojos ensanchados— ¡¿Tienen a la hija de Uitstli aquí?!

—La capturamos por ordenes de Omecíhuatl. Ella tuvo planes para ella desde un inicio. Planes con los cuales desmoralizar a Uitstli.

—Lo juro por mi difunta madre y mi divino padre, Tepeyollotl, que como le hagan algo a esa niña...

—¿O si no qué? ¿Ah? —los ojos púrpura de Tepeyollotl restallaron como dos esferas de plasma. Señaló al Dios Emplumado con un dedo acusador— ¿Tratarás de detenerme, como inútilmente lo intentaste cuando destroné a mi señor Tezcatlipoca del título de Dios Jaguar? ¿Tratarás de detenerme, como no pudiste cuando te separé de Xipe Tócih e hice que Tlazoteotl se la llevará? Mejor aún, ¿tratarás de detenerme, como no pudiste hacerlo cuando asesine a tu hijo Ehécatl?

La desmotivación pobló el semblante demacrado de Quetzal. Su espíritu frágil trató de replicar, pero al dar el primer paso se desmoronó, y el dios no tuvo voluntad de si quiera mirarlo con odio. El Dios Jaguar, pro su parte, lo miró con una mezcla de lastima y burla. Se encogió de hombros y suspiró. El Dios Emplumado bajó la mirada, los ojos catatónicos, su mente siendo asolada por los pensamientos negativos de pasado.

—En esto fue reducido el tan respetado Quetzalcóatl —afirmó mientras ladeaba la cabeza—. Un cascarón de lo que una vez fue. Sin poderes, sin voluntad, sin familia, sin ningún plan en mente... —le dio un golpe en la cabeza que le revolvió todo el pelo blanco— Solo la derrota. Una ironía para alguien a quien en el pasado no podía dirigirme a él sin referirme como "mi señor".

—No va a ser siempre así, maldito —Quetzal agarró el poco coraje que le quedaba para voltearse y mirarlo fijamente a los ojos—. Los Manahui Tepiliztli vendrán a por mí, a por Mixcóatl y a por Zaniyah. Y cuando yo salga de aquí... —acercó su rostro al del Dios Jaguar , haciendo que huela su hediondo aliento a peste y a venganza— a ti será a por quien iré primero.

—No hagas esto más difícil, mi señor —espetó Tepeyollotl, chirriando sus colmillos—. Tan solo debiste dejar las cosas como han estado, contigo encerrado en el palacio. Pero no, te dejaste llevar por tu idealismo. Carajo, es por eso que Omecíhuatl mató a todos tus amigos y familiares en primer lugar, para castigarte y para ponerte en este decrepito sitio. Sentado aquí, diciéndome que me matarás, pero no lo harás. Has fallado, mi señor. Tanto como líder, como padre, como amigo...

Quetzal se golpeó la nuca contra la pared para evitar que las palabras del Dios Jaguar calen más fondo en su mente y templanza. Hubo silencio entre ambos, tiempo ene l que solo se oyó las goteras de las paredes y el sonido blanco del eco proveniente de afuera.

—Tú naciste como avatar de mi hermano Tezcatlipoca —masculló—. Tu objetivo en la vida fue servirle, y con el tiempo se convirtió en una obsesión de ser como él, mejor que él.. —esbozó una sonrisa melancólica y cerró los ojos—. Mi madre me crío para ser yo mismo, para ser la deidad que más cercana con los humanos, y enseñarles sobre la civilización y el tributo. Aprendí a ser más humano que dios... para así ser verdaderamente querido.

Tepeyollotl se mordió el labio y inferior, sonrió y cuchicheó risas destornilladas. Extendió un brazo y empuñó su espada ancha, alejando el resplandor púrpura de la cara de Quetzal, esta ocultándose en las penumbras de nuevo.

—Sigues siendo ingenuo como siempre —dijo, y se marchó de la celda.

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8
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Norte de la ciudad de Aztlán

Tamoanchan

Volando a lomos del gigantesco Quetzalcoatlus, y a la misma altura volando otras aves prehistóricas de su misma especia (y en ellos montando los humanoides de exoesqueletos negros que Zaniyah vio previamente en Mictlantecuhtli), el grupo de dioses liderados por Omecíhuatl vadeaban a gran velocidad a través de los nubarrones dorados, estos lentamente tornando sus colores más apagados hasta volverse grises. La tempestad de los vientos y los azotes de las lluvias hizo que Zaniyah, con cara de disgusto, se aferrara con fuerza a la cintura de la Suprema Azteca.

Llevaban viajando más de diez minutos, que a Zaniyah se le antojo como si hubiesen sido horas. Montada en otro Quetzalcoatlus, Malinaxochitl compartía el mismo pensamiento. Ella, aferrada a uno de los brazos de Huitzilopochtli, no podía ver más allá de sus narices, y solo alcanzaba a vislumbrar las sombras del resto de titánicas aves que planeaban en el aire algunas adelantándose a otras (siendo la de Xochiquétzal la única con plumaje colorido y resplandeciente, sirviéndose de guía para el resto de jinetes). Su corazón, palpitando a mil por hora, tenía altísimas expectativas con lo que iba a suceder en Tamoanchan... siendo, para ella, la primera vez que lo iba a visitar.

