Capítulo 7: Adiós, Sarajevo
┏━°⌜ 赤い糸 ⌟°━┓
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Región de Pars. En los alrededores de Gradiska.
La motocicleta de Santino Flores se detuvo a unas millas de llegar a Gradiska. La moto de repente se tambaleaba y hacía giros ensanchados. Oyó una leve explosión venir de atrás, y de repente el motor se apagó. Una vez el vehículo se detuvo en mitad de yermos gélidos al este y espesos bosques de tundras al oeste, Santino se bajó, checó la parte trasera de la moto, y expulsó un vahído de frustración al ver el tanque con agujeros de balas, despidiendo su último chorro de gasolina.
Santino apretó los labios y cerró los ojos. Rechinó los dientes y empezó a gruñir de la impotencia, exclamando numerosas maldiciones que poco a poco aumentaban su volumen. Pronto se convirtieron en gritos que se esparcieron por toda la llanura. Santino despidió un alarido y, de una patada, derribó la motocicleta. Al hacerlo, sintió un azote de dolor intenso recorrer su cuerpo. Santino se quitó el gabán y se llevó una mano a la espalda, tanteándose la herida de bala de su hombro y la de su vientre bajo, sangrando feamente en largos hilos de sangre que manchaban su chaleco y su camisa. Eso, junto con los multiples cortes que le provocaron los hilos de aquella Superhumana, le suponían un dolor insoportable.
Volvió a gruñir entre dientes. Miró hacia la izquierda, obteniendo una panorámica vista de la majestuosa Gradiska recortada en el horizonte. Escupió sangre al suelo, y empezó su lento recorrido de imparables cojeos.
El trayecto hacia Gradiska fue tedioso y dolooso. Entre intensas torceduras que sufría a cada paso que daba, Santino caminó por lodazales hasta llegar a los senderos boscosos, donde el suelo dejaba su tierra de lodo para ser tierra solida y con abonos. En los primeros veinte minutos de caminata no se detuvo en ningún instante; a pesar de que el cuerpo le imploraba que tomara un descanso por los intensos azotes infernales que de cuando en cuando lo golpeaban, Santino Flores no se detenía en lo absoluto. El dolor era superado por su intrepidez y su deseo por querer reunirse con los Giles de la Gauchada. Con su familia. Con aquellos que no lo juzgaban por quién era con o sin la máscara.
A los treinta minutos de recorrido ya había cubierto unas dos millas. A lo lejos vio los resplandores de las linternas de vehículos aproximarse hacia él. Las alertas se dispararon. Ni corto ni perezoso, se puso la máscara y se escabulló por las zanjas de la carretera, ocultándose dentro de los follajes. Santino metió la cabeza dentro del ramaje y oyó la vibración del coche pasar por encima de él. Solo fue uno, y siguió de largo. La angustia inicial abandonó a Santino. Salió de dentro de los arbustos, trepó la zanja y reavivó el avance por la autopista.
A pesar de que el alba despuntaba, y las nubes del firmamento convertían los rayos rojos del Estigma en tonalidades más o menos anaranjadas, Santino sentía que era de noche. Una noche de frías brisas y pesadillesca atmosfera por estar él completamente solo con sus pensamientos. A pesar de hacer el esfuerzo por caminar sin parar, la desazón, producto del dolor, lo hacía divagar por la más profunda psique de sus pensamientos, aquellos a los cuales él siempre evitaba pensar.
Su visión empezó a nublarse, y los árboles de tundras a su alrededor y la larga autopista con sus zanjas se evaporaron. El ruido de sus pisadas se fue silenciando hasta no oírse del todo. Sus alrededores se desvanecieron, y de pronto, Santino Flores se vio inmerso en una atmósfera brutalmente distinta: se hallaba ahora caminando con los pies hundidos en las arenas de una umbrosa playa de cielo nocturno. Detrás suyo se hallaban las aguas negras y alborotadas de la noche, y delante de él se extendían grandes cadenas de explosiones que rifaban con los aullidos de rifles y metrallas que volvían la medianoche en un ambiente bélico que perturbaba a los residentes humanos y aves de las Islas Malvinas.
El cielo era flagelado por los estallidos sónicos de aviones de cazas que disparaban contra el perímetro sus misiles, provocando más explosiones y que cientos de soldados argentinos volaran por los aires. Como centenas de hormigas alocadas luego de ser perturbadas por el viento, grupos enteros de soldados argentinos corrían a la par de él, huyendo de los cazas británicos que surcaban violentamente los cielos, despidiendo aquellos aullidos estridentes que desbarataban de miedo los corazones de aquellos hombres de la Patagonia. Algunos se volteaban y apuntaban sus rifles de asalto hacia el cielo, soltando en vano rondas de balas que no llegaban a dar en el blanco. Entre ellos, un veinteañero Santino de pelo corto disparaba su fusil a diestra y siniestra.
Arena saltaba por los aires, manchando los ropajes de Santino. Hombres saltaban por los aires, despidiendo gritos en los oídos de Santino. Restos de cadáveres regados por la arena, algunos flotando en las aguas negras. El reflejo lúgubre de la luz de la luna pintaba con zozobra aquel dantesco panorama, ribeteado con sombras de las explosiones que se gestaban por los cañonazos de los buques de guerras argentinos, buscando derribar todas las aeronaves británicas posibles y así llevar sano y salvo a cuánto soldado pudieran. A lo lejos se alcanzaba a visualizar las altas verjas de una base militar.
De repente, por toda la bóveda celeste se empezó a oír un zumbido que incrementaba poco a poco su volumen. Santino y todos los infantes alzaron sus cabezas, presos del pánico al ver como el zumbido no paraban de incrementar su volumen, hasta el punto de hacerles vibrar los oídos. Es entonces que alguien grito a todo pulmón: "¡JUMP JET!", alertando a todos los conscriptos argentinos, y provocando que la totalidad de todos ellos se echaran al suelo y se cubrieran la cabeza con sus manos.
Cual bombardeo de Dunquerque, severísimas explosiones que alcanzaron hongos de hasta veinte metros de alto se izaron por toda la ennegrecida costa. Los estruendos, parecidos a azotes de relámpagos, enmudecieron los tímpanos del joven Santino, la cara estampada dentro de la arena con los dientes bien apretados. Todo era oscuridad para él; apenas y pudo oír los alaridos de los hombres que fueron alcanzados por los cohetes Exocet. Como si sus manos fueran su irrompible escudo, Santino se sintió protegido allí tirado en el suelo, por más que su corazón latiera con martillazos pavorosos. A pesar de toda la arena que el cayó encima, una vez que dejó de oír las explosiones y dejó de sentir las vibraciones de la tierra, Santino Flores se negó a quitarse las manos de encima y sacar la cabeza de la arena. Su alma, ya perturbada de por vida, le decía que mantuviera enterrada la cabeza allí por el resto de la eternidad.
Los astilleros de las metrallas y los perturbadores y vibrantes zumbidos de las aeronaves empezaron a acallarse. En segundos, el silencio quedó como imperante en el ambiente. Sin embargo, Santino seguía con la cabeza enterrada bajos sus brazos, con las manos cubriendo su cabeza. El corazón aún le seguía palpitando del miedo, este último aún latente por como pensaba que, si alzaba si quiera un poco mirada, se encontraría a sí mismo tirado frente las costas de las Islas Malvinas.
De pronto llegó a sus oídos los sonidos de lentas pisadas aproximársele. El pavor recóndito se disparó, y Santino enterró todavía más la cabeza bajo los brazos, y restregó sus manos sobre su cabeza. El ruido de las zancadas emitía chirridos de madera vieja. A la décima zancada, hubo de nuevo silencio. De pronto, una voz femenina, gruesa y algo ronca, le habló en un español exagerado:
—Una forma algo peculiar de irse a dormir, ¿no?
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|◁ II ▷|
Santino tuvo una sensación similar a echarse agua encima al oír aquella voz de mujer. Las sensaciones de malestares se fueron esfumando, dejando paso a una cortina de confusión y curiosidad que lo motivó a erguir lentamente la cabeza. Se percató de que llevaba puesta su máscara, por lo que apenas pudo distinguir la silueta femenina de pie ante él. Frunció el ceño al analizarla de arriba abajo; parecía ser bajita, de al menos metro con sesenta, pero prieta melena peinada hacia atrás y extendiéndose sobre sus hombros en dos coletas amarradas, le daba el aspecto de ser mayor. El aura que desprendía es lo que más lo dejó atónito: sentía una inexplicable cálida presión en el ambiente que lo devolvía poco a poco al ahora.
—¿Quién eres tú?
La silueta femenina sonrió y se colocó una mano sobre su cintura. Su chaqueta negra de mangas largas le ocultaba los tatuajes azules de sus brazos; su camisa anaranjada hacía lo mismo con la pechera de cuero tachonado. Dio otro paso más, haciendo zumbar el cuero de sus jeans rasgados. Los soplidos de los vientos sacudían su bien peinada melena naranja.
—Venga, quítate esa máscara, que lo que haces es espantarme —dijo.
—Responde a mi pregunta —maldijo Santino, señalándola con una mano.
—Y si quieres que te ayude a regresar de dónde vienes, entonces quítate tú la máscara.
Las sensaciones de calidez y entusiasmo de repente se vieron disparados al escuchar a la chica. Como un vagabundo que oyó la oferta de alguien de ofrecerle comida, Santino se sintió tentado a hacer lo que le dijo, pero la desconfianza lo detuvo antes de jalarse la máscara hacia delante. Entre jadeos, estuvo a punto de gestar otra pregunta a la misteriosa mujer, o más de decirle que se negaba... Y justo en eso recibió una descarga eléctrica en su espalda que le hizo chillar del susto. Los gimoteos de Santino se hicieron más notorios.
—Venga, coño, apúrate, que no tenemos todo el día —gruñó la chica.
Santino se removió la máscara, dejando escapar su desaliñado y sudoroso cabello ondulado. Cerró y abrió varias veces los ojos. Apretó los puños varias veces para adaptarse a la luz del alba semi-anaranjado que se filtraba por detrás de la silueta de la chica. Con los ojos entreabiertos y poco esclarecidos, Santino obtuvo una mejor visión de aquella enigmática mujer, y se percató de las fundas de espadas que se asomaban por encima de sus hombros. De pronto, los jadeos dejaron de salir de su garganta, y las palpitaciones intensas de su corazón se tranquilizaron al ver la sonrisa juguetona y sarcástica de la chica.
—Perdóname por mi español de mierda —dijo ella entre risas, colocándose de nuevo una mano sobre su ancha cintura—. Lo que te diré ahora quizás te haga vibrar las campanas de la emoción —dio otro paso adelante, le guiñó un ojo, y Santino ensanchó los ojos al ver corrientes eléctricas azules venir de las empuñaduras de las espadas
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2
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Microdistrito de Rasinski
Vitomir Stanimirovic terminó la montura del altar inteligente al implantar la tarjeta de almacenamiento holográfico dentro de su ranura. Una vez hecho eso, el dispositivo con forma de cuenca encendió sus resquicios de un color anaranjado, sumando sus tenues resplandores con la iluminación de las lámparas de cristal que colgaban del techo plano decorado con cuadros. Vitomir asintió con la cabeza, se irguió y se devolvió hacia la mesa circular donde se hallaban sentados Velimir, Vukasin y Miroslav.
—¿Es seguro usar este Holo? —preguntó Vukasin, el ceño fruncido mientras se reproducía un sonido digital constante en toda la estancia.
—Es un Holo con tarjeta inteligente Eindecker —afirmó Vitomir, tomando asiento y haciendo un ademán al altar tecnológico—. De un solo uso. Totalmente indetectable para Cibermantes que intenten localizar sus señales digitales. Esto lo utilizaban mucho los Alta Stigma en el Bajo Mundo para reuniones improvisadas.
—Para eso entonces hubiéramos utilizado también un teléfono prepagado... —masculló Velimir, ladeando la cabeza y mirando hacia otro lado.
—Tu sabes como es él, hermano —dijo Vitomir, cruzándose de brazos y mirando de reojo el aparato a seis metros de distancia de la mesa—. Siempre queriendo ver las caras con los quién habla.
Velimir chasqueó los labios y frunció el ceño.
Las luces del altar, atrapadas dentro de los resquicios, empezaron a imprimir haces de luz en el ambiente; como una impresora digital, la máquina reprodujo movimientos con los cuales fue formando de a poco una figura humana sentada justo en la silla desocupada entre Miroslav y Vitomir. Las millones de partículas de luz anaranjadas se volvieron uniformes al culminar sus aglomeraciones, en las que al final adoptaron la forma de un hombre clavo, de grandes anteojos y vestido de uniforme encorbatado. Las partículas se fusionaron, y el color anaranjado se desvaneció, dando paso a las tonalidades oscuras de su traje, su camisa blanca y su corbata amarilla.
El holograma de Cerim Mujanovic dedicó una cordial mirada y sonrisa a todos los Stanimirovic presentes. Desde la pequeña salita donde él se encontraba, podía ver los hologramas de los cuatro mafiosos serbios sentados en la mesa dispuesta ante él. Él era el único allí presente en la salita decrepita; fuera de la casucha donde se refugiaba, un nutrido grupo de guardias armados patrullaba los alrededores boscosos depresivos.
