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Capítulo 3: Cuatro Días Perdidos

┏━°⌜ 赤い糸 ⌟°━┓

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https://youtu.be/gbsf2XvlLns

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https://youtu.be/Ys8fahfRFn4

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Capital Real, Asgard

Palacio de Helgafell

A día de hoy, Brunhilde Freyadóttir se seguía preguntando si hizo lo correcto en dejar que Publio Cornelio comandará a sus pretorianos a derrocar el gobierno tirano de Omecíhuatl.

Por su cabeza no paraba de rondar y rondar la angustiante noticia del veredicto final que dieron los Ministros de la Cámara de Representantes Divinos a las acciones de Publio Cornelio, Nikola Tesla y Sirius Asterigemenos, las cuales consideraban una afrenta a la cual castigar severamente. Brunhilde se la pasó los siguientes once meses peleando contra los dioses en estas batallas judiciales; muchas de ellas las perdió miserablemente, y otras pudo al menos aprovechar los vacíos legales con los cuales los dioses cargaban sus denuncias contra sus soldados, y contra ella misma.

Ya que no sólo fue una guerra judicial con la cual cortarle las alas y desligar a sus Pretorianos de ella, sino también fue una oportunidad que los dioses tomaron para hundirla moralmente y hacer que abandonase la vanguardia con la cual dirigía al Torneo del Ragnarök.

Durante las incontables sesiones llevadas en las tribunas divinas, sesiones que ahora se conocen como los "Juicios de Aztlán", trataron de colar el tema del Ragnarök y de como la impunidad de su título como Reina Valquiria ha infestado de barbarie, irrespeto y belicosidad a los humanos que han sido traídos de la tierra a los Nueve Reinos, durante el Gran Arrebatamiento. La acusaron de criminal de guerra, de tirana al mismo nivel que Omecíhuatl, de ser una infeliz que envía a sus hermanas a morir... Todo con tal de hundirla, a ella y a su mundo, y hacer que el resto de la sociedad la odiara igual que los aztecas odiaron a la otrora Suprema Azteca.

No salió impune de aquellos juicios. La brutalidad de los dioses no le permitió, ni a ella ni a los involucrados, salir de allí en una sola pieza. Como castigo, fueron sancionados económicamente, suspendido sus ejercicios militares en otros reinos con la excepción de Asgard y Roma Invicta en favor de Odín Borson y Rómulo Quirinus (seguía sorprendida como este último seguía aceptando la presencia de Pretorianos en su reino), sufridos a los agravios del resto de la población de dioses, quienes seguían ignorando las atrocidades que cometió Omecíhuatl. Por un instante, Brunhilde tuvo el corazón en la garganta al ver como la Cámara de Representantes Divinos exigía a Odín que aboliera el Torneo del Ragnarök por el agravio de los Pretorianos, y que así se pusiera fin de una vez por todas a la humanidad.

Sea porque quería ver como jugaba con ella o por hacerle ver que tenía el futuro a su favor, Odín Borson revocó todas las iniciativas de los miembros de la Cámara de Representantes Divinos al decir:

—El Torneo del Ragnarök seguirá su curso —y su respuesta levantó una ola de farfullos y protestas en voz alta en toda la galería de gradas flotantes. Odín los silenció con una cortante mirada de su único ojo. El silencio reinó en toda la estancia, los dioses (excepto los supremos) temblorosos de los nervios— Por más que Brunhilde haya ultrajado a los dioses con sus Pretorianos al convertir a Aztlán en un estado fallido, el Torneo del Ragnarök, por decisión unánime e irrevocable, no será cancelado, mucho menos olvidado —sus manos hicieron resquebrajar el oro de los reposabrazos de su trono, y una maligna aura negra reluciente en destellos apareció a su alrededor—. Hay que hacerles ver, a esta humanidad y a las próximas en venir, que los dioses son omnipotentes e imbatibles. Y para lograrlo, ¡ganaremos la siguiente ronda! ¡Y todas las que vengan! —alzó un dedo anular y lo agitó de lado a lado— Hasta eliminar toda esperanza de que puedan ganarnos.

Ahora sin poder ejercer sus tropas, sin tener la misma potestad política sobre la Civitas Magna, con la Multinacional Tesla siendo atacada constantemente por las sanciones internacionales de los Nueve Reinos y con la confianza de la población mermando cada día, Brunhilde Freyadóttir se seguía preguntando... si hizo lo correcto al dejar que Publio Cornelio finiquitara el gobierno de Omecíhuatl.

<<El sismo que ha generado su hazaña sigue resonando a día de hoy>> Pensó Brunhilde, mordiéndose las uñas. <<Puede que hayamos perdido la primera ronda, pero con lo que hicieron Cornelio, Tesla y Sirius en Aztlán, se demostró, una vez más, que mis humanos pueden derrocar a los dioses incluso fuera del Torneo del Ragnarök. ¿Puede esto desatar una cadena de guerras clandestinos fuera del torneo entre humanos y dioses? Capaz que sí...>> Se arrancó la uña de un mordisco, y el sonido crujió en todo su gabinete. <<Pero si es con tal de hacerles ver a esos malditos dioses que no solo nos limitamos al Torneo, entonces...>>

Sintió un escalofrío correrle por la espalda. Brunhilde cerró los ojos y suspiró del agobio. Giró la silla, y clavó su férrea mirada en los ojos verdes del recuadro de su madre. Brunhilde apretó un puño, su corazón y temple siendo azotados por los ojos prejuiciosos de Freyja. La angustia la domó, haciendo que rasgue la mesa con las uñas partidas y que se le hinche una vena en la frente.

—No me mires así ahora, madre —gruñó—. ¿Crees que yo he querido que se complicara todo esto? Corrí el peligro de que revocaran el Torneo, bien —alzó un dedo—. Pero al menos no me puedes juzgar el hecho de sacarme a una Suprema de encima, ¿a que sí?

Se hizo el silencio. Brunhilde frunció el ceño, la rabia incrementándose en vez de decrecer. Apretó un puño.

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https://youtu.be/nKaofIyg84o

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

La noche había caído tan deprisa que Brunhilde Freyadóttir se sorprendió de ver los rayos de la luna filtrarse a través de los nubarrones, mezclándose con las ráfagas de luz dorada y las hojas transparentes del gigantesco árbol Yggdrasil, alzándose imperioso justo detrás del enorme palacio escalonado de Odín. Las vistas le trajeron una nostalgia sin precedentes: cuánto extrañaba ver la hermosura del tronco dorado de aquel árbol, así como el dorado bruñido y labrado de los edificios, luego de estar durante meses viajando de aquí para allá, de Civitas Magna a Nueva Aztlán, en medio los Juicios de Aztlán.

La nutrida escolta valquiriana y pretoriana de cuarenta efectivos (veinte valquirias y veinte pretorianos) la seguían religiosamente como una marcha de pelotón militar a través de las calles bajas del portentoso barrio que rodeaba el palacete. Brunhilde anadeaba con parsimonia por la carretera, observando a detalle las fachadas de las viviendas y las fincas que se abrían ante su paso como un público que la recibiera en silencio. Incluso sin haber gente en los balcones, ella podía sentir el desprecio de los habitantes Asgardianos, latente en la oscuridad, pregonando odio hacia ella como una reina destructora luego de lo sucedido en Aztlán.

<<Mi madre nunca les importó lo que los Asgardianos opinaban de ella>> Pensó, cerrando los ojos y manteniendo brevemente la respiración para sosegarse. <<Menos debería tenerla yo>>.

La Reina Valquiria siguió su curso por la avenida principal hasta alcanzar unas altas verjas de cobre brillante que, a través de sus resquicios, se podían ver extensas dunas de pasto marrón y dorado condecoradas con cientos de lápidas. Midiendo unas cinco hectáreas de perímetros, aquel cementerio (de nombre "'Héroes Caídos" en nórdico con la marquesina resplandeciente en el arco apuntado de la entrada) albergaba a cientos de cenotafios. Los cuerpos de aquellos que murieron durante la Segunda Tribulación nunca fueron recobrados, por lo que la Reina Valquiria, para poder honrar las muertes de sus Einhenjers, se limitó a hacer tumbas vacías.

Los Asgardianos y dioses protestaron porque un cementerio para mortales se erigiera en territorio de dioses. Brunhilde no solo demostró que no les importaba sus opiniones al construirlo de igual forma, sino que también los refutó al decirles que, de no ser por sus valerosos Einhenjers, entonces el Rey del Totius Infernum habría conquistado la Capital Real y ganado la guerra.

<<Y ahora lo hacen Primer Ministro en la Cámara de Representantes>> Pensó Brunhilde mientras avanzaba por el sendero adoquinado que ondulaba en medio de las tumbas, algunas más grandes y ornamentadas que otras. <<Debí dejar que Lucífugo los hubiera matado a todos en su día...>>

Las cortinas de luces doradas y celestes entremezcladas entre sí formaban aros centelleantes que, como faros, recorrían la totalidad del cementerio. La sensación lúgubre y penosa de las muertes de tantos Einhenjers era cosa del pasado; ahora, lo que sentía Brunhilde al anadear por aquel lugar lleno de cenotafios era una profunda nostalgia. Melancólica, además, por venírsele a la mente cientos de recuerdos de como ella afrontó la guerra mientras su madre aún seguía viva. Y de entre tanto caos al que se sometió durante la Segunda Tribulación, y por el que estaba pasando ahora mismo, Brunhilde no recordaba ya las últimas palabras que le dijo Freyja antes de morir.

<<Casi que ni recuerdo como murió>> Pensó, al tiempo que iba ascendiendo por una serpentina escalera que la llevaría hasta la cima de un montículo donde la esperaba una especie de invernáculo. Los pretorianos y las valquirias formaron un anillo de seguridad alrededor del montículo, pertrechando su seguridad con sus escudos de plasma y sus alas prostéticas.

Brunhilde se adentró en el invernáculo, y la escarcha y los rayos dorados que caían frente a sus ojos se detuvieron, ahora acumulándose en la superficie de las paredes transparentes recubiertas de termoplástico como si fuera nieve. Dentro de aquel espacio cerrado había cuatro cuadriláteros jardines, cada uno dispuesto en cada esquina del invernadero y disponiendo exóticas flores asgardianas y floraciones de asagartha, con lo que iluminaban la estancia con sus tenues fulgores dorados y marrones.

En el centro del invernáculo se hallaba una lápida, y en frente de ella se encontraba Geir Freyadóttir arrodillada, su capa negra extendiéndose por el suelo. Brunhilde apretó los labios y cerró los ojos, armándose de suficiente valor para acercarse a su hermana. Emprendió la marcha, y cuando se colocó al lado de ella, la vio con la cabeza baja, su rostro ocultó por su cabello rosa.

La Reina Valquiria miró la inscripción de la lápida, escrita en cursiva e iluminada por fulgores dorados. Rezaba lo siguiente: "Descanse en paz Randgriz Fulladóttir, la Rompe-Escudos". Más abajo decía, en letras más pequeñas: "Murió por amor a su padre".

—Este lugar... —musitó Geir, los labios temblorosos.

—¿Sí, Geir? —preguntó Brunhilde, acuclillándose.

La Princesa Valquiria se pasó un brazo por el rostro, limpiándose las lágrimas y alzando el sonrosado rostro airado.

Geir Freyadóttir se mordió el labio inferior y pareció querer echarse a llorar de nuevo. Se contuvo. Miró de soslayo la lápida, y el leer el nombre de su hermana caída pareció darle fuerzas para no sollozar.

—Construiste este sitio hace no mucho, ¿verdad? —dijo al tiempo que se ponía de pie. Brunhilde hizo lo mismo, la mirada triste sobre ella— No recuerdo este lugar hace meses, mucho menos antes de la primera ronda. Acaso... —miró su derredor, negando la cabeza— ¿Hiciste mandar este sitio luego de la primera ronda?