En un momento dado, a los quince minutos de viaje, la densidad de los nubarrones tempestuosos empezó a disminuirse. Las nieblas se fueron disipando, permitiendo a los jinetes de los Quetzalcoatlus poder observar las extensísimas planicies irregulares vadeadas por gigantescos montículos negros. El follaje de las junglas en aquellos terrenos era tan denso que no se podía distinguir senderos u otros caminos reales; eran directamente impenetrables aquellos bosques, incluso para los dioses comunes de Aztlán. Zaniyah asumió que, la única forma de llegar a este lugar, era a través de transporte aéreo. Pero aún así, hubo algo en el ambiente que le hizo dudar de su hipótesis.

De repente hubo un cambio en el ambiente. El clima cambió de uno tropical lluvioso a uno templado y con un cálido ambiente que hizo que Zaniyah se separara de Omecíhuatl y se viera el cuerpo. Ya no estaba empapada por la lluvia; incluso su cabello estaba seguía desenmarañado, como si nunca hubiese sido mojado. De pronto sintió una firme mano agarrar su hombro izquierdo. Zaniyah fue jalada hacía atrás. Pegó un gritito, pensando que se iba a caer, pero Xochiquétzal la sostuvo entre sus brazos al tiempo que veía como Omecíhuatl, sin miedo y con mucha gloria, se erguía por encima de su montura.

—Mira como tu reina hace un milagro ahora, Miquini —masculló la diosa al oído de Zaniyah, esta última prestando suma atención a los movimientos de brazos de Omecíhuatl.

La Suprema Azteca alzó sus brazos a la altura de sus hombros. Cerró os ojos, y al volver a abrirlos al cabo de unos segundos, estos resplandecieron como dos soles esmeralda. El Quetzalcoatlus de Xochiquétzal, y ninguno de los otros diez que seguían su vuelo (incluyendo a Mechacoyotl, quien volaba con sus alas lumínicas con formas demoniacas), se detuvieron mientras que Omecíhuatl hacía de manifiesto su poder como Diosa Suprema.

De las manos de al Reina de los Dioses Aztecas emanaron invisibles hilos verdes que chocaron contra el aire, a más de diez kilómetros de distancia, lejanía necesaria para poder terminar su hechizo. Zaniyah notó, con los ojos entrecerrados, como aquellos hilos se interconectaban unos con otros para formar un entramado de figuras geométricas que se expandían por el espacio a una velocidad pasmosa. En cuestión de segundos, una colosal muralla de kilómetros de alto y varias millas de ancho se esparció por toda la región continental hasta alcanzar los bordes de los acantilados en los que culminaba el Reino de Aztlán. Los hilos restallaron con brillos verdes por todas las esquinas de los entramados, como estrellas esparcidas por cúmulos estelares.

¡¡¡Moyocoyatzin!!! —gritando a todo pulmón, su voz convertida en un sonido cósmico que resonó en toda Aztlán, la Suprema Azteca cerró las palmas de sus manos en severos puños y, de forma abrupta, estiró los brazos hacia ambos lados.

La gigantesca muralla de entramados esmeraldas resplandeció hasta dejar ciego a todos los jinetes, con excepción de la Suprema. Se oyó un ruido similar al de cien mil espejos partiéndose en millones de pedazos, y sin que nadie pudiera verlo más que la propia Omecíhuatl... el tejido del espacio fue desgarrado hasta abrir un monumental portal por el cual los Quetzalcoatlus atravesaron su umbral en cuestión de segundos. Y una vez pasaron al otro lado, el portal que rasgaba el tejido del espacio y hasta del tiempo mismo se cerró restaurando las piezas de cristal del cielo, como piezas de un rompecabezas, hasta sellarse por completo

El cegador brillo se apagó al cabo del minuto y medio. Los dioses fueron los primeros en abrir los ojos y apreciar, maravillados, el nuevo reino al cual acababan de llegar. Mechacoyotl redujo ligeramente su velocidad con tal de apreciar, a través de sus radares y otros filtros de su casco, las paradisiacas tierras de pirámides escalonadas, templos rectangulares, barrios extensísimos y otras zonas urbanas que están entremezcladas con la maleza el follaje, los bosques y las cascadas naturales, todos ellos naciendo de las gruesa raíces de un titánico árbol que se veía en la distancia.

Omecíhuatl volvió a sentarse en su montura. Se volvió, y vio a Zaniyah aún con los ojos cerrados. La tomó de los hombros y la acercó a ella para que pudiera apreciar también la ciudad.

—Abre los ojos, chiquita —gruñó la Suprema. Zaniyah los entreabrió, y la claridad del anaranjado cielo bañó sus irises. Al cabo de unos segundos los abrió por completo, y su inteligencia de mortal quedó totalmente anonadada ante la presencia de la gigantesca y mítica ciudad de la cual siempre escuchó en mitos... pero que ahora se esparcía frente a ella como una metrópolis.


