Capítulo 9: Nueva vida, nuevos desafíos, nuevos enemigos.
┏━°⌜ 赤い糸 ⌟°━┓
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Ruinas de Urošević
Cuatro horas luego de que Thrud se llevará a Gevani a una misión que, durante todo este lapso, los Giles rezagados consideraban como inverosímil y ridículo de llevar a cabo, recibieron una llamada de la Valquiria Real a través de la Runa Raidho, la cual vibró, como un teléfono celular, encima de la roca donde estaba dispuesta. Su deslumbrante brillo blanco llamó la atención de Santino y Ricardo, quienes se abalanzaron rápidamente hacia la runa hasta que el segundo la agarró con su mano. Estuvo unos instantes viéndolo fijamente, no sabiendo como contestar la llamada. Santino se mosqueó y le dio un toquetazo con el dedo. Las vibraciones se detuvieron, y de la runa salió la alegre voz de Thrud:
—¿Giles? ¿Pueden oírme?
—¡F-fuerte y claro, piba! —farfulló Ricardo, el ceño fruncido de la curiosidad, la mirada tratando de ver de dónde salía exactamente la voz.
—Gevani y yo acabamos de tener nuestro primer contacto con Adam Smith.
El comentario de la valquiria sacó varios suspiros de alivio entre Ricardo, Kenia y Martina, estas dos últimas acercándose a él para escuchar mejor la peculiar llamada telefónica... Si es que a esa runa se le podría llamar un teléfono propiamente dicho.
—¡¿Tan rápido?! —masculló Santino— ¡Pero si apenas pasaron unas horas!
—Habrían pasado más de no ser por mi ayuda —afirmó la voz de Gevani.
—¡Ah, que alegría oírte, Adoil! —dijo Ricardo— ¿Cómo consiguieron contactar con él?
—Mejor te ahorro los detalles —contestó Gevani, emitiendo una nerviosa sonrisa—. Ahora mismo nos encontramos en el despacho de él. Los llamaremos de vuelta cuando confirmemos su rescate.
—¡Pero dense prisa! —gruñó Kenia— No aguanto ver a mi marido con esa espalda llena de quemaduras.
—Lo antes posible, Kenia —afirmó Thrud, la alegría de su voz invitando siempre al optimismo—. ¡Sigan aguantando!
El brillo resplandeciente de la iridiscente runa comenzó a apagarse hasta volverse un objeto flotante sin vida. La sensación de leve presión que Ricardo había sentido hasta ese instante se desapareció, y volvía a sentir que estaba agarrando un pedazo de hoja. La sonrisa se le borró de la cara, reemplazada por una mueca severa y reflexiva.
—Pudieron habernos dicho siquiera donde se encontraban exactamente —comentó Santino—. Al menos para sopesar las sospechas.
—¿Crees que ese tal Smith los tenga retenidos? —inquirió Martina, los nervios bosquejándose en sus ojos celestes.
—¿Cómo para que esos dos hayan dado con él en menos de cuatro horas? —Santino hizo ademán de señalarse un reloj de muñeca invisible— Como mínimo Gevani debió utilizar un método que hizo enojar a ese sujeto.
—Pero Thrud dijo que él estaba compinchado con la Reina Valquiria, igual que los Siprokroski —dijo Kenia.
—Eso no significa nada si no nos conocen a nosotros directamente —Santino hizo un gesto molesto agitando el brazo y se devolvió hacia el pilar donde estaba relajado para reposar la espalda sobre ella.
—Ay, no... —Martina se llevó las manos al pecho y miró de soslayo el cuerpo inconsciente de su padre.
—No cundan en pánico, ¿vale? —aseveró Ricardo, mirándolas a las dos con despreocupación y dedicándoles una radiante sonrisa— Vayan y sigan cuidando a Mateo. Yo iré a hablar un momentico con Santino.
—Vale, Ricardo —Kenia asintió con la cabeza y tomó a su hija de los hombros—. Vamos, mi cielito.
Una vez madre e hija estuvieron lejos, Ricardo se aproximó hasta Santino. Le dio un golpe en el hombro y le hizo un ademán de que lo siguiera. Santino apretó los labios, ladeó la cabeza y lo siguió por un destartalado pasillo lleno de escombros hasta el exterior de un balcón con pedazos de parapetos aquí y allá. La noche seguía atenuante con su cielo estrellado; ya no se veía el dominante resplandeciente fulgor estelar.
—¿Quieres parar? —maldijo Ricardo, la rabia llenando sus ojos.
—¿De qué hablas? —Santino frunció el ceño. Fue a recostarse sobre una pared, pero Ricardo lo detuvo señalándolo con un dedo.
—¡Ah, ah! Nada de recostarte sobre la perra puta pared. Te quedas aquí y me encaras como hombre, la puta que te pario.
La expresión de molestia se borró de la cara de Santino. Este se puso frente a Ricardo y le dedicó su semblante airado. Era unos palmos más alto que Díaz.
—Jesucristo, ¿tienes que alzar la voz? —masculló.
—Tengo qué —Ricardo no se dejó intimidar ni por su mueca ni por su altura—. Tu pestilente actitud de malote y de que no te importa nada no encaja ahora, Santino. Estamos en la ruina, y lo último que quiero es que andes preocupando a la pobre Martina con tus comentarios.
—Verga, ya sé que estamos en la ruina. No tienes porque ser tan poco sutil —Santino se guardó las manos en los bolsillos de su pantalón.
—Y no tienes tú porque ser un huevón —Ricardo lo miró de arriba abajo como si no lo reconociera—. Antes eras un conchudo cuando estábamos en guerra con Jahat. Y ahora estás siendo como aquella vez. Re-conchudo incluso. ¡Igualito a cuando caíste como un pelotudo en la trampa de Jahat de ir a Puerto Madero!
—Tú eres el que sigue trayendo a colación eso —Santino se encogió de hombros—. Yo ya acepté eso.
Ricardo se pasó una mano por el rostro exasperado y se mantuvo dando vueltas alrededor del balcón por unos segundos.
—Mira, Santino. Las cosas han cambiado. Han pasado veinte años desde que reencarnamos aquí, y tienes que entender eso —Ricardo se masajeó la barba—. Tenemos una niña a la cual cuidar.
—¿Me ves cara de niñero?
—Tenemos también cuerpos de nuestros exmiembros tras nosotros. Agentes del gobierno y ahora cazarrecompensas que han dado y van a seguir dando uno a uno de los Giles que hará ver la cacería de Gi-Reload como una insípida fiesta de té de niñas. Ya no podemos darnos las mismas libertades que teníamos antes como grupo. ¡Si fueras serio conmigo y con Adoil, tendremos chances de sobrevivir!
—Pues ponme en ello, coach.
La cólera se desdibujó de los ojos de Ricardo, para pasar a una expresión de preocupación que supo suprimir para seguir demostrando una fachada de decepción furiosa.
—Santino, aún deposito mis esperanzas en ti.
—¿Ah, sí? —Santino enarcó una ceja.
—Cuando reencarnamos aquí, supe de inmediato que podría rehacer mi vida. La de todos nosotros. Hubo problemas, cierto, pero supimos salir adelante —Ricardo hizo una pausa para omar aire y soltarlo en un suspiro—. El único que no he visto que haya mejorado eres tú.
—Que halago —Santino ladeó la cabeza de forma enervante—. Al menos me cambié la máscara.
—¡Hombre, ya! —Ricardo lo agarró de los hombros— Eres un sujeto admirable por tus proezas y tu pragmatismo. Por más que yo y el resto del grupo estemos en desacuerdo con tus métodos, eres un miembro clave de los Giles. Parte de la familia, por más que seas una oveja negra. Y no queremos perderte de nuevo.
Santino se quedó mudo, la mirada consternada y en aparente confusión. Ricardo le dio palmadas en los hombros y apretó los labios. Le hizo un ademán de cabeza de despedida y se retiró del balcón. Santino se quedó donde estaba, la mirada pensativa, que en segundos se tornó melancólica. Miró hacia el cielo estrellado y pensó para sí mismo
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Cherbogrado.
Thrud Thorsdóttir presionó con su pulgar la Runa Raidho y esta apagó su brillo blanquecino. Lo agarró como si agarrara un objeto sólido, y se lo guardó en el bolsillo interno de su chaqueta negra. Adam Smith, de pie encima de la tarima junto a ellos, se quedó viendo a la Valquiria Real con una mirada sofisticada. Alrededor de la tarima se atestaban los guardaespaldas de Smith, algunos de ellos erguidos sobre los balcones y los techos de los edificios de apartamentos que era el ambiente donde los trajo el Magnum Ilustrata.
—Magia de Runas —apuntó Adam—. O más bien ciencia de Runas. De las pocas veces que la he visto, me deja siempre fascinado.
—No tiene mucha "ciencia" detrás —dijo Thrud. Se aclaró la garganta y colocó sus manos sobre su cintura—. Pero yendo al meollo. ¿Por qué nos trajiste aquí? —miró los edificios negros y grises con agua estancada saliendo de sus cañerías y corrientes eléctricas saliendo de sus cableados— Nos hubieras llevado directamente a la residencia de Maddiux y después de allí ir al rescate del resto de los Giles.
—Mira, Thrud, no es tan sencillo como parece —Smith se acomodó las gafas, y el reflejo de las tenues luces de las estrellas resplandeció en sus cristales—. Con todo lo que me traigo entre manos con los Siprokroski, lo último que quiero es importunarlos con la llegada de agasajados sin invitación.
—¿Por qué iba a ser una importunación? —Thrud sacudió la cabeza, el ceño fruncido— Maddiux Siprokroski conoce a Brunhilde. Él participó en el asalto a la Conferencia de Udr. Él es un Legendarium Einhenjer, como Masayoshi Budo. ¿Qué me ando perdiendo en esta regla de tres por tres?
—Un cuatro, por lo que veo. El que maneja las cosas aquí no es Maddiux, sino su hermano.
—¿El diego ese de las gafas de montura ancha? —inquirió Adoil, entrecerrando los ojos.
—Maddiux con gusto recibiría a Masayoshi y a su grupo —prosiguió Smith—, pero no puedo decir lo mismo de Dimitry. Especialmente con lo ocupado que se encuentra por su campaña política.
—Política, política, economía, relaciones sociales... —Thrud chasqueó varias veces los dientes— ¿Qué importa todo eso cuando el destino de la humanidad depende de los Einhenjers que lucharán en el Torneo del Ragnarök?
—Importa lo mismo que Dimitry haciendo lo posible para que estas Provincias Unidas no caigan en vacíos de poder y terminemos en una Segunda Guerra Yugoslava. Allí, la humanidad de este sitió se extinguirá antes que una deidad pise este lugar.
