Capítulo 4: Renacidos Sin Cobardía.
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Voivologa
Mansión Marrón
El Don Serbio, Velimir Stanimirovic, festoneaba la mirada con un gesto de indiferencia mientras leía con mirada de soslayo algunos poemas del libro de Ovidio al tiempo que tenía que soportar la presencia del hombre uniformado militar que caminaba de un lado para otro en la misma sala de estar donde, hasta hace no unos minutos, había recibido a Kenia y Gauchito.
El paramilitar parecía dar pequeños saltitos de ansías mientras caminaba de aquí para allá, dando miradas de zozobra al poco convaleciente Don Serbio. El pertrecho uniforme militar táctico que vestía, con su chaleco negro atiborrado de fundas, lo hacía ver como un comandante. Se pasó una mano por la barba afeitada y la cabeza calva; el sonido de sus roces resonó en toda la callada sala. El silencio lo mataba por dentro, así como la angustia de ver la poca importancia que Velimir Stanimirovic le estaba dedicando.
—Yo creo en la Gran Serbia, Don Velimir —se expresó el paramilitar con gran vehemencia, deteniéndose y volviéndose hacia él. Velimir cerró el libro y miró de reojo—. A pesar de derrota, tras derrota, tras derrota, en los treinta años entre 1990 y 2020, yo aún tengo fe... —apoyó las manos sobre el escritorio de Velimir— en que aún podemos instaurar el sueño de la Gran serbia, patrocinado por nuestros fundadores desde hace milenios.
Velimir apretó los labios. Asintió la cabeza en gesto de entendimiento. Acarició la superficie de tapa dura color marrón del libro.
—¿Por qué vienes a mí, Zizek? —preguntó Velimir, la mirada abajo, sintiendo las yemas de sus dedos pasar por el relieve del libro—. Luego de tantísimos años de no invitarnos a unas copas de rakia, haciendo negocios en las sombras bajo la vista de los Siprokroski, decides venir a mí. Justo ahora —lo miró a lo ojos, la mirada prejuiciosa— Sin avisar.
—Cómo si no lo hubiera dejado claro con lo que dije antes —el paramilitar Zizek sonrió sardónicamente—. El momento está a punto de llegar, Don Velimir. Una nueva guerra se avecina para esta Yugoslavia a la cual los rusos y la Reina Valquiria decidieron nombrar como "Provincias Unidas". Una tomada de pelo.
—No para ti, al menos —Velimir señaló la calva cabeza de Zizek con una mirada. Su comentario sacó risas bajas en Vitomir, de pie al lado de su hermano, y a todos los mafiosos serbios que se hallaban ululando en la sala de estar.
—Hablo en serio, Velimir —Zizek presionó varias veces su dedo contra el escritorio—. Incluso en este nuevo mundo, hemos logrado, tú y yo, recobrar el mismo poder sobre el débil Estado Serbio, como previamente teníamos. Tenemos al presidente Ratsko bailando en la palma de nuestra mano —colocó dos dedos sobre la palma de su mano izquierda, y empezó a simular un exagerado y estúpido baile con esos dedos, lo que hizo sacar una risa altanera en Zizek. Velimir, por cortesía, sonrió y carcajeó con él—. ¡Y AÚN ASÍ! —Zizek estampó las manos sobre el escritorio, acallando las risas y tensionando horriblemente la sala—. Ni en un solo momento te has parado a pensar... en la gran oportunidad que tenemos para recobrar lo que es nuestro.
Velimir guardó silencio. Respiró hondo y exhaló. Bajó la mirada, abrió el libro y pasó las páginas hasta detenerse en una en específico.
—"Sé paciente y duro" —recitó—. "Algún día, ese dolor te será útil" —cerró el libro y clavó su mirada en Zizek—. Tú y yo representamos esos polos opuestos —se puso una mano en el pecho—. Yo soy la paciencia —señaló a Zizek con la misma mano—. Tú la dureza. Y ambos cargamos con el mismo tipo de dolor.
—Un dolor que no pienso seguir tolerando —agravió Zizek, negando con la cabeza—. Hemos sido pisoteado lo suficiente como para no seguir soportándolo más. La OTAN, los Siprokroski, jodidos Kaijus... —golpeteó la mesa con un dedo— Este es nuestro momento de lanzar una contraofensiva. La Reina Valquiria esa está ocupada con asuntos más importantes que unas regiones a cientos de kilómetros de su jurisprudencia.
—Le importó lo bastante como para enviar a sus Pretorianos a un Reino Divino —indicó Velimir.
—Y gracias a los Dioses (nunca mejor dicho), ahora están totalmente restringidos.
—¿Qué te hace creer que este es nuestro gran momento, mmmm? —la voz de Velimir se acrecentó, sonando como un trueno en toda la estancia— ¿Qué te hace pensar que esta será la oportunidad donde nosotros ganaremos? La última batalla perdida fue contra los Siprokroski, y perdimos a nuestro mayor cófrade —movió los dedos de su mano derecha, haciendo rechinar sus piezas metálicas internas.
—Y ellos ahora están teniendo desvaríos a nivel geopolítico. Solo mira las protestas en Neo-Pristina con respecto a las comarcas de Ugljanin y de Zoric la Raion Kosovo, las poblaciones de ambas clamando ser serbias.
—La historia se repite de nuevo —cantó Vitomir, sonriendo y ladeando la cabeza—. Lo mismo va para las comarcas Ferida y Trovasan, ambas clamando ser Albanas. Es cuestión de tiempo de que la Raion Kosovo se quede sin territorio por tanto nacionalismo agravado.
—Y los Siprokroski no pueden controlarlo —Zizek sonrió de oreja a oreja—. No como pensaron que lo hicieron acabada la Tercera Guerra Mundial.
—¿Tienes acaso los recursos para poder enfrentarlos? —preguntó Velimir, colocando el libro sobre el escritorio— ¿Para armar esa "gran guerra"?
—Aún conservo todo el armamento y equipo militar legado por el Cartel de los Coyotl antes de su caída ante los Pretorianos —explicó Zizek, encorvándose y apoyando las manos sobre las fundas de su chaleco—. Tú, por otro lado, tienes el negocio negro del narcotráfico más grande, superando por mucho al de los Albanos. Eso, y que tenemos alienado al presidente para enzarzar y hacer renacer el nacionalismo serbio en la población.
—Existe todavía el problemón con la unión de las mafias —gruñó Velimir, frunciendo el ceño—. Si entramos en guerra contra los Siprokroski, significa una batalla sin cuartel contra las demás mafias que quieran parte del pastel. Ello también incluye a sus grupos paramilitares afianzados. Y ahí lo tienes, otra Tercera Guerra Mundial en nuestras manos. ¿Cómo piensas unirlos a todos en una "mafia balcánica"?
—Aaah, a eso te respondo fácil, Don Velimir —Zizek se inclinó hacia delante—. La Gran Subasta de Tirana.
—No —se negó Velimir al instante.
—¿Por qué no? ¡Dame una razón!
—¡Te daré tres! —Velimir fue alzando tres dedos a medida que hablaba— Número uno: habrá albanos. Número dos: habrá bosnios. ¡Y número tres: hasta los malditos rusos se molestarán en asistir!
—¡Y ese es el punto de la subasta! Allí se reunirán las cabezas de mafiosos más grandes de cada Raion para parlamentar mientras se hace compraventa de los productos más valiosos de las fortunas de las mafias. No serán solamente productos militares los que se subastaran, sino también joyerías, ciberwares, tecnologías Neo-Eslavas robados de bases militares, ¡y hasta productos exóticos que pertenecieron a la 'Ndrangheta!
Velimir se quedó pensativo, la mirada fija en un punto infinito de una pared de la sala. Vitomir se lo quedó viendo, el ceño fruncido de la expectación.
—Hablan de hasta reunir a congresistas de todas las Raions que financiaran la Gran Subasta —lo motivó Zizek—. Se hablara de una posible unión auténtica entre las Raions. Eso quiere decir que habrá presidentes. ¡Puede que hasta Fahrudin esté allí!
—¿El comemierda ese? —Velimir expulsó un suspiro exasperado— Me estás dando menos ganas de ir.
—¿Dónde quedó tu espíritu de nacionalismo, ah? —Zizek entrecerró los ojos, mirándolo con prejuicio— ¿Dónde quedó el Velimir Stanimirovic que yo conozco, que luchó contra los albanos en la Guerra de Kosovo? ¿Dónde quedó el amigo que compartía mí mismo sueño de la Gran Serbia?
Velimir levantó una mano y se la quedó viendo con una mirada melancólica. Movió los dedos, haciendo chirriar la prótesis recubierta bajo su piel y queratina. Chasqueó los labios y se encogió de hombros. Vitomir apretó los labios, la expresión de consternación en su cara. Zizek se volvió a pasar una mano por su calva cabeza y se alejó tres pasos de él.
—¿Lo pensarás?
—¡Por supuesto que lo pensaré! —exclamó Velimir, clavando sus ojos en el paramilitar— Solo... retírate. Tengo otros asuntos que zanjar por ahora.
—Prométeme que me darás una llamada con tu respuesta.
—Sí, sí, lo haré...
Zizek se dio la vuelta y se dispuso a retirarse de la sala de estar. Pero justo cuando iba a atravesar el umbral, fue sorprendido por un secuaz que entró apuradamente en la estancia y se dirigió apuradamente hacia el Don Serbio. Todas las miradas de expectación se pusieron sobre el hombre; tenía la mitad del rostro chamuscado y rasgado, los implantes cibernéticos que tenía dentro de su cara arrancados y colgando de sus mejillas. Velimir se puso rápidamente de pie.
—¡¿Qué sucede?! —gritó.
—E-estamos bajo ataque, Don Velimir —farfulló el mafioso serbio. Cayó al suelo sobre sus rodillas. Velimir lo tomó de los hombros para enderezarlo y evitar que se volviera a caer.
—¿Bajo ataque? ¿De quién? —dijo Velimir atropelladamente— ¿De los parias?
—N-no sé, c-creo que sí —sollozó el hombre, bajando la cabeza.
—¿Y mi hijo? —preguntó Vitomir— ¿Por qué no se ha reportado mi hijo de su cacería?
—Hey, ¡HEY! —Velimir agarró al hombre por el mentón y lo forzó a mirarlo a los ojos... Pero estos ya estaban cerrados. Los temblores de sus piernas se desvanecieron, y las energías abandonaron su ahora inerte cuerpo. Velimir, boquiabierto, lo soltó, y dejó que el cadáver cayera de bruces al suelo. El escabroso silencio reinó en toda la estancia; mafiosos y paramilitar por igual se quedaron viendo, con gran asombro y temor, el cuerpo del hombre que acababa de fallecer.
De repente, comenzaron a oírse disparos afuera de la Mansión Marrón. Todos los mafiosos de la estancia se hicieron a las armas. Zizek desenfundó fugazmente su pistola de su cintura.
—¡¿De dónde vienen los disparos?! —exclamó Velimir, yendo hasta su escritorio y extrayendo un revólver de un cajón.
—¡Vienen de los garajes! —indicó Vitomir, sus ojos resplandeciendo en dos esferas anaranjadas que escaneaba el alboroto generado fuera de la mansión.
—¡Alerten a todos los miembros de la casa! —Velimir verificó que todas las balas estuvieran en el barril de su revólver y emprendió la apurada marcha, seguido por su hermano, el paramilitar y el resto de mafiosos— ¡VAMOS, VAMOS!
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Base de Los Giles de la Gauchada
Martina y Masayoshi observaron como Adoil Gevani colocaba el celular del segundo sobre una plataforma rectangular, dispuesto sobre el segmento de un anaquel. El pequeño altar se iluminó de color azul celeste. El celular flotó sobre la plataforma, bañándolo con cientos de escarchas que ulularon alrededor de él. De repente, las secciones horizontales superiores se desaparecieron en torbellinos de polvo, y la pared tras el anaquel se dibujó en un detallado mapa de una localización en la Raion Serbia.
