Capítulo 8: Economista... Pero, en esencia, Moralista.
┏━°⌜ 赤い糸 ⌟°━┓
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Frontera entre la Raion Bosnia y la Raion Serbia
Ruinas de Urošević
Los bordes erizados del resplandor estelar, nacido del firmamento negro como una segunda estrella, rasgaron el anochecido firmamento con un brillo blanco-azulino sideral. Como el foco de la lupa de una deidad que virase su ojo hacia los riscos apelmazados, los edificios derruidos, los montes de cascajos y los moribundos árboles de hojas blancas marchitas, aquella segunda refulgencia bruñó durante varios minutos la necrópolis con su luz divina mientras que esta era inundada por neblina tornasolada de color celeste que era la medianoche.
La única que reparó en aquel radiante, pero a la vez inadvertido resplandor en el cielo fue Thrud Thorsdóttir. La fornida muchacha, cargando con grandes torsos de troncos en sus brazos, se detuvo un instante en el aire para dedicar una mirada apreciativa al lúcido punto en el cielo estrellado. La electricidad que emanaba de su cuerpo y la hacía volar se quedó estática, rumiando sobre los tatuajes azules de sus brazos mientras que sus ojos centellantes miraban fijamente el punto en el cielo.
La diosa nórdica frunció el ceño y quedó con los labios semi-abiertos al sentir un escalofrío correrle por la espalda que le hizo soltar un suspiro de sorpresa. La conmoción duró pocos segundos, pero fue suficiente para hacerle ver a Thrud que aquella no era una estrella en el cielo, ni mucho menos algún otro cuerpo celestial que su luz haya alcanzado estas tierras.
<<Sea lo que sea ese resplandor, Brunhilde tendrá algo que ver>> Pensó, para después retomar su vuelo en dirección a los restos de un edificio burocrático de una hectárea de ancho, con grandes partes de sus secciones de techos desmoronados que formaban irregulares puentes que iban hacia arriba y hacia abajo. A través de los resquicios y los hoyos de las paredes resquebrajadas se filtraban haces de luces anaranjadas que ocultaban una hoguera. Alrededor de ella se hallaban sentados los refugiados Giles de la Gauchada.
Thrud Thorsdóttir planeó hasta alcanzar una plataforma que antes fuera un balcón de acceso al edificio. Los últimos rastros de electricidad se desvanecieron de su cuerpo, apagando los brillos electrizantes de los tatuajes de sus brazos. Atravesó el umbral de puertas desvencijadas y caminó hasta el centro del rellano, cruzando amueblados destruidos regados aquí y allá, y ríos de escombros que se formaban como anillos alrededor de la fogata improvisada. Antes de llegar aquí, todo este rellano era inundado por estos obstáculos de escombros y muebles, y donde a los Giles les habría tomado días en espaciarlo, a Thrud solo le tomó un par de segundos con sus poderes eléctricos. Ver como aquella extraordinaria muchacha cargaba a sus hombros hileras de enormes piedras como si fueran pilas de libros con apenas peso, y barrer con espadazos eléctricos otros tantos cascajos, sembraron más la semilla de la curiosidad en los Giles sobre su identidad... y el verdadero propósito que tenía con ellos.
La Valquiria Real podía verlo en sus miradas mientras alimentaba el fuego de la hoguera arrojando pedazos de tronco que después incendiaba disparando electricidad de sus dedos. Miradas recelosas que la seguían atentamente, en especial las de Santino, Ricardo y Adoil. Kenia y Martina, por su parte, no despegaban sus preocupados ojos del aún inconsciente Masayoshi Budo, este último recostado bocarriba en el suelo, con la bata blanca de Adoil cubriendo las feas cicatrices de quemaduras de su espalda. Una vez terminó de festonear la fogata con su electricidad, haciéndola unos centímetros más grande y más luminosa, se sentó a una distancia considerable del grupo para que todos pudieran verla. Apoyó un brazo sobre su rodilla alzada.
—¿Cómo se encuentra? —preguntó Thrud, fijándose en Martina con la cabeza de su inconsciente padre recostado sobre su regazo.
—Más o menos ya —dijo Kenia, la cara llena de moretones y aún sangrando—. Psifia apenas tuvo tiempo de poder cauterizar superficialmente la herida. La herida... —suspiró, alzando la bata para ver las quemaduras— sigue viéndose fea, pero al menos dejó de sangrar.
—Fantástico —Thrud asintió con la cabeza y sonrió.
—Ella habría tenido más tiempo para curarlo no habernos sacado de la base tan apuradamente —maldijo Adoil entre dientes sentado sobre un pilar caído, las piernas juntas.
—Bueno, tu... —Thrud se quedó con el ceño fruncido unos segundos. Chasqueó los dedos— Tu fémina robótica dijo que tardaría alrededor de tres días para curarlo por completo.
—Uno si no habría sufrido daño la infraestructura y los Cibermantes no le hubieran dañado el cortafuegos.
—Y tres días habrían sido suficientes para que sus enemigos se reagrupasen y los atacasen de nuevo.
—¿Ah, sí? ¿Y cómo lo sabes? —Adoil hizo un ademán despectivo con la cabeza hacia ella— Como veo que ni sabes cuál es el término correcto para referirte a Psifia, me sorprende que esa asunción la hayas hecho tan inmediatamente sin siquiera conocer las reglas de este mundo.
—He intentado darme ladilla con estudiar el nivel tecnológico y las sociedades de esta región, pero, agh... —Thrud agitó una mano y negó con la cabeza— Más fácil es estudiarme la historia de los Jotuns que la de estas gentes tan enemistadas entre sí.
—Motivo por el cual nos has refugiado en una ciudad serbia que, durante la Guerra Lupara Bianca, estuvo bajo asedio por el ejército bosniacos —apostilló Ricardo, masajeándose la barba negra para después suspirar. Estaba sentado en el suelo, su uniforme negro de una pieza manchado de hollín y de sangre ya seca—. Zarpado.
Su comentario trajo un pesado halo de pesimismo al ambiente. La madera crepitó bajo las llamaradas de la fogata, trayendo consigo crujidos que pusieron tensos a todos los Giles. Thrud los miró a cada uno: Ricardo y Adoil se hallaban más cerca de la fogata, Kenia y Martina estaban más alejadas cuidando el cuerpo de Masayoshi, y Santino Flores estaba de pie encima de una plataforma del derruido techo, oteando con la mirada el ennegrecido horizonte, su cabello blanco pegándosele en la frente cuando el viento soplaba contra él.
—A-al menos estamos lejos del peligro —afirmó Thrud, la voz trémula y mostrando un brevísimo atisbo de nervios—. Los he salvado de ser encarcelados.
—Y en el camino nos hemos convertido en los más buscado de toda la Raion Bosnia —exclamó Santino desde lo alto. Dio un escupitajo al suelo y puso cara de fiambre—. Deja que pasen unos días, y lo seremos de toda las Provincias Unidas.
—Y mira quién fue el artificie de esa anti-hazaña —gruñó Adoil entre dientes, lo bastante alto como para que Santino lo oyera, se diera la vuelta y clavase su mirada de ceño fruncido sobre él.
—¿De qué hablas? —profirió Santino, entrecerrando los ojos para después derrapar los pies sobre la horadada rampa que llevaba hasta el interior del rellano.
<<Uh, oh...>> Pensó Thrud, permaneciendo en silencio y siguiendo con la mirada atenta a Santino, este último encaminándose directo hacia el sentado Adoil.
—Mientras nosotros estuvimos rompiéndonos el orto por averiguar la forma de salir de Bosnia —prosiguió Adoil, esbozando una sonrisa descarada y sin dirigirle la mirada a Santino, este último poniéndose frente a él. Señaló al peliblanco con un dedo—, tú, como el ser de fierro que eres, estabas trabajando bajo tu personificación de Enigmático Gentleman y cazando a los mafiosos por tu cuenta. Y, una vez más —alzó las manos y negó con la cabeza—, eso nos ha perjudicado.
—Oh, ¿así que es completamente mi culpa? —gruñó Santino, colocándose las manos sobre la cintura, la mueca indignada. Sus ojos, fijos en Adoil, se inundaban de rabia al punto en que su mueca se convertía en una furiosa.
—¡Pues claro que es tu culpa! —exclamó Gevani, parándose del pilar bruscamente y volviéndose hacia Santino, la mirada igual de encolerizada que él— Habrías estado con nosotros, el asedio a la base hubiese sido distinto. Pero en cambio estuviste haciéndote el héroe bien oscuro, bien gótico, ¡yendo a hacer justicia por cuenta propia! —hizo ademanes burlones con los dedos y sus muecas faciales.
—¡Adoil, que la oportunidad de desenmascarar la corrupción del gobierno bosniaco estaba en mis narices! —respondió Santino, acercándose una mano al rostro, simulando la pictografía de sus palabras— Yo no hice esto por mí y para saciar mi inexistente orgullo, ¿entiendes? ¡Lo hice para ayudar al equipo! ¡Para honrar nuestro lema! "Nacimos por el mal..."
—Y Gauchito Gil murió haciendo el bien.
Un corte de ventisca gélida rasgó el aire entre ambos hombres. Todas las miradas del resto del grupo estaban fijas en ellos. El corazón de Thrud se encogió al escuchar el anuncio repentino de Adoil, que trajo una expresión de desánimo en ella, y de congoja en Santino. Este último tragó saliva, frunció el ceño y su respiración comenzó a agitarse en un intento por ocultar ese ahogo que se dibujaba en su rostro como una expresión adolorida.
—Cómo... —farfulló Santino, parpadeando varias veces— ¿Cómo, cómo...?
—Sí —rezongó Adoil, apretando los dientes y arrugando más el rostro airado—. Cometió el mismo perrísimo error de no conectar su microchip para la psicocomunicación, pensando que el trato que tendría con los Stanimirovic sería fácil de hacer, especialmente por su experiencia como mafioso. Pero no —volvió a agitar la cabeza en gesto negativo—. Se dejó llevar por la desesperación de nuestro estatus, igual que tú. Y terminó cagándola, igual que tú. Y terminó muriendo ¡Es una suerte INMENSA que estés vivo! ¡Y todo gracias por esa niña! —y señaló con un sacudir de brazo a Thrud, esta última haciendo un puchero al oírlo llamarla niña.
Santino se quedó petrificado por unos segundos, los labios entreabiertos y la mirada perdida. Bajó la cabeza y cerró los ojos, sintiendo la penetrante mirada de Adoil prejuzgándolo de los pies a la cabeza.
—Por qué tuviste que morir otra vez, Rojas... —farfulló Santino, y apretó un puño.
—Ahora sí te importa su muerte, ¿ah? —dijo Adoil, endureciendo aún más el semblante.
—¿Qué? ¿Cómo que "ahora me importa"?
—Cuando murió en las factorías de Gi-Reload a manos de Dante Gebel, tú ni por enterado supiste de su muerte hasta bien entrado el invierno de mierda. Y aún cuando estuve contigo en tu lecho de muerte, ni una lágrima soltaste. ¿Ahora? Ni atendiste a su funeral —Adoil lo miró de arriba abajo como si fuera un pedazo de basura hedionda que le hizo arrugar la nariz—. Gauchito estaría decepcionado de ti, hombre.
—Ahhhh, bueno, ¡que pena! —replicó Santino, alzando los hombros y poniendo cara de indignación— ¡¿Y qué diferencia hubiera hecho aún si hubiera estado, eh?!
Adoil Gevani se abalanzó contra Santino Flores como un tren descontrolado. Ambos cayeron al suelo y forcejearon entre gruñidos y golpes torpes, Adoil ahorcando con impotencia y delirio rebelde a Santino, al punto de ponerle el rostro colorado. La conmoción entre ambos fue tal que Ricardo y Thrud se reincorporaron del piso y corrieron hacia ellos; el primero agarró a Adoil del cuello de su camisa abotonada y lo separó de Santino entre trompicones, mientras que el científico argentino balbuceaba como un animal cansado y suelto. Thrud ayudó a Santino a reincorporarse, este último tosiendo horriblemente por el ahorcamiento.
