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Cocoliztli Neltiliztli (Ajachi 1)

EL DOLOR DE LA VERDAD (Parte 1)

https://youtu.be/oc65Wo5w6sU

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https://youtu.be/hjpF8ukSrvk

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Mecapatli. Cuatro días después del atentado de Mechacoyotl.

18 días para el Torneo del Ragnarök.

Los nuevos daños ocasionados por el ahora archivado Mechacoyotl fueron incluso más notorios y desastrosos que su bomba atómica; estos eran agravios que directamente ni William Germain podía reparar con su magia arcana.

En las noticias de TV Azteca se corrió como la pólvora el trágico evento protagonizado en Mecapatli, y todas las Regiones Autónomas se consolidaron en una cofradía funeraria hacia los aztecas de esta región. Las ayudas humanitarias de la Multinacional tomaron cartas en el asunto, reaccionando igual de rápido que durante la bomba atómica de Cuahuahuitzin. Y si bien Wlliam Germain estaba asistiendo al personal médico facilitando la sanación de los daños colaterales de los civiles, el Presidente Sindical no lo sentía igual a cuando reparó Cuahuahuitzin. 

No sabía explicarlo, pero se sentía que les acababa de fallar a Uitstli como Legendarium, al grupo como su protector y mecenas y a los aztecas en general como este "salvador" al cual se le había adjudicado el título en los periódicos luego de su hazaña en Cuahuahuitzin. 

El Presidente Sindical anadeó por el campamento seguido por un nutrido grupo de Pretorianos. A medida que avanzaba por los senderos de personal médico, de pacientes y de camillas dispuestos a lo largo de la carretera que vadeaba la avenida misma donde ocurrieron los hechos, William no pudo evitar sentir las miradas prejuiciosas de los aztecas, muy seguramente señalándolo en silencio como el culpable de no haber podido evitar la tragedia. EL Presidente Sindical ignoró como pudo todas estas acusaciones a miradas gordas, sin poder evitar el peso en su pecho.

El Ilustrata arraigó al final de la carretera, esta conectando con otra plaza cuadrangular contigua a la de los destrozos. William se puso de pie al lado de Publio Cornelio, Tesla y un erguido Eurineftos, con una mano sobre el pecho aún abierto por el agujero que le abrieron hace dos días. Al haber recibido un ataque de carácter divino, su capacidad de regeneración se había ralentizado considerablemente. 

—¿Todavía sigue el funeral? —preguntó William, la voz baja. 

—Los rituales aztecas duran por días —respondió Cornelio; tenía una venda en su ojo derecho y en su mejilla—. Y más si se tratan de funcionarios o aristócratas.

—O en este caso... la muerte de un amigo —murmuró Tesla, el mentón apoyado sobre la palma de su mano izquierda.

La noche arropaba a toda Mecapatli con sus auroras rojas oscuras y el eclipse juzgando a todos los damnificados de la calamidad. La luz de varias fogatas combatía aquella mantarraya de penas con sus tenues resplandores. Los ojos de los Ilustratas y la franja de Eurineftos observaban atentamente el ritual funerario. A diferencia de la vez anterior en Cuahuahuitzin, ellos tuvieron esta vez la oportunidad de presenciar un funeral azteca llevándose a cabo por más de cuatro días... y ahora llegando a su fin.

Por toda la plaza adoquinada se izaban grandes postes de madera de las cuales danzaban flamas en su puntas superiores. Por el suelo se regaban flores de todo tipo, muchas de ellas conglomeradas alrededor de las tumbas de madera de distintos muertos que no pudieron ser salvados a tiempo. En los tres días anteriores se habían hecho actividades de tributo a los muertos: desde danzas para conmemorar el recorrido de sus almas al Mictlantecuhtli, hasta la ofrenda de los objetos personales del difunto seguido por la sangre de los seres queridos en vasos de bronce, como rendía la tradición inspirada en Xilonen. Otros ataviaban a sus muertos con las mejores ropas que tuvo en vida, y les ponía una piedra chalchihuite en la boca en simbología al corazón. Muchas veces se les rendía tributo en pesarosos silencios.

Los Manahui Tepitliztli se reunían alrededor de la tumba abierta de Yaotecatl. Uitstli, Randgriz y Yaocihuatl estaban en la parte más trasera de la fila; Tepatiliztli estaba delante de ellos, junto a un ya recuperado Tecualli; Zinac, también sanado de sus heridas, estaba de penúltimo en la fila, observando con la mirada catatónica el cuerpo ataviado de Yaotecatl, los ojos rojos de tanto haber llorado su muerte en silencio. Xolopitli era de los únicos que tenía el rostro ensombrecido y cabizbajo, la tragedia nublando su cara y haciendo imposible si lloraba con lágrimas o en silencio.

Xipe Tócih estaba de pie frente al sarcófago de Yaotecatl; resaltaba gracias a su enorme altura y su mirada compasiva hacia el Mapache Pistolero y el resto de los taciturnos Manahui.

—Se supone que eres la Diosa de la Vida —farfulló Xolopitli, pasándose una mano por la nariz y resoplando la mucosidad de sus fosas—. ¿No puedes traer los muertos a la vida?

—¿Y qué sentido tendría eso? —dijo Xipe Tócih, y su pregunta le canjeó la mirada de interés de Uitslti, Randgriz, Yaocihuatl y Tepatiliztli— Nuestra cultura nos ha hecho ver que la muerte no es más que una transformación, un paso hacia la otra vida más allá del Mictlán. Soy la Diosa de la Vida... —Xipe bajó una gentil mano hacia el cuerpo ataviado de Yaotecatl, y le acarició con dulzura su mejilla y su parche— porque aprendí a apreciar la vida antes que celebrar vanamente la muerte.

El silencio gobernó el ambiente por unos cuantos segundos. Xipe alejó su mano y la entrelazó con la otra sobre sus abdominales. Se quedó viendo al cabizbajo Xolopitli.

—¿Unas últimas palabras?

El nahual mapache asintió con la cabeza. Se quito el sombrero que portaba al momento y lo colocó sobre el pecho del inerte Yaotecatl. Se lo devolvió a su dueño.

—Voy a permanecer vivo hasta ver a Uitstli en el Torneo del Ragnarök, amigo... —sus garras se tensaron y chirriaron sobre la madera de la tumba. Hizo el titánico esfuerzo por no llorar de nuevo— Tal como te lo prometí. 

Se apartó retrocediendo cinco pasos. Le dirigió una mirada a Xipe Tócih y le asintió con la cabeza. La Diosa de la Vida cerró suavemente las compuertas de la tumba, y después paseó una epicúrea mano por la superficie de madera, dibujando sobre ella una serie de entramados que, a los pocos segundos, empezaron a resplandecer de un color rojo carmesí.

La Diosa de la Vida corrió sus manos por la madera hasta llegar al centro del sarcófago. Allí unió sus palmas, para después separarlas y emanar de entre ellas una esfera escarlata refulgente. 

Las llamas danzarinas de los altos postes se agitaron con fuerza, pasando de naranja a rojo. En el resto de tumbas había también entramados sobre sus superficies de madera, y estas comenzaron a brillar igualmente. De la superficie del resto de sarcófagos emergieron esferas carmesíes igual a la de Yaotecatl, cada una elevándose cinco metros en el aire e incrementando de a poco sus tamaños. Los aztecas observaron, fascinados, como las almas de sus familiares muertos eran manipulados por la Diosa de la Vida para facilitares su viaje hacia el Mictlán; ver un acto tan maravilloso, y tan divino, hizo que muchos rompieran en llanto y cayeran de rodillas al suelo.

Los Manahui permanecieron estables, a pesar de que la abadía a la melancolía los destrozaba por dentro. Todos bajaron sus cabezas en gesto de rezar. Uitstli y Tecualli se preocuparon en gran medida por Zinac y Xolopitli: el primero miraba hacia abajo y desviaba al mirada, presto a no virar la vista y que vieran como intentaba no sollozar. Xoloptili, en cambio, observaba fijamente la esfera escarlata y no perdía ningún detalle en su polvo o en su luz. El hecho de estar viendo el alma de Yaotecatl, tan inmutable y etérea, le hacía soltar unas cuantas lágrimas sin tener que soportar el sollozo. Ya lloraba en silencio.