Una onda expansiva se esparció por todo el mapa cual radar de detección. Aquella onda recorrió los terrenos baldíos, parte de la ciudad de Voivologa, y la Autopista Zem. Hubieron varios minutos de espera mientras el radar analizaba cada tramo de terreno radial donde se originó la llamada de Kenia. Tuvieron que pasar casi cinco largos minutos hasta que la onda llegó a un punto de la Autopista Zem donde apareció un enorme punto blanco en mitad de la carretera. Gevani señaló aquel punto con un dedo.
—Allí —dijo—. Justo allí se produjo la llamada de Kenia.
—Es justo saliendo de Voivologa —señaló Masayoshi, cruzándose de brazos en gesto pensativo—. Debieron de haber sido interceptados justo allí —extendió un brazo y señaló el punto en el radar.
—No está tan lejos —indicó Martina, apremiante. Agarró a su padre del brazo—. ¡Ve, por favor! Ve y ayúdalos a salir de allí.
Al ver como su padre se quedaba estático, observando fijamente la pantalla holográfica de la pared sin decir algo o reaccionar con un gesto decisivo, Martina Park le agitó el brazo.
—¿Q-qué sucede? —farfulló. Agitó con más ganas su brazo— ¡Dime!
—Tengo un mal presentimiento de esto —advirtió Masayoshi luego de pasarse una mano por el mentón. Expulsó un suspiro tensionado.
—Sí. ¡El presentimiento de que mi madre y abuelo Gauchito morirán si no vas a ayudarlos!
—No, algo no me cuadra en todo esto —Masayoshi se apartó ligeramente de su hija para acercarse a la pantalla holográfica. Extendió un brazo, y apuntó con su dedo un lugar específico del centro urbano de Voivologa—. ¿Por qué la mafia serbia atacaría a Kenia y Gauchito luego de darles la gita? ¿Y encima justo en este lugar? —volvió a señalar el punto blanco.
—La mafia serbia siempre se caracterizó por tener métodos clandestinos bastante particulares —argumentó Gevani, recostando su cintura sobre la barra y masajeando su bigote—. Algunas veces luciendo contradictorias. Ya sabes como dice la frasecita del chino este. "Para confundir a tus enemigos, primero confúndete a ti".
—Y es por eso que odio con toda mi alma esa frasecita de mierda. Contradice toda lógica y razón —Masayoshi se volvió a cruzar de brazos y se quedó viendo la pantalla.
—Y porque contra todo pronostico termina resultando en victorias... —Gevani agachó la cabeza.
—Brujo. Mejor no lo pudiste haber dicho.
Su comentario levantó una humareda de pánico y nervios en Martina. Apretó los dientes y miró despectivamente a su padre. Odiaba cuando se ponía tan sobreanalítico con las cosas que, a ojos suyos, era simples y sencillas de entender. Kenia y Gauchito estaban en peligro; estaban siendo atacados por la mafia serbia, y en terrenos baldíos fuera de la Autopista Zem. ¡¿Qué tan difícil era para su padre comprender eso?!
—Los chances de que hayan descubierto sus verdaderas identidades y que me estén esperando a que vaya a rescatarlos es de un treinta de cien por ciento —concluyó Masayoshi luego de un largo minuto de silencio—. No necesariamente de que sean miembros de la Gauchada, sino que sean agentes en cubiertos, por ejemplo.
—¿Piensas que nos llamarán para extorsionarnos? —preguntó Gevani, manteniendo la calma a diferencia de Martina, quien no paraba de mirarlos a ambos con más y más alteración.
—Kenia y Gauchito son un dúo mortal —afirmó Masayoshi—. No creó que se dejen atrapar así de fácil.
—¡Pero no podemos dejarlo a la suerte tampoco! —exclamó Martina, la expresión de confusión ofendida en su rostro— Tú mismo me lo has enseñado, papi. Hay que tener siempre en mente los peores escenarios posible. ¡Y este es uno de ellos!
—Aún así, desde hace muchísimo tiempo que no hemos vuelto a tener rifirrafes con la mafia —argumentó Masayoshi, dándose la vuelta y fijando toda su atención en su hija—. No al menos desde los tiempos de la 'Ndrangheta antes de que fueran aniquilados por los Siprokroski.
—Y aún así no te preocupas por Santino y el hecho de que él lleva más tiempo incomunicado luego de internarse en su misión por buscar las cabecillas de una mafia bosniaca.
—Tú sabes cómo es Santino, piba —afirmó Gevani, apoyando los codos sobre la barra—. Cuando él hace Gauchadas, monta bardos pero de los que ni el más avispado se da cuenta. Eso y que no le gusta que le rompen las pelotas cuando hace las cosas él solo.
—Pero de él no sabemos su localización o su estado. ¡De Kenia y Gauchito sí! ¡Y ellos están en peligro! ¿Qué otra conclusión más que esa podemos sacar en claro de esta innecesaria charla?
Masayoshi le hizo un ademán de cabeza a Gevani para que fuera por su celular. El científico argentino extrajo el teléfono de la plataforma, provocando que el holograma de la pared se apagara y desvaneciera, y la parte superior del anaquel volviera a materializarse. Le dio el celular a Masayoshi. Este último volvió a marcar el teléfono de Kenia. Lo puso en altavoz y lo colocó sobre la barra, a la vista de Gevani y Martina. El teléfono no vibró; se mantuvo con el contacto de Kenia en su pantalla hasta que, de repente, la llamada fue desviada y cancelada sin que hubiera ni una sola vibración.
—O está apagado o lo más probable es que se destruyó en el altercado... —Masayoshi tomó su celular y lo guardó en el bolsillo de su jean. Apretó los labios— Cero las posibilidades de esperar a que nos llame de nuevo.
—¿A que nos llame de nue...? —Martina frunció el ceño— ¿En verdad estabas contemplando esa posibilidad?
—Mira, Martina, esta no es la primera vez que tu madre o Gauchito se ven inmiscuidos en una situación así —Masayoshi ladeó la cabeza—. Ellos han salido de peores situaciones que unos mafiosos que los persiguen por una carretera. No sirve de nada preocuparnos soberanamente por algo que ellos de plano ya conocen. —alzó un dedo—. No olvidemos que, antes de irse, investigaron profundamente la jerarquía y los efectivos de la mafia serbia en Voivologa para estar preparados para este tipo de altercados. Además de los implantes que Gevani le dio a Gauchito. Ciberwares tanto de piratería informática como de aumentaciones físicas que lo hacen el doble de peligroso que es.
—No tanto como un superhumano, eso es seguro —masculló Martina.
Masayoshi respiró hondo y exhaló. Se encogió de hombros y se pasó dos manos por el rostro crispado.
—¿Qué quieres... qué quieres que diga, Martina? —dijo.
—Más bien que hagas —refunfuñó Martina—. ¡Y lo que quiero que hagas es que vayas a rescatar a mi madre y a abuelo Gauchito de allí!
Se hizo el silencio. Gevani sintió la tensión acrecentarse en el ambiente de su laboratorio al ver como padre e hija mantenían la mirada sostenida por alargados segundos. Carraspeó, llamando la atención de ambos, y dijo lo siguiente para apaciguar las aguas turbulentas:
—Debo ponerme del lado de tu hija esta vez, Mateo. A diferencia de Santino, sabemos dónde están Kenia y Gauchito. Sabemos además en qué meollo están. Y como guinda del pastel, el celular de tu esposa quedó en la mierda.
—¿Y qué hay de los implantes de comunicación? —inquirió Masayoshi— ¿No puedes comunicarte con ellos a través de los microchips como haces conmigo cada vez que iba a una misión?
—Podría hacerlo, pero me tomaría tiempo conectarme a sus microchips —al instante de decir eso, Gevani se sentó rápidamente en su sillón y encendió su computadora portátil.
—¿Por qué? —Masayoshi, con el ceño fruncido, se acercó a la barra.
—Porque la tecnología que manejo día a día se está volviendo una putisima mierda con la aparición de más situaciones extremas como esta —profirió Gevani al tiempo que esperaba a que el computador encendiera. De la desesperación le dio un ligero golpe al lado lateral de la pantalla—. Sabes que, antes de ir a salir a cumplir una misión, primero te pedía que te quedaras aquí para poder enlazar más fácilmente la psicocomunicación con tu microchip en mi sistema, ¿no?
—Momento... —Masayoshi justo se dio cuenta del detalle.
—Exacto —Gevani suspiró—. Y por más que les insistí, Kenia y Gauchito dijeron que no hacía falta eso, que se estarían comunicando vía teléfono o que llegarían aquí en menos de lo que canta un gallo —Gevani presionó varias veces una tecla de su teclado. Se oyó un ruido digital venir de una torre de CPU que estaba debajo de su escritorio—. Me tardaré como veinte minutos en encontrar manualmente sus posiciones e interconectarme con ellos. Ahora mismo, la única tecnología que nos puede facilitar esto es el Anillo Quantumlape. E incluso si lo utilizaras —se volvió hacia Masayoshi—, solo podrás teletransportante a la estación de Quantumlape de Voivologa. Tú solo, sin el Masamovil. Hasta donde veo, el anillo no tiene esa capacidad.
—El riesgo lo vale —Martina volvió a agarrar el brazo de su padre—. Esa es otra de las enseñanzas que nos has dado como familia, papi. Responsabilidad personal. No dejarse echarse para atrás por lo tan desastroso que sea una situación, o improbable, o arriesgada. Todo se inclina a favor que vayas. Por favor... —aplastó su cara contra el hombro de Masayoshi— Ve...
Masayoshi Budo no podía explicar la corazonada que azotaba su corazón y esparcía por todo su espíritu una extraña sensación de vahído e irresolución. No era inseguridad, sino más bien una sensación de sensatez que empujaba y aplastaba su más profundo deseo de hacer lo que su hija tanto le suplicaba. Este choque de códigos, entre la mesura de no lanzarse a lo loco por esta ciega pero aguzada intuición de la situación y el ímpetu de ir a apoyar y salvar a su esposa y su figura paterna, lo mantuvieron callado y paralizado durante un minuto entero. Y a pesar de verse estático y de espaldas, dentro suyo se sentía intensamente inquieto por este remolino de pensamientos.
Se golpeó tres veces el pecho con la palma de su mano y suspiró. El ganador de aquella competencia interna se mostró ante Martina y Gevani con las siguientes palabras:
—Dame el anillo, Dr. Huevo. Iré para allá.
Martina sonrió de oreja a oreja y emitió un leve chillido de alegría. Gevani sonrió y le tendió el Anillo Quantumlape a Masayoshi. El vigilante nocturno agarró el anillo y se retiró del laboratorio mientras se lo ponía, su hija siguiendo en pos de él. Gevani concentró su vista en las espaldas de padre e hija, alejándose más y más hasta llegar a las compuertas, las cuales se abrieron de par en par.
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Voivologa
En dirección a la Mansión Marrón
En los ojos de Vector Rojas, alías Gauchito Gil, no había ni un atisbo de cobardía que Kenia pudiera avistar con una mirada rápida. No, nada de eso. En sus irises negros, Gauchito Gil quemaba determinación con una mirada penetrante y fija al volante. Tenía su máscara de domino puesta, y ahora mismo despedía un aura tal que Kenia sentía que estaba sentado al lado de una persona distinta. No ya un comediante o un falso mafioso que aterrorizaba a quienes lo merecían.
No, aquella mirada...
El ordinario hombretón del cual intercambiar pullas ya no existía en aquella mirada. Lo único que podía visualizar Kenia era aquella determinación en cumplir su misión, una igual de arraigada y competitiva como la de Masayoshi Budo. No por nada, fue él quién le enseñó sobre la responsabilidad personal. El apersonarse de las misiones u objetivos que se autoimponía a cumplir en su tiempo preestablecido. Cuando veían que ese tiempo estaba a punto de culminarse, hacían hasta lo imposible para alcanzar el final de la meta. Incluso si eso significaba arriesgar sus vidas por la causa.