—¿Se me puede ver bien? —inquirió la voz digital de Cerim en un altivo serbio. Alzó un brazo y señaló a los cuatro Stanimirovic— Yo los veo a ustedes cuatro de maravilla —agrandó la sonrisa y se llevó un cigarro a los labios. Expulsó una vaharada que el holograma imitó en la sala de los serbios. Velimir frunció el ceño y miró hacia otro lado, el gesto de disgusto.
—Empecemos esto ya —dijo Vukasin, mirando a todos los presentes—, en unas horas tengo una cita con el doctor para que me chequee los implantes ciberópticos.
—¿Cómo? ¿No me vas a dar un saludo siquiera, Vukasin? —dijo Cerim. Vukasin se encogió de hombros.
—¿Cómo estás, Cerim?
—Me ando refugiando en una casucha en medio del bosque, así es como estoy ahora. No a diferencia de ustedes que deben tener cuatro paredes y un techo mejor que este —hizo ademán de mirar el derredor de la estancia donde se hallaban los serbios. Velimir se pasó una mano por el rostro exasperado.
—Pero venga, Cerim, ¿hacemos esto ya? —gruñó Vukasin, apremiante.
—Sí, sí, claro —Cerim aplastó el cigarro en un cenicero que el Holo solo alcanzaban a reproducir hasta la mitad—. Entonces... tanto ustedes como yo hemos sido victimas del asalto de Superhumanos que creemos que están afiliados a un mismo grupo. ¿Uno de ellos hizo mella total a Novyi Zem?
—Eso es correcto —maldijo Velimir a su lado, la mirada virando hacia otro lado.
—Ah, Velimir —tarareó Cerim, agrandando de nuevo la sonrisa socarrona. Se volvió hacia él—, cuánto tiempo sin vernos, ¿no?
—Sí... —Velimir se obligó a sí mismo a voltearse para devolverle la mirada y la sonrisa, aunque falsa— Diez años ya, desde la última vez que tuvimos una bebida juntos en el Bar de La Bottarga.
—¿Aún te acuerdas de eso? Guau... —Cerim se llevó una mano al pecho— Me hace sentir honrado que recuerdes algo tan apreciado como ese momento.
Miroslav apretó los labios. Él lo podía sentir en el aire tanto como Vitomir. La tensión de la falsedad en las palabras de Cerim y el rencor que danzaba por los ojos airados de Velimir. Aunque ahora mismo, dada las circunstancias, no sabía decir si estaba hablando en serio o si en cambio estaba patinando en delgadas líneas de ironía.
—Pero vayamos al asunto —dijo Cerim, entrelazando sus dedos y colocándolos sobre su redonda panza, oculta bajo su elegante traje—. Ataques de Superhumanos: al pobre de Velimir le atacaron sus facilidades de Novyi Zem, y a mi me mataron a mi fideicomisionado como también me asaltaron en mi propia casa. Son además ataques que Vukasin asegura que coinciden con los que ocurrió durante la Guerra de Lupara Bianca.
—¿En tu propia casa y luego te vas a una casucha en medio de la nada? —bromeó Miroslav con tal de rebajar un poco la tensión del ambiente— Yo pensaba que el Jefe de los Zovko tendría más residencias a su haber. ¿Tan pobre es Bosnia?
—Busco asegurarme de ser lo más escurridizo posible —contestó Cerim, alzando un dedo y señalando a Miroslav—. No como ustedes, que en seguida se refugiaron en el segundo lugar donde las autoridades podrían ir a buscarlos.
—Sí, y con eso se demuestra el poder que en realidad posees dentro del Bajo Mundo... —murmuró Velimir, apretando los labios y mirando la mesa con tazas de café dispuestas frente a cada miembro de la reunión. Tomó su taza y bebió un sorbo. Cerim lo miró de reojo, la sonrisa sagaz, como diciendo "escuche eso, desgraciado".
—Vamos a apegarnos al problema —bramó Vukasin, la voz autoritaria y fulminándolos a todos con una veloz mirada—. Superhumanos afiliados nos están atacando y flancos se están abriendo. Hagamos puto algo al respecto.
—Se abre el telón —Cerim hizo ademán de abrir cortinas—. Oigo las propuestas.
—Esta es la propuesta que pongo en la mesa y que por eso requería de tu presencia —prosiguió Vukasin, haciendo un ademán de cabeza para indicar a Cerim—. Dentro de aproximadamente una semana, se llevará a cabo la Gran Subasta de Tirana, en Albania. Allí se reunirán los jefes de todas las mafias habidas en las Provincias Unidas.
—Será la primera Gran Subasta que se hará —recalcó Cerim—. Las mafias de todas las Provincias no se reunían de esta forma desde los tiempos de la 'Ndrangheta con sus sindicatos. Un logro de la logística de todos los grupos.
Velimir escuchaba atentamente con los brazos cruzados. Vitomir le dedicaba miradas de reojo y le hacía gestos oculares para que apaciguara la frustración interina.
—Usaremos la infraestructura del Palacio de Sofitel para llevar a cabo la Subasta, pero también las reuniones con los altos mandos de cada organización —continuó Vukasin—. Como no hemos tenido contacto con las mafias de Albania o de Rusia, poco o nada estamos seguros si este ataque es de escala global o solamente nos atacan a nosotros.
—También estar cerciorados de que no sean ataques de las otras mafias —corroboró Vitomir, ganándose las miradas de atención de Vukasin y Cerim.
—Eso es cierto —concordó Cerim, asintiendo con la cabeza—. No vaya a ser que ninguna de ellas oculte un arma secreta que ahora están desplegando. Similar a como los Siprokroski, a ciencia cierta, ocultan armas biológicas ultra secretas que no dudarían en dejar libres para que destruyan a todos sus enemigos.
—Habla por ti mismo.
El raudo comentario de Velimir hizo que Cerim, son una sonrisa dura como la piedra, se volteara a verlo. La tensión volvió a acrecentarse en el ambiente, poniendo en alerta a Vitomir y Miroslav.
—Tienes algo que decir, Velimir... —Cerim sacudió la cabeza y se restregó las piernas— ¿Hay algo que me quieres decir, Velimir?
—Los Zovko tienen vínculos indirectos con el gobierno de Fahrudin —comentó Velimir.
—Igual que ustedes con el gobierno de Ratsko, ¿cuál es tu punto? —la sonrisa se borró de la cara semitransparente de Cerim.
—Según tengo entendido del boca a boca de soldados bosnios desertados tras la Guerra Lupara Bianca, la inteligencia militar del gobierno de Bosnia se hizo con su posesión, gracias a intervenciones de sus paramilitares, con poderosa tecnología que le perteneció a la 'Ndrangheta que a su vez estos se la robaron del Nikola Tesla Ruso. Yendo desde teletransportación de Quantumlape prohibido al público, pasando por... Tecnología Neogenic Dirac.
Una atroz brisa sopló dentro de la estancia, atravesando las ventanas abiertas y helando a los presentes. Se hizo el silencio durante unos segundos. Cerim se quedó viendo a Velimir, la mirada confusa y los labios entreabiertos.
—¿Qué hay con eso? —preguntó el bosnio, alzando las manos— Eso es historia vieja. Otra de las tantas tecnologías que Dimitry prohibió a nivel global junto con el de la clonación por considerarla inmoral. Tanto que hasta Andrey Zhukov se debió de llevar una reprimenda por parte del Gospodin Savršeni al ver como aún no había cancelado su programa de producción de Dirac, según fuentes 'Ndrangheta infiltradas en esa industria.
—Sí, y te haces el tonto para creer que nosotros operamos bajo las Leyes Dimitrianas o que no tenemos las mismas fuentes que tú.
—Tú mismo me lo dijiste, Velimir. Demuestro mi "verdadero poder" al esconderme en una casucha. ¿Por qué tendría una tecnología de esa índole? Si no tienes pruebas, entonces no andes soltando alegaciones.
—¿Para qué la tendrías, me dices? ¿Subastarla en Tirana? —Velimir negó con la cabeza y sonrió sardónicamente— Bien hasta te pondrías a subastar a tu hija.
Las venas se hincharon en la sien de Cerim y su mirada bobalicona se transformó en una de odio puro.
—Maldito serbio pedazo de mier...
—Velimir, Cerim, ¡suficiente ya! —exclamó Vukasin; a pesar de lo rasposa que se oía su voz, fue tan autoritaria que los dos mencionados acallaron— Venimos a hablar de lo que venimos a hablar. Ayudaremos a estos terroristas peleando entre nosotros por estupideces como estas. Me importa un comino que Cerim tenga tecnología con la cual hacer explotar genitales. Y si la tienen, ¡utilicémoslas contra estos superhumanos, no contra nosotros!
El silencio solemne reinó en la estancia vacía de muebles. Velimir cerró los ojos y asintió afirmativamente la cabeza. Cerim por su parte se encogió de hombros e hizo un simple ademán de mano. Vukasin afirmó con la cabeza.
—Muy bien —Vukasin tornó la cabeza hacia los lados y miró a Vitomir y Miroslav—. Vamos a hacer lo siguiente: tú, Cerim, enviarás a dos de tus capos y tus asociados hacia Tirana para la planeación de la Subasta. Yo enviaré a mi hijo, mi sobrino y a mi asociado Zizek como emisarios también, así los jefes de las demás mafias verán que nosotros estamos dispuestos a meter bolsillo en esto. Que vean que queremos proteger nuestras esferas de intereses de la influencia Siprokroski, y que queremos crear la "Mafia Balcánica" que muchos paramilitares de intereses ideológicos tanto nos han insistido.
—Entendido, Vukasin —dijo Cerim.
—Me das una llamada para avisarme cuando envíes a tus capos, Cerim.
—Así haré.
El jefe de la Mafia Zovko se despidió con un ademán de cabeza. Se puso de pie, caminó alrededor de la silla, y el holograma de su espacio se deshizo en torbellinos de fotones que se desperdigaron por el aire. El Holo que reprodujo su imagen se apagó paulatinamente hasta que sus luces anaranjadas se desvanecieron en su totalidad. La estancia volvía a tener su iridiscente luz blanca producto de la lámpara de cristal del techo, y las brisas gélidas que entraban por las ventanas acallaron, dejando paso al silencio.
—Te has pasado de la raya, Velimir —dijo Miroslav, rompiendo el silencio con esa acusación.
—Esta vez me tengo que poner de su lado, hermano —admitió Vitomir, cruzándose de brazos y mirándolo con prejuicio—. ¿Qué bicho se te metió durante la reunión para hacer esos señalamientos? ¡Por poco y perdemos su cooperación!
—¿Qué bicho? —masculló Velimir, fulminando a Miroslav y Vitomir con una sagaz y rencorosa mirada. Se acomodó sobre la silla, y miró de soslayo a Vukasin— El mismo bicho que se me metió cuando él me hizo el feo en La Bottarga hace diez años. ¡Perdimos las industrias de los 'Ndrangheta al norte de la región de Feridan! Las mismas que él me prometió darme a cambio de que le haya asegurado la vida de su niñita de los sicarios italianos —volvió a mirar a Vukasin, esta vez fijamente— Te lo digo desde ya, tío. Nos va a hacer un feo como lo hizo en Feridan.
—¡Pues que venga y lo haga! —Vukasin estampó una mano sobre la mesa y se puso de pie, aquel movimiento autoritario provocando que los tres Stanimirovic se encogieran en sus sillas— De ser así, nosotros estaremos un paso delante de él. Pero de que lo necesitamos para unir fuerzas —se abotonó la chaqueta sin dejar de ver fijamente a Velimir—, eso no me lo reprocharan, no importa las quejas que me pongas.
Y destilando aquella autoridad mafiosa de la vieja escuela, Vukasin Stanimirovic se retiró del silencioso rellano, dejando atrás a su hijo y sus dos sobrinos sentados, las miradas bajas y reflexivas.
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Base de Los Giles
El destello de luz que era Ricardo Diaz atravesó los nubarrones aledaños a la base. Adoil y Kenia se dirigían hacia el bloque donde caería la fugaz centella; en el recorrido vieron, a través de los ventanales, como el firmamento era surcado por aquella veloz estrella que acortaba gigantescamente las distancias y descendía a toda velocidad hacia la base.
El meteoro lumínico traspasó el techo del bloque e impactó con un sonoro ruido en el suelo. De un chasquido resplandeciente se convirtió en un Ricardo Diaz acuclillado, con magulladuras en el rostro, la nariz sangrando, el labio roto y con una herida de bala rozando su torso, provocando un sangrado que manchaba su camisa blanca. Adoil y Kenia aparecieron en el umbral, gritando con desesperación el nombre de Ricardo. A toda prisa se dirigieron hacia él. Ricardo trató de reincorporarse, pero se tambaleó. Ambos Giles lo atraparon de los brazos antes de que cayera.
—¡Cuidado, cuidado! —exclamó Gevani, poniendo su brazo sobre sus hombros. Miró las heridas de su rostro y el sangrado de su vientre. Intercambió una rápida mirada con Kenia— ¡Trae una Batería Analgésica y mi funda de guantes!
Kenia asintió con la cabeza. Se separó de ellos dos y, de un potente impulso, recorrió toda la galería hasta atravesar y desaparecer más allá del umbral. Gevani llevó a Ricardo hasta un sillón. Lo sentó mientras le removía el abrigo y le quitaba la camisa para ver la herida. Ricardo apretó los dientes y gruñó.
—Debí saberlo, Adoil... —masculló Ricardo entre jadeos de esfuerzo. Adoil presionó sobre la herida para cerrarla, y Ricardo gritó entre dientes— ¡La puta madre! Es que era obvio...