—No quería entremezclar los cenotafios de las Valquirias Reales caídas durante la Segunda Tribulación con las caídas en el Torneo del Ragnarök —explicó Brunhilde. Se encogió de hombros y se pasó una mano por el rostro—. Agh, lo siento mucho, hermanita. Debí de haberte dicho la existencia de este lugar, pero con lo ocupada que estuve con los juicios...

—No, hermana —la respuesta de Geir dejó anonadada a la Reina Valquiria. Geir miró su alrededor una vez más, y fijó su vista brevemente en la lápida. Una sonrisa se formó en su cara— Mejor descubrirlo tarde que nunca, ¿no? Además... —suspiró de alivio y miró a Brunhilde a los ojos— Me traes una felicidad inmensa el ver como honrarás a nuestras hermanas caídas en combate con este cenotafio.

—Ah... —Brunhilde sonrió de oreja a oreja y rió nerviosamente —¡Guau! Yo, ah... No esperaba que me dijeras eso, Geir.

—¿Después de recibir durante once meses seguidos afrentas de los dioses? —Geir agrandó la sonrisa y ladeó la cabeza— Vamos, hermana. Hasta yo sé que tú te mereces un aprecio.

—Y qué mejor que el que viene de mi hermana —Brunhilde se acercó a ella y le abrazó los hombros. Geir correspondió al abrazo. Ambas hermanas se quedaron viendo la lápida, sus ojos paseándose por las inscripciones. La sonrisa en la cara de Brunhilde se desvaneció—. Geir, ¿crees que Randgriz murió por mi culpa?

—¿Eh...? —la pregunta sorprendió a Geir. Se quedó pensativa unos momentos— Hummmm... No, hermana. Tú no tuviste la culpa de su muerte. Solo... —de nuevo se quedó pensativa— Ni ella ni Uitstli estuvieron listos para el verdadero poder de Huitzilopochtli.

—Cosa que debo evitar a toda costa ahora. Ahora que Odín anunció a Seth como el segundo representante de los dioses, no puedo permitirme cometer los mismos errores que hice con Uitstli.

—¿Ello incluye ir a su casa a amenazarlo con ultimatums?

—Ello incluye los ultimatums —Brunhilde no tuvo pena ni gloria en reconocerlo, y eso dejó boquiabierta a su hermana. Acaso... ¿su orgullo como hermana estaba siendo mermado?— Esta vez, no seré yo quién reclute al siguiente Einhenjer. Como William Germain sigue ocupado con la política de la Civitas Magnas, cubriéndome el trasero, solo tengo tres vías para contactar al siguiente Legendarium: por su Valquiria Real, por medio de Hoover y Hrist, o por medio de un Ilustrata. Incluso si quisiera reclutar al siguiente Einhenjer yo misma, no tendría la posibilidad por como ahora tengo mucho tiempo consumido. Además... —apretó los labios— Ya tengo bastante mala reputación entre mis propios Einhenjers.

—Oh... —Geir se quedó paralizada unos instantes— ¿Y quién será el siguiente Legendarium Einhenjar, Hilde-Onee-Sama?

Se hizo el silencio. Geir se la quedó viendo con duda, preocupándose por la mirada absorta que tenía su hermana directo hacia el cielo. Luego de chasquear los labios, la Reina Valquiria pronunció el nombre del Einhenjer:

—Mateo Torres, alías Masayoshi Budo.

Y un rumor de hojas iridiscentes doradas revolotearon por encima del invernadero, causando un gentil ruido que resonó dentro de la cúpula.

—¿El Merodeador de la Noche? —inquirió Geir, boquiabierta— Pero... ¿cómo estás segura de que él es el luchador perfecto para contrarrestar a Seth?

—¡Porque me tendrá a mí, claro está!

Geir se separó de su hermana y se dio la vuelta, oyendo en el proceso pisadas haciendo resonar el guijarro del suelo. A lo lejos vio a una portentosa chica vistiendo con un atuendo nórdico de pieles gruesas marrones que ocultaban su robusto cuerpo, una pechera de cobre con filigranas de árboles, pantalones verdeoscuro y largos faldones de pieles de oso que caían de lado a lado. Los tatuajes azules recorriendo sus brazos y hombros brillaron con corrientes eléctricas, haciendo que se erizara su larguísima melena anaranjada.

 —¡Estás viendo ahora mismo a una nueva Valquiria Real! —desenfundó de su espalda sus dos espadas y las esgrimió— ¡La Decimocuarta Valquiria Real!

—Momento, ¿por qué eres la decimocuarta y yo la decimoquinta? ¡Si yo soy mayor que tú! Soy la princesa, además.

—Puedes tú ser la princesa, ¡pero yo soy la guerrera! —Thrud reposó una espada sobre su hombro— Además, ¿quién de aquí recibió el entrenamiento valquiriano?

—Eso no tiene que...

—Abababababa —balbuceó Thrud, interrumpiéndola— Tiene todo que ver. 

Geir cerró los ojos y se encogió de hombros. Se hizo a un lado, mostrando la lápida y dejando paralizada a Thrud. La Princesa Valquiria cerró los ojos, se cruzó de brazos y chasqueó los labios.

—¿Qué diría nuestra hermana mayor de tu actitud, ah? —dijo, abriendo un ojo.

—Oh... —Thrud enfundó sus espadas a la espalda e hizo una profunda reverencia en dirección a la lápida— Mis disculpas, hermana Randgriz.

<<Se nota que ha madurado... Pero no lo suficiente>> Pensó Geir, la mirada ensoñadora fija sobre la diosa nórdica.

—Entonces... —dijo, dibujando un semicírculo en el aire con un dedo hasta señalar a Brunhilde— Te hace falta responder a mi pregunta. ¿Cómo estás segura que Masayoshi estará a la altura de enfrentarse a Seth?

—Ahora que Thrud está aquí, te puedo responder —replicó la Reina Valquiria, colocando sus manos sobre su cintura—. Hubo varios factores por lo que pienso que Uitstli perdió su batalla, todos siendo directamente mi culpa. Entre ellas, dejarme llevar únicamente por la información que sabía de su oponente y no investigar más a fondo. Por eso nos agarró desprevenidas la transformación de Uichilobos. Ese es uno de los motivantes más importantes que tengo ahora para planificar bien la pelea, especialmente por como tenemos incluso menos tiempo para preparar a Masayoshi que el que tuvimos con Uitstli.

—Si Odín hubiese sido igual de desesperado que los dioses luego de los juicios —comentó Thrud, rascándose la cabeza—, habría elegido que la segunda ronda hubiera comenzado ayer.

—Y ahí está la cosa —apostilló Brunhilde—. Odín sabe qué Legendariums tengo a mi disposición y no. Es por eso que ni se molesta ya en ocultar quién será el siguiente en pelear, y los anuncia.

—Creo que a partir de ahora será él quien anuncie a sus peleadores, Hilde-Onee-Sama —sugirió Geir, una mano sobre su mentón.

—Exacto. Esta es otra forma de revelarles a mi publico mis debilidades como gobernante electora. Y después de la demostración que hizo Publio Cornelio —Brunhilde entrecerró los ojos—, va a hacer lo posible para eclipsar esta hazaña, atribuida a mi persona por la prensa.

—Aunque sigues sin responder mi pregunta. ¿Por qué Masayoshi? —Geir extendió un brazo— Hasta dónde sé, él fue el último a quién tuviste como Einhenjer Elector luego de que los otros Einhenjers a quienes tenías como Legendariums murieran en la Segunda Tribulación. Luego de eso vinieron sus reemplazos: Maddiux, Axel...

—A ese hay que sacarlo de un cubo de hielo, ¿cierto? —preguntó Thrud, frunciendo el ceño.

—... Y por último Mateo Torres, alias Masayoshi —prosiguió Geir—. El que quizás sea el único Einhenjer en toda nuestra lista que no posee ningún poder o que maneje magia. En cambio, maneja armas EXCEPTO las de fuego. Él es un vigilante, una especie de... ¿Batman, es que se llama?

—Batman, así es, Geir —dijo Thrud, asintiendo con la cabeza.

—No me sorprende que tú sepas de él —musitó Geir— Al lado de los otros dos Legendariums que has elegido dos años atrás, Masayoshi, con todo respeto, es una pulga en comparación —Geir caminó hasta ponerse frente a frente con Brunhilde, la mirada desafiante—. Onee-Sama, ¿qué te hace estar tan segura de que no será igual que con Uitstli, sino es que peor?

Si Geir hubiera adoptado esta actitud contra sus decisiones en el pasado, Brunhilde la habría regañado y contrariado a no dudar de sus decisiones. No obstante, ahora incluso agradecía los señalamientos que hacía. Luego de once meses de constantes rifirrafes en las tribunas, necesitaba refrescar su mente con temas sobre el Torneo del Ragnarök. Sonrió.

—Primero que todo, la he emparejado con una de las Valquirias Reales con más potencial a explotar —dijo, y señaló a Thrud con un brazo extendido. Esta última esbozó una sonrisa dentada y se señaló a sí misma con el pulgar—. Al ser hija de Thor, ella es de las pocas Valquirias Reales en tener cien por ciento sangre divina. Por lo que su Völundr con Masayoshi sería tanto, sino es que más poderoso, que el que tuvo Randgriz con Uitstli —miró de soslayo la lápida y guiñó un ojo—. Sin ofender.

—Okey, pero, ¿por qué Masayoshi? —preguntó Geir, el ceño todavía fruncido— ¿Por qué emparejarlo con un humano que no tiene ninguna proeza física o mágica o algo así?

—Tú no eres tan distinta, si te soy honesta —murmuró Thrud.

—Cállate, cállate. No quiero oírlo —gruñó Geir, sacando una leve risotada en Thrud.

Brunhilde acalló, reafirmando sus manos sobre su cintura y viendo a ambas de sus hermanas con una mirada delicada.

—Masayoshi Budo... fue una elección bastante interesante, de mi parte —confesó—. Tienes razón, él no tiene hazañas tan exageradamente bestiales como si los tiene sus contemporáneos, Maddiux Siprokroski y Axel Rigall. No obstante, donde él pierde fuelle en poderes —se llevó un dedo a la cabeza—¸ lo gana en inteligencia.

—¿No se supone que Maddiux es como... super inteligente, con lo del Genezis Supernema y eso? —preguntó Geir.

—¿Sabes tú medir inteligencia, hermana? —la puyó Thrud.

—Sí, y la tuya es de menos diez puntos.

—¡Mph! —Thrud se cruzó de brazos y se volvió hacia otro lado.

—La cosa no está en si este es más inteligente que el otro, sino en cómo aplica esa inteligencia —argumentó Brunhilde—. Masayoshi Budo es uno de los más grandes estrategas contemporáneos que he visto caminar sobre Midgar antes del Holocausto Kaiju. Tiene una jodida resolución para resolver conflictos a último momento comparable con el de Jibun Noishi. En el historial de su Registro Akhasico, hay largas listas de cuanto criminal derrotó y atrapó, y de cuántas organizaciones desmanteló. Superhumanos, incluidos. Podrá él no tener ningún poder, pero sabe usar su inteligencia y adaptación al entorno para salir de las situaciones más desesperantes posibles.

—Pero si es comparable con Jibun Noishi, entonces, ¿por qué no enviarlo a él, que es el que tiene poderes de sombras, y así asegurar nuestra victoria en la segunda ronda?

—A Jibun ya le tengo planeado contra el dios al que se enfrentará.

—¿Y qué te llevó a planear la pelea de Masayoshi contra Seth? ¿Cuál es truco detrás de esto?

El rostro de Brunhilde pareció iluminarse de la certeza.