Por eso, ahora más que nunca, Kenia Parker temía tanto por su vida como por la de Vector Rojas. Porque de lo que acababan de ser testigos hace unos cinco minutos... era algo de lo que nunca antes se habían enfrentado con sus enemigos del pasado. No contra Gi-Reload, el científico bastardo que le hizo lo peor a su hija. No contra Carlos Ruiz, el pinzote pandillero que los tuvo haciendo misiones inmorales durante mucho tiempo. Ni siquiera el propio Jahat Kejam, el hombre que llevó a Argentina a la total ruina.
Esto los superaba. Ella lo sabía. Gauchito lo sabía. Pero ninguno de ellos lo reconocía porque sabían que no hacía falta decírselos a la cara. Esta no era la primera vez que sus espíritus eran perturbados por una amenaza mayor, y no se dejarían ningunear por eso. El ímpetu de sus compromisos como Giles de la Gauchada los llevaba ahora mismo, en este vehículo negro de la mafia serbia, a retornar a la Mansión Marrón a darle frente a esta nueva amenaza. No importaba cuánto los superaba. Ellos lo enfrentarían sin cobardía, como muchas veces hicieron en sus vidas pasadas.
Incluso si se trataba de la violencia como su única forma de salvaguardarse entre ellos mismos de lo desconocido, lo seguían considerando como un acto humano que los hacía las personas que eran.
La radio del vehículo empezó a emitir ruido blanco. Kenia ajustó los controles hasta reorganizar las ondas radiales. Los inteligibles sonidos se convirtieron en las voces de locutores serbios que estaban narrando una noticia de último momento:
—... El Centro Distrital de Novyi Zem está sufriendo un intenso altercado —habló una voz femenina con tono digital y desigual, pareciendo más una robot que una humana—. Las familias adineradas de las mansiones del centro están siendo evacuadas, mientras que el cuerpo policial de élite Jedinica está en camino. Entre los disparos, las explosiones, y las muertes de guardaespaldas de la Mansión Marrón, se cree que se está llevando a cabo una batalla campal entre bandas mafiosas. Por lo que, una vez los Jedinica lleguen y todos los ciudadanos sean evacuados, sellaran todas las entradas y salidas del distrito.
Gauchito y Kenia intercambiaron una mirada rápida que convaleció toda la comunicación que necesitaban darse. El primero separó su brazo derecho del volante, lo movió de un lado a otro y, por último, apretó el puño; su brazo produjo rechinos metálicos, y al apretar el puño provocó que corrientes blancas restallaran a lo largo y ancho de su brazo. La segunda verificó todas las fundas de su cintura y extrajo de su cinturón sus agujas plateadas. El brillo de las luces de las farolas destelló fulgores en su superficie.
Gauchito Gil aplastó el pedal de acelerador con un pisotón. La camioneta negra rugió con todas sus fuerzas, y salió impulsado como nunca a lo largo y ancho de la Autopista Zem, propulsándose a máxima velocidad de regreso a cumplir con la misión. A sentirse completos con su responsabilidad personal.
Con el pasar de los minutos, el vehículo comenzó a arraigar al Distrito Central de Novyi Zem; a lo lejos, Gauchito y Kenia alcanzaron a observar enormes aeronaves rectangulares que surcaban coordinadamente los cielos, cercando desde arriba el lujoso barrio de mansiones y fincas Novyi Zem como si fueran helicópteros militares. Sus compuertas rectangulares se deslizaron, y del interior de las aeronaves comenzaron a descender militares con reforzados exoesqueletos negros, volando coordinadamente con sus mochilas propulsoras.
—Ya no podremos ir por la entrada principal —advirtió Gauchito Gil, observando las largas filas de convoys de élite Jedinica caer sobre los techos de varias casas y empezar sus sigilosas movilizaciones—. Habrá que aparcar aquí e ir a pie.
La camioneta negra redujo la velocidad y aparcó justo encima de una acera. No había presencia de vehículos o de peatones en la carretera. Tras ellos se hallaba un boscoso parque. Gauchito y Kenia bajaron del vehículo y atravesaron la calle hasta llegar al parapeto que los detenía de caer a las aguas negras del lago. Ambos Giles se quedaron observando como más aeronaves militares sobrevolaban hasta quedarse flotando a veinte metros por encima de las mansiones del Centro Distrital. Más militares descendieron de las aeronaves, impulsándose con sus mochilas propulsoras.
—¿Unidades especiales Jedinica...? —murmuró Kenia, aupando la funda de su arco apuntado al hombro.
—El equivalente a los Spetzsna rusos —dijo Gauchito Gil, enfundando su trabuco a la espalda y ajustándose el rebenque sobre el torso.
—¿Por qué enviar a un cuerpo militar de élite a un rifirrafe entre mafiosos? Es como si el gobierno americano enviase fuerzas especiales a una escaramuza de Al-Capone.
—La infiltración mafiosa está más metida dentro del culo del gobierno serbio que avestruz metiendo la cabeza en la tierra. Prácticamente los gobernantes de Serbia son guardaespaldas para las mafias —afirmó Gauchito, expulsando un suspiro y analizando el panorama con una mirada, su vista tornándose en un filtro celeste que remarcó los movimientos de los soldados de élite avanzar por las calles del Centro Distrital—. Algo tan serio debió pasar para traer a la Jedinica.
—¿Será...? —Kenia lo miró de reojo.
—Sí —Gauchito asintió con la cabeza y le devolvió la mirada—. Lo que sea que haya matado a Danilo Stanimirovic, ahora va a por las demás cabecillas de la mafia.
Se oyó una sirena retumbar los cielos. Los Giles giraron la cabeza, y ensancharon los ojos de la sorpresa al ver como lentamente se estaban levantando vallados holográficos de color rojo alrededor del Centro Distrital, formando una muralla protectora sobre Novyi Zem. Gauchito apretó los labios y los chasqueó.
—Démonos prisa —dijo, emprendiendo la marcha. Kenia estuvo a punto de decirle algo, pero Gauchito Gil ya se había impulsado a toda velocidad por la acera gracias a las aumentaciones físicas de las placas de hierro de sus piernas. Kenia Park suspiró, cerró los ojos y, en un abrir y cerrar de ojos, se volvió una centella que se impulsó con gran rapidez en pos de Gauchito. Ambos Giles se volvieron borrones negros camuflados en la noche que recorrían la oscuridad, atravesando toda la autopista hasta alcanzar el Barrio Distrital, adentrándose en él justo antes de que la barrera holográfica se sellara tras ellos, aislándolos del mundo exterior.
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Voivologa
Estación de Quantumlape
Una centella de luz celeste surcó fugazmente el cielo de forma vertical hasta impactar contra uno de los orificios en espiral del techo de la Estación de Quantumlape, misma la cual cayó Martina Park hace no unas horas atrás. Momentos después, de su compartimiento salió el Merodeador de la Noche en todo su esplendor.
Masayoshi Budo analizó su derredor con una fugaz mirada, su máscara digital expandiendo una onda radial con la cual analizar todo el angosto y cerrado perímetro, atiborrado de personas que caminaban de aquí para allá, entrando y saliendo de tiendas y mercados o comiendo fuera de insípidos restaurantes. Una vez su máscara le indicó la salida más cercana a un parqueadero, Masayoshi emprendió la marcha; saltó sobre una baranda y, de otro salto, se impulsó hacia la marquesina de un restaurante, donde comenzó a correr por encima de los techados para atajar camino. Algunos serbios lo miraron con sorpresa; la gran mayoría, indiferente a su presencia, estaban concentrado comiendo, charlando o viendo las acaloradas noticias de último momento.
Como una sombra que se entremezcla con la oscuridad, desapareciendo y reapareciendo a ojos de aquellos que piensan que están viendo cosas, Masayoshi Budo realizó saltos acrobáticos y fluidos deslizamientos a través de los techos, los parapetos y las marquesinas, llegando incluso a traspasar las estrechas vigas de un letrero fosforescente. Se agarró de un poste horizontal y giró varias veces en él hasta soltarse, saliendo impulsado hacia la plataforma de un alto andamio. Desde allí, el Merodeador de la Noche obtuvo impresionantes vistas distópicas del horizonte de altos edificios en espiral y rectangulares que conformaban el centro urbano de Voivologa. El firmamento ennegrecido por nubarrones que disparaban sus lloviznas sobre la ciudad alimentaba el aspecto lúgubre de la misma.
—Ok, Dr. Huevo —murmuró Masayoshi, lanzando miradas furtivas a los coches del parqueadero—. Hazme el favor de darme un transporte. El más rápido que veas aquí.
<<En seguida voy, Masa>> Afirmó la voz robótica de Gevani. Masayoshi vio aparecer una sinuosa barra de medición en su máscara digital, la cual empezaba a llenarse rápidamente. <<Por cierto, ¿viste las noticias mientras salías de ese vertedero?>>
—No. ¿Acaso se trata del novio de Ricardo? ¿El Fahrudin ese?
<<No, Masa... Es algo peor>>.
Al tiempo que veía la barra medidora llenarse, Masayoshi vio aparecer en su visor una pequeña pantalla rectangular que mostraba una transmisión en vivo de las noticias serbias de nombre VE98. Al no conocer del todo el idioma serbio, Masayoshi se valió de los subtítulos que aparecían en la parte inferior de la pantalla. Se quedó escuchando por un largo rato, hasta que la barra medidora se llenó por completo, emitiendo un pitido de advertencia.
Justo cuando ese silbido digital resonó en sus oídos, Masayoshi se quedó boquiabierto del pavor al ver que a noticia narraba un hórrido acontecimiento que todavía se estaba gestando en Novyi Zem. El miedo que la locutora del canal noticioso transmitía en su paniqueada voz, así como las imágenes que mostraban de carreteras atiborradas de vehículos policiales ardiendo en llamas, le dio las vibras necesarias para entender que esta situación no era la misma que con la superhumana rusa de Khamosvk.
—¿Has podido contactar con Kenia y Gauchito? —farfulló, al tiempo que daba un salto hacia delante, daba volteretas en el aire y aterrizaba de cuclillas en el suelo tras caer veinte metros de altura. Se impulsó velozmente a través del laberinto de coches, en busca del vehículo que el radar de Gevani le indicó.
<<Sigo teniendo tremendo boquete en la intercomunicación con sus microchips>> Dijo Adoil, los nervios saliendo de a poco en el timbre de su voz. <<No obstante, he podido rastrar los vestigios de sus ondas radiales luego de que la llamada de Kenia se perdiera>>.
—Y esas ondas te indican camino de regreso hacia la residencia de la mafia serbia, ¿verdad? —hipotetizó Masayoshi, al tiempo que se disponía frente al automóvil marcado: un Porsche modelo GT3 RS. Retrocedió dos pasos, dejando que Gevani hiciera su trabajo de ciberhackeo para burlar los sistemas de defensa y hacer encender el coche. El Merodeador de la Noche abrió la puerta y se metió en el asiento de piloto.
<<... Sí, así es, Masa>>.
Masayoshi cerró con fuerza la puerta y verificó que todo el panel de control del vehículo estuviera en su debido orden. Antes de arrancar el coche, se quedó paralizado unos instantes, las manos sobre el volante mientras que el corazón le palpitaba con intensidad. Se miró fijamente los ojos en el espejo retrovisor; incluso después de que Adoil le quitará la pantalla del canal noticioso, aún podía ver las hórridas imágenes de las carreteras llenas de carcasas de vehículos. Eso le trajo una nueva intensidad de pulsos de corazón, y le hizo pensar en qué clase de locura se estaba metiendo no solo Kenia y Gauchito, sino el grupo en un todo.