—Tratamos de ser los niños buenos, Ricardo... —dijo Adoil. Se arrancó una gran pieza de la manga de su bata y, con ella, realizó un nudo alrededor de la herida— Tratamos de obedecer las leyes como los buenos "ciudadanos bosniacos" que somos —su rostro se llenó de arrugas al dibujarse la rabia en él—. ¡Pero ya estuvo bueno! Ya nos han llevado al puto limite, y ahora nos toca defender nuestra casa.
—No, Adoil —Ricardo lo agarró del brazo, y Gevani se lo quedó viendo a los ojos, empedernido—. Son... demasiado fuertes para nosotros. Hay que huir.
—¿Cómo? —Ricardo le extrajo el anillo Quantumlape— ¿Con esto, que a duras penas decodificamos su particular tecnología?
—Vas a volver un campo de batalla esto... —Ricardo trató de reincorporarse, pero se echó para atrás al sentir el azote de su vientre.
—¡¿Tenemos otra opción, acaso?!
En ese momento, Kenia Park regresó a la estancia cual borrón veloz atravesando la estancia en segundos. Le ofreció a Adoil un émbolo de color azul verdoso con una apertura afilada y un cinturón táctico del que colgaban distintos guantes cibernéticos. Gevani se colocó el cinturón y tomó la Batería Analgésica. Apuñaló el abdomen de Ricardo con ella, y este último despidió un jadeo ahogado, seguido de gárgaras que acallaron a los pocos segundos. Adoil removió el nudo de tela y se colocó uno de los guantes. De las yemas de grafeno disparó ráfagas de nitrógeno que cauterizaron la herida al instante. El dolor desapareció por completo de Ricardo, y la herida de su vientre comenzó a regenerarse gracias a los efectos del lenitivo.
—Podemos huir.... —sugirió Ricardo mientras se recomponía sobre el sillón entre bufidos— Tenemos tiempo para ello...
—E incluso si lo hacemos, nos acabarán rastreando —contestó Adoil, enfundando el guante cibernético en su cinturón—. Verga, ¡están rastreando tu teletransportación hacia acá, ahora no van a rastrearnos escapando nosotros en uno de los aerodinos!
—No podremos... —Ricardo terminó por inclinarse totalmente hacia delante. Adoil se acuclilló frente a él y le dio una cachetada que le hizo espabilar.
—Ricardo, esta base es todo lo que tenemos —aseveró Gevani, la voz autoritaria como la de un sargento—. Nosotros hemos pasado los últimos quince años construyendo este lugar. Es nuestro hogar, ¡el único que tenemos en todo este páramo desolado llamado Provincias Unidas del Bajo Mundo! Y nosotros debemos defenderlo a toda costa. Tú mismo se lo dijiste en la cara a ese Ibrahim —lo señaló con el dedo índice—: que se joda él y todo el gabinete de Fahrudin.
Hubo un momento de silencio algo calmado en el que solo se oyeron los gimoteos de esfuerzo de Ricardo. Sus vaharadas eran densas, lo que denotaba su rápida recuperación.
—Masayoshi viene en camino y está en un peor estado que tú —prosiguió Gevani—. Además —extendió un brazo hacia la izquierda—, no querrás que la pobre Martina vea como su madre y su padre mueren a manos de las autoridades bosniacas, que de seguro enviaran a Jedinicas y todo. Se acerca una batalla de proporciones bíblicas, mi amigo. Una que no hemos tenido en años —plantó sus manos en las mejillas de Ricardo—, ¡y te necesito al cien por ciento!
—Puede ser... —murmuró Ricardo, deteniendo los jadeos. Ladeó la cabeza y lo miró a los ojos, y después a Kenia— Que esta vaya a ser nuestra última batalla, ¿no creen?
—Ni lo pienses —replicó Gevani con total seguridad—. No voy a dejar que se repita otra tragedia como la de Gauchito Gil, ¡ni que nadie sea capturado como Delfina Mendoza! ¡Los Giles de la Gauchada no van a perecer hoy!
De repente, los ojos marrones de Gevani se tornaron azules con circunferencias rodantes. Se puso de pie, boquiabierto, y se dio la vuelta bruscamente, dejando a Kenia y Ricardo a la expectativa.
—Psifia me acaba de alertar del Masamovil aproximándose a quinientos metros de aquí —afirmó—. A más de dos millas lo vienen persiguiendo una patrulla de las fuerzas policiacas, con aeronaves y vehículos de combate.
—¡¿Tan rápido desplegaron sus fuerzas?! —maldijo Ricardo, recomponiéndose de la silla entre gruñidos.
—Kenia, ve al garaje para recibir a Mateo y ponerlo en cuidado intensivo —dijo Adoil. Kenia asintió con la cabeza, y de otro impulso veloz volvió a desaparecer de la estancia—. Ricardo, colócate en tu puesto de defensa cibernética. No tengo dudas de que con ellos vienen Cibermantes a jodernos el bacalao.
—¿Y tú...? —inquirió Ricardo, viendo como Gevani le daba la espalda y se retiraba a grandes zancadas del rellano.
—Oyelo bien —exclamó Gevani, alzando un dedo— ¡Psifia! Activa las defensas de la Base de los Giles. Nombre en código: —sonrió.
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El Masamovil, siendo conducido en modo piloto automático con trayectoria a la Base de los Giles, recorrió eficazmente los senderos accidentados del bosque de tundras que servían como muralla natural. Dentro de la cabina, Masayoshi Budo daban saltos sobre su asiento debido a la velocidad con la cual el vehículo todoterreno avanzaba por el sendero sinuoso. El sillón estaba manchándose por la cantidad ingente de sangre que manaba de las feas heridas de quemaduras en su espalda.
El vigilante nocturno dio un puñetazo a la parte superior de la cabina de mando, provocando que se desplegara un segmento del techo del que salió desplegado una cápsula de Batería Analgésica. Masayoshi la agarró, la esgrimió como un cuchillo y se la clavó en su omoplato izquierdo. Un cosquilleo frío recorrió todo su torso, apaciguando el intenso dolor y deteniendo lentamente el sangrado. El vigilante cerró los ojos y sofocó varios bufidos chirriando los dientes. La tensión de sus músculos se serenó, y expresó un último suspiro de alivio.
—Faltan quinientos metros para llegar a la base —habló una voz robótica en la cabina.
—Ricardo... —murmuró Masayoshi en una letanía agónica. Con los ojos cerrados se imaginó de nuevo los documentos digitales que aseguraban el desmantelamiento total de Industrias Diaz y su repartición en comisionados del gobierno bosniaco. Apretó la mano y dio un débil puñetazo. Se sintió estúpido al haber caído en aquella trampa que, ahora, tenía la intuición que debió de haber visto a leguas y debió haber previsto de que pasara.
Al término de un par de minutos, el Masamovil atravesó el umbral desplegado del campo de fuerza de la base. Justo antes de entrar, Masayoshi se percató de un cambio en las características del campo físico: este se volvió más denso y tangible, a la simple vista del espectador viéndose como una gigantesca verja con barrotes que formaban múltiples hexágonos, y su tonalidad pasó de una blanquecina a una azulada. Eso fue suficiente para advertirle al vigilante de que el grupo estaba al tanto del desastre que se les venía encima, y estaban preparándose para combatirlo.
El vehículo recorrió el sendero de pasto hasta alcanzar el suelo adoquinado y por último adentrarse de lleno en el garaje. Una vez se estacionó dentro, apagó los motores y abrió la compuerta al lado del conductor, Masayoshi Budo se bajó del coche y, con una mano apoyada sobre la puerta ascendida, se reincorporó entre temblores. El azote ardoroso volvió a azotarlo, y Masayoshi, apretando los labios, sintió como perdió el equilibrio.
Oyó pasos y de repente sintió dos manos tomarlo de sus brazos antes de que se cayera. Masayoshi vio de frente a su esposa Kenia ayudándolo a ponerse de pie colocando su brazo sobre sus hombros. Kenia miró su espalda, y su cara se deformó en una mueca de asco horroroso al ver las quemaduras bulbosas.
—¡Por el amor de Dios santo, Mateo! —masculló.
—No me digas lo horrible que se ve —murmuró Masayoshi, quitándose la máscara y guardándola en su bolsillo hermético—. Ya me hago la idea.
—¿Tomaste un analgésico? —preguntó Kenia, llevándolo por el garaje hasta las escaleras que daban a la puerta de la otra sección.
—Y sigue doliendo como una perra...
—Te llevaré a los cuidados intensivos. Gevani acaba de darle permiso a Psifia para que tenga control total de la base.
—¿Piensan pelear...? ¿En serio...?
La puerta se deslizó por sí sola. Kenia reafirmó al debilitado Masayoshi sobre sus brazos y siguió cargando con él a través de las escaleras arriba. Después, siguió su camino por los pasillos.
—No hay de otra, cielo —musitó Kenia, negando con la cabeza—. Tal nos lo dijo Gevani. Este es el único lugar al cual podemos llamar hogar. Y hay que defenderlo, así sea con nuestra vida.
—Suena... a que será nuestra última pelea juntos... —Masayoshi esbozó una sonrisa triste.
<<Dentro de diez minutos estarán llegando los intrusos>> Advirtió con tono grave y elocuente la voz de Psifia, retumbando en todos los pasadizos y rellanos de la base como una alerta de sirena.
—Eso mismo dijo Ricardo —replicó Kenia—. Pero no pienses en eso. No vamos a dejar que se repita lo mismo de Gauchito... o Delfina... —se mordió los labios al mencionar el nombre de esta última.
Tras un largo recorrido zigzagueante por los pasillos hasta atravesar un puente y pasar a otro bloque, Kenia y Masayoshi se encontraban a pocos metros de distancia de unas compuertas que tenían símbolos de cruces en cada puerta. Kenia despidió un jadeo. Masayoshi tenía la cabeza baja. Alzó la mirada, y se quedó boquiabierto al ver a Martina Park con la espalda apoyada justo al lado de una de las compuertas.
—¡Oh, por fin lo traes! —exclamó Martina, alejándose de la pared y dirigiéndose hacia ellos
—¡¿Martina?! —farfulló Kenia, parándose frente a las compuertas— ¡¿Qué haces aquí?!
—Tú tienes que ayudar a abuelo Gevani y tío Ricardo a enfrentarse a los malos, ¿no? —Martina hizo un gesto con las manos— Entonces mi deber es cuidar de mi papi.
—Tu deber es poner a salvo tu pellejo, señorita —dijo Kenia.
—¡¿Si quiera ves como está?! —Martina señaló a su padre con una mano— ¡Ni siquiera puede ponerse de pie!
—Incluso en este estado tu padre puede cuidar sus espaldas. Tú debes cuidar las tuyas, Martina.
—Mi padre me dijo que yo ya soy parte de los Giles de la Gauchada —Martina se paró frente de Kenia, desafiándola con la mirada a pesar de estar siendo sacudida por los nervios—. Deseo ser útil para este equipo, mamá. Ya no quiero ser más la niña que se esconde bajo el escritorio y es un estorbo para los demás. Por favor, ¡déjame hacer esto!
Martina tomó uno de los brazos de Mateo y lo colocó sobre sus hombros. Kenia, por su parte, no dejó ir a su marido. Tenía impreso en su rostro muecas dubitativas, mostrando lo enfrentados que están sus dilemas de permitir que su hija enganchara partido en esta peligrosa misión. En ese instante sintió como el peso de su hombro se rebaja, y una cálida mano se posa en su pecho. Vio la mano, y después vio como su marido le dedicaba una sonrisa agraciada.
—Mi hija me cuidará bien, Kenia —susurró—. Confía en ella... como yo lo hago.
Kenia apretó aún más los labios, su rostro confabulando más dilemas difíciles de combatir. Al final dejó ir a Mateo, dándoselo en confianza mutua hacia su hija, esta última cargando con Mateo sobre su espalda y él cooperando para no dejar que la chica se encargara de manejar todo su musculoso peso. Las compuertas de la sala de emergencias se abrieron de par en par.
—¡No le abras la puerta a nadie! ¿Entendido? —dijo Kenia, retrocediendo paso a paso y señalándola con un dedo mientras Martina se adentraba a la habitación.
—¡Entendido, mamá! —exclamó ella— Y tú cuídate. Te quiero mucho.
—Yo igualmente, mi niña.
Las puertas se cerraron tras de sí y su hija desapareció de su vista. Kenia Park apretó un puño, los conflictivos pensamientos entrechocando en su mente sin parar.
<<¡Kenia, sube al Bloque E y ponte en las cabinas de las torretas!>> Vociferó la voz de Adoil Gevani en su cabeza, barriendo con aquellos pensamientos y devolviéndola a su espabilamiento. <<Ya puedo ver los helicópteros de combate de estos sarnosos hijos de puta. ¡Vienen con toda como si fuéramos un ejército de ciberpsicopatas!>>
—¡Voy en camino! —contestó Kenia. Se volvió sobre sus talones y, en un abrir y cerrar de ojos, desapareció del pasillo con un silencioso y veloz impulso.
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Raion Albana
A las afueras de la Ciudad de Tirana
El templado ambiente otoñal recubría los bosques alrededor de la infraestructura del Palacio de Sofitel.