—El truco está en que Seth es totalmente opuesto a Huitzilopochtli —explicó— Mientras que Huitzilopochtli era mucho más taimado y prudente en su estilo de combate, Seth es conocido en los Nueve Reinos por ser uno de los Dios de la Guerra más déspota. Por ser un descontrolado que no le importa los daños colaterales, o incluso el daño a sí mismo. Mientras que Masayoshi es racional cuando lucha, Seth se vuelve una bestia descontrolada. Esto lo podemos aprovechar bastante...

—¡Y en especial con mis poderes eléctricos! —añadió Thrud— Eso y las tantas otras herramientas que puede traer Masayoshi a la mesa.

—Armas las cuales no le harán ningún tipo de daño por ser eso. ¡Armas convencionales! —exclamó Geir, mirando a Thrud y después clavar su mirada en Brunhilde—. Onee-Sama, no sabemos ni siquiera su Seth tiene poderes con los cuales contrarrestar al Völundr de la hermana Thrud. ¿Piensas aún así apostar por esto?

—Geir, desde el momento en que irrumpí la Conferencia de Urd con cinco de mis Legendarium —el rostro de Brunhilde se ennegreció de la severidad—, he hecho la mayor apuesta de toda mi vida.

—Además que siempre tendremos oportunidad para averiguar sus poderes —dijo Thrud—. Ese será el trabajo mío y de Masayoshi.

Geir Freyadóttir se pasó las manos por el rostro y se lo restregó al tiempo que liberaba un pesado suspiro. Brunhilde pudo sentir el agobio venir de su perturbado corazón, y no pudo evitar tener la impresión de que diría algo brusco para demostrar que seguía estando indispuesta a esta postura. Sin embargo, la respuesta que le dio la princesa se salió por completo de sus suposiciones:

—Sé que es inevitable esto, Onee-Sama. La muerte será inevitable para algunas de nosotras. Si tan solo supiera quienes morirían... para estar más preparada para perderlas... —Geir se pasó una mano por la frente sudorosa— Solo, por favor... prométeme que ganaremos esta ronda. Prométeme que no perderemos a la hermana Thrud. ¡Apenas se acaba de graduar, por el amor de Freyja!

—No me dejaré morir tan fácilmente. Te lo prometo de corazón —Thrud se golpeó el pecho con un puño.

—Y yo te prometo que esta ronda la ganaremos, sí o sí —Brunhilde tomó a su hermana menor de los hombros—. Haré lo que sea... por mantener a muchas de nuestras hermanas vivas.

Geir contuvo las lágrimas y las aplastó sobre el hombro de Brunhilde en un abrazo portentoso. La Reina Valquiria correspondió al abrazo con el mismo cariño. Su corazón se derritió de la dulzura de estar abrazando a su hermana como si la estuviera abrazando por primera vez.

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https://youtu.be/T-2Wc6ZHTXg

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Voivologa, Capital de la Raion Serbia

Kenia Park verificó la parte trasera de la furgoneta, quedándose anonadada al ver varios maletines, el doble que los que reclamaron del Orfanatorio de Ana Neda, y cada uno amarrado a los muros interinos de la furgoneta como si fueran pasajeros. Al abrirlos, descubrió gruesos fajos de billetes de quinientos y hasta mil rublos, cubiertos por plástico que los hacía ver como grandes torres coloridas. Incluso así, Kenia no bajó la guardia, y siempre miraba por encima de su hombro para sentirse segura de que no vendría algún mafioso por la puerta grande a sorprenderlos.

—Mmmmm, no veo ningún dispositivo por aquí —indicó Gauchito Gil, tirado en el suelo, la mirada analizando la parte baja del vehículo, sus ojos resplandeciendo de color anaranjado—. Ninguna bomba, ningún rastreador... Solo polvo y pelusa. Deberé de limpiar el vehículo una vez regresemos a la base.

—No hables más de la cuenta —gruñó Kenia, el ceño fruncido y colocando un dedo sobre sus labios—. Puede que... —giró su dedo alrededor de una oreja en gesto de escuchar.

—¿De verdad? —Gauchito miró su derredor, la mirada desconfiada. Kenia entrecerró los ojos y arrugó más la frente al ver lo poco discreto que estaba siendo. Gauchito sonrió, ladeó la cabeza y se acercó a ella para susurrarle— Nah, no creo. De ser el caso, entonces estaría oyendo el ruido blanco de las transmisiones de ondas radiales en mi cabeza. O ver cámaras de seguridad —danzó otra mirada analítica a su derredor—, las cuales tampoco veo.

—Tu implante para detectar ciberhackeo no es perfecto, Rojas —Kenia abrió la puerta del vehículo y se sentó en el asiento del copiloto—. Venga. No quiero estar aquí ni un segundo más.

—Tamos igual, minita. Tamos igual.

Gauchito Gil se subió a la camioneta. Encendió los motores, el vehículo rugió con la potencia desesperada de quien quiere largarse ya, y salió disparado a toda velocidad más allá del umbral del garaje.

La noche se expandió ante los ojos de ambos Giles con auroras artificiales de las que emanaban las altas torres de pararrayos. Kenia Parker se quedó viendo la ciudad a través de la ventana; más allá de altos vallados eléctricos se podían ver los altos y oscuros rascacielos, todos ellos incapaces de superar los cincuenta metros de alto, pero que igual ostentaban condecoraciones de hologramas neones de anuncios que los hacían ver como si fueran titanes caminando por el laberintico centro urbano. El vehículo conducía a toda velocidad por una autopista semicircular, la cual vadeaba un enorme lago de aguas negras.

Había poco tráfico en la carretera, por lo que Gauchito Gil no tenía reparo en seguir las reglas de conducción al pisar el acelerador y pasar de largo los vehículos que se interponían en su camino. Incluso pasó de largo de vehículos policiales, fortificados con armazones y armados con cañones. No hubo sonido de sirena que los alertara de ser seguidos por la policía bosnia.

—¿Por qué no llamas a Mateo para decirle que vamos a casa? —preguntó Gauchito al ver como Kenia seguía petrificada, mirando con desinterés los rascacielos de Voivologa.

—No puedo —confesó Kenia, ladeando la cabeza—. Aún estamos en territorio enemigo. Hasta que no salgamos de Bosnia, vamos a seguir en el horno.

—Bueno, yo hago la llamadita entonces —Gauchito sacó su teléfono celular de su pantalón y buscó a Masayoshi entre sus contactos. Kenia se escandalizó al verlo con el dispositivo en mano. Un brazo suyo se volvió un borrón veloz que le quitó el celular y lo apagó. Gauchito gruñó de la molestia y miró con desprecio a Kenia—. Ok, ¿sabes qué? Lo voy a decir. Te estás pasando de paranoica, Kenia.

—Y tú te estás pasando de imprudente —lo refutó Kenia, colocando el celular de Gauchito sobre el panel de control—. Primero, no ir armado a la última misión.

—A no ser que un montón de monjas tuvieran ciberpsicopatia —dijo Gauchito, alzando un dedo, los ojos ensanchados de la exasperación.

—Segundo, ir de machirulo a la Mansión Marrón y exigir la presencia del Don Serbio.

—¡No creas que porque hicimos tregua con ellos me dejaré pisotear por ellos! —Gauchito agitó una mano en ademán agresivo.

—¡Y tercero! No tomar en consideración otras posibilidades de peligro solo porque la primera opción no la comprobaste —Kenia ladeó la cabeza, mirando fijamente a un desvergonzado Gauchito Gil—. ¿Es que acaso se te olvidó aplicar lo que nos enseñó Masayoshi sobre siempre tener precaución ante los peores escenarios, incluso si estos no tengan muchas posibilidades de pasar?

—De haber aplicado esa filosofía, los mafiosos serbios nos habrían echado para atrás. ¡Si no es que lo hicieron ya con la tapadera esa que hicimos! —Gauchito ladeó también la cabeza— Kenia, tú sabes que yo no soy tan partidario de ese dogma de Masayoshi. A largo plazo es poco práctico, entorpecedor, y hasta lunático. ¡Tú lo sabes! Yo lo sé.

—Ah, ¡pues disculpa que no quiera ser extremadamente precavida en una misión en la que, de nuevo, estamos involucrando tregua la PERRA MAFIA! —Kenia dio una fuerte palmada a una de sus rodillas.

—¡Misma perra mafia la cual hemos burlado anteriormente en Argentina! ¿Lo recuerdas?

—Y recuerdo que esa misma jugarreta a la muerte te apuñaló por la espalda con Dante Gebel. ¿Lo recuerdas tú, ah?

Se hizo el silencio. Silencio gélido y escabroso que hizo que ambos intercambiaran miradas incrédulas; nerviosas y vergonzosas por parte de Kenia, quien tragó saliva y se cubrió la boca con una mano. La expresión de su rostro pasó a una de pena absoluta.

—Así que de eso se trata, ¿ah? —dijo Gauchito, asintiendo con la cabeza.

—Ah... —Kenia sintió una presión en el pecho que la impidió hablar con facilidad. Tragó otra vez saliva, y apoyó una mano sobre su frente— Perdón, Gauchito. Estaba siendo una pijotera. Lo entiendo.

Otro periodo de silencio. Gauchito Gil respiró hondo y se restregó el puente de la nariz. De pronto se quitó la máscara, revelando su duro rostro... suavizándose con una expresión de empatía que dejó anonadada a Kenia.

—¿Cuántos días llevamos en esto, Kenia?

—Ummm... —Kenia sacó su dispositivo y vio rápidamente la fecha—. Cuatro días.

—Cuatro días incomunicados con el grupo —Gauchito apretó los labios. Pisó el desacelerador, y el vehículo se detuvo frente a un semáforo en rojo. No había otro coche más que el de ellos—. Escucha, Kenia. Nuestra existencia como grupo en este mundo ha durado mucho más que en la tierra. El doble de tiempo, si no estoy mal. Y si bien ha sido fantabuloso aprovechar todo este tiempo con ustedes como no pude hacerlo en la tierra, no puedo evitar pensar que... el fin de nosotros, como grupo, está llegando —Kenia dejó escapar un gemido de sorpresa, y se lo quedó viendo, confusa. Gauchito no la miró de vuelta; se quedó viendo al frente. El semáforo se puso en verde, y el vehículo siguió su curso.

—No puedes hablar en serio —farfulló Kenia—. ¿Tú? ¿El Padre de los Giles, dudando de que el grupo siga unido? 

—Créeme, yo también pensé en esa fantasía de que duraríamos unidos toda la eternidad. Pero luego de leerme todo lo acontecido durante la crisis de Aztlán, y la Segunda Tribulación... —Gauchito Gil se pasó una mano por el cabello negro ondulado— Me doy cuenta que esta vida, en este nuevo mundo, no es para nada distinta de la anterior. Nacemos en este mundo, todo crecidos y con edades preestablecidas (a saber, cómo renacerán los bebés en este sitio), y la muerte sigue siendo omnipresente. En forma de enfermedades, en forma de guerras, todo excepto la vejez, pero aún así no nos libra de morir por causas naturales... —infló sus pulmones y liberó el aire en un largo suspiro— La única diferencia que nos hace a los "nosotros" de ahora con los de la tierra, es que vivamos una vida distinta... y muramos de distinta forma.

—G-guau, Gauchito, tú... —Kenia entrechocó los labios para emitir jadeos perplejos— No tenía idea que veías e-el nuevo mundo de esta forma.

—Y es por eso que yo... también te pido perdón —las manos de Gauchito sobre el volante se tensaron, y después mitigaron su fuerza. Kenia volvió a emitir un jadeo de sorpresa—. Entiendo que te haya disgustado la actitud con la cual he tomado estas misiones, importantes para sacar a nuestra familia de Bosnia. Pero luego de que, en la tierra, haya fracasado tantas veces en las misiones por aplicar la filosofía de Mateo, yo... quería hacer las cosas a mi manera. Y hacerlas a mi manera me llevó a morir a manos de Dante Gebel.