El pelotón aerodinámico de Quetzalcoatlus comenzó su parsimonioso descenso hacia Tamoanchan. En su recorrido hacia abajo, los peatones de la paradisiaca ciudad (contándose entre ellos dioses comunes y mortales desde los primeros Olmecas hasta Huastecas) alzaron sus cabezas y apreciaron, con rostros de sorpresa confusa, al grupo de aves gigantescas planear por el firmamento de su metrópolis. Algunas de las deidades pudieron identificar a los Tezcatlipocas y a la Suprema Azteca; muchos siguieron con sus expresiones confusas, unos pocos se alegraron de su llegada, y varios se escandalizaron y se ocultaron dentro de sus casas, cerrando las puertas y los postigos.

Los Quetzalcoatlus planearon por el aire hasta arraigar a una gigantesca plaza rectangular en el centro de un concurrido barrio, poblado de Olmecas que miraron con asombro a llegada de los dioses de Aztlán. Las aves prehistóricas batieron sus alas contra el aire y, poco a poco, fueron bajando hasta aterrizar las garras de sus patas y de sus alas sobre el suelo adoquinado. La primera en descender fue Omecíhuatl, saltando de su montura hasta aterrizar de cuclillas. Seguida de ella vinieron Xochiquétzal (esta cargando en sus brazos a Zaniyah), Tepeyollotl, Huitzilopochtli, Malina, Mechacoyotl (este cayendo en una rodilla al suelo y generando un estruendo metálico) y los Centzones oscuros, estos últimos aterrizando con gran potencia y haciendo resonar sus huesos negros.

El silencio se perpetuó en todo el barrio concurrido. Todas las personas, mortales y dioses, se quedaron quitas de la impresión, el pavor y la admiración de estar viendo a la Suprema Azteca y a sus dioses en la plaza rectangular donde, usualmente, llevaban a cabo el Juego de la Pelota. Omecíhuatl caminó cruzando las piernas con gran estilo e imponencia monárquica hasta ponerse al borde de al escalinata. Allí, dioses y mortales de Tamoanchan quedaron totalmente en silencio. No uno solemne, sino uno de incertidumbre.

Debido a las sombras que producían los rayos del sol azteca, muchos pensaron que la Suprema tenía una cara de molestia por no haber sido recibida como era debido. Varios dioses y mortales hincaron una rodilla y bajaron la cabeza. Eso fue suficiente para hacer espabilar al resto del público, quienes la instante se arrodillaron en gesto profundamente devocional a ella. Omecíhuatl, quien definitivamente no tuvo una cara de molestia, sonrió con sagacidad e inclinó el cuerpo hacia atrás.

—¡MARIPOSA, MARIPOSA! —chilló en un canto divertido— ¡Muéstrate a mí y posa!

Y como si hubiese invocado un embrujo con su sola voz, a los cinco peldaños de la escalinata apareció un torbellino de escarcha anaranjada. El polvo adoptó la forma de mariposas de alas negras con relieves naranjas, y el tornado de mariposas se revolvió sobre el quinto escalón hasta hacer aparecer la figura de una deidad femenina, arrodillada y cabizbaja como el resto del publico. Detrás suyo se extendían alas de mariposa hechas de mariposas más pequeñas, lo que resaltaban su cuerpo esbelto y semidesnudo. Vestía con una delgada falda conectada a un cinturón de bronce esmaltado, guardabrazos y grebas hechas de piel de guepardo, un grueso gorjal de colores que cubría sus pechos y sus hombros, y un tocado rectangular con plumas rojas que ocultaba su melena de rizos marrones. Al alzar su cabeza le enseñó a Omecíhuatl su rostro completamente pintado de blanco.

—Itzapapálotl —dijo la Suprema Azteca sin borrar su sonrisa de su rostro—. Cuánto tiempo sin vernos las caras.

—Mi Señora de la Dualidad... —dijo la Diosa Mariposa, apretando los labios y mirando de reojo al publico de olmecas, huastecas y dioses náhuatl arrodillados en unión devocional— Sin duda, ha pasado varios siglos desde la última vez que vino a Tamoanchan. ¿Qué trae su divina presencia por esta ciudad... paradisiaca?

Zaniyah no pudo evitar fruncir el ceño; ¿por qué a sus oídos no sonaba muy convincente la manera en que la Diosa Mariposa le dio la bienvenida a Omecíhuatl y a todo su séquito? Peor aún, sonaba más nerviosa que gratamente sorprendida siquiera...

Itzapapálotl lanzó una distante y efímera mirada hacia el séquito de dioses que acompañaban a la Suprema. Al alcanzar a ver a Malina al lado de Huitzilopochtli, no pudo evitar ensanchar los ojos. Su sorpresa fue interrumpida por el gruñido pensativo de Omecíhuatl. Se volvió a verla y también volvió a su postura de arrodillada. La Suprema Azteca estiró un brazo hacia atrás e hizo un ademán con la mano. Xochiquétzal respondió a su mandato, agarrando de los cabellos a Zaniyah, para después forzarla a caminar con ella hasta la ella. Malina no pudo evitar fruncir el ceño por la manera en que la seguían tratando, y seguía viéndose a sí misma en su posición.

La Diosa del Deseo arrojó a Zaniyah al piso y la muchacha se raspó las rodillas y las manos. Con gran esfuerzo se reincorporó hasta estar erguida al lado de la Suprema.