Gevani, sintiendo el entrechocar de su corazón y los nervios treparle por los tuétanos, pregunto:
<<¿Sucede algo, Masa?>>
El vigilante nocturno estuvo a punto de decir algo, pero acalló con un suspiro. Se encogió de hombros, aplastó el pedal de arranque con un pisotón y movió ágilmente el volante en un semicírculo. El coche derrapó magistralmente en el suelo, chirriando las ruedas en el pavimento y dejando marcas negras visibles. Salió de entre los dos vehículos que lo aprisionaban, y salió despedido a toda velocidad por el sendero principal que lo llevaba a la salida.
—Márcame el camino más pronto a ese barrio de ricachones —justo en ese instante el coche salió del parqueadero, partiendo por la mitad la talanquera. Los peatones serbios a su alrededor retrocedieron y dejaron salir grititos del susto—¡No importa si tengo que atravesar anillos de protección policiales con este vehículo de mierda!
Hubo un breve silencio por parte de Gevani, hasta que este dijo:
<<En seguida voy>>.
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Novyi Zem
Teniendo vistas panorámicas desde lo alto de las canaletas de un techo, Kenia Park y Gauchito Gil no daban crédito al incontrolable caos de fuego, ráfagas de metralla y explosiones que desmoronaba lentamente el Centro Distrital de Novyi Zem.
Torrentes de disparos salvajes se oían descargarse en incesantes avalanchas de plomo de aquí para allá, atiborrando las calles y callejones lujosos del barrio de ricachones con cartuchos de balas que formaban irregulares lagos de casquetes. Explosiones se producían en la lejanía, algunos tan vastos que se alzaban varios metros de altura por encima de las mansiones y torres más grandes del barrio, causando más pánico en la población e inclusive en los cuerpos policiales que trataban de hallar y eliminar la amenaza. La densidad de los humos generados por estas marañas de explosiones incesantes imposibilitaba la visibilidad clara a Kenia y Gauchito; incluso con la aguda visión de la primera, y los filtros oculares del segundo, lo único que eran capaces de captar eran las sombras de los policías y los soldados élite de los Jedinica... siendo diezmados en un abrir y cerrar de ojos por el mismo individuo que había asesinado como si nada a Danilo Stanimirovic.
Gauchito permaneció en silencio, la furtiva mirada buscando con desespero la Mansión Marrón. Una inmensa explosión se generó cerca de sus posiciones. Ambos Giles agacharon las cabezas y cerraron los ojos, recibiendo de lleno la marea de vientos y la onda expansiva que causó aquel estallido. Alzaron de nuevo las cabezas, y quedaron con expresiones de espanto y sorpresa en sus rostros al ver la carcasa de un tanque ligero en medio de una avenida, su metal envuelto en llamas y con cuerpos de militares Jedinica caídos alrededor de él.
—Es la primera vez que veo tantos cuerpos de militares de élite anti-superhumanos... —farfulló Kenia, la mirada cohibida al ver los cadáveres formando irregulares hileras en las carreteras, sus exotrajes destruidos con abismales surcos de espadazos y perforaciones profundas. Se volvió hacia Gauchito, este último aún oteando las caóticas y panorámicas vistas con su mirada de ojos anaranjados— ¡¿Aún estás dispuestos a hacer esto?! ¡¿Quitarle el dinero a un Superhumano así de poderoso?!
—Hemos llegado así de lejos como para echarnos para atrás, Kenia —Gauchito alzó un puño cerrado, la mirada aun desviándose de aquí para allá en búsqueda de la Mansión Roja.
—¡Aún podemos dar marcha atrás! —insistió Kenia, haciendo ademán de ponerse de pie— No es tarde para retractarse, Rojas. ¡Tampoco para sentirse culpable por regresar a la base con las manos vacía! Entiendo tu deber, admiro tu coraje —agitó un brazo— ¡Pero fue por ese mismo coraje que te llevó a la muerte!
De repente, Gauchito se reincorporó y se colocó frente a ella, robándole espacio y haciendo que retroceda. Kenia Park se vio sorprendida por el repentino levantamiento de Gauchito, y la férrea mirada determinada con la cual penetraba sus ojos celestes. Se sintió levemente empequeñecida por su erguimiento.
—Diez millones de rublos, Kenia —afirmó Gauchito. Alzó un puño—. ¡Diez... jodidos... millones! Los que se nos escaparon de las manos. Con eso habríamos apaciguado la angustia de Ricardo, los nervios de Masayoshi y la confusión de tu hija por no saber lo que sucede con su familia. Para la Mafia, diez millones no son nada. Para nosotros, es nuestra llave para la libertad.
—¡Pero puede haber otras llaves! No puedes limitarte a ver solo una perspectiva del asunto.
—¿Y qué si no hay otras llaves más allá de esta, ah? —Gauchito apretó los labios— ¿Qué tal si nuestra única salvación sean el dinero de la mafia?
—No pongas en duda la inteligencia de mi marido para salir de estas situaciones —el semblante de Kenia se ennegreció de la severidad—. ¿O deseas que tu muerte sea en vano si el grupo halla otra forma de salir de Bosnia que no sea con este sucio dinero?
Una intensa palpitación tensó el corazón de Gauchito como la estocada de una lanza. Estuvo a punto de responderle con la misma severidad que ella, pero justo se oyó el estruendo de un estallido sónico en el cielo, y seguido de ello una sulfurante explosión. Ambos levantaron la cabeza, y la sorpresa pavorosa se dibujaron en sus semblantes al descubrir una de las aeronaves de los Jedinica sufrir un impacto de una fuerza invisible que destruyó sus motores de plasma. La aeronave rectangular y blindada empezó a dar intensos giros en el aire, cayendo poco a poco hacia el techo de la mansión donde se encontraban.
Gauchito y Kenia se impulsaron velozmente hacia lados opuestos, alejándose del techo justo antes de que la aeronave colisionara y destruyera toda la base superior de la mansión, generando una lluvia de escombros en sus jardines traseros y frontales y una serie de explosiones que empezaron a consumir el edificio.
Ambos giles impactaron de espalda contra las fachadas de los palacetes que se encontraban a cada lado de la mansión donde habían estado. Cayeron y rodaron por el suelo hasta detenerse en mitad de la carretera. Kenia Park oyó disparos en su lado de la avenida; levantó la mirada, y ensanchó los ojos del pavor inmenso al ver a un pelotón de diez soldados de la Jevinica disparar incesantemente sus rifles psiónicos (mismos los cuales uno de los mafiosos usó contra ella durante la persecución) contra un objetivo oculto a la vista de Kenia por la fachada de una mansión...
Y, al instante siguiente de parpadear, ver las cabezas de esos diez soldados anti-superhumanos separarse de sus cuerpos y volar por los aires como balones. Kenia sintió la punzada de pavor agigantarse en su corazón, sobre todo al ver, al otro lado de la hilera de cadáveres decapitados, la sombra del dichoso superhumano que estaba causando este caos. No la pensó dos veces, y Kenia Park se impulsó hacia un callejón, ocultándose detrás de este antes de que el oscuro superhumano la localizara con la vista justo cuando este volteó la cabeza.
La angustia inicial que asediaba su corazón cual ariete derribó las murallas de su templanza. El pavor de Kenia le erizó el vello, y su corazón palpitó con tal fuerza que se llevó una mano al pecho y jadeó con un ardor como nunca antes había sentido en años. Asomó ligeramente la vista más allá de la pared, y una punzada de miedo la atenazó al ver la errática y caótica sombra asesina dirigirse lentamente hacia su localización, su cuerpo emanando un aura negra destructora que convertía la atmosfera a su alrededor en una aplanadora agobiante.
Mientras tanto, en la carretera donde cayó Gauchito Gil, este último comenzó a reincorporarse a analizar con una rápida mirada su derredor. Descubrió la presencia de mafiosos que estaban huyendo despavoridamente de un edificio que estaba cayéndose sobre sí mismo. La baraúnda ensordecedora que generó la destrucción del edificio fue tal que todos los mafiosos perdieron sentido del equilibrio, y cayeron al suelo al tiempo que eran cubiertos por una ola de polvo que se avecinó hacia Gauchito. Este último se acuclilló y se impulsó hacia arriba con todas sus fuerzas, impidiendo que las marañas del polvo lo atrapasen y consumieran. Se elevó lo suficiente como para alcanzar el borde del techo; se agarró con una mano, y después hizo esfuerzo para sostenerse con la otra y, así, subir a la superficie.
Una vez en la cima, Gauchito Gil trotó hasta llegar al otro extremo del techo y buscar cobertura detrás de un parapeto de hierro. Desde esa altura de veinte metros de alto, Gauchito obtuvo nuevas perspectivas panorámicas de Novyi Zem. Con su mirada anaranjada buscó lo más apuradamente posible la fachada de la Mansión Marrón, donde tenía la seguridad y fe ciega de que no solo encontraría allí los maletines con el dinero, sino también otras riquezas con las cuales aportar más a las ganancias originales.
Luego de una acelerada búsqueda de estar virando los ojos de aquí para allá, los detectores oculares de Gauchito le indicaron finalmente la ubicación de la Mansión Marrón. Más allá de una gruesa torre de humo, generada por una cantidad ingente de carcasas de tanques ligeros regados por toda la plaza adoquinada, Gauchito Gil alcanzó a divisar la característica fachada neoclásica del dichoso palacio, sorprendentemente aún conservado a pesar de toda la destrucción gestada a su alrededor.
Gauchito Gil tragó saliva, y a su mente vinieron las palabras que Kenia le dijo sobre arriesgar en vano su vida por esto. El hombretón se mordió el labio inferior, cerró los ojos y respiró hondo, inspirando de paso el tóxico humo de las explosiones de los vehículos de combate. Pensó en Kenia, en Masayoshi, en Gevani y Ricardo, en Santino Flores, en la pequeña Martina... y, de repente, en su propia muerte. Esta última memoria fue furtiva y fugaz, pero lo bastante intensa como para hacerle gruñir de la molestia y agitar la cabeza.
<<No pienso morir siendo tachado como la peor lasca imaginable>> Se dijo mentalmente, para después dar un paso hacia delante y caer del edificio.
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
A las afueras de Novyi Zem
El vehículo Porsche conducido por el Merodeador de la Noche derrapó ágilmente por el terreno baldío, describiendo un semicírculo y deteniéndose justo detrás de una loma, la cual lo ocultó de los droides militares con formas circulares y de alas de gran envergadura que justo sobrevolaron por encima de aquel montículo de piedra. Masayoshi Budo se bajó del carro y, agazapado, se movió detrás de él con tal de permanecer oculto, igual que el Porsche detrás de la loma, de la vista de los convoys policiales que habían formado barricadas de luces de neón justo en frente de los altos muros de plasma celeste que separaban al denso público conglomerado del Centro Distrital.
—La puta madre, ya han levantado la Barricada Electromagnética —masculló Masayoshi. Se trasladó al otro extremo del vehiculo y asomó la mirada, avistando como aquella muralla holográfica se extendía más allá de su vista—. Dr. Huevo, ¿puedes hallar algún hueco o resquicio por el que pueda colarme?
<<¿E interrumpir el proceso de psicocomunicación que trato de hacer con Kenia y Gauchito?>> Lo reprochó Gevani tras un chasquido de labios.
—¡¿Cuánto te falta para eso?! —maldijo Masayoshi. Ensanchó los ojos al escuchar el zumbido de los droides voladores volar cerca de su posición. Rápidamente se ocultó debajo del vehículo. Una vez vio las raudas sombras de los droides pasar de largo, emergió de nuevo.
<<En un par de minutos ya estaré conectándome a los microchips de ellos>> Se oyó un suspiro exasperado venir de Gevani. <<Supongo que quieres que me encargue de esto mientras tu buscas la manera de entrar, ¿cierto?>>
—¡Brujo! Como me lees la mente —Masayoshi irguió la espalda y empezó a hacer estiramientos de piernas y brazos, haciéndose tronar las rodillas, los codos y los hombros. Una vez sintió que todas las tensiones de su cuerpo eran liberadas y volvía a tener flexibilidad, el Merodeador de la Noche se acuclilló e inclinó las piernas, empezando a agarrar impulso cual corredor a punto de empezar una carrera— Encárgate de sonsacar sentido a esos dos para que vuelvan a la base, con o sin dinero. Yo los ayudaré a salir de aquí.