—"Oh, Diosa de mi Vida..." —comenzó a rezar XIpe Tócih, las manos en alto, los ojos cerrados. En la distancia William, Tesla, Cornelio y Eurineftos veían con gran fascinación todas las esferas carmesíes que representaban la manifestación física de las almas de los muertos. Como faros que iluminan un vasto océano negro, aquellas representaciones del más puro elemento ritualista azteca dejó sin aliento ni pensamiento a los Ilustratas y al Metallion— "Diosa de la Vida de estos compatriotas difuntos, libéralos con el siseo de la serpiente de fuego. Que florezcan en nueva vida, como la tierna planta de maíz de tu hija Xilonen. Semejante a un piedra preciosa, que brillen en la reencarnación. Oh, fructificados, dales la vida etena y pacifica como maíces en el Tamoanchan" —Xipe Tócih apretó los labios, bajó la cabeza, y alzó dos dedos de cada mano hacia arriba— Icotl.

—Icotl —replicaron los Manahui al mismo tiempo, el pesar raspando sus voces,

—Icotl —murmuraron los aztecas de los alrededores, la tragedia igual de pesarosa que los del grupo.

Al comando de los dedos alzados de Xipe, las almas de los difuntos vibraron primero, para después comenzar lentamente un ascenso hacia el cielo. Los aztecas vivos los vieron partir, unos en silencio solemne, otros extendiendo un brazo fútil con el cual alcanzarlos. Llegados a los quince metros de alto, las esferas escarlatas hicieron un breve parón, solo para impulsarse aceleradamente hacia el firmamento ennegrecido cual balas de francotirador. Las esferas se desvanecieron en las auroras rojas, dejando atrás a sus familiares destrozados emocional y mentalmente.

Zinac se mordió el labio inferior y soportó la urgencia de querer irse a otra parte; estando en una ceremonia funeraria, su respeto al ritual era más fuerte que su capricho. Tepatiliztli se le acercó por detrás y lo tomó de un brazo. Sorprendido, Zinac la miró de reojo, pero ella permaneció quieta, con su cabeza apoyándola sobre su hombro. El nahual quiróptero cerró los ojos y asintió con la cabeza.

Xipe Tócih bajó los brazos y abrió sus ojos. El dorado resplandeciente de sus irises se fijó en Xolopitli. El nahual mapache abrió los ojos también y liberó un suspiro fatigado. 

—¿Cómo te sientes? —inquirió ella.

Xolopitli no respondió de inmediato. Se tomó un efímero tiempo para repensar sus palabras en el mar de dolores internos de su mente.

—Estoy bien —se limitó a decir. 

Xipe Tócih miró de reojo al resto de los Manahui. Al igual que ella, ellos también observaban a Xolopitli con cierto grado de preocupación, en especial Tecualli.

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|◁ II ▷|

Aztlán

Celdas del Palacio de Omeyocán

¿Cuánto tiempo llevaba encerrada en este calabazo olvidado de Dios? ¿Días? ¿Semanas? Zaniyah no sabría decirlo de todo... por culpa de la constante y estruendosa canción feliz que hacía vibrar las paredes de piedra y perturbar sus sueños cada vez que intentaba descansar. 

No sabía exactamente de donde provenía; ¿venía de arriba, en el techo? ¿O venía de alguno de los laterales de las paredes? No lo sabía con certeza. La única cosa que sabía era que la canción se reproducía eternamente, repitiéndose tantas veces que los oídos de Zaniyah ya no podían soportar más esa maldita perra canción y su mente no podía concebir las incontables veces que ha sonado ya. La hartera mental de su cerebro ya no concebía la letra, ni el ritmo, ni siquiera la felicidad acida de la música. Ahora era ruido. Puro e insoportable ruido que perforaba sus tímpanos y perturbaba su cuerpo en un todo.

En su lento pero seguro descenso al delirio mental, Zaniyah pensó en muchas cosas y en ninguna al mismo tiempo. Pensó en como sus captores le habían puesto esta canción en forma de tortura como una burla hacia su persona, hacia su familia, y en como esta humillación les hacía ver que este desafío no iba a ser tan fácil como ellos pensaban que sería. Pensó en el humor negro que los dioses, aquellos a quienes tanto había adorado desde su más tierna infancia, hacían a su ahora extinta devoción hacia ellos. Pensó en como querían hacerle este tedioso desglose mental usando su propia felicidad como arma, obligándola a hartarse de sí misma y abandonar todo atisbo de inocencia que le quedaba. Y lo estaban logrando.

Ya que no era solamente la música a todo volumen, sino también el trato físico de sus carceleros. Todas las mañanas, tardes y noches venía un Tezcatlipoca o incluso el propio Mechacoyotl para proveerla con comida de la forma más desgraciada e irrespetuosa posible. Xochiquétal le proporcionaba las empanadas de carne tirándole el plato al suelo, para después aplastar las empanadas de fuertes pisotones hasta solo dejar gachas. Tepeyollotl la obligaba a perseguir la bandeja por todo el reducido espacio; empleaba su magia de gravedad para alejar los platos, haciendo que la comida se riegue por todos lados hasta desperdiciarla casi por completo. Mechacoyotl era quién más le daba castigo físico al darle mortales palizas que la dejaban moribunda en el suelo, solo para que así pudiera comerse los tamales con sangre en la boca y dolores infernales en todo el cuerpo que la dejaban incómoda incluso para echarse al suelo a llorar desconsoladamente.

El espíritu enfermo y endeble de Zaniyah ya no podía soportar los cimientos de su cuerpo. Llegado a un punto de la interminable tortura física y mental, se pasaba horas tirada e el suelo, las manos sobre los oídos en un vano intento de dejar de oír la rabiosa música. Y cuando tocaban la puerta para anunciar al llegada de alguien y proporcionarle comida, ella se ponía de pie y se quedaba quieta, con la mirada cabizbaja. 

Xochiquétzal reaccionó a su dócil reacción con una sonrisa de oreja a oreja. Le tendió el plato de empanadas, y Zaniyah agarro uno con indiferente dolor. Empezó a masticarlo, y Xochiquétzal no pudo evitar echarse a reír al ver y sentir la desesperanza viniendo de su semblante oscuro.

—Eso me gusta, niña —dijo la Diosa del Deseo, pegándole gentiles cachetadas en la cara y haciendo que Zaniyah diera un respingo mientras masticaba la empanada—. Ahora sí te estás comportando como una Miquini. Le vas a gustar mucho a mi madre con esto.

Tepeyollotl de igual forma reaccionó con una sonrisa, más desquiciada e intimidante que hizo que Zaniyah bajara más la cabeza.

—¡Qué adorable te ves así ahora! —exclamó el Dios Jaguar, propinándole "amigables" palmadas en los hombros— Así es como me gusta ver a los Miquinis. Cero espíritu de pelea, cero pensamientos de rebelión. —le colocó un dedo sobre su frente, y la garra le perforó un poco la piel. Sangre manó por su nariz hasta alcanzar sus partidos labios—.Cual ovejas de rebaño.

El único quien siguió respondiendo con abuso físico fue Mechacoyotl: 

¡Ahora no tan creída la puta de Uitstli y Xolopitli! ¡¿EH?! —vociferó, y le propinó un severo puñetazo que la hizo besar el suelo con la mejilla. Mechacoyotl le arrojó con despecho los tamales, y estos cayeron sobre su cabeza, enredándose en su desenmarañado pelo— Disfruta de la comida, pendeja de mierda. Y alístate, que en unos minutos tendrás audiencia con Omecíhuatl.

Mechacoyotl se retiró de la pequeña habitación, dejando a la moribunda Zaniyah hundirse dentro de sus propias penas mientras agarraba uno de los tamales, se los llevaba a la boca , y masticaba sin ganas y con gran abatimiento. 

