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Capítulo 25: La Guerra de los Necios

┏━°⌜ 赤い糸 ⌟°━┓

🄾🄿🄴🄽🄸🄽🄶

https://youtu.be/gbsf2XvlLns

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https://youtu.be/Jptq6mUa5IE

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Territorio Serbio

A cien kilómetros de la capital Serbia, Voivologa.

Doce soldados albanos se montaron sobre la carcasa de un tanque serbio, manchado de hollín y con sus ruedas de orugas caídas en el suelo. Otros cinco soldados, todos ellos portando armaduras de exoesqueletos, se acuclillaban alrededor de él. Todos sostuvieron sus rifles de asalto y posaron para la cámara de rollo que Antígono Bardhyll apuntó hacia ellos. Se oyó un clic, e inmediatamente el revelado surgió de debajo de la cámara.

Aquella cámara, de antigua marca Kodak, era el tesoro del lejano pasado, borroso y casi olvidado por Antígono. Desde los turbulentos tiempos de la Yugoslavia de los años cincuenta que no la utilizaba, y el último reducto de fotos que tomó con ella fue cuando se reunió por primera vez con los Ushtrias Clirimtare, hace más de veinte años.

Ahora, su impresión de ella era la del objeto con el cual crearía poderosos símbolos de victorias bélicas que ensalzarían a la nación Albana.

<<¿Será que esta vez mis fotos no quedarán olvidadas, como sucedió durante mi sedición contra la tiranía de Tito?>> Pensaba Antígono mientras, a su alrededor, se congregaban los soldados albanos para observar el revelado. <<¿Será que las guardarás para la posteridad, Almarin?>>

Todos los soldados, al unísono, crearon un cauce de risas y de fanfarria al ver lo nítido que quedó la foto. Uno de ellos exclamó que el comandante acababa de crear otra obra de arte. Antígono sonrió y se ruborizó mientras los soldados ponían sus brazos sobre sus hombros y loaban su cámara Kodak y sus habilidades como fotógrafos. El macedonio se sintió genuinamente agraciado por sus comentarios.

—Mi regalo no solo se limitará a esta foto, camaradas —dijo Antígono, separándose del grupo de soldados y colocándose frente a ellos, el brazo alzado. Los soldados, así como otros en los alrededores, le prestaron atención—. Por el buen desempeño que todos ustedes me demostraron en esta batalla, se merecen esto.

Antígono hizo desaparecer la foto de entre sus dedos, y tras eso dio un chasquido que liberó escarcha luminosa. Un pilar de luz emergió del cielo plomizo y cayó instantáneamente al cielo, creando una larga torre de luz que se desvaneció a los pocos segundos, dejando tras de sí un minibar. Antígono fue hasta ella y le dio una patada. La puerta del minibar se abrió, revelando en su interior montones de botellas de vino y de Rakija.

Los soldados albanos corrieron y se congregaron alrededor del minibar, los ojos ensanchados y chispando de la perplejidad y emoción.

—¡Daos festín como os guste! —exclamó Antígono.

—¡Que viva El Apostata! —vociferó uno de los soldados de complexión robusta, extrayendo una botella del minibar y destapándola con los dientes.

—¡Que viva! —corearon los demás soldados al mismo tiempo.

Desde que se empezó a popularizar, entre los pelotones, su historial y su turbulenta carrera militar en la OIRM durante los primeros años de la gobernación de Josip Tito en Yugoslavia, los soldados albanos ensalzaban a Antígono el epíteto de El Apostata. Título que, otrora, utilizaron los partisanos de la Yugoslavia de Tito para amedrentarlo. Antígono pensó que los albanos lo despreciarían y abandonarían por sus creencias paganas en los Dioses Grecolatinos, pero en cambio se topó con una aceptación total y un respeto devocional que jamás en su vida pensó que volvería a tener.

—¡Rompan filas y descansen, señoritas! —dijo Antígono a voz alzada y lanzando una mirada general a todos los soldados que venían acercándose para tomar su bebida del minibar— Mañana en la mañana, de nuevo a los ejercicios de sondeo de perímetro.

—¡Señor! —todos los soldados respondieron a su orden con un pisotón y un saludo militar.

Antígono Bardhyll giró sobre sus talones y se retiró del lugar.

Caminó por un sendero demarcado por líneas blancas serpentinas. Anteriormente era una carretera adoquinada, y ahora estaba manchada de gruesas capas de hollín y obstaculizada por carcasas de vehículos militares (algunos siendo hasta androides humanoides y aviones de combates). Los cuerpos de los soldados serbios enemigos fueron removidos, por lo que ahora la carretera lucía como un cementerio para vehículos, algunos apelotonados en montañas de hierro oxidado y demolido.

Al final de la carretera se hallaba un complejo arquitectónico rectangular, parecido a la base de un bunker. Antígono caminó hacia él, y al entrar por los portones (abiertos de par en par), fue recibido cordialmente por los soldados albanos que custodiaban la entrada. Antígono les devolvió el saludo y se adentró por el pasillo.

Sus pisadas resuenan en la soledad del interior del bunker, ennegrecido pero iluminado por lámparas led de las paredes. Siguió su avance hasta doblar a la izquierda y pasar por un umbral custodiado por otros dos guardias albanos.

—¡Oficiales! ¡Salute al comandante Antígono Bardhyll! —exclamó uno de los guardias justo cuando entró en la habitación contigua.

Lo primero que Antígono fue cruzar rápidas miradas analíticas a todos los oficiales militares sentados alrededor de la mesa circular, conversando entre ellos mientras analizaban escaletas holográficas y planos azules que ilustraban imágenes detalladas de la capital de la Raion Serbia. Tras escuchar la exclamación vehemente del guardia, todos se pusieron de pie, lo miraron fijamente a los ojos y dieron un saludo militar de pisotón al suelo y asentimiento de cabeza. Antígono asintió la cabeza en respuesta, y acto seguido camina hasta la mesa, donde apoyó las manos y fijó la mirada en uno de los hologramas tridimensionales de color rojo y a detalle de la ciudad de Voivologa.

—¿Ha habido respuesta de parte del magisterio de Voivologa? —preguntó.

—No, señor —contestó un oficial, ladeando la cabeza—. Silencio absoluto desde que enviamos el mensaje tres días atrás.

—No me lo creo —gruñó Antígono—. ¿Cómo en tres días no se van a decidir? Y encima a un ultimátum como el nuestro... Solo faltan dos días antes de que se pase el plazo.

—No hay que olvidar el choque psicológico que deben tener tras ver al Presidente Fahrudin desvanecerse en el aire —afirmó otro oficial.

—Cierto —corroboró un tercer oficial, mirando a todos sus compañeros—. Eso fue más que suficiente para romper la terca moral de los serbios. Créame, señor —miró a Antígono—, que de aquí en veinticuatro horas, tendremos el armisticio de los serbios.

Antígono se encogió de hombros y se pasó una mano por el cabello rubio cenizo.

—Que sea así, o sino me tocará teletransportarme a sus oficinas y darles un susto de muerte para que se caguen en los pantalones.

De las bocas de todos los oficiales estallaron una cadena de carcajadas. La resonancia de las risas se esparció por toda la habitación. Antígono sonrió y cuchicheó risitas, compartiendo su misma actitud confiada, pero resguardando dentro de sí la innecesaria preocupación constante de que el plan no salga tal y como Almarin Xhanari lo planificó durante años.

<<Forzar el estado de excepción y el armisticio en todas las Raions con la excepción de Rusia, a quienes tomaremos por la fuerza>>.

El pensamiento rugía en el fondo de su mente, vibrando con la energía ambiciosa de un conquistador. Pero incluso un conquistador podía caer conquistado bajo su propio delirio si no tenía cuidado. Y Antígono ya era familiar con ese tipo de conquistadores.

Debido a las carcajadas estridentes, ninguno oyó las apuradas pisadas del soldado que estaba trotanto hasta la sala de comandancia. No fue sino hasta que el joven soldado, agitado y con el rostro perlado de sudor, entró en la habitación, que todo el mundo reparó en él.

—¡Infante Rafael Stojvok presente, señor! —exclamó el joven soldado, dirigiéndose hacia Antígono y sosteniendo en su mano un teléfono digital con su pantalla mostrando un número de teléfono militar que el úiltimo reconoció al instante— En la línea tengo a la comandante Luriana Zogjani, señor. Me ha pedido que lo pase con usted.

Antígono tomó el teléfono cristalino, el ceño fruncido. Se supone que Luriana estaba combatiendo en el frente Kosovar. ¿Por qué estaría llamándolo? ¿Le habrá sucedido algo extraordinario?

Se llevó el teléfono transparente al oído.

—Antígono al habla.

Se hizo el silencio por un alargado rato que se les antojó frustrante desbaratado para los oficiales presentes en la estancia. De pronto, la cara de Antígono pasó de una inexpresiva a una de inconcebible sorpresa. Ensanchó los ojos, entreabrió los labios y asintió varias veces la cabeza mientras murmuraba:

—Sí, sí... ¡Ok, ok! Ya voy para allá.

Inmediatamente colgó la llamada y le devolvió el dispositivo al joven soldado. Se dio la vuelta y miró a todos sus oficiales, la mirada alterada.


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|◁ II ▷|

Frontera con la Comuna Kosovar Zoric

Base militar albana

Luriana Zogjani separó el cigarrillo de sus labios, las manos estremeciéndose levemente. Exhaló una profusa vaharada de humo justo cuando escuchó un nítido silbido estridente provenir del cielo.

Separó la espalda de la columna de madera donde se apoyaba y caminó más allá de la marquesina para alzar la cabeza y mirar al firmamento. Varios soldados albanos a su alrededor hicieron lo mismo. En un abrir y cerrar de ojos, el pilar de luz perforó las nubes y cayó instantáneamente a la tierra, a pocos metros de ella. El impacto generó una onda de choque y polvo que obligó a los soldados a cubrirse las caras con sus brazos.

La luminosidad se desvaneció tan rápido como apareció, dejando tras de sí la erguida e imponente silueta de Antígono Bardhyll a la vista de todos.

Luriana se quitó el cigarrillo de los labios y lo aplastó bajo su puño, convirtiendo las cenizas en pólvora elástica que cayó al piso. Se dirigió hacia Antígono, este último acelerando el apurado paso hacia la tienda de campaña. Lo siguió al interior de la tienda.

—¿En qué estado se encuentra la ciudad ahora mismo? —preguntó Antígono, paseando por los pasillos y siendo saludado por varios oficiales.

—La milicia está siendo reorganizada en posiciones defensivas de artillería antiaérea y militarización de las calles —explicó Luriana—. Elira me dijo que Saravanda es ahora foco central de un inminente ataque.

—¿De parte de los rusos? ¿Y cómo está tan segura?

—Fueron atacados por Andrey Zhukov.

Antígono se detuvo en seco. Se dio la vuelta y miró a Luriana, la expresión de sorpresa en su rostro.

—¿Zhukov? ¿El mismo que trabaja para la Multinacional Tesla? —Luriana afirmó con la cabeza. Antígono frunció el ceño— ¡¿Qué hace ese hombre en las Provincias?!

—Ser un activo militar para Anya Siprokroski, pues, ¡¿para qué más crees que es?! ¡Hay que estar en Saravanda YA MISMO!

Antígono se acercó a un oficial y, entre masculleos airados, le ordenó que reuniera a un pelotón de superhumanos albanos para trasladarlos a Saravanda. El hombre asintió con la cabeza y se fue de la estancia echando humos.

Minutos después, Antígono y Luriana se hallaban a las afueras de la tienda de campaña, con varios soldados revestidos con exoesqueletos parados alrededor de ellos como caballeros de ajedrez, formando un cuadrilátero. Alrededor de ellos los observaban, atentos y expectantes, los soldados del frente de Zoric junto con sus oficiales de alto mando. Estos últimos tenían miradas preocupadas, pero a la vez determinadas, pues se sentían decididos a tomar riendas en el liderazgo del frente kosovar como lugartenientes de Luriana. 

Se oyó una algarabía provenir de una de las tiendas. Antígono y Luriana miraron hacia el origen de la revuelta, y se sorprendieron al descubrir a médicos y enfermeras tratando de detener a un nutrido grupo de albanos fornidos que se estaban quitando los cables de lectura cardiaca de sus hombros y sus pectorales expuestos. Vestían únicamente con pantalones blancos, y varios arrastraban sus monitores cardiacos rodantes y cargaban sus bolsas de agua caliente.

—¡Aún no están curados del todo, por favor! —exclamaba uno de los doctores.

—¡¿Eso qué importa?! —gruñó uno de los superhumanos albanos, quitándose la gorra de aluminio y arrojándola al suelo, para acto seguido ponerse frente de Antígono y Luriana y darles un saludo militar romano— La nación albana peligra, y es mi deber, y el de mis compañeros de armas, seguir a mi comandante a protegerla de sus enemigos.

—¿Por qué dicen que no están "curados" del todo? —preguntó Antígono, mirando de reojo a los doctores y enfermeras aglomerados— ¿No les dieron Píldoras Asclethio?

—Tenemos pocas como para ponernos a derrocharlas, señor —farfulló una enfermera.

Antígono redirigió la mirada hacia los quince superhumanos albanos dispuestos ante él. Aún presentaban cicatrices sangrantes y claros moretones en sus esculpidos cuerpos, lo que contrastaba con sus férreas miradas decididas.

—¿Están seguros de esto?

—Desde las Guerras de Kosovo hemos estado listos para luchar de nuevo por nuestra patria, ¡señor!

—¡Señor! —gritaron el resto de albanos al mismo tiempo, coordinando sus pisadas y sus saludos militares.

Los labios de Antígono se torcieron en una ínfima sonrisa.

—¡Vengan y formen filas, soldados!

Los quince superhumanos se organizaron entre los demás, pisando el pavimento con sus pies descalzos. Una vez estuvieron hombro con hombro al lado de los supersoldados, Antígono les dirigió una última mirada analítica para verificar que todos estuvieran ya dispuestos. Les asintió a todos con la cabeza, y les dirigió una última mirada compasiva a todos los militares que los miraban desde sus tiendas de campaña.


El pilar de luz cayó del cielo con un trompetazo estridente que cegó brevemente a todos. Momentos después la luz se apagó. Todos bajaron sus brazos, y divisaron la forma circular de un anillo negro donde otrora estaban Antígono, Luriana y todos los reclutados. 

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|◁ II ▷|

Microdistrito Grigory

Gran Palacio Siprokroski

El constante traqueteo y agitación de la movilización militar no había cesado. A las afueras del palacio se organizaban largas columnas de soldados, todos ellos siendo los uniformados Wagner de Yuri Volka, quienes empezaban a desplazarse por las avenidas adoquinadas que los llevaban hacia amplias plataformas octogonales, ascendidas por escalinatas y soportadas por gruesos paneles cristalinos de estilo solar. Helicópteros y aeronaves teledirigidas se posicionaban a varios metros por encima de las cabezas de los soldados, disponiéndose uno detrás del otro como unidades individuales. Vehículos militares blindados se colocaban en plataformas de paneles separadas de las de los infantes.

Y a pesar de la atmósfera apurada y de la consuetudinaria sensación de apuro que debería de haber puesto a todo hombre combatiente a organizarse en sus respectivas filas, ni los aullidos de los soldados, ni el rugido motorizado de los autos y las aeronaves y ni el zumbido de los paneles preparando la teletransportación interrumpieron el armonioso ambiente que crearon los Giles de la Gauchada para el funeral de Santino Flores.

Requisaron uno de los patios interinos del Gran Palacio para dedicar allí el funeral al recién caído Gil. Allí, prepararon todo lo que constituía el ritual de sus funerales: un altar donde disponer todos los objetos de gran valor del recién muerto, y un holograma tridimensional del difunto. Para esto último, los Giles no escatimaron en recursos, y activaron el Holo que describió una imagen de cuerpo completo de Santino Flores tal y como ellos pensaron que a él le gustaría que fuese: con su uniforme, su sombrero y su máscara de vigilante.

La presencia del difunto se testificaba en el ambiente gracias a este ritual. E incluso si el único remanente suyo era una imagen inmóvil, los Giles sentían profundamente el aura de valentía que esta misma exudaba.