<<Así haré, Masa>> Afirmó Gevani.
<<Por favor, papi, ten cuidado>>.
Masayoshi se llevó un respingo de la sorpresa al escuchar la voz de su hija, tanto que se reincorporó.
—¡¿Martina?! —farfulló— ¡¿Acaso ella me está viendo ahora mismo?!
<<Insistió en quedarse a ver para, según ella, "aprender a ser una Gil">> Gevani cuchicheó risitas inocentes. <<A veces me sorprende las coloridas excusas que saca tu niña>>.
El vigilante nocturno se encogió de hombros.
—Supongo que no puedo hacer que cambies de opinión, ¿verdad?
<<¡Para nada!>> Exclamó Martina. <<Te estaré viendo en todo momento, papi. ¡Muéstrame como eres siendo el Merodeador de la Noche!>>
—Muy bien...—Masayoshi volvió acuclillarse, adoptando nuevamente la pose de corredor. Apretó las nalgas y aplastó el pie contra el suelo con todas sus fuerzas, generando pequeñas grietas en la tierra—. ¡Tú lo pediste!
Y cual hoja de papel siendo impulsado por vientos tormentosos, Masayoshi Budo salió impulsado a toda velocidad a través del terreno baldío, marcando una distancia de sesenta y cinco metros con respecto a su vehículo en menos de diez segundos. Como el borrón de un raudo animal que va de madriguera en madriguera huyendo de la vista de un ave de presa, el Merodeador de la Noche se camufló con la oscuridad del yermo, logrando volverse uno solo con la noche. Una vez alcanzó los sensores de movimiento que estaban dispuestos en las esquinas invisibles de la Barricada Electromagnética, Masayoshi empleó la tecnología de camuflaje, con lo que se volvió totalmente invisible para los radares de los ocultos sensores de aquel muro holográfico.
La rapaz sombra del Merodeador de la Noche siguió impulsándose a lo largo y ancho de la extensión de la Barricada Electromagnética, buscando algún vector de la misma donde el campo de fuerza sea ligeramente menos intenso en proporción al resto de aquella expansión. A lo lejos alcanzó a ver, a través del filtro del radar de su máscara, una zona baja de la barricada con menor intensidad electromagnética a unos veinte metros de su posición. Al siguiente impulso, Masayoshi empezó a dar varias volteretas hacia adelante, reduciendo poco a poco la velocidad con cada salto hasta que, a la décima voltereta, el vigilante nocturno aterrizó de pie justo en la zona de baja intensidad de la muralla holográfica.
—Muy bien... —murmuró para sí, las fundas de su espalda desplegándose hacia arriba, enseñando los mangos de sus dos bastones negros. Se llevó ambas manos a la espalda, y las desenfundó al mismo tiempo— Ahora, con sumo cuidadín...
Masayoshi juntó ambos bastones de metro de largo, y estos se adhirieron entre sí por medio de alforzas que se unieron unas con otras hasta que las últimas de estas se superpusieron. Corrientazos eléctricos recorrieron los bastones y el símbolo con forma de águila de su pecho brilló con la misma intensidad que los bastones. El Merodeador empuñó sus armas fusionadas cual alabarda y, apuntando con precisión, lanzó una veloz estocada contra la superficie holográfica de la muralla.
En vez de que una explosión eléctrica le estallara en el rostro, la superficie tangible de la Barricada Electromagnética empezó a plegarse sobre sí misma cual hule de un trampolín. Masayoshi fue hundiendo más y más los bastones con movimientos lentos, previendo no hacer un movimiento brusco que provocara la reacción explosiva que temía. Aún así, chispas salían del espacio hundido de la barricada, y a medida que iba metiendo más los brazos, Masayoshi sentía dolorosos cosquilleos de aquellos corrientazos tocarle los brazos.
Y tras varios segundos de intenso embate contra el dolor de los corrientazos y de empujar con lentitud, Masayoshi logró que un umbral rectangular se abriera en la barricada emitiendo un estruendo eléctrico ensordecedor. El vigilante retrajo rápidamente los brazos y separó sus bastones. Extendió los brazos hacia los lados, verificando que tuviera aún movilidad en ellos. Sonrió al no sentir tensiones en ellos.
<<¡Guau, papi! No sabía que podías hacer eso con tus bastones>> Exclamó Martina.
—Estas nuevas tecnologías no dejan de sorprender —Masayoshi enfundó sus bastones a la espalda y traspasó el umbral. Se dio la vuelta, y observó como los bordes del umbral creado empezaban a cerrarse lentamente. Frunció el ceño, volvió a desenfundar sus bastones y esta vez los clavó en el suelo, haciendo que entren en contacto con los bordes del umbral y detuvieran la regeneración electromagnética de la barricada—. Listo, Dr. Huevo. Ya estoy dentro. ¿Has localizado a Kenia y Gauchito?
<<Aún no tengo sus posiciones exactas, pero el radar de sus microchips indica que están aquí en Novyi Zem>> Indicó Gevani. <<Estoy a punto de hacer contacto con ellos>>.
—Tú hazlo. Yo verificaré lo que sucede aquí —Masayoshi oteó el horizonte urbano de mansiones en llamas y las torres de humo levantándose hasta perderse en el cielo nocturno. Sintió una onda de nervios correrle por el cuerpo y erizarle la piel.
<<Qué clase de quilombo está volviendo chota este lugar...>> Pensó, para después tragar saliva, adoptar la pose de corredor y salir impulsado a gran velocidad hacia el interior urbano del Centro Distrital.
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|◁ II ▷|
Los militantes de la mafia serbia trotaban de aquí para allá entre alaridos de dolor y gritos de dar órdenes, estos últimos en un vano intento por reorganizar a sus hombres con tal de buscar a los Stanimirovic y sacarlos vivos de aquel infierno. Algunos exclamaban del miedo que no iban a salir vivos de allí; otros comentaban que el invasor que ocasionó todo esto seguía hallándose en la Mansión Marrón, recolectando todas las riquezas de la misma para llevárselas lejos. En aquel inteligible bullicio se oyeron a hombres (luciendo uniformes militares parecidos al de Zizek) exclamar que no debían irse del lugar hasta evitar que aquel desconocido atacante se llevará todas las riquezas, aún ocultas dentro de la Mansión Marrón.
Uno de los paramilitares fue comandado para que trajera armas anti-superhumanas de un vehículo de combate que se hallaba fuera de la terraza. El paramilitar trotó hasta la salida de la terraza, y fue interceptado por el cañón del trabuco de Gauchito Gil, quien emergió de detrás de la pared y mató de un tiro al paramilitar; su cabeza explotó en un gran manchón de sangre que tintó el suelo de guijarro.
Mafiosos y paramilitares se alertaron al oír el estruendo. A cámara lenta desenfundaron pistolas y subfusiles de sus cinturas y espalda. Apuntaron contra el invasor. Gauchito Gil usó su otra mano para desenvainar y arrojar sus últimos abrojos de cinco puntas contra sus enemigos. Las granadas cayeron justo a los pies de los mafiosos, y las explosiones eléctricas que vinieron después paralizaron y dejaron noqueados a varios de aquellos serbios, neutralizando a aquellos que tenían piezas cibernéticas. El hombretón disparó una incesante ráfaga de plasmas de su trabuco, inmovilizando a varios mafiosos y obligando a los paramilitares a esconderse detrás de vehículos.
Vio de reojo a dos de los paramilitares hacer un rodeo hacia la otra barricada de vehículos y en seguida asomarse por encima de ellos, apuntándolo con sus pistolas. Gauchito desenfundó rápidamente dos dagas y las arrojó contra ellos. La precisión de su lanzamiento fue casi perfecta; los cuchillos se clavaron justo debajo del cuello de los paramilitares. Estos dispararon ráfagas descontroladas que obligaron a sus compañeros a seguir a cubierto, hasta que al final cayeron al suelo, moribundos.
Sintió ráfagas de plomo rozarle el cuerpo, lo que lo obligaron a actuar con más rapidez; se impulsó velozmente hacia uno de los coches donde los mafiosos serbios le disparaban. De un brutal choque de hombro empujó el automóvil, volcándolo sobre sí mismo y haciendo que aplastara a los mafiosos. AL instante se impulsó hacia un coche, usándolo como escudo para cubrirse de los disparos de los paramilitares, los últimos que quedaban en su camino hacia la Mansión Marrón.
Desenfundó su rebenque de su torso y lo unió a su facón a través de un gancho en el extremo de látigo. El cuchillo emitió un chirrido al unirse con el látigo. Las piezas cibernéticas del rebenque brillaron cuando Gauchito empezó a agitarlo en círculos. Cuando los disparos de sus enemigos cesaron, el hombretón salió de su escondite, zarandeando el látigo en amplios círculos cual vaquero. De un grito belicoso expulsó un latigazo contra el vehículo donde se ocultaban los paramilitares; las piezas punzantes de la soga se encresparon, volviéndose hojas filosas también. De un sonoro latigazo, Gauchito Gil partió el dos la parte superior del vehículo, sorprendiendo a los paramilitares y obligándolos a retroceder, revelando sus posiciones.
Gauchito arrojó nuevos latigazos contra los paramilitares, empleando esta vez todas sus fuerzas para aniquilarlos. El filo del facón surcó el aire hasta alcanzar la cintura de uno de sus enemigos, cortándole la cintura y partiendo al hombre por la mitad. El segundo, tercero y cuarto paramilitar recibieron el sablazo del látigo, lo que les cercenó los brazos o las piernas. Los tres últimos paramilitares cayeron al suelo, gritando agónicamente, pero aún así no desistiendo del combate. Extendieron sus brazos, empuñaron sus pistolas y apuntaron contra el invasor. Pero antes de apretar el gatillo, Gauchito los mató uno a uno con fugaces disparos de su trabuco, haciéndoles explotar la cabeza con cada gatillazo.
El silencio comenzó a apoderarse de la terraza atiborrada de cadáveres y vehículos heridos con perforaciones de balas. Gauchito Gil se encogió de hombros, dejando escapar un suspiro de tensión. Se tranquilizó. Desplegó el facón del látigo, y ambas armas las enfundó en su lugar. Dedicó una mirada analítica a la fachada de la Mansión Marrón. Sintió un escalofrío al ver como el palacete no había sufrido ningún daño en sus balcones o peristilos. El ruido lejano de los disparos de rifles y estallidos de tanques incrementó ese nerviosismo, pero Gauchito lo reprimió con otro rudo suspiro.
Dio un paso adelante, y con ello emprendió la marcha hacia la escalinata. Pero antes de poner un pie sobre un peldaño, fue detenido al sentir la presencia de alguien en su espalda. Rápidamente se dio la vuelta desenfundando su facón, solo para toparse con Kenia Park detrás de él, la expresión de congojo y terrores dibujados en su semblante. Gauchito se quedó sin aliento al verla con los ojos ensanchados y los labios entreabiertos, liberando jadeos.
—¿Kenia? —farfulló él, preocupado— ¿Qué sucede?
—Hay que irnos, Rojas. Ahora mismo —masculló Kenia en zozobra, los jadeos intensificándose más.
—¡Pero la Mansión Marrón está frente a nosotros! —señaló la mansión con un brazo— Además de que oí a los mafiosos decir que las riquezas están acumuladas allí dentro porque el invasor las está recolectando. ¡No podemos parar ahora!
—¡Ese invasor es supremamente peligroso, Rojas! —Kenia agarró a Gauchito de la muñeca y jaló su brazo, haciendo que él retrocediera un paso— Por favor, ¡ven!
—¿Tan peligroso que hasta incluso la Hija de la Muerte le teme? —a pesar de que los nervios volvían a azotarlo, Gauchito reprimió y ocultó esos temores con una sonrisa burlesca— Entonces hagámoslo rápido, Kenia. Afanémosle toda la guita antes de que vuelva.