Martina se abrazó a Kenia y aplastó el rostro contra su hombro. La madre se aferró a su hija, acariciándole la cabeza y susurrándole palabras dulces al oído. Sintió las palpitaciones de su corazón alterarse y pulsar con la intensidad de una hija que se oculta dentro de su cuarto cuando sus padres se ponen a pelear. Una sensación que asolaba con igual intensidad a Kenia mientras veía de soslayo a Adoil obligar a Ricardo a soltarlo con un brusco agitar de hombros.
—¿Qué sucede contigo, Adoil, ah? —maldijo Santino, caminando de nuevo hacia Gevani, este último haciendo lo mismo, hasta que las caras airadas de ambos estaban cerca el uno del otro— ¡¿Qué sucede contigo?! ¡¿SE TE SALTÓ LA TÉRMICA, ACASO?!
—¡SE ME SALTÓ LA PUTA TÉRMICA, PENDEJO DE MIERDA! —gritó Adoil en respuesta, señalando con un dedo su sien hinchada.
—¡ANDÁTE A LA MIERDA! —Santino agarró a Adoil de los hombros, y pareció que iban a volver a los forcejeos. Thrud y Ricardo actuaron velozmente y se interpusieron entre ambos; la primera agarró del brazo a Santino y lo alejó con extrema facilidad, mientras que Ricardo tuvo que sostener a Gevani de los hombros y empujarlo con esfuerzo para marcar distancia con Santino.
—¡ADOIL, VENGA YA! ¡POR FAVOR! —suplicó Ricardo, alzando la voz para hacerse oír entre los alaridos atolondrados de ambos Giles furibundos.
—¡Te volviste loco, Adoil! —vociferó Santino, forcejeando inútilmente contra el inquebrantable agarre de Thrud.
—¡Quítate, Ricardo! —profirió Gevani, arrugando los pliegues del traje de Ricardo en un intento por quitárselo de encima— ¡Quítate que LO MATÓ ESTA VEZ!
—¡ADOIL, QUE SE LO MERECE, LO SÉ!
—¡QUÍTATE! —Adoil lo agarró del cuello y lo empujo, solo para después Ricardo recomponer su equilibrio y volver a interponerse en su camino.
—¡Te has vuelto a dejar por la rabia, che! —volvió a vociferar Santino, golpeteándose la cabeza con una mano en gesto despectivo— ¡Te has nublado por ella!
—¡ADOIL, SÉ QUE ESTE DEGENERADO SE MERECE TU ODIO! ¡LO PUTO ENTIENDO! —el agarre de Ricardo fue lo bastante firme para detener los forcejeos excedidos de Adoil— ¡Pero ahora mismo no podemos darnos el lujo de más divisiones en el grupo! ¡Mira tu alrededor! —agarró a Gevani del mentón y lo forzó a que diera una escudriñada mirada a su derredor, pasando la vista por los montes de escombros, los tabiques derruidos, los techos caídos y los agujeros en el suelo— ¡Estamos en RUINA!
El silencio se desenroscó en todo el rellano, y todo el mundo acalló. Santino estaba a punto de seguir con sus protestas, pero el agarre de su muñeca por parte de Thrud le hizo sentir un crujido de huesos leve que lo hizo acallar con un quejido. Santino no se dejó caer al suelo, a pesar de los ligeros tirones que la Valquiria Real le estaba dando para obligarlo a subyugarse. Adoil dejó de moverse, y la cólera abandonó su semblante, siendo reemplazado por una mueca risueña y desapegada de la realidad. Miró a los ojos a su mejor amigo.
—Ricardo.... —farfulló Gevani en un jadeo.
—Tienen razón, están en la ruina ahora —habló Thrud, aprovechando este brevísimo instante para tomar relevo de la situación. Todas las miradas se posaron en ella—. Y no estuvieran ninguno de ustedes teniendo esta conversación de no ser por mi llegada —le soltó la muñeca a Santino de forma gentil—. Yo los sacaré de esta ruina.
—¿Así? ¿De gratis? —espetó Santino a su lado, masajeándose la muñeca— ¿Cuál es el truco detrás de tu salvación a lo Deus Ex Machina, mina eléctrica?
—Además, ¿qué clase de acento es ese? —preguntó Ricardo en voz baja, frunciendo el ceño— Parece chileno, pero... incluso más chileno.
—Como se los he dicho —Thrud se aclaró la garganta y retrocedió un par de pasos para que todos tuvieran una vista general de ella—, mi nombre es Thrud Thorsdottir, y soy la elegida por la Reina Valquiria para vincularme con Masayoshi Budo en un Völundr con tal de que él pelee y gane su ronda en el Torneo del Ragnarök.
—¿Valquiria Real? ¿Torneo del Rag...? —de repente, Kenia Park se separó de su hija, se reincorporó y se dirigió hacia Thrud, dejando a su hija cuidando de su padre— T-tu disculpa, amiga, ¡¿Pero qué porongas estás hablando tú?! ¡¿Es acaso una clase de broma?!
—Yo digo que es una trampa, más bien —dijo Santino, mirando a la valquiria despectivamente y señalándola con una mano—. Yo digo que en realidad es una Superhumana bosniaca que nos quiere ejecutar para cobrar el precio de la guita que el gobierno de Fahrudin ya nos debió poner a nuestras cabezas.
Thrud cerró los ojos en gesto de pensar profundamente, para después abrirlos y fulminarlos a todo con una mirada confusa.
—¿Ustedes no recibieron cartas o alguna comitiva de parte de la Reina Valquiria de que su líder fue un Einhenjer Electivo? ¿Y después un Legendarium Einhenjer?
—Chica, con todo respeto, pero me andas hablando en chino ahora mismo —contestó Ricardo, ladeando la cabeza en gesto de mareo.
—Te inventaste esas palabras justo ahora, ¿verdad? —dijo Santino, entrecerrando los ojos cada vez más prejuiciosos.
—¿Ningún miembro de la Familia Siprokroski los contactó para darles seguimiento de ello? ¿Ni siquiera Maddiux?
—Pendeja esta, como si fuéramos lo bastante importante para esa familia de Ruskis —musitó Santino, cruzándose de brazos.
<<Oh, por las centellas de mi padre, este sistema fue un desastre...>> Pensó Thrud mientras se pasaba lentamente una mano por el exasperado rostro. Se le hacía una interrogante en la mente pensar como, al final, consiguieron reclutar a todos estos Einhenjers Electivos a pesar de todos los problemas logísticos.
—Pero lo del torneo sí es cierto —afirmó Kenia, ganándose las miradas de atención de los tres hombres y la sonrisa jovial de la valquiria—. Una vez Mateo me mencionó eso en una de nuestras charlas luego del funeral de Gauchito. Fue... súper breve, no les miento. Pero sí lo mencionó.
—Bueno, vivimos en un mundo donde los dioses existen, así que... eso no suena tan descabellado —Ricardo, con la curiosidad dibujada en su semblante, caminó un par de pasos hasta quedar frente a Thrud— ¿Y qué significa que Mateo sea un... "Legendario"?
—Significa que él y yo, juntos como un solo guerrero a través del Völundr —Thrud apretó un puño, sus ojos azulinos destellando de resolución—, ¡le partiremos el orto a la deidad con la que nos toque pelear para garantizar la victoria de la humanidad en esta segunda ronda!
Hubo silencio. Un incómodo silencio en el que todos se la quedaron viendo como un comediante que acababa de hacer un chiste sin gracia. Eso hizo que Thrud se encogiera de hombros y suspirara exasperadamente.
—Dejen que pasen unas semanas y comprenderán el peso de esto —murmuró para sus adentros.
—Eh, no —Ricardo bufó una risa irónica y negó con la cabeza. Thrud clavó su mirada entrecerrada en él, pero Ricardo no se dejó intimidar por los destellantes ojos azulinos de la Valquiria Real—. Lo siento mucho, señora Thrud... ¿Puedo llamarla señora? ¿O señorita?
—Heh, no soy tan vieja, pero los decoros son bien aceptados —Thrud lo invitó a proseguir con un ademán de mano y una sonrisa afable—. "Señorita"
—O-ok —Ricardo se aclaró la garganta— Mire, señorita Thrud. Por más que nos quiera convencer con esto de que Masayoshi es el gran elegido para enfrentarse a un dios, eso... —apretó los labios y volvió a negar con la cabeza— no es nuestro mayor problema ahora mismo. Es de hecho el menor de nuestros problemas. Agradecemos mucho que nos haya rescatado el culo hace unas doce horas atrás, de verdad —juntó las palmas de sus manos e hizo una sutil y satírica reverencia—. Pero nosotros tenemos cuotas pendientes a saldar en esta región.
—Así diga que me quiera llevar al país de las maravillas, donde tendremos nuestras necesidades cubiertas —replicó Santino Flores, apoyando la espalda sobre un frágil pilar, cruzando los brazos y agachando la cabeza—, prefiero romperme el culo por traer justicia a los criminales que la de las deidades.
—No al menos por ahora, se refiere —reafirmó Ricardo rápidamente, los labios tornados en una sonrisa cada vez más nerviosa.
—Oh, pero ahí está el punto de todo esto —Thrud agrandó la sonrisa abiertamente afectiva y colocó una mano amigable sobre el hombro de Ricardo—. Yo no he venido aquí a raptarlos a todos para llevarlos a ningún "país de las maravillas" —observó de soslayo a Santino, y este último desvió la mirada—. Todo lo contrario. Yo seré quién me quedé en este país de las maravillas, ayudándolos, como les dije, a salir de esta ruina.
—Y yo aquí pregunto de nuevo —berreó Santino sin volver el semblante oscurecido hacia ella—, ¿cuál es el truco?
—No hay trucos —la rápida y rotunda respuesta de Thrud los dejó a todos sin aliento y con el ceño fruncido. La valquiria, con las manos en sus caderas, agrandó la infantil y a la vez madura sonrisa—. A cambio de ayudarlos en sus pericias, yo solo pido que me acepten en su grupo y que me alineen con Masayoshi Budo.
—Pero nada romántico en el camino, ¿verdad? —inquirió Kenia.
—Cero romanticismos —Thrud batió su mano y negó con la cabeza—. Es más, ni siquiera es mi tipo.
—Al menos es bueno sacarse eso de en medio de primeras a buenas —susurró Kenia para sí misma, liberando un suspiro de alivio.
—Pero entonces... —Ricardo lanzó una mirada analítica y desganada a su derredor, hasta acabar fijando sus ojos en Martina abrazando la cabeza de Masayoshi recostado en su regazo— ¿Qué se supone que hay que hacer primero?
—Definitivamente curar las heridas de Masayoshi —anunció Thrud, su mirada fija igualmente en ellos dos—. Sé que ya no está sangrando, pero no me gustará que se quede con esas cicatrices de por vida, menos si le da secuelas en el futuro —se volvió hacia Adoil y se encaminó hacia él, sorprendiendo a este último con su repentina llegada que lo sacó de su trance—. ¿Conoces algún centro médico o refugio hospitalario afiliado a ustedes donde poder llevarlo?
Adoil se quedó callado por varios segundos, la mirada pensativa paseándose por el suelo. Pero fue Ricardo, detrás de ella, quien respondió:
—Lo perdimos todo, señorita Thrud. Nuestras agencias, nuestras licencias comerciales... —tragó saliva y apretó los labios—. Básicamente nos hemos vuelto unos bandidos huidores de la ley.
—¿No se supone que tú eres un ser divino? ¿Una diosa? —dijo Santino— ¿No tienes magias curativas o algo así?
—Las tuviera, pero fui entrenada para ser Valquiria Real y bajo la idiosincrasia de mi padre Thor, no para ser una jodida enfermera.
—Momento, ¿tu padre es Thor? —Ricardo enarcó ambas cejas en gesto sorprendido.
—Duh, ¿acaso mi prefijo "Thorsdottir" y mis poderes eléctricos no lo delata?
—Oh, cierto... Tiene sentido eso —Ricardo se masajeó la barbilla para ocultar su semblante avergonzado.
—Conozco a alguien que nos puede ayudar.