A los pocos minutos se olvidó totalmente de la desdeñosa orden que le dio Mechacoyotl. Permaneció sentada contra la pared, sacándose mugre de las uñas y haciendo rechistar los dientes unos contra otros. Su mente estaba tan ensimismada en la derrota que no podía pensar en alguna forma de poder escapar de esto. En lo más hondo de su mente pensó en su familia: en Uitstli, en Tepatiliztli, en Yaocihuatl... Incluso si no eran de su sangre, ellos fueron la familia con la que se formó toda su vida, tanto la pasada como esta. No deseaba otra cosa más en este momento que volver a sentir el calor de sus cuerpos abrazándolas, y confortándolas de este martirio. 

Ya no había felicidad. Ya no había prudencia. Se aferraba lo mejor que podía a la esperanza de ser rescatada de alguna u otra forma. Eso la hizo sentirse de nuevo patética.

Pero antes de ponerse a sollozar de nuevo, a música se detuvo de repente, dejándola sumida en la consternación con su mirada llena de incertidumbre. La puerta se abrió de nuevo, y las luces doradas del pasillo más allá del umbral la cegaron... y la imponente sombra musculosa de Huitzilopochtli hizo que su corazón diera un vuelco del susto y la pusiera de pie de un salto. 

Vestido con un atuendo ceremonial en vez de su típico uniforme de guerra, el Dios de la Guerra lucía ahora mucho más enigmático antes que peligroso. El yelmo verde con forma de romboide cubría la mitad de su rostro, y su taparrabos de color esmeralda solo cubría su cintura, revelando sus musculosos muslos. Avanzó dentro de la habitación, y Zaniyah se reincorporó para encararlo, la mirada desafiante, la sangre manando de los cortes de su espalda.

Era la primera vez que veía al Dios de la Guerra en todo su esplendor, y su presencia imponía las expectativas sobre lo que le haría. Zaniyah ocultó sus miedos poniendo el semblante más taciturno e indiferente posible, pero aún se le podía ver el dolor en sus ojos y en sus temblorosos labios. Huitzilopochtli caminó dentro de la habitación, su cabeza casi rozando con el techo, y se postró frente a ella. Zaniyah no alzó la cabeza, y trató de no temblar... aunque al final su cuerpo terminó traicionándola, y retembló de arriba abajo. 

El silencio se prolongó por varios segundos que le fueron tortuosos para la muchacha azteca. Se sintió diminuta, vulnerable, como si el solo agitar de una mano del Dios de la Guerra fuera suficiente para matarla allí y ahora. El Dios de la Guerra no hablaba; lo único que oía de él era su taimada respiración... y hasta olía el hedor a alcohol. Con gran esfuerzo mental y espiritual, Zaniyah levantó la cabeza con tal de ver a Huitzilopochtli a los ojos. 

Se llevó la sorpresa de ver al Dios de la Guerra mirándola con lástima.

—Vístete —gruñó Huitzilopochtli, golpeándola suavemente en el pecho con una muda de ropa consistente en una reveladora falda oscura con encajes y bordados dorados, un delgado escote negro, hombreras rojas, brazaletes y un collar negro—, y síguenos. La ceremonia va a comenzar. 

Huitzilopochtli se dio la vuelta y salió de la habitación sin cerrar la puerta tras de sí. Zaniyah tragó saliva y se quedó viendo las ropas que tenía que ponerse. En el cabal de sus pensamientos, reconcilió el momento en que el Dios de la Guerra, el oponente de su padre en el Torneo del Ragnarök... la había visto con lástima en vez de arrogancia o desprecio. Eso sin contar que llegó un punto en el que había sentido su aura mucho más reconfortante que la del resto de Tezcatlipocas. 

Zaniyah borró de su mente esos pensamientos distractores y se encogió de hombros. Se dirigió hacia la puerta y se dispuso a cerrarla, pero justo cuando puso su mano en el borde de esta y alzó la cabeza, se cruzó de miradas con otra jovencita, de su misma altura, ojos marrones, piel oscura tirando a bermellón, y par de líneas zigzagueantes en sus dos mejillas. Malinaxóchitl se quedó estática, viendo a los ojos a Zaniyah y viendo el miedo y el trauma cansino fatigando sus ojos hasta el punto de darle orejas. Zaniyah, por su parte, vio compasión y empatía en su  rostro, y su corazón se sintió abrasado por la calidez de una diosa... que se preocupó por ella.

—¡Malina! —exclamó Huitzilopochtli en la distancia del pasillo. 

La Diosa de la Hechicería dirigió su mirada hacia él y le hizo un ademán con la cabeza. Y antes de retirarse trotando por el pasillo, cruzó miradas con Zaniyah una última vez y la intento blasfemar con un insulto que, a oídos de Zaniyah... no sonó del todo convincente. Más bien sonó motivador, y eso le hizo esbozar una muy leve sonrisa. Se sintió de nuevo agraciada luego de tantos días de tortura.

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|◁ II ▷|

Mecapatli. A la mañana siguiente

Embajada de la Multinacional. 

17 días para el Torneo del Ragnarök

Uitstli y Randgriz se encontraban sentados en butacas, siendo rodeados por la maleza del patio cuadrangular que se extendía por los jardines y hasta las columnas de los peristilos. Según parece, Nikola Tesla no deja de lado la naturaleza. Es más, parece respetarla y adorarla al mismo nivel que la ciencia. Y esa idea reconfortó la mente hostigada de Uitstli, golpeada una y otra vez por el hecho de que su hija fue secuestrada y él no pudo hacer nada por más que lo intentara. 

El guerrero azteca se la había pasado en soledad toda la mañana y mediodía. Al igual que Zinac o Xolopitli, él también necesitaba su momento a solas para poder afrontar este duelo moral y mental. Lo había hecho en ocasiones distintas en el pasado, incluso cuando su hija estuvo desaparecida en México-Tenochtitlan por varios meses. No obstante, este duelo no podía ni siquiera sobreponerse a él. Era distinto, más grande y más inexpugnable, imbatible por el hecho de que se tenía que enfrentar a los dioses a los que él y toda su familia tanto adoraron.

En un momento dado se dio la vuelta y vio a Randgriz acercársele y sentarse en la butaca de al lado. Esta vez no hubo muros de hielos ni momentos de silencio para pensar en palabras. Randgriz fue directa:

—Nos sobrepondremos, Uitstli —Randgriz, con las manos en el regazo, lo miró directamente mientras que Uitstli miraba hacia otro lado—. Lograremos hacer un vínculo fuerte con Völundr, y venceremos a todos los dioses. Yo te ayudaré a vencer a los dioses que le están haciendo daño a tu familia.

Uitstli chasqueó los labios y asintió con la cabeza. No dijo nada. Randgriz no lo notó tan convencido; seguía notando el pesar y el duelo dibujado en su rostro. La Valquiria Real apretó los labios y se encogió de hombros.

—He estado pensando... en lo que perdimos —murmuró—. En la gente que perdimos. Yo perdí a mi padres, tú... —señaló con una torpe mano a Uitstli— perdiste a mucha gente de tu pueblo, incluyendo a tu Tlatoani. Y seguiremos perdiendo a más gente, quizás incluso familia... —se inclinó hacia delante—. Pero no podemos dejar que eso nos detengan. El Torneo del Ragnarök se acerca, y en tus hombros reposa la responsabilidad de todos ellos.

—¿De la tuya también? —inquirió Uitstli, aún sin mirarla.

—De la mía igualmente —Randgriz estiró un tímido brazo y  le puso una mano en el hombro—. Ya entiendo lo que Quetzalcóatl hizo cuando no quiso enviarme a Mexcaltitán con ustedes. Necesitaba primero armarlos a ustedes como equipo, para después armarme a mi como tu Valquiria Real.

—Hasta en eso Quetzal es mejor que Brunhilde —bromeó Uitstli con tono ácido, sacándole una sonrisa a la chica. Se hizo un breve silencio, y el semblante de Uitstli se ensombreció un poco. Tragó saliva—. Y qué... ¿Y qué si perdemos?

—¿El Torneo? —la pregunta agarró por sorpresa a Randgriz.

—¿Qué si perdemos contra Huitzilopochtli? —Uitstli se volvió y la miró a los ojos— Es el Dios de la Guerra, é se batió contra el monstruo cósmico Cipactli y lo venció brutalmente. ¿Qué si el Völundr no será suficiente?