—¡La puta que te re-pario, Gauchito, HAZME CASO!
Kenia volvió a jalarlo del brazo y Gauchito retrocedió otro par de pasos. Esta vez, el Gil hombretón frunció el ceño de la extrema preocupación. Era la primera vez, desde que llegaron a este nuevo mundo, que veía a Kenia Park así de asustada. La última vez que la vio con esa expresión de terror absoluto, casi que al borde de las lágrimas, fue cuando él estaba recibiendo una paliza de muerte a manos de Dante Gebel. Tuvo un pesar en el pecho que le hizo sentirse culpable. El orgullo y el determinismo que tanto lo habían dominado hasta ese entonces se desaparecieron con un chasquido, y Gauchito Gil sintió un desequilibrio en su mente que le hizo bajar la mirada.
Se oyó de repente una explosión venir de arriba. Gauchito y Kenia agacharon las cabezas y rápidamente buscaron cobertura detrás de un vehículo. Descubrieron que las ventanas del piso superior de la mansión habían estallado, y ahora las llamas consumían el interior del palacete neoclásico.
—¿Y ahora qué? —gruñó Gauchito.
—¡¡¡NOOOOOOO!!!
Gauchito y Kenia se dieron rápidamente la vuelta; el primero apuntó con su trabuco, y la segunda tensó su arco. La sorpresa se dibujó en sus rostros al descubrir a Velimir Stanimirovic con la expresión de horror en su barbudo rostro pálido lleno de circuitos, y de pie junto a su hermano Vitomir y a un paramilitar más allá de la terraza de la mansión. Vitomir tomó a su hermano del brazo, mientras que el paramilitar se subía al vehículo blindado.
—¡Ya es demasiado tarde, hermano! —maldijo Vitomir, las lágrimas cayéndole por las mejillas, la expresión de odio dibujada en su cara— No podemos hacer nada contra ellos. ¡No quiero que tú también mueras! ¡Vámonos!
—¡Malditos hijos de puta! ¡Lo pagaran! —antes de que Velimir entrara en el vehículo, descargó una incesante ráfaga de plomo contra Kenia y Gauchito, obligándolos a ambos a eludirlas impulsándose en distintas direcciones— ¡LO PUTO PAGARAN!
Los Stanimirovic se introdujeron en el automóvil militar, y este último rugió sus motores. Al instante salió disparado a toda velocidad por la carretera, desapareciendo de la vista de los dos Giles. Estos últimos se reincorporaron, se acercaron y se miraron con expresiones extrañadas. El escabroso silencio bélico volvió a reinar en la terraza.
—¿Qué carajos fue eso? —preguntó Gauchito.
—¿Cómo que "qué fue eso", Gauchito? —refunfuñó Kenia— Los Stanimirovic acaban de fugarse, ¡y nosotros igual debemos de hacerlo!
—No, no, no eso. Me refiero a que... Nos hablaron como si todo esto lo hubiéramos causado nosotros.
—¿Y eso que importa ahora? —Kenia lo volvió a agarrar de la mano— ¡VA-MO-NOS YA!
De repente, ambos escucharon estática dentro de sus cabezas. Debido al shock que estaban pasando, se confundieron con el ruido en un inicio. No obstante, al cabo de unos segundos asociaron aquel ruido como una intercepción de psicocomunicación por parte de Adoil Gevani. Al instante, tanto Kenia como Gauchito aceptaron la llamada de Gevani, y este les habló primero:
<<¡¿Kenia?! ¡¿Gauchito?! ¡¿DÓNDE ESTÁN?!>>
—¡Estamos en Novyi Zem, Gevani! —replicó Kenia, separándose de Gauchito y volteándose.
<<¡¿POR QUÉ MIERDA SE ENCUENTRAN ALLÁ?!>> maldijo Adoil.
—¡Para recobrar la guita que la mafia nos quitó en una emboscada! Pero ahora ya estamos viendo que no vale la pena arriesgar la vida. ¡Este lugar está cayéndose a pedazos!
<<¡¡¡NO ME PUTO DIGAS!!!>> El grito de Gevani fue tan estridente que Kenia entrecerró los ojos y alejó la cabeza como si la alejara de un teléfono. <<Adivino. Fue Gauchito la que te arrastró a esto, ¿verdad?>>
—Brujo —respondió Kenia con algo de sarcasmo. Le impresionó ver que aún tenía sentido del humor incluso en esta situación tan crítica.
<<Gran sorpresa. Muy bien, escuchen. Masa ha llegado allí para recoger sus traseros y traerlos a la base. Se dirige hacia ustedes mientras les hablo>>.
—¡¿Mi marido está aquí?! ¡¿Cómo llegó tan rápido?!
<<¡Te daré la bendita catedra cuando estés aquí, Kenia!>> De repente hubo unos segundos de silencio, y cuando Gevani habló de nuevo, lo hizo con un tono más bajo y nasal, la preocupación resonando con cada articulación de palabra. <<Reúnanse con Masayoshi. Yo los guiaré. Y por favor, por nada del mundo... vayan a darse un encontronazo con el superhumano que está causando este estrago>>.
A la mente de Kenia vino la imagen de aquel superhumano, rodeado en torbellinos de sombras y con surcos blancos por ojos. Aquella imagen y la sensación que le produjo en el cuerpo jamás la olvidaría por los siguientes meses. Momentos después oyó el chasquido de la psicocomunicación de Gevani chistar en su cabeza, indicando que la llamada había culminado. Kenia se encogió de hombros y suspiró.
—Ya lo oíste, Rojas —dijo, y se dio la vuelta—. Vamos a reunirnos con...
Un corrientazo de escalofríos le azotó el cuerpo, poniéndole la piel de gallina y rasgando todo su sentido del deber. En seguida se dio cuenta de lo estúpida que fue el haber guardado la guardia durante la llamada.
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|◁ II ▷|
En ni un solo instante, Gauchito Gil despegó la mirada catatónica del individuo en ropas negras que había salido del umbral de la entrada principal a la Mansión Marrón. Al resonar de sus pisadas, trajo consigo una abadía de atmosfera aplastante que hizo que tanto Gauchito como Kenia quedaran paralizados ante la mera presencia de aquel dichoso superhumano. La arquera apretó los dientes, el corazón bombeándole con tanta impotencia que no daba crédito al miedo tan atenazador que la maniataba quedarse estática, al igual que Gauchito. Este temor, esta paralización... era completamente nuevo para ellos.
El superhumano de ropas negras se detuvo justo al borde de la escalinata. La gruesa gabardina de cuero negro lo aparentaba ser más alto, cuando en realidad medía solo metro con sesenta y cuatro; pero aún siendo pequeño, el aura negra que exudaba a su alrededor despedía unas vibras asesinas que superaban y aplastaban con gran vehemencia los paupérrimos los que otrora eran los instintos asesinos de Kenia Parker. Tenía las manos ocultas dentro de sus bolsillos, y la mitad del rostro cubierto por un cubrebocas con el símbolo de una calavera. Los vientos del oeste soplaron en dirección suya, zarandeando su erizado cabello negro y su gabardina, revelando sus pantalones negros y sus botas.
Gauchito y Kenia no pudieron ni siquiera intercambiar una fugaz mirada; los penetrantes ojos negros del superhumano estaban tan clavados en ellos dos que se veían incapaces de mover un centímetro de sus cuerpos por el miedo de pensar que los mataría antes de que ellos se den cuenta. Los siguientes segundos de silencio fueron un martirio para ambos Giles. De repente, el Superhumano movió los ojos para ver su derredor. Los Giles reprimieron un jadeo de sorpresa. Incluso con solo mover los ojos, Kenia y Gauchito estuvieron alerta de que no hiciera ningún movimiento brusco.
—Nuk po shihet se jeni pjesë e mafiesserbe, as paramilitarë —habló el superhumano, la voz juvenil y crispada, su lengua al principio inteligible para ellos. Terminó por analizar todos los cuerpos de mafiosos y paramilitares y clavó la mirada en los Giles—. Ata janë tërinj këtu. I pa ftuar... —dio un paso adelante. El rezongar de su bota contra el peldaño hizo que Kenia y Gauchito dieran un pequeño respingo. De repente, habló en un tosco, pero acentuado serbio.
No hubo respuesta de parte de los Giles. Lo único que pudieron lograr producir fueron ilegibles gemidos de paralización, seguido de respiraciones forzosas como un cazador aterrado que se hubiese topado con un tigre dientes de sable. El superhumano encapuchado bajo otro escalón, pero a partir de allí dejó de moverse. Oteó nuevamente el ambiente con una mirada de ojos rasgados.
—¿Son acaso mercenarios? ¿Contratados por los Stanimirovic? —preguntó, las manos aún metidas en el bolsillo. Kenia sabía muy bien que significaba eso: ellos dos no representaban una amenaza para él... aún— No tiene sentido que se arriesguen por dinero que ya no es de los Stanimirovic —hizo un ademán de cabeza despreocupado—. Lárguense y regresen de donde vinieron ustedes dos.
El superhumano se dio la vuelta y subió los dos peldaños que bajó previamente. Empezó a retirarse al interior de la mansión... pero antes de atravesar el umbral, fue detenido por el repentino grito de Gauchito Gil en un airado serbio:
—¡NO NOS IREMOS A NINGÚN LADO!
El oscuro superhumano se detuvo y se dio la vuelta, el ceño fruncido y los ojos negros ofendidos clavados sobre la silueta musculosa del vigilante. A su lado, su compañera tenía un rostro tan escandalizado que parecía que iba a sufrir un ataque cardiaco. El superhumano se devolvió hacia el borde de la escalinata.
—Espera, creo que tengo cera en los oídos —dijo, y se llevó un meñique a su oído e hizo gesto de sacarse suciedad de allí. Entrecerró los ojos, y el filo de su mirada de verdugo acentuó la tensión del ambiente—. ¿Qué fue lo que dijiste?
<<No, no, no, no...>> Los pavores incontrolables de Kenia le hicieron hervir la sangre. El pánico escénico le desordenaba la mente, haciéndola incapaz de moverse o de pensar racionalmente en el corto lapso que tenía antes de evitar que sucediera una tragedia sin precedentes. Apretó los dientes y los hizo chirriar. ¡Maldita seas! ¡¿Por qué le ocurría esta paralización del miedo justo ahora?!
Gauchito Gil desenfundó su facón con su mano derecha, mientras que con la izquierda esgrimió su trabuco y apuntó el cañón directo hacia el superhumano en gabardina negra. Este último frunció el ceño, la expresión más ofendida que nunca antes que asustada o siquiera sorprendida.
—Tú me has robar... ¡lo que es mío! —maldijo el hombretón.
—Hey, hey, ni siquiera sé quién eres tú —masculló el superhumano, frunciendo todavía más el ceño.
—Entonces será mejor que vayas conociéndome, ¡porque voy a quitarte todos esos maletines que me robaste aprovechando el altercado con Danilo!
—Oh... ya veo —La expresión del superhumano pasó de ser indiferente a ensombrecerse. No la tensionó, ni siquiera se vio que apretara los músculos para ensanchar sus venas. En cambio, hizo aparecer un halo de aura negra a su alrededor. De repente, tanto Kenia como Gauchito sintieron el sutil pero abismal cambio en el tono del ambiente que hizo el enemigo con solo mover su mano— Entonces ustedes son los "parias" a los cuales Danilo se estaba refiriendo con su chachara.
—Y tú también eres de los que nos llama parias, ¿eh? —de lo profundo de la boca del cañón empezaron a brillar destellos celestes. A pesar de los intensos nervios que lo azotaban, Gauchito ocultaba su miedo con una engreída sonrisa dentada— Haré que te arrepientas de llamarme así.
—Y yo haré que te arrepientas de esa petulante arrogancia tuya... —el aura negra alrededor de la mano del superhumano adoptó una forma de torbellino, para después convertirse en una filosa hoja de veinte centímetros de largo con forma de punta de arco.