El repentino comentario de Adoil Gevani hizo que se ganara las miradas atentas de todos, incluyendo la de Thrud. El científico argentino cruzó miradas con todos ellos hasta posarla en Ricardo, este último frunciendo el ceño, cosa que lo puso más nervioso a la hora de formular el nombre de la persona que tenía en la punta de la lengua. Tragó saliva, se armó de valor y borró el nerviosismo de su rostro para convertirlo en una mueca decisiva.
—Adam Smith.
—Agh, la puta que me parió... —rumió Ricardo, llevándose los dedos al puente de la nariz.
—¡No quise sacar a colación el nombre antes! —exclamó Gevani, dirigiéndose hacia Diaz haciendo ademanes suplicantes con las manos.
—¡Por supuesto! Bien sabes que jamás nunca lo mencionaste antes durante nuestra vana odisea por hallar la forma de salir de Bosnia, ¡porque es completamente SURREALISTA que nos ayude! ¡Ni siquiera estamos seguros que ese tipo te recuerde!
—Esperen, esperen —farfulló Kenia, interviniendo repentinamente en la charla—, ¿Adam Smith? ¿El economista?
—Y el mismo que no movió ni un dedo cuando el gobierno el gobierno provisional de ese entonces por poco monopolizó a Industrias Diaz cuando intentamos sacar una hipoteca, cosa que nos obligó a movernos a Bosnia. ¡Hace veinte años que eso pasó, Adoil!
—Pero podemos intentarlo —dijo Kenia—. No perdemos nada con tratar.
—Sí perdemos, Kenia —insistió Ricardo—. Perderemos tiempo, perderemos el poco dinero que nos queda en nuestras cuentas bancarias antes de que nos las borren. Verga, ¡perderemos hasta las ganas de vivir, incluso!
—¿Y luego no fuiste tú el que dijo que no podíamos darnos el lujo de más divisiones en el grupo? —zumbó Santino, ladeando la cabeza y sonriendo.
—Cerra el orto, sorete de onda —Ricardo lo fulminó con una mirada odiosa.
—Hagámoslo.
Las miradas de todos los Giles se posaron sobre Thrud, esta última dedicándoles a todos su confiada y candorosa sonrisa.
—Adam Smith es un Magnum Ilustrata —explicó la valquiria—. No lo conozco personalmente, pero hace parte del concejo de Ilustratas de Brunhilde, y él conoce bastante bien la misión de la Reina Valquiria con el Torneo del Ragnarök como conoce de libre comercio. Hallamos la forma de comunicarnos con él, le pedimos asilo a cambio de lo que nos tenga que pedir —les guiñó un ojo—, y en menos de lo que canta un gallo, estaremos en la Raion Rusa.
—Siempre y cuando no sea créditos e intereses... —murmuró Ricardo.
—Pero, ¿cómo damos con él en primer lugar? —preguntó Kenia— Lo último que supe de él es que ahora trabaja para el gabinete de Dimitry Siprokroski como inversionista gubernamental. Estará ocupado las veinticuatro horas.
—¿Recuerdan que les pregunte sobre si los Siprokroski les había hecho seguimiento sobre Masayoshi siendo un Legendarium?
La sagaz pregunta de Thrud les esclareció la confusión a todos los Giles, y estos se quedaron boquiabiertos.
—Quieres decir... —farfulló Adoil.
—Que los Siprokroski también están compinchados con la Reina Valquiria en esto —dijo Santino.
—Lo dices como si trabajaran en la misma área criminal —Kenia puso una mueca de desagrado.
—No estaría sorprendido en lo absoluto si fuera así —Santino alzó los hombros en gesto de no importarle el peso de su comentario.
—Venga, no hay tiempo que perder —Thrud caminó hasta Adoil y lo agarró de su muñeca.
—¡¿Qué haces?! —farfulló Adoil.
—Ser tu transporte personal hacia donde esté Smith, por supuesto —corrientes eléctricas comenzaron a correr por los brazos tatuados de Thrud.
—¡Pero la Raion Rusa está a cientos de kilómetros de aquí! —protestó Gevani— Necesitaríamos el Anillo Quantumlape para eso.
—¿Cuánto-qué?
—Se refiere a esto —Kenia sacó del bolsillo de su pantalón el plateado anillo y lo sostuvo entre sus dedos—. Es un anillo de tecnología Neo-Eslava que emplea teletransportación. Muy limitado, eso sí.
Thrud se echó a reír. Una risotada tan sonora y contagiosa que parecía la de un hombre luego de pasado varias copas. Hizo un gesto de negación con una mano al tiempo que la electricidad se seguía extendiendo por todo su cuerpo, esparciéndose también por el cuerpo de Adoil Gevani a través del agarre de su muñeca. En vez de sentir espasmos por las corrientes eléctricas, el científico argentino sintió cosquilleos subírsele por los brazos y recorrer el resto de su fornido cuerpo.
—Ustedes guárdenselo en caso de emergencia —sugirió la valquiria.
—Aquí vamos de nuevo...—balbuceó Adoil, mirándose sorprendidamente la mano desocupada y el resto de su cuerpo rodeado por corrientes eléctricas. A pesar de haberlo experimentado antes cuando Thrud los cargó a todos dentro de una burbuja de campo eléctrico hasta esta villa abandonada, Adoil seguía quedándose perplejo al sentir los reconfortantes cosquilleos eléctricos punzarle la piel y ponerle los vellos de punta.
—¡Espera! —exclamó Ricardo— ¡¿Y cómo te comunicarás con nosotros?!
Thrud levantó una mano e invocó en la palma de su mano una bruma de color rojo-anaranjado que adoptó la forma de una runa nórdica, parecida a un dije sin cadena. La arrojó, y Ricardo la atrapó en el aire. La inspeccionó con una analítica mirada: tenía forma de R con una línea cruzando su torso. Su peso parecía el de una pluma, y cuando intentó tocarla con un dedo, la traspasó como si se tratara de humo, pero al mismo tiempo no atravesaba su mano y caía al suelo.
—Una Runa Raidho, para las comunicaciones —Thrud enseñó la suya propia que colgaba como una insignia en su chaqueta—. Cuando yo los esté llamando, la runa brillará y vibrara, y solo tienen que tocarla para así interconectar las runas. Así que estén pendientes. ¡Hasta la vista, amigos!
—¡No, no, espera! ¡Deja me prepa...!
Pero antes de que Adoil Gevani pudiera seguir protestando, él y la diosa nórdica salieron disparados hacia el firmamento estrellado a la velocidad de un rayo tormentoso, soltando una onda expansiva y latigazos eléctricos inofensivos que sacudieron todo el rellano e hizo que los Giles trastabillaran un poco. Alzaron sus cabezas, y observaron la distante centella azulina impulsarse brutalmente hacia el horizonte, perdiéndose entre los cientos de puntos luminosos y lejanos que constituían las grandes e industriales ciudades serbias más cercanas al pueblo abandonado.
Las corrientes eléctricas pululantes en el aire se desvanecieron. Ricardo Diaz miró por última vez el cielo, y después se fijó en la Runa Raidho en su palma. Un escalofrío de sensaciones encontradas le hizo temblar la mano en cuánto reparó en que...
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Raion Rusa. Microdistrito Grigory, antes conocido como "Barrio Ashura".
Gran Palacio Siprokroski
El portentoso atuendo que vestía Adam Smith le confería un sobrio aire de hombre de negocios. Un bleizer negro sin abotonar, una blusa bermellón de diseño simplón, pantalones oscuros ajustados con su cinturón y zapatos oscuros pulcros. Atravesó el umbral de puertas abiertas vigiladas por dos guardias de atuendos militares color oscuro y botones dorados, y se adentró en el festoneado gabinete de pilares embebidos a las paredes con motivos sinuosos, amueblado impecable y cortinas doradas corridas que revelaban el panorama urbano de plazoletas y foros públicos atestados de humanos y demonios. A lo lejos se alcanzaba a ver las siluetas de fábricas.
Adam Smith se encaminó hasta la silueta femenina ataviada sotana verde oscuro, con un abrigo de piel blanca sobre sus hombros y argollas doradas una encima de otra sobre su busto. La mujer se volvió, y recibió a su invitado con una sonrisa, seguido de un apretón de manos y un alígero beso en la mejilla.
—Te está quedando hermoso tu oficina, Sudarynya Anya —comentó Smith, mirando su derredor hasta fijar la mirada en un enorme cuadro rectangular que cubría gran parte de la pared frontal.
—Gracias, Gospodin Smith —contestó Anya Siprokroski. Agitó ligeramente un dedo, rodeando dos copas con halos verdosos para después hacerlos flotar por el aire hasta hacerlos llegar a sus manos. Le ofreció una de las copas a Smith y este la aceptó—. Luego de mucho estar trabajando en la suboficina del gabinete de Maddiux, finalmente era hora de conseguirme mi oficina. ¡Mire esto! —se volvió hacia el cuadro de la pared y se acercó a él. Adam hizo lo mismo y analizó la pintura en óleo con una rápida mirada: un bosque de pinos con uno de sus árboles caídos y en las que jugueteaban osos pardos bebés— Exportado de la Tertulia de Bellas Artes de la Civitas Magna que resguardan las maravillas originales de Midgar. Me costó un ojo de la cara conseguirlo.
—¿Gastaste de tus propios fondos bancarios o de los de las arcas de Grigory? —Adam lo miró de soslayo enarcando una ceja.
—Puede revisar las cuentas, Gospodin Smith. Verá que no hay ni un solo rublo faltando.
—Mmmm —Smith volvió a lanzar una mirada al cuadro—. ¿Qué se supone que representan los osos? ¿Otras mascotas para el zoológico personal de Maddiux?
—Lo último que quiso pedirse como mascota fue un Basilisco, pero Dimitry y yo lo convencimos de no hacerlo.
—Salute por eso —Smith sonrió sardónicamente y alzó su copa. Anya hizo lo mismo, y ambos entrechocaron los vasos de cristal, para después beberse de un sorbo todo el vino.
—Escucha, Adam —dijo Anya, borrando la sonrisa y dejando el vaso vacío sobre una mesita de cristal. Smith se preparó para la charla seria; lo denotaba cuando Anya lo llamaba por su nombre a secas—. Es importante para Dimitry que hallemos la forma de catapultar su campaña presidencial en favor del pueblo para las boletas electorales. Estamos a una semana de eso.
—Si tan importante es, ¿por qué no está con nosotros ahora mismo? —Smith volvió a esbozar su sonrisa sardónica.
—Viaja a Novoukhov mañana. Tiene obligaciones familiares con la graduación de sus hijos.
Adam Smith se quedó en silencio por unos segundos, la mirada pensativa en el suelo para después alzarla y mirar a Anya a los ojos.
—Recuérdame por qué tengo que emplear las arcas en una bendita campaña presidencial —dijo—. ¿Es esta la crisis de la que Dimitry tanto me advertía? ¿No se supone que él es amado y venerado por el pueblo a partes iguales?
—No a todas las partes iguales —replicó Anya—. Aunque vivamos ahora en reinos celestiales, la política sigue siendo intrínsecamente de la raza humana. Y aún con todas, el Kremlin de Cherbogrado no es el mismo que Dimitry tenía en Moscú, y la oposición política está siendo exacerbada por el etnonacionalismo.
—¿Etnonacionalismo? —Adam frunció el ceño y entrecerró los ojos. Era la primera vez que oía esa palabra.
—Los eslavos del sur. Las "Provincias Balcánicas", como Dimitry decidió llamarlas. Una metida de pata, si me lo preguntas —Anya ladeó la cabeza—. Los serborusos abundan en las fronteras cercanas a la Raion Kosovo y de Serbia, y no son minoría. Constituyen un cincuenta por ciento en la demografía de las regiones fronterizas. Y son ellos quienes impulsan la campaña política de Tankov Andreevich.
—A mis oídos llegó muchas veces ese nombre. ¿Él es la oposición política al partido de Dimitry?
—Una fuerza política emergente. Míralo por ti mismo.
Anya articuló sus dedos, empleando su telequinesis para abrir un cajón de su escritorio y extraer de allí una laptop. Esta se volvió hacia Adam, se abrió y se encendió. Anya lo manipuló con su telequinesis, de tal forma que abrió uno de los archivos de video, del cual Smith vio a un ataviado hombre en saco gris y corbata, de cabello blanco largo que le cubría las orejas, barba hirsuta y un rostro afilado que invitaba a pensar que tenía postura conservadora. La cámara cambió de posición y se concentró en una aglomeración de personas que rodeaban al candidato, este último subido a una tarima. Adam Smith no tardó en reconocer a toda esa miríada de gente como serbios nacionalistas.