La neblina se movilizaba perezosamente a través de los bosques templados, sus abedules saciados de follaje anaranjado del que se desprendían múltiples hojas que caían silbando por el aire. Hojarascas inundaban los senderos boscosos que daban a la abandonada estructura del palacete cuadrangular y de arquitectura vagamente barroca; alrededor de este se alzaban torres de construcción y andamios de distintos tamaños, hartos de obreros apalabrados por las mafias para remodelar el edificio para el día de la Gran Subasta.
A pesar del aroma de la lluvia y el frío y cómodo clima que recubría el perímetro, entre ellos se mezclaba el hedor de las maquinarias compresoras echando humo, y el lejano ruido de las pisadas de los obreros yendo de aquí para allá, sudando como cerdos, acalorados por el trabajo pesado. La actividad humana gestada aquí, de especial naturaleza mafiosa, infectaba el sosiego de la naturaleza con su tóxico humo y con el cemento presionado que terminaban desechando en las laderas del montículo donde se erigía el edificio.
Pero eso no tenía importancia para Miroslav y Vitomir Stanimirovic. Ellos vinieron de lejos para hacer negocios. Aunque consideraban la presencia del paramilitar Zizek y de los asociados militares bosnios que trajeron los capos de Cerim para dialogar con el subjefe albano podría dificultar bastante la negociación del presupuesto dedicado al palacio.
—Entonces tanto ustedes como nosotros hemos recibido un duro golpe en el riñón económico —dijo Miroslav, las manos dentro de los bolsillos de su abrigo negro de cuello de tortuga—. No por otro que la criminalidad común.
—¿Criminalidad común? —masculló Ishak, esbozando una sonrisa para ocultar su ofensa. Miró a su hermano Ishfar, este teniendo la misma sonrisa que él— ¿Llamas a Superhumanos capaces de tasajearse a escuadrones de unidades de élites "criminalidad común"?
—Lo nuestro sí fue un Superhumano —apostilló Miroslav, señalándose a sí mismo con el dedo y después a los dos bosnios—. Lo suyo fue un loco con una máscara que sirve como ciberware. ¡Ni siquiera pudo derrotar a sus ciborgs más básicos y evitar que Cerim escapara!
—¡Hey! —Ishak agitó una mano, frunciendo el ceño— Un loco con un ciberware capaz de burlar un complejo sistema de defensa al cual Cerim le ha puesto sus cientos de miles de rublos.
—Olé —Miroslav hizo un ademán de cabeza—. Cada vez estos vigilantes y justicieros se sacan presupuestos de mangas que ni siquiera nosotros conocemos. El ascenso de estos desgraciados se está volviendo una epidemia en el Bajo Mundo.
Miroslav y Vitomir caminaban a la par de los hermanos gemelos Ishak e Ishfar por un suelo de guijarro que los guiaba en línea paralela al Palacio de Sofitel. Alrededor de ellos los guiaban cuatro soldados robots de exoesqueletos negros y yelmos con formas corintios que despedían de sus resquicios resplandores rojos. Sus pisadas metálicas resonaban por encima del rechinar de las botas de los cuatro mafiosos. Empezaba a caer una ligera llovizna por toda el área.
—Pero, en fin —dijo Vitomir, como queriendo apaciguar las aguas—, estamos aquí, y cada bando ha sufrido un golpe duro. Mi hermano perdió sus industrias en Novyi Zem, más la fortuna de la Mansión Marrón, y ustedes fueron asaltados en su propia casa, y robado la pequeña fortuna que guardaban en la Finca de Osmanagic. Hay que buscar una alianza. Ya lo hicimos con nosotros —indicó con un ademán de cabeza y una vaharada densa el templete con domo bulboso estilo árabe que se hallaba al fondo del horizonte, vadeando el río acaudalado que discurría a altas velocidades e imprimía un silbido acuoso en toda el área—, ahora toca hablar con Nestorio Lupertazzi.
La sola mención del apellido "Lupertazzi" trajo un soplido gélido que hizo que todos o echaran suspiros pesados o se restregaran las manos enguantadas. No era de menos: los Lupertazzi fueron una de las tres familias que compusieron la poderosa 'Ndrangheta y controlaron los andamiajes del Bajo Mundo hasta la llegada de los Siprokroski. Incluso si solo quedaba Nestorio como su único miembro, y sirviendo como Consigliere para los albanos, su apellido traía consigo dotes de leyenda en el Bajo Mundo.
El cuarteto de serbios y bosnios ascendieron las escaleras del templete. Los soldados robots se dividieron y se unieron a la otra tanda de militantes que rodeaba la estructura; nada más pararse como estatuas, dejaron de emitir ruido. Miroslav, Vitomir, Ishak e Ishfar ascendieron hasta lo más alto del templete, topándose con una mesa circular donde estaban sentado frente a frente Zizek y Osman, ambos portando sus camuflados militares con chalecos de vainas de cartuchos, y en la parte superior de la mesa a un hombre de mediana edad con gafas de sol polarizantes, una capa plegable que ocultaba su jubón abotonado y su corbata, y una serie de gruesos circuitos que recorrían en forma de V sus mejillas hasta perderse en su cabello rizado y mojado por la lluvia.
—Nestorio —saludó Vitomir con un asentimiento de cabeza.
Este último no respondió, y en cambio se quedó viendo a cada uno de los mafiosos tomar asiento en las sillas disponibles. Cada uno saludó llamándolo por su nombre o con sacudidas de cabeza. Nestorio se mantuvo impasible hasta que todos se hubieran sentado. Permitió un silencio de varios segundos, poniendo tensos e incómodos a todos los presentes, hasta que finalmente habló tras un chasquido de labios:
—Primero que todo, quiero darles mis condolencias —miró a Vitomir—. Mis condolencias por tu hijo, Vitomir.
—Muchas gracias —murmuró Vitomir, bajando la mirada.
—Y mis condolencias a la familia Stanimirovic y a los Mujanovic por haber sufrido semejante golpe en sus esferas de influencia. He visto las noticias de Novyi Zem, y juro que por un momento pensé que estaba viendo una película. Tanta destrucción... —miró a los hermanos Stanimirovic— Y causada por un solo Superhumano, según me dijeron, ¿no?
—Así es —afirmó Miroslav.
Nestorio viró los ojos negros hacia Ishak e Ishfar.
—Lo mismo para ustedes, ¿no? ¿Perdieron a hombres importantes en Osmanagic?
—No, gracias a Dios —replicó Ishak—. Solo unos cuántos invitados a los cuales ya se les envió pequeñas amonestaciones por las perdidas. Pero, según dicen ellos —miró de soslayo y con despectiva a Vitomir y Miroslav—, no fue un Superhumano quien nos atacó, sino un vigilante común y corriente.
—Solo les hacía falta decir que también era un paria —comentó Ishfar.
Miroslav iba a hablar, pero Vitomir lo agarró de la mano y lo miró fijamente. Miroslav cerró los labios.
—Eso no es importante ahora —habló Nestorio con prudencia—. Ahora lo importante son dos cosas —dio dos golpes de dedo cibernético a la mesa. Se cruzó de piernas—. La primera, es ver si los ataques sufridos por ustedes y por las demás mafias están vinculadas. Y segundo, seccionar cuánto presupuesto se va a destinar a la organización de la Gran Subasta.
Se hizo un silencio que dio preámbulo a la expectación que se dibujó en las caras de los mafiosos. Zizek y Osman, por su parte, se mantuvieron callados e impasibles. Miroslav se inclinó hacia delante con interés.
—Espera —dijo—, ¿dices que las otras mafias sufrieron ataques similares? ¿Las mafias de los Dobroshi y los Bratva?
—Al principio solo fue información pasado de boca en boca de los altos mandos Dobroshi —explicó el Lupertazzi—. Tal como sus jefes pensaron igual, los capos sugirieron que fueron ataques perpetrados por su rival delictivo. Apuntaban fervientemente a los Ardizzone de Kosovo. Sin embargo, cuando se supo de la noticia de Novyi Zem (la cual alcanzó cuotas mundiales. Se oyeron en todas las Raions del Bajo Mundo), fue allí cuando Murata Dobroshi hizo una llamada de Holo al jefe de los Bratva, y Zerivof Yakov le confirmó por la cruz ortodoxa que él sufrió un ataque similar al de Novyi Zem, y que el ataque que los Dobroshi recibieron en Kuma no lo hicieron ellos.
—¿Zerivof jurando por la cruz ortodoxa? —Miroslav negó con la cabeza— Esa cruz debe de estar más manchada de sangre que las cruces de la inquisición española.
—Murata no le creyó al principio... —confesó Nestorio. De repente sus ojos se iluminaron de color anaranjado, y fulminó con ellos a todos los presentes. De pronto, Vitomir, Miroslav, Ishak e Ishfar recibieron la data en los microchips que cada uno tenía implementando en sus nucas, formándose ante las pantallas ópticas de sus ojos con imágenes naranjas bien detalladas. Eran fotografías que mostraban instalaciones siendo atacadas por un borrón negro; hombres muertos en el suelo, explosiones que destruían paredes y consumían estancias enteras— Hasta que le envió personalmente esta data.
Los mafiosos se quedaron boquiabiertos al ver las imágenes, siendo Nestorio quién las pasaba ante ellos a su control. Se detuvo en una fotografía en particular que mostraba, con mayor detalle, el borrón sombreado que se desplazaba a toda velocidad por la galería, matando de uno a uno a los soldados de élite con la misma facilidad con la cual asesinó a los Jedinica en Novyi Zem. El zoom agrandó la imagen, haciendo que los cuadros pixelados adoptaran forma, y enseñara al máximo detalle posible al invasor que causó el caos y muerte en aquella facilidad albana:
Un joven de piel pálida, cabello negro ondulado que vestía con una gabardina negra que le cubría la mitad del rostro. Su mirada era rasgada, y todos los mafiosos sintieron escalofríos cuando Nestorio movió la imagen y pensaron que los ojos de aquel asesino de repente se clavaban en ellos.
—E-es él... —farfulló Vitomir una vez la información pictográfica desapareció de sus ojos y miró a Nestorio.
—¿Lo confirmas tú también? —inquirió el Lupertazzi.
—¡Sí! —reafirmó Vitomir. Todos lo miraban con apremio— Es el mismo Superhumano que atacó Novyi Zem.
—¿Cómo? ¿Las cámaras de los helicópteros televisivos pudieron captar su careta de marihuano? —dijo Ishak.
—Se movía tan rápido que no era fácil de captar por las cámaras —replicó Vitomir.
—¿Quién más confirma el testimonio de haber visto a este hombre? —preguntó Miroslav.
—Lo confirman también los capos de la Dobroshi y Bratva que recibieron las datas de sus respectivos hombres antes de morir —manifestó Nestorio, la mano plantada sobre su rodilla—. Aunque no vieron todos al mismo atacante. Algunos capos aseguran ver en sus fotos y grabaciones al intruso desplazarse a través de rayos eléctricos anaranjados, y otros dicen ver destellos azules que cortan las imágenes. Hay veces en que las imágenes vienen censuradas.
—¿Cómo que censuradas? —preguntó Ishtak— Hablas de data que solo están localizadas en redes sub-locales y protegidas con complejos cortafuegos. Eso es algo que solo un Cibermante puede... hacer...
Un aire sombrío recorrió el templete. Todo el mundo guardo silencio, sus rostros ensombreciéndose de la severidad y preocupación.
—Entonces no son ataques aislados —dijo Vitomir, el ceño fruncido—. Todos están vinculados a atacantes similares. Todos... —despejo una mirada contemplativa a todos los reunidos alrededor del mesón.
—Invita a pensar que es un grupo grande y poderoso —dijo Ishak—. Y si no son Superhumanos, entonces son Cibermantes de alta técnica de ciberhackeo.
—Y además que saben ocultarse —apostilló Nestorio—. Como según me dio a entender Murata, estos ataques no son nuevos. Fueron perpetrados en la Guerra Lupara Bianca también contra la 'Ndrangheta.
—Eso Vukasin también lo afirmó —añadió Miroslav—. Nos mostró data de ello. Quizás la misma que tiene Murata.
—Ocultos durante más de veinte años... Y están resurgiendo como el fénix —Nestorio lanzó una mirada copiosa a todos sus invitados—. Habrá que apurar a los obreros para que terminen de armarlo todo —hizo un ademán de cabeza hacia atrás. Su rostro no cambio de expresión a pesar de haber hecho ese comentario jocoso—. Esta subasta será en esencia un sindicato mafioso, que una subasta en sí —asintió la cabeza— Vamos a discutir sobre los presupuestos que cada organización pondría sobre la mesa.
El debate no se salió más allá de los cabales individualistas de cada mafioso. El despliegue de consejería y asesoramiento que dispuso Nestorio Lupertazzi para exponer a detalle el presupuesto de cada mafioso (haciendo que uno a uno los revelará por medio de data cibernética) dispondría a nivel de familia para aportarlo en el remodelamiento del Palacio de Sofitel. La elocuencia de su dicción dejó incluso anonadado a Vitomir Stanimirovic: muy pocas veces había visto a Nestorio en persona, y jamás estuvo en una reunión de negocios con él como la de ahora. Se quedó totalmente maravillado al ver la fluidez de su discurso a la hora de exponer, reponer y desmantelar argumentos o excusas que alguno de ellos intentará ponerle de por medio con tal de no dividir tan severamente las arcas de sus familias para el aporte mecénico a la Gran Subasta.