El sagaz y brusco comentario de Smith dejó sin palabras a Thrud, al punto de hacer que la diosa nórdica se llevara una mano a los labios en gesto pensativo. Adoil apretó los labios y respiró hondo.
—¿Y qué hay de la esposa? —dijo— Anya, creo que se llama.
—Misma situación —replicó Smith—. Con todo el aparato político que se está accionando con la campaña política, veo imposible una apertura donde poder introducirlos a ustedes a la Familia Siprokroski sin que vengan a poner muchísimas pegas.
—Pues... ¡Pues entonces hazlo a espaldas de ellos!
Se hizo un incomodo silencio. Smith entrecerró los ojos en una mueca incrédula y desconfiada.
—¿Disculpe?
—Seamos unos bienes pasivos para usted —sugirió Adoil—. Manténganos ocultos de la mirada de ellos. Así, cuando sea capaz de resolver lo que tenga que resolver con ellos, nos introduce a ellos y así hay más garantía de tener refugio por parte de ellos.
—¿Con qué propósito? —dijo Smith— Más aparte de cumplir con una misión milenaria de la Reina Valquiria, quien les recuerdo no está aquí ni estará aquí para abogar por ustedes, ¿qué ganaría yo con esto?
—¡El crédito por darle la victoria a la humanidad en la segunda ronda! —exclamó Thrud.
—¿Basado en qué probabilidades? ¿En las de Tesla? —Smith esbozó una sonrisa sardónica— Arreglé esta reunión por pura inercia al saber que eras una de las Valquirias Reales de Brunhilde. Pero, francamente —negó con la cabeza e hizo un ademán volverse para irse—, no veo ninguna rentabilidad en traer a un grupo de personas como si fueran refugiados. La Reina Valquiria ya no tiene potestad aquí, Thrud. Vuelva por donde vino.
—¡Espere un momento!
Adoil se acercó a él y extendió un brazo. Justo en ese instante, apareciendo de la nada como un veloz borrón negro que se transformó al instante en una chica de pelo azul largo con cola de caballo, la guardaespaldas de Smith apareció frente a Gevani con sus puños levantados en una pose de boxeadora experta, los ojos celestes resplandeciendo al igual que las líneas de circuitos que sobresalían de su cuello. El científico argentino dio un paso atrás y alzó un dedo en ademán de señalamiento.
—Hablemos de negocios, ¿si?
—¿Cómo? ¿Metiéndome otro virus en el puto celular? —masculló Smith, guardándose las manos en los bolsillos.
—Estrategia sucia, lo comprendo. Y me disculpo por ello —Gevani palmeó sus manos y esbozó una amigable sonrisa para ocultar sus nervios—. Pero gracias a eso se pudo denotar que sus defensas de cortafuegos en sus sistemas de hardware son... O más bien, no son del todo óptimo a la hora de defenderse de ataques cibernéticos, ¿entiende?
—Un rufián como usted qué coño va a saber sobre defensas de ciberseguridad —maldijo Thomas, mirándolo por encima del hombro con una mueca molesta.
—¡Lo apropiado como para mejorar la infraestructura del hardware de su queridísimo jefe! Porque de haber sido así, mi artimaña no habría surtido efecto —Gevani señaló con sus dedos su alrededor—, y esta situación no estaría sucediendo en primer lugar.
Stefany agarró a Gevani por el cuello de su camisa y, con fuerza inhumana, lo alzó unos centímetros por encima del suelo. Thrud estuvo a punto de intervenir, pero se detuvo un milisegundo antes de meterse; supo al instante que, si lo hacía, empeoraría las cosas. Dio un paso atrás, y deposito toda su confianza en Gevani.
—Usted diga la orden, señor Smith —aseveró la guardaespaldas, la expresión arrugada por el hastío—, ¡y estamparé la cabeza de este descarado paria en el suelo y hacerlo explotar como una sandía!
—Suéltalo, Stefany —ordenó Smith, la voz severa al igual que su expresión facial que ocultó sutilmente su interés—. Tiene dos minutos para decir su negociación, Adoil Gevani.
La guardaespaldas suspiró y soltó a Adoil. Este cayó de puntillas al suelo y se arregló las arrugas de su camisa y se abrochó los botones que se soltaron.
—Dígame esto —pronunció el científico argentino—. Como me dijo que está metido en la campaña electoral de Dimitry, ¿cómo está la tasa de criminalidad en la Raion Rusa en general?
—No entraré en detalles con eso —respondió Smith—. Me limitaré con solo decir que hubo un leve incremento de reportes de crímenes en los últimos meses.
—¿Todos ellos cibercriminales y ciberpsicopatas?
Smith permaneció silencioso y quieto como una estatua, la severa mirada penetrando hasta su alma. Gevani palmeó las manos y forzó una sonrisa carismática para apalear los nervios.
—Pongámoslo desde esta perspectiva, senador —apremió el científico argentino, alzando un dedo en una genuflexión indicativa—. Con el aumento de la criminalidad en la Raion Rusa (y, ya que estamos, en todas las Raions en general), aflorarán grupos criminales que se basen en las violaciones de ciberseguridad. Hardwares y softwares siendo estropeados, cortafuegos siendo expulsados, troyanos más agresivos que los míos metiéndosele hasta en las neveras inteligentes —hizo una acentuante pausa para clavar sus ojos sobre los del guardaespaldas Thomas—. Llegará un punto en el que habrá ciberhackers que apalearan fácilmente a los Cibermantes más eficaces de las agencias de inteligencias.
—Oh, tenemos aquí a un Nostradamus de ciencias informáticas —bromeó Thomas, la sonrisa irónica.
—Ajá, eso ya lo sabemos de antemano —aseveró Smith, la expresión de su rostro infalible e incambiable—, ¿qué le hace pensar que usted puede ser un "activo" para mí en esa empresa? Puedo conseguirme mis propios informáticos que me ayuden a eso.
—¿Y que tal unos científicos informáticos por los que no vaya a pagar un duro?
El paradigma hizo alzar una ceja a Smith y sacó una sonrisa burlona en Stefany.
—¿Pero qué dice este hombre? —dijo entre risitas— ¿Trabajar de gratis?
—Al igual que unos maestros con un millón de doctorados pero que no lo contrata ni su abuela, nosotros estamos en la quiebra, señor Smith —prosiguió Gevani, ignorando las burlas de todos los guardaespaldas—. No lo crea usted, pero mi grupo y yo somos tan buenos como unos Cibermantes de primer nivel. Y trabajaríamos para usted con la única condición de que nos dé asilo.
—¿Adoptarlos como si fueran unos refugiados musulmanes venidos de Bosnia indocumentados? —bufó Smith.
—Tenga en cuenta también, Smith, que estaría adoptando al Merodeador de la Noche —exclamó Thrud, los fornidos brazos cruzados—. Y por lo que he visto aquí en Cherbogrado, mi Legendarium es relativamente popular con los rusos.
—¿Luego de detener a esa Cibercriminal que se robó armamento militar hace como una semana? —profirió Gevani de forma atropellada, la sonrisa en alto— Su nombre debe de estar en boca de las Fuerzas Terrestres, inclusive —se volvió hacia Smith—. No solo tendría a su disposición un grupo de informáticos que conocen de tecnología como la palma de su mano, sino también a superhéroes que lo ayudarán apalear la criminalidad en la ciudad de Dimitry. Seguro que hasta él mismo te lo agradecería. Y una vez más —agitó las manos en gesto de negación—, nosotros no queremos crédito por eso. Solo buscamos asilo.
—Y después de eso ciudadanía, ¿no? —espetó Smith.
—Eso dependerá de su benevolencia, el señor Dimitry.
Adam miró a cada uno de sus guardaespaldas a la cara, en búsqueda de opiniones ajenas. Stefany levantó los hombros y asintió con la cabeza. Thomas negó con la cabeza y rechistó los labios. El resto de sus hombres asintieron la cabeza, algunos de forma afirmativa, otros no tan seguros y solo siguiendo la corriente de sus compañeros. Adam Smith terminó por encogerse de hombros y chasquear los dientes positivamente.
—Empezarás trabajando bajo las órdenes de Thomas en el Departamento de Ciberseguridad de la residencia de los Siprokroski —dijo, para después girarse, bajarse de la tarima junto con Stefany, y emprender la marcha hacia su limusina. Tras él lo seguían Gevani y Thrud—. Vamos.
—¿Y-y qué hay del resto de mi grupo? —farfulló Adoil.
—Lo planearemos cuidadosamente —Smith abrió personalmente una de las puertas de la limusina e hizo un ademán con la mano para que entrasen—. Venga, entren.
Gevani esbozó un suspiro nervioso. Sintió un toque en su hombro. Se dio la vuelta y vio a Thrud sonreírle con confianza. Los nervios iniciales se disiparon de su pecho, y Adoil sintió la seguridad de que la Valquiria Real tendría cubierto su trasero. Se adentró en el interior de la limusina.
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Microdistrito de Rasinski
Centro anillado
Una camioneta cuatro por cuatro atravesaba una carretera totalmente despejada de cualquier tipo de tránsito: los coches o motocicletas que había estaban aparcados en la vereda, dejando paso al automóvil. Los miradores de los paneles de edificios con arquitectura Siproskroyka destilaban las luces neones de sus ventanas, formando halos que se difuminaban con el leve resplandor del cielo mañanero. Llegado a un punto de la carretera, la camioneta se topó con camiones de volteo, excavadoras y revolvedoras estacionados de forma irregular aquí y allá, algunos sobre las aceras, obstruyendo imprudentemente el camino.
La camioneta negra redujo su velocidad y se estacionó entre dos palas cargadoras. De él bajo Miroslav Stanimirovic, vestido una camisa casual negra sin mangas ya botonada, pantalones acolchados y zapatos grises. No llevaba sombrero, por lo que revelaba los pocos cabellos rubios que quedaban de su calva cabeza. Miroslav caminó por la carretera, bebiendo un sorbo de su café capuchino e intercambiando miradas recelosas con los trabajadores de la constructora. Vestían todos con trajes de colores grises apagados, condecorados con una invasora insignia rojo-negro que portaban a la altura de sus hombros. Había banderas oteando encima de los capós de algunas camionetas de construcción, y estas tenían los mismos rojos y negros que las insignias.
El zumbido de un tren bala zahirió por encima de sus cabezas, sacudiendo los pilares de piedra con placas de hierro que lo reforzaban. Vahídos de polvo ulularon brevemente por el aire. Miroslav atravesó la acera hasta alcanzar a uno de los trabajadores, portando un casco de seguridad negro. Este se dio la vuelta, revelándose como su hijo, Rasko Stanimirovic, la mueca de molestia dibujada en él.