En la parte inferior derecha de la pantalla se veía una fecha y el nombre de un lugar. La fecha era veinte de octubre, y el lugar era la ciudad frotneriza con la Raion Kosovo, llamada Blagochesk. La calidad del vídeo era semi-borrosa, con poco color y con un audio paupérrimo. Parecía un video sacado de los años ochenta.
—¡El patriotismo del pueblo serbio no ha muerto! —exclamó el hombre de la tarima, Tankov Andreevich. El vídeo proporcionaba subtítulos en ruso con cada diálogo que dada— ¡Incluso migrados a la fuerza en tierras extranjeras, fuimos capaces de florecer de las cenizas de la tierra anterior! ¡Y lo mismo ha sido para aquellos que siguen profesando el nacionalismo excluyente de las masas! ¡Yo, como representante del Partido Nacionalsocialismo Serboruso, evitaré que la historia se repita! ¡Y abogaré por la justicia tanto de serbios como de los serborusos!
Hubo un breve instante de vitoreos y otros alaridos de protestas que buscaban hacerse voceros para hablar directamente a Tankov. El candidato extendió la mano y señaló a uno de los hombres, dándole la palabra. El resto acalló.
—¡Durante todas estas décadas que hemos sido migrados a este sitio para después ser distribuidos en estas zonas pobres —exclamó el anciano hombre de la muchedumbre, señalando con un dedo acusador a Tankov—, esperamos y esperamos el beneplácito de Dimitry Siprokroski para recibir su ayuda humanitaria! ¡Y lo único que nosotros hemos recibido fueron promesas falsas de una benevolente Rusia y fantasías de una Rusia utópica que ya no existe, y que ya no les importa a sus aliados históricos desde que esos Siprokroski se montaron en el poder!
Toda la caterva de personas tras el hombre vitoreó y gritó en acuerdos y en descontentos masivos. Una ola de puños se alzó formando hileras de nudillos en protesta unida. Tankov puso una expresión decisiva y dedicó una mirada empática y llena de ímpetu a su público.
—¡Somos conscientes de ello en el comité! —afirmó— Creemos igual que ustedes. Que los Siprokroski ya no están en calidad de hablar por todos nosotros. ¡Ellos ya no pueden hacer nada por nosotros! ¡Y por eso estoy aquí arriba, hablándoles a todos ustedes! ¡Seré el escudo que proteja los motivos del pueblo serbio! ¡Seré el impulsor, y el catalizador, para darles a los serbios lo que ellos nunca han podido darnos! ¡QUE VIVA EL PUEBLO SERBIO!
—¡VIVA! —los puños de la muchedumbre volvieron a realzarse, esta vez con sentimiento patriotico indomable antes que en protesta. Y justo después de exclamar aquel mantra, el video acabó, y la pantalla de la laptop se volvió negra por obra de la telequinesis de Anya, que apagó el dispositivo y después cerró la pantalla.
Adam Smith se rascó el puente de la nariz y se acomodó las gafas.
—Típico discurso comunista —dijo—. Ofrece más monólogos patrióticos que diálogos introspectivos.
—Y aún así está consiguiendo hechizar a los serborusos de las ciudades fronterizas a Kosovo —afirmó Anya—. Incluso muchas poblaciones demográficas rusas, las cuales vivieron durante las épocas doradas de la Unión Soviética, también están siendo seducidos por su discurso commie. Dimitry me dijo que teme que, para cuando lleguen las boletas electorales y la segunda vuelta, Tankov adquiera exorbitantes cantidades de votos que rivalicen con los suyos.
—¿Dimitry diciendo que teme de un rival político? Eso es nuevo.
—Bueno, es su primera vez que se enfrenta a un comunista populista, entonces... —Anya se cruzó de brazos y desvió por unos segundos la mirada hacia otro lado. La severidad se dibujó en su rostro. Adam Smith reparó en aquel semblante y se la quedó viendo con la ceja arqueada.
—¿Hay algo que te preocupa aparte del comunista este?
Anya aguardó en silencio. Apretó los labios e hizo desaparecer la preocupación de su rostro con una sonrisa despreocupada.
—No, no es nada de lo que preocuparnos ahora. Pasemos al tema importante. El porcentaje de las arcas que Dimitry quiere usar para impulsar su campaña.
—Tiene la palabra, senadora —Adam Smith se acomodó las gafas sobre la nariz y se sostuvo el cinturón con su mano izquierda.
—Dimitry seguirá con su programa político de subsidios gubernamentales caritativos. No lo interrumpirá para nada, así como tampoco interrumpirá los programas militares para incrementar el poder de la tecnología Anti-Superhumana.
—¿Y qué hay de los programas de Torneos Pandemonicos? ¿Por qué estos sí pararon?
—Eso para lo último —Anya alzó las manos en un gesto de pensar bien sus palabras antes de modularlas para el Ilustrata de la economía—. Con estas nuevas revueltas políticas que creó el partido opositor, al punto de generar protestas en ciudades aledañas a Cherbogrado (algunas muy violentas), Dimitry está pensando en incrementar la demanda de activos militares a través de los programas que estableció en la Corporación Siprokroski. Desde efectivos hasta equipo, para fortalecer más las unidades militares en su combate contra el aumento de taza criminal en las ciudades fronterizas a Kosovo. Es por eso que...
—Momento, momento, momento... —Smith levantó una mano y se quedó con los ojos cerrados unos instantes— ¿Incremento en el presupuesto militar? ¿A poco y están siendo más graves los casos de cibercriminalidad?
—Están en aumento, y da la casualidad que muchos de ellos son perpetuados por serborusos. Es por eso ya está empezando a incrementar el presupuesto militar. Al mismo tiempo también dará un diezmo al subsidio gubernamental creando programas económicos en la Corporación que favorezcan a las minorías serborusas y evitar que se subleven bajo el abanderado de Tankov.
—O sea que quieren ganarse el amor y el odio de los serborusos al mismo tiempo usando indebidamente esto —Smith restriega sus dedos contra su pulgar.
—¿Tienes una mejor idea? —Anya le extendió una mano en gesto de darle la palabra.
—¿Qué tal una alternativa más sofisticada de este asunto? —Smith comenzó a hacer gestos giratorios lentos con una mano— En vez de hacer más gastos militares, que se concentre en lo caritativo, como lleva haciendo hasta ahora. Que dé charlas, diálogos, que se vaya a una de las ciudades donde pueblan los serborusos. ¿Dónde quedó su imparcialidad en esto? ¿Se le está olvidando el impacto general que tendrá en la sociedad general haciendo esto?
—Una vez más vienes con el sentimiento moral... —Anya se masajeó la frente y ladeó la cabeza.
—No, no. Hablo en serio. Si Dimitry persiste con su enfoque pragmático y tiene en cuenta las complejas interacciones entre las emociones de los Serborusos como individuos y no como una masa, entonces podrá vencer a Tanokov sin gastarse un solo rublo de las arcas de Grigory.
—No pongas tu enfoque idealista ahora, Smith. Esto no es Inglaterra, o algún otro país de occidente. Estos son los Balcanes. Y aquí, el odio histórico de las masas supera infinitamente cualquier propuesta moral que quieras dar.
—Entonces, ¿eso justifica que haya sido mano dura con los serborusos? ¿Con los judíos, inclusive? —Smith arrugó el entrecejo.
—¿Y qué tal si vamos directo al grano y te digo el porcentaje de las arcas que Dimitry quiere utilizar?
El Ilustrata de la economía se guardó la mano en el bolsillo e hizo un ademán de asentimiento.
—Veinticinco por ciento.
—Vale —Smith se acomodó las gafas para ocultar las arrugas de molestia de su frente—, ¿y qué clase de coartada tienes para eso?
—¿Has olvidado todo lo que hemos conversado hasta ahora? —Anya enarcó ambas cejas.
—Quizás si hubieras venido con una refutación mejor entonces habría reflexionado, o mejor dicho puesto de parte de Dimitry en esto. Pero no —Smith hizo un ademán de negación con la mano.
—¡¿Y qué más pruebas quieres más aparte de todas las noticias y los comunicados que te llegan al correo sobre el arranque monumental que Tankov Andreevich está teniendo sobre las masas y en la prensa!
—Veinticinco por ciento de las arcas... —Smith volvió a negar, esta vez con la cabeza— Eso no va a pasar, Anya. Lo siento mucho. Pero no es rentable a corto plazo. Y corto plazo es lo que necesito.
—¿Recuerdas los sindicatos? ¿Los Torneos Pandemonicos? Utilízalos para recuperar el dinero que prestaremos. ¡Mira lo que tienes a tu alrededor! —Anya extendió un brazo en dirección hacia el ventanal que mostraba todo el panorama urbano del Microdistrito de Grigory— Tienes una mina de oro aquí.
—La Unión Sindical solo sirve para regular los fondos, no para generarlos. Ni los demonios que trabajan aquí son unos robots o tienen habilidades para excretar oro. Y del Torneo Pandemonico ni me hables. Luego de que gran parte los bonos fueran trasladados al enfoque público de los sindicatos, eso está abandonado. Que de eso se encargue Maddiux.
—Precisamente a eso voy. Revive los Torneos Pandemonicos negociando con los sindicatos y con Maddiux. Haz recaudos a través de comisiones y tarifas. Eso es rentable también, y esa es mi última sugerencia —Anya extendió un brazo, se quitó el guante y le ofreció la palma de su mano—. ¿Trato?
Adam Smith se contuvo de hacer alguna protesta más. Se quitó su guante y estrechó la palma de Anya. La Siprokroski sonrió con gracia, y se retiró de la estancia en silencio; las compuertas se deslizaron y se sellaron nada más salir al pasillo. El Ilustrata de la economía se colocó su guante y miró de soslayo el horizonte urbano del Microdistrito.
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3
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Campoverde.
A las afueras del Microdistrito de Grigory.
La amplia y verdosa superficie plana del campo se extendía por todas las latitudes, teniendo algunas lomas pequeñas que subían y bajaban y hacían que sus protuberancias se vieran desde la distancia. Este era de los pocos lugares en todo el Microdistrito Grigory en el que la vegetación podía florece sin verse vista intoxicada por las humaredas del denso tráfico de vehículos, o de los arabescos densos de gases químicos que salían despedidos de las chimeneas y torres de las fábricas más allá del anillo amurallado. No había nadie poblando aquel campo de estilo Golf a excepción de tres siluetas, juntas de hombro a hombro, con dos carros de golf rodeándolos
Una pelota metálica y cromada del tamaño de una bola de boliche salió volando varios metros al aire. De los orificios de la esfera se despidieron propulsiones de gases que lo impulsaron todavía más al cielo, elevándolo hasta veinte metros de alto. Se oyó un crujido de piedra en la superficie, y en un abrir y cerrar de ojos, la silueta musculosa de Maddiux Siprokroski apareció a la altura de la bola metálica empuñando lo que parecía ser un bate de béisbol.
Azotó con vigorosa fuerza la pelota, ocasionando un estruendo de hierro contra hierro que resonó en todo el Campoverde. De la parte de atrás del bate comenzaron a salir ráfagas azules que impulsaron la aceleración de su batir, provocando también que el mecanismo de comprensión de aire expulsado incrementara la velocidad de arranque de la pelota. La esfera metálica salió despedida fugazmente, desapareciendo en un parpadeo al igual que el anillo sónico que Maddiux generó con aquel supersónico golpe.
Los dos individuos que estaban alrededor del campo anillado que era la salida de los jugadores se acuclillaron y, de un impulso de sus piernas, se abalanzaron a una velocidad abismal hacia la pelota. Se volvieron borrones negros que recorrieron en segundos todo el Campoverde, hasta que dieron un salto en determinada loma y ambos se elevaron a la altura de la pelota. Uno de los jugadores atrapó la pelota y, dando una voltereta en el aire, la arrojó contra su contrincante. Este último se giró en el aire a tiempo, esquivando la esfera y al mismo tiempo atrapándola con su mano y devolviéndole el favor a su enemigo.