—Verás, necesito que me lleves al Xochitlalpan lo antes posible —dijo Omecíhuatl, señalando con un ademán de brazo el enorme e imponente árbol en el horizonte urbano de la ciudad. Con su otro brazo rodeó los hombros de Zaniyah—. Pretendo mostrarle algo interesante a esta niña.

la Diosa Mariposa miró con desinterés a Zaniyah, no obstante esta última pudo ver a travées de su fachada. Estaba escandalizada por dentro. ¿Por qué? ¿Qué mierda pretendía mostrarle Omecíhuatl en el árbol de Tamoanchan?

—Como usted ordene, mi Señora de la Dualidad —replicó Itzapapálotl, haciendo un ademán afirmativo con la cabeza. Se puso de pie y extendió los brazos, estirando también sus alas hechas de mariposas pequeñas que revolotearon por el aire, generando arabescos de luz que magnificaron su voluptuoso cuerpo. Omecíhuatl les hizo un ademán con la cabeza a los Tezcatlipocas y de Mechacoyotl, y estos se acercaron trotando hasta ella, mientras que los Centzones de esqueletos oscuros marcharon cuales militares y comenzaron a bajar por el resto de las escalinatas—. En ese caso, permítame transportarlos... hasta el origen de nuestra historia.

Torbellinos de mariposas envolvieron los cuerpos de los dioses y del robot zorro. El estruendo de los cientos de aleteos resonó en toda la plaza, y cuando las mariposas se dispersaron hacia el cielo en bandadas desordenadas, los mortales y las deidades de las avenidas y aceras vieron que ya el grupo de Omecíhuatl no se encontraba en la plaza.

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Minute: 1:31 - 7-57

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Itzapapálotl, Omecíhuatl y el resto del grupo de deidades aztecas aparecieron en el interior de un zaguán largo, parecido a un túnel en el que sus paredes estaban hechas de roble, arce y otras maderas que Zaniyah desconocía. El decoro de los delineados y los relieves en las paredes frondosas era majestuosa, y dentro de los surcos aparecieron brillos verdes que comenzaron a indicar el camino.

—Pretende ir hacia el Lago de los Recuerdos, ¿no es así? —inquirió la Diosa Mariposa, la voz dócil, las alas retrayéndose hasta que sus mariposas se separaron y se desvanecieron. De dentro de cápsulas que estaban incrustadas en las paredes emergieron humanoides hechos de ramas y raíces, todos ellos teniendo apariencias y siluetas de hombres y mujeres. Un séquito de cinco de ellos se colocó al lado de ella.

—¡En efecto! —exclamó Omecíhuatl. Miró de soslayo a los Tezcatlipocas y les guiñó el ojo— Iremos solo ella y yo. Ah, ah. Ustedes vienen con nosotras también —le palmeó los hombros a Zaniyah. Alzó un brazo justo cuando Tepeyollotl, Xohiquétzal y Mechacoyotl se dispusieron a irse por un pasillo lateral al zaguán. Huitzilopochtli y Malina se detuvieron, siendo agarrados por sorpresa por la orden de la Suprema.

—¿Puedo preguntar por qué? —preguntó el Dios de la Guerra, extrañado. Miró de reojo a Malina, y su hermana le dedicó una mirada igual de confusa, pero a al vez escandalizada, como si creyera lo que iba a suceder.

—Solo por mostrar modestia —Omecíhuatl les sonrió con despreocupe—. Vamos, Itza. Guíanos hasta el lago.

La Diosa Mariposa afirmó haciendo una reverencia. Giró sobre sus talones desnudos, y comenzó a caminar por el pasillo frontal, siendo acompañada por los hombres-árboles.

El recorrido fue bastante lento y pesaroso para Zaniyah. Caminaron por interminables pasillos que interconectaban salas de estar, todas ellas pobladas por varios de estos hombres-árboles pero también por los Centzones de la Diosa Mariposa, vistiendo estos con armaduras de escamas con relieves de mariposas y alas en sus placas. Los exuberantes olores de plantas de cada estancia, atiborradas de decoraciones de flores, follaje de junglas y estatuas hechas de madera, dejó maravillada a la muchacha azteca, pero también la dejó con aires de desconfianza por como este lugar se veía demasiado bonito como para que anda malo ocurriera aquí.

Y Malina compartía el mismo sentimiento que ella, tanto así que en el camino no paró de intercambiar miradas con su hermano. Huitzilopochtli, temiendo porque Mechacoyotl se les hubiera chivado a Omecíhuatl y por eso el motivo de por qué ella les ordenó que los acompañara, se mantuvo alerta en todo momento.

Luego de casi dos minutos de recorridos por galerías de biosferas de junglas y selvas, el grupo guiado por la Diosa Mariposa arraigo al lugar destinado. La estancia era circular y de proporciones colosales, con sus paredes inundadas de raíces que, si uno entrecerraba el ojo, veía figuras de los dioses aztecas más importantes formándose a través de sus lianas y hojas. En el centro del cuarto había una enorme piscina, vadeada por una circunferencia de mosaicos geométricos que hacían destilar la belleza de su estilo arquitectónico. Los hombres-árboles caminaron por el rellano y se colocaron en las esquinas, entrando en su modo centinelas.

—Por aquí —indicó Itzapapálotl, colocándose en un lugar selecto del borde de la piscina donde había un altar rectangular. Omecíhuatl, Zaniyah, Malina y Huitzilopochtli caminaron hasta ella, la segunda mirando de reojo las aguas cristalinas y celestes de la piscina, maravillándose con la escarcha fosforescente hacía brillar el fondo de esta.