Uno a uno, los Giles, todos ellos arropados en sus mejores vestidos y uniformes de luto, fueron colocando los objetos más representativos de Santino Flores sobre el altar. Cuando lo hacían, cruzaban miradas con la máscara del holograma, y daban un ademán de saludo con la cabeza o le dedicaban unas palabras cargadas de sentimiento.

Adoil desplegó la gabardina sobre las mesas, y dijo:

—Te atreviste a dejarnos tan pronto de nuevo... —se pasó una mano por la calva cabeza y se devolvió.

Ricardo dispuso el sombrero sobre la gabardina, y murmuró:

—Dejaste este nuevo mundo a tu manera, otra vez... —negó con la cabeza, una lágrima cayendo sobre su mejilla mientras miraba fijamente el holograma— Un terco hasta el final, pero no infeliz, ¿eh?

Kenia Park colocó cuidadosamente dos pistolas de plasma sobre un velador. Las manos le temblaban. Trató de alzar la cabeza, pero se le dificultaba por la vergüenza interna que la carcomía como radiación. Con mucho esfuerzo, apretó los puños y levantó la cabeza y dijo con labios temblorosos:

—El destino no deja de ser cruel ni siquiera en este nuevo mundo —lágrimas bajaron de sus mejillas, y se las limpió con una rápida mano—. Lamento... todo lo que te dije, Santino....

Cuando Kenia se devolvió hacia los peristilos, Mateo estuvo allí para ella. Ambos se abrazaron. Mateo dejó que su esposa enterrara su cara en su hombro y hundiera allí sus sollozos y sus penas. Mateo sintió compasión por ella; al fin y al cabo, el último recuerdo que iba a tener de Santino sería el injurio que lo rebajó hasta ser poco más que un bastardo. Y él mismo compartía ese pensamiento.

Mateo Torres le dio un empujoncito en el hombro a Martina, motivándola para ser ella la siguiente. La muchacha argentina dudó al principio, pero tras dedicarse otra mirada aprobativa de sus padres, de su tío Ricardo y su abuelo Adoil, tomó las riendas de sus propias penas ajenas y empezó a marchar hacia el altar. Cargando en sus manos el mismo Anillo Quantumlape con el que Santino le dijo que se devolviera para casa, Martina sintió el peso de sus pisadas sumando al pesado ambiente de pesadumbres, condecorado con los lejanos ruidos de las marchas militares anunciando la inevitable guerra. Vio en un fugaz destello todo lo que pasó con Santino Flores para llegar a este momento, y la suma de esta nueva responsabilidad la hizo sentir como una adulta.

Sintió un agarre repentino tomarla de la mano. Martina se dio la vuelta, y ensanchó los ojos al descubrir a Ryouma Gensai frente a ella, mirándola detenidamente a los ojos.

Onegaishimasu.

Incluso sin haber traducido la palabra, Martina comprendió su petición y asintió con la cabeza.

Ambos jóvenes se alinearon frente al altar, la mirada permanente del holograma de Santino observándolos desde arriba como un padre atento. Martina se acuclilló, y colocó el anillo sobre una pequeñita mesa, justo al lado de las pistolas que dispuso su madre. Se reincorporó, miró de soslayo a Ryouma, este último asintiendo con la cabeza, y después al holograma. Se quedó en silencio por varios segundos, hasta que logró articular:

—Por segunda vez has demostrado... el verdadero hombre que eres. Y esta vez... —los labios retemblaron, y sollozó— Esta vez tuve la fortuna de ver tu hazaña. Santino Flores... —extendió los brazos hacia ambos lados— Mi último recuerdo de ti... no será algo negativo.

Dedicó una última mirada compasiva a Ryouma, como de despedida, para después darse la vuelta y regresar hacia el peristilo.

El joven espadachín se dio la vuelta y observó el holograma de Santino. Se llevó una mano dentro de su abrigo abotonado, y de allí extrajo un collar de abalorios esféricos de color esmeralda. Se sentó en el suelo, las piernas cruzadas, y juntó las manos de tal forma que el collar budista quedará colgando de sus dedos índices. Cerró los ojos, y tras dar un profundo suspiro, rezó con una sintonía alargada:

Nyorai, Hotoke-Sama, Ōmu Mani padomē fūmu...

A pesar de la barrera del lenguaje y cultural, los Giles de la Gauchada apreciaron casi al instante el devocional gesto respetuoso que Ryouma le dedicó al improvisado santuario. No hizo falta ninguna explicación para saber que el rezo debía ser el equivalente a algún Avemaría. Aquella entonación de rezo budista les hizo sentir especiales y agradecidos de tener como cófrade a un extranjero tan particular como él.

Una vez culminado, Ryouma Gensai se incorporó y se guardó el collar dentro de su abrigo. Se devolvió hacia los peristilos, ganándose en el camino las miradas avaladas de los Giles, así como las ratificadas de Hattori Hanzo y Ryushin Hogo, estos últimos observando todo el proceso funerario desde lo alto de un balcón.

El último en procesar y finiquitar todo el ritual era Mateo Torres. Y este último no dudo en ningún instante. Salió de los peristilos y caminó con amplias zancadas por el sendero adoquinado hasta alcanzar el santuario. Destapó la botella de aceite que traía consigo y la derramó toda sobre los muebles. Se arrancó un pedazo de su saco elegante, y lo encendió con una cerilla. La arrojó sobre la gabardina, y esta prendió fuego al instante.

Observó las llamas esparcirse por el resto de utensilios y prendas, mezclándose y formando una pira de fuego que alcanzó el holograma de Santino Flores, ocultándolo tras sus lengüetas naranjas. Fijó la mirada en el holograma. El calor se esparció en el aire, y sintió su cuerpo sudar bajo su elegante traje negro. Sus azulinos ojos lagrimearon al ver brevemente la visión del holograma de Gauchito Gil, difunto hace no menos de un mes y medio. Cerró los puños con tanta fuerza que venas se hincharon por sus brazos.

—Santino... —masculló— Fueron tus ambiciones y tu estrategia solitario lo que te llevaron a tu segunda muerte... —su mirada se cristalizó, endureciendo su severidad y reflejando la pasión de las llamas en sus irises— Pero no por eso te hace menos hombre, y mucho menos, un Gil de la Gauchada. Juro por Dios Todopoderoso, no importa sacrifico partes de mi cuerpo... 


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Saravanda

Cementerio Lors-Brjoba

Elira agitó gentilmente su mano de acá para allá, y las ondas telequinéticas sacuden los restos de desechos de los alrededores de la lápida. La única lápida que se hallaba en aquella zona, aislada del resto y rodeada por pasto alto y por verjas que se alzaban en su derredor como barras de una jaula. La basura recolectada flotó al lado de su cabeza como una bola de boliche, y Elira la despidió hacia el cielo con una ligera agitación de mano.

El pasto alto daba un ambiente cerrado y aislado, justo como Elira lo deseaba, pues ocultaba los racimos de flores que condecoraban los cimientos de la lápida, esta última teniendo en su superficie el grabado del nombre de Santino Flores.

Solo estaba su nombre. No había ni ninguna frase ni ningún otro tipo de decorado en el relieve, pues Elira pensaba que sus últimas palabras estarían mejor resguardadas en la profunda concavidad de su mente. Unas palabras cargadas de tanto significado que jamás pensó que lo escucharía de un enemigo tan inesperado como él. Un enemigo del cual terminó ganándose su más gran respeto.

<<Ojalá y todos se vayan al infierno. Yo seré el primero en ir allí>>.

La frase hizo resonar cada palabra como una trompeta mortal en su mente, y la breve visión del Santino moribundo invadió sus ojos. El rostro de Elira se endureció, y después se suavizó en una meuca melancólica. Dedicó un último ademán de cabeza a la lápida y de volvió sobre sus pasos, retirándose de la zona decir o pensar nada más.

Una vez en el umbral del arco apuntado que daba entrada al cementerio, Elira alzó la cabeza, y lo primero que observó fue una fila de vehículos militares, cargados de soldados, conduciendo a través de una avenida totalmente desprovista de peatones o vehículos públicos. Alzó la cabeza al oír zumbidos y repiqueteos y aleteos, alcanzando a divisar las siluetas de aviones de combates desplazarse en zigzagueos y circunferencias por el firmamento, dando rodeos de varios kilómetros a lo largo y ancho de la ciudad. Bajó la cabeza, y los únicos "peatones" que vio avanzar por las aceras y callejones fueron militares y ciborgs humanoides; los civiles estaban ocultos en sus casas, observando a través de la ventana con mucho terror en sus miradas.

Cerró los ojos, se encogió de hombros y suspiró. La gravedad de esta nueva atmósfera pesaba sobre sus hombros, haciéndole sentir en cierta forma culpable. ¿No se suponía que la guerra nunca alcanzaría a los civiles, tal y como Almarin dijo que no sería el caso? ¿Será que acaso todo saldría mal a partir de ahora?

Sacudió la cabeza, sacándose los pensamientos de encima. Y justo después de eso oyó una voz chillona detrás suya:

—¡Hya, Elria!

Se dio la vuelta y descubrió a Bukuroshe Berisha caminar hasta ella. A su lado venía Luriana Zogjani, caminando a la par. Ambas mujeres se detuvieron frente a Elira y miraron de soslayo la entrada del cementerio.

—¿Andabas visitando la tumba de algún niño? —preguntó Berisha, el rostro consternado. Al ver que Elira no respondió, Berisha chasqueó los labios y bajó la mirada— No respondas.

—¿Ya está Antígono aquí? —preguntó Elira en cambio, agitando la mano hacia Luriana.

—Lo está, Elira —respondió Luriana—. En el cuartel.

—Entonces vayamos allá. Te explicaré los detalles que te dije que te daría.

Las tres mujeres emprenden la parsimoniosa marcha hacia el cuartel general, el cual se hallaba a cinco minutos a pie desde el cementerio. En el recorrido, son saludadas por miembros de la milicia que tomaban control de las calles, disponiendo sus carros de combate y murallas de campos de fuerza como barricadas en las avenidas principales más anchas de la ciudad. Durante el camino, Elira le detalló a Luriana todos los pormenores que supusieron el altercado con Santino Flores, desde su asesinato a los dos agentes bosniacos (lo que supondría un levantamiento de bosnios que pensarán que fue el gobierno quién los mató) hasta la adquisición de la bomba de inversión de magnesio que, de milagro, Santino no utilizó contra ellos.

—Un completo milagro que no oprimiera el botón —opinó Luriana.

—Y fuera de personaje a mi parecer —argumentó Berisha—. Pudo haber diezmado a muchísimos soldados y hasta matar a alguno de nosotros, pero no lo hizo porque, según él, ¿"no quiso hacer lo mismo que nosotros"? —Berisha frunció el ceño y cuchicheó risitas.

—Habrá tenido sus motivos para no hacerlo —musitó Elira entre dientes, guardándose sus comentarios al respecto.

—Oportunidad desaprovechada, más bien —dijo Berisha—. Ahora esa bomba nos pertenece. Me aseguré de guardarla en una caja fuerte antigravedad de mis industrias.

—¿Y qué ha dicho el Jefe sobre todo esto? —preguntó Luriana— Me imagino que han reportado todo este incidente, ¿no?

—¡Pero por supuesto que sí, bobita! —exclamó Berisha. Se encogió de hombros, y su sonrisa se desvaneció— Solo que... difícil saber si tendremos una respuesta de él o no. Él está ahora mismo está recluido en Krahë, confiadísimo de que toda su estrategia militar está saliendo tal y como él lo planteó.

—Deberás decirle a Antígono que vaya personalmente a Ku'Njeremigro'Krahë y se lo reporte al Jefe —indicó Elira a Luriana, la mirada severa—. Saravanda se convertirá en el ojo del huracán en cualquier momento —miró toda la movilización militar de automóviles y aeronaves desplazándose a su alrededor.

—¿Estás segura que nosotros somos el objetivo de Anya Siprokroski y los Giles? —preguntó Luriana, enarcando las cejas.

—De no haber sido así, Andrey Zhukov no habría venido personalmente in extremis al rescate de ellos —explicó Elira—. Además, así sea que uno solo de nosotros muera o sea capturado, sería suficiente para bajarle mucho la moral a nuestros soldados. Eso Anya Siprokroski y los Giles lo debe saber. Y por eso he ordenado el estado general en la ciudad.

Luriana asintió con la cabeza en gesto de aprobación. Después de ese comentario, no hubo más charla.

Las tres chichas siguieron la avanzadilla hacia el cuartel, la silueta arquitectónica de este último viéndose al final de la vereda por la cual avanzaban. Berisha miró de soslayo a Elira, y esta última alcanzó a divisar su ojeada antes de que Berisha desviara la cabeza. Elira frunció el ceño.

—¿Qué? —preguntó.

—Agh, qué carajos, ya me pillaste —gruñó Berisha, rascándose la nuca y agarrándose una de las coletas—. Esto... —ladeó la cabeza y suspiró—. ¿Por qué enterraste el cuerpo de ese hombre en el cementerio? De ese tal Santino. Pensé que lo ibas a arrojar en alguna parte donde nadie lo encontraría.

—Sabía que me habías visto —musitó Elira, chasqueando los dientes, el rostro ennegreciéndose de la vergüenza.

—¿Enterraste el cuerpo del enemigo en el mismo cementerio donde enterramos a nuestros soldados caídos? —preguntó Luriana, entrecerrando los ojos, boquiabierta— ¿Por qué lo hiciste, Elira? Ese hombre te iba a matar. Los iba a matar a todos.

Elira acalló. Sintió la penetrante mirada juzgadora de Luriana y la curiosa de Berisha, fijas en ella como dos perros a la espera de que hiciera un movimiento en falso. Elira respiró hondo y sacó pecho, sintiéndose segura de la misma convicción que la llevó a enterrar el cuerpo en primer lugar. Miró a ambas Ushtrias, los ojos determinantes, y dijo:

—Pienso que hice lo correcto. Ese hombre tuvo la misma facilidad de matarnos a todos como yo la tuve de dejar su cuerpo en paradero desconocido. Pero no lo hizo. Tengo la certeza de que no lo hizo solo porque no quería hacer lo "mismo" que nosotros... Sino también porque sabía que, si oprimía ese botón, se cobraría muchísimas vidas inocentes. No solo de soldados.

—Mmmmm —musitó Berisha, la mano apoyándose sobre el mentón—, teniendo en cuenta que la bomba tiene elementos de Tier 8, entonces sí habría causado un grandilocuente daño.

—¿Y crees acaso que los rusos o los Giles te van a tratar mejor solo por eso? —preguntó Luriana, el tono de voz hostigador— ¿O que ese Santino te lo agradecería en el más allá?

—Yo no ando buscando aprobación de nadie —espetó Elira—. Simplemente sentí que debía devolver el gesto. Y lo hice. Eso se le llama tener decencia humana.

Se hizo el silencio. Elira esperó cualquier tipo de comentarios segadores de parte de Luriana o Berisha. En cambio, lo que recibió fue una palmada en el hombro de parte de Luriana. Acto seguido, esta última le dedicó una sonrisa beneplácito.

—Me quito el sombrero, Elira —dijo—. Puede que nuestros enemigos jamás reconozcan el acto que hiciste, pero lo importante es mantenerse fiel a ese código moral.

—¡Concuerdo con la cursilería que dijo ella! —exclamó Berisha, la sonrisa de oreja a oreja y alzando su dedo pulgar— Yo la verdad no tendría las mismas agallas que tú de hacer algo así.

—Oh... ah... —Elira sonrió del alivio y asintió con la cabeza, las mejillas ruborizadas— Gracias. No pensé que de verdad fueran a...

La voz de Elira es entrecortada por el zumbido de una trompeta venir del cielo. Las tres mujeres se dieron la vuelta, y fueron sorprendidas por la caída de un pilar de luz frente a ellas. El resplandor se apagó, y de él emergió un apurado Antígono que caminó hasta ellas a grandes zancadas.

—Vengan conmigo —dijo Antígono, la voz apresurada—. Las llevaré directo al despacho del cuartel.

—¿Y ese apure tan de repente, Antígono? —masculló Berisha, los brazos alzados tras dar un respingo.

—El Jefe está aquí.