Maddiux Siprokroski cayó al suelo de cuclillas y se irguió. Apoyó las manos sobre el mango del bate y se quedó observando, con mirada algo aburrida, la sucesión de ataques y contraataques que los dos jugadores se arrojaban sin parar, creando una caótica andanada de borrones y circunferencias sónicas que emitían una incesante tormenta de ruidos ensordecedores. Sus refinados oídos escucharon el zumbido de las ruedas de otro carrito de Golf. Se dio la vuelta, y sus labios se tornaron en una sonrisa afable al ver a Adam Smith conduciendo hasta su posición.
—¡Mira quién viene! —exclamó con gran entusiasmo, abriendo los brazos para recibirlo en un abrazo— ¡El padre de la economía, ignorando al abuelo a Ibn Jaldún!
Adam Smith le devolvió la sonrisa y se dejó abrazar por Maddiux. Ya le perdió el miedo a sus afectuosos abrazos sin pensar que le rompería las costillas en el proceso. Se separaron, y Smith vio el atuendo de golfista que portaba Maddiux: shorts negros, camisa blanca de mangas cortas, guantes blancos y zapatos deportivos.
—¿Y eso que apenas ahora se te ocurrió que tenías tiempo para visitarme? —preguntó Maddiux.
—Lamentablemente no es para una charla cotidiana, Gospodin Maddiux —Smith se ocultó las manos en sus bolsillos—. Es una charla de negocios lo que traigo.
—Ah... —Maddiux se quedó con la boca entreabierta por unos instantes, mostrando la leve decepción en sus facciones. Se dio la vuelta, y señaló con un ademán de cabeza el caos de choques sónicos multitudinarias que impactaban numerosas veces por el aire, como si fueran haces de luces que chocaran en un vacío y provocasen ondas de choque. Maddiux miró de soslayo a Smith, la sonrisa socarrona.
Los constantes choques de los borrones supersónicos llegaron a ocasionar explosiones de humo que se elevaron varios metros al cielo, siendo vistos por peatones afuera de las murallas del Campoverde. Se oyó un estruendo metálico, seguido de un estruendoso crujido de huesos y un rugido gutural. Los vientos silbaron e impulsaron a un musculoso hombre de piel pálida y cabello blanco corto y erizado; en sus manos sostenía la esfera metálica que no paraba de girar sobre sus palmas, dejándole marcas de quemaduras. Sus pies derraparon por el suelo, destruyendo el pasto y dejando dos largos surcos. La velocidad de su impulso se redujo, y el musculoso Superhumano se detuvo a cinco metros de Maddiux y Adam.
—¡Wohoho! ¡Esos son dos puntos para Alexei! —exclamó Maddiux entre risotadas.
—¡Dos puntos el culo de un Kaiju malformado! —maldijo guturalmente Yuri Volka, las venas hinchándose sobre sus hombros y cuello. La esfera metálica seguía rodando sobre sus manos, provocándole más marcas de quemaduras. El superhumano ruso dio un grito y estampó la pelota en el suelo, enterrándola en la tierra y provocando así que detuviera sus giros.
—Reglas son reglas, Yuri —dijo Maddiux sin borrar su sonrisa burlona—. Tú dijiste que querías jugar al nuevo Lapta. Aquí estamos.
Una miríada de ventisca de humo negro se aproximó a la zona aledaña al anillo de entrada donde se hallaban los tres. Los arabescos oscuros se arremolinaron, formando un tornado negro de dos metros, con vientos que destellaban parpadeos rojos como si fueran relámpagos. De un chasquido humificador, producido por los chasquidos de dedos del usuario, el tornado se disipó de lado a lado, desapareciendo bajo la hiedra y revelando al superhumano que competía contra Yuri Volka.
—¡Y eso que solo somos nosotros! —exclamó el muchacho con entusiasmo— Ahora imagínate un equipo entero.
A ojos de Adam Smith, ese superhumano no parecía superar los veinticinco años por sus facciones tan juveniles y la forma en que vestía: un gorro de lana bermellón, una chaqueta negra sin mangas con motivos decorativos, una camisa negra abotonada de mangas largas arremangadas, vaqueros oscuros y zapatillas de deporte negra con bordados rojos. El superhumano cerró su puño derecho y lo agitó como si esgrimiera una espada. De su antebrazo salió exudando un denso y estirante humo marrón con vetas amarillas brillantes que le hicieron brillar toda la parte de su brazo descubierto.
Yuri Volka apretó los afilados dientes en una retorcida y exagerada sonrisa maniática que le deformó la cara.
Ambos superhumanos desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos, convirtiéndose en supersónicos borrones que emitieron estruendos ensordecedores. Adam Smith cerró los ojos para no ser cegado por el polvo que expulsaron sus incontrolables impulsos de velocidad. Abrió los ojos y levantó la mirada, volviendo a ver la miríada de puntos negros que se desplazaban como proyectiles militares, describiendo una caótica danza en el cielo de constantes impactos que revolvían el firmamento con sus ondas de choque hipersónicas.
—Entonces —dijo Maddiux, alzando el bate y colocándolo sobre su hombro. Miró a Smith—, ¿qué clase de "charla de negocios" tienes para mí? Si es algo que no se revuelva con la política de mi hermano, todo bien.
—Indirectamente tiene que ver con él, Gospodin Maddiux.
—Agh, qué carajos, por qué hablo tan rápido —maldijo Maddiux entre dientes, poniendo cara de molestia.
—Dimitry está teniendo unos traspiés en su campaña política —explicó Smith modestamente; hablaba con aplomo y sin tapujos, como si le hablara a Dimitry o a Anya—. Ese tal Tankov Andreevich está ganándose el favor del pueblo serboruso, e incluso de los rusos que hallan simpatizante sus ideas populistas y comunistas.
—¿Comunista? —Maddiux esbozó una mueca de escandalo y ofensa— ¡Pero si se supone que Dimitry les sacó las ideas soviéticas a los rusos durante su mandato!
—Lamentablemente la población actual de la Raion Rusa son de gente que vivieron los días "dorados" de la Unión Soviética.
—Mejor dicho... —Maddiux oteó con la mirada como Yuri le encestaba un golpetazo en la nuca a Alexei con la esfera metálica, golpeándolo con brutal fuerza y provocando que este saliera disparado hacia el suelo. Entrecerró los ojos y dejó escapar un "uff" ante el sonido del impacto contra el campo.
—Entonces, con ese peligro en mente, Anya me dijo que Dimitry quiere utilizar un veinticinco por ciento de las arcas de Grigory para potenciar su campaña, ganarse el favor de los Serborusos para las boletas presidenciales y aumentar la producción de armamento Anti-Superhumana. Según dijo Anya, por el incremento de la criminalidad en la Raion Rusa.
—¿Aumento de criminalidad en la población? ¿Bajo el mandato de mi hermano? —Maddiux frunció el ceño y ladeó la cabeza en confusión—. ¿En serio?
—El punto es... —Smith hizo una pausa para chasquear los labios y pasarse una mano por la barba— Que al Dimitry querer extraer el veinticinco por ciento de las arcas en algo que no será rentable, entonces hay que hallar la forma de reponer esos activos perdidos y evitar un déficit temprano.
—¿Y tienes una forma para ello que no incluya otros putos bonos millonarios?
—No me los recuerde. Y sí, tengo un plan —los ojos grises de Smith refulgieron y se posaron sobre los de Maddiux—. Volver a mover los activos de los Torneos Pandemonicos a través de los sindicatos.
Maddiux acalló y se quedó viendo a Smith, la mirada entre analítica y confusa. Se pasó una mano por los labios y ocultó la sonrisa de oreja a oreja que se le formó. El silencio entre ambos se extendió por varios segundos, siendo interrumpido por los gritos belicosos y las ondas de choque que generaban Alexei y Yuri en su frenético juego de la pelota.
El Siprokroski bajó la mano y le mostró a Smith su sagaz y pícara sonrisa. Lo señaló con un agite de mano.
—Esa idea la tuvo Anya, ¿cierto?
—Posiblemente sea más de Dimitry —replicó Adam.
—Y posiblemente influenciada por Anya —recalcó Maddiux, insistente—. Fue ella la que terminó convenciendo a mi hermano para convencerme a mí de cesar las actividades de los torneos con tal de "proteger su imagen de futuros escándalos que tengan que ver con actividades ilícitas". Y ahora mira: la imagen de mi hermano siendo manchada por un sucio comunista chupabolas, y Anya recurriendo a las "actividades ilícitas" como la única manera para mantener a flote las arcas.
—Wow, eso es... bastante introspectivo de tu parte, Maddiux. A pesar de que no participes mucho en las actividades de la Corporación...
—De igual forma soy una figura pública famosa. Tu ve a Cherbogrado y verás puro marketing de mi imagen utilizándolo en pósteres, en camisetas, hasta en jodidos consoladores.
—Pero entonces —Smith enarcó una ceja— ¿Ofrecerá su ayuda para reactivar los activos de las arcas a través de los Torneos Pandemonicos? ¿O tiene alguna alternativa en mente que me quiera decir? —<<A pesar de que se le nota discordante por las decisiones de su esposa>> Pensó.
Se hizo otra breve pausa silenciosa. Maddiux se quedó pensativo por unos segundos, reposando los labios sobre el mango de su bate y los ojos fijos en el césped. En ese momento se escuchó un alarido que parecía de alguien gritando de horror, pero que después se torno en una desternillada risa. Maddiux viró los ojos hacia Alexei Sokolov. El muchacho se desplazaba por el cielo en la forma de una bruma de humo centellante, no parando de destilar sus fulgores amarillentos que de cuando en cuando cegaban a Yuri Volka. El superhumano adolescente empleó una estratagema que pilló por sorpresa a su contrincante: se desplazó hacia la superficie, a pocos metros de Yuri, obligando a este último a dar un impulso hacia atrás para esquivar la finta en la que acababa de caer. Alexei estiró un brazo y disparó un cañonazo de humo que explotó alrededor de Yuri, formando una muralla de humo denso difícil de disipar. Tras eso, Sokolov se impulsó a toda velocidad hacia Volka, se convirtió en una marea de humo con la cual esquivo de forma intangible la feroz patada de su enemigo, y dando un acrobático giro en el aire estampó la pelota metálica sobre la cabeza de Yuri. El estruendo del metal contra el cráneo rezongó feamente en todo el Campoverde, y Yuri se estrelló bocarriba al suelo.
—Ok, ¿sabes qué? —dijo Maddiux, chasqueando los labios y torciéndolos en una sonrisa sagaz— Llama a la Unión Sindical y organiza eso. Pero no metas ni un solo duro de tu empresa para las recompensas a los ganadores. Quiero que tus ganancias sigan a flujo.
—¿De qué hablas? —farfulló Adam, viendo a Maddiux emprender la marcha en dirección al triunfante Alexei, este último haciendo un baile triunfante e irrespetuoso frente al adolorido Yuri que se reincorporaba entre temblores— ¿Cómo organizarás un torneo sin recompensas?
—Porque seré yo quien ofrenda las recompensas, Smith —sin darse la vuelta, Maddiux hizo un ademán de despedida alzando un brazo.
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https://youtu.be/M68Hf6OJ2VA
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Cherbogrado
Thrud Thorsdottir no estaba acostumbrada a una megaciudad, mucho menos a una moderna y tan llena de hiper sofisticada tecnología que podría llegar a confundir a un campesino pensando de que se trataba de magia como la de ella. Los multicolores chillones de los hologramas, la imponente altura de estos levantándose hacia el cielo como banderas de luces fluorescentes y emitiendo un sinfín de anuncios, los aerodinos rectangulares que sobrevolaban por encima de los barrios adinerados y las divisiones administrativas, los carros y las camionetas de lujo de extravagantes diseños que emitían humos de olores exóticos, los peatones que anadeaban por las aceras, hablando o escribiendo en sus dispositivos móviles, vistiendo con ropas funky y vivarachas y sacando a relucir sus implantes bioluminiscentes...