—¡N-no te vayas a victimizar ahora, ojo! —Kenia lo señaló con un dedo acusador— Con lo que dije, no vayas a...

—No lo hago, Kenia. Es más, con esta conversación que estamos teniendo, me doy cuenta de dos cosas. Una, que el fin del grupo podría ser inevitable. Y dos, si llegase a ser el caso, entonces hay que cambiar ciertos paradigmas para cuando lleguen los... "grandes cambios", si se le puede decir así —Gauchito miró de soslayo a Kenia, fulminando sus nervios con sus rapaces y grandes ojos negros—. Eso incluye la muerte de alguno de nosotros.

—Estás... ¿vaticinándome ahora mismo? —farfulló Kenia, la expresión de sorpresa en su rostro.

Gauchito negó con la cabeza y cambió su reflexiva expresión a una mueca burlesca de sonrisa grande.

—Debo sonar que hablo galimatías, ¿verdad? ¡El Padre de los Giles! Hablando como si tuviera depresión o algo...

Kenia negó con la cabeza y posó suavemente una mano sobre el hombro de Gauchito. Este la miró de soslayo, descubriendo una mirada compasiva en ella. Se seguía sorprendido de lo drástico que podía cambiar la expresión de sus ojos.

—Gracias por expresarte, Rojas —dijo. Los ojos de Gauchito se cristalizaron en lágrimas—. Yo acepto tus disculpas, como tú aceptas las mías.

—¡M-mejor ve y has esa llamada a tu marido! ¿Quieres? —Gauchito se limpió las lágrimas con un brazo; bajo el mismo esbozó una sonrisa de agradecimiento.

—En seguida voy —Kenia alzó su celular y comenzó a buscar el contacto de su esposo. 

Y sin que ninguno de los dos reparase en sus presencias, transparentes motocicletas que no emitían ruido alguno y se camuflaban con el oscuro entorno perseguían furtivamente la camioneta a lo largo y ancho de la carretera. Más arriba, en la autopista superior, una línea de vehículos oscuros y blindados conducía al mismo par que la furgoneta, persiguiéndolos silenciosamente al igual que el grupo de motocicletas.

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4
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Raion Bosnia.

Base de Operaciones de Los Giles.

Masayoshi Budo decidió arrancar el resto del día, luego de las pruebas de tecnología Quantumlape, yendo a una de las delegaciones más cercanas al pueblo de Gradika para reclamar las parcelas de recompensa que aún debían estar vigentes a su alías.

Y como música ambiental se puso a escuchar de fondo la música psicodélica de un músico al cual le había empezado a gustarle en los últimos días. Tame Impala. Nada más empezó a oír los timbres de Borderline, le hizo entrar en los pensamientos más profundos de su ser mientras conducía el Masamovil por la poco transitada autopista.

Hacía cuatro días que Kenia y Gauchito Gil no se habían comunicado de vuelta con ellos. No había rastro de Santino Flores por la capital Govina que indicase qué punto de su misión llevaba a cabo... o siquiera si seguía vivo. Le agobiaba estar tan incomunicado con los miembros de su grupo. Cuando sucedía esto, las peores cosas siempre le sucedían a su equipo. Al darse cuenta de lo que pensaba, Masayoshi se dio un suave golpe en la cabeza. Este pensamiento era el mismo tipo que su amigo Ricardo Díaz le había denunciado hace no pocas horas.

Tenía siempre presente en su mente la integridad de su familia. Incluso cuando llevaba a cabo alguna misión, la mente de Masayoshi tenía cavidad para pensar en cómo estarían sobrellevando su grupo las situaciones individuales que estuvieran afrontando. Aunque muchas personas a lo largo de su vida le decían que esa era una virtud de su persona, el vigilante nocturno lo veía más bien como un impedimento a pensar correctamente en planes de contingencia y estrategias.

<<Tengo que distraer la mente>> Dijo, y como una solución pronta a ello (que también ayudase a la crisis con las sanciones a Industrias Díaz) decidió ir a reclamar las parcelas de recompensa que aún debían de quedarle.

Tenía extremadamente abandonada esa cuenta como "cazarrecompensas" a la cual Ricardo y Adoil le sugirieron que se crease para hacer más rentable su profesión. Esta sugerencia la hicieron como solución económica pronta a la llegada del grupo al nuevo mundo, hacía dos décadas atrás, cuando Ricardo, Santino y Adoil buscaban y hallaban formas para hacer resurgir a Industrias Díaz de las cenizas. Él había aceptado, así como también Kenia, Gauchito Gil y Santino Flores, y durante un periodo de tiempo hicieron fondos a través de la caza de cibercriminales.

Hasta que Industrias Díaz se reestableció como empresa de electrodomésticos, y Masayoshi Budo dejó abandonado esa cuenta durante años para volver a su modalidad de vigilante sin ánimos de méritos financieros. Qué estúpidamente equivocado fue al pensar que podría volver al mismo estilo de vida como Merodeador de la Noche cuando aún existía Argentina. Ese tipo de vida como Superhéroes sin ánimos de lucro quedó atrás, y ni él y ninguno de su grupo tendrían la forma de traerlo de vuelta.

Ese pensamiento lo abatía mientras reclamaba la parcela de las últimas cinco recompensas de cibercriminales que cazó en los últimos nueve meses. Le sorprendió que el oficial de la delegación policiaca de Bosnia le dijera que aún quedaban grandes cantidades de parcelas acumuladas retenidas en su cuenta de crédito. Preguntó cuánto tiempo tomaba por lo general para que esas recompensas se eliminaran por desuso, y el oficial le dijo que tardaba un año en ser eliminadas de las cuentas de los cazarrecompensas.

<<Pero, ¿será esto suficiente para apalear la crisis?>> Pensó Masayoshi, metiéndose de nuevo en el Masamovil y chequeando su cuenta bancaria en su teléfono celular. Los números ascendían hasta los siete dígitos. Dos millones doscientos cincuenta mil y trecientos rublos, suficientes como para comprarse una casa rentable de lujo en las mejores secciones urbanas de Voivologa. Esos últimos cibercriminales a los cuales dio caza sí que tuvieron una gran recompensa en sus cabezas...

Pero tenía la corazonada de que no alcanzaría para cubrir los gastos de las sanciones... o, en cambio, que todo este dinero no sea gastado por decisión de Adoil Gevani de no gastar ni un solo dineral en las sanciones del gobierno bosnio. ¿Serían considerados criminales si no hacían lo que el gobierno bosnio les decía...?

Masayoshi ladeó la cabeza y arrancó el vehículo. El Masamovil rugió motores, y reavivó su abrupto recorrido por la autopista en dirección de regreso a la base. <<De por sí a ojos suyos ya somos algo peor que criminales. Unos parias>>.

Una vez de regreso en la base de Los Giles, Masayoshi se dirigió hacia el cuartel de Ricardo Díaz para comentarle sobre la adquisición de las recompensas que alcanzó a reponer. Esperó de su mejor amigo una respuesta alegre que lo pusiera a él alegre igualmente, pero en cambio se topó con un Ricardo encogiéndose de hombros, chasqueando los labios y negando con la cabeza. Se rascó la barba con una mano desnuda.

—Esto no es suficiente —masculló Ricardo, una de sus piernas agitadas de arriba abajo—. No lo va a ser.

—¿Por qué no? —preguntó Masayoshi, escandalizado— Este dinero es... —su frustración se manifestó en una mueca molesta— ¿Por cuánto... te está sancionando el gobierno bosnio, Ricardo?

—Treinta millones.

La cara de Mateo se le cayó de la vergüenza y de la incredulidad.

—¿Treinta... millo...? —farfulló.

—Iban a ser cincuenta millones de no ser porque mi abogado me protegió el culo bien en la corte suprema de Voivologa —indicó Ricardo mientras se rascaba la barba. Siempre lo hacía cada vez que se sentía ansioso—. Y no solo es una sanción de tipo financiera lo que nos hace el gobierno de Fahrudin. También me dieron un documento en el que estipula una serie de clausulas que limitan las actividades económicas de mi empresa.

Ricardo Díaz dio un golpe a la superficie de su escritorio, y una gaveta se abrió. De allí extrajo una carpeta; la abrió, y de dentro sacó un pedazo de papel que se lo dio a Masayoshi. El vigilante lo tomó, y leyó en silencio las columnas de párrafos que se extendían por toda la hoja. Ricardo esperó, los brazos cruzados.

—¿Prohibido comerciar nuestros productos en el mercado bosnio...? ¿Prohibido pedir prestamos a gobiernos locales durante un periodo de...? —Masayoshi frunció el ceño y negó varias veces con la cabeza. Volteó el papel y lo señaló con un dedo— ¡Esto básicamente es una sentencia de muerte, Ricardo! Nos quieren hacer entrar en bancarrota.

—Y no olvidemos el señalamiento que nos hacen públicamente sobre nuestra etnicidad y religión —Ricardo extendió un brazo, agarró el papel con algo de agresión, lo guardó en la carpeta y después en la gaveta de su escritorio—. Los "puntos de dolor" de mis productos afectarán la visión de la población por culpa de estas sanciones. Empezarán a ver problemas donde no los hay. ¡Puede que hasta empiecen a llamar malditos a mis electrodomésticos solamente por venir de un "paria"!

—Pos... —Masayoshi se quedó boquiabierto por unos instantes— Lo mismo que les hacen los rusos a los judíos en Cherbogrado, ¿verdad?

—Lo mismo que le hacen los rusos a los judíos, así es —Ricardo se masajeó la frente y los ojos. Suspiró—. Lo siento si desestime el esfuerzo que has hecho ahora, Mateo. Lo aprecio mucho, en serio —se mordió el labio inferior y desvió la mirada, quedándose viendo la enorme torre CPU de una computadora—. Pero esta cosa me está puteando peor que nos pudo haber puteado las crisis económicas de Argentina, especialmente durante la Tercera Guerra Mundial.

—Y por eso yo pregunto. ¿Qué te evita hacer lo mismo que hiciste en su día para salvaguardar la empresa? Ya sabes... —Masayoshi agarró una silla y la rodó hasta él. Tomó asiento y se acercó al angustiado Ricardo— Esas estrategias que tú tan inteligentemente usaste para salvar a Industrias Díaz. Diversificar el negocio, ventas agresivas, cambiar canal de negocio... —la voz de Masayoshi fue apagando su timbre al notar como el rostro de Ricardo se ensombrecía de sobremanera— ¿Innovar en... sistemas de... cobros? —ladeó la cabeza— Ok, mira, gaste como sextillones de neuronas para recordar todos esos términos. Explícame.

—¡Todas esas estrategias no se pueden aplicar aquí, Mateo! —la repentina exclamación de Ricardo sorprendió a Masayoshi, haciendo que recluya la espalda contra el espaldar del sillón. Ricardo se dio cuenta del grito que acababa de pegar, y se pasó las manos exasperadas por la cara— No solo el escenario es distinto (esto es, las sanciones que nos limitan), sino que el gobierno y el ambiente son también distintos. Con el gobierno de Leopoldo Galtieri no hubo problema sus sanciones porque simplemente podía mudarme a otro mercado. ¡El mundo era grande y globalizado! —Ricardo emitió una risita nerviosa, la expresión mostrando más angustia— Pero, ¿aquí? ¿En las Provincias Unidas? Estamos aislados por la autarquía de los gobiernos eslavos, por eso la sanción de Fahrudin está pegando tan duro. No podemos escapar por medios convencionales.

—¿Y depositas toda tu fe en una tecnología que tú y Gevani apenas están descifrando?