Esas cuatro palabras fueron suficientes para dejar a las tres chicas atónitas y silenciadas. 

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https://youtu.be/abj86AzZp0c

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Son teletransportadas dentro del reducido espacio de la oficina. El efímero fulgor se desvaneció tan rápido como apareció, y lo primero que vieron Elira, Berisha y Luriana son a Elseid y Blerian sentados en un sofá, estos últimos devolviéndoles la mirada para después desviarlas hacia el hombre trajeado y de sombrero de ala ancha que estaba de pie en una esquina. Las tres chicas quedaron boquiabiertas al reconocer el garabateado rostro afilado de Nestorio Lupertazzi.

—Hola de nuevo, señoritas —saludó Nestorio, la sonrisa descarada. Hizo un saludo con el ala de su sombrero.

—Pensé que el Jefe ya había cortado lazos contigo —espetó Elira, entrecerrando los ojos.

—Él me sigue necesitando.

—Y una mierda de vaca —gruñó Berisha, sacándole el dedo de en medio.

—Que te lo diga él, entonces —Nestorio movió su brazo y señaló al Jefe de los Ushtria Clirimtare, de pie frente a la vitrina, de espaldas.

Almarin Xhanari no se había dado la vuelta en ningún momento. Ni siquiera cuando Antígono recibió su sorpresiva llegada, junto con toda la tropa de demonios que ahora formaban largas hileras de uniformados carabineros junto con los soldados albanos. Elira, Luriana y Berisha se acercaron al ventanal y obtuvieron impresionantes vistas desde lo alto, viendo las vastas hileras de los demonios alargarse de izquierda a derecha. Berisha hizo un rápido conteo con la mirada, alcanzando a enumerar cien efectivos por cada hilera, sumando en total unos quinientos auxiliares.

—Estos demonios... —Elira frunció el ceño, boquiabierta. Ensanchó los ojos— ¡¿No son acaso...?!

—Sí —respondió Almarin, el tono de voz seco, la mirada fija en las hileras— Son los mismos demonios del Microdistrito Grigory de la Raion Rusa.

—¡Pero si se supone que toda esta gentuza no son más que civiles! —farfulló Luriana, ladeando la cabeza y poniéndose las manos en la frente— ¡¿Cómo es posible?!

—No todos ellos son solo "civiles" —apostilló Nestorio, los brazos cruzados— ¿Todos esos demonios que ven allí? —los señaló con un ademán de cabeza— Son veteranos de la Segunda Tribulación, la peor de las guerras, una en la que ninguno de ustedes habría querido. Además —se encogió de hombros y carcajeó—, esta "gentuza" también está igual de harta de los rusos como ustedes.

—¿Y cómo conseguiste requisarlos y quitárselo de las narices de los Siprokroski? —inquirió Berisha.

—Tengo mis métodos.

—Ajá —Berisha bufó, desconfiada—, igual que los tuviste para hacer ese contrato satánico con el grimorio obteniendo información que ni yo misma pude conseguir, ¿no?

—Bingo —Nestorio chasqueó los dedos y la señaló con el dedo.

—E información es lo que tiene —manifestó Almarin, su voz sonando más gutural—. Nestorio aquí me ha chivado el plan de ataque de Anya Siprokroski a Saravanda.

Un gélido silencio se hizo en la estancia. Elira y Luriana se miraron, preocupadas. Berisha sintió un vahído que le dio una punzada en el estómago. Dio un paso hacia delante, masajeándose una de las coletas, y preguntó:

—Y... ¿cómo sabe eso? Oh, no me digas. Intel. Contactos dentro de la inteligencia rusa, ¿verdad? —miró a Nestorio de forma acusadora.

—No me fue posible recolectar tooodooos los detalles —se defendió Nestorio—, pero lo más esencial ya se lo dije a su Jefe. Y ahora se los digo a ustedes de forma muy resumida —observó a todos y cada uno de los Ushtrias, la mirada de interés por ver sus reacciones—: Anya Siprokroski teletransportara todo su teatro bélico a Saravanda empleando el Inter-Espacio.

—¿Desplazamiento Espacio-Dimensional? —gruñó Berisha, la sonrisa brabucona— Pensé que esa tecnología la descontinuaron después de la Lupara Bianca por su uso militar exclusivo y el gasto excesivo de energía cuánticas inestables. Por eso la popularización del Quantumlape.

—No te creas. Los rusos siempre son precavidos para la guerra. Viven de eso, incluso. ¿Y ustedes pensaron que no estarían preparados para ustedes? Por favor... —Nestorio ladeó la cabeza y miró hacia otro lado. Su comentario hizo que se le hinchara una vena en la sien a Berisha.

—¿Y cómo sabemos que lo que dices es cierto? —dijo Luriana— ¿Tienes pruebas del uso de esa tecnología?

—Las pruebas me las dio Nestorio. Las fotografías están en el escritorio. Blerian y Elseid ya las vieron —contestó Almarin, la mirada aún fija en el vidrio, observando a través de él las filas de tropas demoniacas. Luriana reparó en los folders de documentos dispuestos sobre el escritorio de Almarin—. Con esa tecnología, Anya Siprokroski será capaz de teletransportar toda su armada sin que nosotros podamos hacer nada para sabotear su triangulación —por primera vez se dio la vuelta, y encaró a todos los Ushtrias con la mirada severa—. Es un hecho que ella y todo su Estado nos supera en tecnología y poderío militar. Y si no nos andamos con cuidado ahora, seremos aplastados antes de siquiera ser conscientes de ello.

—Bueno, eso es verdad, Jefe.... —musitó Berisha, mordiéndose el labio— ¡Pero lo tenemos a usted! Usted y con el casi absoluto poder del grimorio. Eso debería bastar para presentarles buena pelea.

Otro silencio se presentó, esta vez más gélido y prolongado. Almarin Xhanari sintió sudorosas las manos. Un latente nervio se hacía presente en la profunda concavidad de su alma perturbada. Sacudió ligeramente la mano bajo su capa, revelando la cara de la cubierta negra del libro maldito. Pudo escuchar susurros venir de él. Mismos susurros endemoniados que solo él podía escuchar, y que siempre resonaban cuando algo no salía tal y como él esperaba.

<<No he llegado a este punto de mi vida para ser corrompido ahora por ti>> Pensó.

Las miradas de todos los Ushtrias estaba posicionadas en él. Miradas preocupadas y expectantes. Almarin desguareció el grimorio bajo su capa y dedicó una mirada asertiva a todos los presentes.

—Te equivocas, Berisha —dijo—. Yo no fui el que ha acarreado esta campaña militar, sino ustedes. Y eso no va a cambiar ahora porque esté aquí.

La consternación se borró de las muecas de todos los Ushtrias, y fueron reemplazadas con miradas aprobativas y seguras, acompañadas de alguna que otra sonrisa. Almarin apretó los labios y plantó una mano sobre el escritorio. Dio una mirada general a todo su grupo, y asintió con la cabeza, la mueca segura de sí misma.

Y el grimorio rugía en zumbidos bajo su capa. 

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|◁ II ▷|

Gran Palacio Siprokroski

Los minutos claves habían llegado. Las agujas del reloj marcaban diez minutos para las once en punto. Para ese entonces, la "Operación Águila Roja" (nombrada así por Anya Siprokroski) ya estaría ejecutando la estrategia militar de asalto y asedio a Saravanda. Y esta misma operación era la cual los Giles de la Gauchada estaban repasando por última vez en la sala de conferencias del palacio.

Sentados alrededor del mismo mesón donde tantas otras veces llevaron las conferencias de estudio, los Giles (junto con los tres mercenarios nipones sentados también alrededor del mesón) sucintaban una vez más la relectura del plan de asalto. Andrey Zhukov exponía, por medio de cámaras de video de aeronaves hackeadas por sus Cibermantes, el proceso de militarización en vivo que la milicia albana estaba llevando a cabo para pertrechar la ciudad. Las pantallas mostraban distintas perspectivas y alturas vistosas de la presencia militar tomando control de todos los barrios de Saravanda.

—¿Y cómo pueden estar seguros de que nosotros vamos a teletransportar a todo el ejército hacia una localidad cercana a Saravanda? —preguntaba Ricardo.

—No son ningunos tontos, esta gente —afirmaba Andrey—. Ellos saben que nosotros los superamos en tecnología y poder militar. Con ese show que le dimos al rescatar a la hija del Brodyaga, más conscientes son de lo que somos capaces de hacerles si tienen la guardia baja.

Tras otros varios minutos de exposición de las fuerzas armadas albanas a través de las videocámaras hackeadas, Andrey manipuló el control remoto para cambiar las imágenes de las seis pantallas para mostrar, en cada una de ellas, un primer plano de imágenes nítidas de los rostros de los Ushtrias Clirimtares rodeados por soldados albanos. Letras en azul indicaron sus nombres, sus posiciones en el ejército enemigo, las potenciales localidades en las que debían de hallarse y la última hora en que fueron vistos.

—Entonces... —dijo Ryushin, las piernas alzadas y apoyadas sobre una silla, los ojos entrecerrados y puestos sobre la imagen de Blerian— ¿Todo ese grupito se encuentra ahora en Saravanda?

—Los últimos en llegar fueron Antígono y Luriana —respondió Andrey, asintiendo con la cabeza.

—Y... —prosiguió Ryushin— ¿Por qué no, en vez de concentrar nuestras fuerzas en combatirlos, dividimos nuestro poderío principal... —señaló con un brazo a los Giles y a Hanzo y Ryouma— en ir a por el Jefe de ellos? Quienes, según ustedes, se encuentra en la capital.

—Porque vuelvo y les recuerdo —exclamó la voz de Anya, esta última entrando en la estancia con paso apurado hasta colocarse al lado de Andrey. Todos los ojos se pusieron sobre ella—, es muy arriesgado enfrentarse al usuario de la Biblia Negra. Incluso si unimos todas nuestras fuerzas para neutralizarlo, él acabaría con varios de ustedes, y entonces, ¿qué fuerzas nos quedarían para combatir al resto de los Ushtrias? —y señaló las imágenes de los seis Ushtrias con un dedo.

—Momento —dijo Adoil, alzando una nerviosa mano—, ¿y cómo podemos estar seguros de que ese hombre aún se encuentre en Karlotovo? El jefe de facto de toda una nación como él no se quedaría de brazos cruzados ante una crisis como esa. Él de seguro está en Saravanda ahora mismo, a pesar de que las cámaras hackeadas no lo hayan mostrado.

—Estoy de acuerdo con Adoiru-Dono —afirmó Hanzo—. Una figura militar de alto rango que tenga el poder de intervenir lo hará, sin ninguna duda.

Anya y Andrey intercambian una rápida mirada examinadora.

—No estamos descartando esa posibilidad —contestó Anya—. Los preparativos los hemos planificado tanto por si el usuario de la Biblia Negra esté o no esté en Saravanda.

Los subsiguientes minutos los concernieron a detallar el paso a paso de la planificación del asedio a Saravanda. Andrey y Anya declararon que la teletransportación de Inter-Espacio trasladaría a todo el ejército a una zona circundante a Saravanda, alrededor de unos treinta kilómetros de distancia. En esa localidad montarían un campamento improvisado, y darían preparación a toda la artillería, transporte móvil y maquinaría de guerra para así dar inicio a la Operación Águila Roja.

—La primera ofensiva —manifiesta Anya, extendiendo de su dedo una aguja de energía telequinética, señalando una localidad del mapa tridimensional—, será contra los Barrios Industriales en las Montañas de las Crestas. Un regimiento de Spetsnaz, apoyado por fuerza aérea, dará un asalto rápido que a la vez atraerá la atención del enemigo a esta posición, lo que nos dará camino abierto para concentrar nuestro ataque en la Barrera Electromagnética.

—Además —apostilló Andrey—, con este ataque, neutralizamos una de las infraestructuras militares de Albania más importantes. Casi que los dejaremos parapléjicos.

—Si no les importa —anunció Ryushin, alzando un brazo. Su acción le hizo ganar las miradas curiosas de Hanzo y Ryouma—, deseo cambiar mi posición en el ataque frontal para participar en esta ofensiva. Con mi fuerza sería capaz de ahorrarles mucho el trabajo, y muchas bajas —el Yokai Wamu, invisible a ojos de Anya y Andrey, escupió su daga de doble filo, y la empuñó con energía.

—Oh, ¿así que el Maddiux japonés muestra iniciativa? —murmuró Andrey para sus adentros, sonriendo y casi carcajeando.

Anya se lo pensó unos instantes, la mirada cabizbaja. Alzó la cabeza y dijo:

—Muy bien, irás para la ofensiva contra los Barrios Industriales —acto seguido, movió la aguja telequinética hasta posicionarla en el frente norteño de Saravanda—. Los Giles de la Gauchada, como sabrán, formarán parte de la vanguardia de la ofensiva principal que invadirá de frente la ciudad. Yo me encargaré de la Barrera Electromagnética desde los cielos. Y al mismo tiempo que eliminaré la barrera, también neutralizaré todo uso de Teletransportación Quantumlape de ellos con un ataque de pulso electromagnético. A escala regional.

—En otras palabras, que los ricos les tocará transportarse como los de clase media baja —dijo Andrey, dando un aplauso.

—Una vez buena parte de su tecnología esté neutralizada —prosiguió Anya—, el ataque comenzará. Las tropas regulares invadirán y tomarán control de los arrabales, y serán apoyadas por artillería y por la fuerza aérea. Ustedes, Giles —y Anya miró a cada uno de los Giles, incluyendo a los nipones, hasta posicionar sus ojos verdes sobre Masayoshi—, se encargarán de hallar cada uno a los miembros de los Ushtrias, y separarlos. Separados, serán más fáciles de neutralizar.

>>Y por último. Si el usuario de la Biblia Negra se encuentra en Saravanda —Anya retrajo la aguja telequinética, cerró la mano en un puño y lo chocó contra su otra palma—, entonces Andrey y yo nos encargaremos de él.

Masayoshi dirigió una mirada asertiva hacia Andrey. Este último le asintió con la cabeza, y Masayoshi se pasó las manos por el rostro al dar un suspiro.

—¿Quedó todo claro? —preguntó Anya, y todo el mundo asintió con la cabeza.

Los Giles de la Gauchada se retiraron de la sala. Masayoshi seguía en pos de ellos, cuando es detenido por Andrey Zhukov, quien lo agarró del hombro y le hizo volverse hacia él.

—Brodyaga —saludó Andrey con una sonrisa.

—Andrey —dijo Masayoshi, correspondiendo a la sonrisa.

—Dime —Andrey rodeó los hombros de Masayoshi con un brazo—, ¿crees que te sientes preparado para manejar la Exoarmadura GS-9?

La pregunta agarró desprevenido a Masayoshi. Este último apretó los labios, la mirada pensativa y dubitativa. Desvió la mirada hacia un lado y observó a lo lejos a Thrud, esta última sosteniendo una conversación con Adoil y Ricardo. La Valquiria Real lo miró de soslayo, le sonrió y le dio un saludo de mano. Aquello fue suficiente para devolverle la seguridad a Masayoshi, y mirar a Andrey con semblante seguro.

—Me siento preparado, Andrey —dijo—. Te agradezco que en los simulacros de realidad virtual en los que me pusiste a entrenar, permitieras a Thrud participar en ellos también.

—Hey, no hay de qué —Andrey le palmeó el hombro—. Valió la pena cambiar el lenguaje de programación a último momento para acoplarlos a ustedes dos. Además, esas doce horas hiperbólicas diarias dentro de las realidades virtuales compensaron todo el tiempo que no tuvieron entrenamiento.

—Así es.

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Kenia Park se colocó el brazalete en la muñeca derecha, y al hacerlo, de esta se desprendió brillantes arabescos de luz celestes anti-psiónicos. El dispositivo se apretó fuerte a su muñeca, haciéndola gruñir y apretar los dientes. Agitó el brazo de arriba hacia abajo, sintiéndolo ligero como una pluma.

Sintiéndose satisfecha por el nuevo módulo de su exotraje, Kenia procedió a darse la vuelta para retirarse del hangar de armamento anti-superhumano.