—Hey, ¿cómo está el perro? —dijo Miroslav, la sonrisa juguetona mientras bebía su café.
—¿Qué cómo estoy? —ladró Rasko, deslizando su teléfono celular por debajo de su brazo prostético, haciendo desaparecer el documento holográfico. Comenzaron a caminar en dirección hacia un claro urbano de edificios de paneles con sus cuarterones holográficos totalmente apagados— Llevo ya casi seis putas horas aquí, parado, sin hacer nada. Me duelen los jodidos pies y me ando muriendo de hambre, de comida y de una prostituta Moxy.
—Es tu primer día de trabajo honesto —Miroslav agrandó la sonrisa juguetona—. Ahora sientes lo que es ser un asalariado.
—Sí, con malos tratos incluso y con un jefe que me grita a la oreja cada dos por tres —Rasko se rascó la barbilla.
Para este punto padre e hijo se había adentrado en el claro urbano. Con forma de circunferencia, se disponía n en él un montón de vehículos de construcción atestados por todas partes, con sus trabajadores de pie, hablando entre ellos, sin hacer nada. Miroslav los miró a todos con un veloz escudriñamiento.
—Bueno, así son estos anarquistas radicales —dijo.
—Ya me dan es ganas de arrancarle la cabeza al imbécil ese —Rasko estiró un brazo y señaló a un hombre que se estaba bajando de un montacargas—. ¡¿OÍSTE ESO, IMBÉCIL?!
—¡Sáquelo de aquí! —maldijo el hombre barbudo y de constitución fornida, más alto que ellos dos, y agitando frenéticamente un brazo— ¡SAQUE DE AQUÍ A ESE RENACUAJO!
—Wow, wow, más respeto para el oficial de sindicato, ¿quieres? —dijo Miroslav, ocultando con una sonrisa la rabia que le generó el comentario.
El jefe de construcción hizo una breve pausa en el que bajó los ojos y se quedó en silencio unos instantes.
—Escuche, señor Miroslav —dijo, moderando su tono de voz—, ya hizo valer su punto, ¿ok?
—¿Mi punto? —Miroslav frunció el ceño— ¿Y cuál punto debería ser ese?
—Basta de cortar los suministros de mis obreros.
—Bueno, ustedes están en huelga, se supone, ¿no? —Miroslav indicó con ambas manos a todos los trabajadores, hambrientos y desganados, de pie o sentados, dispersos por todo el claro urbano— Y en una huelga, todos los trabajadores se niegan a hacer sus turnos laborales y se quedan en un mismo lugar en gesto de protesta, queriendo exigir algo a cambio. Así sea a cambio de pasar hambre...
—¡Lo que usted está haciendo es...! —el jefe de construcción se quedó barbotando incoherencias por unos segundos— ¿Cortar la luz? ¿El agua? ¡¿Los envíos de comida?!
—¿Es que es sordo o no oyó lo que acabo de decir? —Miroslav bebió otro sorbo de su capuchino.
—¿Si quiera saben porque sufren todo esto? —profirió Rasko, ganándose una mirada de odio del hombretón.
—Y mi hijo está aquí como oficial de sindicato —Miroslav lo señaló con un dedo—. Será él quien supervise toda esta huelga hasta que decidan relevarla.
—Lo haremos —dijo el jefe de construcción al instante.
—¿Así de fácil? —Miroslavo sonrió con ironía ácida. Se volvió hacia su hijo— Rasko, pégale un llamado al administrador de propiedad del sector, y dile que se asegure de darle los pagos atrasados a todos estos caballeros luego de que arregle una reunión entre él y el jefe de construcción de aquí para resolver el tema de la huelga.
—En seguida —Rasko desenfundó su teléfono de su brazo prostético y empezó a marcar un número.
—Y de paso, señorito —Miroslav le dio un golpecito en el casco de seguridad al jefe de construcción—, me paga lo que me debe, ¿sí? O sino, incluso después de que arreglen las cosas con el administrador, el corte seguirá en pie.
—Le traeré su dinero —afirmó el hombretón barbudo, la voz más sumisa, el rostro manso—. Cuando me llame, lo tendrá ya depositado.
—En ese caso, lo espero —Miroslav se terminó de beber su refresco y tiró el vaso al suelo, manchando los zapatos del hombretón para después volverse y retirarse. Le hizo una seña a Rasko para que lo siguiera, y este cortó la llamada con el administrador luego de decirle que arreglase la reunión con el anarquista.
—¡Ale-Puto-Luya! —exclamó Rasko, quitándose el casco y tirándolo al suelo junto con el teléfono celular que resultó ser de la compañía constructora— Finalmente me alejaré de estos anarquistas de mierda.
—El día aún no termina, hijo —dijo Miroslav, dándole unas palmadas en el hombro mientras se dirigían hacia la camioneta negra—.Entra, tenemos que atender a una junta con Vukasin.
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Reunidos alrededor de la misma mesa ovalada con intrincadas lámparas triangulares, todos los Stanimirovic de generaciones posteriores esperaban a que Vukasin Stanimirovic, de mirada severa y con una nube de oscuridad flotando sobre su cabeza, traedora de malas noticias, explicara el motivo de esta reunión. El anciano mafioso se masajeó las patillas y la barba hirsuta, buscando las palabras adecuadas, lo que comenzó a poner impaciente a Miladin y Rasko.
Vukasin se dejó de rodeos. Tras dar un suspiro efímero, paseó una rápida mirada por todos los miembros de la mesa, y dijo de forma atropellada:
—Nestorio Lupertazzi nos acaba de reportar un ataque cibernético masivo a las computadoras madre de las instalaciones de varios de los Microdistritos que controla Zerivof en Rusia. Les acaban de robar más de mil terabytes de información de sus capitanes, de sus soldados, de sus subjefes, del jefe, de sus asociados, de sus planes... —ladeó la cabeza—. Casi todo lo que manejaban sus Cibermantes.
Un gélido soplido de muerte se avivó como un silbido en la sala, poniéndole los pelos de punta a todos los capos serbios y haciendo que se mirasen unos a otros con incredulidad.
—¿Cuándo pasó eso? —preguntó Vitomir, los ojos ensanchados de par en par.
—Hace un par de días —respondió Vukasin—. Están tratando de hallar rastros en la red que puedan dar indicios del paradero del ataque.
—Pero, ¿cuándo dices todo es... todo? —inquirió Velimir— ¿Incluido todo lo que se ha planeado para hacer la Gran Subasta?
—Zerivof es uno de los grandes auspiciadores de la subasta —afirmó Vukasin, asintiendo con la cabeza—. Junto con Murata y Erguzon de los Ardizzone, son quienes han hecho la organización de la subasta para su inauguración dentro de una semana, y son quienes traerán sus objetos preciados a subastar. Todo eso estaba resguardado en computadoras madres de cada uno. Zerivof poseía la más prominente... —golpeteó varias veces la mesa— Y fue él quién sufrió principalmente el ataque.
Se hizo un breve silencio en la estancia. Miroslav comenzó, de pronto, a golpear con certeros puñetazos la mesa, lo que le canjeó una mirada recelosa de parte de Vukasin.
—Nos están puto pescando —aseveró Miroslav, la sonrisa desquiciada—. Como unos peces alborotados. Crean estas divergencias para ponernos nerviosos, sea quienes sean estos malditos. De seguro ya han predicho todos los movimientos que haremos a partir de ahora, y allí —hizo un gesto de cortar algo con tijeras—, nos cortaran como salame.
—Con esto ya deben saber entonces los suculentos premios que se presentaran en la subasta —sugirió Rasko, la mano sobre sus labios, el rostro preocupado—. Si ya le han robado a Cerim y a nosotros, entonces robaran más, y más.
—¿No seremos entonces los siguientes en ser asaltados? —preguntó Miladin, nervioso— ¿Aquí? ¿En Rasinski?
—No lo creo —contestó Velimir—. Hasta el momento, veo que este grupo lo que apunta es a grandes e inmediatas riquezas. Sean patrimonios, sean armas... —negó con la cabeza—. No creo que apunten a un negocio delictivo y autosuficiente como el que tiene Miroslav aquí con su sindicato.
—Gracias a Dios por tener un negocio tan tedioso —gruñó Miroslav, agitando una mano.
—Y ahora que mencionas los sindicatos —dijo Vukasin, volviendo la silla en dirección a Miroslav. Entrelazó sus dedos y se inclinó hacia él—. Miroslav, ¿cómo has tratado el naciente anarquismo que ha surgido aquí?
Miroslav aguardó en silencio unos segundos. Miró de soslayo tanto a Rasko como a Miladin, y estos asintieron con la mirada. El capo serbio apretó los labios y alzó los hombros en ademán despreocupado.
—Nada de lo que preocuparse —dijo—. Han tenido ya sus ratos de huelgas y alguna que otra escaramuza, pero nada que una llamada al administrador de propiedad y un poco de presión haya hecho que vuelvan al trabajo.
Vukasin se quedó en silencio, analizando su respuesta mientras miraba fijamente el suelo.
—Y qué si te dijera... —alzó la cabeza y lo miró a los ojos— ¿Qué este no es un caso aislado?
—¿Perdona? —Miroslav frunció el ceño.
—Sí —Vukasin asintió la cabeza, los ojos abiertos como platos, las miradas sorprendidas y atentas del resto de Stanimirovic atentas sobre él—. Nestorio también reportó un hallazgo terrorífico: casi todas las uniones sindicales, repartidas a lo largo y ancho de las Provincias Unidas, adolecen de una rápida epidemia de anarquismo sindicalista. Anarcosindicalismo, lo llamó Nestorio. Puede que aquí no sea tan grave, pero él dice que Albania el anarcosindicalismo ha llegado a un punto en que hasta los campesinos se están haciendo a las armas para combatir la autoridad de los propietarios de latifundios.
—¿Están formando guerrillas, acaso? —exclamó Velimir, boquiabierto.
—Nestorio asumió eso, dado la emergente cantidad de protestas armadas dadas en las industrias más grandes de la Raion.
—¿Y por qué Zizek no me dijo nada de eso? ¿No se supone que el líder de los paramilitares de Albania tenía el control total de las armas en el mercado negro albano?
Aquí, Vukasin hizo una breve pausa para tragar saliva y girar la silla en dirección a él. Se pasó una mano por la barba hirsuta. Se le notaba la vena del nervio en su semblante.
—Velimir, según las fuentes de Osman, el jefe de las Fuerzas Policiacas Militares fue ejecutado por sus propios hombres en un motín. Según se dice, incitado por miembros del staff que provenían de los grupos anarquistas.