—Bueno, él no peleó contra ti todavía.

—Lo hizo ya, y me pateó el culo.

—Bueno, no peleó contra ti con Völundr todavía —Randgriz sonrió, incómoda por el intercambio de palabras.

—Nunca has hecho Völundr, Randgriz —manifestó Uitstli, entrecerrando los ojos—. Ninguna de ustedes. Hasta dónde sé, no se tiene registro de una Valquiria Real realizando esta técnica con su Einhenjer. ¿Cómo sabes que será suficiente?

La Valquiria Real calló, pensativa hasta el punto de casi quedarse sin palabras. Bajó la mano y la puso sobre Uitstli, aferrándose a ella. El guerrero azteca correspondió a la firmeza de su mano, demostrándole confianza mutua. 

—Porque deposito toda mi fe en ello —dijo—. Y eso es más que suficiente para mí.

La respuesta no satisfizo del todo a Uitstli, pero la forma de hablar, de mirarlo a los ojos y de tenerle contacto físico tan confiado le hizo reponer mucho de su orgullo guerrero destruido por los Tezcatlipocas. 

Se oyó pisadas de tacones venir de atrás. Einhenjer y valquiria se dieron la vuelta, y avistaron a Yaocihuatl caminar por os senderos ajardinados del patio hasta ponerse detrás de ellos. Uitstli pudo ver, en su mirada, atisbos de sentimentalismos que quería expresar ahora mismo.

—Por favor retírate, Randgriz —dijo la mujer guerrera—. Quiero estar a solas con Uitstli.

—P-por supuesto —contestó Randgriz con algo de nervios. Se reincorporó y se fue caminando a largas zancadas, como una sirvienta que se va de una sala a las ordenes de sus amos.

Yaocihuatl se sentó en la butaca y se inclinó hacia Uitstli para ponerse lo más cerca posible de él. El guerrero azteca sintió el repentino cambio en el ambiente, pasando de la afabilidad de la valquiria a la severidad de su esposa... o exesposa. Uitstli frunció el ceño al pensar en el estado de la relación de ellos dos. ¿Qué se supone que eran ahora mismo?

Yaocihuatl no habló de inmediato. Permaneció callada por varios segundos, repensando en las palabras adecuadas con la cual desenvolver el tema que quería conversar con él. Tantas cosas que tenía en mente, y en los segundos desesperantes no hallaba forma de poder expresar al menos una de ella. Luego de suspirar y rascarse la nariz, pudo hallar las palabras y abrir la charla:

—¿Qué es lo que haces, Uitstli? —preguntó, la voz más preocupada que demandante— ¿Aún sigues de luto por Yaotecatl?

—No solo por él, aunque haya tenido... poco tiempo para conocerlo —confesó Uitstli, rascándose uno de sus ojos con un dedo—. Por Zaniyah, también. No entiendo como... se me pudo haber escapado... otra vez —alzó una mano y se pasó una mano por el cabello rojo, peinándoselo hacia atrás.

—Debemos actuar —manifestó Yaocihuatl—. Ya tuvimos cinco días para dar luto al amigo de Xolopitli y al secuestro de nuestra hija. Hay que empezar a movernos, y contraatacarlos.

—¿Contraatacarlos...? —Uitstli se echó para atrás y frunció el ceño— Yaocihuatl, tú viste como esos dioses nos dominaron. Nos humillaron. No pudimos hacer nada por culpa del miedo.

—Pero yo ya no tengo miedo. Estoy es decidida ahora —la mirada de Yaocihuatl se afilió, y su semblante se volvió uno sin miedo—. El factor sorpresa de su llegada nos detuvo, pero será diferente, porque nosotros los emboscaremos esta vez. 

—¿Y cómo pretendes hacer eso? —Uitstli entrecerró más los ojos y ladeó la cabeza—  Ellos los superan en todo. En poder, en velocidad, en experiencia... Yo al menos tengo a mi Jaguar Negro, pero tú, Tepatiliztli, Zinac... —cerró los ojos y ladeó de nuevo la cabeza— No tienen poderes que los hagan combatir de tú a tú. A no ser que Eurineftos y hasta Germain nos asistan, ustedes no... no oportunidad. 

—No, Uitstli —Yaocihuatl negó con la cabeza—. No puedes negarnos a combatir a tu lado otra vez. ¡No puedes negarme a mi pelear a tu lado y cobrar venganza por lo que nos hicieron!

—No seas imprudente ahora, Yaocihuatl. Créeme, yo quiero recuperar a Zaniyah tanto como tú, pero no por ello nos vamos a ir a la boca del lobo sin ningún plan. 

—¡NO, UITSTLI! ¡TÚ NO PUEDES NEGARME MI VENGANZA CONTRA LA ASESINA DE XOCHIPILLI!

El grito de Yaocihuatl vino acompañado de un reverberante silencio que puso la tensión en tablas entre ella y Uitstli. El guerrero azteca se echó más para atrás, su mirada de ceño fruncido tornándose confusa y extrañada ante lo que dijo. Yaocihuatl se mordió el labio inferior y miró hacia otro lado, la vergüenza poblando su rostro afligido y abochornado. 

—¿Qué? —farfulló Uitstli, enarcando las cejas— ¿De qué estás hablando?

La mujer guerrera permaneció callada. No parecía dispuesta a responder. Uitstli se inclinó hacia ella, su cercanía forzándola a reflexionar sus palabras y responsabilizarse en explicar.

—Yaocihuatl... —los ojos de Uitslti la miraron fijamente, desentrañando con prejuicios iniciales las muecas conflictivas del rostro de su compañera sentimental.

—Xochiquétzal me lo dijo, Uitstli —afirmó ella, dándose la vuelta para no ver su mirada prejuiciosa—. Me dijo que fue ella quien asesinó a Xochipilli. No un sirviente suyo, como pensé en todo este tiempo, sino... su propia hermana —Yaocihuatl se quedó con la boca semiabierta, y por uno segundos balbuceo gárgaras de tristeza dolorosa—. Tengo que hacer esto, Uitstli. Tengo que vengar la muerte de quien me sacó de mi pobreza mental luego de la Segunda Tribulación —se cruzó de brazos, y su voz se distorsionó para dejar paso a los quejidos.

El silencio volvió a reinar en todo el patio ajardinado. Sin que ninguno de los dos se diera cuenta, Randgriz observaba y escuchaba toda su charla oculta detrás de un pilar. Al estar tan ensimismado en la conversación, no notaban su presencia, y eso le dio oportunidad a Randgriz para poder hacer suyo los sentimientos entre Uitstli y Yaocihuatl, como una hija que ve a sus dos padres discutir.

Uitstli parpadeó varias veces, punzando en su mente los pensamientos nocivos que lo invadieron. Las palabras de Yaocihuatl calaron en él, haciéndole pensar las cosas más perjudiciales posibles. Tepatiliztli ya le había comentado sobre Xochipilli antes, pero ahora que lo escuchaba de sus labios... era surreal. 

Su corazón habló por su mente, y sus labios formularon una pregunta polémica: 


La pregunta dejó bastante helada a Yaocihuatl. Randgriz, oculta detrás del pilar, no pudo evitar llevarse las manos a la boca para cubrirse el gimoteo de sorpresa al escuchar la pregunta. Yaocihuatl se quedó viendo a Uitslti a los ojos, solo para bajar la mirada por breves segundos, volver a alzarla, y ver que Uitstli seguía mirándolo con los ojos entrecerrados y prejuiciosos. 

La mujer guerrera estuvo a punto de responderle de forma imprudente, pero se tragó su orgullo antes de poder entreabrir la boca. Lo pensó: Uitstli tenía el derecho a saber la verdad sobre este tópico, y ella como adulta responsable tenía que esclarecer las aguas estancadas si no quería volver al mismo status quo de desconfianza. No de nuevo. 

Yaocihuatl bajó los brazos y expulsó un breve suspiro de cavilación. Entrelazó sus manos, y agarró valor para ver a Uitstli a los ojos y encarar el recelo de su ser. 