Gauchito Gil no pudo evitar tragar saliva. Le estaba siendo más y más complicado ocultar el miedo palpable; se mostraba a través del sudor intenso en su rostro, y de los temblores que fustigaban todo su cuerpo. Sin embargo, a pesar de todos estos instintos que le suplicaban con agravio que se retractara de esto, que diera vuelta atrás y que huyera ahora todavía que tenía tiempo, la imperante voz del coraje le comandaba a hacer todo lo contrario. Era todo o nada, y ahora que aquel desquiciado superhumano los había descubierto por su culpa, debía tomar responsabilidad de ello.
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|◁ II ▷|
El superhumano encapuchado empezó a mover el brazo. Gauchito movió su dedo, a punto de apretar el gatillo de su trabuco. Kenia, detrás de él, endureció su mano izquierda, lista para noquear a Gauchito y sacarlo de allí.
Pero antes de que alguno de ellos tres reaccionara primero, se oyeron objetos metálicos caer cerca de ellos. Los tres bajaron la mirada, y se llevaron una sorpresa al ver dos granadas de humo rodar hasta los pies de la escalinata. Un segundo después, un impresionante estallido de humo anaranjado se alzó como una muralla, separando a los dos Giles del peligroso superhumano. La explosión fue tal que liberó una onda expansiva que empujaron a Kenia y Gauchito, obligándolos a retroceder y a alejarse del tóxico gas que seguía izándose hasta ser superior en altura a la Mansión Marrón.
—¡¿Gas mostaza?! —farfulló Kenia, cubriéndose la nariz con un brazo. Ensanchó los ojos— Momento, ¡¿eso quiere decir...?!
Ambos oyeron a alguien caer justo detrás de ellos. Se dieron la vuelta, y recibieron la grata sorpresa de ver a Masayoshi Budo frente a ellos.
—No hay tiempo qué perder —afirmó el Merodeador de la Noche, lanzando una rauda mirada analítica a la muralla de gas anaranjado que, cual monstruo gelatinoso, empezaba a consumir la fachada de la Mansión Marrón—. ¡Corran hacia el nordeste de aquí! Gevani los guiara hasta un umbral de la barricada que deje abierta. ¡Escaparemos por allí!
—Muy bien, mi amor —Kenia asintió con la cabeza. Agarró de la muñeca al rígido Gauchito, la mirada dilatada en una expresión incrédula—. ¡VÁMONOS!
Y de un impulso de carácter sónico, Kenia Park se llevó a Gauchito Gil a toda velocidad a través de la derruida carretera, desapareciendo de la vista de Masayoshi en cuestión de segundos. Este último apretó los labios y no pudo evitar sentir una sensación de congojo en el pecho mientras desenfundaba de su cintura su pistola de gancho de plasma. De un botón cambio las propiedades de la forma del arma, haciendo que esta ahora tenga una ranura para introducir una capsula con una sustancia gris gaseosa.
<<Espero que sea la última vez que me toque usar estas armas en mis próximos planes de contingencia>> Pensó. Introdujo la capsula dentro de la pistola, la empuñó con ambas manos, y justo después de apretar el gatillo, el vigilante nocturno se impulsó a toda velocidad hacia la misma dirección que tomó Kenia Park.
En el momento en que la sustancia explosiva entró en contacto con el gas mostaza, la reacción química en cadena empezó a producir una serie sucesiva de explosiones que se fusionaron unas con otras, formando en cuestión de cinco segundos una titánica explosión que extendió su humo tóxico hacia todos lados, esparciéndose hacia el cielo con una ominosa forma de hongo. Escombros que otrora eran del palacio de los Stanimirovic volaron por el firmamento, impactando contra distintos techos de las demás mansiones aledañas y provocando que los lejanos aglomerados de personas gritasen del espanto al ver la explosión producirse a lo lejos.
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8
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Luego de espabilar gracias a la explosión y darse cuenta de la comprometida situación en la que se hallaba, Gauchito Gil dejó de dejarse llevar por Kenia y empezó a impulsarse a la par de ella, usando a la máxima potencia los implantes de placas de hierro de sus piernas. Ambos Giles se arrojaban a toda velocidad por las laberínticas calles infestadas de carcasas de vehículos y aeronaves derribadas; viajaban a una velocidad similar a la que correría un guepardo en terreno baldío, pasando como borrones ante las miradas de los Jedinica que aún quedaban remanentes en el Centro Distrital.
Durante el recorrido, Adoil Gevani consiguió interceptar psicocomunicación con ellos. El científico argentino les indicó los atajos que debían tomar para llegar mucho más rápido a la zona que Masayoshi les explicó. Kenia y Gauchito atravesaron callejones, treparon paredes y saltaron de techos de edificios para así acortar camino, teniendo que de vez en cuando bajar a la calle para evitar ser vistos por los droides y las aeronaves de las fuerzas de élite Jedinica.
En ningún momento, Martina Park abrió la boca para sorprender a su madre. A través de las pantallas plegables que disponía Gevani frente a su escritorio, la muchacha tenía vistas en primera persona tanto de Gauchito como de Kenia y también de Masayoshi, cada uno de ellos mostrando distintas perspectivas de los recorridos que estaban tomando para atajar camino y hallar la salida de Novyi Zem. El torpe Gauchito seguía como podía a la habilidosa Kenia, quien no paraba de hacer acrobacias de techo en techo y esquivar en el proceso las miradas de los droides voladores; Masayoshi, por su parte, se ocultaba mucho más en los callejones y en los atiborrados senderos de cadáveres de vehículos y columnas de fuego, pasando mucho más desapercibido de los Jedinica sin necesidad de usar su tecnología Eindecker de invisibilidad o su pistola de gancho.
El congojo que afligía el corazón de Martina le hacía palpitar el pecho con una aceleración sin precedentes. Juntó sus manos y empezó a hacer una silenciosa plegaria, los ojos entreabiertos mirado de soslayo las pantallas. El sudor le perló las manos y la frente. <<Por favor, por favor, por favor... que no les pase nada...>>
Tras unos intensos tres minutos de recorrido incesante a través de avenidas toscas, techos escurridizos y estrechas calles donde por poco son descubiertos por patrullas de Jedinica, Gauchito y Kenia consiguieron llegar a la localización que Gevani los había guiado. Ambos Giles se detuvieron en mitad de la carretera; frente a ellos se disponía el umbral que abría de par en par la barrera electromagnética de la Barricada, los bastones de Masayoshi dispuestos en el suelo sirviendo como bisagras. Momentos después se oyó a alguien caer detrás de ellos. Se dieron la vuelta, y vieron al Merodeador erguirse y encaminarse hacia ellos.
—Es hora de nuestra gran retirada —dijo. Le dio unas palmadas en la espalda a Gauchito—. Que bueno verte de nuevo, viejo —se acercó a Kenia, esta última abalanzándose hacia él para encerrarlo en un fuertísimo abrazo, seguido por un febril beso en los labios— ¡Wow! Un poco más y me sacabas todo el oxígeno, Kenia.
—Perdón, perdón... —Kenia carcajeó de los nervios— Cuatro días se sintieron eternos para mi. Pero finalmente estamos juntos de nuevo.
—Y si queremos seguir así, entonces salgamos pitando de aquí.
Kenia y Masayoshi se dispusieron a retirarse atravesando el umbral de la barricada. No obstante, ambos notaron que Gauchito Gil se quedaba rezagado, la mirada fija en el horizonte urbano de edificios en llamas y ráfagas de plomo surcando oblicuamente el cielo. Ambos intercambiaron una fugaz mirada confusa. Masayoshi se acercó a él y lo agarró del hombro.
—Hey, viejo —dijo, y lo zarandeó. Gauchito pareció volver a la realidad y lo miró a los ojos—. ¿Qué te sucede? Te veo como si esto te hubiera re-flasheado.
—¿Me creerías si te dijera que estoy más flasheado que quién sabe qué? —murmuró Gauchito, no pudiendo evitar lanzar otra mirada hacia el horizonte urbano.
—Hey, hey... —Masayoshi lo agarró de los hombros y lo hizo volver hacia él para mirarlo a los ojos— No sé qué pasó exactamente que los hizo meterse en este embrollo, pero hablaremos de eso cuando estemos en casa, ¿si?
—Pero la gita...
—Con o sin gita —Masayoshi lo tomó de las mejillas para reforzar su agarre—, ahora mismo lo que más me importa es sacarte de aquí. Vivito y coleando. ¿Si? —le palmeó una mejilla— Apóyame en eso.
Gauchito apretó los labios y se quedó callado unos segundos. Terminó respondiendo con una sonrisa afable y comprensiva. Masayoshi le devolvió la sonrisa, y le palmeó el hombro. Kenia, al otro lado de la barrera eléctrica, no pudo evitar esbozar una sonrisa alivianada y agraciada. <<Antes era Gauchito el que te sacaba del quicio. Ahora es al revés...>>
Ambos hombres se dispusieron a dirigirse hacia el umbral y reunirse con Kenia para retomar la huida. Estuvieron a nada de atravesar el umbral. Los tres estaban demasiado distraídos como para notar el fugaz borrón negro que se acercaba vertiginosamente hacia ellos, sin producir ruido alguno más que el leve agitar de su gabardina.
Y entonces, en un parpadeo, Gauchito Gil fue apuñalado en la espalda por el afilado brazo envuelto en aura negra del superhumano.
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|◁ II ▷|
El tiempo y el espacio se congelaron para los sorprendidos Masayoshi y Kenia. El primero se alejó de un impulso por la ingrata sorpresa de oír la carne de su figura paterna ser destripada por el aura afilada de aquel superhumano. La segunda quedó nuevamente paralizada del miedo y la perplejidad; apenas y pudo emitir leves temblores y ensanchar los ojos de la sorpresa. Masayoshi, apartado a una distancia considerable, alcanzó a divisar al superhumano de gabardina negra asomarse detrás de Gauchito Gil; su brazo se asomaba al otro lado de la espalda del hombretón, justo por debajo de su pecho. No había ni un solo rastro de jirón en su ropa o raspón sangrante en su rostro o cabello. Estaba intacto, como si la explosión del gas mostaza no le hubiese hecho ni un efecto.
Un hilillo de sangre cayó de la comisura del labio de Gauchito. Este último bajo la mirada y se miró con asombro el brazo envuelto en aura negra. Un segundo después, el brazo era retraído de su cuerpo, dejando tras de sí un estrecho agujero en su pecho. Gauchito hizo lo imposible para mantenerse de pie, a pesar de que las piernas le tiritaban alocadamente y la sangre caía por su abdomen, manchando su camisa blanca.
—No hay gente que más odie en este mundo... —masculló el Superhumano, limpiándose la sangre de su mano con un zarandeo— Que los que tiran la piedra y ocultan la mano.
El superhumano desvió la mirada y la concentró en Masayoshi y Kenia. Ensanchó los ojos, y los dos Giles recibieron una potentísima descarga de energías negativas en forma de un aura negra que disparó con solo su mirada. La muerte estaba dibujada en la cara oculta del superhumano, y la muerte misma se describió en el suelo como una sombra ignominiosa que se cernió sobre los paralizados Masayoshi y Kenia. El miedo se le trepó hasta sus mentes, produciendo un torbellino de pensamientos desequilibrados que le hicieron perder toda razón.
Los atorados pensamientos de uno y otro eran radicalmente distintos: Kenia pensaba en huir, huir lo más lejos posible del peligro, como le habían enseñado: "los asesinos huyen de los genocidas", decía su mente una y otra vez.
En cambio, el miedo de Masayoshi Budo se transformó rápidamente en una erupcionada furia que emergió de él con una mirada de ceño fruncido fija en el superhumano. Una vena se hinchó en su sien, su rostro deformándose lentamente en una mueca airada. Miró el manchón de suelo que dejó el superhumano con su agitar de mano; esa era la sangre de Gauchito, y este último trastabillaba en un desesperado intento por estar de pie. La preocupación fue el carbón para la rabia; odiaba ver a Gauchito así, odiaba ver a su esposa tan asustada por algo que iba más allá de sus capacidades...