Velimir se quedó estático, casi que petrificado luego de ver a Medusa a los ojos. Sintió que el corazón se caía dentro de un agujero en el suelo, lo que le hizo dar un vuelco de pavor que le puso aún más los pelos de punta. Recluyó la espalda sobre la silla y se quedó viendo la superficie de la mesa con ojos catatónicos. Vitomir se acercó a él y lo tomó del hombro.
—¿Qué carajos, abuelo Vukasin? —maldijo Rasko— Albania está entrando en una guerra secreta, el enemigo invisible ha robado información vital de nuestros planes, ¿y nosotros seguiremos con la subasta?
—¿Y tú crees que un proyecto del que costó poner de acuerdo a todos los jefes de las mafias va a pararse, así como así? —lo refutó Miladin, a su lado.
—¡Debería dé! Entraríamos en la boca del lobo si hacemos eso.
—Todo lo contrario —opinó Veselin, arreglándose un mechón del flequillo de su cabello asimétrico—. Si retrasamos la subasta y la reunión de todas las mafias, le daremos lo que ese enemigo invisible quiere. Separación.
—Hasta que finalmente te pones de mi lado, ¿no? —masculló Miladin, esbozando una sonrisa.
—Eso no se detendrá ni porque Maddiux Siprokroski venga con toda hacia nosotros —reafirmó Vukasin con severidad—. Los Stanimirovic, los Zovko, los Dobroshi, los Bratva y los Ardizzone se reunirán en la Gran Subasta, y se unirán en una única Mafia Balcánica. Con ello dicho —lanzó una analítica mirada a todos los presentes—, quiero que estén atentos hasta de sus propias sombras. Cualquier cosa sospechosa, me la hacen saber. Miroslav, sigue atento a todo movimiento que hagan los anarquistas de aquí. Vitomir y Velimir, sigan en contacto con Cerim; no quiero que pierdan de vista sus actividades. Y Veselin —señaló al muchacho con un dedo—, te dejo ahora a cargo del manejo de las Placas Base de Rasinski. Así notes el más mínimo error en alguna base de datos, me lo haces saber.
Veselin asintió con la cabeza y, con estilo, se agitó el cabello asimétrico hacia atrás.
Vukasin fue el primero en pararse de su silla. El resto lo imitó. Se quedaron de pie unos instantes, mirando fijamente al jefe. Vukasin dio un chasquido.
—A seguir con el trabajo.
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5
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Gran Palacio Siprokroski
Los ojos de Adoil Gevani parecía que se le iban a salir de las cuencas de lo fervorosamente intensos que se paseaban por los excesivos y lustrosos detalles de las pinturas pigmentadas en los techos abovedados de la gran galería del zaguán. En su mente se calibraba la comparación de aquella pintura con la Capilla Sixtina del vaticano: una impecable ilustración de estilo barroco, con cada sección mostrando, con una precisión y simbología artística, las etapas de la vida de Maddiux Siprokroski hasta su fiera lucha contra los Neo-Reyes del Apocalipsis.
—¡La santa madre que me pario! —exclamó Gevani, la sonrisa de oreja a oreja. Alzó un brazo y señaló las pinturas— ¿Esto es de verdad? ¿No es holograma?
—Se hicieron retoques y restauraciones durante luego de la Lupara Bianca —explicó Adam Smith, caminando a su lado. Tras ellos venía su sequito de guardaespaldas, siendo adelantados por Thrud Thorsdóttir, esta última observando con igual fascinación el techo abovedado.
—Me siento como un invitado especial con esto de hacerme entrar por la puerta grande —murmuró Adoil, volteando la cabeza para mirar las espectaculares columnas blancas y los paineles con bordados dorados—. ¿De verdad es buena idea que Thrud y yo entremos, así como así, como pedro por su casa?
—Los Siprokroski se encuentran haciendo negocios fuera de la mansión —avaló Smith, negando con la cabeza—. Esta será la única vez que haremos esto, sin embargo. Cuando traigamos al resto de su grupo, será por la puerta trasera.
—Completamente entendible —Gevani alzó las manos en gesto de afirmación. Comenzaron a ascender por la escalinata. Thrud subía los peldaños cerca del pasamanos, por el cual pasó la mano por su superficie lisa y limpia—. Y no es por ser metiche, señor Smith, pero, ¿en qué clase de negocios se encuentran haciendo los Siprokroski ahora mismo?
Smith hizo una pausa silenciosa en el que le dedicó una mirada de soslayo algo desconfiada, para después encogerse de hombros y decir:
—Maddiux está llevando a cabo preparativos para los Torneos Pandemonicos. Seguro que los habrá oído.
—Oh, sí —Adoil chasqueó los dedos—. Masayoshi me dijo que eso se hablaba mucho entre los círculos de superhumanos más clandestinos.
—Anya, por su parte —prosiguió Smith. Una vez culminado de subir la escalinata, el grupo siguió su camino a través de uno de los muchos pasillos en los que se dividía la siguiente sección de la mansión—, está en Novoukhov, haciendo ruedas de prensa para discutir los pormenores de la campaña política de Dimitry Siprokroski. Entre esas, discutir y denegar todas las acusaciones que se le están haciendo a su familia.
—Lo de los serborusos y eso —concordó Adoil, escuchando con atención.
—Y si ya la graduación de Veronika y Alexander ya ha culminado, entonces Dimitry retomará su campaña presidencial y, con ayuda de Anya, impulsará la influencia de la población a favor suya.
—Dios, no llevo ni diez minutos en este lugar y ya mi cabeza está desbordada de política —Adoil se masajeó las sienes.
—Pues acostúmbrese, señor. Porque si quieren hospedaje aquí, tendrán que vérselas con la política.
Gevani sintió que se le empequeñecía el corazón. Miró de soslayo a Thrud, y esta tenía una expresión de igual sorpresa en su rostro. Finalmente veían que no resultaría tan fácil el acceso al cobijo de los Siprokroski como pensaban en un inicio.
Tras un recorrido algo denso por la complejidad de pasillos. Galerías y puentes interconectados que componían el Gran Palacio, Adam Smith y su séquito de guardaespaldas guiaron al dúo hasta el lugar destinado. Las compuertas se deslizaron con un silbido suave, y al adentrarse en la estancia, Gevani y Thrud fueron bruñidos con los resplandores fosforescentes de las lámparas que iluminaban el ennegrecido cuarto de paredes negras y ventanales que servían como tabiques. Adoil Gevani caminó con lentitud, la mirada de asombro paseándose por los pasillos de cuartillos y oficinas ocupados por agentes que tenían sus ojos fijos sobre las finas pantallas de computadoras táctiles. El sonido del tecleo llenaba la totalidad del rellano, y los perfumados olores ululantes le daban la sensación de este ser un nuevo ambiente, más profesional y más grande que el que tenía en su base.
—Este será el lugar donde su grupo trabajará —dijo Smith, la mano apoyada sobre el parapeto—. CIS. Centro de Inteligencia Siprokroski. La ciberseguridad tanto de ellos como de todo el aparato gubernamental sale de aquí.
—Pues si sale de aquí, que milagro que no se les llenen sus redes de ciberseguridad con anuncios pornográficos —bromeó Adoil, la sonrisa sarcástica; el tono con el que lo dijo sacó una sonrisa a más de un guardaespaldas.
—Busco primero que se acomode, señor —explicó Smith, la expresión impasible—. Una vez haya averiguado su lugar aquí y el manejo coordinado de las defensas cibernéticas, dejaré que venga el resto de su grupo.
—Solo quiero recalcarle, si me lo permite, que eso se tiene que hacer rápido. Masayoshi Budo necesita tratamiento lo más rápido posible —Adoil golpeó la palma de su mano con un puño—. Me adaptaré rápidamente aquí con tal de ver a mi querido amigo aquí.
Adam Smith apretó los labios y dio un paso hacia delante, poniéndose a un metro de distancia de Gevani. Este último sintió como su espacio era invadido, pero no se dejó amedrentar y se lo quedó viendo a los ojos.
—Usted cumpla primero, y después yo cumplo —masculló el Ilustrata, y su aliento hizo que Adoil frunciera el ceño.
—¿Y qué hay de mi amiga aquí? —espetó Gevani, señalando a Thrud con una mano— Ella tiene la educación de Pedro Picapiedra. No debería ni de estar aquí.
—Con ella hablaré en privado. Veré que resuelvo para su posición —Smith hizo un ademán de cabeza, y Thomas se separó del grupo para dirigirse hasta Adoil y agarrarlo gentilmente del brazo—. Trabaje duro las próximas doce horas, señor. Quiero ver qué tan capaz es como me quiso vender.
—A laburar como un camello, pues —masculló Adoil, agitando el brazo y soltándose del agarre de Thomas. Ambos hombres comenzaron a bajar las escaleras en espiral hasta adentrarse en el laberinto de oficinas, desapareciendo de la vista de una preocupada Thrud.
—Ven conmigo —murmuró Smith, dándole un leve toque en el hombro y caminando de regreso hacia el umbral de la habitación, saliendo junto con ella y el resto de sus guardaespaldas.
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6
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Una vez dentro de los aposentos del Ilustrata de la Economía, Thrud Thorsdóttir tomó asiento y se acomodó en la silla con las piernas abiertas y las manos apoyadas en los reposabrazos. Miró su derredor, oteando las estanterías de libros embebidos a las paredes, las cortinas cerradas, las lámparas colgantes y el amueblado a cabal entre el condecorado moderno con el estilo barroco. Escuchó tras de sí las puertas cerrarse, y la sala quedó en total silencio.
Smith se abrió un botón de su abrigo y se sentó. Apoyó un brazo sobre el escritorio y fijo la mirada seria sobre la valquiria.
—Dime algo —dijo. Hizo una breve pausa para que Thrud pusiera atención—. ¿Acaso la Reina Valquiria cree con solo agitar la bandera del Torneo del Ragnarök hará que todos los problemas que suceden fuera de su palacete se detengan?
—¿Disculpa? —farfulló Thrud, frunciendo severamente el ceño.
—Lo que oíste —rugió Smith—. Brunhilde Freyadóttir está tan cegada por la burbuja de su reducido espacio del Ragnarök que piensa que los problemas de los demás son nimios —hizo un espacio pequeño entre ambos dedos como pictografía—. Aquí, en las Provincias, estamos así de sufrir una guerra sin cuartel. ¿Y ella cree que lo más importante para mí, o para los Siprokroski, es su guerra anual con los dioses?
—Señor Smith, usted no entiende...