—Ven, chica —dijo Omecíhuatl, tomando a Zaniyah de los hombros y haciendo que se acerque al altar. La hija de Uitstli se colocó en el centro de esta, justo donde se estiraba un brazo del alta que daba a la piscina. Dentro de los surcos de este corría agua que terminaba chorreando dentro del lago—. El funcionamiento sigue siendo el mismo, ¿a que si?

Itzapapálotl apretó los labios y se quedó muda solo por dos segundos. Lapso valioso en el que tanto Zaniyah como Malina pudieron ver las preocupaciones en la Diosa Mariposa.

—En efecto, mi señora... —farfulló ella— Un tributo de sangre al altar, y las memorias bloqueadas de quien ofrezca su ser se revelaran ante su usuario.

Zaniyah frunció el ceño y su corazón se aceleró más de lo que ya estaba. ¿Memorias bloqueadas? ¿A qué se refiere con eso? ¿Acaso...?

Su distracción no le hizo caer en cuenta de que estaba sangrando por su palma derecha. Dio un gritito de dolor, y se dio cuenta también que Omecíhuatl estaba agarrándola por la muñeca, y que fue ella quien le cortó la mano con una de sus uñas postizas.

—Ya, ya, no te pongas a chillar —espetó la Suprema, mientras ella, Zaniyah, Malina y Huitzilopochtli veían como la sangre goteaba a chorros dentro de las aguas corrientes del altar. El color de las aguas comenzó a cambiar de forma errática, pasando de un celeste a bermellón, y de un bermellón a un púrpura apagado, parpadeando como si fuera una bola de discoteca—. Y mejor mira lo que el lago te va a mostrar.

Huitzilopochtli frunció el ceño y giró la cabeza hacia atrás. Sus refinados oídos alcanzaron a escuchar, más allá de las cuatro paredes de esta estancia, el tañido de disparos chocando contra paredes metálicas, así como el silbido de espadas destruyendo a varios centinelas de madera. El Dios de la guerra observó a Malina, le tocó el hombro, y con su sola mirada preocupada le comunicó que tenía que ir a investigar. La Diosa Hechicera asintió con la cabeza, y Huitzilopochtli partió de la sala a espaldas de Omecíhuatl.

La orquesta de colores de la piscina hipnotizó a Zaniyah y a Malina por igual. Los sonidos mágicos que producían eran similares a los de una sierra cortando a través de la madera. Las aguas movedizas perdieron su movilidad y se quedaron quietas. La propiedad cristalina del agua hizo que los colores chillones comenzaran a entremezclarse orgánicamente, formando así figuras de personas y de un paisaje, convirtiéndose lentamente en una escena de película en primera persona...

Zaniyah ensanchó los ojos y su corazón dio un vuelco dramático. Reconoció vagamente escenario: era una larga pasarela de una sala real, y a través de ellas caminaba un rey de exótico atuendo similar al de un Huey Tlatoani, junto a una reina que vestía esplendorosamente con un vestido de plumas verde, marrón y rojo. Alrededor de ellos se encontraban sirvientes, soldados y guardias, muchos de ellos hincados de rodillas, mientras que las mujeres sirvientes les arrojaba flores en su recorrido. Era este... ¿su pasado?

Lo peor de todo es que reconoció la lengua en la que estaban hablando. De forma inteligible, pero reconocía muchas palabras y oraciones que el rey le estaba diciendo directamente. Era lengua zapoteca. ¿Acaso fue ella una princesa de los zapotecas...? Pero.. ¿No se supone que sus padres habían sido valientes militares aztecas, como le dijo Uitstli?

—Damas y caballeros... —exclamó el Rey de los Zapotecas una vez llegaron al trono. Agarró a la Zaniyah de diez años de su regazo y la alzó por encima de sus brazos— Proclamo a mi hija de diez años Xilabela... ¡Cómo la heredera de mi trono!

<<¿Xi... Xilabela...?>> Pensó la Zaniyah del presente, los ojos ensanchados, su corazón en su garganta queriendo salirse de su cuerpo por tanta información que estaba recopilando. Malinaxochitl dio varios pasos hacia atrás, sin dar crédito a la macabra escena que se estaba suscitando ante ella. Un nuevo tipo de manipulación del que jamás antes había visto en la Suprema que estaba haciendo que le ardiera la sangre por dentro de la cólera divina.

Las visiones de los recuerdos del lago cambiaron su tono. La alegría de la escena del patrimonio de Zaniyah cambió abruptamente a una de batalla... no, mejor dicho, era la de una masacre. Una matanza indiscriminada hacia su gente, siendo perpetrada no por otro que los mismísimos aztecas, el mismo pueblo que ella tuvo que aceptar como su familia por influencia de Uitstli. El aliento de Zaniyah le hizo cerrar la garganta del horror máximo de ver a los hombres, mujeres y niños siendo brutalizados. Trató de cerrar los ojos, pero Omecíhuatl le agarró la cara y la forzó a seguir viendo.

El pavor llegó a su punto más álgido llegó cuando los recuerdos le hicieron ver que, quien lideraba al salvaje ejército mexica eran Uitstli y Tzilacatzin, quienes marchaban por el camino principal de la ciudad liderando a un nutrido grupo de soldados jaguares.