Recorriendo el pasillo en dirección hacia los patios traseros del Gran Palacio con tal de reunirse con sus tropas, Kenia escuchó murmullos semi-apagados a través de las paredes. Se detuvo en una intersección, y se dirigió hacia el origen de los susurros. Estos fueron volviéndose más intensos a medida que se acercaba, y llegado a un punto, reconoció la voz de Ricardo:

—Lo voy a repetir las veces que sea necesario. ¡No vas a ir!

Y tras eso, la clara y enfática voz de su hija habló con una exclamación apasionada:

—Y yo lo repetiré cuál lora mojada que soy. ¡Voy a ir, tío Ricardo!

Kenia se ocultó detrás de la pared que daba al pasillo donde se encontraban los dos Giles. En vez de irrumpir como una tormenta airada, decidió asomar la mirada y prestar atención a las palabras de la domadora actitud decidida de su hija.

—¡No... necesariamente tengo que estar en el campo de batalla! —insistió Martina— Incluso yo sé que no estoy preparada, a pesar del entrenamiento que recibí de Thrud. Puedo estar en ese campamento militar, dando apoyo a la distancia con los Cibermantes de Andrey.

—¿El pibe te sugirió eso?

—Me lo sugirió.

—¿Y tú sabes manejar ciencia computacional?

Martina selló sus labios ante la pregunta. Ricardo se cruzó de brazos, la mirada escéptica.

—¿Sabes manejar ciencia computacional al nivel de un hacker? Sí o no.

—Estudié cátedra de eso en Bosnia... —masculló Martina en voz baja, ruborizada, la mueca avergonzada.

—¿Cómo decís?

—¡Que tengo conocimiento básico y espíritu para ello! —Martina se golpeteó el pecho, su mueca volviendo a una decidida— Además, fui rehén de los Ushtrias por varios días. ¡Puede que tenga alguna información valiosa para la operación!

Ricardo se encogió de hombros y suspiró. Negó con la cabeza, y la visión de su negativa hizo gruñir de la frustración a Martina.

Kenia, oculta todavía detrás de la pared, sintió esa misma frustración que su hija como si se la transmitiera telequinéticamente. Esa osadía que demostraba Martina le recordaba muchísimo a la misma aptitud que ella tomaba cuando tenía su edad, y entrenó mortalmente hasta convertirse en la Hija de la Muerte. Para este punto, no podía denegar el potencial que su pequeña había demostrado, una y otra vez.

La sobreprotección maternal estaba echada. Ya era hora de apoyar a su hija.

—Déjala que venga con nosotros, Ricardo —dijo al tiempo que salía de su escondite y se dirigía a grandes zancadas hacia ellos.

La expresión de Ricardo se convirtió en una mueca incrédula al instante. Martina quedó anonadada también, pero pronto se dibujó una sonrisa en su rostro al ver la confidencia de su madre en su apoyo personal.

—¿K-Kenia...? —farfulló Ricardo, el ceño fruncido— ¿Y ese cambio de aptitud tan de repente?

—Ya no es favorable ni saludable seguir tratando a mi hija como un adorno vulnerable al cual proteger —respondió Kenia, asertiva.

—Y tú entiendes a dónde nos vamos a dirigir ahora, ¿no? —insistió Ricardo, entrecerrando los ojos— Nos vamos a ir para una batalla de verdad. Una genuinamente campal, no una revuelta de barrio.

—Y yo sé que Martina es consciente de hacia lo que vamos —Kenia miró de soslayo a su hija—. ¿No es así?

—E-eh... ¡S-sí, mamá! —musitó Martina, sacando pecho y aclarándose la garganta— Por eso insisto en que vaya, así sea para darles apoyo a distancia. Soy una Gil, a fin de cuentas.

—Ya ella es una adulta —dijo Kenia—. No la voy a renegar como lo hice con la misión hacia Sofitel. Esta vez, la apoyaré con todo.

—¿Estás segura de esto, Kenia? —preguntó Ricardo, mirando a ambas mujeres con consternación.

—No voy a comprometer mis valores, ni siquiera frente al Armagedón.

Martina y Ricardo quedaron sin aliento al escuchar a Kenia repetir la misma frase de Santino antes de morir. Kenia bajó la cabeza y miró a los ojos a su hija, esta última con los ojos ya lagrimosos.

—Así honraremos a Santino tú y yo, mi cielo.

—Mamá... —Martina apretó los labios y hundió su cara sobre el pecho de Kenia en un necesitado abrazo fraternal. Kenia correspondió al abrazo con fuerza, apoyando su mejilla sobre la cabeza de Martina.

Ricardo Díaz se quedó de pie frente a ellas, aún con los brazos cruzados y la mirada pesarosa, teniendo todavía preocupaciones internas sobre lo que podría sucederle a Martina si todo saliese mal como en Sofitel. 

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Saravanda

El mediodía se anunció con el sol en el cénit del cielo. La ciudad estaba en completo silencio; únicamente se escuchaba los lejanos zumbidos de las aeronaves y cazas de combate planeando de aquí para allá fuera de la gigantesca cúpula azulada de la Barrera Electromagnética. En el horizonte lejano, las montañas estaban desprovistas de niebla, y se podía ver con total claridad sus laderas, sus altos picos y las aldeas que rodeaban los barrios industriales.

Alrededor de seis mil quinientos efectivos albanos estaban en disposición de defensa. La concentración militar se hallaba principalmente cerca del anillo de la Barrera Electromagnética. Los soldados formaban gruesas hileras detrás de los sacos terreros, las torres de vigilancia y los techos de los edificios más altos, abandonados, pues los civiles de aquellas zonas fueron ya evacuados. La artillería antitanque y antiaérea estaba instalada en los tejados de todos esos edificios, sus cañones apuntando varios ángulos del firmamento, a la espera de disparar sus proyectiles eléctricos que atravesarían la barrera sin causar daños en esta última.

El silencio era absoluto. Más de dos horas habían pasado desde que se culminó los ejercicios militares de preparación para el asalto. Los soldados regulares y sus oficiales, a pesar de mantener el sosiego y la paciencia, pensaban, en el fondo, de que tal ataque no iba a suceder tal y como su líder supremo lo había planteado. Que todo este tiempo dedicado a la preparación de defensa y en el gasto de combustible en los vehículos y aeronaves habría sido en vano.

Dentro de la base militar, en el piso más alto, Almarin Xhanari estaba de pie frente al ventanal, con las manos detrás de la espalda y ocultos bajo su chal negro. Alrededor del mesón se hallaban sentados Antígono y Berisha, observando los circulares drones destruidos que los soldados demonio de Nestorio Lupertazzi dispusieron sobre el mueble. Los drones tenían todos sus sistemas de cables regados por la mesa, con sus tarjetas de memoria enfilados frente a los dos Ushtrias.

Berisha tenía el ceño fruncido y las manos entrelazadas, mientras que Antígono golpeteaba la superficie de madera con su dedo inquieto.

—Entonces sí es verdad... —masculló Berisha, la vena de su frente hinchada— Nos estaban espiando con nuestras propias herramientas, esos zorrones hijos de... —apretó un grueso puño prostético y estuvo a punto de golpearlo contra la mesa.

—Se los dije —afirmó Nestorio, cruzados los brazos y la espalda apoyada sobre la pared—. Al igual que yo los espío, ellos nos espían. Al menos a mí no me han pillado descaradamente.

—Pero ya han pasado más de dos horas que hemos pertrechado la ciudad y todavía no han atacado —señaló Antígono, el ceño fruncido—. Tú dijiste, en base a la data que nos diste, que Anya Siprokroski teletransportaría todo su ejército en una localidad de radio de treinta kilómetros con respecto a Saravanda. Y que estarían montando su campamento y todo.

—Cosa la cual ya tenemos confirmado aquí —apostilló Berisha, abriendo su mano e invocando en su palma una tableta en la cual su pantalla mostraba un mapa regional de los alrededores de Saravanda, con un enorme punto blanco señalando una localidad del noroeste.

—Eso dije —musitó Nestorio.

—¿Y por qué, en vez de guarecernos aquí como ratas asustadas... —Antígono apretó un puño y miró de soslayo a Almarin— no vamos a darles un ataque de escaramuza para sorprenderles y complicar la preparación de su ejército?

—¡Porque así no fungen los defensores de una ciudad en inminente asedio, Antígono! —berreó Almarin de repente, su rugido sonando gutural. No se dio la vuelta para nada— Aunque tengamos tu poder de Anima Mundi, es impensable si quiera salir de los bordes establecidos para la defensa de Saravanda. Seríamos presa fácil si hiciéramos algo así. Lo más sensato es quedarnos aquí a defender nuestra posición.

—Por lo menos evacuó a todas las personas de las zonas circundantes al anillo norte de la barrera —dijo Berisha, haciendo desaparecer la tableta.

—Exacto, así damos todo de nosotros para protegerlos del enemigo. Y si ellos llegasen a abrumar nuestras fuerzas, entonces... —Almarin apretó los labios, interrumpiéndose. Ladeó la cabeza. Al final no terminó la oración.

Al este de la base militar, Luriana y Elira resguardaban la posición de una muralla de sacos terreros de más de seis metros de alto, el cual obstaculizaba la totalidad de una avenida desértica. No había nada en la carretera más que los árboles que condecoraban las aceras, los postes o las fachadas de los edificios, a la espera estos del inminente ataque. Elira y Luriana se miraron, y después observaron a los soldados en sus posiciones a lo largo y ancho de la muralla.

Al noroeste, cercando los arrabales que constituían los barrios de las laderas montañosas, Blerian y Elseid se hallaban de pie en la cima de torres de agua, sus pies sosteniéndose sobre las puntas de las agujas y manteniendo un impecable equilibrio sobre estos. Desde aquella altura, tenían total visión sobre los barrios bajos y sus altiplanos y sus escarpadas. Edificios ascendían y descendían por las laderas de las montañas, extendiéndose hacia los barrios industriales, los cuales estaban por fuera de la Barrera Electromagnética. Blerian y Elseid intercambiaron una frugal mirada llena de expectaciones. 

Sin previo aviso, alguien irrumpió en la habitación. Berisha y Antígono voltearon al instante sus cabezas y observaron a un agitado teniente técnico entrar en la sala, cargando consigo una tableta digital.

—¡Generala Berisha! —exclamó el teniente, casi sin aliento.

—¡¿Qué sucede?! —farfulló Berisha, parándose de la silla y caminando hasta él. Antígono se quedó viendo al teniente, alertado.

—¡Los barrios industriales están siendo atacados por milicias Spetzsnas!

Berisha se quedó petrificada un segundo. Espabiló, agitó bruscamente la cabeza y gruñó:

—¡¿QUÉ?! —sobre los lentes de contacto de sus ojos prostéticos aparecieron símbolos de lecturas digitales— ¡¿Y por qué carajos no me lo ha notificado el sistema de seguridad?! ¡¿Lo desactivaron, acaso?!

—Los sistemas de seguridad fueron irrumpidos por ataques de Cibermantes —dijo el teniente—. La psicocomunicación está siendo irrumpida también. ¡Por eso he venido aquí!

—Así que por allí decidieron empezar... —musitó Nestorio, sus ojos ocultos bajo el ala de su sombrero.

Berisha se dio la vuelta y miró a Antígono. A pesar de que este último tenía una mueca dubitativa, afirmó con la cabeza, asegurando su opinión respecto a la iniciativa de Berisha. La Cibermante Ushtria miró a Almarin. Este último no dio signos de darse la vuelta para dar la orden... hasta que, muy sutilmente, el albano la miró por encima de su hombro y le dio la orden con un ligero ademán de cabeza.

Bukuroshe Berisha apretó los dientes en una sonrisa valerosa. Dedicó una última mirada a Antígono, y acto seguido dio una voltereta en el aire y su cuerpo se aplanó en dos dimensiones hasta desaparecer de la habitación con un estruendo cristalino, dejando tras de sí rastros de vidrios intangibles.

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Barrios Industriales

Desde sus respectivas posiciones en las torres de agua, Blerian y Elseid son capaces de visualizar los lejanos puntos brillantes que eran las explosiones de reactores y generadores eléctricos provenientes de los Barrios Industriales. Con sus oídos refinados, lograron escuchar el estruendo de los estallidos, momentos antes de que las ondas expansivas alcanzaran los arrabales, esparciendo el sonido bélico por toda la población resguardada dentro de sus casas.

Un zumbido sónico pasó volando por encima de sus cabezas. Blerian y Elseid alcanzaron a observar a Berisha subida en una tabla de surf voladora, creada por su habilidad de creación armamento antisuperhumano.

—¡¿Berisha?! —farfulló Elseid, alertado, activando su microchip para comunicarse con ella.

—¡YO ME ENCARGO! —chilló Berisha desde la otra línea. Montada en la veloz tabla propulsada, se agarraba de los bordes para mantener el equilibrio— ¡Ustedes permanezcan en sus puestos y no se MUEVAN!

La silueta de Berisha desapareció en el horizonte urbano, siendo tragada por una enorme bola de fuego. Esto dejó consternado a Elseid y Blerian, quienes no pudieron hacer más que tragar saliva y frustrarse ser espectadores del fiero combate.

Surfeando las gruesas capas de humo que inundaban las principales calles de los Barrios Industriales, Berisha se movía con ágiles zigzagueos, esquivando en el proceso edificios, torres de refrigerio y hasta aviones de combate que se desplazaban por el perímetro aéreo como aves rapiñas persiguiendo sus presas. Los edificios en llamas se contaban por cientos, y estos eran granizados por la metralla que Berisha oía siendo disparada por todos lados, creando un arrollador torbellino de repiqueteos ensordecedores. Alcanzó a ver tanto a milicianos albanos como trabajadores de las fábricas correr despavoridos por las calles, buscando refugio tras una pared o un saliente con tal de sobrevivir a la intensa balacera.

El intenso olor a humo, fuego y apestosa sangre llenó la nariz de Berisha, intoxicándola de frustración y rabia. Agarró la tabla voladora por su extremo superior y la jaló hacia arriba, haciendo que esta ascendiera con turbulencia hasta el tejado de un edificio. La tabla se deshizo en pedazos metálicos, y Berisha dio volteretas en el aire hasta caer de cuclillas sobre el techo.

Se irguió, y observó, con todavía más consternación, la batalla desigual que se gestaba en las calles. Supersoldados Spetsznas, imponentes y atemorizantes con sus armaduras exoesqueléticas, ponían en el suelo con relativa facilidad a la milicia albana, y los remataban con puñetazos, patadas o disparos de sus pesados rifles de asalto. Los obreros corrían buscando refugio detrás de los droides bípedos que se desplazaban a grandes zancadas por las encrucijadas, disparando a diestra y siniestra sus cañones. Pero ni siquiera aquellas defensas fueron suficientes, pues los Spetsznas los aniquilaban con sendos ataques eléctricos de sus espadas prostéticas o por medio de ondas electromagnéticas que los inutilizaban con cortos circuitos. En los cielos, las aeronaves enemigas, todas ellas automáticas, perseguían sin cesar a los cazas albanos, destruyéndolos con precisos disparos. Al mismo tiempo bombardeaban las zonas industriales más importantes, generando explosiones inmensas que consumían buena parte de los equipos y armamentos militares más importantes.

<<¡¿Aún no han alcanzado los hangares de los Mechas?!>> Pensaba Berisha al tiempo que giraba la cabeza hacia la derecha. El zoom de sus ojos prostéticos le confirió una detallada vista de los lejanos edificios rectangulares, al suroeste de los Barrios Industriales. Soltó un suspiro de alivio al descubrir que las estructuras seguían intactas.

Acto seguido, la Cibermante Ushtria extendió hacia arriba su guantelete prostético azulino, invocando en él una tableta digital. Velozmente oprimió una secuencia de botones que culminaron con una pulsada de pulgar en la pantalla táctil. Unos segundos después, se empezaron a oír lejanos estruendos de edificios viniéndose abajo. Los soldados de a pie, albanos y rusos, más cercanos a los hangares, se dieron la vuelta y tornaron sus cabezas para ver de qué se trataba.