—Quien no entiende es ella —Smith se inclinó hacia delante, haciendo rechinar la base de su sillón—. Esta es una situación similar a la que vivió tu hermana, Randgriz. Solo que con la suerte que el grupo del Legendarium está unido en vez de separado. Pero los problemas que los rodean son mucho más gruesos que los que hubo en las otrora Regiones Autónomas.
—Y fueron esos obstáculos los que unieron a Uitstli y a Randgriz más íntimamente, hasta formar el Völundr —Thrud apretó un puño determinado—. Eso mismo busco yo con Masayoshi Budo.
—Oh, ¿y tú te crees que esto será una aventura? —Smith apoyó ambos brazos sobre el escritorio y entrecerró más los ojos— ¿Te crees que esto será la clásica aventura de un héroe que vence a todos los villanos y es alabado por la gente unánimemente?
—No, pues, así ha sido gran parte de la historia de la humanidad. Gente buena contra gente mala, a veces un poco de uno en el otro, pero siempre habiendo claridad entre el bien y el mal. ¿Qué hace la diferencia aquí entonces, señor Smith?
Smith se quedó boquiabierto en una mueca en aparente ofensiva.
—Dios mío, ¿así de boba te han educado como valquiria? —maldijo— ¡El mundo en el que vivimos ahora no es tu típico cuento de caballeros y dragones!
Aquí, la Valquiria Real permaneció en un cavilante silencio, la mirada fija en el suelo como si hubiese escuchado una verdad rotunda. Smith reposó con totalidad la espalda sobre el sillón y se pasó una mano por el mentón.
—¿Quieres hacer Volun o como se le llame a eso? Bien. Pero primero tendrás que hacer concesiones aquí, amiga mía —Smith golpeteó la superficie de la mesa con su dedo índice—. Y la más importante es saber lo que tú quieres sobre lo que tus contemporáneos desean que quieres. Solo así podrás llegar hasta el Ragnarök con esto de aquí intacto —indicó con un dedo su cráneo.
Thrud apretó los labios y asintió afirmativamente la cabeza. Chasqueó los dientes y miró con decisión a Smith, este último con los dedos entrelazados y la mandíbula reposando sobre las manos.
—Bien. Hablas sobre saber lo que quiero. ¿Sabes qué quiero ahora mismo? —la Valquiria Real chasqueó los dedos— Quiero a Masayoshi Budo y a su grupo en este palacio. Ya mismo. Nada de esperar doce horas para "probar" a Gevani.
—¿Y cómo piensas hacer eso? Seguramente se tardaron ustedes una barbaridad de venir de Bosnia hasta acá en mulas...
—¿Olvidas que soy la puta hija de Thor Odinson? ¡Vine aquí por medio de magia de teletransportación! No por medio de uno de sus anillos de Cuantos-Malditos se llamen —Thrud hizo un ademán de ponerse y sacarse intensamente un anillo invisible.
—Oh... —Smith se quedó con la boca entreabierta. Se llevó una mano a los labios.
—Ajá —Thrud afirmó de nuevo con la cabeza, meciéndose de adelante hacia atrás.
—Vale, mira —el Ilustrata se acomodó en la silla—. Yo dije eso de las doce horas sobre todo porque tenía en mente lo del transporte. Pero ahora que me dices eso, entonces el problema se resuelve así —chasqueó los dedos.
—¿Si ves lo bonito que es resolver los problemas con diálogo? —Thrud sonrió con descaro.
—¿Después de lo que te dije hace unos quince segundos? Aprendes rápido. No obstante, Thrud, aún está el problema de la aceptación de Anya y Dimitry. Ni siquiera Maddiux saben que están aquí. Por lo que las introducciones tienen que ser lo más pragmáticas posible. Aún está al pendiente de que cada uno busque su rol en este lugar. Si Anya y Dimitry ven que pueden serles útiles para el aparato político, habrán conseguido el asilo que tanto desean.
—Y si queremos eso, entonces hay que traerlos aquí para que se desempeñen —Thrud se golpeteó las rodillas con vehemencia y reincorporó de su sillón, la sonrisa aún de oreja a oreja—. Los traeré aquí en cero coma, señor Smith. Con suerte, podemos convencer a Maddiux para que trate las heridas de Masayoshi en alguna sala de emergencias médicas.
—Doce horas para eso, Thrud —Smith se paró de su sillón y se llevó una mano al bolsillo de su pantalón. Sacó de allí su teléfono de tapa y lo abrió—. Yo ahora voy a comunicarme con Anya y Dimitry. Los mantendré ocupados, ¡así que tráelos lo más rápido que puedas!
La Valquiria Real asintió con la cabeza, la sonrisa ahora mostrando sus gruesos dientes. Se volvió y emprendió la marcha hasta salir de la habitación.
Adam Smith se quedó viendo el teléfono de tapa abierto por varios segundos. Apretó los labios, y negó con la cabeza. Cerró el teléfono y se lo guardó en el bolsillo de su pantalón.
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|◁ II ▷|
A las afueras del Microdistrito Grigory
Se alcanzaba a oír los lejanos y alborotadores ruidos de la maquinaria pesada trabajando incesantemente en la construcción de un altísimo e imponente anfiteatro al estilo romano. Desde lo alto de un altiplano empedrado en el que se hallaba, Adam Smith alcanzaba a divisar las altas y delgadas siluetas de grúas voladoras autopilotadas que, con uso de propulsores, parecían aeromóviles que se desplazaban en lentos y cuidadosos zigzagueos, terminaban las últimas remodelaciones de las enormes puertas y los arcos apuntados superiores condecorados con estatuas. La sola vista de aquella edificación tan exageradamente pomposa le traía un agror en la garganta.
—Así que vienes a decirme que este coliseo no es ninguna obra tuya secreta —murmuró el Ilustrata. Caminando a la par de Maddiux Siprokroski, este último portando un elegante traje de negocios, anadeaban por el camino empedrado decorado con árboles a cada lado—. ¿Era de los 'Ndrangheta?
—Exacto —replicó Maddiux, mirando de reojo la silueta del majestuoso coliseo—. Eran manejados por los principales Caporegimes que otrora hicieron parte de la cadena de subsidios sin-muestro de la Alta Stigma para auspiciar sus combates a muertes clandestinos. En ellas no solo venían a disfrutar de las peleas, sino que también se hacían subastas, intercambios de mercancías e información, diálogos entre capos, alianzas... —hizo un ademán de cabeza señalando el anfiteatro—. Lo mismo hicieron aquí antes de que nosotros llegáramos a joderle la fiesta.
—Una familia que llegó aquí luego de perderlo todo y se ensalzaron como los más grandes —Smith sonrió—. Dimitry fue un excelso ejemplo de como operar la Mano Invisible durante los primeros días de la fundación de las Provincias Unidas.
—Y mi esposa fue un mejor ejemplo con la construcción del sistema judicial —afirmó Maddiux, la sonrisa confiada.
El Ilustrata de la Economía aguardó un rato de silencio. En ese lapso ambos caminaron un buen trecho de sendero pavimentado, siendo seguidos por los constantes rayos solares de colores anaranjados que teñían el firmamento con una tonalidad rojiza que indicaba el atardecer. Adam Smith chasqueó los labios y respiró hondo.
—¿Cuándo crees que esté listo? —preguntó, señalando el coliseo con un ademán de cabeza.
—Como la belleza de allí estaba en buena parte intacta —contestó Maddiux—, es solo cuestión de días para que esté preparada. Tan solo mírala. Solo hace falta unos cuantos retoques a la fachada y quedará tan bella que hasta el emperador Vespasiano tendría envidia de ella.
—Aunque Vespasiano puso buena parte de las arcas del imperio en la construcción del Anfiteatro Flavio. Tanto así que sus consejeros reales temían por los fondos, a pesar de la conquista de Judea —Smith se lo quedó viendo, sagaz. El hombretón ruso sonrió para sí mismo—. Espero que en verdad estés poniendo tu bolsillo en esto y no andes utilizando las arcas del paraíso fiscal a mi espaldas, Maddiux.
—Venga ya, yo no te voy a dar agita con eso —Maddiux hizo un parón en mitad del sendero y se volvió hacia Adam—. ¿Te aseguraste de darle el horario y la lista de participantes a Zelvon y de que él lo anunciara en todos en la Unión Sindical?
—Eso hice.
—¿Y si te aseguraste de poner la lista con el nombre de Alexei Sokolov?
—Hice doble chequeo cuando recibí tu mensaje. Así que sí.
—Bien, bien —Maddiux asintió con la cabeza y cuchicheó risas de divertimento—. En unas horas te pasaré el boletín de anuncio de los premios. Y vaya objetos tengo a premiar, aparte de dinero. Eso catapultara el entusiasmo de los demonios a participar. ¡Especialmente con un coliseo de verdad! ¿No es así? —Maddiux palmeó uno de los hombros de Smith.
—Sí, sí —farfulló Adam, sintiendo un leve ardor en el hombro al recibir los palmeos. Correspondió a la risa y la sonrisa jovial de Maddiux, para después ensombrecer el rostro con un ligero semblante serio.
—¿Qué pasa?
El Ilustrata se mostró ahora mismo en un debate interno de si hacerle saber a Maddiux sobre la llegada de la Valquiria Real al Gran Palacio, o en cambio anunciar su descontento con las exigencias de Anya y Dimitry sobre el uso indebido de las arcas. Luego de pensarlo intensamente en menos de diez segundos, mirando al suelo y agitando con ligereza la cabeza, el Ilustrata dijo:
—Maddiux, en todo lo que llevo haciendo negocios con ustedes, no he tenido ninguna piedra en el zapato. Pero ahora, y con el respeto que les tengo... Considero que tu hermano y tu esposa atentan contra su propia riqueza con la extracción del veinticinco por ciento.
La expresión de Maddiux cambió rápidamente a una de dolor ante el solo pensamiento de conflicto dentro de su aparato de negocio familiar.
—¿De qué mierda estás hablando? —masculló, bajando la voz para modelar su rabia interina.
—Es consumismo financiero lo que hacen ellos —argumentó Smith—. Voy a arriesgarme a contrargumentarles para bajar el porcentaje.
—¿Y tú por qué crees que toman el veinticinco por ciento? No para derrocharlo, sino para ganar prestigio y amor del pueblo. Es por eso que nunca expoliaste un programa de aumento de impuestos a los ricos. Siempre has apelado por el bien común de la riqueza.
Adam Smith se quedó viendo a Maddiux de arriba abajo, el rostro incambiable e inquebrantable sobre su posición idiosincrática. Esto lo sintió el ruso, quien se quedó expectante a su respuesta.