—Xochipilli me sacó... de mi depresión —contestó con un carraspeo—. Yo jamás podré reponérselo, o eso creía... hasta que descubrí a su asesina, durante la operación militar —separó sus manos y los cerró en puños, tronándose los huesos en el proceso—. Yo lo quise, Uitstli. Pero no lo quise como tú estás pensando ahora mismo. No lo ame carnalmente, sino espiritualmente —en ese momento Uitslti bajó la mirada, y Yaocihuatl se puso asertiva con sus palabras para llegar a él—. Gracias a sus enseñanzas y su terapia, estoy aquí. Gracias a él es que te estoy hablando, y sirvo a Zaniyah como madre una vez más. Él fue la respuesta a mi nihilismo.

—Y aún así duraste décadas dándole luto antes que volver con nosotros... —gruñó Uitstli, pasándose una mano por el rostro.

—Tenía que hacerlo. Sé que eso no justifica todo el tiempo en el que estuve ausente, alejada de ustedes, pero... tenía que honrar su muerte. Y tengo que hacerlo de nuevo para vengarlo. 

—Tu deseo de venganza será el motivo por el que te matarán. No dejes que esta decisión haga que arruine nuestro intento de volver a vivir una vida normal.

La gélida replica de Uitstli dejó muda a la mujer. Yaocihuatl apretó la mandíbula y bajó la cabeza, pensativa. Uitstli se volvió a verla de soslayo, consternado de verla cabizbaja.

—¿Sabes qué fue lo que me dijo Xochipilli cuando le pregunte... si debía de seguir amándote o no? 

El guerrero azteca enarcó una ceja. Yaocihuatl alzó la cabeza y le dedicó una sonrisa melancólica. 

—Él me dijo... Que más que a los dioses, a quienes debo de amar más es a mi familia. Y allí... —agrandó la sonrisa, entre triste y afable, mientras una lágrima caía por su mejilla derecha— fue cuando descubrí mi ser y mi devoción. Que el Dios del Amor me diga que debo de amar a mi familia antes que a él... fue la respuesta que necesite para corregir mi mente.

Yaocihuatl extendió un brazo y agarró una de las manos de Uitstli. Este último, boquiabierto y con los ojos ensanchados, vio con asombro a Yaocihuatl entrelazar sus dedos con los de él. 

—Entonces... —murmuró Uitstli, mirando sus manos entrelazadas y después mirándola a ella a los ojos— Tú... ¿Me sigues amando como tu esposo?

—¿Qué crees tú, ah?

Yaocihuatl se acercó a él y le planto un profundo beso en los labios. Uitstli reaccionó con sorpresa, los ojos agrandados como platos al sentir los cálidos labios de ella sobre los suyos. El hombre se dejó llevar por el tacto de sus manos por sus brazos y hombros, y correspondió al beso abrazándola estrechamente. El beso se prolongó por casi diez segundos; ambos se separaron, y se miraron y se sonrieron mutuamente. 

—Ahora sí —dijo Yaocihuatl con una risita—. Somos marido y mujer de nuevo. 

Uitstli respondió con la misma carcajada. Ambos aztecas se dieron un abrazo y se mantuvieron así por un buen rato. 

Detrás del pilar, Randgriz sonrió y se golpeó el pecho alborotado de la emoción. Compartió la felicidad de ambos guerreros aztecas y no pudo sentir más que felicidad por ellos dentro de su afligido corazón. 

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4
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Plaza de Mecapatli

Tumba de los muertos

Xolopitli y Zinca eran los únicos en toda la plaza dándole luto a su respectivo muerto, y eso preocupó de sobremanera a Tepatiliztl y Tecualli al punto de llamar a Germain y Cornelio para que vinieran a asistirla. El primero aceptó ir, pero debido a que el segundo tenía asuntos de concejos de guerra que atender respecto a la nueva directriz de debían seguir los Pretorianos, fue Eurineftos quien los acompañó en cambio. 

Tepatiliztli, Tecualli, Germain y un Eurineftos con su pecho ya reparado y en un tamaño humano de dos metros de alto se colocaron en los bordes de al acera de la plaza de tumbas. A lo lejos vieron a Xolopitli y Zinac, ambos prestando solemne silencio frente a la tumba de Yaotecatl. Era la única en toda la plaza; el resto ya había sido removido por el personal funerario ara darle su respectivo entierro. Los dos ex-jefes del Cartel de los Tlacuaches se negaron; aún estaban en duelo, y querían seguir pagándole sus respectivos tributos al muerto.

—Cosa que no debería ser —apostilló Tepatiliztli, los brazos cruzados, el semblante consternado— Entiendo que haya sido una mano derecha para ellos, comprendo el dolor de sus perdidas... —cerro los ojos y ladeó la cabeza— pero esto no puede seguir así. Faltan diecisiete días para el Torneo, y si no apoyamos a Uitstli...

—Comprendo el mensaje —dijo William, entrelazando su mano de carne con la prostética y haciéndose tronar los huesos al estirarla—. Pero,  ¿ustedes no han intentado acercarse a ellos...?

—Lo hicimos —contestó Tecualli, de pie a su lado. A William le reconfortaba estar de pie al lado de alguien más pequeño que él—, pero a diferencia de Uitsti, ellos están más cerrados en su duelo. 

—Y si ni sus familiares pudieron convencerlos, ¿cómo esperan que nosotros lo hagamos? —William se señaló con un dedo y a Eurineftos con su mano prostética— Un par de desconocidos para ellos.

—Porque sabemos que ellos no nos harán caso por ser precisamente sus familiares —argumentó Tepatiliztli—. Pensarán que decimos lo que decimos por su bien. Pensamos que es mejor que lo escuchen de ustedes.

—Especialmente de ustedes —afirmó Tecualli, caminando hasta ponerse en frente del Presidente y el Metallion—. De usted, señor William, para le diga lo mismo que nosotros el motivo de por qué no estuvo en la operación. Y de usted, señor... robot, para darles la fuerza que necesitan para superar esto. 

—Y hay que hacer que lo superen —apostilló Tepatiliztli—. Sin Quetzalcóatl, Publio Cornelio se encargará de darnos la siguiente misión para contraatacar a Omecíhuatl, y recuperar a mis sobrina. Los necesitamos a todos. 

William y Eurineftos intercambiaron miradas asertivas. El Presidente asintió con la cabeza, y el Metallion alzó los hombros en gesto de aceptación.

—Veremos qué podemos hacer —dijo Germain, y se dispuso a caminar en dirección a Zinac y Xolopitli junto a Eurineftos. 

Las pisadas del Metallion generaron leves temblores que hizo que Zinac se diera la vuelta, y viera con el ceño fruncido la llegada de William y Eurineftos. Xolopitli no se movió ni para verlos de soslayos; sus ojos estaban sumergidos en la superficie de madera el sarcófago, su mente imaginándose cómo el alma de Yaotecatl estaría descansando en el paraíso de Tamoachan.

—Sé que me debes estar mirando con desprecio incluso si no te volteas, Xolopitli —aseveró William, metiendo sus manos en los bolsillos de su abrigo rojo. Zinac no dijo nada y se dio la vuelta—. Debes estar preguntándote ahora mismo el cómo no llegue a tiempo a salvar el día, y salvar la vida de tu querido compañero... —William hizo una breve pausa solemne. Hablaba con soltura y benevolencia, como la de un médico luego de no poder salvar la vida de un familiar del paciente— Me debes estar echando mucho la culpa ahora mismo, y estás en todo tu derecho en ello. Créeme cuando te digo que yo estuve a punto de intervenir. Lo estuve... pero me restringí. Me contuve para proteger la soberanía del Sindicato de Einhenjers de entrar en conflicto con un panteón de dioses en particular.

No hubo reacción por parte de ambos nahuales. William se llevó una mano a la boca y la mantuvo allí por unos segundos, el gesto pensativo. Chasqueó los labios, bajó la mano y se encogió de hombros.