Las compuertas de los hangares se abrían lentamente, pero los huéspedes adentro de ellos no esperaron ni un segundo más. Con sendos cañonazos de plasma, las obliteraron. Los supersoldados Spetsznas quedaron petrificados de la perplejidad, mientras que los soldados albanos y los trabajadores quedaron mudos de la sorpresa grata. Altos Mechas humanoides, cada uno de entre seis a siete metros de alto y con yelmos con alas de águila, se irguieron imponentemente en medio de la vastedad de fuego y edificios demolidos. Uno de ellos levantó fugazmente el brazo, destruyendo de un manotazo una de las aeronaves enemigas, para acto seguido convertir su brazo en un cañón de riel.

Y además de aquellos ciborgs enormes, automóviles blindados y aeroplanos armados, todos teledirigidos por Inteligencias Artificiales, emergieron de las cortinas de polvo y humo, sorprendiendo a los Spetsznas. Los autos blindados embistieron filas de pelotones y aplastaron soldados bajos sus llantas, mientras que los cazas se desplazaron en movimientos oblicuos con los cuales emboscaron y destruyeron varias aeronaves rusas. Largas colas de humo negro surcaron los cielos, y los aviones destruidos chocaban contra los edificios y las torres de fábricas, generando una miríada de lluvia de escombros que ocasionaron más caos sin precedentes.

Berisha saltó de la cima de la torre y cayó en picada hacia la encrucijada, donde se conglomeró un pelotón entero de Supersoldados Spetsznas que se escabullían de los Mechas. Berisha cerró el puño, y este se envolvió de un aura lumínica celeste. Impactó sus nudillos de hierro en el concreto, y esparció toda la energía psionica por la intersección, ocasionando que los veinte Spetsznas fueran aplastados brutalmente al piso y se convirtieran en platillos de hierro, carne molida y sangre.

Acto seguido, Berisha izó ambos brazos por encima de su cabeza e invocó, en cada palma, un dispositivo de fuerza gravitacional. Con un grito de guerra, agitó los brazos hacia abajo, enterrando los puños dentro del pavimento, y liberando toda la energía en un radio de tres kilómetros cuadrados en vanguardia.

Justo en ese instante, los soldados albanos que corrían horrorizados vieron detrás de ellos, y se asustaron al ver a los Spetsznas a punto de alcanzarles. Pero justo antes de que sus armamentos prostéticos los hirieran, los Supersoldados fueron impulsados hacia arriba por la fuerza gravitacional. Los escombros levitaron en el aire junto con los soldados de élite ruso, y varios edificios fueron arrancados de sus cimientos y se elevaron también. Incluso las aeronaves enemigas fueron paralizadas en el cielo al ser alcanzados por el rango del campo gravitacional. Un segundo después, todos ellos fueron aplastados contra la superficie en una estruendosa lluvia de destrucción que generó oleadas de humo que invadieron todas las calles.

—¡Por acá! —exclamó Berisha hacia los soldados malheridos y obreros aglomerados en la encrucijada. Sacudió un brazo y señaló el camino por el que debían de tomar— ¡Váyanse YA!

La Cibermante Ushtria cerró su puño izquierdo y, de un mandoble, lo golpeó contra el piso a su lado, agrietándolo. De repente, luces neones celestes se manifestaron entre las grietas, y de debajo del pavimento empezaron a emerger pedazos de metal y de caucho, grandes y pequeños, que se fusionaron y se alargaron hasta conformar vehículos blindados cuatro por cuatro.

Los soldados y obreros albanos se montaron en los vehículos, y no tardaron nada en encender los motores y aplastar los pedales. Los coches salieron despedidos por las calles, y sus ronquidos motorizados se fueron con el aire, siendo reemplazados con los cañonazos brutales de los Mechas y los carros de combate automáticos, y los disparos de los soldados albanos que permanecieron para defender el Barrio Industrial.

<<Esto debería ser suficiente para mantenerlos a raya>> Pensó Berisha, manifestando en su prótesis derecha su escopeta de bombeo. Lo accionó de arriba abajo, y después dio un pisotón al suelo, permaneciendo en una pose de combate ofensivo. 

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https://youtu.be/OexX1Iz0bZs

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

De pronto, oyó lo que pareció ser una explosión en la lejanía. El sonido se vio distorsionado por las estampidas de los Mechas que trotaban por las avenidas de acá para allá, como si estuvieran persiguiendo a alguien. Berisha entrecerró los ojos y prestó atención. Entonces, escuchó otra explosión, y después otra, y otra. La sucesión de estallidos vino acompañada por la breve visión que tuvo Berisha por el rabillo del ojo al ver a uno de sus Mechas paralizarse en mitad de la calle, para después explotar en mil pedazos.

Su pecho se contrajo, y el sudor de los nervios empezó a perlar su piel. Una extraña y peligrosa presión en el ambiente se manifestó, siendo notada por Berisha al instante. La Cibermante Ushtria ensanchó los ojos, su corazón trepándosele hasta la garganta de los nervios. Creó un dron en su mano izquierda, y lo arrojó al cielo. Este se elevó treinta metros, y se activó en el aire, proveyéndole a Berisha de una visión panorámica de los Barrios Industriales.

Gracias a este dron, ella alcanzó a ver un lejano punto negro que se desplazaba en fugaces zigzagueos a lo largo de una avenida atiborrada de Mechas. Vio el borrón negro meterse dentro de un callejón, y un segundo después, todos los Mechas paralizados en la carretera comenzaron a explotar uno por uno.

Para entonces, aquel borrón negro desplazarse a una abismal velocidad hacia la posición en donde se hallaba ella.

Bukuroshe Berisha desactivó instantáneamente su conexión con el dron periférico para, acto seguido, manifestar un escudo de fuerza en su brazo prostético rojo. El escudo plásmico absorbió el impacto del mandoble, y fue destrozado en pedazos, ocasionando que la Ushtria saliera dando volteretas por el aire. El borrón negro reapareció frente a ella, y de su absorbente aura turquesa emergió un puño. Berisha palmeó sus manos de hierro, e invocó en estas un resorte de pulso eléctrico que redujo totalmente la fuerza del golpe antes de que alcanzara su estómago.

Las corrientes generaron un choque eléctrico que alejó al enemigo de Berisha. Esta última plantó los pies fuertemente sobre el pavimento y se detuvo. La silueta ominosa del enemigo dio varios giros en el aire hasta caer de cuclillas en el piso. El aura turquesa danzaba a su alrededor como una apasionada flama. La figura se irgue, y las sombras se desvanecen, revelando Ryushin Hogo.

Berisha ensanchó los ojos y apretó los dientes de la rabia y sorpresa.

Pero antes de que pudiera decir algo más, es sorprendida por los disparos laterales de Supersoldados Spetsznas que emergieron de la calle contigua a la intersección. Berisha se cubrió con el brazo prostético, y esto fue aprovechado por Ryushin para esgrimir un Kusagirama y arremeterla. La larga sucesión de cadenas azotó el aire hasta alcanzar su tobillo. Berisha reparó tarde en esto, y fue jalada por la titánica fuerza del mercenario, siendo impulsada hacia el cielo como si fuera una piedra atada a un cordón.

Ryushin la hizo impactar contra edificios hasta desmoronarlos, la hizo atravesar pilares de fuego y la hizo chocar contra aeronaves albanas y contra sus propios Mechas. Berisha trató de romper los eslabones de la Kusagirama con un martillo magnético, y después con una espada-láser, pero cada golpe que le propinaba simplemente rebotaba; era como si golpease hierro con un martillo de juguete.

Sintió el potente tirón jalarla de nuevo hacia el centro de la calle donde se encontraba Ryushin. Este último dio un salto acrobático y extendió su pierna con el objetivo de propinarle una patada en la cabeza. Berisha previó este ataque, y velozmente levantó el brazo prostético azul, invocando en la palma de este una esfera metálica de la cual resplandeció luz blanca de sus orificios.

Se defendió usando la granada como escudo, y al ser impactada por la patada de Ryushin, esta explotó en una mirada de luces cegadoras que aturdieron tanto al mercenario nipón como a todos los Spetsznas de la zona. Esto provocó que los eslabones enroscados sobre el tobillo de Berisha aminoraran, permitiéndole a esta liberarse con un salto acrobático hacia atrás. Acto seguido, contraatacó a Ryushin con un feroz puñetazo de su prótesis roja, impulsada por propulsores supersónicos que manifestó en el último segundo. Ryushin se defendió con la hoja de su espada maldita, y el impacto lo mandó a volar fugazmente hacia un edificio en llamas.

<<¡Este sujeto es un peligro con ese Seishin! ¡Ni loca peleó sola contra él!>> Pensó Berisha. Palmeó sus manos metálicas y después las pegó sobre sus botas, convirtiéndolas en botas propulsoras que la mantuvieron levitando en el aire. Miró hacia abajo, y nada más observar a todos los Spetsznas recobrar la visión y apuntar sus rifles ella, chasqueó los dientes.

—¡JÓDANSE! ¡YO ME VOY!

Les sacó el dedo medio, ocultando así las múltiples pequeñas granadas que disparó de su otra mano prostética. Los Spetsznas dispararon. Los proyectiles de plasma atravesaron su cuerpo, pero ya era tarde. El cuerpo de Berisha se transformó en un espejo el cual se rompió en pedazos, desapareciendo así del lugar.

Las pequeñas granadas cayeron al suelo y rebotaron unas con otras, impactándose entre sí por la atracción de sus magnetos, lo que ocasionó explosiones supersónicas que aplastaron a todos los Spetsznas de la zona, volviéndolos esferas de carne y metal fusionado. 

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Base Militar de Saravanda

Almarin Xhanari podía ver, en la distancia, las alejadas explosiones que formaban esferas enormes de fuego y lluvias de fragmentaciones chispeantes. Más allá de la Barrera Electromagnética, el filtro de iluminación azul hacía ver aquel teatro de estallidos como una especie de desastre nuclear. Almarin tragó saliva, y después sintió una punzada de sorpresa al sentir la presencia de Bukuroshe Berisha dirigirse rápidamente hacia la edificación.

Se escuchó un estruendo provenir de la sala contigua. Los generales reunidos en el mesón se alertaron; se pusieron de pie y desenfundaron sus pistolas. Almarin ordenó que las bajaran, y cuando Berisha entró en la estancia, su abrigo negro sucio de polvo y piedras, los hombres bajaron sus brazos y pusieron muecas sorprendidas.

Nestorio Lupertazzi observaba todo desde el otro lado de la sala, la espalda apoyada sobre los bordes del umbral.

—¡Berisha! —exclamó Almarin, arrodillándose frente a ella para estar a su misma altura. La agarró de los hombros— ¿Qué sucedió?

—¿Qué "qué sucedió?" —espetó Berisha, buscando a Nestorio con la mirada ladina hasta clavar sus ojos sobre él. Lo señaló con el dedo— ¡Ese desgraciado no tuvo la decencia... de advertirnos de este ataque a mis industrias!

—Yo les deje bien en claro que no tenía todos los detalles al pormenor —se defendió Nestorio, encogiéndose de hombros—. Yo les di los planos. Es su trabajo construir la obra.

—¡Pues ven aquí y yo te construyo un orificio en el cráneo!

Berisha se reincorporó y generó una pistola de plaza en su mano derecha. Los generales sentados alrededor del mesón se espantaron y se alejaron. Nestorio no pareció inmutarse; es más, hasta sonrió. Almarin la paró poniéndole las manos en los hombros y exigiéndole que se detuviera.

—¡¿Qué fue lo que sucedió, Berisha?! —rugió Almarin— ¡¿Por qué volviste en vez de quedarte allá a pelear?!

La Cibermante Ushtria miró hacia ambos lados, la mueca avergonzada y llena de resquemor.

—Fui sorprendida por el ataque del mismo sujeto que mató a Blerian, Jefe —afirmó.

—¿Usuario de Seishin? —dijo Almarin, los ojos ensanchados— ¿Está con los Giles?

—¡Y yo no iba a arriesgar mis nalgas por enfrentármelo, sabiendo que sería abrumada por ese poder del Seishin!

—Hiciste bien en escapar entonces, Berisha. ¡Muy bien! —Almarin le palmeó los hombros, transmitiéndole así su entusiasmo— Blerian y Elseid se encuentran en el frente de los arrabales, ¿cierto? ¡Entonces te ordenó que vuelvas con ellos y los apoyes! Es probable que también venga ese otro mercenario japonés al cual Elseid se enfrentó en Sofitel.

—¿Dónde está Antígono? —preguntó Berisha.

—Lo envíe al frente del norte de Saravanda para proteger nuestros cazas de combate.

—¿Y qué hará usted, Jefe?

La pregunta dejó mudo a Almarin por unos instantes. Le dio otra palmada en el hombro, y le respondió:

—Saldré en ayuda de todos ustedes cuando los vea en peligro. Ahora, ve.

Berisha asintió con la cabeza y salió de la habitación. Momentos después, se escuchó un potente propulso de cohetes, y la pequeña silueta de la Ushtria, impulsada por botas plásmicas, se asoma por los ventanales de la habitación, siendo vista por los generales albanos, quienes la siguen con la mirada hasta perderla de vista.

Almarin se incorporó y dedicó una mirada de reojo a Nestorio. Frunció el ceño, y se dirigió hacia sus comandantes con la siguiente exclamación:

—¡Se acabó la reunión, caballeros! ¡Vuelvan a sus puestos de avanzadilla! 

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A cien metros de altura de la ciudad.


Una hora tras el ataque inicial.

La plataforma flotante circular emitía destellos dorados y sonidos de esquirlas cristalinas con cada movimiento gentil de mano que realizaba Antígono Bardhyll.

Cazas de combate se desplazaban en amplios zigzagueos a las afueras de la Barrera Electromagnética. Al pasar volando a la misma altura donde se hallaba Antígono, le dedicaban miradas asertivas y de respeto. Algunos incluso planeaban sus cazas de forma automática para detenerse brevemente y reportar los últimos movimientos del enemigo. Antígono se los agradecía.

Desde la perspectiva de los pilotos de aviones y helicópteros y drones teledirigidos, Antígono, subido en aquella plataforma hecha de Energía Gaya y vestido en su reluciente uniforme verde, se veía como una deidad griega que visualizaba la región de sus adoradores y adoratrices. Incluso si solo fuese él el único Ushtria Clirimtare de aquel frente defensivo, el aura divina que emanaba, invisible a sus ojos, les daba la confianza necesaria para sentirse como guerreros elegidos.

—¿No viste nada de tu lado, Elseid? —preguntó Antígono al audífono en su oído.

Oeste de Saravanda

Elseid Frasheri oteó el horizonte urbano más allá del extenso banco de tierra que separaba los arrabales de Saravanda con las laderas de colina que daban acceso a los Barrios Industriales, los edificios de estos últimos aún ardiendo en llamas. No se veía ningún soldado enemigo asomándose a través de algún cascajo.

—Negativo —respondió Elseid—. Y de no haber sido porque Blerian nos detuvo —miró de soslayo a Blerian, sentado sobre una caja, la mirada rasgada fija y consternada en los lejanos edificios desmoronados—, Berisha y yo ya habríamos ido para allá a enfrentarnos a los usuarios de Seishin que se hallan allá.

—¿Usuarios de Seishin? —preguntó la voz de Antígono— ¿Cómo así?

—Ehh, como te lo digo... —Elseid separó sus brazos, y posó una mano sobre la empuñadura de su katana cibernética— Ahora mismo estamos sintiendo oleadas de Seishin proviniendo de los Barrios Industriales. Muy poderosas, he de decir. Como si fuera la de cientos de usuarios unificados en uno solo.

—Oh. Eso quiere decir...

—... Que nos están agitando el anzuelo ahora mismo. Quieren ver si somos peces estúpidos para morderlo.

—¡Menos mal que me tienen aquí de prisionera para EVITARLO! —chilló Berisha, los brazos prostéticos sirviendo de soporte al suelo, dando maniobras en el aire con la escopeta de bombeo usando sus pies.

—Honestamente pienso lo mismo —atizó a decir Elseid—. Deberíamos de al menos atacarlos con violentos bombardeos o algo, no solo limitarnos a hacerles espionaje desde lejos.


Norte de Saravanda

—No haremos tal cosa —espetó Antígono, la voz autoritaria—. Las imágenes satelitales que nos dieron los cazas dejan en claro que Anya Siprokroski ha enviado una fuerza de efectivos que es superior a nosotros.