—Siempre y cuando no haya motivos utilitaristas detrás —fue la rotunda respuesta del economista—. Si Dimitry quiere mantener vigente el prestigio de su campaña, que sea a través de un balance pragmático entre riqueza y relaciones públicas. El dinero nunca es con el fin material, sino...
—... El moral, vale —Maddiux se encogió de hombros y suspiró, entre alivio y furor—. Sabes que yo siempre te apoyaré en cualquier tema de finanzas, Smith. Así me duela tener que contrariar a mi propio hermano en esto.
—Y una última cosa. Los futuros fondos que se ganen con estos Torneos y el potencial emprendimiento que le vayas a sacar a esto... —Smith señaló con un dedo la lejana silueta del coliseo en construcción— Sesenta-cuarenta, a mi favor. Las arcas no deben perder su equilibrio económico.
Maddiux Siprokroski se quedó pensativo por un buen rato, los ojos virando al suelo para después posicionarse a la altura de los lentes autoritarios de Smith. De un chasquido afirmativo dio su respuesta certera, y el Ilustrata lo captó al instante. Ambos hombres finalizaron la charla de negocios con un firme abrazo con choque de palmas en sus espaldas. La sensación filial que ambos sentían cuando se daban un abrazo cada vez que terminaban una de estas charlas era incomparable.
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|◁ II ▷|
Ruinas de Urošević
Las horas pasaron sus lapsos con tal eternidad que hizo entrar en desesperaciones internas a los Giles rezagados en estas ruinas. El único que mantuvo noción de cuánto tiempo había pasado desde la partida de Thrud y Adoil fue el ambiente mismo de las ruinas de Urošević. La ciudad fantasma anunció la mañana siguiente con un alba mañanero resurgiendo en el horizonte, bañando los rostros ensoñadores de Martina, Kenia, Ricardo y Santino hasta hacerlos despertar. Estaban todos tan adormilados que no se percataron de que la Runa Raidho, dispuesta en el centro de la estancia, estaba vibrando y brillando intensamente. Para cuando habían despertado, la runa se apagó.
Martina y Kenia estiraron sus brazos e intercambiaron una mirada y una sonrisa de madre e hija. Pero al voltearse hacia el lugar donde reposaba Masayoshi Budo... este no se encontraba allí.
Rápidamente la alteración pavorosa se esparció por Ricardo y Santino cuando Kenia advirtió la desaparición del cuerpo de su esposo. Los Giles comenzaron a buscar por todos los recovecos del desmoronado edificio; husmearon en cascajos, en pasillos cerrados, en rincones oscuros y hasta por escaleras que llevaban a subterráneos obstaculizados por montañas de escombros. Nada. El pánico arraigó y dominó al grupo, especialmente a Martina y a Kenia. Madre e hija entraron en un nuevo desespero sudoroso tal que pensaron que iban a hundirse más en la desesperanza, más de lo que ya estaban.
—¡LO ENCONTRÉ! —exclamó la voz de Santino repentinamente. Todos alzaron sus cabezas, y vieron al susodicho subiendo una rampa hasta el tejado— ¡ESTÁ ACÁ ARRIBA!
Ricardo, Martina y Kenia ascendieron junto con Santino hasta el techo del edificio derruido. en el proceso dejando abandonada la Runa Raidho. Y allí lo encontraron, de pie y de frente al borde del techo sin ningún tipo de parapeto. Su espalda hacía relucir las feas cicatrices de quemaduras que se esparcían por toda su piel hasta la cintura, pero no había ninguna contracción de musculo. Mateo Torres tenía los brazos extendidos de lado a lado y el cuerpo inclinado hacia delante, como dando la impresión de querer saltar.
Pero esa no era la imagen que ellos veían. Mateo permaneció estático donde estaba. Todo el mundo quedó en silencio para escuchar los soplidos de los vientos mañaneros que Mateo recibía con lustra elegancia, como un hombre nuevo que acabase de ser liberado del sueño de Morfeo. La paz que transmitía con aquella sola pose invitó a Martina, Kenia, Ricardo y Santino dejar el miedo atrás de su dolor físico o espiritual.
Zumbidos de electricidad retumbaron en el ambiente. Corrientes relampagueantes taladraron los bordes del edificio, rasgando la piedra y sacando lascas y polvaredas. La sonrisa lombarda de Mateo se agrandó, tornándose más nostálgica. Kenia, Martina, Santino y Ricardo alzaron sus cabezas al mismo tiempo que él, y allí la vieron, sobrevolando los cielos como la diosa que vino a rescatarlos.
Mateo Torres alzó un brazo convulso en dirección a ella, y Thrud Thorsdottir, con todos los torbellinos de electricidad arremolinándose sobre ella, estiró su brazo hacia el de él.
En la otra punta de las Provincias Unidas, dentro de las modernas y pobladas ciudades de la Raion Rusa, Anya Siprokroski se hallaba respondiendo a las solicitadas e incesantes preguntas de los periodistas de una rueda de prensa. Las preguntas que le arrojaban aquellos cuervos que eran los periodistas, como flechas disparadas de ballestas, eran peligrosas y, a veces, de doble sentido.
"¿Es cierto que presentará nuevos programas políticos para contrarrestar a Tankov?" "¿Puede usted y Dimitry aseverar la seguridad de los rusos de todos estos reportes de cibercrímenes?" "¿Por qué hay un alza tan descomunal de la criminalidad en la Raion?" "¿Qué protocolos políticos accionará para tranquilizar las protestas separatistas en las fronteras con Kosovo?". La metralla de preguntas, una detrás de otras, probaba la paciencia de Anya Siprokroski y la determinaba a mantener el profesionalismo contra todo pronóstico, al punto de que ya tenía el rostro perlado de sudor y la garganta reseca de tanto hablar sin parar.
Y a pesar del aparente profesionalismo, muy en el fondo, ella deseaba con todas sus fuerzas irse al carajo de aquí y volver al Gran Palacio, con su esposo y su hija.
Pero aún estando en su hogar, tendría que lidiar con la problemática de Adam Smith.
En la ciudad rusa de Novoukhov, la universidad donde se celebraban las graduaciones de los estudiantes de último año había un júbilo tal que hizo que Dimitry Siprokroski olvidará, por varias horas, las problemáticas y cuestiones políticas que había llevado cargando desde Cherbogrado hasta acá. Su cara dura de arrugas pronunciadas dibujando una expresión de amargura fueron reemplazadas con constantes sonrisas de oreja a oreja dedicadas a las cámaras fotográficas.
La fiesta de graduación era festoneada con música clásica rusa que auspiciaban las danzas tradicionales que llevaban a cabo los recién graduados estudiantes. Cientos de confetis salían despedidos de pistolas disparadas por pupilos y profesores por igual, confiriendo en ellos risotadas joviales, abrazos palmeantes y más fotografías compulsivas. Flashes de luz iban y venían de todas partes, y con el ruido sordo de los murmullos de charlas entre grupos y los olores de las exquisitas comidas servidas en el exótico banquete prestado por la universidad, todos aquellos rusos disfrutaban de la fiesta con despreocupación absoluta.
Pero el único que seguía al pendiente de todas las dificultades políticas del país, así sea pasivamente y detrás de su ocupada cabeza, era Dimitry.
Sus hijos sonreían para las cámaras; sonrisas bobaliconas, sonrisas que olvidaron todos los horrores que tuvieron que vivir y luchar durante la Tercera Guerra Mundial y el Holocausto Kaiju. Sonrisas que él sentía la titánica responsabilidad (una más grande que la que tenía para con todo el aparato político) de proteger para no verlas mancilladas ahora con la desidia política asoladora que traía consigo su rival Tankov. Los ojos bajo los lentes anchos se le lagrimearon un poco al verlos en los uniformes de graduación. <<Finalmente tienen lo que les prometí, Alina>>.
Dos bellos mellizos eran su dúo de mocosos preciosos, como a veces le gustaba llamar. Veronika era una chica de sonrisa agraciada, rostro con forma de corazón y cabello liso de color azul oscuro con un mechón rojo. El muchacho, Alexander, aún conservaba su temperamento algo explosivo, pero era ahora mucho más llevadero y juguetón con sus compañeros de escuela que de cariño lo llamaban "Bombardiro". Su erizado cabello rubio cenizo y su semblante siempre airado contrastaba con la sonrisa amable de su hermana melliza.
Cuando ambos voltearon sus cabezas para observar a su padre, este les dedicó un guiño de ojo y un levantamiento de copa. Veronika y Alexander sonrieron con la gracia de unos niños agradecidos.
Un hombre trajeado se le acercó a Dimitry y le susurró algo imperceptible al oído. La expresión jovial de su cara cambió a una de sorpresa, luego a una de disgusto y por último una mueca de rabia. Bebió de un solo sorbo toda su copa, la dejó sobre uno de los mesones condecorados con dinteles y se adentró en el interior del edificio de la academia. Esto hizo cambiar las sonrisas de júbilo de Alexander y Veronika por unas de preocupación y tristeza que, rápidamente, tornaron de nuevo en ademanes graciosos para no aparentar en frente de sus compañeros.
Adoil Gevani caminaba a la par de Thomas y otros ingenieros informáticos por la oscura sala de oficinas de comandos de ciberseguridad. A pesar de estar aquí unas horas, se manejaba con la sagacidad de un manager que sabía lo que hacía en este lugar. Les hablaba con mesura a su equipo de trabajo en español, pero gracias al audífono de traducción instantánea (esto para el manejo de la terminología técnica que tan poco él conocía en ruso), sus palabras eran traducidas a un equilibrado ruso que sus camaradas lograban comprender.
Recibió un llamado de parte de Thrud Thorsdóttir, esta última subida en la tarima del rellano y saludándolo con una mano energética. Gevani les pidió un "por favor" a sus compañeros de trabajo para que se encargaran de estabilizar las fibras ópticas de las computadoras y actualizar los sistemas de defensa; dijo que dejaría la guía de todo ello a su IA Psifia.
Subió hasta la tarima donde lo esperaba la valquiria. Esta última lo tomó del hombro y le hizo un ademán de cabeza para que la siguiera. El científico argentino la siguió al exterior de la estancia, y recorrieron buena parte de los pasillos y escaleras descendentes del Gran Palacio hasta arraigar al patio trasero, un recoveco de la mansión alejado de cualquier ojo husmeante de la misma. Thrud abrió las compuertas, y el exterior mañanero se frotó sobre el rostro de Adoil, arrugándolo y forzándolo a cubrirse con una mano.