—¿Estamos siendo honestos ahora?

—Puedes apostar por ello, wachin —Masayoshi adoptó una pose severa, el cuerpo inclinado y los ojos azules fijos en los verdes claros de Ricardo.

—Hemos ideado planes mucho más estrafalarios que este, Mateo —afirmó Ricardo con la misma seriedad—. Hemos escapado por situaciones más peligrosas que una agenda racista de un gobierno que previamente tuvo también sus sufrimientos discriminatorios por parte de los serbios. Llegaron a nuestra vida situaciones inexpugnables, y morimos; algunos como héroes, otros como donnadies —Ricardo negó con la cabeza, su mirada entrecerrándose en un gesto decisivo—. Y yo no pienso morir en este mundo siendo tachado como la peor lasca imaginable.

Ricardo se puso de pie y se dispuso a retirarse. Una mano de Masayoshi se hizo un borrón y agarró a Ricardo de la muñeca. El inventor argentino se detuvo y miró a su compañero de soslayo, notando una nube de pesadumbres cubriendo su agachada cabeza.

—Solo te pido, Ricardo —masculló Masayoshi. Alzó la cabeza y lo miró a los ojos con gran consternación—, que ni tú o Gevani hagan alguna decisión imprudente e irracional sin antes consultármelo.

La dureza del semblante de Ricardo se suavizó con una sonrisa genuina. Le palmeó los hombros a Masayoshi, y este le soltó el hombro y le correspondió la sonrisa.

—Nacimos del mal... —recitó Ricardo.

—Lucharemos y moriremos por el bien —culminó Masayoshi, y agrandó su sonrisa de la emoción de oírlo decir el mantra más mítico del grupo para aseverar su respuesta. Ricardo le dio una última palmeada, y se retiró de la estancia para irse a su habitación. Masayoshi se quedó allí sentado, la mirada pensativa observando el techo. 

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5
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Masayoshi Budo se dispuso en el centro de uno de os pasillos con ventanales por paredes. Se había cambiado de ropa, y ahora vestía con unos vaqueros, una chaqueta negra con líneas azules y una camisa abotonada. El negro y azul eran sus colores favoritos, y tenía la idiosincrasia que representaban lo que era su persona. El negro por la dureza de su vida y los obstáculos que tenía que atravesar, y el azul por su coraje y su determinación para salir de esas situaciones.

Sacó del bolsillo de su chaqueta su teléfono celular y revisó los mensajes. Al no tener más aplicaciones que las de las noticias o la de descarga de música, solo recibía notificaciones noticiosas de cosas que sucedían a kilómetros de aquí. Revisó todos los mensajes. Ninguno de llamadas de su esposa, o de Gauchito Gil. De Santino Flores no se preocupaba; sabía que él ni siquiera utilizaba teléfono, y solo se comunicaba con el implante de transmisor de radio. Pero que Kenia Park no lo llamase directamente... le era un predicamento.

Se guardó el celular en el bolsillo de la chaqueta y siguió observando el tupido bosque de tundras más allá del ventanal polarizado. Oyó pasos venir hacia él. No se molestó en darse la vuelta para saber que era su hija, quien se puso de pie a su lado y se quedó viendo el bosque junto a él.

—Mirar a través de la ventana y poner cara pensativa —dijo Martina Park, las manos dentro del bolsillo de su abrigo morado oscuro—. Sin lugar a dudas, ese es el pico máximo en cuánto a ser un vigilante.

—Al menos cuento historias con solo expresar la cara, no como Santino —replicó Masayoshi con la misma gracia.

—Duh, la gracia de Santino es ser un enigmático. Nunca saber si te rompe las costillas mientras sonríe o pone cara de asco.

—Estoy seguro que las más de las veces pone cara como la del emoji de piedra —la broma de Mateo le hizo sacar una risita, tanto a él como a su hija. Martina ocultó la sonrisa con una mano.

—Entonces... ¿Mamá aún no ha llamado?

Masayoshi sacó una vez más su teléfono y se puso a ver los mensajes. Mostró la pantalla a su hija. Martina esbozó una mueca de desilusión y suspiró. Masayoshi guardó el teléfono

—Apenas se han ido cuatro días —dijo la chica—. No es ni la mitad del tiempo que tú o ella misma estuvo afuera cumpliendo alguna misión. Pero no puedo evitar sentir agobio... aquí —se llevó una mano al pecho y se arrugó la camisa rosa con kanji púrpura que significaba "poder" — No sé por qué se siente distinto ahora.

—Yo igualmente siento ese agobio, querida —admitió Masayoshi. Se mordió la lengua y chasqueó los labios—. Y se siente distinto porque estamos haciendo una tregua con los mafiosos. De nuevo, luego de que hubiéramos prometido tiempo atrás que no volveríamos a hacer negociaciones con mafiosos para conseguir lo que queremos.

—Sabiendo la situación en la que estamos... —Martina tragó saliva y se encogió de hombros— No la culpo de buscar una solución que va en contra de nuestros códigos, todo con tal de sacarnos de aquí.

—Tu tío y tu abuelo hacen lo mismo. Todos lo estamos haciendo. Aún así... —Mateo volvió a chasquear los labios— no puedo evitar pensar que estamos involucionando en lo que se refiere a ser unos vigilantes que buscan proteger la integridad de la población.

—Como proteger a una población que en sí misma te odia, eso pregunto... —Martina cerró un ojo y miró a su padre de soslayo con una mueca prejuiciosa.

Se hizo el silencio entre ambos. Masayoshi cerró los ojos y se pasó las manos por la cara. Despidió un suspiro afligido y se volvió hacia Martina. Su hija hizo lo mismo, la mirada preocupada al ver la mueca pesada dibujarse en su cara.

—Martina...

—¿Sí, papi?

Masayoshi se quedó de nuevo callado. Apretó los labios, agarrando valor para poder abordar el siguiente tema sin ser demasiado directo y herir los sentimientos de su hija. Su corazón lo abatió con fuertes latidos que bombearon hasta la última vena de su ser. Sonrió y carcajeó, tomándose con algo de humor esta aplastante sensación. <<Puedo enfrentarme a criminales peligrosos y afrontar otras situaciones de adultos, pero cuando quiero hablar de los sentimientos de mi hija, soy tan adolescente como ella>>

—Tú, ammm... —Masayoshi chasqueó la lengua y miró el techo por un breve rato— ¿Me recuerdas hasta que grado llegaste en el cole? ¿Hasta quinto, fue?

—Cuarto grado, papi —Martina agachó la mirada decepcionada—. Cuarto grado antes de que nuestro país se metiera en el mayor tanque de mierda imaginable.

—¿Y recuerdas cuando me dijiste que querías reintegrarte a clases cuando reencarnamos aquí? ¿Inclusive sugeriste que te metiéramos a una escuela de entrenamiento valquiriano?

—A lo cual tú y mi madre (pero sobre todo tú) se rehusaron porque no estaba "cualificada" para ese tipo de entrenamiento —Martina cerró los ojos y ladeó la cabeza— ¿A qué vienen estás preguntas, papi?

—A lo que voy es que... —Masayoshi volvió a quedarse callado unos instantes para poder construir el coraje que necesitaba para preguntar la mayor incógnita— Agh, Dios, ya parezco que actúo como un chico que se te fuera a declarar.

—No si vieran a estas chicas de aquí —Martina movió sus largos apéndices-audífonos de lado a lado.

—"Chicos", "Chicas", ¡a eso voy! —Masayoshi se inclinó levemente hacia ella— ¿Tú nunca has visto a los jóvenes de este mundo yendo al colegio, teniendo vidas escolares, una juventud maravilla y preguntarte por qué tú no tienes esa vida también? Sabes, yo me pregunto si tú alguna vez has pensado eso. Y si lo sigues pensando.

El silencio se interpuso entre ellos como una pared invisible. Martina se lo quedó viendo, y Mateo no pudo descifrar si lo veía descorazonada, confusa o irritada. Pero el momento en que dio un paso atrás, él lo interpretó como una respuesta afirmativa. Mateo sonrió nerviosamente, pero la sonrisa se esfumó al instante, siendo reemplazada con una mueca de desaliento incrédulo.

—A veces siento que he robado tu juventud, Martina —admitió Mateo—. No puedo evitar sentirme culpable por eso. Así es como yo me he llegado a sentir con tu crianza. Yo... —se dio la vuelta y le dio la espalda. Se pasó un brazo por el rostro— Perdón. No sé por qué de repente se me vino la brillante idea de hablar de es...

Sintió un leve empujón venir de atrás y unas manos rodearle la cintura. Mateo se dio la vuelta, ojos impresionados y labios boquiabiertos, descubriendo a Martina Park abrazándolo fuertemente, los brazos sobre sus caderas, la cabeza presionando contra su espalda. Lo sostenía como si no quisiera dejarlo ir.

—Ningún dios de este mundo me dio a elegir esta vida, papi —murmuró Martina, apretándose más fuerte a él—. Aún así, con todo el caos, destrucción, muerte y mutaciones que he vivido, estoy agradecida por haberlo vivido a tu lado, y al del resto del grupo. Incluso si en verdad un dios viniera ahora mismo, y me dijera que podía hacer que reencarnara en otra persona, con otra vida... —negó con la cabeza— No lo haría. En lo absoluto. Ni en cuerpo ni en alma rechazaría la vida que he recibido.

Martina lo soltó y Mateo se dio la vuelta para encararla y verla a los ojos. Los labios del padre retemblaron mientras formaban una sonrisa. Las mejillas de la hija se sonrosaron de la vergüenza, pero también de amor. Mateo agarró a su hija de los hombros.

—¿Lo dices en serio?

—Podré no ser social y no tener amigos... y quizás nunca un novio, ya que estamos —Martina se echó a reír por su comentario, y acalló a los pocos segundos—. Pero las únicas interacciones sociales que necesito las tengo a ti, contigo y los demás.

—Aunque puede que eso cambié con el futuro, pequeña. No te enfrasques en nosotros.

—Mmmm, medio culpa tuya por mimarme tanto, ¿no?

—Ah... lo admito —Masayoshi la abrazó y la hizo colocar su cabeza sobre su hombro— Te mimo demasiado, Martina.

Ambos se mantuvieron abrazados por unos segundos, hasta que, de repente, el teléfono móvil de Masayoshi comenzó a vibrar.

Ambos se separaron, y el vigilante rápidamente desenfundó su celular de su abrigo. Sus ojos y los de Martina se ensancharon de la sorpresa al ver el nombre de Kenia Park en la pantalla.

—¡Contéstale! ¡Contéstale! —chilló Martina.

—¡Ya, ya voy! —con pulgar tembloroso, Masayoshi contestó la llamada y la colocó en alta voz— ¿Hola? ¿Eres tú, mi amor?

Heeeeeyyyy, ¿esa es la voz del amado mío que me espera en casa?

—¡Y la hija también, que está aquí! —exclamó Martina, los ojos chispeando de la emoción.

¡Ay, mi vida! Qué emoción es finalmente escuchar tu voz —el entusiasmo en la voz de Kenia era tal que atiborró de ímpetu a padre e hija— Bueno, los llamo para darles dos buenas noticias, y una medio malita. La primera, es que los Stanimirovic nos dieron la recompensa ajustada. La segunda, es que estamos de regreso en casa.

—Y... ¿qué tan "medio malita" es la otra noticia? —preguntó Masayoshi.

Que nos tardaremos en llegar, Mateo —habló de repente Gauchito Gil—. Tenemos la certeza de que los Stanimirovic no se quedarán de brazos cruzados luego de que unos parias les hayan hecho el trabajo sucio por ellos. Es por eso que ahora mismo andamos conduciendo con un ojo afilado mirando el trasero del caballo. Ergo, viendo si nos persiguen.