—¡¿Por qué demonios todas las mocosas de está ciudad visten minifaldas?! —exclamó, los ojos abiertos como platos en una mueca exaltada al ver, por decimaquinta vez, a un grupo de muchachitas no mayores de dieciocho años, caminar a través de la vereda contoneando sus caderas en faldas tan cortas que dejaban al descubierto sus largas y desnudas piernas. Por suerte exclamó en español, por lo que las personas de alrededor solo se la quedaron viendo con extrañeza.
<<Y ahí está el choque cultural>> Pensó Adoil Gevani, de brazos cruzados y suspirando con exasperación. Llevaban más de media hora husmeando por distintas partes de la metrópolis, utilizando de cuando en cuando el transporte instantáneo de relámpagos de Thrud para desplazarse de una división urbana a otra. Llevaba toda esa media hora intentando explicarle la forma de localizar a Adam Smith, pero la terca de la Valquiria Real o hacía oídos sordos para irse a preguntar a peatones como si nada (haciendo que estos se la queden viendo con miradas extrañas o simplemente negando con las cabezas para seguir sus caminatas) o lo interrumpía para decirle que se teletransportarían a otro distrito de Cherbogrado con la errónea idea de tener la certeza de saber donde se encontraba el Ilustrata.
Pero luego de media hora de innecesaria, pataleante, ciega y bruta búsqueda, la Valquiria Real se rindió... O, mejor dicho, decidió "tomar un descanso" agarrando un asiento en un banco de mármol negro justo dándole la espalda a una fuente que soltaba distintos chorros de agua como si de pilares blancos se tratasen, todos ellos rodeando un pedestal que sostenía una firme estatua que se alzaba recio con diez metros. La estatua era la de un hombre musculoso, omoplatos tan anchos que parecía medir dos metros de largo, con todo su torso al descubierto y vistiendo únicamente pantalones. Empuñaba una gigantesca hacha de guerra en su hombro, y el grabado del pedestal rezaba el nombre de "Dazhbog, Dios de la Luz y Héroe de todos los Eslavos". Las fosforescencias de las lámparas se reflejaban en su superficie de mármol de color beige y en las vetas de oro que relucían en el filo de su hacha.
—Ya revisamos las seis Divisiones Administrativas —profirió Thrud, las manos cubriendo su rostro. Reclinó la espalda sobre el borde del parapeto de la fuente y miró a Adoil Gevani, de pie frente a ella, las manos juntas sobre su espalda—. Ya hasta me las aprendí de memoria. Pero en ninguna de estas está el maldito Adam Smith.
—Thrud... —masculló Adoil, pero antes de proseguir fue interrumpido por ella.
—Lo sé, "qué estúpida es esta supuesta diosa nórdica", ¿verdad? —Thrud cambió de postura inclinándose hacia delante y tomando una expresión decidida— Tienes razón, soy un potrillo en este mundo. No conozco las reglas que rigen este mundo, ni los jugadores que juegan aquí como si fuera un juego de mesa.
—Thrud... —masculló Adoil. Dio un paso hacia delante, solo para ser de nuevo cortado por ella.
—Pero aprenderé rápido a manejarme —Thrud entrelazó sus manos y se masajeo los dorsos—. Con la ayuda de ustedes, y la testarudez de una Thor con tetas, atravesaré esta compleja red tecnológica para así sacar a Masayoshi y hacer Völundr con él —apretó ambos puños a la altura de una cabeza.
—¡Si tanta ayuda quieres, entonces déjame hablar, PEDAZO DE...! —Adoil contuvo sus palabras apretando los labios y mirando hacia otro lado.
—Venga, Adoil, dime —Thrud lo exhortó animosamente con un ademán de mano— ¿Qué sugerencia tienes para mí?
—Thurd... —Adoil suspiró— Llevo estos treinta minutos con cincuenta y cinco segundos tratando de decirte esto... —<<Pedazo de conchuda cavernícola>>.
—Oh, tu perdona. Me meto tanto en mi mundo que ignoro todo lo demás. ¿Cuál es tu sugerencia?
Adoil miró rápidamente su derredor hasta fijar la vista en un lugar en especifico de toda la miríada de locales y restaurantes que hay alrededor de ellos. Estiró un brazo, y Thrud miró en aquella dirección. Un kiosco de electrodomésticos que, en su parte lateral, había una carpa azul que servía como rellano para todos los computadores de CPU dispuestos en largos mesones (la mayoría desocupados). La marquesina tenía el nombre del local en cirílico, pero abajo tenía el nombre en inglés: "Brezvhka Appliance Store".
—¡Vamos a investigar en la puta internet! —bramó Adoil.
—Ahhhh, internet, claro, claro... —Thrud asintió levemente la cabeza y se quedó viendo el local por un rato antes de voltear la cabeza, fruncir el ceño y quedarse boquiabierta en una fogosa mueca confusa.
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https://youtu.be/w9ug7a2d3mg
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
—Venga, no perdamos más el tiempo —gruñó, dándosela la vuelta y emprendiendo la marcha en dirección al local de electrodomésticos Brezvhka, las manos dentro de los bolsillos, la cara enarbolando una incesante mueca de molestia. Thrud se paró de su asiento y siguió en pos suyo, caminando con una alegre sonrisa dibujada en su rostro. A ojos de los peatones, ambos parecían un padrastro y una hijastra que se dirigieran a una tienda de joyerías para que el amargado primero le regalase a la contenta segunda un carísimo anillo.
Atravesaron la calle una vez el semáforo estuvo en verde y llegaron a las puertas de cristal del kiosco. Una vez adentro, Adoil Gevani se encargó de aparcar el uso de uno de los computadores mientras que Thrud se la pasó vitrineando, con ojos entre curiosos y confusos, todas las piezas de microchips, megachips, piezas de implantes, celulares cristalinos y tantas otras herramientas eléctricas que la tienda ofrecía. Gevani sacó su microchip de la ranura de su antebrazo y se la dio a la recepcionista; aquella tarjeta era el último remanente que le quedaba de guita, luego de perder todo su capital en la base. Tras la recepcionista hacer la transacción y darle el recibo electrónico y el ticket de asignación a Adoil, este y Thrud pasaron a la carpa donde los esperaba su computador designado.
Gevani se sentó en el sillón y oprimió el botón de la torre de CPU. La pantalla se encendió, y segundos después tenían la interfaz frente a sus narices. El científico argentino comenzó a manipularlo entrando a las redes sociales y buscando información del paradero de Adam Smith. El rápido tecleo, el manejo amaestrado del mouse táctil, y el uso de los hologramas tridimensionales que salieron de la pantalla como si de una película en 3D se tratase, dejaron boquiabierta a la Valquiria Real.
El científico argentino desplegó una imagen tridimensional de color azulado encima del escritorio. El holograma consistía en la pictografía de una mansión de arquitectura mezcla entre neoclásica y rusa tradicional, parecido a una ciudadela estilo kremlin con sus anillos amurallados, sus torreones bulbosos, sus iglesias ortodoxas estilo cónicas y multicoloridas, y sus variados jardines traseros. Adoil recluyó la espalda sobre el espaldar del sillón y se quedó masajeándose el bigote, pensativo.
—¿Qué estamos viendo? —murmuró Thrud, los ojos paseándose por cada detalle del holograma.
—El Gran Palacio de los Siprokroski —respondió Gevani, el ceño fruncido—. Allí es donde se halla Adam Smith.
—¿La residencia de Maddiux? ¡Perfecto! —Thrud apretó un puño triunfante— Entonces solo es ir allá y solicitarles su ayuda. La de él y la de Maddiux.
—¿Y tu crees que solo por tener acuerdos con la Reina Valquiria nos van a aceptar, así como así? —Gevani se volvió para verla con el mismo ceño fruncido.
—Deberían dé. Al fin y al cabo Smith hace parte del gabinete de Brunhilde, y Maddiux es un Legendarium. ¡Hasta participó en el asalto a la Conferencia de Udr!
—Ya decía yo que me sonaba ese gorila rojo cuando vi las noticias... —murmuró Gevani para sí mismo. Negó con la cabeza— Sigo diciendo que no sería del todo conveniente, por no decir directamente estúpido. Si vamos y aparecemos de repente allá, lo más probable es que nos reciban sus guardias a punta de tiros. Y yo la verdad no quiero más plomo del que recibí ayer.
—Pero, ¿por qué esa manía de sobrecomplicar las cosas? —Thrud se cruzó de brazos.
—Porque lamentablemente vivimos en un mundo de manías y complicaciones —Adoil apartó el holograma agitando una mano y volvió a manipular el teclado y el mouse táctil. A ojos de Thrud, el científico argentino pasaba tan rápido de pestañas y de páginas que le era complicado seguirle el ritmo—. Vamos a ir por lo seguro, wachina. Voy a escribirle un correo electrónico a Smith.
—¿Puedes contactarlo directamente?
—Su correo está literalmente en la página oficial de su empresa.
—Huh... Pues que estúpido eso también, ¿no? Con razón es que sus líderes caen tan rápido. Los pueden contactar así de rápido con esta tecnología. Odín por otro lado no tiene contacto con casi nadie que uno llega a pensar que su única existencia son sus cuervos.
<<Que jungla de tres pares de huevos debe ser la sociedad de los dioses, entonces>> Pensó Gevani al tiempo que terminaba de escribir el mensaje del correo electrónico. Con un clic al mouse táctil, envió el mensaje, y en la pantalla apareció un rectángulo con la inscripción de "correo enviado".
—Listo —dijo—. Ahora, mientras esperamos la respuesta de Smith, vamos a requisar un Holo Eindecker —se apartó del escritorio y se paró del sillón.
—M-momento, ¿esperar? —Thrud siguió a Gevani por el pasillo de la carpa hasta salir al exterior pasando por el umbral de compuertas corredizas— ¡¿Si sabes que, con lo ocupado que es Smith en su trabajo, tardaría DÍAS en respondernos?!
—No... teniendo en cuenta el mensaje encriptado que Psifia me hizo el favor de enviar —afirmó Gevani, sonriente, señalándose los circuitos de color gris que estaban ocultos detrás de su oreja y que se extendían por dentro de su cabello como un entramado camuflado—. Un malware pasivo con el cual hacer que el resto de correos se le queden borrados temporalmente, y que haga que Smith reciba sí o sí nuestro mensaje. Haciendo los cálculos en mi cabeza, probablemente él nos responderá en las próximas horas. Así que.... —alzó las manos y dio dos palmadas— ¡a apurarnos a conseguir ese Holo!
Los ojos de Thrud se quedaron abiertos como platos por unos segundos, para después cerrarlos y abrir los labios en una sonora risotada que le canjeó más de una mirada confusa de los rusos que caminaban pasando de largo de ella. Gevani borró al instante su sofisticada sonrisa y le dedicó una mirada de disgusto a Thrud.
—¿Es que siempre te ríes así?
—¿Qué? Es una risa que heredé de mi hermano mayor.
El científico argentino hizo un ademán de mano de que olvidase lo que pregunto y prosiguió su avanzada, las manos en el bolsillo. <<Así que tiene familia>> Pensó, mirándola de soslayo como lo seguía en pos suyo, la mirada siempre curiosa y maravillándose de la compleja arquitectura tecnológica de los miradores de los edificios y las vitrinas de tiendas que mostraban ropas, joyerías e implantes. <<¿Será que si habrá querido venir hasta acá?>>
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5
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Microdistrito de Grigory
Unión Sindical
A pesar de estar ya acostumbrado a este segmento del microdistrito donde proliferaban los demonios, humanoides de pieles pálidas como la nieve y cuernos creciendo en sus cabezas con distintas formas y longitudes, Adam Smith se seguía asombrando por la vasta rapidez con la cual este particular grupo social pandemónico se adaptó al estilo de vida sindicalista y obrero. Tanto así que le sorprendía también que se hayan olvidado, aparentemente, de sus raíces como habitantes de los reinos Pandemonicos.
Llevaba esperando casi diez minutos en silencio. Sentado en la banca, con la espalda recta y los hombros altos, se hallaba en un pasillo aislado del pomposo y extenso rellano circular donde se hallaban los demonios caminando de aquí para allá, vistiendo sus trajes de negocios encorbatados que contrastaban con los cuernos crecidos en sus cráneos y hablando sobre horarios de reuniones, horarios laborales, flujo de manejo salarial... <<Y pensar que, hasta hace un año, eran unos salvajes sin techo>>.