Mientras tanto, dentro de las instalaciones contiguas al Lago de los Recuerdos, Huitzilopochtli quedó sin aliento al ver como Xochiquétzal, Tepeyollotl y Mechacoyotl estaban destruyendo a los hombres-árboles y matando a diestra y siniestra a los Centzones, mutilándolos de las peores formas posibles y manchando a propósito las paredes con sangre. Algunos Centzones trataron de contraatacar cuerpo a cuerpo o disparando plasma a través de ametralladoras hechas de madera, pero no fueron rivales para los Tezcatlipocas. El rastro de destrucción y masacre se estaba expandiendo por todo el árbol de Tamoanchan, manchando la pureza del mismo y despojándolo de su propiedad como paraíso terrenal. Confusión, tristeza e ira poblaron la mente de Huitzilopochtli. ¡¿Pero qué demonios estaba pasando?!

Huitzilopochtli no pudo evitar sentir asco por dentro. Su cara se dibujo con una mueca de horror. Se ocultó detrás de una pared de raíces para no ser visto por Mechacoyotl, este último asesinando a dos Centzones de sendos espadazos y cortando sus cuerpos en dos. Su espalda chocó contra una compuerta secreta de la pared de lianas. Huitzilopochtli se dio la vuelta, y abrió la compuerta para ver lo que había dentro del pequeño compartimiento...

Era el cuerpo lleno de cortes y desangrado de Itzapapálotl.

—Huitzi.... —farfulló la Diosa Mariposa, la sangre manando de sus labios en feas burbujas.

—¡¿Itza?! —exclamó Huitzilopochtli, removiendo las raíces con manotazos para coger a la diosa por los brazos y apoyarlos sobre sus hombros. La ayudó a reincorporarse. La Diosa Mariposa gruñó entre dientes y sollozó del dolor— ¡¿Pero qué está sucediendo en este lugar?!

—Ome... Omecíhuatl... —farfulló Itza, los ojos cerrados, las lágrimas cayendo por sus labios. Huitzilopochtli la llevó por los pasillos donde más había inundación de cadáveres de Centzones y cuerpos demolidos de los hombres-árboles— Ella... hizo esto...

—¡¿Qué más pretende hacer?!

—La niña.... —la Diosa Mariposa borbotó sangre que detuvo brevemente la marcha por el pasillo frondoso. El Dios de la Guerra la agarró firmemente y remprendió la marcha cargando a la moribunda diosa sobre sus hombros— Ome... le va a... a mostrar...

No pudo terminar su decir, pues perdió la conciencia. Huitzilopochtli apretó los dientes y trotó lo más rápido posible por el camino de regreso al Lago de los Recuerdos.

En el Lago de Recuerdos, Zaniyah sintió como su mundo se caía a pedazos. El sistema de memorias y creencias que tuvo en hincapié por toda su vida fue destruido cuando el lago le mostró, sin prudencia alguna, como el ejército azteca capturaba y esclavizaba a los zapotecas, incluido a sus reyes. Su verdadero padre la ocultó en un compartimento de la sala real, y él se sacrificó por ella al revelar su posición y permitir que los aztecas lo apalearan hasta dejarlo casi muerto. Xilabela quiso chillar, pero solo pudo sollozar en silencio.

Y la cadena de recuerdos culminó con su yo de diez años... siendo aplastada por los escombros.

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https://youtu.be/O_T_lqPZLac

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Las formas de la superficie del lago se deshicieron con un sonido chapoteante. Los colores perdieron las figuras y el movimiento de la escena pasó a convertirse en irregulares formaciones de colores parpadeantes que, al cabo de unos segundos, detuvo su titilar para convertirse en el etéreo y eterno celeste centellante. Omecíhuatl sonrió de la satisfacción de ver el semblante catatónico de Zaniyah; con los ojos ensanchados y la boca semiabierta, no parecía reaccionar a los jalones de brazo que le hizo.

—¡Mia tu esto! —exclamó Omecíhuatl, divertida, como si se lo estuviese pasando en grande... cosa que así era. Empujó a Zaniyah, y esta cayó de rodillas al suelo, sin reaccionar de ningún modo, ni siquiera con la mirada. Estaba petrificada de forma absoluta— ¡Pero que embarazoso es esto! Dijiste que querías a tu familia, incluso si no eran de sangre, ¡pero resultaron ellos ser los que asesinaron a tu verdadera familia! ¡JAMÁS HE PERPERADO UNA HUMILLACIÓN TAN BASTARDA COMO ESTA! —su grito rezongó en toda la estancia, como un eco de la muerte espiritual para la pobre Miquini, quien permaneció arrodillada con las piernas dobladas hacia atrás,

Malinaxochitl no pudo soportar la desidia y la rabia interna de haber visto semejante tortura mental llevada a cabo por la Suprema Azteca. Trató de tranquilizarse haciendo ejercicio de respiración, pero entre ver el rostro indiferente de Zaniyah, la sonrisa socarrona de Omecíhautl, y el rostro espantado de la Diosa Mariposa, Malina no pudo seguir conteniéndose.