Y definitivamente nos persiguen —afirmó Kenia—. No los veo por el retrovisor, pero puedo sentir la presencia de miradas y de vehículos pisándonos los talones.

—¿E-están seguros que no necesitan de nuestra ayuda? —farfulló Martina.

¡No, mi amor! No te preocupes. Mami y abuelo Rojas sabrán lidiar con estos perros desgraciados y malagradecidos.

—¿Cien por ciento segura, Kenia? —preguntó Masayoshi— Porque no olvidemos que hicieron negocios con putos forros mafiosos de serbia y se andan trayendo dinero de ellos. Y si hay algo que los serbios odian más que a los albanos y los bosnios, es a los parias.

—¡No deberían estar tan lejos, de hecho! —indició Martina— D-dejen que Gevani rastree la llamada para que mi padre vaya a ayudarles. ¡No deberían estar tan lejos!

Tiene razón tu hija, Kenia —dijo Gauchito— No estaría mal si Mateo nos da una escoltita hacia la ba...

De repente se oyó un brutal choque ensordecedor que tomó por sorpresa a Masayoshi y a Kenia. Seguido de ese ruido sordo vinieron gruñidos de preocupación de Kenia y Gauchito, seguido por la aparición de rugidos de motocicletas. La preocupación se dibujó al instante en los rostros de padre e hija.

—¡¿Qué te dije, Gauchito, AH?! —maldijo Kenia— ¡¿QUÉ TE DIJE?!

—¡MENOS HABLA Y MÁS DESENFUNDAR TU ARCO, LEGOLAS! —exclamó Gauchito. Se oyó un chirrido de ruedas derrapar contra el suelo.

—¡¿M-mamá?! ¡¿Abuelo Gauchito?! —balbuceó Martina.

—Marti... —habló Kenia, pero antes de poder decir nada más, la comunicación se cortó abruptamente.

Martina y Masayoshi se quedaron viendo mutuamente, las muecas de incredulidad impresas en sus caras. Martina de repente agarró el teléfono de su padre y se volvió sobre sus pasos, emprendiendo su marcha hacia el laboratorio de Adoil Gevani.

—¡Martina, espera! —gritó Masayoshi desde atrás, siguiendo en pos de ella.

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Autopista Zem

A las afueras de Voivologa

La furgoneta se tambaleó bruscamente. Las ruedas chirriaron contra el asfalto, y el vehículo se movió en un pesado zigzagueo mientras era empujado con gran brutalidad por los motociclistas que chocaban contra ella una y otra vez, no dejándole ningún respiro a Gauchito o a Kenia para poder equilibrar sus cuerpos y preparar una contraofensiva.

Kenia notó por el rabillo del ojo algo extraño en los movimientos de los ciclistas: pudo ver destellos de luz azules que recubrían fugazmente sus cuerpos, y en ese brevísimo instante de parpadeo se desplazaban con tal brutalidad que sus impactos contra la furgoneta eran mucho más fuertes de lo normal. El siguiente impacto provocó que ella se tambaleara contra Gauchito, haciendo que las manos de este se descontrolaran e hicieran girar con gran brutalidad el volante. La furgoneta giró dos veces, con Gauchito maniobrando como pudo el volante para no perder el equilibrio del vehículo y se chocaran contra los parapetos de acero.

El vehículo quedó de espaldas y Gauchito apretó el pedal de retroceso para conducir en reversa para recobrar equilibrio. Ese instante lo aprovecharon los dos motociclistas para desenfundar subfusiles uzis y apuntarlos hacia ellos.

—¡Na-uh, ni se les ocurra! —exclamó Gauchito, el color negro de sus ojos pasando a un anaranjado brillante. Se oyó un chiflido digital venir de sus oídos, y justo cuando los motociclistas apretaron el gatillo, sus subfusiles estallaron en pedazos, en chispas y en corrientazos, hiriéndoles gravemente las manos.

Kenia aprovechó ese brevísimo instante para patear la ventana de un feroz puntapié. Sacó su arco apuntado de su funda, y este desplegó sus brazos mecánicamente, enseñando sus resplandecientes colores plateados con recubrimientos negros los cuales se iluminaron de color azul. Tomó una flecha cromada de su carcaj, tensó el arco con ella y la saeta emitió chirridos metálicos al dilatarse por completo. Kenia entrecerró los ojos, respiró hondo... y disparó hacia el motociclista de la izquierda.

La saeta barrió el aire con tal velocidad que reapareció justo en frente del motociclista, a punto de atravesarle el casco. En ese instante, tanto Kenia como Gauchito vieron al motero envolverse con un resplandor azul que lo hizo moverse inhumanamente rápido, esquivando la flecha y atrapándola con su mano derecha. El motero aplastó la flecha con el apretar de su mano al instante, antes de que la saeta surtiera su efecto sobre él. Kenia chirrió los dientes y frunció el ceño.

—¿Gauchito? —farfulló.

—Exoesqueletos de modelo Zastava —indicó Gauchito—. Aumentan los sentidos del usuario por breves periodos de tiempo.

—¿Son superhumanos?

—Si fueran superhumanos, ¡ahora mismo tendríamos el coche volcado hacia un lado!

Gauchito giró abruptamente el volante. La furgoneta giró sobre sí misma, describiendo un semicírculo hasta quedar recto. Aplastó de un pisotón el acelerador; el vehículo rugió motores y salió despedido por la carretera a máxima velocidad. Pero aun así los motociclistas los alcanzaron de nuevo. El dúo de moteros se puso a cada extremo de la furgoneta, desenfundando nuevos subfusiles uzis y apuntándolos contra ellos.

Gauchito Gil frunció el ceño y apretó los labios de la frustración y angustia. Él y Kenia se agacharon justo cuando la lluvia de balas cayó sobre ellos, haciendo añicos las ventanas y los retrovisores. Kenia frunció el ceño de la confusión. ¿No se supone que se acribillarían a ellos mismos si estaban en la misma posición? Pero tal fue su sorpresa al asomar la cabeza y ver de soslayo como las elegantes ropas de los motociclistas estaban jironeadas y llenas de agujeros... pero no había rastro de sangre. Mejor dicho, no parecía que hubieran sufrido daño alguno.

Uno de los moteros cargó contra la furgoneta, activando su exoesqueleto Zastava para chocar con mayor fuerza. Kenia aprovechó ese instante para propinarle una patada a la puerta; el puntapié destruyó la compuerta, y esta salió volando cual proyectil contra el motociclista, impactando brutalmente contra él y tirándolo a él y a su moto al suelo. El vehículo rotó varias veces contra el suelo, impactando contra los parapetos y culminando en una explosión que se llevó consigo al motero.

—¡Abajo! —exclamó Kenia, desenfundando de su cintura una aguja plateada al tiempo que Gauchito se agachaba. Kenia tiró hacia delante, poniéndose bocarriba, la cabeza asomando fuera del vehículo. Arrojó la aguja, y esta salió disparada por la ventana y terminó clavándose en el casco del segundo motero, este último activando su Zastava sin prever su ataque. La motocicleta perdió equilibrio, terminando por caer brutalmente al suelo y llevándose consigo al mafioso serbio.

Gauchito Gil le ofreció su mano. Kenia la tomó, y el hombretón la jaló de regreso hacia el asiento del copiloto.

—Sí, tienes razón —farfulló ella—. No son superhumanos.

—Pero quizás los que vengan allá arriba sí lo sean —Gauchito indicó con el dedo la explanada superior por la cual una caravana de camionetas negras y motocicletas—. Cuento al menos unas seis camionetas y otras cinco motocicletas.

—¿Acaso toda la mafia serbia nos persigue el trasero o qué? —maldijo Kenia, preparando una flecha de cobre sobre su arco.

—No sería la última vez que toda una mafia nos pisa los talones...

Los rugidos motorizados de las motos rezongaron en toda el área. Las cinco motocicletas usaron los parapetos de acero como soporte de rampas y saltaron por los cielos, sus jinetes haciendo resonar con más potencia las palancas de arranque mientras surcaban el firmamento hasta aterrizar ágilmente en frente de la furgoneta. Gauchito miró por el retrovisor dañado, y el pequeño vidrio que quedaba le mostró las seis camionetas oscuras cercándolos desde atrás.

—Rodeados por delante y por atrás —masculló Gauchito, ladeando la cabeza—. Que innuendo nos están haciendo estos forros.

—¡Llévanos a un lugar donde podamos pelear contra ellos en tierra firme! —exclamó Kenia, con arco en mano, carcaj en la espalda y yendo a la parte trasera de la furgoneta y asegurándose que todos los maletines amarrados no se desperdigaran por el suelo.

—¡El GPS de mi teléfono dice que hay un depósito abandonado a menos de cinco kilómetros! —señaló Gauchito— Tú mantenlos a raya.

—Aye, aye, capitán —Kenia volvió a desplegar su arco apuntado y abrió las compuertas traseras de una patada, tan fuerte que las puertas salieron despedidas por el aire, y algunas chocaron contra los parabrisas de las camionetas negras. Uno de los vehículos perdió equilibrio, derrapando de aquí para allá sin control hasta acabar chocándose con gran brutalidad contr aun poste. Todos sus pasajeros salieron volando por las ventanas. Kenia sacó unas gafas púrpuras de una funda de su carcaj y se las colocó.

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https://youtu.be/2kgJy0kZGvE

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Los mafiosos serbios de las camionetas se asomaron por las ventanas y apuntaron sus rifles de asalto hacia Kenia. Los moteros que cercaban por delante de la furgoneta redujeron la velocidad para acercarse a la cabina de conductor, utilizando sus exoesqueletos para desaparecer y reaparecer a cada lado del vehículo. Desenfundaron distinto subfusiles y los apuntaron al conductor.

Gauchito y Kenia intercambiaron una fugaz mirada de soslayo, y asintieron al mismo tiempo con la cabeza en gesto decisivo.

Gauchito Gil giró la cabeza y clavó sus ojos anaranjados sobre el motero de la izquierda, al tiempo que desenfundaba de su cintura su trabuco y lo apuntaba contra el otro motero. Con su ciberhackeo destruyó el subfusil del motero de su izquierda, al tiempo que también lo dejaba temporalmente ciego. Apretó el gatillo de su trabuco, y una ráfaga de plasma salió disparada del cañón, impactando sobre el pecho del motero de su derecha. Ambos mafiosos perdieron equilibrio y sus cuerpos derraparon brutalmente sobre el asfalto, sus cráneos deformándose y sus partes cibernéticas fraccionándose por los aires.

Kenia Park disparó tres flechas de bronces al unísono; las saetas surcaron el aire y explotaron en peligrosos fragmentos que rompieron los vidrios restantes de las camionetas e hirieron de gravedad a los mafiosos. Los atacantes serbios descargaron toda su rabia sobre ella en forma de alocadas ametralladoras que llovieron sobre la furgoneta. La arquera hizo girar su arco con una mano, tan veloz que pareció una hélice de helicóptero; el recubrimiento de acero la protegió de las balas. Cuando el acribillamiento se detuvo, Kenia aprovechó para disparar una singular saeta cromada.

La flecha surcó la llovizna del aire hasta alcanzar a uno de los coches. El proyectil cromado explotó en una onda sónica que destruyó los tímpanos de los conductores y provocó cortos circuitos en sus implantes cibernéticos. Dos de las camionetas se estrellaron entre sí, generando una brutal estampida que acabó con ambos vehículos estrellándose brutalmente contra los parapetos de acero.

La furgoneta sufrió salvajes atropellos por parte de los motociclistas, los cuales no paraban de disparar andanadas de rondas de balas sobre la cabina de conductor, obligando a Gauchito a agacharse para tener cobertura. El vehículo se tambaleó de acá para allá, haciendo perder el equilibrio a Kenia. La arquera cayó con estrepito al piso, y esto los serbios de las camionetas lo aprovecharon para disparar sus rondas de balas y, además, lanzar granadas de fragmentación que estallaron en el aire y abollaron horriblemente la camioneta.