—Que sepan que la partición de sus mecenas será remunerada con las reliquias que se prestarán para Subasta, uno —explicó Nestorio luego del acalorado debate sobre la parcelación de los erarios de los Zovko y los Stanimirovic consagrados a Sofitel—. Y dos, que próximamente hablare con los capos de Dobroshi, Bratva y Ardizzone para que también hagan partición de sus parcelas, por lo que es posible que haya reorganizaciones de los porcentajes.
—De todas formas, Nestorio —dijo Ishak, notándose la incomodidad dibujada en su semblante—, ¿un treinta y cinco por ciento del erario de los Zovko? Eso básicamente son unos cien millones así de grandes. Espero que no bromees con lo de las reorganizaciones de los porcentajes, porque, con todo respeto, lo veo algo injusto para nosotros.
—¿Me ves sonriendo? —el mafioso italiano lo fulminó con una mirada penetrante, los brazos cruzados, el tono de voz apagado y autoritario.
Ishak tragó saliva y se recluyó sobre su silla. El latigazo de nervios se extendió por el resto de mafiosos, quienes también se encogieron sobre sus puestos con el silencio más abrumador.
—Pueden retirarse, caballeros —dijo Nestorio, parándose de su silla y haciendo que el resto lo hiciera también—. Les enviaré los documentos digitales hacia sus respectivos jefes. Y por favor, cualquier ataque que reciban en alguna facilidad o algún blanco ciego de sus asociados, háganoslo saber.
Vitomir y Miroslav asintieron con la cabeza y se retiraron no sin antes hacer una reverencia de despedida hacia Nestorio. Ishak e Ishfar, por su parte, se despidieron burdamente con un ademán de cabeza. Cada dúo le pregunto a su respectivo paramilitar sobre si se devolverían a sus respectivas bases con ellos; Zizek se puso de pie y dijo que iría con ellos. Osman, en cambio, explicó que debía quedarse para hablar una última cosa con el Consigliere de los Droboshi.
Nestorio Lupertazzi los vio retirarse, y una vez se volvieron puntos lejanos en la distancia, dirigió sus enigmáticos ojos hacia Osman, este último devolviéndole la mirada con la misma determinación.
—Entonces... —dijo Nestorio, esbozando una pequeña sonrisa— ¿Qué tienes para mí?
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
A unas millas cerca de la Base de Los Giles
El bramido estridente del relámpago azotó los firmamentos, provocando destellos en los nubarrones más lejanos y que varias nubes sean partidas en dos, producto de los cortantes rayos. Como si de un destello de teletransportación de Quantumlape se tratara, aquel rayo, que transportaba a Thrud Thorsdóttir y Santino Flores, viajaba a velocidades que superaban doblemente la velocidad del sonido, y se desplazaban hacia el noroeste, en dirección a donde Santino le indicó que se hallaba la Base de los Giles. La intensidad climática que provocaba la hija del dios del trueno era tal que traía consigo las lloviznas más atroces, atrayéndolas cual imán atrae todo metal cercano, arrastrando la tormenta más empapadora hacia la localización de los Giles de la Gauchada.
El relampagueo estridente siguió su curso por el tártarico firmamento hasta alcanzar la cima de un montículo de más de cien metros de alto. El rayo, titánico en altura y grosor como una torre, emergió de las discordantes nubes y flageló de un golpetazo la punta de la montaña, causando un cegador resplandor que habría cegado a quienes estuvieran a cien metros a la redonda. Luego del resplandor, con los pies aterrizados en la loma de un balcón pedregoso, aparecieron Thrud y un mareadísimo Santino Flores. Unos segundos después, las ráfagas de lluvia empezaron a caer sobre la montaña y alrededor de todo el perímetro.
—Entonces... —dijo Thrud, agarrando del cuello de la gabardina a Santino para evitar que se tambaleara y cayera al borde. Este último cayó de rodillas y vomitó sangre y arqueadas. La diosa nórdica caminó hasta el borde y oteo el panorama— Aquí es donde se encuentra mi Legendarium Einhenjer, ¿huh?
Recortado en el horizonte boscoso y ennegrecido por los nubarrones que atrajo, se alzaba los distintos torreones-bloques de la Base de los Giles. Alrededor de la estructura se izaba un campo de fuerza de color azulado, el cual estaba siendo golpeado multiples veces por los proyectiles explosivos de las aeronaves y los helicópteros que danzaban en giros alrededor del bastión cuadricular, esquivando en el proceso las intensas ráfagas eléctricas de los cañones de riel y el plomo de las torretas que estaban desplegados en distintos módulos defensivos de los bloques. A los pies de la base se emplazaban múltiples policías y unidades de élite vestidos con exoesqueletos, los cuales se cubrían detrás de los árboles para no ser pillados por los cañonazos de las ametralladoras automáticas que se desplegaron del suelo adoquinado cercano a los bordes del agujereado campo de fuerza.
Explosiones, cañonazos, gritos a trisca pellejo entre los soldados de a pie y ráfagas azules y naranjas que salían despedidos por los aires como estrellas fugaces. Thrud Thorsdóttir se cruzó de brazos y frunció el ceño. En ese instante se oyó un atronador chillido masculino venir de la base, vociferando con gran salvajismo:
Santino se reincorporó y trató de avanzar, pero fue de nuevo detenido por la mano de Thrud, la cual lo agarró firmemente del cuello de su abrigo; a pesar de la diferencia de altura, la Valquiria Real lo agarró con tal fuerza que hizo que el argentino se tambaleara. Santino se dio la vuelta y la miró de forma despectiva.
—¡Déjame ir a ayudarlos, niña estúpida! —maldijo Santino.
—Primero, no me llames estúpida —espetó Thrud, sus ojos azules destellando con electricidad que hizo que Santino recapacitara su frustración—. Segundo, soy cientos de años mayor que tú, así que no me fuerces a llamarte "mortal" como los demás dioses. Y tercero, no irás a ninguna parte —lo miró de arriba abajo—. Estás muy malherido como para poder ir allá a pelear. Tú te quedas aquí. Yo iré a salvarlos.
—¿Y qué piensas hacer, huh? —farfulló Santino, el ceño fruncido, los dientes apretados— ¡Todas las fuerzas de élite del gobierno bosniaco están acribillando la Base! ¡JEDINICAS, INCLUSO! ¡Ni siquiera un grupo de Superhumanos de Clase C y D serían capaces de poder hacerles frente!
—Querido... —Thrud caminó hasta colocarse al borde del acantilado. Se paró en seco. Su cuerpo empezó a ser de nuevo envuelto en corrientes eléctricas que empezaron a elevarla unos metros en el aire. Miró de reojo al anonadado Santino, y le dedicó una sonrisa pícara— No compares a la hija del Berserker del Trueno con un burdo Superhumano.
Y de un abrir y cerrar de ojos, la diosa nórdica desapareció con un destello cegador seguido de una vasta explosión que destruyó por completo el balcón de piedra. Santino Flores salió despedido a causa de la onda expansiva, rodó por el suelo y terminó por chocar contra una protuberancia de roca con la espalda, noqueándose en el proceso. Unos segundos después, la lluvia volvió a recaer sobre la montaña, empapándolo.
En el vasto cielo de nubarrones, los azotes eléctricos destellaron múltiples veces el firmamento, marcando un camino de luces parpadeantes que se dirigía a toda velocidad hacia la vanguardia de las fuerzas bosniacas atestadas frente al deteriorado campo de fuerza.
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|◁ II ▷|
Al frente de la batalla
La lluvia arraigó en el momento perfecto para hacer la fluida conversión de una persecución a una intensa batalla campal parecida a un frente de guerra. Gruesas ráfagas azules y anaranjadas surcaban los cielos, algunas de ellas golpeando los helicópteros y las aeronaves autopilotadas, provocando numerosos mensajes de "¡Mayday!" por los comandos de voz que culminaban en lejanas explosiones. Algunas de ellas tan cerca que expulsaban torrenciales olas de escombros y tierra que salpicaban las fuerzas armadas bosniacas que avanzaban como grupos de hormigas coordinadas por la plazoleta adoquinada, tras neutralizar las torretas que defendían la tierra alta.
A pesar de las bajas, el Agente Tahiroviç no sentía ni una pizca de remordimiento por los hombres caídos. Sus superiores le habían escatimado en las fuerzas de poder militar a emplear para dar fin a los Giles de la Gauchada, llegando al punto de llamar a su muy improvisada operación algo más de estilo vendetta que una operación policial en sí misma. No obstante, todo con tal de acabar con esta casi que obsesiva misión personal por acabar con estos parias, sus superiores le dieron las fuerzas necesarias para contraatacar. Eso incluía a los amenazadores Cibermantes.
El agente bosniaco marchó junto con las unidades de élite Jedinica a la par de los carros de combate blindados con recubrimientos de acero y rodeados con sus campos de fuerzas, sirviéndose de ellas como escudos. Como tortugas bebes que se arrastran por la peligrosa playa, aquellos tanques de transporte militar avanzaban lento pero seguro en territorio de la Base de los Giles, siendo rafagueados incontables veces por las poderosas torretas que asomaban en los bloques defensivos de las altas torres. Las explosiones de astilleros golpeaban intensamente los campos de fuerza, provocando algunos deslices que ralentizaban el movimiento del carro blindado. Llegado a un punto del lento recorrido, el tanque se obligó a detenerse ante la repentina aparición de nuevas torretas que empezaron a descargar su tormentosa metralla sobre su campo de fuerza, lo que obligó a Tahiroviç y los Jedinica a agacharse justo antes de que el campo fuera destruido, y las balas empezaran a tasajear al vehículo.
Los estridentes aullidos de las ráfagas ensordecieron a Tahiroviç. Arriba, las ametralladoras y los rieles de las torretas derribaban un dúo de helicópteros. Nuevos gritos de auxilio por los microships, seguido por otra resonadora explosión que consumió varios árboles de la tundra. Tahiroviç se puso detrás de un Jedinica para estar mejor protegido de la metralla, e iluminó sus ojos de anaranjado.
—¡Quítennos estas torretas de encima!
Y tan rápido como dio esa orden, Tahiroviç alcanzó a ver como la torreta sufría un alto voltaje que explotó el interior de su estructura, obligando al mecanismo a guardarla de nuevo bajo el suelo. Los Cibermantes, operando desde lo alto del cielo metidos en una aeronave militar de transporte con formas de embalajes. A los pocos segundos el campo de fuerza reapareció alrededor del carro; este último desplegó una rampa de su parte lateral, y de ella emergieron una cantidad ingente de tropas de élite Jedinica que marcharon hacia el interior de la cochera.
Pero justo antes de meterse de lleno en el garaje, fueron sorprendidos una nueva lluvia de metralla que derribó a varios de ellos (sobreviviendo gracias a sus resistentes exoesqueletos) e hizo que los demás se protegieran tras las paredes.
—¡Agh! ¡¿AHORA QUÉ?! —maldijo Tahiroviç, para después ser sorprendido por el rugido del motor de un vehículo. Seguido de ello, vio el resplandor de las linternas del Masamovil, siendo pilotado automáticamente. El vehículo salió disparado a toda velocidad hacia el carro blindado, embistiéndolo con todas sus fuerzas y siendo capas de volcarlo dolorosamente al suelo. El Masamovil derrapó por el suelo adoquinado, deslizándose de forma alocada de aquí para allá como un ratón, aniquilando a varios soldados con sus disparos o atropellándolos— ¡Encárguense de ese vehículo! —alzó la cabeza y vio los helicópteros aproximarse hacia uno de los bloques altos del edificio— Kovaç, ¿cómo vas allá arriba?
<<¡Poniendo finalmente pie firme en el techo de esta casucha de mierda!>> Exclamó el ciborg. Tahiroviç vio como tres de los helicópteros negros finalmente aterrizaban sobre la cima del edificio. Las torretas defensivas de los bloques echaban humo por sus cascos, o directamente fueron decapitados y ahora se hallaban hecho pedazos en el suelo. Con excepción del Masamovil, todas las defensas exteriores de la base fueron neutralizadas.
—¡Perfecto! —Tahiroviç se volvió hacia los soldados de élite Jedinica, algunos ayudando a los derribados a reincorporarse— ¡Repito el objetivo de la misión! Hallar a los parias de los Gils de la Gachada, vivos o muertos —desenfundó de su espalda su rifle de asalto, accionándolo de un chasquido y empuñándolo con ambas manos—. ¡Preferiblemente MUERTOS!
Y junto con el escuadrón de élite Anti-Superhumanos, Tahiroviç se adentró en el interior de la base por medio del garaje.
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|◁ II ▷|
Dentro de la Base
Los laboratorios tanto de Gevani como de Ricardo fueron bombardeados hasta las cenizas. Sus instalaciones volaron en pedazos, devastando totalmente las computadoras y las torres de CPU, generando una maraña incontrolable de cables que salieron despedidos hacia todos lados, haciendo brotar sus corrientes eléctricas que generó más cadenas de explosiones. Los robots y las herramientas automatizadas dieron un alarido digital antes de ser pulverizados por completo.
Adoil y Ricardo emergieron de sus laboratorios siendo perseguidos por los tentáculos de humo de los estallidos. Entre jadeos observaron, con dolor y consternación, como todo el empeño tecnológico que ambos les habían puesto a sus respectivos laboratorios, un esfuerzo de décadas, años de trabajo constante, era desmoronado ante sus afligidos ojos... Los cuales, al poco rato, se llenaron de la más pura rabia y sed de venganza contra sus enemigos.