Oyó las bisagras de las compuertas al lado suyo abrirse de par en par. Smith se puso de pie y se arregló el abrigo en gesto de presentación. Se giró, y cruzó miradas con el demonio quien fue quien abrió las compuertas y lo recibió con una sonrisa afable.
—¡Señor Smith! —clamó el demonio, ofreciéndole la palma de su mano. Smith lo estrechó con el mismo entusiasmo, sonriendo de la misma forma vehemente que el demonio de ojos azules— Venga, pase, pase. Usted disculpe la demora.
—Cero ofensas, Zelvon. Cero ofensas.
Smith entró en la sala de reuniones a la par de su socio. La estancia era octogonal, con una larga mesa ovalada en el centro condecorada con hologramas de símbolos rojos de tridentes que levitaban uno detrás de otro. El Ilustrata tomó asiento en una silla justo oblicua a la de Zelvon. Smith apartó levemente la silla para tener un mejor vistazo de su socio demoniaco: vestía con un elegante uniforme de negocios de corbata roja con líneas negras.
—¿Cómo van las cosas en la Unión? —preguntó Smith, acariciándose la barbilla.
—Están las cosas a flote ahora, en vez de en crecimiento —contestó Zelvon, traqueteando los dedos sobre la mesa—. Los trabajadores están felices con sus salarios y sus horarios, y los inconvenientes que hubo con respecto al saneamiento y a la calidad de vida laboral en las fábricas ya fueron pulidas. Desde la última huelga que se vivió hace seis meses —Zelvon sonrió y alzó ambas manos—, esto ya va luciendo como la utopía que nos prometió desde los días del Barrio Ashura.
—Aunque de igual forma habrá desventajas y defectos —dijo Smith—. He oído que los trabajadores, aunque satisfechos con los horarios y con los bonos de calificaciones de adherencias, tienen problemas para mantener la calidad de sus labores. Ya sea un obrero trabajador que labora un día honesto, ya sea un supervisor que tiene que manejar los controles de calidad... —torció los labios hacia abajo y entrelazó los dedos sobre su vientre— No importa qué tan colorido pongamos la infraestructura, la vida de los demonios sigue siendo gris.
—Al menos en menor medida, y sin riesgo de huelga —reconoció Zelvon—. Pero no creo que eso afecte a la larga.
—Afectará a la larga, Zelvon. Incluso los demonios se aburren con la monotonía, como los humanos. Y ustedes tienen prolongaciones de vida más largas que las de nosotros, ignorando las Edades Doradas, claro.
—¿Y afectaría en qué modo, señor Smith? —Zelvon frunció el entrecejo.
—Desde la convivencia y solidaridad de los trabajadores, hasta las relaciones interpersonales entre demonios y humanos —Smith apretó los labios—. Aunque en menor medida, también he visto reportes de abusos de poder entre humanos supervisores y demonios trabajadores, o incluso ataques personales entre obreros regulares.
—Hago lo posible por mantener la harmonía, señor Smith. Lo he intentado con programas cognitivos, con actividades... —Zelvon estampó la mano sobre la mesa y negó con la cabeza.
—No es fácil lidiar con la discriminación —Smith asintió con la cabeza en ademán de simpatía—. Mucho menos si se trata de un odio pasivo-agresivo que data de los días de la Segunda Tribulación.
—Pero hemos hecho el cambio, señor Smith. ¡Yo he cambiado!
—No he dicho nada directamente sobre ustedes, Zelvon.
—O-oh, v-vale. Disculpe —Zelvon se arregló la corbata para disimular su trague de saliva—. Pero sí, le doy totalmente la razón, señor Smith. Un odio histórico de este calibre es difícil de erradicar.
—Diría que es imposible de liquidar —Smith se encogió de hombros y suspiró al tiempo que sacaba, del bolsillo de su abrigo negro, una tarjeta digital hecha de microchips embebidos y que estaba forrada sobre una lámina rojo oscuro con gradiantes escarlatas con un símbolo demoniaco en su centro—. Pero no lidiar.
Colocó la tarjeta sobre la mesa y la hizo deslizar por la superficie hasta alcanzar la mano de Zelvon. Este útlimo no la agarró. En cambio, se la quedó viendo con los ojos abiertos como platos, y los labios entreabiertos. Alzó la mirada, solo para toparse con los ojos enervantes de Smith.
—Bromeas... —se limitó a decir.
—Desearía que fuera así, Zelvon —replicó Smith, la solidaridad en su tono de voz contrastando con su mirada impasible.
—Los Torneos Pandemonicos fueron la lasca en mi zapato durante el progreso del desarrollo de la infraestructura de la Unión Sindical y un impedimento para que humanos y demonios convivieran sin que se arrancasen las cabezas por las peleas. Que Anya Siprokroski las haya cancelado fue lo mejor que le pudo pasar a la comunidad —Zelvon frunció el ceño, quedando en pausa por unos segundos para agarrar aire—. Y ahora... ¿y ahora quiere traerlos de vuelta? ¡Eso es imprudente! ¡Especialmente para ella!
<<Aún sigue creyendo que Anya los canceló pensando en ellos...>> Pensó Smith, entrelazando las manos y apoyando el mentón sobre sus dorsos.
—Dimitry Siprokroski tiene problemas en su campaña política —dijo—. Le comunicó esto a Anya, y ella me dijo que va a extraer veinticinco por ciento de las arcas de la familia para impulsar sus planes. La orden de restablecer los Torneos Pandemonicos es con motivo de mantener el flujo de las arcas y evitar un déficit.
—Déficit es lo que tendrá la Unión a nivel social por esto —Zelvon señaló la tarjeta con la mirada, y después estiró los brazos de lado a lado—. Es que... ¿es que acaso el trabajo honesto que estamos haciendo no es suficiente? ¿Tienen que traer del retiro a aquellos caballeros que ya están acostumbrados a un nuevo estilo de vida? ¿Uno sin esgrimir su espada con alevosía a matar?
—Maddiux será el auspiciador de los siguientes torneos —prosiguió Smith, ignorando el drama de su socio—. Será él quien ofrecerá nuevos premios para los ganadores. Estamos en proceso de crear el cronograma. Pronto te lo haremos saber.
—¡¿Todo esto para qué, Adam?! ¡¿Todo para que Dimitry tenga otro fajo de rublos que derrochar en su imagen?! —Zelvon se golpeteó el pecho— ¡¿Qué ganamos nosotros con esto, además de volver a raíces que ustedes mismos nos educaron a dejar atrás?!
<<Ojalá pudiera hacer algo más, Zelvon>> Smith no tuvo el valor de decir esto, y acalló. No quería que lo viera más como un cómplice de lo que ya era. Dioses, como odiaba verse forzado en este tipo de situaciones tan incómodas y desfavorables para sus socios.
—Los Torneos Pandemonicos ya van en proceso de reinaugurarse —concluyó el Ilustrata, parándose de su silla y quedándose de pie frente a Zelvon. La imponencia de su altura y la frivolidad de sus ojos tras los lentes hicieron que el demonio bajara la cabeza, la mirada incredula—. Ve avisándoles a todos tus trabajadores de ellos y crea un programa para reclutar a aquellos que quieran participar. Te enviaré por correo la postal de los premios una vez listos, al mismo tiempo que te iré haciendo seguimiento sobre la nueva política que tendrán los Torneos con tal de evitar la zozobra de antaño —le ofreció la palma de su mano—. ¿Todo claro?
Zelvon no reaccionó; se quedó estático por varios segundos hasta que levantó la cabeza y dedicó una mirada derrotada a Smith. Apretó y chasqueó los labios, para después estrechar su mano, pero sin la misma firmeza o emoción que hace un par de minutos. Ahora, solo había mustio. Un mustio que Adam Smith odiaba con todas sus fuerzas.
—Muchas gracias por tu tiempo —se volvió sobre sus talones y caminó hasta las compuertas, abriéndolas de par en par y desapareciendo tras ellas, dejando a un desolado y petrificado Zelvon, la mirada ensanchada clavada sobre el piso.
Rasgó la superficie de madera del mesón con sus uñas, estas convertidas en garras, y estuvo a punto de estampar el puño sobre la tarjeta que Adam dejó... Pero se detuvo a unos centímetros de hacerlo. Borró la rabieta de su rostro con una sonrisa bobalicona, retornando a su entusiasmo inicial como si nada hubiera pasado.
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6
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Adam Smith caminó por el rellano recibiendo en el recorrido una miríada de ojos que lo siguieron hasta la salida. Ojos de demonios que lo miraban con agradecimiento, acompañado con sonrisas afables de vecinos agradecidos por su colaboración comunitaria. Smith les devolvió la sonrisa, no sin antes recibir una descarga de malestar en su pecho al pensar en la charla que tuvo con Zelvon hace no menos de un minuto.
Una vez fuera, descendió los peldaños de la escalinata en dirección a su limusina, donde lo esperaban sus guardaespaldas vestidos de negros y con gafas de sol, mismos atuendos que tenían desde los tiempos del Barrio Ashura. Se subió a la limusina, y sus guardaespaldas se adentraron en la misma estancia del vehículo con él. El chófer arrancó el coche una vez todos estuvieron subidos.
El Ilustrata sacó de su abrigo su teléfono celular y comenzó a checar su buzón de mensajes y sus mensajes de texto. Los fue borrando uno a uno con mirada desinteresada. La mayoría se trataban anuncios invasivos y mensajes viejos que se olvidó de borrar antes. Tenía su mensajería tan abarrotada de cajas de comentarios que decidía usar el borrador automático, ignorando con alevosía si eso le costaba borrar algún mensaje importante para el futuro.
—Thomas, pospón la reunión con la Junta de Impuestos —ordenó tras ver un mensaje viejo que hablaba acerca de ello. Uno de sus guardaespaldas afirmó con la cabeza, y comenzó a manipular una tabelta digital dispuesta en la mesita que tenía de frente—. Ahora mismo necesito concentrarme en esto.
—Entendido, señor —replicó Thomas—. ¿Para qué día?
—Posponlo por dos días. Dos días es lo que necesito para organizar bien todo esto.
—Entendido —y Thomas comenzó su ágil mecanografía en las teclas digitales.
Smith culminó de borrar todos los mensajes de la caja de texto. Prosiguió ahora con su correo eléctronico. Pero cuando abrió la aplicación, fue sorprendido por un mensaje de error con un número de serie bastante largo. Frunció el ceño en una mueca de molestia.
—Wow, wow, ¿qué mierda significa esto? —gruñó, y procedió a pasarle el teléfono a otro de su guardaespaldas. Esta última chequeó el mensaje y esbozó una mueca confusa— Estaba ahí borrando los mensajes, todo normal, y de repente me aparece eso.
—¿Descargaste alguna aplicación con un troyano, acaso? —preguntó la guardaespaldas.
—¡¿Cómo?! ¡¿Me crees estúpido ahora, Stefany?! ¡Debería es darte una colleja, pequeña insolen..! —uno de los guardaespaldas lo detuvo antes de que Smith se abalanzara sobre la chica.
—¡P-pero que lo digo en serio! —farfulló ella, los ojos ensanchados de la sorpresa aterrada.
—¡Tranquilícese, señor Smith! —exclamó el guardia que lo agarró de los hombros y lo retuvo— ¿Este mensaje le apareció justo ahora?
—Justo ahora, me apareció. Esta mañana revise mi correo, y funcionaba totalmente normal.
—El numero de serie que aparece aquí me da a entender que es un ataque de estilo malware —explicó Stefany, mirando minuciosamente el mensaje—. Entonces debe de estar siendo atacado por un hacker.
—¿Con lo que costó canjearle todas las defensas cibernéticas para esto? —bramó Thomas, cruzando los fornidos brazos— El hacker ese debe ser un habilidoso ciberhacker para poder burlar los cortafuegos.
—Y huevos de hierro para atacar directamente a Adam Smith —Stefany ensanchó los ojos y se quedó boquiabierta— Oh-oh...
—¿Qué? —gruñó Smith.
—Dice aquí que todos los mensajes asociados a este correo serán borrados y trasladado a otra base de datos en los próximos sesenta minutos.