—¡Agh, agárrate bien, Kenia! —vociferó Gauchito, alzando levemente la cabeza para poder observar la encrucijada de carreteras que lo esperaban a cincuenta metros de distancia. A su lado izquierdo pudo ver dunas de tierra áridas y explanadas de yermos extendiéndose por kilómetros de distancia— En putiza, llegamos a ese depósito.

Una vez las rondas de metralla de los moteros culminó temporalmente, Gauchito se irguió y disparó su trabuco dos veces para cada motociclista. Debido al constante movimiento, los proyectiles de plasma a duras penas les dañó el brazo o el hombro. El Gil hombretón apretó con fuerza los dedos sobre el volante y, justo cuando llegaron a la intersección, giró el disco con todas sus fuerzas hacia la derecha.

La furgoneta giró abruptamente hacia la derecha sobre la encrucijada, derrapando dinámicamente sobre el asfalto y empujando en el proceso al motero que tenía en su lado derecho. La moto de este último cayó y rodó varias veces sobre el suelo, aplastando consigo a su conductor y desapareciendo en la distancia. Kenia, en la parte trasera, fue jalada hacia la derecha y su cabeza impacto con dureza sobre la pared. La furgoneta se estabilizó y reavivó la marcha, dirigiéndose a toda velocidad hacia el terreno baldío. Chocó y atravesó con facilidad los parapetos de acero, mientras que los tres moteros restantes saltaban por encima de ella usando las potencias de sus exoesqueletos, y las camionetas negras faltantes atravesaban también los parapetos, dejando sórdidas entradas en ellas.

El terreno baldío estaba accidentado por pequeñas lomas, protuberancias de rocas y tallos de árboles muertos. Gauchito giraba el volate como un demente de izquierda a derecha, provocando que la furgoneta se moviera en peligrosos zigzags con tal de eludir aquellos obstáculos, llegando hasta el punto de describir anchas curvas que obligaban a los moteros a alejarse para no ser impactados por él. Los serbios sobre las motocicletas reavivaron sus inacabables rondas de balas sobre la cabina del conductor y, esta vez, varias de esas balas lograron rozar las piernas de Gauchito, e incluso atravesarlo. El hombretón gil apretó los dientes, e hizo girar el volante para que la furgoneta describiera agiles parábolas con las cuales desviar los disparos y alejar a los moteros.

—Agh, ¡ROJAS! —maldijo Kenia, siendo empujada de aquí para allá descontroladamente.

—¡Lo siento, minita! —gritó Gauchito al tiempo que apuntaba con su trabuco y disparaba rondas de plasma contra los moteros, estos últimos esquivándolos con dinámicos zigzagueos, e incluso saltando por encima de protuberancias de roca— ¡Si no quiero que dañen más la furgoneta, entonces debo moverla como si tuviera una cucaracha en los pantalones!

—Haberlo dicho antes, entonces —Kenia tiró el arco sobre uno de los sillones y desenfundó de su cinturón táctico dos agujas plateadas que dispararon destellos de luz al ser esgrimidas habilidosamente por ella.

Se acuclilló, sus piernas ensancharon sus músculos y se volvieron más gruesos, y entonces, de un potente impulso, salió disparada hacia las camionetas.

El conductor de uno de los vehículos pegó un grito de espanto al ver a Kenia Park volar hasta su coche. La peligrosa Gil aterrizó con un fuerte impacto de pies contra el capó del automóvil, aplastándolo y deformando su motor como si hubiese sido una bola de boliche la que lo hubiese impactado. Los ojos de Kenia bajo los lentes se volvieron esferas blancas de pura determinación e instinto asesino. Los serbios apuntaron sus fusiles de asalto contra ella, pero antes de apretar el gatillo, los brazos de Kenia se volvieron fugaces borrones que pasaron a través de los mafiosos. En un abrir y cerrar de ojos, aquellos rifles fueron partidos en pedazos, al igual que los brazos de los serbios y, por último, sus caras, las cuales se cayeron rebanadas como pedazos de filetes, mostrando las carcasas cibernéticas que tenían debajo de aquellas máscaras de carne.

Kenia Park saltó al siguiente coche negro, dejando que el que estuvo previamente impactara contra una zarza y, después, contra un árbol. A ojos de los serbios, pareció como si hubiese desaparecido y reaparecido sobre el capó de su vehículo. Entre confusión e histeria, no comprendieron si era su velocidad o si tenía tecnología de teletransportación. Pegaron gritos estridentes y dispararon contra ella. Kenia se agachó para esquivar las balas y, de una embestida, atravesó el parabrisas con un brazo e introdujo su aguja plateada sobre sobre los resquicios del volante. De un jalón lo giró hacia la derecha, provocando que perdiera el control y comenzara a rodar sobre su propio eje. Kenia dio un salto y desapareció de la vista de los paniqueados serbios. La camioneta impactó contra una loma, volcándose y rodando brutalmente por el terreno árido hasta impactar contra una protuberancia de piedra, generando una explosión masiva que resonó en todo el yermo.

La salvaje Gil ahora lucía como una superhumana a ojos de los serbios restantes del último coche. Cuando cayó sobre el capó, esta vez ellos estaban preparados para interceptarla. Uno de los serbios extrajo rápidamente del interior del auto un extraño rifle con forma de francotirador M91. El serbio apretó el gatillo, y del largo cañón salió despedido una serie de ondas sónicas que abatieron a Kenia y la ralentizaron en la esgrima de sus agujas. Kenia apretó los dientes y empleó más fuerza con tal de contrarrestar el empuje sónico de aquella arma; sus oídos se ensordecieron, y sus músculos se tensaron de tal forma que su bodysuit comenzó a desgarrarse.

Al final la oleada de ondas supersónicas pudo contra ella, y Kenia Park salió despedida a toda velocidad por el aire, impactando contra el techo de la furgoneta y volando más allá hasta atravesar unas altas vallas alambradas y, seguido de ello, una muralla de sacos terreros que empezaron a inundar el suelo con tierra. 

Gauchito Gil sintió el impacto en el techo de la furgoneta, y vio con el rabillo del ojo a Kenia volar sin control por el aire hasta perderse en el laberinto de vehículos de carga abandonados que inundaban todo el parqueadero abandonado del enorme almacén. El camión traspasó las verjas con brutalidad, y condujo en un sinfín de zigzagueos en los cuales esquivó las carcasas de camiones de carga, sacos terreros, vallados de piedra y generadores llenos de polvo y hollín.

La furgoneta sufrió una avería luego de sufrir el disparo del francotirador sónico. Gauchito perdió control del volante al sentir como su implante sufría un corto circuito. El mismo volante explotó, y la camioneta se estrelló salvajemente contra un compartimiento. La parte delantera de la camioneta se aplastó como un sándwich, y el motor explotó en mil y pedazos de hierro que volaron por todas partes.

La camioneta y las motocicletas sobrevivientes a la intensa persecución se estacionaron formando un anillo alrededor del perímetro donde impactó la furgoneta. Los mafiosos serbios bajaron de los vehículos, apuntaron sus rifles y subfusiles contra la furgoneta, y abrieron incesante fuego contra ella. 

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Las ráfagas de balas impactaron cientos de miles de veces sobre el generador desvencijado y la furgoneta, la cual empezaba ya a echar humo por su aplastado capó. Gauchito Gil, dentro de la cabina, se cubría la cabeza con sus manos y encogía las piernas con tal de no ser impactado por ninguna bala. Escuchó un objeto impactar contra el generador y caer justo sobre sus pies. ¡Una granada! Gauchito ensanchó los ojos y apretó la mandíbula. Pateó la granada, la atrapó en el aire y la arrojó de regreso por donde vino, lanzando también unos abrojos de cinco puntas que desenfundó de su cintura y que desplegaron un fulgor celeste destellante.

Se oyó una explosión resonadora seguido por estallidos de corrientes eléctricas que hicieron despedir gruñidos adoloridos a los mafiosos serbios. La acelerada andanada metralla se detuvo, y Gauchito aprovechó ese breve momento para escapar de la cabina y correr para esconderse detrás del generador, utilizándolo como cobertura para la nueva ronda de balas que llovió sobre él. La estampida de plomo volvió a su curso al cabo de unos segundos, manteniéndolo relevado al suelo, teniendo solo una ocasión para asomar su trabuco naranjero para dar un disparo, llevándose en el proceso un rasguño en su muñeca por una bala.

—¡Sal ya, jodido paria! —exclamó uno de los mafiosos serbios mientras la andanada de plomo lo seguía asechando— Te tenemos rodeados. ¡No tienes escapato...!

Se oyó el silbido de una saeta surcar el suelo. Los serbios vieron una flecha de color gris impactar en el suelo justo a tres metros de su anillo de motocicletas y camioneta. No tuvieron tiempo de reaccionar, y fueron sorprendidos por la onda sónica que impactó contra todos ellos, abatiéndolos temporalmente y provocando que todas las motocicletas cayeran con estrepito al suelo.

—¡Gauchito! —exclamó una voz femenina en la distancia. El hombretón alzó la cabeza, y vio a Kenia Park subida encima de los brazos alzados de un montacarga— ¡Ven rápido al depósito!

La arquera desenfundó dos flechas azules de su carcaj y las disparó al mismo tiempo; ambas saetas cayeron justo en el mismo lugar que la flecha sónica, y estas estallaron en explosiones de campos eléctricos que paralizaron momentáneamente a los serbios, provocando incluso que uno de ellos caiga inconsciente al suelo. Y ese breve momeno fue aprovechado por Gauchito Gil, quien se impulsó a toda velocidad hacia delante y se escabulló, junto con Kenia, a través del laberinto de vallados y de carcasas de coches contrapesados.

—¿Por qué vamos al depósito? —farfulló Gauchito— ¡Quedan pocos! Fácilmente pudimos haberlos acabado allí.

—No —Kenia negó con la cabeza, la mirada severa—. Desde la altura del montacargas pude ver otra caravana de vehículos negros dirigirse hacia acá.

—Me estás tomando el pelo —maldijo Gauchito, el ceño fruncido— ¡¿Refuerzos?!

—Si queremos acabarlos uno a uno —Kenia señaló la fábrica abandonada con un ademán de cabeza—, entonces pertrechémonos allí. Usaremos los espacios estrechos a nuestro favor.

Y justo a pocos metros de la fachada con su compuerta corrediza sellada, Kenia Park se acuclilló y dio un enorme salto que la elevó once metros en el aire, la altura justa para sobrepasar la baranda de hierro y aterrizar de pie sobre el balcón.

—Solo por esta vez seguiré tu estrategia de asesina —masculló Gauchito por todo lo bajo. Dio un fuerte pisotón al suelo, y las placas de hierro ajustadas debajo de la piel de sus piernas activaron una oleada de hormonas que potenciaron la tensión muscular de sus muslos, provocando que se ensanchen bajo sus pantalones.

Saltó, emitiendo un chiflido mecánico en el proceso, y se elevó doce metros en el aire hasta aterrizar en el balcón de hierro. Antes de meterse dentro de la fábrica, disparó tres veces su trabuco contra los mafiosos serbios, pudiendo ver, a lo lejos, la manta negra de camionetas y motocicletas dirigirse hacia el depósito. Gauchito chasqueó los dientes, y cerró la puerta tras de sí justo antes de que la torrencial lluvia de balas impactara contra el vidrio, partiéndolo en mil pedazos.