Justo en ese instante observó, a lo lejos, como un grupo de cinco cazas regresaba de las alejadas colinas luego de su quinto patrullaje hacia las inmediaciones donde se encontraban pertrechados el ejército ruso. Por radio, se oyó las voces de los pilotos dar el nuevo reporte de los destacamentos rusos que ahora se estaban estableciendo en los restos desmoronados de los Barrios Industriales.

—¡HIJOS DE PUTA! ¡YA SE HACEN LOS LATIFUNDISTAS! —se oyó el chillido de Berisha en la otra línea.

—Además el Jefe lo ha dejado también claro —apostilló Antígono—. Si no actuamos con cautela, al mínimo error supondrá nuestra derrota.

—Pero tarde o temprano van a atacar —replicó Elseid—. Y como les hemos dejado reunir todo el poder que necesitan, entonces nos embestirán como un toro furioso, Antígono.

—Ese es el punto de un asedio. El enemigo ataca las murallas, y los defensores hacen todo lo posible para evitar que entren.

Se hizo el silencio entre ambos. Entonces, Elseid comentó:

—No me gusta para nada la influencia que está teniendo ese Nestorio sobre el Jefe.

Antígono chasqueó los dientes y asintió con la cabeza.

—Estoy de acuerdo en eso.

—Siento que ese hombre nos ha estado ocultando información de manera deliberada. ¿Algo como esto? ¿El ataque a los Barrios Industriales? —Elseid bufó una risotada— Si de verdad tiene tanto "espionaje" como clama, entonces algo como esto no nos lo pudo haber guardado.

—¿Tú tampoco crees en lo de que "tiene poca información"?

—Blerian dice aquí que él siente muy malas vibras venir de él —comentó Elseid—. Y sí. "Poca información" mis cojones cibernéticos. Si logramos salir vivos de esta, Antígono, yo digo que lo despachemos. Solo para estar seguros de que no nos sorprenderá con ninguna cuchillada por la espalda a posteriori.

Antígono hizo una pausa pensativa, y dijo:

—Si él nos traiciona en esta misma batalla, entonces yo mismo lo despacharé mientras ustedes se ocupan de los rusos.

—Entendido. Cambio y fuera, Antígono. 

Se oyó un pitido de cuelgue, y el audífono dejó de emitir zumbidos de psicocomunicación. Antígono se encogió de hombros y oteó sus alrededores con una mirada metódica. Sentía en su corazón una inseguridad roer su templanza, apoyada por la miríada de pensamientos relacionados con lo que acababa de charlar con Elseid.

Más allá de la Barrera Electromagnética, Antígono había dispuesto seis satélites con formas cristalinas romboidales y hechos de Energía Gaya, esto con el objetivo de expandir todavía más su rango de detección y de visión. Aquellos satélites giraban sobre su propio eje, lo que les proporcionaba un movimiento rectilíneo alrededor de la gigantesca cúpula azulada de la Barrera, y con ello proveían todavía más rango al Ushtria Clirimtare.

Era la primera vez en mucho tiempo que empleaba esta habilidad pasiva, pero aún se acordaba de su función. Si detectase alguna fuente de energía de carácter telequinético o similar, entonces los satélites empezarían a vibrar y a emitir sonidos de temblor que se sentirían por varios kilómetros a la redonda.

Y de repente, Antígono Bardhyll sintió como los seis satélites comenzaron a vibrar violentamente, y al mismo tiempo.

La sacudida fue tan sorpresiva y enérgica que agarró desprevenido a Antígono, provocando que este se tambaleara sobre la plataforma. Movió los brazos frenéticamente y se mantuvo en equilibrio todo lo que pudo, estando a unos centímetros de pisar el borde y caer a gran altura. Antígono plantó los pies con fuerza y velozmente arrojó una mirada hacia su derredor para averiguar, a partir de las sondas vibracionales, de dónde provino aquella oleada de energía masiva.

Su horror fue máximo al ver como los aviones de caza y las aeronaves teledirigidas empezaban a caer sin control alguno hacia la tierra. A través de su audífono escuchó muchas voces alteradas exclamando "¡MAYDAY, MAYDAY!" "¡Perdimos el control!" "¡Estamos cayendo!" "¡CAEMOS!", acompañadas de molesta interferencia. Sus voces fueron interrumpidas por el ruido blanco, y Antígono sintió un vahído en su pecho al ver explosiones aquí y allá sobre la superficie de la barrera, los restos de los cazas cayendo del fuego y humo.

—¡Águilas Rojas! ¡¿Me copian?! —farfulló Antígono, hablando a través de su audífono, pero solo escuchó estática— ¡¿Alguien?! —cambió la transmisión de psicocomunicación— ¡¿Elseid?!

—¡Anti...! ¡¿Qué... de...?! —a duras penas pudo escuchar la voz de Elseid antes de perder total conexión.

Antígono se quitó el audífono y lo miró con frustración. Notó un cambio en el ambiente, y una franja movediza por el rabillo de su ojo. Antígono alzó la cabeza, y quedó estupefacto al ver como la enorme y gruesa capa de la cúpula azulada empezaba a deshacerse poco a poco del cielo, como un papel que lentamente se achica y desvanece a medida que el fuego lo consume.

Los soldados de a pie que intentaban encender en vano los motores de sus carros de combate y sus Mechas piloteados lo notaron también. Después, los civiles albanos ocultos en sus casas, quienes se asomaron por las ventanas y ojos de buey. Todos ellos obtuvieron vistas apocalípticas de los aviones cayendo del cielo como pájaros muertos, acompañados por los lejanos aullidos de explosiones y desmoronamientos. Y todos ellos, al igual que Antígono, sintieron el mismo cambio en el ambiente que suscitó la desactivación de la Barrera Electromagnética. Un leve aumento en la presión atmosférica que les hizo advertir del peligro inexpugnable.

<<¡¿Del cielo?!>> Pensó Antígono, la cabeza alzada, los ojos desviándose de acá para allá buscando desesperadamente el origen de todo este tumulto de energía telequinética. Una a una, sintió y escuchó los satélites cristalinos hechos de Energía Gaya explotaban al no poder aguantar la masiva oleada de ondas telequinéticas que se disparaban hacia todos los lados en un radio de quince, no, quizás hasta veinte kilómetros, tal y como lo haría una explosión de Pulso Electromagnético.

Y justo cuando Antígono posó sus ojos sobre la diminuta silueta humanoide flotando en el cielo, un intenso e invisible diluvio de energía telequinética comenzó a caer del cielo como una lluvia de gotas esmeraldas.

Los satélites destruidos retornaron a él en forma de corrientes verde claro, devolviendo así toda la Energía Gaya que empleó en ellas. Una vez en su poder, Antígono Bardhyll amplificó sus cinco sentidos al máximo. Su visión le permitió ver, con total detalle, la silueta femenina levitando en el cielo, estática, y con los brazos extendidos de lado a lado en forma de crucifijo. El identificarla le arrebató el aliento. ¡Era Anya Siprokroski!

Hubo un muy breve momento de abstracción. Con sus cinco sentidos amplificados, Antígono miró su derredor. El tiempo se ralentizó desde su perspectiva, lo que le permitió ver a los soldados albanos bajar de los vehículos y tomar cobertura detrás de las torres, los sacos terreros y los tanques. Algunos hasta fueron a las zonas donde cayeron los aviones para rescatar a los pilotos. El peso de la responsabilidad como primer escudo defensivo recayó sobre sus hombros, haciéndole susceptible aún más a la presión telequinética que bruñía todo el perímetro.

Su aura divina zarandeó alrededor de su cuerpo y rugió con la letanía de un poder antiquísimo despertar en tiempos modernos. Sus ojos resplandecieron hasta volverse dos esferas luminiscentes. Se acuclilló, saltó de la plataforma. Al instante, fue consumido por un pilar de luz.

Al segundo el pilar de luz reapareció a cien metros de alto, teletransportando a Antígono unos metros más elevado de la posición donde se hallaba Anya Siprokroski levitando. Ambos contrincantes se vieron a la cara al unísono; Antígono con saña, y Anya, apenas abriendo los ojos verdes fulgurosos, con una mirada retadora.

La Esper rusa entrecerró los ojos, y sus irises refulgieron con un intenso verde. Opresoras fuerzas telequinéticas apresaron a Antígono, buscando aplastarlo en el aire mismo. El Ushtria chasqueó sus dedos antes de que la telequinesis triturara su cuerpo. El sonido de sus chasquidos generó una miríada de explosiones de luz cegadoras que obligaron a Anya a cerrar brevemente los ojos, lo que ocasionó que su ataque telequinético se debilitara y produjera apenas unos jirones en el uniforme de Antígono.

El Ushtria dedicó una mirada de odio a la aturdida Anya, esta última restregándose los ojos. Alzó un brazo y chasqueó los dedos, produciendo un efecto de escarcha en el aire. Anillos de luz dorada fulgurante se aparecieron alrededor suyo, sus aros encerrando los resplandecientes símbolos griegos Ψ. Puntos lumínicos se aparecieron en los centros de los anillos, y al grito de "¡PULVERIZATE!" de Antígono, los puntos se convirtieron en inmensas ráfagas doradas que devoraron a Anya Siprokroski.

Las pulverizantes ráfagas son jaladas hacia atrás y redirigidas hacia distintas direcciones del cielo, todo por obra de la manipulación telequinética de Anya, esta última teniendo los ojos enrojecidos por el ataque cegador inicial. El empuje psicoquinético de su ataque provocó que Antígono sea empujado, y que perdiera brevemente el equilibrio de su vuelo. El Ushtria recobró el equilibrio, y al instante chasqueó los dedos, invocando nuevos anillos lumínicos y disparando otra oleada de láseres de luz hacia Anya.

De repente, el cielo entero se sacudió, y las ráfagas lumínicas se desmenuzaron con una explosión vibrante que agarró desprevenido a Antígono. Por el aire se esparció arabescos y particulas de luz, remanentes de las ráfagas de luz. Antígono no vio que haya sido Anya quien provocase esto. Invocó una plataforma fulgurante en sus pies y, rápido y sin titubear, se dio un poderoso impulso que le hizo surcar el cielo y acortar instantáneamente la distancia entre él y su enemiga. Al mismo tiempo, volvía a invocar anillos que dispararon más láseres hacia la Esper.

Anya se protegió de los disparos de ráfagas lumínicas manipulando el espacio con su telequinesis y cambiando sus trayectorias. Antígono aprovechó el breve resquicio que las ráfagas lumínicas crearon para poder acercarse lo más posible a ella. Extendió el brazo y abrió su mano, la palma desplegando un aro luminoso que estuvo a pocos centímetros de tocar la cara de Anya.

Y justo antes de agitar la mano y robarle el oxígeno, Antígono es sorprendido por la aparición de un nuevo contrincante, quien apareció volando debajo suyo y lo embistió brutalmente. La fuerza titánica y la velocidad supersónica del vuelo del nuevo enemigo lo tomaron por sorpresa, y antes de que pudiera reparar en lo que sucedía, Antígono vio que ahora la ciudad de Saravanda era una lejana y diminuta explanada gris en el mapa regional. Miró detrás suyo, y ensanchó los ojos al ver las nevadas montañas del norte de Albania acercarse exponencialmente hacia él.

Antígono dedicó una mirada rabiosa hacia su nuevo enemigo, topándose con un yelmo de cristal rojo reflejando su propio rostro. Un pilar de luz se tragó a Antígono, y lo hizo reaparecer detrás de su contrincante. Lo atacó con un empujón de luz, lo que hizo que el trajeado individuo saliera despedido sin control. Antígono chasqueó los dedos y lo interceptó varias veces con estallidos de luz que lo despedían de un lado para otro en direcciones zigzagueantes.

A punto estuvo de conectarle un puñetazo en el yelmo, pero justo en el segundo exacto, el enemigo trajeado lo esquivó con un serpentino movimiento que dejó imágenes residuales coloridas tras él. Arremetió a Antígono con un puñetazo en el rostro, seguido de un jalón de su brazo con el cual le conectó un codazo en el estómago, seguido de otro en la cara. Antígono agarró al enemigo trajeado del cuello de su gabardina e invocó dos anillos de luz en sus manos.

Las ráfagas de luz emergieron de estas, pero no pulverizaron el cuerpo de su contrincante. En cambio, y para sorpresa suya, los arabescos lumínicos quedaron retenidos en sus manos, como si hubiesen sido obstaculizados por un tapón. Sintió una interrupción en el flujo de su Energía Gaya, lo que lo distrajo. Esto lo aprovechó el enemigo trajeado, quien lo agarró de la cabeza, le propinó un cabezazo, y lo arrojó contra la montaña más cercana.

Antígono se estrelló contra la ladera de la colina y quedó enterrado dentro de un profundo agujero. Los escombros cayeron sobre su cuerpo enterrado. Agitó las piedras a un lado y emergió entre toses sangrientos. Se reincorporó, y alzó la cabeza al tiempo que escuchó los zumbidos de dos propulsores venir del cielo.

Dos siluetas levitaban a veinte metros por encima suyo; el de la izquierda el que estaba peleando, vistiendo con una elegante gabardina roja que ocultaba su brillante exotraje rojo. Mientras que el de la derecha portaba su exotraje verde expuesto, condecorado con piezas de armadura color cobre que cubrían sus hombros, sus pectorales y sus antebrazos, y una longeva capa bermeja que oteaba tras de él y cubría su cuello como una bufanda. Al igual que su compañero, llevaba un yelmo cristalino con forma de cúpula que ocultaba su rostro.

Los yelmos circulares se retrajeron, revelando los aguerridos rostros de Adoil Gevani y Ricardo Diaz.

—Psifia, ¿qué distancia estamos? —dijo Adoil, los ojos ciegos fijos en Antígono.

Estamos a seiscientos ochenta y un kilómetros de Saravanda —contestó la femenina voz robótica de la IA—. Localidad: Montañas Përtej Tokave.

—Distancia más que suficiente para el pendejo este —espetó Ricardo, el guantelete de cobre respingando humo verde de sus resquicios.

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Centro de Saravanda

Agudos silbidos motorizados de aeronaves supersónicas sobrevolaron por encima de la ciudad. Tras ellos, vinieron los zumbidos de caídas de proyectiles que comenzaron a perpetuar una serie de gigantescos estallidos por distintos barrios de Saravanda, creando cadenas de bolas de fuego que consumieron edificios, calles, soldados y ciborgs por igual, dejando tras de sí cascajos, hollín y carcasas y cadáveres calcinados. ¡El inclemente bombardeo acababa de empezar!

Los pocos aviones de combate albanos que sobrevivieron a la primera oleada telequinética comenzaron el contraataque. A pesar de verse abrumados por la mayoría de aeronaves rusas, por su más avanzada tecnología y por el temor latente de que la Esper rusa los volvería a atacar tarde o temprano, los cazas albanos planearon con vehemencia los cielos y contraatacaron a la bandada de aviones rusos con metralla y cañones.

Con esto, el firmamento de Saravanda se atiborró de siluetas de aviones que surcaban las nubes de acá para allá, disparando hileras e hileras de plomo que restallaban la bóveda celeste. Manchones oscuros, producto de los proyectiles explotando al contacto con sus objetivos, empezaron a aparecer por todos lados, ensuciando el cielo, volviéndolo una pizarra de pólvora explosiva. La artillería defensiva albana comenzó a dar apoyó a la fuerza aérea; se oyeron múltiples aullidos de cañonazos viniendo de tejados de edificios y de carreteras, y en poco menos de diez minutos más de un tercio de la ciudad se convirtió en un páramo belicoso digno de haber salido de una Guerra Mundial.

Soldados albanos de un pelotón pertrechado asomaban las cabezas por encima de los sacos terreros para disparar largas rondas de metralla de sus rifles. Sus vistas eran abrumadas por la inconmensurable cantidad de puntos negros desplazándose de acá para allá como si fuera una guerra entre facciones de bandadas de pájaros.

Sin que ninguno se diera cuenta, una avioneta rusa teledirigida los sorprendió disparando un explosivo que estalló justo frente a la muralla de sacos terreros. La explosión lo consumió todo. El contenido de los sacos se regó por toda la calle. Los soldados cayeron al suelo, malheridos de muerte, algunos faltándoles un brazo o una pierna. Los que quedaron en una pieza fueron a ayudarles, pero pronto son agarrados desprevenidos por el zumbido de la misma aeronave, la cual planeó el cielo hasta descender a la altura de la calle y asaltó a los soldados con una nueva ronda de disparos.