—Venga, Itza —dijo Omecíhuatl, ignorando a Malina y dándole la espalda para volverse hacia la Diosa Mariposa... la cual su cuerpo empezó a disiparse en humo sin que ella se diera cuenta— ¡Tráele una psiquiatra a la pobre Miquini esta!

Malina apretó un puño y este se envolvió de fuego incandescente. Empuñó su garrote de púas con ambas manos y se abalanzó hacia Omecíhuatl pegando un desgarrador grito de guerra. Arremetió contra la Suprema de un garrotazo directo a su cabeza... Y lo próxim que se escuchó fue un chasquido explosivo similar al del disparo de una bala.

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https://youtu.be/qYnQkEzAt4o

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|◁ II ▷|

El choque del garrote generó una cortina de humo que cubrió buena parte de la estancia. Se escuchó un suave soplido reverberar en el rellano, y el denso humo se deshizo en un abrir y cerrar de ojos... enseñando a Omecíhuatl bloqueando el ataque de Malina agarrando con su mano desnuda el garrote. Los dientes y colmillos de Malina chirriaron entre sí, y la Suprema Azteca le dedicó una sádica sonrisa de confianzuda.

—Movimiento super pendejo, mocosa —siseó, expulsando una densa vaharada.

Malina intentó arremeter de nuevo, esta vez con una patada. Omecíhuatl la esquivó sin esfuerzo alguno, y empujó a la Diosa Hechicera con un empujón gravitacional de su mano. Malina rodó por el suelo y se detuvo enterrando las púas de su garrote en el piso, destruyendo el pavimento. Trato de impulsarse de nuevo hacia ella, pero justo en frente de ella apareció Xochiquétzal, dando un giro en el aire y propinándole una severa patada en la nuca que la envió al piso. Malina quedó enterrada dentro de una hendidura, con la Diosa del Deseo aplastando su espalda con un pie desnudo. A pesar de estar siendo aplastada en un agujero, Malina alcanzó a ver, por el rabillo del ojo, como el cuerpo de la Diosa Mariposa se desvanecía en humo anaranjado.

—No solo eres una pendeja con todas las letras —gruñó Omecíhuatl, caminando lentamente hacia Malina con sus caderas inclinadas hacia delante—, sino que mostraste una genuina ingenuidad aquí al pensar que yo no me daría de tus intenciones y las de Huitzilopochtli... desde mucho, mucho antes. Mijita... ponle el pie en el cráneo.

Xochiquétzal contestó a su mandato, y presionó la cabeza de Malina contra el suelo. Malina apretó los labios para no saborear el concreto. Sintió los huesos de su cabeza crujir. Omecíhuatl se inclinó hacia abajo, acercando su rostro al enterrado de Malina.

—Cómo eres así de estúpida como para pensar en una repercusión como esta, entonces te daré un castigo como tal —se reincorporó y agitó un brazo hacia ella— ¡POR TENER UN CEREBRO TAN RIDÍCULO COMO EL TUYO!

En ese instante se oyeron pisadas, y nutridos grupos de Centzones con sus armaduras destrozadas entraron en la estancia en una hilera india, siendo guiados por Tepeyollotl y Mechacoyotl. La hilera de Centzones rendidos se dispuso en frente de la estancia, y uno a uno se arrodillaron a tiempo que el dios y el robot caminaban cerca de ellos.

—¿Y dónde esta la verdadera Itza? —inquirió Omecíhutl, mirando a sus subordinados con el ceño fruncido.

—Viene en camino de la mano de Huitzilopochtli —indicó Tepeyollotl al tiempo que obligaba a uno de los Centzones a arrodillarse, aplastándole uno de los hombros de un manotazo.

—Oh pues mira, ni le he dicho sobre esto, ¡y aún así me hace el chingado favor! —la Suprema Azteca estiró los brazos en gesto triunfal— ¿Esos son todos?

Sí, son todos —respondió Mechacoyotl.

—Muy bien —Omecíhuatl hizo un ademán de mano desinteresado—. Ejecútenlos.

Mechacoyotl asintió con la cabeza. Tepeyollotl se hizo a un lado. El robot zorro convirtió una de sus manos en un cañón y lo apuntó a la cabeza de uno de los Centzones. Y entonces, de un disparo de plasma, le explotó la cabeza no solo de aquel guardia, sino al resto de los Centzones que seguían después de él. Los cuerpos dantescamente cercenados cayeron bocarriba, y empezaron a formar un charco de sangre por toda la estancia.

Hubo movimiento en uno de los umbrales. Huitzilopochtli emergió de la entrada cargando con el cuerpo moribundo de Itzapapálotl sobre sus hombros. Tepeyollotl y Mechacoyotl lo miraron con desaprobación, mientras que Omecíhuatl lo vio con una sonrisa divertida. El Dios de la Guerra dejó a la inconsciente Diosa Mariposa en el suelo, para después aproximarse a trote rápido hacia la Suprema Azteca.

—¡¿De qué carajos... SE TRATA ESTO?! —maldijo Huitzilopochtli, su airada voz haciendo retemblar las paredes de la estancia.