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|◁ II ▷|

En cuestión de minutos, todo el meandro de vallados, generadores y coches de remolques fue rodeado por un extensísimo anillo de camionetas y motocicletas negras. Más de cincuenta mafiosos serbios armados con rifles, subfusiles y exoesqueletos Zastavas se hallaban distribuidos tanto cerca del anillo como desperdigados por el laberinto que obstaculizaba la cercanía a la fachada de la fábrica abandonada. Kenia y Gauchito se hallaban escondidos en el panel de control que daba la cara con un bastión de forma octogonal a la fachada de almacén, a cubiertos detrás de los altares que otrora se usaban para mecanizar a larga distancia los torreones móviles y las carrocerías.

—En efecto, trajeron a toda la mafia serbia para acá —afirmó Kenia en un susurro, asomando con cuidado la vista y quedándose petrificada al ver la ingente cantidad de hombres armados allá afuera.

—Seguramente con un ataque sorpresa los podemos diezmar a todos —sugirió Gauchito, asomando la vista igualmente.

—Deberíamos de idear un plan para salir de aquí —Kenia lo miró de soslayo, el ceño fruncido.

—¿Y dejar atrás todo el dinero que nos dieron? —Gauchito negó con la cabeza— No pienso tirar a la borda todo mi esfuerzo, así como así.

—Vale más nuestras vidas que esos maletines, Rojas.

—¿Y no vale todo lo que hicimos para conseguirlo? —Gauchito la miró con desidia— ¿Qué pensarán los Giles cuando vean que regresamos con las manos vacías y que ahora tenemos a la mafia serbia tras nosotros?

—Lo de la mafia es más que obvio que lo saben —Kenia asomó la vista y alcanzó a ver, a lo lejos, la furgoneta—. Pero olvida esos maletines, por favor, Rojas. Hallaremos otra forma de buscar una salida de Bosnia.

—No veo que hayan tomado los maletines. Pensarán que se habrán desperdiciado con la persecución —señaló Gauchito, asomando de nuevo la vista para ver con el rabillo del ojo la camioneta—. Lo recuperaremos, Kenia. No pienso volver a la base con las manos vacías.

—Rojas, por favor...

—¡Aguanta, aguanta! Agacha la cabeza. Está viniendo el hijo de papi.

Kenia hizo lo que le dijo y se agachó. Se acercó a un resquicio entre dos gruesas barandas y viró a través de ella. Su vista de águila le permitió hacer un buen zoom a la nutrida vanguardia de serbios trajeados que se atrincheraban dentro del anillo de automóviles y motocicletas.

Danilo Stanimirovic emergió de su séquito de guardaespaldas cual hijo de emperador, moviendo de lado a lado sus brazos, comandando a sus hombres a que se hicieran a un lado para él poder mostrarse ante los dos Giles escondidos. Sus ojos cambiaron de color, pasando a un rojo resplandeciente; justo después se oyó un clic robótico venir de sus oídos, y en ese instante enormes drones voladores salieron del techo de diez camionetas, formando una larga hilera de pequeños helicópteros de combate negros sobre la cabeza de Danilo.

—Si en los próximos sesenta segundos no bajan de allí, con las manos en alto y sin armas escondidas —exclamó Danilo. Movió exóticamente sus manos de acá para allá, comandando a los drones para que volaran por los cielos y comenzaran a rodear desde distintos puntos la fachada de la fábrica—, volaré este sitio en pedazos, ¿me oyen? ¡Hasta que no quede ni una sola parte de sus cuerpos, carne o robótica!

—¡¿Es eso lo que te comandó tu papi a hacer o estás haciendo esto por voluntad?! —vociferó Gauchito Gil, su voz sonando con fuerza en todo el perímetro y siendo oída por todos los serbios— Siéndote honesto, no veo la diferencia más allá de gloria personal.

—¡Gloria a mi familia, querrás decir! —gritó Danilo, la rabia dibujándose en su rostro juvenil— Después de toda la perdida que tuvimos cuando los Siprokroski instauraron sus poderes aquí, no hemos pensado en otra cosa que no sea la de restaurar nuestro poder. Ser los nuevos ''Ndrangheta de las Provincias Unidas a nivel político y clandestino.

—¿Haciendo treguas con parias como nosotros? —clamó Gauchito, esbozando una sonrisa— Con esa administración no llegarán lejos. Te lo digo como hombre de liderazgo.

—Oh, pero créeme, sucio plebeyo —una perversa sonrisa se dibujó en la cara de Danilo, y el rojo de sus ojos se iluminó con destellos jactantes—, luego de esto, no habrá más parias como ustedes con los cuales negociar. ¡Treinta segundos para salir, o sino comenzaré a volver este sitio en un Volcán Vesubio! ¡TREINTA, VEINTINUEVE...!

—¡Cuenta más lento! ¡¿Quieres?! —Gauchito se volvió hacia Kenia, las miradas ansiosas en ambos. De fondo, se oía la arrogante voz de Danilo contando de forma dictatorial— Ok, mira, esto es lo que haremos. Son diez los drones que tiene, por lo que veo. Tú utiliza todas tus flechas sónicas para acabar con ellos, y después usamos esta posición como cobertura para ir eliminando uno a uno a estos forros de mierda. Cuando ya queden pocos, bajamos a rematarlos.

—Esta vez te noto yendo a lo seguro en vez de ir a lo loco a por el enemigo, Gauchito —siseó Kenia, esbozando una sonrisa atrevida.

—Sí, yo también me sorprendo de ello. Pero si es con tal de recobrar el dinero, hasta me vuelvo trolo.

—¡DIEZ...! ¡NUEVE...! ¡OCHO...!

—¡CUENTA MÁS LENTO, DIJE! —maldijo Gauchito, la sonrisa confiada. Verificó su cinturón táctico, contando cinco abrojos y al menos diez pequeñas dagas en sus respectivas fundas. Desenfundó y enfundó su facón, haciendo que emitiera un breve silbido— Prepara esas flechas, minita.

—¡No tienes que decírmelo dos veces! —maldijo Kenia, organizando las flechas de su carcaj hasta colocar en fila las cinco flechas sónicas que le quedaban. Desenfundó una, y con ella tensó el arco— Lista.

—Muy bien —Gauchito desenfundó su trabuco naranjero justo cuando Danilo exclamó "¡Cuatro!"—. Entonces a la cuenta de tres. Tre...

Y justo cuando iba a contar a la par que Danilo, Kenia y Gauchito se llevaron la repentina sorpresa de oír no solo como su voz era interrumpida de forma abrupta, sino también de oír una sucesoria cadena de gruñidos quedos, seguidos por sonidos sordos de cuerpos cayendo al suelo uno tras otro y, por último, el ruido de varios objetos metálicos impactando duramente contra la superficie. Como si de repente se trataran de robots de juguete que se apagaran cuando se les acababa las pilas.

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https://youtu.be/KNhiHnXhw_o

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|◁ II ▷|

Kenia y Gauchito intercambiaron una mirada confusa. Lentamente se levantaron y salieron de su cobertura para ver... la mayor sorpresa que jamás se hubieran imaginado.

En un abrir y cerrar de ojos, Danilo y los cincuenta mafiosos serbios se hallaban tirados todos en el suelo. Muertos, igual que los diez drones que desplegó el joven Stanimirovic.

—¿Pero qué carajos...? —farfulló Gauchito, manteniendo el trabuco en alto en estado de alerta.

Ambos Giles se tiraron del balcón, cayendo once metros hasta aterrizar duramente en el suelo, resquebrajándolo un poco. Sin bajar en ningún momento sus armas, Kenia y Gauchito anadearon por el laberinto de carrocerías, ahora sumado con senderos de cuerpos de mafiosos. A medida que caminaban con paso cuidadoso a través de aquella maraña, los dos se daban cuenta del tipo de heridas que presentaban los cuerpos; tenían perforaciones limpias en sus cuellos, y grandes surcos que mostraban los exoesqueletos implantados en sus columnas vertebrales, y que empezaban a mancharse de sangre ingente. Incluso los drones que controlaba Danilo presentaban heridas de abolladuras y perforaciones similares a los cuerpos.

La llovizna se había detenido, igual de repentina que los mafiosos serbios ahora sin vida. El aire de tensión acreciente fue despedido y reemplazado con una espeluznante atmosfera de muerte mítica, como si la propia muerte personificada hubiese pasado instantáneamente por este lugar, cobrándose las almas de todos estos pecaminosos desgraciados. Breves temblores aparecían y desaparecían de las manos de Gauchito, mientras que Kenia sentía como su corazón le aceleraba del miedo. Miedo a lo desconocido.

Esta era la primera vez, desde sus reencarnaciones en el nuevo mundo, que Kenia y Gauchito sentían genuino miedo por algo que no habían previsto en lo absoluto.

—Esto... —balbuceó Gauchito, quedándose más sin aliento, sin palabras para incitar a su perturbada alma a describir lo que veía— Esto... —se detuvo en frente del cadáver de Danilo Stanimirovic. Se acuclilló, lo puso bocarriba con una mano, y se espantó ligeramente al ver la expresión de sorpresa dibujada en su cara, como si se hubiese espantado de lo que hubiese visto o sentido momentos antes de morir— ¿Qué...?

—¡Los maletines no están, Gauchito! —advirtió Kenia, quien se dirigió hacia la furgoneta y descubrió la ausencia total de los maletines en los sillones.

—¿No están...? —Gauchito se reincorporó. Kenia se puso frente a él, el semblante de preocupación de ver a su compañero sudar del esfuerzo mental de procesar esta situación tan confusa. Gauchito se masajeó la frente con un pulgar— Oh, Dios...

—Sientes las malas vibras también, ¿verdad? —Kenia miró su derredor, y tragó saliva— Una presencia muy maligna acaba de pasar por aquí.

—Mató a todos los serbios, Kenia —Gauchito chasqueó los dedos—. Cincuenta serbios, muertos con un chasquido.

—Hay que salir de aquí. Siento que me ahogo con cada segundo que paso aquí —Kenia señaló con un ademán de cabeza una de las camionetas negras—. Mira, los coches están intactos. Podemos usarlos...

—No.

Kenia se dio la vuelta, la mirada anonadada. Gauchito seguía de pie, con la cabeza agachada y el rostro ensombrecido.

—Dijiste que se llevaron el dinero, ¿verdad? —masculló— Entonces me niego a volver a la base.

—Pendejo, ¡tú mismo lo dijiste! —gruñó Kenia, poniéndose frente a él— Cincuenta serbios, muertos de un chasquido, cuando a nosotros nos habría tomado máximo cinco minutos. Lo que sea que los haya matado, nos supera por mucho en poder. Quizás sea un superhumano de Clase D o incluso C.

—Sea Clase C, P, Z, W, X, ¡Me importa un culo! Si volvemos a la base sin el dinero, entonces seremos vendehúmos.

—Vendehúmos, ¡más no unos jodidos CADÁVERES! —Kenia apretó los labios. Comenzaba a frustrarse— Carajo, Gauchito, ¿cuál es tu obsesión con volver a casa con ese dinero?

Se hizo el silencio entre ambos. Un silencio en el que solo se oía la respiración agitada de uno y de otro. Gauchito miró brevemente el suelo, y después directo a los ojos azules de Kenia.

—Tú mejor lo sabes, Kenia —dijo en un susurro—. Para no defraudar nuestra familia una vez más —se dio la vuelta y emprendió la marcha hacia una de las camionetas negras—. ¡Venga! Tengo la corazonada de que esto debe tener su punto álgido en la Mansión Marrón. Nos devolvemos para allá.

Kenia Park apretó los labios y se quedó allí de pie, pensativa, viendo la espalda en chaqueta negra de Gauchito alejarse lentamente de ella. La corazonada que tuvo también fue un augurio que la azotó en el corazón, y le hizo tragar saliva. Emprendió la marcha en dirección a Gauchito, la mirada melancólica.

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