Ambos hombres se volvieron sobre sus pasos y animaron una militar y decidida marcha por los pasillos. Con la determinación en sus ojos,
Kenia Park salió de la sala de mando de las torretas, tosiendo ingentemente y siendo lengüetada por el humo de la destruida habitación. Vio a lo lejos a Ricardo Diaz, vestido con su traje de combate negro con volutas circulares y entramados de piezas de armadura. Ricardo pasó al lado de ella dándole un golpe en el hombro. Kenia alcanzó a ver su mirada intrépida y ceñuda.
—Sígueme —dijo Ricardo, caminando a grandes zancadas—. Vamos al Plan B.
—Están entrando en tropel, ¿verdad? —preguntó Kenia, siguiéndolo a su par.
—Tantos y tan rápido que no me dará tiempo de ponerme mi verdadero traje de combate —Ricardo se miró una mano y después el cuerpo completo—. Con esto me bastará.
—¿Nos enfrentaremos directamente a todo ese ejército?
—Así es, Kenia. Usaremos los mecanismos de defensas de la infraestructura para que los ayude.
—Entonces no hay punto de ir a buscar mi arco y flecha... —el rostro de Kenia se ensombreció de la severidad. Alzó una mano, se miró los dedos, y vio como estos se llenaban de venas hinchadas y sus uñas se convertían en filosas garras—. Será cuerpo a cuerpo.
—Saca a la Hija de la Muerte en todo su esplendor, Kenia —dijo de repente Adoil Gevani, quien apareció al lado de ellos dos surgiendo de uno de los pasillos de una encrucijada. Sus ojos no dejaban de brillar con un colorado azul celeste de anillos que giraban en sus pupilas.
—A todo esto, ¿cómo está mi marido?
—Psifia me dice que ya se encuentra en estado de reposo —contestó el científico argentino—. Está durmiendo, con los autómatas de la sala de emergencia tratando sus quemaduras y con Martina cuidándolo en una esquina. Huh... —sonrió lacónicamente— Al parecer Psifia le dio una pistola de plasma del compartimiento.
—¿Psifia desconoce que mi hija no sabe usar armas? —masculló Kenia, el ceño fruncido.
—Psifia conoce que ella tiene que defenderse con lo que tiene a la mano.
Adoil Gevani se detuvo repentinamente y levantó un brazo con el puño cerrado. Kenia y Ricardo se pararon también y lo miraron. Gevani apretó los labios y frunció el ceño. Agitó el brazo hacia la derecha y reanimó la caminata, esta vez por el pasillo contiguo. Kenia y Ricardo lo siguieron; no hizo falta un intercambio de palabras para saber que la base estaba siendo inundada por policías y unidades Jedinica, infestado cada recóndito de la infraestructura, cortando sus caminos de salida y cercándolos poco a poco.
Mientras tanto, dentro de la sala de emergencias, Martina Park se hallaba sentada en una oscura esquina de la estancia, la mirada fija en como los aparatos automatizados trataban con sumo cuidado las quemaduras de la espalda de su padre. En su regazo reposaba la pistola de plasma que uno de los robots, comandados por Psifia, le proveyó para su autodefensa. Esa programación de Adoil para la defensa de los Giles había llegado a tales puntos en que, a veces, Martina tenía la impresión de que la I.A de Psifia actuaba como una madre sobreprotectora.
En el momento en que obtuvo la pistola en sus manos, Martina sintió la enorme responsabilidad manifestarse en aquella arma pesando sobre sus palmas y su regazo. Era la primera vez, desde su reencarnación, que sostenía una pistola, encima una de modelo plásmico con barril de recarga. Aunque había visto cientos de películas de acción, y visto la práctica de las armas de fuego durante sus entrenamientos de defensa personal, Martina jamás ha disparado un arma. No todavía, al menos.
Martina se quedó viendo el arma fijamente. El silencio de la estancia era interrumpido de cuando en cuando por explosiones y ráfagas de metralla, lo que le impedía pensar con precisión en el caos mental que se formaba en su cabeza. Sus dedos se apretaron alrededor del cañón. Sus labios se apretaron también, y al alzar la mirada para ver el cuerpo inerte de su padre, se paró de la silla y se dirigió hacia él. Se posó en frente suyo, y se quedó viendo su rostro adormilado. Le acarició el cabello.
—Prometo protegerte, papi... —murmuró Martina, loslabios temblorosos. Sus dedos se aferraron a la empuñadura metálica de la pistola—Y prometo ayudarlos como sea...
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9
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Una vez todas las defensas de la Base de los Giles fueron contrarrestadas, los soldados Jedinica se adentraron por distintas entradas del bastión; desde garajes, ventanas, compuertas, y hasta paredes al derribarlas con sus explosivos. Cual marea gris, los escuadrones Jedinica atestaban los pasillos con sus presencias de marchas coordinadas. Mientras tanto afuera se seguía oyendo los rugidos de disparos y motores del Masamovil, moviéndose en veloces zigzagueos con los cuales esquivaba los barridos de cañones de las aeronaves de combate, y mantenía distraído al resto de policías que disparaban a diestra y siniestra contra el vehículo.
Uno de aquellos grupos de Jedinica marchaba por un ancho pasillo por el que sus ventanales se podía observar el caos que estaba causando el automatizado Masamovil. El líder del escuadrón detuvo al nutrido grupo con un puño alzado. Advirtió de la presencia de defensas en el pasadizo. Les ordenó que no se movieran mientras seguía analizando con las visiones ciberópticas de su casco la infraestructura del pasillo.
Es entonces que placas del techo cielo raso se abrieron de par en par, y de él emergió una enorme ametralladora que descargó una lluvia de plomo sobre los Jedinica. Algunos de ellos fueron abatidos al suelo, pero sin morir gracias a la protección de sus armaduras. El escuadrón se ocultó inmediatamente detrás de una pared. Esto mismo ocurrió en otras estancias y pasillos por los que avanzaban los pelotones de supersoldados: siendo sorprendidos por la aparición de ametralladoras del techo o del suelo, o recibiendo en las caras explosiones que los tiraban al suelo y semi-noqueaba a más de un soldado. Sin embargo, ninguna de estas trampas y defensas conseguía matar a uno de los Jedinica; sus servoarmaduras eran tan resistentes que a duras penas sufrían abolladuras, y protegían a su usuario de cualquier ataque grave.
Pero eso era lo de menos; esto servía como distracción para que Kenia, Ricardo y Gevani pudieran asaltar el escuadrón más grande de Jedinica, el cual estaba adentrándose en el sublaboratorio del Bloque A.
Más de veinte supersoldados de élite se adentraban, lentos pero seguros, al interior del enorme sublaboratorio condecorado con andamios, estanterías, anaqueles y largos mesones atestados de recipientes de naturaleza química. Entraron en tropel, apuntando sus rifles a todos lados para atestiguar cero presencia enemiga, humana o robot. Luego de eso hicieron parones para otear la infraestructura del sublaboratorio, descubriendo con consternación defensas de ametralladoras ocultas tras las paredes y los techos. El Agente Tahiroviç, oculto detrás de un muro de servoarmaduras, apretó los dientes de la impotencia cuando el líder del escuadrón le dijo que, si avanzaban, entonces las torretas se activarían, y viendo como las botellas, los frascos, los matraces y los refrigerios contenían compuestos químicos, supondría un avance hacia la boca del lobo.
—¿Acaso no fueron ustedes entrenados para pasar por estas situaciones? —maldijo Tahiroviç, agarrando al líder por su coraza— Tenemos a estos parias forajidos en la mira. ¡Y no pienso dejar que se escapen! —empujó al supersoldado. Sus ojos se iluminaron de anaranjado— ¡Cibermantes, abranos paso! —alzó su rifle e hizo un ademán de cabeza— AVANCEMOS!
Y justo cuando los escuadrones de élite reanimaron la marcha, fueron sorprendidos una explosión de onda expansiva azulada que azotó toda la galería química, apagando las luces y dejando inutilizados sus trajes de combate. Aquellos que llevaban rifles de asalto eléctricos tiraron sus armas al piso luego de que estas les explotaran en las manos. Entre gritos consternados, jadeos de confusión y ordenes del líder para mantener las posiciones y activar las visiones nocturnas, el Agente Tahiroviç, con ímpetu y sin ápice de echarse para atrás, siguió su avanzada por el sublaboratorio a oscuras.
Mientras tanto, en el piso superior al sublaboratorio, dos supersoldados patrullaban el puente que interconectaba el Bloque A con el Bloque C. Justo cuando anadeaban por el centro del elevado puente, uno de ellos logró ver dos siluetas reptando por detrás del pretil. Le dio un golpe en el hombro a su compañero, y ambos descargaron ráfagas de plomo contra ellos. En el instante en que los supersoldados se asomaron, Kenia Park, colgada y oculta debajo del parapeto, partió en dos sus rifles con zarpazos de sus garras, para después propinarle codazos en sus corazas y, por último, dar un salto acrobático con el que les propinó a patadas a las espaldas en ambos. Los dos supersoldados cayeron a más de treinta metros de altura.
—¡VAMOS! —vociferó Kenia, corriendo hasta el fondo del pasillo. Ricardo y Gevani se miraron y apuraron la marcha hasta el umbral que los llevaría al sublaboratorio. El primero desenrolló de sus antebrazos sus cables eléctricos, y el segundo se enfundó un guantelete de su cinturón de guantes cibernéticos.
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|◁ II ▷|
Dentro del sublaboratorio ennegrecido, los supersoldados, desprovistos de la protección de sus trajes de combate, se valieron de la visión nocturna de sus cascos para poder ver en la oscuridad. Justo en ese instante, de las paredes y el techo de la galería química se desplegaron las torretas; varias de ellas sufrieron cortos circuitos antes de abrir juego, mientras que otros abrieron fuego contra ellos. La estancia se vio envuelta en un torbellino de plomo; más de un Jedinica, al no tener la protección de sus trajes, fueron acribillados hasta la muerte. El Agente Tahiroviç apretó los dientes y corrió hasta ocultarse detrás de un pilar; abrió fuego contra las torretas. El desorden y caos se apoderó de la estancia en la forma de incesantes destellos cegadores. Dos de los soldados se desplazaron a toda velocidad hacia la salida del extremo norte del sublaboratorio, dejando a su suerte a sus compañeros.
Unos segundos después, esos mismos soldados reaparecieron siendo embestidos salvajemente por Kenia Park y empujados con gran brutalidad contra las paredes, destruyendo los andenes. Los Jedinica repararon en ella, y en Ricardo y Gevani. Estos últimos clavaron sus miradas de odio sobre ellos.
Kenia se abalanzó hacia un Jedinica, y este la reprendió con una patada. La Hija de la Muerte atrapó su pierna, se la dobló de un brutal codazo, y lo remató con una patada que le torció el cuello. Otro supersoldado se le acercó por la espada y la arremetió con un puñetazo. Kenia se agachó y giró a su alrededor, cortándole el vientre con un zarpazo, seguido de una patada que le dobló su rodilla y, por último, una horrible torcedura de cuello. El cuerpo cayó con su cabeza doblada en un ángulo horrendo. Un tercer enemigo apareció de su flanco izquierdo, arremetiéndola con disparos de su pistola. De un puntapié al piso, Kenia hizo saltar una mesa frente a ella, protegiéndola de las balas. Seguido de ello dio una patada voladora, arrojando la mesa hacia el Jedinica noqueándolo brevemente para después rematarlo con un fugaz corte en su yugular.
Ricardo Diaz bloqueó los reveses y las patadas de su contrincante, y nada más vio un resquicio en sus movimientos, envolvió sus azulados cables alrededor de uno de sus brazos. La descarga eléctrica lo paralizó, y Ricardo lo fulminó con un codazo en su casco, partiéndoselo en el proceso. Empujó el cuerpo y atrapó la pierna de un Jedinica que intentó arremeterlo con una patada. Otra descarga eléctrica, y el super soldado gritó de dolor. Ricardo tiró de él como un trapo y lo arrojó contra un pilar; el militante impactó de espaldas, y cayó al suelo, dando gruñidos adoloridos. Dos super soldados lo atacaron al mismo tiempo con puñetazos. Ricardo los esquivó apartándose de un impulso, rodeando los brazos de ambos con sus cables y, de un fuerte, tirón, torcérselos al punto de hacerles crujir sus hombros.
A pesar de que sus movimientos eran lentos y algo torpes, Adoil Gevani combatía con la brutalidad de un luchador callejero, y empleaba las habilidades de sus guantes cibernéticos para sorprender a sus enemigos. Agarró el brazo de un Jedinica y se lo torció en un ángulo imposible gracias a la fuerza de su guantelete; lo fulminó de una patada en la ingle. Un soldado se le acercó por la espalda y lo atrapó, dándole chance a su compañero para matarlo con su pistola. Adoil agarró la cabeza de su atacante y, de un acrobático salto, se tiró al suelo y lanzó en el proceso a su contrincante, provocando que ambos super soldados chocaran y cayeran noqueados al suelo. En el suelo, Adoil bloqueó las patadas de un cuarto soldado; acarró su pie, se lo torció de un giro, haciendo que cayera al suelo entre gritos, y Gevani le aplastó la cabeza con un puñetazo de su guantelete.
—¡UFF! ¡CÓMO ME SIENTO QUE SE ME PARA CON ESTO! —exclamó Gevani, antes de ser sorprendido por la embestida de un soldado que lo tiró al suelo.