Oyó una voz familiar llamarlo por su nombre. Sintió un vahído de emoción emergente en su corazón. Gevani bajó la mano, y fue sorprendido por el abrazo rompe-costillas de Ricardo Díaz. Ambos hombretones comenzaron a gritar y a reír de la alegría mientras daban vueltas y saltos, como unos niños que no se veían desde la excursión o la detención. Luego de separarse, miró al resto del grupo, y se quedó sin aliento al ver a Mateo. Se acercó lentamente a él, la mirada incrédula. Después se abalanzó sobre él con un abrazo que Mateo correspondió. Comenzó a darle palmadas, y Mateo murmuró varios "Au, au, au" antes de que Gevani se detuviera, recordando las heridas de su espalda.
Miró Kenia y le sonrió. Miró a Martina, y le revolvió el cabello. Miró a Santino, y su sonrisa infalible se borró, reemplazada por una mueca severa. Santino asintió con la cabeza, y Gevani le devolvió el gesto. Thrud dio una palmada de manos que emitió electricidad. Con ello llamó la atención de todos los Giles. Les hizo un ademán de mano y se adentró de nuevo en el Gran Palacio, y los Giles siguieron en pos de ella.
Dentro del coliseo donde se auspiciará los Torneos Pandemonicos, Maddiux Siprokroski observaba de pie como sus agentes y obreros disponían, dentro de ovalados y rectangulares cristales reforzados encima de pedestales, los tres objetos que obtendrían los tres ganadores del primer, segundo y tercer lugar, sumado a las millonadas que tendrían cada puesto en moneda de Rublos.
El premio del tercer lugar era enorme espadón con su hoja hecha de muchas otras espadas oxidadas, pero que todas ellas tenían resguardadas dentro de sí un aura demoniaca que permanecía reminiscente desde la Segunda Tribulación. El del segundo lugar era un Huevo de Fabergé, enjoyado y festoneado con multitud de piedras preciosas; era de los pocos que han sobrevivido al testamento del tiempo y del espacio, y que era codiciado entre los círculos de humanos y sobre todo de demonios, tanto como la espada.
El del primer lugar era uno de los tesoros personales más preciados para él y del cuál quería despegarse para siempre. El gigantesco cráneo fosilizado de un Giganotosaurio, midiendo cinco metros de largo por cuatro de ancho, teniendo aún las comisuras de afilados cuernos incrustados en su frente y en los lados de su hocico y en su frente. Las cuencas que otrora eran sus ojos eran tan enormes que Maddiux podía meter su brazo entero hasta el hombro. La longitud de aquel cráneo era tal que podía servir como un escritorio (y, de hecho, Maddiux lo utilizó como tal durante un tiempo).
El recuerdo de aquella bestia, aquel dinosaurio-kaiju que enfrentó en la Tierra Hueca, le sobrevenía a Maddiux en la forma de aterradores chillidos estridentes, embestidas de cola, terremotos causados por pisotones y mordidas que le penetraban su duro cuerpo. El último recuerdo que le sobrevino fue el cadáver de la bestia a sus pies, con él muy malherido y ensangrentado, pero pegando un grito animalesco de victoria.
Fue en ese momento que había solidado su título como "Rey Cazador".
Zevlon observó, a través de los ventanales de su oficina de reuniones, a todos los trabajadores de la Unión Sindical analizar entre murmullos desconcertantes las pancartas que anunciaban la reinauguración de los Torneos Pandemónicos. Alcanzó a ver muecas de pesadumbrez, decepción y confusión en varios de los grupillos de demonios, todos ellos no pudiendo creer lo que estaban leyendo. Hubo minorías que sonrieron y cuchichearon risitas divertidas, pero la principal nube de emociones que dominaba toda la Unión Sindical era... la frustración.
Zevlon sentía las manos sudorosas, el pecho agitado por un corazón ofuscado por la ansiedad, y la mente pesándole con pensamientos negativistas. La celeridad con la cual sentía que estaba a punto de caer en un abismo lo apresaba dentro de su propia cabeza. Apretó el puño dentro de su bolsillo y se mordió el labio. Cerró los ojos, y trató de pensar en la bondad de Adam Smith.
En que él seguía del lado suyo.
Adam Smith tenía las manos enguantadas entrelazadas, el cuerpo inclinado hacia delante y la mirada presta sobre el teléfono de tapa puesto encima de la mesilla de cristal. Estaba sentado en un sillón blanco dispuesto al lado de una ventana polarizada que dejaba entrever las inmediaciones arquitectónicas de las fábricas que componían el complejo hipodámico del Microdistrito Grigory.
En sus más profundos pensamientos, Smith pensó en Zevlon y en el grupo que tenía a su cargo ahora. Pensó en todas las responsabilidades que descargaba sobre las que tenía ya pesando en su espalda. La angustia trató de asediar la fortaleza de su espíritu, pero fue en vano. Smith se sacó todos esos pensamientos sacudiendo la cabeza.
Al ver que Anya no llamaba, decidió jugársela. Estiró un brazo, tomó el teléfono, lo abrió y marcó el número de Anya. Se puso el teléfono sobre la oreja.
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8
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Novoukhov
Hotel Metropolitano Ararat
Dimitry y Anya Siprokroski picaban con sus tenedores la comida gourmet de sus platos; el primero cortaba elegantemente el atún aceitado de su arrocería balear, mientras que la segunda disfrutaba del vinagre de las aceitunas y salmuera de su escabeche. Anya se pasó una servilleta por la boca antes de que la sopa le cayera en el vestido.
—Oí que Veronika se quiere dar una especialización en comida gourmet —comentó, lanzándole una mirada divertida a Dimitry, este concentrado en su ensaladilla—. Siempre dije que hacía falta una receta secreta Siprokroski —alzó ambas manos— ¡Quizás finalmente la tengamos con ella!
—Por favor —Dimitry meneó la cabeza y sonrió. Se llevó la comida a la boca, y tragó al cabo de tres segundos—. Con el temperamento que ella tiene para cosas que toman tiempo, como la cocina, acabaría haciendo un plato que ni Gordon Ramsay quisiera ver en una foto.
—Pero si te gustaría verla tomando esas clases, ¿o no?
—¡Claro que sí! —Dimitry se pasó una servilleta por la boca y dejó los cubiertos sobre el plato, ya vacío— Lo mismo quiero para Alexander.
—¿Qué él sea cocinero? —Anya sonrió comenzó a desternillarse.
—No, pero con lo que se especializó en ingeniería mecánica, entonces podría trabajar en la Corporación Siprokroski, bajo el mando de Andrey Zhukov. Tú sabes lo mucho que él quería construirse un Mecha, como él.
—Ahhh, sí, sí —Anya asintió la cabeza—. Eso sería una buena opción para él. Para ellos, ya que estamos. Así los mantienes alejado de las espirales de violencia.
—Así es —Dimitry entrelazó sus manos y las puso sobre la mesa, el rostro satisfecho tras terminar su comida.
—Hablando de eso...
Pero antes de poder proseguir, Anya fue interrumpida por el timbre de su teléfono celular. Se llevó una mano al vestido y sacó su celular negro de pantalla táctil transparente del bolsillo. Lo prendió, y se quedó unos segundos boquiabierta viendo la pantalla. Dimitry alzó una ceja en gesto de pregunta.
—Smith —murmuró Anya. Dimitry le hizo un ademán afirmativo con la cabeza. Anya contestó la llamada y se la llevó al oído, su expresión jovial transformándose al instante en una mueca severa—. Diga.
—Ok, escúchame... Y si Dimitry está contigo, que me escuche también —contestó Adam Smith desde la otra línea, su voz retumbando con rigurosidad dentro de la rimbombante estancia de su aeromóvil—. No pretendamos que ya no existe el elefante en el armario. Ustedes y yo hemos estado haciendo buenos negocios hasta ahora.
—Dimitry está de acuerdo —Anya trinchó un pedazo de carne con el trinche y se lo llevó a la boca—. Yo estoy de acuerdo. ¿Cómo va con lo que te dije?
—Ya Maddiux dice que estará listo la inauguración en unos días. Pero, mira... —Smith se masajeó el mentón— Como te dije, el veinticinco por ciento de las arcas... Eso no va a suceder.
—¿De nuevo con eso? —Anya miró de soslayo a su cuñado, y este frunció el ceño. Ella se encogió de hombros— Esto ya no tiene margen de discusión, Smith. Será veinticinco por ciento. Punto.
—¿Te ofrezco una oferta mejor?
—A ver, dila —Anya se cruzó de brazos.
Adam Smith apretó los labios y calló por un segundo. Luego, con tono de descaro, dijo:
—Estoy dispuesto a darte cinco y medio por ciento.
Anya frunció el ceño y se quedó boquiabierta un segundo. Miró a Dimitry, y le dijo en un mudo murmuró:
Y Anya colgó la llamada y dejó el celular sobre la mesa, justo al lado de su plato. Dimitry se palmeó los antebrazos y dejó escapar un suspiro exasperado. Anya, al otro lado de la mesa, pudo sentir el desvarío a cabalidad en aquel suspiro.
—Últimamente se ha puesto bastante obstinado con las finanzas —masculló Dimitry.
—No por nada en su día nos dijo que nosotros "dependeríamos" de él cuando entrase una crisis —dijo Anya, cruzando las largas piernas ocultas bajo el vestido.
—Nosotros en cuánto a finanzas, él en cuánto a proteccionismo. Entre mayor reconocimiento tenga ese comunista populista, más feo se pondrá esta batalla política. Y él de verdad no quiere verme perder.
—No quiere ver perder son los fondos, Dimitry.
El Presidente de la Raion Rusa se quedó en silencio, respirando y exhalando profunda y sonoramente, masajeando sus dedos como si se estuviera acomodando un anillo. Anya se lo quedó viendo, analítica.
—Encárgate de ello, Anya —dijo Dimitry luego de su silencio reflexivo—. Yo seguiré en Novoukhov estos últimos tres días antes de irme a Cherbogrado y proseguir con la campaña.
—Hace ya bastante tiempo que no visitas el Gran Palacio, Dimitry —apuntó Anya—. Un día de estos deberías de pasarte de visita. Ver como Maddiux la ha mantenido.
—Siempre y cuando no haya metido a gente extraña o haga fiestas, no me preocuparé por lo que mi hermano le haga a la residencia.
Anya Siprokroski sonrió sardónicamente. Se puso de pie y se dirigió hacia Dimitry. Se despidió dándole un beso en la mejilla y un rápido abrazo con palmadas en su espalda. Dimitry correspondió a su abrazo y su sonrisa. Tras eso, Anya se fue del restaurante, dejando a su reflexivo cuñado sentado en la mesa, la mirada pensativa fija en un punto infinito de la sala.
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https://youtu.be/YAVvwv-YSJ4
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Suburbios de Labinetsky.
Cerca del Lago Volka.