—Mi objetivo como Presidente Sindical  es ser lo más neutral posible en este tipo de conflictos —argumentó—. Y si bien los he asistido bastante estos días, fue de forma pasiva. Si lo hiciera de forma activa, peleando a sus lados, entonces todo el Sindicato entraría en guerra contra Omecíhuatl y sus dioses. La Reina Valquiria creó esta política para no entrar en guerras secretas mientras que nos preparamos para el Torneo del Ragnarök, y mi único poder en esto es obedecer para evitar que mi gente entre a luchar en una guerra de desgaste. Me duele tanto a mí decir esto como ustedes escucharlo... —hizo una breve pausa para mirar hacia abajo unos segundos— pero esta es una guerra que solo ustedes tienen que librar, con la asistencia de Tesla y de Cornelio, sí, pero de mi parte... —no terminó con palabras, sino con una sacudida de cabeza.

Nuevamente, no hubo respuesta de ellos, ni siquiera para volverse y mirarlo. William bajó la cabeza y repensó más en sus palabras, buscando alguna otra forma de llegar a ellos. Eurineftos lo miró de reojo, consternado de ver al Presidente sobre esforzarse por excusarse con los dos nahuales.

—Yo...

—No sigas.

La repentina respuesta de Zinac interrumpiendo a William los dejó a él y a Eurineftos helados. El nahual quiróptero se dio la vuelta y miró al presidente con ojos entremezclados de tristeza, resentimiento y a la vez comprensión empática.

—Te entiendo —dijo Zinac.

—¿En verdad? —farfulló William, esbozando una ligera sonrisa.

Zinac apretó los labios y se miró los pies.

—No entiendo del todo como funciona esto de la... geopolítica —dijo. Alzó la cabeza, y vio a William a los ojos—,  pero sí entiendo lo que es tomar decisiones difíciles que comprometen relaciones... humanas. Puedo entender lo qué haces, y la verdad es... admirable —se encogió de hombros y forzó una sonrisa afable que, al poco tiempo, borró— Tienes razón. Esta es nuestra pelea, nuestra guerra... —miró de reojo el sarcófago— nuestra venganza que cobrar.

Zinac volvió de nuevo la mirada y miró directo a la franja roja de Eurineftos. Este último asintió con la cabeza, comprendiendo al instante su mensaje no verbal de venganza. 

—Esto no quiere decir que les vaya a dejar de dar asistencia —afirmó William—. Todo lo hago a través de Uitstli y de la protección del pueblo azteca. Cualquier cosa que necesiten, veré en que les puedo ayudar. 

—Yaotecatl dijo que le ibas a dar indemnización del gobierno —exclamó Xolopitli de repente, sin darse la vuelta, sus ojos aún fijos en el sarcófago—. ¿Es cierto eso?

—Lo es —afirmó Germain, asintiendo con la cabeza y caminando dos pasos hacia él—. Le dije específicamente que agarra uno de los transportes de la Multinacional y que llegara a la Civitas preguntando por mi esposa, Luciere —apretó los labios y bajó la mirada—. Pero tuvieron que agarrarlo los Coyotl.

—E iba a tener una vida feliz de no ser por ellos... —se oyó un breve sollozó venir de Xolopitli. El nahual mapache se rascó el hocico y la cabeza.

William asintió levemente la cabeza.

—Ya sabes que.. si necesitas algo de mí, veré de qué forma te lo puedo conseguir.

—Se me ocurre algo ahora mismo —Xolopitli se volvió hacia él y lo miró a los ojos. William pudo ver el fuego apasionado de la vendetta en sus profundos ojos marrones—. ¿Tienes algún arma que me permita matar a lo que se ha convertido Tonacoyotl?

William quedó mudo. Chasqueó los labios, y negó con la cabeza. Xolopitli se encogió de hombros y cuchicheó una risita.

—Supongo que eso fue pedir mucho —murmuró.

Yo tengo un arma que puede servirte.

El Mapache Pistolero alzó la cabeza y vio con ojos de sorpresa máxima a Eurineftos. Zinac y William lo imitaron. Eurineftos le devolvió la mirada, alzando las placas de su frente aludiendo a cejas en una mueca divertida. El Metallion se llevó una mano al pecho y removió una de sus placas del armazón, como si esta fuera una compuerta, revelando en su interior un intenso brillo blanco que liberaba rayos blancos. Metió su mano dentro, y extrajo de allí un objeto oculto dentro de su palma.

Eurineftos se arrodilló para ponerse a la altura del pequeño Xolopitli. Extendió un brazo y abrió su palma, revelando un diminuto objeto con la forma de una espada de hoja curvada y abierta de par en par, empuñadura de doble hoja con forma de media luna, y un cañón que sobresalía del interior de la hoja abierta. El Metallion hizo resplandecer el objeto, y este aumento de tamaño hasta ser de  un tamaño similar al del nahual mapache. Eurineftos empuñó la espada-rifle y enterró la hoja en el concreto. 

Xolopitli y Zinac se quedaron viendo la peculiar arma; de aspecto antiquísimo, con runas griegas corriendo por la superficie llana y áspera de la hoja curvada, llamó poderosamente la atención del Mapache Pistolero. Este último se acercó al arma, los ojos ensanchados y maravillados de inspeccionar el arma de arriba abajo, cual bandolero que analiza la mercancía de armas de fuego que recién le acababa de llegar. 

El arma era bastante común entre los hombres bestias al mando del General Arnuada —explicó Eurineftos, al tiempo que Xolopitli palpaba la empuñadura de la espada con sus manos. Tenía el vello erizado—. El padre de Sirius la apodó "Orkisménos". Juramentada, en griego. El padre de Sirius siempre estuvo relegado en segundo plano, y en la guerra contra Arnuada decidió tomar cartas en el asunto para así asistir a su hijo. Sirius estuvo en desacuerdo al principio... pero su padre le dijo, y cito: "no importa si no tengo poderes, si soy un simple hombre, un simple mortal. Haré lo que sea para apoyarte, hijo mío" —Eurineftos señaló al anonadado Xolopitli con un dedo de hierro—. Me recuerdas a él en ese sentido. Sin poderes más que el de la regeneración, y muchas veces relegado a segundo plano... Es hora de que tú también tomes cartas en el asunto. 

—P-pero... —farfulló Xolopitli, el ceño fruncido, retrocediendo un paso— ¿No se supone que esto debe ser una reliquia para ti? ¿Para ese tal Sirius? —negó con la cabeza— No... No puedo aceptarla. Esta es mi guerra, no la tuya. N-no puedo dañar la reputación de ese hombre con...

Esta es mi guerra también, Xolopitli —profirió Eurineftos, inclinándose hacia adelante para establecer su imponente sombra sobre la del frágil nahual mapache—. Desde el momento en que Tonacoyotl abandonó su último rasgo de mortalidad para convertirse en un monstruo, como los Pueblos del Mar abandonando sus cuerpos humanos para convertirse en Ctónicos, esta se ha vuelto mi guerra también —extendió una mano y le dio dos palmadas a la empuñadura de Orkisménos—. Confía en mí, Xolopitli, cuando te digo que esto es algo que Sirius y su padre querrían. No importa si no eres familiar de ellos. Si eres capaz de llevar esta arma a la guerra de nuevo, para salvar a los aztecas —asintió con la cabeza—, entonces hazlo. Tómala. 

El corazón de Xolopitli fue conmovido por el sentimental monólogo del Metallion. Zinac se sintió igual de movido por sus palabras. Los ojos ensanchados, los labios boquiabiertos, él no podía concebir como una máquina como él... podía hablar con tanta emoción, como si fuera un hombre veterano que hubiese vivido trágicas guerras que lo hayan endurecido, pero a la vez dado humanidad por como aprendió a apreciar la vida del prójimo.

El Mapache Pistolero se acercó a Orkisménos con pasos tímidos. Bajo la atenta mirada de Eurineftos y William, el nahual mapache se quedó primero quieto frente a la espada, para después pasar sus dedos de nuevo por la superficie del puño. Rodeó sus dedos sobre el pomo, agarrándolo con gran firmeza, y comenzó a jalar el arma para sacarla del concreto. Se resistió al principio, y Xolopitli tuvo que empuñarla con ambas manos y aplicar todas sus fuerzas. 

Y entre gruñidos de esfuerzo, Xolopitli pudo desenfundar a Juramentada del suelo. La esgrimió en el aire, cual caballero artúrico luego de sacar a Excalibur de la piedra, y se quedó perplejo al sentir lo ligera y fácil de manejar que era, lo que contrastaba con su apariencia barbárica y antigua. Zinac se quedó con la mirada igual de anonadada que él.  Apoyó sobre su hombro la espada, reposando el peso de más de tres mil años de historia antigua en él.