Los soldados cerraron los ojos, pero la metralla no llegó. Oyeron un susurro clamante rumiar alrededor de ellos, seguido de una opresiva energía telequinética presionar sobre sus cuerpos y mantenerlos en el suelo. Los pocos hombres que abrieron los ojos, lo primero que vieron fue la silueta de espaldas de Elira Minoguchi, y frente a ella una completa red de entramados azulinos que absorbían el impacto de los pesados proyectiles de la aeronave.

Elira abrió el muro de hilos Seishin agitando las manos de lado a lado. Fugazmente, los hilos Seishin se movieron por su cuenta por la carretera, bloquearon la balacera de la avioneta rusa, evitando así que impactasen en ella o en alguno de los soldados albanos. Acto seguido, Elira ensanchó los ojos, y su ataque telequinético machacó la aeronave, abollándola en el mismo aire. Sus alas se aplanaron sobre sí mismas, y el caza perdió equilibrio. Se estrelló contra varios edificios, y colisionó con el piso. Elira dio un pisotón, y su telequinesis detuvo el avión en llamas a pocos metros de ella.

—¡Vamos! —exclamó Elira, dándose la vuelta y dirigiéndose hacia los soldados. Fue hasta uno que le faltaba la mitad de su brazo y lo cargó en el aire con su telequinesis— Los ayudaré a buscar cobertura. 

En otra avenida del mismo barrio, un caza ruso es derribado por una aeronave albana. La explosión se produjo cerca de un pelotón de soldados albanos que corría por la carretera en búsqueda de una nueva cobertura para su armamento antiaéreo. Al ver como el caza ruso caía en dirección a ellos, dando vueltas y vueltas y dejando una larga cola de humo negro y naranja, todos pegaron un grito de espanto y trataron de correr más apuradamente. Algunos tropezaron con escombros del suelo, y al darse la vuelta, vieron la bola de fuego a punto de consumirlos.

De repente, un borrón de velocidad se les apareció de frente, dándole las espaldas. Se oyó un intenso sonido de succión, seguido de estruendos de hierro colisionar violentamente entre ellos. Los soldados que tropezaron abrieron los ojos, y vieron lo mismo que sus compañeros de a pie observaron primero; Luriana Zogjani, vestida con su imponente uniforme militar verde galardonado, alzaba los brazos con tal de que su aspiradora Mijailovich absorbiera el humo, el fuego, el viento y el calor del caza ruso, cambiando en el proceso las propiedades solidas y gaseosas con tal de consumirlos sin dejar ningún remanente.

En un abrir y cerrar de ojos, la visión destructora del caza se desvaneció, dejando tras de sí un largo surco de escombros negros, mugre polvorienta y partículas negras ululantes. La aspiradora viviente emitió un gorjeo bestial, y tosió vaharadas de humo. Luriana le dio palmaditas en su cabeza rectangular.

—¡¿Qué están esperando?! —espetó al ver a los soldados albanos aún frente a ella— ¡VAYAN Y BUSQUEN OTRO PUTO PUESTO PARA LA ARTILLERÍA!

Los soldados albanos obedecieron como perros asustadizos, retirándose de la carretera al trote apurado.

Luriana le siguió dando palmadas a Mijailovich, exhortando a este a toser todas las pelusas negras que se le quedaron atoradas. Oyó un tumulto sacudir el suelo cerca de ella. Volteó la cabeza, y vio a Elira erguirse y caminar hacia ella.

—Hemos perdido treinta de nuestros cazas de combate —anunció Elira, y miró al cielo—. Nuestra fuerza aérea está perdiendo poco a poco contra los cazas rusos.

—¡Se supone que Antígono debería estar aquí para apoyar nuestras fuerzas aéreas! —exclamó Luriana— ¡¿Dónde demonios está?!

Elira no respondió. Tornó la mirada hasta hallar la diminuta silueta levitante de la ahora reconocida como A Siprokroski. Entrecerró los ojos y apretó los dientes. <<¿Será que ella lo habrá despachado como lo hizo con la Barrera?>>

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La visualización head-up de Elira y Luriana conversando entre ellas era nítida bajo el lente digital de Kenia Park y Ryouma Gensai. Alrededor de ellos se podía sentir la vibración expectante de la octogonal cabina en la que se hallaban. En las penumbras, los Supersoldados Spetsznas atiborraban la estancia, todos ellos portando sus armaduras de cuerpo completo, sus yelmos oscuros y enarbolando sus rifles de asalto a ambas manos.

¿Las pueden ver? —preguntó la voz de Martina, reveberando a través de los audífonos dispuestos en los oídos de Ryouma y Kenia.

Desde su puesto en el campamento militar ruso, a más de diez kilómetros de Saravanda, Martina Park operaba remotamente los mandos de diversos dispositivos con funcionalidad de IA, desde aeronaves de combate hasta el transporte de tropas en los helicópteros de carga militar. Mientras hacia todas estas operaciones, era supervisada por los Cibermantes de la sala.

—Sí, Marutina-San —dijo Ryouma, su ojo fijo en el lente de contacto—, las estamos viendo.

Bien. Ya los otros helicópteros están preparados. Voy a abrir las compuertas.

Y tras decir eso, Kenia, Ryouma y los Spetzsnas de la estancia tornaron sus cabezas al oír el repiqueteante silbido de la compuerta trasera descender lentamente. El resquicio se fue abriendo, dejando pasar los rayos rojo anaranjados del firmamento eclipsado.

Voy ahora a checar el estado de las tropas de los Barrios Industriales —dijo Martina—. Buena suerte a los dos.

La compuerta descendió hasta su punto más bajo. Los Spetzsnas formaron filas, sus movimientos coordinados a la perfección. Kenia se miró el exotraje y se sintió poderosa al ver las luces neón recorrer los numerosos surcos de la armadura de una pieza. Miró de soslayo a Ryouma, este último aclarándose la garganta y acomodando el cinto de su sable sobre la cintura.

—¿Estás listo? —Kenia le dio un codazo en el hombro.

—Hai —contestó Ryouma, asintiendo con la cabeza, la mirada determinada. En ese momento, la primera fila de soldados Spetzsnas comenzaron a saltar del helicóptero, empezando una caída libre.

—Entonces agárrate, vaquero —Kenia rodeó su brazo alrededor del de Ryouma justo cuando les llegó su turno.

Ambos corrieron a la misma par y saltaron al mismo tiempo justo al llegar al borde. Nada más saltar, Kenia y Ryouma se internan de lleno en un caótico firmamento, estruendoso por las multiples explosiones y vibrante por el veloz desplazamiento de los cazas de combates, persiguiéndose los unos a los otros. De otros helicópteros de carga militar, Ryouma alcanzó a ver otras filas de Supersoldados saltando de los bordes y cayendo en picada como ellos. Los cazas albanos y drones autodirigidos se desplazaron supersónicamente contra varios de ellos, matándolos con embestidas instantáneas y destruyendo los helicópteros de carga en el proceso.

El exotraje de Kenia Park rugió como una bestia robotizada, sus luces neón brillando intensamente. Los propulsores de sus tobillos dispararon ráfagas azules que la impulsaron por el aire en un fugaz vuelo que tomó desprevenido a Ryouma. El espadachín se agarró con más fuerza del brazo de Kenia, mientras esta última planeaba por el cielo cual pájaro en cacería, esquivando las aeronaves que se cruzaban en su camino, descendiendo en picada hacia la avenida donde se hallaban Elira y Luriana.

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Elira y Luriana escucharon numerosos zumbidos ruidosos provenir del cielo. Alzaron sus cabezas, y quedaron estupefactas del terror al ver cientos de siluetas humanas propulsándose en veloces vuelos por el belicoso cielo, esquivando e interceptando cazas albanos mientras descendían hacia la ciudad. A través de sus audífonos empezaron a escuchar multitud de alaridos provenientes de los soldados regulares advirtiendo de la llegada y el asalto de más Supersoldados Spetzsnas.

—¡¿Más de ellos?! —espetó Luriana entre dientes, notándosele el nervio en su voz y su movimiento frenético de cabeza— ¡Y encima están cayendo en varios puntos de la ciudad!

—Buscan separar nuestras tropas con esto —murmuró Elira, los ojos ensanchados—. Quieren dividirnos para así despacharnos poco a poco, Lur.

—¡Bastardos! —maldijo Luriana, apretando los puños— ¡¿Qué haremos, entonces?! ¡¿Pertrechamos a nuestros soldados en nuestras bases para evitar las bajas?!

—Sí —Elira le dio un golpe en el hombro—. Da la orden para que los soldados se pertrechen en sus bases. Nosotras vamos a escoltar a La División Octava. Debe de estar cerca...

Elira se dio la vuelta para señalar el lugar a dónde ir y Luriana tocó el audífono para empezar a lanzar la orden. Sin embargo, la primera Ushtria interrumpió su hablar al sentir su aura telequinética advertirla de veloz presencia enemiga, exudando energía psionica, acercarse a ellas a una vertiginosa velocidad.

El tiempo se ralentizó para Elira al tiempo que esta activaba su aura Seishin y su poder telequinético al mismo tiempo, aumentando sus cualidades físicas. Se dio la vuelta, y su visión amplificada le mostró un acercamiento de una mujer supersoldado desplazarse a toda velocidad por el aire, descendiendo hasta la altura de la carretera en donde se hallaban. Reconoció al espadachín que se sostenía de su brazo, y en seguida supo que debía de tratarse de una miembro de los Giles de la Gauchada.

Hubo un muy breve intercambio de miradas entre ambas; Kenia con odio, Elira con perplejidad. En un abrir y cerrar de ojos, la distancia entre ellas se acortó de un batir del aire.

Kenia Park arrojó a Ryouma al aire, y este último desapareció detrás de unos edificios aledaños a la carretera. Acto seguido concentró toda su atención en Elira, cargando contra ella a la máxima velocidad que le permitía su exotraje. La Ushtria apenas tuvo momento de pensar en una reacción de contraataque; el corazón el dio un tumbo al no poder reaccionar a su velocidad. Se dio la vuelta y le propinó una patada a Luriana, alejándola justo en el momento del impacto.

La Hija de la Muerte embistió a la Ushtria Clirimtare con todas sus fuerzas, generando una onda de choque que sacudió todos los edificios de la carretera. Ambas mujeres son impulsadas fugazmente hacia un edificio, y terminan atravesando su fachada, destruyendo en el proceso la marquesina digital y dejando tras de sí un boquete y cascadas de chispas.

—¡ELIRA! —chilló Luriana, saliendo de la tienda de joyerías a donde fue a parar tras recibir la patada.

Estuvo a punto de dar su impulso para ir en su rescate, pero justo antes de poder hacerlo, un borrón de velocidad apareció frente a ella y le interceptó una feroz patada en la mejilla. Luriana desapareció en un parpadeo; al otro lado del zaguán de la tienda joyería apareció un agujero, y más allá de él, una cadena sucesoria de boquetas por las que atravesó Luriana hasta quedar enterrada en el cuartucho de una casa.

—Mayoeba, yabureru so —murmuró Ryouma para sí, como reafirmándose la enseñanza de su maestro—. Kondo koso wasurenai yo, Hattori-Dono.

Apretó el puño en la empuñadura de su katana. Su aura Seishin se erizó alrededor de su cuerpo. Se impulsó hacia delante y empezó a atravesar velozmente los agujeros en dirección a Luriana.

Al otro lado de la avenida, en mitad de una enorme plaza desértica, Elira se reincorporó de un salto telequinético que la puso de pie al instante. Debido al mareo, se tambaleó de un lado a otro. Se tocó la cabeza, y se palpó la sangre fresca de la herida abierta. La sangre se le heló, y el corazón le palpitó de los nervios. Alzó la mirada, y vio a lo lejos a Kenia Park aterrizar de cuclillas en la plaza, a quince metros de distancia.

<<La tecnología de ese exotraje...>> Pensó Elira, tragando saliva. Entrecruzó los brazos e invocó hileras de hilos Seishin entre sus dedos. <<Demasiado poderosa... Más que la que tuvo Santino... ¿Será que podré contra ella?>>

Kenia miró fijamente a Elira, el ceño fruncido, la mirada severa. Alzó el brazo y habló a través del radio de su guantelete:

—Kenia Park reportándose... —sus ojos se entrecerraron y su expresión se endureció.

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Oeste de Saravanda

Las carreteras eran infestadas de pelotones Supersoldados Spetzsnas y bandadas de Superhumanos que caían del cielo como granito negro, impactando contra las apretadas casas de dos-tres pisos. El fuego lamía los edificios cercanos, expandiendo sus llamas y consumiéndolo todo. El plomo de los rifles y la metralla de la artillería restallaba los cielos y los rasgaba con surcos amarillos que iban y venían, impactando contra las fachadas de las residencias, agujereándolas o directamente demoliéndolos. Por suerte, ya no había ningún civil refugiado que fuera victima de los daños colaterales.

Lo que significaba que Elseid, Berisha y Blerian podían desatarse sin ningún tipo de limite contra los soldados rusos y sus armaduras y armamentos de Tier 6 y 7.

El intenso intercambio de metralla convirtió el aire, por encima de sus cabezas, en cortinas de plomo acelerado que no paraba de rasgar el cielo. Elseid combatía contra numerosos Supersoldados Spetzsnas al mismo tiempo, intercambiando espadazos y eludiendo los ataques por la espalda con elegantes saltos acrobáticos que le permitían contraatacar con patadas. Cuellos eran dislocados, y hasta cabezas se separaban de los cuerpos por la fuerza bruta potenciada de Elseid. Sumado con el opresivo Seishin que aplicaba en todo el perimetro y entorpecía los ataques de los Spetzsnas, estos soldados rusos caían uno a uno como moscas. Uno a uno, en vez de todos al mismo tiempo, pues Elseid, sonriente y arrogante, quería desestabilizar la moral del enemigo lentamente.

Por otro lado, Blerian atacaba con la sagacidad de un ave rapiña que intercepta a sus presas sin darles a estas un respiro. Su cuerpo se convertía en tizones negros veloces, desplazándose aceleradamente de acá para allá, atravesando de forma instantánea las carreteras donde concurrían las batallas campales. Zigzagueos de estela negra dibujaban las calles, pasando a través de los soldados combatientes, produciendo silbidos de metal rasgando el aire, dejándolos a todos paralizados de la perplejidad. Un segundo después, los Spetzsnas caían muertos al suelo, faltándoles brazos, piernas, cabezas o ya de plano cayendo con sus cuerpos triturados por cientos de tajos que dejaban maltrechos sus exoesqueletos. El rastro de cadáveres que dejaba tras su paso espantaba y fascinaba por partes iguales a los soldados albanos.

La brutalidad del campo de batalla era coronada por la inclemente cadencia de artillería de Berisha. Las sonoras carcajadas de la Cibermante Ushtria eran acompañadas por los múltiples rugidos multitudinarios de todo el armamento automático que tenía dispuesto detrás suyo. Cañones antiaéreos pintando el cielo con manchones negros, ametralladoras antitanques imprimiendo su plomo contra las casas, desmoronándolas hasta los cimientos y pulverizando en el proceso a muchísimos Supersoldados Spetzsnas.

—¡Eso! ¡Eso! ¡ESO! —chillaba Berisha entre risotadas, disparando dos pesadas ametralladoras en ambas manos. Millares de casquillos cayendo constantemente ante sus pies por cada ronda de balacera— ¡CORRAN Y OCÚLTENSE COMO CUCARACHAS CRECIDAS! ¡LES ECHARÉ PESTICIDAS A SUS CADÁVERES!

Sintió una presencia caer a toda velocidad hacia ella. Berisha dio un salto, y se teletransportó justo antes de que el Superhumano ruso impactara contra el pavimento. La colisión provocó que la calzada entera fuera sacudida por el temblor, desnivelándolo brutalmente. Soldados rusos y albanos tropezaron unos con otros, y algunos quedaron sepultados bajo escombros.