En las profundidades de los suburbios de la ciudad de Labinetsky se establecía una base de estilo paramilitar de la Mafia Bratva. Desde allí, esta poderosa organización dominó con impunidad y sin ningún rastro de la ley a la población de los suburbios y de más allá. Extorsionaron las tiendas de electrodomésticos y ciberwares más grandes para forzar sus donaciones a la base para mejorar su infraestructura, robaron piezas de armamento militar de los cuarteles generales de las Fuerzas Terrestres por medio de los paramilitares y disidentes de los Wagner, controlaban todas las redes de negocios comerciales tanto legales como ilegales...
Con toneladas de hierro y ciberwares a su disposición, esta división de los Bratva era considerada, dentro de la organización, como una de las más poderosas en toda la Raion Rusa bajo el latifundio de los paramilitares. Prácticamente un ejército privado dentro de otro ejército privado, armado hasta los dientes y que imponía e intimidaba con sus patrullas que se estiraban como tentáculos por los suburbios y más allá. Un sueño de acero y neón, de negocios clandestinos con Neo-Tecnología y prototipos de anti-superhumanos, que el Cartel de los Coyotl solo habría podido imaginar en sueños húmedos.
Y fueron completamente decimados por solo dos personas extraordinarias.
Donde antes había una monumental y temerosa base de operaciones (establecida en una cárcel del tamaño de un par de estadios de fútbol), ahora se hallaba un gigantesco cementerio con pestilente olor a muerto que forzaba a todos los transeúntes a estar lo más lejos posible de ese lugar. En las torres de vigilancia armados donde había torretas y murallas con adarves donde se disponían ametralladoras en cada línea de defensa, ahora había mares de casquillos en el suelo, armas de fuego partidas por la mitad, y cadáveres de los gánsteres de la Bratva repartidos por todas partes, sus opulentos trajes blancos sucios con manchones de sangre producidos por heridas de balas y otras que parecían heridas de flechas.
Cientos de cuerpos reposaban irregularmente por los bastiones del complejo carcelero, algunos incluso amontonados formando montañas de cuerpos ensangrentados y maltratados de formas indescriptibles. Había cadáveres que estaban empalados de formas espantosas en las torres de comunicaciones, dando el aspecto de si Vlad el Empalador habría hecho esto. Carcasas de vehículos blindados y otros carros de combate ardían en llamas, sus humos negros ascendiendo hasta el firmamento anochecido, tan altos que eran visibles por todos los habitantes de los suburbios. Agujeros de colosales tamaños abrían las paredes exteriores e interiores del edificio principal de la prisión, y había otros tantos en las murallas, formando montículos de escombros por los cuales se hallaban cuerpos de mafiosos que intentaron escapar sin éxito.
Dentro de los complejos de la infraestructura, el silencio era incluso más escabroso que en el fúnebre exterior de cuerpos maltrechos y rastros desviados de sangre. Los cadáveres de los mafiosos se contaban por cientos también, algunos apilados dentro de compartimientos, otros cuartuchos manchados de paredes y techos con sangres y sesos donde otrora hubiera allí un cadáver. Manchones de explosiones pintaban las paredes agujereadas, los hoyos tan inmensos que formaban atajos entre los pasillos y las intersecciones. Las salas tecnológicas donde se supone estaban las CPU estaban vacías, y en cambio había proyecciones de luces rectangulares que parpadeaban como si sufrieran interferencia.
En los niveles de hangares y rellanos subterráneos de la prisión había una galería en particular donde se proyectaba una enorme pared de luces neones y fosforescentes que formaban enormes pilas de complejos textos de programación que estaban siendo decodificados a una absurda velocidad. Todas las CPU, computadoras, laptops, tabletas y otros dispositivos electrodomésticos robados de las salas tecnológicas estaban apiñadas unas sobre otras en el centro del rellano, formando una amorfa montaña de enseres que producían múltiples y vivarachos resplandores que iban desde rosado, púrpura, naranja, azul y dorado, todos ellos haciendo formas geométricas psicodélicas en el aire.
—Sabes —exclamó una voz juvenil en la negrura del rellano. Los rayos de luces neón brillaron por esa parte, revelando al joven adulto sentado en una banca hecha de gases parecidas a orondas nubes—, para decir que serías capaz de hackear la base madre de toda la base de data de los Bratva en "menos de lo que un serbio canta antes de ser degollado..." —se miró el reloj plateado en su muñeca derecha— Te has tardado ya diez minutos en esto.
—Donde tú pones al "más experto Cibermante de la CIS" a hacer esto, se tarda como mínimo una semana entera —argumentó la juvenil y chillona voz de una muchacha de tez celeste clara sentada frente a una pantalla que se hallaba en la zona central de la amalgama de laptops interconectados que tenía en frente. La maraña de cables que la rodeaba le confería un aura de desquicio inmenso—. Tú no pares de depositar tu confianza en mí, Antígono. ¡Sé lo que hago!
—No creas que no lo hago, Bukuroshe —el muchacho se paró de la banca, y la comprensión que mantenía unido los gases neblinosos en un estado solido se deshicieron y desaparecieron. Caminó directo hacia la desquiciada hacker de cuerpecito pequeño y frágil—. Solo que... ¿diez minutos ya? La Diosa Fortuna estuvo de nuestro lado en esto, porque para este punto ya debieron de haber llegado los Spetzsna.
—La intervención general de la interfaz de la red ...
—¡Que sí! Lo sé. Utilizaste el ciberware de Ghostwalker en la red para evitar las comunicaciones directas con cualquier base madre de las otras ciudades —el aparente muchacho de voz de hombre maduro tenía un fornido y esbelto cuerpo. Ostentaba un opulento uniforme militar de color verde con una insignia con el símbolo de la estrella argéada, faja apretada alrededor de su cintura y zapatos negros pulcros— Solamente no quiero cagarla en grande con este primer gran salto que nuestro jefe nos ha asignado.
Los intensos tecleos de la pequeña hacker acallaron de repente. Se oyó un suspiro enervado venir de ella. Se dio la vuelta, dedicándole al muchacho una mueca llena de coraje. El abrigo que envolvía su cuerpecito emitía luces neones hipnotizantes, y hacían juego con su tono de piel azulino, su melena celeste dividida en dos coletas, los tatuajes rosados que pigmentaban su cuello y sus enormes ojos bermellón. Infló las mejillas en un puchero.
Antígono se volvió sobre sus talones y se retiró de la lúgubre e hipnótica estancia con rápidas zancadillas, dejando sola a Bukuroshe. Esta última, como una niña que tira un berrinche, agitó ambos brazos hacia arriba, los puños cerrados.
—¡Eso es! ¡Vete a quejarte a otra perra parte! —la hacker se volvió hacia las computadoras y se serenó a sí misma encogiéndose de hombros y suspirando. Cerró los ojos. Se torció el cuello y se hizo tronar los huesos. Lo mismo hizo con los nudillos y sus brazos al estirar estos últimos hacia arriba y a los lados. Al abrir de nuevo los ojos, el bermellón de estos pasó a un resplandeciente y determinado dorado, con bandas de lectura electrónica corriendo por sus irises— Conque te piensas que me vas a tener aquí estancada, ¿eh? —maldijo, arrojando una seductora y atrevida mirada hacia la pantalla de la laptop frente suyo. Estiró los brazos hacia atrás, preparándolos para el impulsivo tecleo—. ¡ATTABOY!
Tiró sus brazos sobre el teclado y comenzó su frenética mecanografía sobre el teclado, tan veloz e imparable que marearía a cualquiera que viera sus dedos convertidos en borrones sobre la computadora. Estiró una de sus piernas y colocó su pie sobre el teclado de otra laptop; los dedos de su pie se movieron con el mismo dinamismo desquiciado que sus manos, y manipularon con gran versatilidad los mismos programas de decodificación de hardware que los que ella manejaba en la computadora principal. Rectángulos aparecían y desaparecían en el aire como si de faros se tratasen, despidiendo sus multicoloridos pigmentos neones que habrían propiciado una terrible epilepsia incluso a una persona que no tuviera esta condición. Pero para la pequeña hacker albanesa, acostumbrada a recibir tanta información en sus implantes ópticos, esto no era nada.
La información transliterada de todas las mafias habidas y por haber en las Provincias Unidas se materializaba y flotaba por los aires, algunos formando barreras iridiscentes alrededor de la pequeña hacker. Las organizaciones criminales principales, las pandillas más pequeñas que trabajaban como asociados de los más grandes, las alianzas políticas que muchos tenían entre sí y con algunos políticos de las Raions, la logística de las organizaciones que ponía detrás de sus negocios delictivos más grandes y más pequeños, todo el historial criminológico que iban hasta los tiempos de la 'Ndrangheta, los recientes planes de preparación para la Gran Subasta de Tirana... De lo general a lo particular y viceversa, ¡para los especiales ojos dorados de Bukuroshe, ni la letra pequeña se le escapaba!
A las afueras de la prisión, Antígono Bardhyll esperaba con la paciencia de un cervatillo que esperaba a que su madre regresara de cacería. Con un gentil agitar de su mano creó una especie de cigarrillo hecho de gases grises que comprimía el oxígeno dentro de su cápsula de aire para transformarlo en un gas con propiedades parecidos al tabaco. Observó su derredor, la mirada analítica contando todos los cuerpos repartidos por los bastiones, los estadios y las zonas de recreo. Cuerpos de gánsteres y hasta de mujeres prostitutas se apilaban aquí y allá como naipes luego de caer de un castillo.
<<Bueno, le doy la razón a Bukuroshe. Sí me pasé un poquito...>> Pensó, sacándose el cigarrillo de gases grises de la boca y expulsando una densa vaharada.
Tras él podía escuchar los lejanos pero intensos sonidos de melodías cuasi-musicales que rezongaban a través de las derrumbadas paredes interinas de la prisión. Llegado un momento de su pacienzuda espera, dejó de oír los zumbidos. Unos segundos después oyó pisadas de botas resonar contra el pavimento y el guijarro. Antígono se dio la vuelta al tiempo que botaba otra vaharada de su boca.
La pequeña hacker salió atravesando el mismo agujero en la pared que él atravesó. Le arrojó una tarjeta electrónica, y Antígono la atrapó en el aire. Este se quedó viendo la tarjeta con forma de bismuto en la palma de su mano; tenía una hipnótica superficie de circuitos que emitían fulgores opalescentes. Esbozó una sonrisa atorrante.
—Siempre me dejas fascinado con tu arte ciberware —dijo.
La pequeña hacker albanesa estiró los brazos hacia arriba y le dedicó una sonrisa orgullosa.
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𝓔 𝓝 𝓓 𝓘 𝓝 𝓖
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