Por primera vez, Xolopitli se sintió con el poder de sobreponerse a cualquier obstáculo. 

Acomode el peso y el volumen del arma a tu cuerpo usando mi habilidad de transmutación —explicó Eurineftos, irguiéndose—.  ¿Cómo te sientes?

Xolopitli asintió con la cabeza y sonrió de oreja a oreja, la emoción ardiendo en llamas dentro de su corazón.

—¡Con las ganas de partirle en su puta madre a Tonacoyotl! —exclamó, intercambiando una breve mirada con Zinac. El nahual quiróptero asintió con la cabeza, la motivación dibujada en su rostro también.

Y se fiel a tu palabra serás —Eurineftos vio de reojo a William. Ambos asintieron con la cabeza, y dispusieron la marcha de regreso hacia los emocionados y felices Tepatiliztli y Tecualli. Zinac y Xolopitli los siguieron en pos de ellos

<<Esto también te lo prometo, Yaotecatl>> Pensó Xolopitli, mirando por última vez el sarcófago de su difunto amigo. <<Te prometo darte venganza>> 

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https://youtu.be/LZqD3OBmbZo

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Aztlán

Sala de Invitados de Omeyocán

Los tambores rezongaron con gran potencia por toda la galería; las manos de los aztecas esclavos se volvieron borrones irreconocibles que chisporrotearon sobre las superficies planas de los tambores hasta acabar con un fuerte golpe seco, y comenzar la acompasada música de fiesta aristocrática.

Los violines y las carpas silbaron e incrementaron el ritmo de los Centzones sirvientes para anadear de un lado a otro con danzarines pasos. Por su caminar regaban tras de sí arabescos de arcoíris que salían de sus largas faldas de encajes. En sus manos cargaban con grandes bandejas atiborradas de platos gourmet y bebidas alcohólicas exóticas, y los invitados más hambrientos seguían con la mirada aquellas comidas hasta verlas siendo dispuestas sobre las mesas. Los huéspedes, siendo la gran mayoría de ellos dioses aztecas menores, gozaron con la mirada los platos, pero ninguno se atrevió a darle un mordisco. No hasta que, por tradición, Omecíhuatl terminara de dar un discurso representativo.

Zaniyah marchó a través de los altos balcones que vadeaban la enorme plaza central donde estaban las enormes mesas circulares, y un espacio rectangular donde los dioses bailaban al ritmo de la música dirigida por Huehuecoyotl. Sus anonadados ojos nadaban por el vasto océano de atuendos que vestían las deidades: los dioses portando piezas de armaduras decorativas que hacían juego con sus musculaturas (muchos de ellos revelando sus fornidos pectorales), pocas joyas desde brazaletes hasta anillos, taparrabos, pantalones largos o faldas sencillos, y tocados con formas de animales; las diosas se veían más esplendorosas con sus sayas multicoloridas, joyas resplandecientes que iban desde coronas dorados hasta gorjales con incrustaciones, escotes y sobrecubiertas de varias formas que revelaban bastante sus voluptuosos torsos y pechos, y un bellísimo maquillaje que las hacía ver más guapas de lo que ya eran. Mientras caminaba entre trompicones, amarrada con esposas, Zaniyah pudo notar que ninguno de los dioses cinchas o vainas que indicaran que estuviera armados. Los únicos con espadas y lanzas eran los guardias Centzones, dispuestos en las esquinas de toda la galería.

El rimbombante ritmo musical de la banda de esclavos aztecas instaba a los dioses a cortejar mientras esperaban a que todo estuviera listo para el discurso de Omecíhuatl. Zaniyah se ruborizaba cuando una deidad masculina le miraba, incluso si era con desprecio. La delgada falda negra que revelaba sus piernas, las hombreras rojas el delgado escote en diagonal que dejaba al descubierto su torso desnudo y la parte baja de sus tetas.... todo este conjunto la hacía sentirse desvergonzadamente desnuda ante los ojos de sus dioses. 

Le reconforto el ver como los aztecas que tocaban la música vestían un atuendo similar, tanto hombres como mujeres, todos ellos esclavos como ella. Lo que la perturbó, sin embargo, era el  ver como los aztecas tenían feos moretones en sus rostros y marcas de sangre reseca en el resto de sus cuerpos. ¿Acaso el abuso a los mortales era común en este lugar?

—Oe, no te detengas, Miquini —le espetó Malinaxochitl, jalando de las cadenas que conectaban a sus esposas y empujándola hacia delante. Con desdén del dolor de sus pies descalzos, Zaniyah prosiguió con la marcha, siguiendo a la Diosa de la Hechicería de cerca. 

La ceremonial orquesta exhortaba a los varios grupos de dioses a llevar a cabo danzas de movimientos corporales repetitivos y simbólicos. Los movimientos serpentinos, las sentadillas y el fuerte contacto físico entre las deidades hacía que las danzas se vieran semi-eróticas, en representación a la fertilidad y a la canalización de sus fuerzas divinas. Sin dejar de avanzar por los balcones en dirección al palco real, Zaniyah quedó con la mirada alucinada de ver a las deidades aztecas bailar tales danzas llenas de expresionismo, pero al mismo tiempo no pudo evitar notar, en la cara de varios de ellos, atisbos de muecas de preocupación. Lo mismo sucedía con los que cortejaban unos con otros; también alcanzó a ver miradas consternadas en ellos. Miradas igual de decaídas que la de los esclavos aztecas. Zaniyah no lo pudo entender. ¿Acaso la música, la comida y las danzas eróticas no tenían contentos a los dioses?

Malina y Zaniyah arraigaron al palco real, un balcón rectangular donde se disponían tronos en los que se sentaba la Suprema Azteca y sus Tezcatlipocas. El único de pie era Huitzilopochtli; también era el único que portaba su arma, la enorme Macuahuitl apoyada en el suelo. Malina soltó las cadenas de Zaniyah y la empujó hacia delante, haciendo que salga del peristilo y que quede de pie frente al espaldar de alas de bronce del trono de la Suprema. Zaniyah se quedó quieta, mirando de soslayo a Malina, esta última desviando la mirada y cruzándose de brazos para mostrarse desinteresada. Zaniyah se la quedó viendo por largo rato, sospechando de la falsa faceta que la pequeña diosa mostraba hacia ella. 

—Niña —exclamó Omecíhuatl, alzando un brazo por encima del espaldar y haciendo un gesto con su mano para incitarla a acercarse—. Ven aquí. No seas tímida. 

La hija de Uitstli tragó saliva, el corazón acelerado del pánico emergente. A paso lento bajó los cinco peldaños del balcón, y en el proceso miró de reojo a los otros dos tronos en los que estaban sentados Xochiquétzal y Tepeyollotl. La primera le dedicó una espeluznante sonrisa de afilados dientes, mientras que el segundo, con una mueca de borrachera, le sonrió de forma morbosa y la señaló con un dedo acusador. Zaniyah tragó saliva, y sintió el corazón darle vuelcos sin parar, su traicionera mente trayendo a colación los días de tortura física y verbal perpetrados por ellos. 

Zaniyah se detuvo  al lado del trono, pero se negó a darse la vuelta para encararla. Oyó un silbido, seguido de un chasquido de dedos.

—Voltéate, niña —gruñó Omecíhuatl, demandante.

Zaniyah tragó saliva y se dio la vuelta. No abrió los ojos. 

—Abre los ojos.

El siseo de Omecíhuatl, cual serpiente mordaz, acarició su dolorido corazón lleno de pesares y miedo. Con un sollozo abrió los ojos,  topándose de frente con los esmeraldas de Omecíhuatl. La Suprema Azteca, sentada voluptuosamente en su trono con las piernas cruzadas, sonreía con gran satisfacción de ver a la hija de Uitstli finalmente frente a ella. Dio un silbido provocador.