Tres soldados se abalanzaron contra Kenia, atacándola con sendos espadazos de sus sables eléctricos. La asesina argentina se movía como una desesperada serpiente a través del laberinto de mesones, esquivando y eludiendo los feroces mandobles del trío de militantes. Los recipientes volaron con cada golpe y eran molidos en pedazos. Kenia agarró dos embudos y los arrojó contra el soldado que se le abalanzó; la explosión química resultó en un gas sulfúrico que le destruyó el casco. Kenia lo acabó con una senda patada doble que lo mandó a volar. Al instante de caer al suelo rodó para esquivar los tajos del segundo supersoldado. De un impulso dio un salto acrobático, pasando por encima del tercer Jedinica; rodeó sus piernas alrededor de él y le quebró el cuello.
Rápidamente agarró su espada eléctrica y con ella se protegió del espadazo del tercer super soldado. Ambos forcejearon con gran saña, hasta que Kenia le torció las piernas de dos patadas, para después agarrarle la cabeza con sus pies, estamparlo contra el suelo, y cortarle la cabeza de un tajo de la espada eléctrica.
Para este punto del brutal combate, todas las ametralladoras se habían desactivado por obra de los Cibermantes. Ricardo Diaz reparó en ello, pero también se dio cuenta que ya quedaban muy pocos soldados de élite. Velozmente alzó ambos brazos y se cubrió de los guantazos de un Jedinica. Lo contraatacó con dos codazos en su cabeza, seguido de un envolvimiento de cuello con sus cables eléctricos. Ricardo se puso de espaldas y, de un fuertísimo jalón, derribó al soldado sobre un mesón. Todos los recipientes de cristal de la mesa se hicieron añicos, y Ricardo terminó con él de una patada en su espalda.
Otro Jedinica se le apareció en su flanco derecho, arremetiéndolo con su sable eléctrico. Ricardo se protegió con su cable; nada más entrar en contacto con la espada, las corrientes eléctricas de la misma se descargaron sobre él, paralizándolo con un latigazo que recorrió todo su cuerpo y le propinó quemaduras bajo su traje negro. Ricardo retrocedió varios pasos, esquivando y bloqueando como podía los espadazos de su enemigo. Aprovechó de inmediato el resquicio entre sus movimientos, y Ricardo se posicionó detrás de él, enrolló su cable celeste sobre su brazo y, de un jalón, hizo que el soldado se propinará un tajo contra su propio vientre, matándose a sí mismo en el proceso.
Ricardo se dio rápidamente la vuelta nada más oír varias pisadas abalanzarse hacia él. Vio a tres militantes corriendo hacia él, con espadas eléctricas en mano. Ricardo miró al techo, descubriendo una de las torretas inutilizadas pendiendo en e aire. El ingeniero argentino arrojó sus cables eléctricos hacia la ametralladora, rodeándolas sobre el cuello de la torreta, y de un jalón con todas sus fuerzas arrancó el objeto del techo, provocando que este se desprendiera junto con una maraña de escombros que cayó sobre los tres soldados, noqueándolos a todos.
Adoil Gevani corrió como un maniático a lo largo del laboratorio, protegiéndose con su guantelete de los disparos desesperados del soldado al otro extremo de la galería. El anciano argentino embistió al militante y lo impactó contra una pared, hundiéndolo contra un agujero. Lo remató con un feroz puñetazo de su guante cibernético, aplastando su cabeza más adentro de la pared. De repente, recibió una patada en su abdomen, seguido de otra en su cabeza. Gevani retrocedió y de una mirada rápida vio al Jedinica a punto de propinarle una tercera patada. Adoil lo bloqueó con un brazo y contraatacó con una patada en su rodilla. El soldado cayó de espaldas y rodó, esquivando la patada de Adoil. Se reincorporó de un salto y le conectó su tercera patada en el pecho. Adoil retrocedió, apretando los dientes de la rabia. Intercambió guanteletes de su cinturón táctico, cambiando a uno de color marrón.
Levantó los brazos y se protegió de los puñetazos de su contrincante. El super soldado le encestó un rodillazo en su abdomen. Adoil retrocedió, y recibió una patada en su rostro. Giró sobre sí mismo y realizó una patada. El soldado se agachó y la esquivó. Este dio otra patada, pero esta vez Gevani previó su ataque; lo bloqueó con su brazo, y lo contraatacó con una patada que hizo que el soldado chocara de espaldas contra la pared. Adoil se abalanzó contra él y lo arremetió con una serie de salvajes puñetazos que el militante a duras penas pudo esquivar o bloquear. Adoil lo noqueó de un codazo. Plantó la palma de su mano enguantada sobre su pecho; activó el mecanismo, y el guantelete despidió una fuerza magnética aplastante que destruyó la coraza del soldado y le aplastó los pulmones y el corazón. Adoil dio un paso atrás, y el soldado cayó bocarriba, muerto.
—¡¿Esos son todos?! —exclamó Ricardo Diaz, el rostro perlado de sudor. Miró hacia todos lados.
De pronto, una ráfaga de plomo los sorprendió. Los tres se agacharon y se protegieron bajo las mesas. Alzaron sus vistas, y vieron a lo lejos al Agente Tahiroviç huir del laboratorio por el mismo camino por donde vino, no sin antes descargar su última ronda de balas antes de botar el rifle de asalto.
—¡Oh, no te me vas a ESCAPAR! —maldijo Ricardo, corriendo a toda velocidad hacia la salida donde se escabulló Tahiroviç. Adoil Gevani siguió en pos de él.
Kenia Park se impulsó hacia ellos, pero antes de poder atravesar el umbral negro por el que ellos pasaron, fue sorprendida por la patada de un último soldado Jedinica. Este último apareció tan de repente frente a ella que, cuando cayó y rodó en el suelo, Kenia alcanzó a ver destellos de luz blancos provenir de la espalda de su nuevo contrincante. Al reparar en la naturaleza de aquellas luces, su expresión cambió a una de horror.
A pesar de que su servoarmadura seguía desactivaba, el Exoesqueleto Zastava que portaba estaba encendido; era el mismo artilugio que llevaban algunos mafiosos serbios, solo que este le permitía moverse a velocidades totalmente sónicas.
—¡Kenia! —exclamó Gevani, quien se había devuelto nada más percatarse que Kenia no les seguía el paso.
—¡SIGUE SIN MÍ! —vociferó Kenia entre jadeos. Alzó sus manos y afiló las agarras— Yo me encargo de esto.
Gevani apretó los labios y se obligó a escabullirse por el umbral.
—Morirás, ¿lo sabes? —gruñó el líder de los Jedinica, señalando a Kenia con un brazo— Tus registros no te cuadran como una Superhumana —se golpeó la coraza con dos puñetazos— Y esta armadura se especializa precisamente en eso.
—¿Ah sí? —masculló Kenia, moviendo sus dedos ensanchados— Pues estas garras se especializan en matar a forros como tú. ¡VEN!
—¡VOY A BARRER EL SUELO CONTIGO!
El líder del escuadrón Jedinica empleó su Exoesqueleto Zavasta, desplazándose a una velocidad tal que Kenia no tuvo tiempo de reaccionar a la sangrienta patada que le propinó en su vientre. La asesina argentina trastabilló, el dolor de la patada tan intenso que no pudo concentrarse en prever la segunda patada que el Jedinica le conectó directo en su rostro. Volvió a emplear el Zavasta, con el cual embistió con tanta fuerza a Kenia que esta salió volando por todo el laboratorio, atravesando andamios y pilares hasta traspasar un tabique y dejar un agujero en la pared.
El líder del escuadrón reapareció frente a ella. La agarró del pelo, jaló de ella y estuvo a punto de conectarle un rodillazo. Kenia se protegió con sus manos. Movió ágilmente sus manos como si esgrimiera cuchillos, dándole así profundos zarpazos en las piernas y tobillos del Jedinica, consiguiendo únicamente abollar la armadura antes que la piel. El super soldado le conectó un feroz rodillazo en su vientre, haciendo que Kenia escupiera sangre. La agarró de nuevo del cabello y le propinó dos cortantes manotazos, uno en su cuello y el otro en nuca. Los ojos de Kenia se desencajaron del dolor intenso, y el Jedinica la arrojó de nuevo a lo largo y ancho de laboratorio.
Entre gruñidos y arqueadas ensangrentadas, Kenia se puso de rodillas, aparentando debilidad. Oyó un zumbido detrás de ella. Sintió la impresión de que el tiempo se ralentizaba. Ensanchó los ojos, apretó los dientes hasta hacerlos chirriar. Fugazmente agachó la cabeza, esquivando la patada del Jedinica y contraatacando con dos cortes de sus garras, logrando esta vez provocarle profundos surcos en su piel. El líder del escuadrón gruñó de la sorpresa y retrocedió varios pasos, para después recibir una brutal patada en su vientre que lo tiró al suelo y lo hizo deslizar varios metros por él. Bajo su máscara se dibujaba una mueca de sorpresa, no pudiendo concebir como su enemiga, aquella sin ningún rastro de Genezis Supernema en su sangre, fue capaz de eludir su sónico ataque.
Kenia dio un paso delante y, sin producir ruido alguno, apareció frente al sorprendido Jedinica. Este último se agachó, eludiendo los veloces cortes de sus garras. Se protegió con un brazo al ser burlado con una finta, sacrificando el guardabrazo de su armadura en el proceso; las placas de acero cayeron a suelo, abolladas. El super soldado atrapó uno de los brazos de Kenia, envolviéndolo con el suyo y atrapándola en una llave. Le conectó un rodillazo en su vientre, seguido de un codazo rompe costillas en su espalda y, por último, un puñetazo en su mejilla. El rostro de Kenia se alzó al techo; la iluminación reapareció en los focos en ese instante, mostrando el rostro magullado y ensangrentado de la Hija de la Muerte.
El Jedinica la derribó al suelo de una patada. Se abalanzó hacia ella, pero Kenia lo hizo apartarse al dar una voltereta hacia atrás. La mujer se reincorporó de un ágil salto, y rápidamente se protegió con sus brazos del rodillazo sónico del Jedinica. Empujó al super soldado de dos manotazos, y lo obligó a apartarse con dos zarpazos. Ambos contrincantes, sudorosos y con la adrenalina hirviéndose bajo sus venas, se gritaron mutuamente, acortaron las distancias y reabrieron el combate cercano.
El super soldado empleó a máxima potencia su Exoesqueleto Zastava, fustigando su cuerpo a una velocidad tan sónica que sus brazos se volvían veloces borrones. En ningún instante Kenia parpadeó en aquel feroz intercambio de puñetazos. Sus puños se entrechocaban, sus manotazos impactaban unos con otros, y los zarpazos de la primera bloqueaban los nudillazos del segundo. El Jedinica atrapó la mano de Kenia y se la intentó torcer con una llave. Kenia gritó, e hizo que el militante la liberara con un zarpazo. El Jedinica reabrió la andanada de puñetazos sónicos, y Kenia se obligó a bloquearlos todos. La adrenalina en la asesina argentina estaba llegando a su punto más álgido, al punto en que los destellos en sus ojos azules brillaban con vigor.
Kenia confundió a su contrincante con una finta, haciendo que este extendiera su brazo entero para ella atraparlo. Intentó doblarlo, pero el Jedinica justo apartó el brazo antes de que ella pudiera empujarlo hacia abajo. Kenia hizo ademán de darle con un rodillazo. El Jedinica fue confundido por su finta, y Kenia aprovechó el breve momento para apuñalarle el abdomen con sus garras. El super soldado no se echó para atrás, y siguió atacando con su lluvia de puñetazos sónicos. Los ojos de Kenia resplandecieron con tanta potencia que se volvieron blancos. La adrenalina se volvió fuego vehemente. Sus brazos se convirtieron en borrones también que apartaron con sendos manotazos los brazos del super soldado. Dominada por el frenesí, Kenia le dobló ambos brazos al militante. Su contrincante chilló del dolor.
Y Kenia lo mató definitivamente con un profundo corte en su yugular.
El cadáver del hombre se quedó de pie unos instantes, tambaleándose de un lado para otro y con su cuello abierto como una zanja. Cayó estrepitosamente al suelo. Kenia Park soltó un jadeo, se volteó hacia el umbral por el que se escabulleron Ricardo y Adoil. Oyó en ese momento un aullido de aeronave, seguido por una estruendosa explosión. Kenia escupió sangre al suelo, el temor aguzándose en su palpitante corazón, y rápidamente corrió hacia el umbral.
Ascendió las escaleras de dos en dos hasta alcanzar el garaje. Kenia Park vio, a lo lejos, las compuertas totalmente abiertas; a través de su umbral entraban poderosas brisas y una lluvia torrencial. Kenia reanudó su veloz trote hasta alcanzar el umbral, y de pronto fue cegada por una deslumbradora luz. La adrenalina, aún corriendo por sus venas, le hizo ignorar totalmente el peligro que ce cernió sobre ella desde el momento que piso el garaje.
Una voz robótica retumbó en el ambiente y penetró sus oídos:
—¡DE RODILLAS, CRIMINAL!
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Kenia Park quedó petrificada al ver la ingente cantidad de policías y coches blindados dispuestos alrededor de ella como un anillo. Arriba, dos helicópteros zumbaban por encima de sus cabezas, cegando y encordeciendo a Kenia con sus hélices y sus linternas de alta potencia. Con los ojos entrecerrados a duras penas pudo ver cuántos enemigos había frente a ella. El horror se dibujó en su semblante magullado al descubrir a Ricardo y Adoil arrodillados en el suelo.