Y por primera vez en muchísimos años, el Merodeador de la Noche se dejó dominar por la cólera.
—¡¡¡MALDITOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!
Gauchito vomitó sangre al intentar hablar. Extendió un brazo en un vano intento por detenerle. El vigilante nocturno gritó con tanta fuerza agónica que hasta el superhumano frunció el ceño de la molestia. <<Masayoshi, ¡no...!>>
Un fugaz puñetazo relampagueó en el entorno. Fue la misma Kenia Park quien lo produjo al descargar, con todas sus fuerzas, un golpe en la cabeza de su marido que lo noqueó al instante y selló toda la rabia explosiva que segundos atrás pretendía combatir a aquel invencible superhumano sin pensarlo dos veces. Los ojos de Masayoshi se apagaron, y el inconsciente Merodeador cayó bocarriba al suelo. Velozmente, Kenia agarró el cuerpo de su marido y lo cargó sobre sus hombros.
—Bien hecho... Kenia —farfulló Gauchito entre jadeos de esfuerzo. Ya había recobrado por completo el equilibrio, y ahora esta firmemente de pie, encarando al superhumano— ¡Váyanse! Yo lo... retendré... como pueda... —desenfundó el facón de su cintura y lo adhirió al gancho de su rebenque. Agitó el látigo de un lado a otro con su fuerza impulsada por sus placas de hierro, logrando romper la barrera del sonido con varios latigazos, en un intento de parecer intimidante.
El superhumano, en cambio, se encogió de hombros y suspiró. Miró de soslayo a Kenia huir a través del umbral; en el proceso se llevó los bastones de Masayoshi, lo que provocó que os pliegues eléctricos de la barrera se sellaran, dejando totalmente sin salida alguna a Gauchito Gil. Este último, aún malherido con la herida que no paraba de chorrear sangre, giraba su rebenque al punto de convertirlo en una luminosa hélice de piezas cibernéticas filosas que resplandecían de color celeste. El superhumano ocultó ambas manos en los bolsillos de su gabardina.
<<Gauchito, no puedes estar hablando en serio...>> Maldijo Adoil en su mente, la preocupación entremezclada con su tono frustrante.
<<¿Me ves sonriendo, Gevani?>> Replicó Gauchito mentalmente, los jadeos volviéndose más intensos.
<<¡Esto no es un jodido juego, Gauchito! Aún tienes tiempo de huir también. S-solo... déjame buscar...>>
<<Ni lo intentes, Gevani...> Gauchito sintió la penetrante mirada oscura del superhumano clavarse en él. Los nervios lo atacaron de nuevo, pero no retrocedió ni dejó de agitar su rebenque. <<Él... ya me habrá matado antes de que tú hagas algo...>>
Se hizo un breve momento de silencio. El superhumano se quedó analizándolo por un largo minuto; mirándolo de arriba abajo, como si lo estuviera escudriñando con un filtro de visión para detección a pesar de no tener uno (lo habría sabido si su color de ojos cambiaba). Su expresión indiferente y refunfuñante no cambió en ningún instante.
Gauchito se preparó para atacar primero, pero antes de arrojar su rebenque, oyó una voz que lo petrificó y le atenazó con un corrientazo:
<<¡No, por favor! ¡No lo hagas, abuelito!>> Suplicó Martina Park.
—¿Mar... Martina...? —murmuró Gauchito. Fue tal su sorpresa que pensó en voz alta, lo que hizo fruncir aún más el ceño al superhumano, e hizo que detuviera el ataque sorpresa que estaba a punto de llevar a cabo.
<<¡No, no, no quiero!>> protestó Martina. <<No quiero perderte de nuevo, abuelito. ¡Ni para siempre! ¡No otra vez!>>
Los sollozos de la niña retumbaron en su cabeza. La sensación de culpa emergió de lo más hondo de su ser. Gauchito Gil se debatió nuevamente entre la responsabilidad personal y la querella de querer volver con su familia. Fue tan intensa la sensación del momento que el hombretón redujo la velocidad de giro de su rebenque, y empezó a sollozar en silencio. Eso no paso desapercibido para el superhumano, quien dio un paso atrás y se quedó quieto, como si hubiesen interpretado a la perfección lo que sentía su contrincante.
Gauchito dejó que las lágrimas corrieran por su máscara y cayeran de sus mejillas. Se negó a quitarle la vista al superhumano.
<<Martina... ¿recuerdas cual es la frase de nuestro grupo?>>
<<¿Q-qué...?>> Farfulló ella.
<<"Nacimos de mal, lucharemos y moriremos por el bien". Grábate bien eso en la mente. Yo nací del mal, ¿recuerdas? Antes de fundar el grupo... era un pandillero, como cualquier otro...>> La mirada de Gauchito se empobreció, y por unos instantes solo vio borrones. Agitó bruscamente la cabeza, recobrando su visión y volviendo a ver fijamente al superhumano. <<Y heme aquí, luchando a muerte contra otro enemigo... A punto de sacrificarme por el grupo...>> Sonrió sardónicamente. <<Al final mi muerte no será tan distinta de la anterior, ¿eh?>>
<<¡Abuelito, POR FAVOR! ¡Hazme caso! ¡Haz caso a abuelo Gevani! ¡Haz caso a mi mamá y papá! ¡HUYE!>>
<<¡Rojas, he hallado un vehículo blindado a noventa metros !>> Dijo Gevani, su tono de voz cada vez más apurado y angustiado. <<¡VE, RÁPIDO!>>
<<Hasta nunca... familia mía>>
<<¡¡¡GAUCHITO!!!>> Chillaron Gevani y Martina al mismo tiempo.
—Responsabilidad... personal... —Gauchito Gil se llevó la mano a la nuca y abrió la palma. De una ranura oculta bajo su cabello extrajo el microchip con el cual Gevani se había estado comunicando con él. Apretó el puño, y la fuerza de su prótesis aplastó fácilmente el chip, convirtiéndolo en un montón de motas de polvo que volaron al abrir su mano. Gauchito siguió aquellos arabescos hasta que desaparecieron en el cielo. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo con el batir del aire, entremezcla de miedo, preocupación... y aceptación.
—¿Ya terminaste tu charlita? —dijo el superhumano a lo lejos.
—Sí, ya culminé... —Gauchito contuvo el aire unos instantes y lo soltó en un suspiro de zozobra. Reavivó los veloces giros de su rebenque, y la hoja de su facón abrió profundos surcos en el suelo. A pesar de lo animoso que se veía de lejos, el superhumano pudo ver un semblante desalentado en él— ¿Comenzamos?
—Blerian.
Gauchito frunció el ceño.
—¿Qué?
—Solo me limitaré a mi pila. Blerian —el nombrado Blerian sacó una mano de su bolsillo y la envolvió en una filosa capa de aura negra—. Ese el nombre de tu verdugo.
—¿Te tomas la molestia de decirme tu nombre... y cazarme? ¿Un cobarde, paria y humano cualquiera? —Gauchito sonrió sardónicamente, enseñando los dientes manchados de sangre.
—Probaste no ser un cobarde. Eso es todo.
Y en un parpadeo, Gauchito Gil vio a Blerian abalanzarse fugazmente hacia él, esgrimiendo su brazo contra él como si de una espada negra se tratase. El hombretón ensanchó los ojos y trató de contraatacar con los filos cibernéticos de su rebenque. Al entrar en contacto con la mano de Blerian, las piezas restallaron en pedazos, y el grueso látigo se partió en dos. La reminiscencia de luz negra de su aura se transformó en un cegador fulgor que dejó ciego al Gil.
Y en aquella dolorosa ofuscación, lo último que vio Vector Rojas fue a su yo del pasado, sosteniendo a una Martina Park bebé mientras que Masayoshi agarraba de los hombros a Kenia para tranquilizarla. El Rojas del pasado hacia volar a la bebé por los aires, y esta sonreía y carcajeaba. Sus risas infantiles derritieron su corazón, y derribaron todo vestigio de pandillero de su corazón.
<<Viví a mi manera... y morí a mi manera...>> Ese fue el último pensamiento de Vector Rojas, alías Gauchito Gil... antes de recibir el limpio corte de Blerian en el cuello.
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9
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Kenia corrió lo más rápido que sus piernas le permitieron; a causa del pánico escénico que no paraba de azotarla, y ante la idea traumática de que dejó a Gauchito Gil a su suerte, se tropezó trastabilló varias veces en su recorrido hacia la colina donde halló el vehículo Porsche con el que su esposo llegó a la zona.
Al llegar, Adoil Gevani le hizo el favor de abrirle la puerta y encender los motores del vehículo. Con sumo cuidado, Kenia plantó al inconsciente Masayoshi en los asientos traseros, para después ella trasladarse al asiento del piloto. Una vez adentro, Kenia acercó el pie al pedal de acelerador, pero lo detuvo antes de poder pisotearlo. De nuevo, la perturbadora idea de haber dejado atrás a Gauchito Gil la flageló con fuerza. Kenia no paró de jadear, y entonces llegaron los sollozos. Estrelló la cabeza contra el volante.
<<Kenia...>> Farfulló Gevani, la voz rota de la tristeza. <<Por favor, enciende el vehículo y sal de allí...>>
—¿Y Gauchito? —masculló Kenia entre sollozos. Apretó los dientes— ¡¿Qué hay de Gauchito?!
El silencio reinó en la cabina. Levemente, Kenia alcanzó a oír a Gevani reprimir un lamento. En el fondo se podía oír lloriqueos incontrolables. Frunció el ceño, y después ensanchó los ojos al darse cuenta que esos gimoteos venían de su hija.
—¿Martina...? —murmuró.
<<Kenia...>> Maldijo Gevani entre dientes, reprimiendo más sollozos <<Gauchito se quitó su microchip. Se lo quitó...>>
—No... —Kenia alzó la cabeza y se quedó viendo la ventana, por la cual obtuvo panorámicas vistas del horizonte urbano de Novyi Zem.
<<Por favor, Kenia... arranca el carro...>>
—No, Rojas, él... —los labios de Kenia retemblaron, y las lágrimas recorrieron sus mejillas.
<<¡Qué arranques el puto coche, Kenia! ¡RÁPIDO, RÁPIDO, RÁPIDO!>>
Kenia Park se mordió el labio y gruñó una silenciosa protesta. Con gran agilidad pisó el pedal de acelerador y de retroceso. El vehículo rugió sus motores, y sus ruedas se deslizaron rasposamente por la tierra, haciendo que el automóvil dé un semicírculo para, después, arrancar a toda velocidad por el terreno baldío. En cuestión de poco menos de dos minutos, el horizonte urbano de la destruida Novyi Zem quedó como un lejano punto anaranjado. El vehículo avanzaba a toda velocidad por la Autopista Zem, misma que otrora viajaban Gauchito y Kenia de regreso a la base de Los Giles.
Y durante todo el largo y tedioso recorrido, los sollozos de Kenia Park no pararon en ningún instante.
Mientras tanto, en Novyi Zem, el superhumano Blerian se quedó de pie frente al cadáver de Gauchito Gil. Lo miraba con ojos sin expresión, pero que en realidad ocultaban una profunda reflexión sobre lo que había oído durante la psicocomunicación que consiguió filtrar e interpretar en su mente sin que él se diera cuenta. Fue por eso por lo que no lo atacó mientras hablaba con esos tales Gevani y Martina. Tuvo sentido de solemnidad nacido del respeto hacia un contrincante más débil que él, algo que muy pocas veces sentía.
—Muy probablemente tu grupo y el mío se vayan aenfrentar por conflicto de intereses —admitió Blerian, metiendo las manos en subolsillo. Se dio la vuelta, y le dedicó una última mirada al cadáver deGauchito—. Más les vale que para ese entonces se vuelvan más fuertes, o que sehagan con aliados más fuertes... —ensombreció la mirada.
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