—Luces mucho más esbelta con el atuendo de esclava que el de guerrera, chica —dijo Omecíhuatl, aún sonriente. La diosa vestía ahora con un escote negro conectado una larga cadena dorada, una delgada falda que apenas le cubría las piernas, un tocado de plumas negras que le llegaba hasta la mitad de la espalda, piezas de armadura como guanteletes y hombreras varias joyas que la hacían ver esplendorosa Zaniyah permaneció con el rostro cabizbajo, ennegrecido de la derrota— ¿Qué hay con esa cara tuya, eh? ¿Acaso no me tienes miedo?  

<<No, maldita hija de...>> Quiso responderle Zaniyah, pero por culpa del miedo y los traumas que aún azoraba su cuerpo con temblores, se limito a responderle con la mirada desafiante. Omecíhuatl recluyó la espalda sobre el trono, y cruzó las largas y gruesas piernas, haciendo resonar sus escarcelas doradas.

Xochiquétzal y Tepeyollotl se quedaron viendo, entre fascinados y airados, como la chica a la que habían estado torturando por todos estos días no mostraba atisbos de sumisión ahora ante la Suprema Azteca. No obstante, Omecíhuatl, en vez de mostrarse enojada como ellos... se relamió los labios, enseñando su ácido e inestable humor. 

—Una lástima que ni Quetzalcóatl ni Mixcóatl puedan decir lo mismo —dijo, ladeando la cabeza y pasándose una mano por los labios carnosos—. A diferencia del odio que tú me andas mostrando si me estuvieras sacando las tetas, ellos... —chasqueó los labios y rió para sí misma— no tienen el mismo derecho que tú de estar fuera de sus cárceles.

Zaniyah quiso hablar, quiso preguntar donde estaban, pero nuevamente el miedo a ser respondida con abuso físico la hizo callar. Esto no pasó desapercibido para la Suprema.

—Ellos están en los calabozos del mismo nivel donde yo te puse, chica —respondió—. A ellos los dejé totalmente ignorados. No como a ti, que te di toda la atención del mundo, como la mocosa mimada que quiero que seas para mí. Y si te lo preguntas... habló literalmente. No les di comida, ni agua... —se relamió los labios de nuevo— Están muriéndose en la soledad mientras tú y yo hablamos.

La hija de Uitstli calló, y miró de reojo hacia la fiesta. Se le vino a la mente cuando Quetzal le comentó que ella siempre lo invitaba a estas fiestas para aparentar que lo trataba bien. ¿Por qué no estaba con él ahora...?

Omecíhuatl dio largas risas entre dientes, volviendo a leer entre líneas su mirada.

—Si te preguntas por qué no traigo a mi sobrino aquí para darle su respectivo "trato" que se merece... —se reincorporó de su trono. Zaniyah se apartó cuando ella caminó hacia el parapeto; la Suprema era medio metro más alta que ella, y su cabeza apenas le llegaba a los pechos—  Quiero que escuches esto. 

Omecíhuatl apoyó las manos sobre el parapeto y las deslizó sobre su ovalada superficie. Alzó las manos y dio tres palmadas; sonaron sin fuerza al principio, pero el eco del sibilante choque de palmas se transmitió por toda la sala a través de ondas doradas, lo que acalló por completo la galería. Huehuecoyotl detuvo la música proporcionándole fuertes azotes de su látigo de cobre a los aztecas, y luego, en segundos, todos los dioses aztecas sentados en las mesas acallaron sus cuchicheos y cortejos para voltearse a verla. Los que estaban bailando también se detuvieron para volverse hacia la Suprema. Todos la miraron con una mezcla de devoción, respeto y solemnidad. Esta vez, Zaniyah no pudo vislumbrar ninguna mueca de preocupación.

—¡Escúchenme todos! —exclamó Omecíhuatl, su voz resonando en toda la estancia como un altavoz— Tengo una noticia terrible que comentarles. Una que arruinará la imagen de Aztlán, y de sus dioses, ante el resto de panteones por lo bochornoso que es, especialmente si se esparce por el resto de reinos —hizo una pausa. Todos los dioses aztecas pusieron toda su atención en su discurso, expectantes de lo que iba a decir. Omecíhuatl fingió esfuerzo encogiéndose de hombros y suspirando, como si lo que iba a decir fuera algo duro de reconocer—. Quetzalcóatl, el patrono de nuestro Panteón... es un traidor de Aztlán que se alió con los enemigos de las Regiones Autónomas. 

Todos los dioses aztecas de la galería mostraron sorpresas ineludible. Hubo murmullos intercambiándose aquí y allá, miradas perplejas y vaharadas de decepción. Los ojos de Zaniyah se pasearon por los rostros de muchos de los dioses, pero no fue capaz de identificar quién fingía y quién lo hacía auténticamente.

—Ya sé lo que muchos están pensando —dijo Omecíhuatl, relamiéndose los labios y mirando a todos los aztecas de la misma forma que vio a Zaniyah y la leyó entre líneas—. Muchos piensas: "¿será que ejecutará a Quetzal ahora?". Otros piensan: "¿Será que le dará un castigo severo?" Y los que piensan esto último... ¡Están en lo correcto! —la Suprema Azteca inclinó las caderas hacia atrás y agitó los brazos en gesto triunfante. Se quedó en silencio, y la pausa hizo germinar la aura intimidante que nació a partir de su desquiciado semblante— Puedo oír a varios de ustedes quejándose de que por qué no le doy el mismo castigo que le daría a ustedes. Bueno, que sepan primero... —estiró un brazo— que a esos será a los que mataré por pensar en eso. Ya los tengo fichados con la mira Y segundo, Quetzalcóatl me vale más vivo que muerto para así cuidar mi imagen, y la de Aztlán —hizo girar su dedo cerca de su cabeza—. Nada que una buena lobotomizacion no pueda hacer para corregir la debilidad de Aztlán... 

Miró por encima del hombro a Huitzilopochtli, y concentró la mirada en su hermana Malina. La Diosa de la Hechicería ensanchó los ojos y se ocultó detrás de su hermano mayor. A pesar de que este último no mostró ninguna emoción bajo su yelmo, dentro de su espíritu ardía un sentimiento de pavor incontenible y el deseo de proteger a su pequeña problemática.

—¡Eso es todo por el momento, damas y caballeros! —exclamó Omecíhualt, volviéndose hacia el público de nuevo. Volvió a dar tres aplaudidos— Disfruten de la comida —y volvió a tomar asiento en su trono. 

Los dioses aztecas retornaron a reavivar la fiesta. La orquesta de Huehuecoyotl reanimó la música con una serie de relampagueantes latigazos en las espaldas de los esclavos aztecas. El compás de los violonchelos y los tambores rezongó en toda la galería. Los dioses se dispusieron a comer los platos de gourmet, algunos distrayéndose con conversaciones banales, y otros comiendo en silencio con las miradas preocupadas y atemorizantes. Algunos se llevaron miradas atentas de los Centzones; a pesar de ser sirvientes de Omeyocán, eran también agentes directos de la Suprema Azteca.

Zaniyah se quedó de pie donde estaba, la mirada cabizbaja con tal de no ser picada por los ojos prejuiciosos y odiosos de Xochiquétzal y Tepeyollotl. De repente oyó un gruñido femenino. Se dio la vuelta, y vio a Omecíhuatl reincorporarse dee su trono con un salto, haciendo saltar sus pechos, contonear las anchas caderas y haciendo resonar todas sus joyas y piezas de armadura.

—Sígueme, chica —dijo la Suprema, colocando una mano sobre su tembloroso hombro—. Quiero mostrarte algo. Ustedes —señaló a los Tezcatlipocas—, quédense vigilando a los invitados. Que no hagan nada sospechosos. 

La Suprema y la Miquini salieron del balcón. Y en el momento en que ambas desaparecieron del palco, Malina agarró a su hermano Huitzilopochtli de la mano y, a espaldas de Xochiquétzal y Tepeyollotl, se lo llevó también del balcón. Zaniyah intercambió una mirada rápida con Omecíhuatl, y esta se la devolvió, pero con mayor malicia.

—¿A dónde me llevas? —preguntó Zaniyah.

Omecíhuatl agrandó la sonrisa, se dio la vuelta, y cruzó los brazos bajo el busto.


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https://youtu.be/boJTHa_8ApM



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