—¡He dicho...! —exclamó el Agente Tahiroviç, montado encima de uno de los carros de combate blindados y empuñando un megáfono— ¡DE RODILLAS!
Los jadeos de Kenia sacudían su pecho. La sangre no paraba de manar de la comisura de sus labios. La mujer cerró los ojos y se obligó a marchar hacia donde se hallaban Ricardo y Adoil. Se arrodilló entre ellos dos. Los miró de reojo, y descubrió, sorprendida, como los semblantes de ambos seguían incambiables con aquellas muecas de miradas decisivas e inquebrantables.
—¡KENIJA! ¡RICARD! ¡JEVANI! —vociferó Tahiroviç en un aparatoso bosnio— ¡QUEDAN ARRESTADOS POR CRIMENES CONTRA LA SOCIEDAD BOSNIACA! ¡BAJO EL PROTECTORADO DEL ESTADO BOSNIACO, SERÁN APREHENDIDOS Y LLEVADOS A LA PRISIÓN DE BACKFORD!
Tahiroviç se bajó del carro blindado y le dio el megáfono a un policía. Se encaminó hacia ellos tres. Las linternas de los helicópteros bajaron el brillo, permitiendo así a Tahiroviç tener una mejor visión de ellos tres. Ricardo fue el primero en mirarlo a los ojos, sin ni una pizca de temor en ello. Gevani lo imitó, y por último Kenia. Tahiroviç esbozó una mueca de asco al verles las caras.
—Malditos parias de mierda... —maldijo entre dientes, marcándose una sonrisa arrogante— Lo que me costó capturar al grupo principal. Finalmente los tengo aquí.
—Y tú finalmente sales de tu escondite para encararnos... —dijo Ricardo, oteando a los policías armados— Aunque sea con una torva de cobanis apuntándonos a la cara.
—¡CIERRA LA BOCA! —Tahiroviç le propinó un feroz puñetazo en su rostro. Ricardo alzó la cabeza, el labio partido y la mejilla inflada. Permanecía con su semblante inmutable y desafiante. Tahiroviç alzó un dedo e indicó uno de los bloques de la base— Ahora mismo Kovaç está buscando al Merodeador de la Noche en su basecita de mierda. Los Cibermantes están teniendo dificultad en hallarlo por la puta I.A de este imbécil —señaló a Adoil, y este sonrió—. Ahórrenme la saliva, y díganme donde esta —levantó su puño—. Y ni se les ocurra mentir esta vez, o los muelo a golpes a los tres.
Ricardo, Adoil y Kenia intercambiaron miradas fugaces. No hubo falta decirse nada para estar de acuerdo en un mismo pensamiento. El primero miró a Tahiroviç a los ojos y negó con la cabeza.
—Usted ahórrenos tiempo y llévenos a Backford.
Tahiroviç rumió y le volvió a propinar otro puñetazo en la cara.
En los bloques altos de la Base de los Giles, el Agente Kovaç, seguido por un séquito de ciborgs de armazones similares al suyo, avanzaban por los pasillos derribando puertas e invadiendo una a una las habitaciones donde podría estar escondiéndose el Merodeador. A su paso dejaba un rastro de puertas demolidas y pertenencias personales regadas por el suelo, demolidas igual que los amueblados. El ciborg bosniaco siguió su curso por el pasillo mientras que sus soldados seguían hurgando en los cuartos y reportaban sus hallazgos por voz.
Alcanzó el final del pasillo y allí se topó con dos compuertas selladas, el símbolo de cruces rojas pintadas en sus superficies. Utilizó un filtro de su visión, y pudo vislumbrar la presencia de autómatas clínicos, una chica sentada al lado de una camilla con un cuerpo inerte. Los análisis computacionales hicieron margen de atención a aquel cuerpo. Cuando dieron como resultado la identificación de Masayoshi Budo, el Merodeador de la Noche, asintió con la cabeza y cuchicheó risitas satisfactorias.
—¡LE HE ENCONTRADO! —vociferó Kovaç, anunciándolo a sus soldados, quienes salieron de las habitaciones y fueron hasta su posición. Kovaç le propinó una patada a las compuertas. Estas resonaron horrendamente, alertando a Martina Park y haciendo que esta se bajara de la silla, se pusiera frente a la resonante puerta y alzara la pistola de plasma.
<<No tengas miedo, no tengas miedo, no tengas miedo, no tengas miedo...>> Se repetía Martina, al punto de aullar el mantra en su mente. El desespero la hacía retemblar de pies a cabeza, y evitaba que mantuviera la pistola firme en su agarre. Por poco se le zafa de los dedos, y Martina la agarró en el aire antes de que cayera. <¡No! ¡NO! ¡Dejen de temblar, carajo!>> Los labios de la muchacha retemblaron. Sus largos apéndices auriculares trepidaban con la misma intensidad. El sudor le caía por las mejillas y el cuello, perlando todo su rostro. Miró de soslayo a su padre, aún inconsciente en la camilla y siendo tratado por los robots.
—Seré valiente, papi... —murmuró, las compuertas siendo azotadas sin parar por las patadas de Kovaç. Apretó las manos sobre el puño de la pistola todas sus fuerzas. Las lágrimas saltaron de sus mejillas— ¡Seré valiente por ti!
De repente se oyeron una estampida inclemente de corrientes eléctricas venir del otro lado, y la compuerta fue derribada con una explosión de humo que cegó a Martina. La chica chilló, y disparó a trisca pellejo, sin control absoluto y recibiendo calambres en las manos. El plasma de la pistola voló hacia todos lados, penetrando las paredes y el techo. Martina retrocedió sin dejar de disparar, hasta que su espalda hubo chocado con la pared, y la pistola se sobrecalentó y dejó de disparar.
Se hizo el silencio. Martina sollozaba y se negaba a abrir los ojos. Los calambres le hacían doler las manos, al punto que la pistola se le zafó de las manos y cayó... pero no impactó con el suelo. De pronto, la hostilidad de hace unos segundos se desvaneció totalmente. Martina solo oyó las pisadas de una persona dirigirse hacia ella, seguido de corrientazos eléctricos que lamieron el suelo y las paredes.
—¡Nice fight, Girl!
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https://youtu.be/hg3MHITusVQ
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
La voz femenina, energica y carismática dejó anonadada a Martina. Abrió los ojos, y se topó con una chica de su aparente edad, de densa melena anaranjada, chaleco negro, camisa anaranjada que ocultaba un peto medieval y jeans ajustados. Sus restallantes ojos azules la miraban fijamente, y sostenía la pistola de plasma por el cañón, ofreciéndoselo de vuelta. Tras ella, el umbral con las puertas totalmente arrancadas mostraba a Kovaç y sus ciborgs tendidos en el suelo, sus cuerpos azotados por la electricidad divina de Thrud Thorsdóttir.
—Se te cayó, amiga —dijo, sonriéndole de oreja a oreja.
—¿Quién... eres tú? —murmuró Martina, los ojos ensanchados de la perplejidad.
—Sostenme esto, ¿sí? —Thrud le puso la pistola en la palma y le palmeó la mano— Sigue cuidando de Masayoshi. Yo iré a salvar al resto de tu familia.
—Espera, ¿qué?
Pero antes de poder decir algo más, Martina fue cegada por una capa de resplandor blanco que envolvió todo el cuerpo de la diosa nórdica. De una explosión lumínica desapareció de la habitación. Martina tardó varios segundos en recobrar la vista; cuando la recuperó, empezó a oír estruendos de explosiones y alaridos proviniendo del exterior. Martina salió de la sala corriendo y se detuvo frente a los ventanales.
Lo que vio afuera de la base la dejó boquiabierta.
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11
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El Agente Tahiroviç estuvo a nada de propinarle una patada a Ricardo para aplastarle la cabeza... Pero justo en ese instante fue sorprendido por la explosión de uno de los carros blindados, el cual se volvió una carcasa oxidada que saltó por los aires y cayó pesadamente al suelo, aplastando a varios de sus hombres.
Tahiroviç se agachó y desenfundó su pistola. Adoil se echó al suelo y agarró a Ricardo; ambos rodaron hasta cubrirse detrás de un coche policial. Kenia intentó interceptar a Tahiroviç con un zarpazo, pero este último le propinó una patada que la derribó. El agente bosniaco corrió lo más rápido que pudo para alejarse de las cadenas de estallidos generados por las caídas de relámpagos. Cuales misiles balísticos que latigueaban el firmamento con sus silbidos, aquellas ráfagas eléctricas azotaban todo el perímetro del anillo de seguridad, volviendo mella a todos los vehículos blindados, cortándolos por la mitad como tijera cortando papel.
Los policías y las unidades de élite Jedinica disparaban a diestra y siniestra contra el cielo, tratando en vano de darle a la centella azulada que zigzagueaba por el cielo como un cometa vivo y consciente. Aquel destello ovalado disparó cinco relámpagos consecutivos, los cuales recorrieron la tierra como cortadoras, generando cadenas de explosiones a su paso. Los policías y hasta los Jedinica se espantaron horriblemente. Por toda la llanura se oyeron gritos de "¡Superhumana!" y "¡Ciberpsicopata!"
—¡Kovaç! ¡KOVAÇ, RESPÓNDEME! —exclamaba Tahiroviç, al tiempo que, protegido detrás de un vehículo blindado, disparaba alocadamente hacia el cielo.
<<¡Tahi... roviç...!>> farfulló Kovaç.
—¡¿Qué coño es esta Superhumana?! —maldijo Tahiroviç, gastándose todas las balas. Tiró con furia la pistola.
<<¡No lo... puto... SÉ!>> Replicó Kovaç. <<¡HUYAMOS!
—¡¿Huir?! ¡¿JUSTO CUANDO TENEMOS A LOS GILS EN NUESTRAS MANOS...?! —un rayo azotó el suelo a unos metros cerca de Tahiroviç. La explosión fue tan repentina que Tahiroviç no lo pudo tanquear, y salió volando varios metros por el aire.
<<¡NO VOY A DEJAR QUE TU OBSESIÓN POR ELLOS NOS MATE A LOS DOS!>> Gritó Kovaç. Se oían pisadas apuradas al fondo de la llamada, seguido por disparos plásmicos que rafagueaban peligrosamente cerca del ciborg bosniaco. <<¡Los pillaremos! ¡Eso te lo aseguro! ¡PERO NO AHORA! ¡ORDENA LA RETIRADA!>>
Tahiroviç apretó los labios y rebuznó. Miró, espantado, como su derredor estaba siendo cercado por aquellos látigos eléctricos que no paraban de zigzaguear por toda la llanura, acortando poco a poco las salidas. Al final, con gran desdén, dio el siguiente grito mientras se subía a su coche blindado y lo arrancaba.
—¡¡¡RETIRADA!!! ¡PUTA... RETIRADA!
El motor del coche rugió. Sus ruedas se deslizaron por el suelo adoquinado, y el vehículo salió despedido apuradamente por el único sendero que quedaba, hasta perderse en el bosque. Los policías y Jedinicas supervivientes hicieron lo mismo; menos de cinco coches, de los veinte que habían venido hasta la Base de los Giles, se escabulleron por el sendero boscoso. La aeronave que transportaba a los Cibermantes también emprendió la marcha, pero antes de poder alejarse unos metros más, fue alcanzado por el azote eléctrico de un relámpago. La transmisión de auxilio robótico vibró en los oídos de Tahiroviç, este último ignorándolas con desidia e impotencia.
A lo lejos se pudo ver la gigantesca bola de fuego que produjo la caída de la aeronave rectangular.
Se hizo el silencio. Las azotainas de los rayos se detuvieron, y la falsa calma apremió a Ricardo, Adoil y Kenia. El primero ayudó al segundo a ponerse de pie, apoyando su brazo sobre sus hombros. La segunda caminó por delante de ellos, con las garras afiladas, preparada para enfrentarse contra aquella centella que justo estaba descendiendo a pocos metros de ellos. Ricardo recogió rápidamente una pistola del suelo y la apuntó a la centella azulada, igual de preparado que Kenia para enfrentarla de ser el caso.
—¡Muéstrate! —exclamó Ricardo, sus dedos apretándose contra la funda de la pistola— ¡O abriré fuego!
—¡Guau! Sí que son aguerridos ustedes. Tal y como leí en los Registros Akásicos...
La centella se desvaneció en un parpadeo, mostrando la gracienta y elegante figura de Thrud Thorsdóttir con una mano en su cintura, y las vainas de dos espadas asomando por su espalda. La calidez carismática de su aura hizo que Ricardo bajara lentamente la pistola. Kenia hizo lo propio con sus garras.
—Y para ser unos simples humanos... —dijo Thurd, mirándolos de arriba abajo a cada uno— Sin ser Superhumanos, sin ser usuarios de un Sistema de Magia como el Seishin o la Magia Arcana... —palmeó sus manos y agrandó la sonrisa. Sus mejillas se coloraron— ¡Simples humanos! ¡Ay, que admirada estoy de ustedes, de verdad!
—¿Será que puedo preguntar quién eres, oh, reina insana y salvadora de nuestros culos? —exclamó Kenia en burla y sarcasmo ácido.
Thrud bufó una risotada alardeante. Extendió los brazos hacia ambos lados, y las corrientes eléctricas empezaron a envolver su cuerpo. Del cielo cayeron varios relámpagos que impactaron el suelo tras ella, divinizando aún más su figura, borrando toda niñería de su apariencia y siendo reemplazada con el aura divina de la hija del Dios del Trueno, Thor.
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