—Se llama "destapar el complot antes de tiempo" —le dijo Omecíhuatl como si fuera una broma. No hubo respuesta de Huitzilopochtli más que su mirada estupefacta, rabiosa y aterrada—. A ver, mira, entiendo que quizás tú no hicieses parte de esto, y probablemente no lo supieras, pero tu hermana aquí... —señaló a la comprimida Malina enterrada en el piso por Xochiquétzal. Huitzilopochtli la miró de reojo, los ojos ensanchados— me atacó a quemarropa luego de terminar con el pedido que le hice a Itza... ¡Y eso, para mí, es un intento de complot contra la autoridad divina!

El Dios de la Guerra frunció el ceño, la confusión adentrándose en su psique ahora. Miró de reojo a la estática Zaniyah; seguía en la misma posición de arrodillada y con la perturbada mirada perdida en el infinito. Recibió un gentil golpe de mano en uno de sus pectorales.

—Oye, ¿y qué tal un "gracias"? —susurró ella. El Dios de la Guerra se la quedó viendo raro— A ver, se que soy de las que hace favores cuando nadie más se lo pide, y esto quizás te parezca la casa de los locos, ¿pero qué tal si me das las chingadas perras gracias? Para que veas lo razonable y ahorradora —señaló a la traumada Zaniyah—. ¿La zorrita de Uitslti? La acabó de mostrar el secreto más profundo y negro de su memoria, y con ello desmotivaré lo suficiente a Uitstli para que no combata en el Torneo del Ragnarök —se acercó a su oído y le masculló—. ¡Con eso te ahorro energías de pelea!

<<No...>> Pensó Huitzilopochtli, frunciendo el ceño y quedándose boquiabierto. <<Esta no es la manera de ganar...>>

—¿Y tu hermana, aquí? —Omecíhuatl indicó a Malina con un ademán de cabeza— Se cree tan perra como para atacarme, ¡y mira que no la he matado todavía! —señaló a Huitzilopochtli por un dedo— Por ti. Porque aun te necesito en mi gobierno, aunque no lo creas, ¡y es por eso que te libré de un peso muerto porque ahora Uitstli y su grupo vendrá aquí, mis Tezcatlipocas los masacraran, y tú no tendrás que pelear! Así que... —Omecíhuatl se llevó las manos a la espalda y contoneó las caderas— ¿qué tal un "gracias"?

Un torbellino de pensamientos nocivos destruían la mente de Huitzilopochtli. Su corazón empezó a emitir tic tacs de reloj, contando el tiempo que le quedaba antes de explotar en la cólera más absoluta. El Dios de la Guerra se restringió a sí mismo como pudo; no podía arriesgar su vida, la de su hermana... y mucho menos la de al hija de su enemigo.

—¡Dile a tu hija... que quite su pie de encima! —masculló, y de la rabia salió saliva que mojó su mentón.

—Como no, Huitzi —contestó Omecíhuatl, reticente a no hacer o que dijo y en cambio acercarse a su rostro y mirarlo a los ojos con malicia descarada—. Pero primero... mis gracias.

El Dios de la Guerra bajó la cabeza por unos segundos, y el reloj de su corazón volvió a palpitar. Arrugó la nariz y la frente, apretó los puchos y se mordió tan fuerte los labios que se sacó sangre.

—Gracias...

—¿Mande? —Omecíhuatl puso su mano sobre su oído.

—Gracias... —Huitilopochtli cerró los ojos y reprimió una arcada de furia.

—Espera, deja me saque la cera —la Suprema se metió un dedo al oído e hizo como que se sacara algo de allí—. Ahora sí, ¿cómo fue? ¿"Gracias, mi señora por..."?

—Gracias, mi señora, por ser tan compasiva...

La Diosa Suprema sonrió de oreja a oreja, y de lo más profundo de su garganta salieron una serie de risotadas malévolas que resonaron en toda la habitación. Para este punto, el suelo ya estaba totalmente inundado por la sangre de los más de diez cuerpos de los Centzones decapitados. Justo en ese momento Xochiquétzal le quitó el pie de encima a Malina, y Huitzilopochtli se abalanzó hacia ella para ayudarla a salir del hueco.

—Que sepas, Huitzi, que esto no te exime de mi cólera —exclamó Omecíhuatl, con su hija, Tepeyollotl y Mechacoyotl de pie a cada lado suyo. Su semblante se ensombreció y se endureció—. A partir de ahora estás hundido en el mayor lodazal de mierda del que pudiste meterte. Y si quieres ganarte mi confianza de nuevo, para que ella no esté en peligro... —ladeó la cabeza y se relamió los labios— entonces obedéceme, sin rechistar, y sin preguntar... —agitó los brazos hacia delante en gesto triunfal y volvió a sonreír— ¡VAMONOS!

La Suprema Azteca se volvió sobre sus pasos y salió de la estancia junto con sus secuaces, dejando en el macabro y sangriento escenario a una Zaniyah con la cabeza doblada hacia un lado y la mirada por la que se podía ver su socavada alma, el cuerpo moribundo e inerte de Itzapapálotl, y un Huitzilopochtli abrazando a una muy malherida Malina que estuvo a punto de caer en la inconsciencia también.

El Dios de la guerra arrojó una melancólica y culpable mirada a la hija de Uitstli. Apretó los labios, y la tristeza afloró en su trágico corazón. Espiró y exhaló hondo, y solo pudo concebir un pensamiento: 

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https://youtu.be/boJTHa_8ApM

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