—¡¿QUÉ?!
—Incluido los de las copias guardadas en la nube. ¿Dios mío, pero qué tocada de huevos es esto...? ¿Y qué...? —Stefany entrecerró más las cejas— ¿Y qué coño es ese símbolo de perro con motosierra en la cabeza?
—¡HAZ ALGO, STEFANY! —maldijo Smith.
—¡Pues tengo que tener el equipo para ello, señor Smith! No puedo hacer nada con solo mi implante ocular de ciberhackeo y mi mano prostética —Stefany alzó su mano izquierda metálica.
—Me tienes que estar jodiendo... —Smith golpeteó el techo un par de veces— ¡Apurémonos, carajo! —se hizo un silencio incómodo en la estancia. Adam se encogió de hombros al ver como Stefany le devolvía el celular— Tú perdona por gritarte, niña.
—Nah, ¡todo ok, señor Smith! —Stefany le sonrió alegremente— Aún tenemos tiempo para corregir esto.
<<Pero, ¿qué clase de osado se atreve a atacarme directamente?>> Pensó Smith, agarrando su celular y guardándoselo en su abrigo. En seguida concibió la idea de que algún demonio estaba perpetuando esto, pero no... No olvidaba que también tenía enemigos humanos entre aquellas filas.
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7
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—¡Un chupapijas! —maldijo Adoil Gevani, cargando con la caja de cartón que llevaba dentro el disco del Holo mientras subía las escaleras hacia el departamento que hace unas horas habían alquilado— ¡Eso es lo que es ese sorete hijo de re-mil putas por querer verme la cara de boludo al intentar estafarme con el precio!
—¿Quieres dejar de gritar, por favor? —murmuró Thrud, subiendo las escaleras en pos de él— Vas a alterar a todo el departamento más de lo que haremos con estos artilugios —sacudió las cajas de teléfonos prepagos con tecnología Eindecker que cargaba bajo sus brazos.
—Chiquilla, vamos a alterar a todos estos pendejos haciéndoles pensar que estoy construyendo una bomba atómica.
Adoil Gevani sacó las llaves del bolsillo de su pantalón y metió una de ellas dentro del cerrojo de la puerta. Al abrirla, dejó pasar a Thrud primero, y después él entró. Cerró con llave la puerta y se chequeó el reloj de su muñeca.
—Ese barbudo ya debió de decodificar el malware y ver el mensaje —anunció, para después trotar rápidamente por el pasillo hasta llegar a la sala de estar, despejada totalmente del amueblado para dejar un claro vacío en el centro de la estancia. Se agachó y dejó la caja en el suelo, para después desgarrar la cinta con sus solas manos—. ¡Tú ve sacando los teléfonos, Thrud!
La movilidad en la sala fue coordina y veloz. A pesar de la torpeza de Thrud a la hora de manejar los teléfonos prepagos para extraer sus tarjetas digitales (tal y como Gevani le enseñó), la agilidad para seguir paso a paso las ordenes del científico argentino no impidieron el avance de la construcción del Holo. Conectaron las tarjetas de los teléfonos en las ranuras alternas del disco de hierro, y conectaron los cables a la fuente de energía de la sala de estar. Por último, Gevani extrajo, de una ranura de su otro antebrazo, un largo cable que horrorizó al principio a Thrud pensando que era una vena suya. Adoil conectó su biocable en el disco, haciendo que aparezca una pantalla holográfica en la superficie de esta, y empezó a configurarla tecleando sobre la lámina.
En cuestión de un par de minutos, el disco del Holo estaba ya implementado en el suelo, con las tarjetas Eindecker conectadas para cubrir todo rastro de visibilidad de su paradero cuando se conecte en llamada con Adam Smith, y con la configuración de su impresión pictográfica ya lista.
—¿Y cómo sabes que te va a comunicar por este medio en vez de por teléfono? —inquirió Thrud, mirando con detenimiento las luces neón color azul que se desprendían de sus resquicios— Es más, ¿cómo sabes que él tiene... esto?
—Todo ricachón, sea del gobierno o sea de la mafia, tiene un Holo como Dios manda —contestó Gevani—. Además, en el mensaje que le envié, le dije que me comunicase explícitamente a través de un Holo —sus ojos marrones se tornaron azules de repente—. ¿Está a punto de llamar? Bien —se colorearon de marrón de nuevo y miró de soslayo a Thrud— Ponte a mi lado. Será mejor que nos vea tanto a mí como a ti. Y será mejor que a ti te reconozca como "Valquiria Real".
—Ya verás que sí —Thrud le dio un codazo amigable y le guiñó un ojo.
Las luces azulinas del Holo arrojaron haces sobre ellos, los cuales comenzaron a moverse de arriba abajo, analizando sus cuerpos de la cabeza hasta los pies para preparar sus imágenes holográficas. Luego de un minuto, los haces azules desaparecieron, dejando la estancia en absoluta oscuridad, invadida por los tenues rayos de las estrellas del cielo nocturno. El prolongado silencio se extendió por otro minuto, al punto en que Thrud estuvo a punto de preguntar si en verdad ese cacharro estaba funcionando.
Pero justo antes de abrir la boca, el Holo volvió a encenderse, esta vez con un brillo azulino todavía más resplandeciente. Un gentil ruido motorizado proveniente del disco reverberó en todo el apartamento. Tras eso, la superficie del Holo se iluminó con cientos de iridiscentes partículas celestes que se arremolinaron unas a otras, amontonándose hasta formar una silueta humana de metro sesenta y ocho frente a Gevani y Thrud. La diosa nórdica ensanchó los ojos de la genuina sorpresa entusiasta: a pesar de no sentir ningún tipo de magia provenir del Holo, las luces que emitía daban la impresión de que aquel artilugio neo-tecnológico operaba con magia.
Los tornados de particulas celestes culminaron su proceso de impresión holográfica. Adoil Gevani sintió un bajón de nervios darle una azotaina al ver el atuendo característico del Ilustrata, en especial sus lentes de contccto. El corazón se le subió hasta la garganta, tragó saliva y soltó un suspiro para intentar aliviar su vahído. Tenía finalmente a Adam Smith... O al menos su holograma.
El holograma azulino del Ilustrata se mantuvo de pie, en silencio, la férrea mirada oculta bajo sus lentes, pero clavada sobre ellos dos, como un juez a punto de sentenciar cadena perpetua a un acusado. Adoil apretó los labios, en búsqueda de palabras adecuadas para abrir él la conversación.
—Creo que se nos olvidó preparar la conversación... —murmuró Thrud.
<<¡NO. ME. JODAS!>> Pensó Adoil, mirándola de soslayo para después devolverla hacia el intimidante Smith. Pero tenía razón. Ni siquiera sabía en qué idioma hablarle. ¿Inglés? ¿Ruso? ¿Debería de dirigirse a él con honoríficos? No. Luego de la putada que le ha hecho con tal de llamar su atención, sería condescendiente de su parte.
—Ehem... —carraspeó, preparándose para hablar en inglés— ¡Cuánto tiempo, señor Smi...!
—Inteligente de tu parte.
La interrupción de la voz robótica del holograma de Smith petrificó a Adoil. Habló en ruso, por lo que ahora tenía que configurarse mentalmente para replicar también en ruso:
—¿Disculpe?
—Inteligente de tu parte forzar esta comunicación a través de un Holo sabiendo que lo harías Eindecker —repuso Smith, la sombra de su semblante ocultando la rabia desdibujada en él—. Lo mismo para el malware que me mandaste. Te aplaudo por eso. De no haber tenido estos cuidados, habría rastreado tu jodida llaga en un instante —alzó una mano y chasqueó los dedos—, y tú y esa tipa que tienes al lado estarían hablándome tras las rejas, en vez de un Holo.
Se hizo el silencio escabroso. Adoil se quedó sin aliento, los nervios trepándosele por los tuétanos y evitando que pudiese articular palabras. Thrud le dio un codazo en las costillas para hacerlo entrar en razón.
—En fin. Atrajeron mi atención con su barbárica astucia —Smith se llevó las manos a la espalda. Su imagen holográfica sufrió una breve estática—. ¿Qué es lo que quieren?
El científico argentino apretó los labios y se miró por unos instantes los pies. Agarró el suficiente coraje y preparación para volverlo a mirar a los ojos y decirle:
—Hace veinte años, usted fue participe de las deportaciones y emigraciones de comunidades eslavas venidas del Gran Arrebatamiento. En especial estaba a cargo de los establecimientos de las grandes empresas que vinieron de Midgar a este lugar, antes de que fuera conocido como las Provincias Unidas del Bajo Mundo. Una de ellas, sin embargo, no tenía como dueños a unos eslavos. Sino a unos latinos. Argentinos, específicamente. El nombre de esa empresa era Industrias Diaz.
Acalló para pensar en las siguientes oraciones y en ver la reacción de Smith. El Ilustrata estaba estático como una estatua, infringiendo su mirada prejuzgante sobre ellos dos, haciendo más y más incómodo los silencios. Volvió a la carga:
—El gobierno provisional de ese entonces tuvo el descaro de querer licenciar la compañía en un monopolio que claramente tenía raíces con la mafia italiana que gobernaba las incipientes Provincias. Eso nos obligó a movernos a Bosnia. Mi familia y yo vivimos allí durante los veinte años que se sucedieron, hasta que la ola de tormentas sociopolíticas que están empezando a asolar la Raion nos obligó a movernos nuevamente. Perdimos de nuevo nuestro hogar, y ya no tenemos a dónde ir. La última opción que me quedó... fue uste...
—Veinte años —dijo de repente Smith; se le podía notar una vena hinchada en su sien—. Veinte años desde eso. Veinte... —negó con la cabeza— Incluso si fuera verdad lo que me estás diciendo, ¿cómo esperas que me vaya a acordar algo que sucedió hace veinte años?
—Lo sé. Sé que suena estúpido, y es estúpido. Pe...
—¿Y qué clase de deuda tengo con usted, desconocido? ¿Cree que, por un acuerdo que posiblemente nunca se halla dado, de hace dos décadas, le hace tener derecho de poder hacer la artimaña que hizo solo para llamar mi atención en vano?
Adoil Gevani acalló. No arguyó a algún argumento en contra. Ni siquiera intentó siquiera apretar la mandíbula en gesto de rabia insolente. Tan vehemente como estaba hacía unos segundos, ahora demostraba una impotencia y un abatimiento que saltó las alertas en Thrud cuando esta le vio el semblante decaído. El argentino era consciente, muy en el fondo de su ser, que todo lo que estaba haciendo era una imbecilidad en todos los flancos posibles, y que no llegaría a nada con esto.
—No seguiré malgastando saliva en esta llamada —dijo Smith, mirándolo con la cabeza agachada en un ademán de desprecio—. Francamente, accedí a esto por pánico inicial, pero ahora salgo de aquí decepcionado. Deshágase de este Holo, y no vuelva a contactarme. Jamás.
Thrud Thorsdóttir no soportó más el abuso verbal y la inhabilidad de Gevani para contraatacar. Dio un paso al frente, poniéndose delante de Gevani y encarando con una osadía impecable al Ilustrata. Adam Smith se detuvo antes de apagar su Holo, la rústica mirada clavada en ella.
—¡Adam Smith, Magnum Ilustrata de Brunhilde Freyadóttir!
El grito bravo de la Valquiria Real provocó un drástico cambio en la expresión de Smith. De la frivolidad pasó a la perplejidad de labios entreabiertos y ojos saltones de la sorpresa.
—¿Cómo sabes...? —murmuró Adam; en su rostro se podía ver el esfuerzo que hacía para intentar reconocer a Thrud. La sensación familiar que llevaba sintiendo desde que la vio por primera vez se disparó al ver los tatuajes de arabescos y runas nórdicas en sus antebrazos.
—¿Thrud...? —murmuró el abatido Adoil.
—Ya lo hicimos a tu manera, Adoil. Ahora me toca a mí.
La Valquiria Real le sonrió y le guiñó un ojo. Se volvió hacia el holograma de Adam Smith, se cruzó de brazos y lo señaló con un dedo.
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𝓔 𝓝 𝓓 𝓘 𝓝 𝓖
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