Berisha creó un escudo psiónico en su mano derecha y se protegió de la apuñalada del Superhumano, este último enarbolando un cuchillo hecho de energía sinética. El Superhumano ruso batió contra Berisha con brutal fuerza, forzándola a mover frenéticamente su escudo para protegerse al tiempo que la hacía retroceder con el objetivo de hacerla tropezar con un saliente. El pie de la Cibermante se metió dentro de un resquicio, y cayó. El Superhumano aprovechó ese instante para invocar una espada de larga hoja hecha de energía y arremetió a Berisha con una estocada.

La estocada nunca la alcanzó. El cuerpo de Berisha se volvió repentinamente elástico, lo que le permitió doblegar su cuerpo en una pendiente muy inclinada. La espada de energía cinética pasó por encima de Berisha, y esta última reorganizó los componentes de su interior para cambiar la inclinación de su cuerpo, moviendo en circulación de eje sus brazos y sus piernas cual ciborg hasta salir del saliente y dar una voltereta hacia atrás, moviéndose por el aire como un resorte.

Berisha cayó sobre la cabeza del Superhumano, este siendo dos metros más alto que ella. Rodeó sus piernas alrededor del cuello del ruso, y después clavó sus dedos prostéticos dentro de sus costillas. El ruso gruñó y forcejeó inútilmente. Berisha sacó la lengua en una expresión de concentración, y poco a poco fue jalando la columna cibernética del Superhumano, extirpándosela de su cuerpo. Los gruñidos se volvieron alaridos prolongados. El dolor fue demasiado; el Superhumano cayó de rodillas, y sus chillidos sonaron por encima de la metralla zumbona.

La Cibermante Ushtria escupió un deleitoso "¡Puf!", y de un tirón arrancó las costillas metálicas luminosas de la espalda del Superhumano. Un gran manchón de sangre y liquido ónice pudrió la descompensada calle, acompañada de sesos e intestinos. Los brazos del Superhumano cayeron flácidamente, y la vida se apagó de sus ojos. Berisha expulsó un suspiro enervado. Saltó de los hombros del cadáver al tiempo que lo agarraba de sus cabellos, jalándolo hacia abajo y derribándolo al suelo. 

—Ahí vienen más —musitó Blerian, extrayendo su delgada espada del cuerpo de un soldado. Miraba hacia el oeste; donde otrora había residencias y edificios públicos, ahora había un vasto océano de montículos de escombros, todos ellos coronados con flagrantes llamas quemando aquí y allá. Más allá de ellas se alcanzaba a ver la ominosa sombra horizontal de una miríada de Supersoldados Spetzsnas trotar a toda velocidad hacia ellos.

Elseid aterrizó en el suelo de cuclillas, justo al lado de Berisha. Ambos intercambiaron una rápida mirada, y asintieron con la cabeza.

El samurái cibernético inclinó las piernas hacia delante y empuñó su sable con una mano, mientras que, con la otra, sostuvo el cinto de la katana. Su aura Seishin envolvió su cuerpo y danzó como la llama de una fogata alimentada de fogaje. Elseid movió las piernas hacia delante y, en un parpadeo, se convirtió instantáneamente en una veloz centella que se abalanzó contra la vanguardia del regimiento ruso.

La chispa se desplazó a la velocidad del relámpago a través de una vasta línea imaginaria, cortándole el camino a todos los Supersoldados Spetzsnas quienes tuvieron que detenerse abruptamente al reparar en el fulgurante destello dorado. Muchos chocaron entre sí, y varios se tropezaron con los escombros y cayeron unos encima de otros en una apelotonada cadena sucesoria.

Una fina línea de energía Seishin, imperceptible incluso para el ojo de un usuario de esta magia, separó al regimiento ruso del perimetro del barrio dominado por los albanos. La centella luminiscente se detuvo en un punto de la calle del suburbio, y de un zumbido eléctrico, se transformó de regreso en Elseid Frasheri. Este último enfundó lentamente su katana en rojo al vivo, y el chasquido del envaine replicó con una chispa.

Acto seguido, la larguísima ranura de energía Seishin comenzó a estallar en una cadena de enormes explosiones que tomaron por sorpresa a los Spetzsnas. Estos últimos no fueron capaces de reaccionar al tiempo, y fueron consumidos por los gruesos edredones de fuego y humo, hundiéndolos en el torbellino de escombros y en las sacudidas incontrolables.

Bukuroshe Berisha dio un salto que la elevó quince metros. En el aire, palmeó sus manos prostéticas, y de ambas invocó dos dispositivos de perforación que dejó caer. Estos se propulsaron hacia la calzada y se enterraron diez metros dentro del suelo. Finos rayos láseres abrieron dos ensanchados surcos por toda el área, creando una ranura lo suficientemente larga para que, de dentro, emergieran enormes paredes de plasma de veinte metros de alto. De esta forma, separaron el entorno de muerte y humo del arrabal que defendían.

—Frente noroeste de Saravanda asegurado —dijo Elseid al audífono de su oído. Blerian y Berisha lo miraron. Se oyó un quejido zumbante provenir del audio—. Entendido. Cambio y fuera —se dio la vuelta y encaró a sus compañeros—. Hay que regresar a la base central. Ordenes de Almarin.

—¿Y qué hay de lo del Seishin? —preguntó Berisha, mirando a su alrededor— ¿Se supone que ahora vamos a olvidar el hecho de que el asesino de Blerian se encuentra en esta puta guerra?

—Ordenes de Almarin son ordenes de Almarin, Berisha —afirmó Elseid, dándose la vuelta y comenzando la marcha—. Además, mejor que vengan a nosotros que nosotros a ellos.

—Tengo un mal presentimiento de esto, Elseid... —musitó Berisha, ladeando la cabeza y yendo en pos de él.

Blerian frunció el ceño y miró por encima de su hombro. Su expresión severa cambió sutilmente a una de sorpresa, acompañado de un jadeo.

Tal parece que él fue el primero en notarlo, pues Elseid reaccionó dos segundos tarde; apenas estaba volteando su cabeza cuando Blerian ya se encontraba frente a él y Berisha, sus manos posándose sobre sus hombros. El aura oscura del Ushtria envolvió los cuerpos de sus compañeros, y los desapareció súbitamente dentro de charcos negros de Seishin. Se giró y enarboló su delgada espada. Justo en ese instante, recibió de lleno la poderosa embestida del espadazo de Ryushin Hogo.

El estruendoso chirrido de metal contra metal rechinó con una explosión en todo el perímetro, chispeando un destello cegador breve. Ambos contrincantes se deslizaron precipitadamente por la carretera hasta convertirse en un iridiscente punto gris que terminó atravesando la fachada de un edificio gubernamental. Los soldados albanos que esquivaron por los pelos vieron con muecas consternadas el invisible rastro de viento que dejó el impulso de los dos guerreros Seishin.

—¡¡¡BLERIAAAAN!!! —vociferó Elseid, la mueca de espanto. Su aura Seishin estalló a su alrededor, y salió impulsado a una velocidad supersónica que ni Berisha pudo reaccionar a tiempo. La diminuta centella de luz que era Elseid se desplazó vertiginosamente por la carretera hasta meterse por el agujero a donde fueron a parar Blerian y Ryushin, dejando con miradas anonadadas a todos los militares de la zona.

Berisha se recompuso del piso con un salto hacia delante y miró su derredor, hacia los soldados con expresiones shockeantes. Les ordenó con un alarido demandante que volvieran a sus puestos, y todos los militantes salieron de su ensimismamiento y empezaron a movilizarse. Tras eso, la Cibermante Ushtria agitó los brazos hacia abajo, y de la palma de sus manos empezaron a emitirse ráfagas de plasma que la elevaron velozmente al cielo.

Y al ascender los primeros veinte metros al cielo, fue sorprendida por el repentino estallido destellante de un relámpago que perforó el firmamento y, en un abrir y cerrar de ojos, la alcanzó con un azote estridente.

El miedo la paralizó tanto como la electricidad. Quedó estática en el aire, lo que fue aprovechado por la rauda silueta de un hombre de cuerpo tonificado y exotraje de líneas neón azul, quien la arremetió con una patada hacia su rostro. Berisha salió de su parálisis justo para después alzar ambos brazos, haciendo que estos absorbieran la titánica potencia que el contrincante le descargó con aquel ataque. Tal fue su fuerza que el cuerpo de Berisha salió disparado de regreso hacia el suelo, impactando contra la calzada y generando una densa ola de polvo cual avión de combate al ser derribado en el aire.

Su enemigo quedó levitando en el aire unos instantes, para acto seguido propulsarse a toda velocidad hacia ella, buscando propinarle otra patada. Berisha chirrió los dientes y sonrió. Palmeó sus manos prostéticas, y las separó de lado a lado; dispositivos de holos, en cada palma, desplegaron una extensa red plásmica que rodeó y encapsuló a su contrincante en un santiamén. Cual tiburón que acababa de engañar al pez y hacerlo caer dentro de sus fauces, Berisha agrandó la sonrisa y deslizó sus manos una tras de otra, apretando las ligaduras de plasma y provocando que la resortera eléctrica se cerrara alrededor del hombre.

De repente, se escuchó un zumbido ensordecedor. Los oídos de Berisha se aturdieron, y su vista se volvió borrosa por unos segundos. Su visión nítida le impidió ver lo que sucedió frente a ella, y sus oídos le impidieron escuchar la devastación que el enemigo hizo. Las cuerdas de plasma se expandieron de lado a lado, ensanchándose al punto de perder forma. La energía eléctrica se apagó, y los resortes cayeron de forma flácida al suelo alrededor de la aún atarantada Berisha.

El enemigo de traje negro rodeó sus piernas alrededor de su cuello y, de un tirón hacia arriba, la hizo describir una parabola en el aire hasta enterrarla dentro del pavimento. Acto seguido se movió rápidamente hasta ponerse encima de ella. La agarró de los cabellos. Se oyó un sonido de motor encendiéndose, y su muñeca, alzada por encima de su cabeza, fue rodeado por un aro azul lumínico.

Descendió el puño, y sus nudillos impactaron contra la cara de Berisha, generando un brutal estruendo que se expandió en una fugaz onda expansiva. Le propinó otro puñetazo. Otro estruendo. Otro puñetazo. Otro. Otro. Otro... Un dilatado cráter se expandió alrededor de ellos dos, y por cada puñetazo que le propinaba, el cuerpo de Berisha se enterraba más y más adentro.

Los soldados albanos trataron de ir a ayudarla, pero fueron interceptados por lluvias de relámpagos que azotaron la superficie, provocando explosiones en reacción en cadena que consumieron el barrio en bolas de fuego inmensas.

Al octavo puñetazo, los nudillos del hombre en traje negro chocaron contra un dispositivo antigravedad que Berisha creó en la palma de su mano. El impacto destruyó la capsula, y esquirlas se pegaron al cuerpo del contrincante como agujas relucientes. Hubo una reacción física instantánea; se creó un campo gravitacional dentro del cráter con dirección vectorial hacia arriba, provocando así que el hombre saliera disparado hacia el cielo. Berisha aprovechó el momento para reincorporarse con una voltereta y escapara del cráter dando un salto hacia atrás.

<<¡Agh!>> Berisha se palpó la quijada, sintiendo dolor al intentar moverla en vano. Rodeó sus dedos sobre ella, y de un movimiento brusco, se lo colocó en su lugar. Se limpió la sangre de la nariz y de la que palpó sobre su frente. Apretó los dientes, la furia interna hirviendo y cegándola. <<¿Quién coño...?!>>

Oyó el clamor de un aterrizaje a pocos metros de ella, amén de la penetrante percusión de corrientes eléctricas recorrer todas las casas de su derredor. El suelo se sacudió con un breve temblor. Berisha se tambaleó, pero no cayó. Plantó los pies fuertemente en el piso, y clavó al instante sus ociosos ojos prostéticos sobre las dos siluetas paradas a seis metros de distancia.

<<Así que eres tú de nuevo...>> Pensó Berisha, entrecerrando los ojos y apretando la mandíbula.

El exotraje oscuro de Masayoshi Budo tenía su símbolo romboidal brillando con un intenso neón celeste, tan reluciente como la electricidad chirriante que corría por todo el cuerpo de Thrud Thorsdóttir, los ojos de esta última blancos como dos centellas fulgurantes. Blancos inmaculados, igual que los de la máscara de su Einhenjer.

—Masayoshi Budo reportando —espetó, la mirada clavada en Berisha, enarbolando sus dos macanas en ambas manos.

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El borrón de indomable velocidad en el que Ryushin y Blerian se transformaron barrió con kilómetros y kilómetros de barrios de Saravanda. Como un torpedo disparado del interior de un submarino, sin resistencia alguna que el océano pudiera detenerlos, ambos acérrimos guerreros Seishin se desplazaban de acá para allá, surcando las vías más amplias de los distritos urbanos y atravesando un sinnúmero residencias. Más de una familia albana, oculta dentro de sus casas, se llevó una ingrata sorpresa de muerte al ver como el raudo borrón atravesaba su hogar y dejaba, tras de sí, varios boquetes.

Y, alejado de la nula percepción de los soldados albanos que alcanzaban a ver el borrón de velocidad, se podía escuchar la extrema letanía de un acelerado intercambio de espadazos que emitía un sinfín de crujidos y chasquidos metálicos atronadores.

Los brazos de Blerian y Ryushin eran viciosas sombras horizontales que no paraban de desplazarse de un lado para otro, entrechocándose entre sí y generando un sinfín de vibrantes chispas que salpicaban cerca de sus caras. Cada choque de sus espadas significaba un choque entre sus auras Seishin, estas últimas manifestándose cada vez más y más alrededor de sus cuerpos. Si hubiese algún usuario Seishin entre los soldados albanos, hubiesen visto una enorme bola de fuego negro y turquesa desplazarse violentamente contra los edificios, cual bola de boliche lanzada por la descomunal fuerza de un gigante.

—¡Infeliz! ¡Estás vivo! —exclamó Ryushin casi que con regocijo, la sádica sonrisa acompañada por ojos ensanchados— ¡¿O será más bien que estoy hablando con un clon barato?!

Blerian no replicó a sus comentarios. Respondió, en cambio, con un incremento en la velocidad de su esgrima. Ryushin ensanchó la sonrisa e hizo lo mismo. La velocidad de vuelo se acrecentó también, y ambos guerreros Seishin terminaron atravesando una sucesoria cadena de miradores de edificios de veinte pisos, dejando como rastro una vasta hendidura. Escombros cayeron sobre los desprevenidos soldados albanos como una lluvia desmoronante.

—¡Solo poco, pero te noto distinto! —masculló Ryushin— ¡¿Qué utilizaste para revivir, ah?! ¡¿Alguna de sus cochinas tecnologías-neo?! ¡¿O Sangre Rejuvenecedora?!

Rio a carcajadas con el último comentario. Sus risas hicieron que Blerian entrecerrara los ojos y frunciera el ceño. Hubo otro aumento en el poder de su aura Seishin y, entonces, las temibles sombras informes aparecieron detrás de su espalda, saltando como bichos parasitarios que quisieran buscar invadir el cuerpo de Ryushin.

El mercenario nipón movió velozmente su mano y extrajo de la boca de su Yokai oruga unas nunchaku rojas y filosas. Las esgrimió describiendo círculos fugaces, generando un efecto de hélice cortante que evitó que las sombras lo alcanzaran. De repente, sintió un cambio de brisas en el ambiente, y determinó que Blerian usó esto como distracción para ensartarlo con una estocada. Con gran agilidad, intercambio de manos la nunchaku con su espadón maldito, y desvió el ataque...

Un ataque falso, creado a partir de las sondas sonoras que le hicieron creer que Blerian había esgrimido su espada hacia él. De forma rauda, Ryushin se dio la vuelta y atacó con un mandoble. Su hoja cortó el aire, y el silbido metálico fue interrumpido por el gorjeo de sombras informes que, cuales amebas parasitarias, envolvieron el brazo de Ryushin y comenzaron a presionar sus músculos. Ryushin sintió inmediatamente sus reservas Seishin ser absorbidas por las sombras gelatinosas. Entre gruñidos molestos, acercó su mano a la boca de Wamu, y este escupió su cuchillo de doble filo.

Lo enarboló, pero no contra las amebas negras, sino en cambio hacia atrás, buscando apuñalar el estómago de Blerian, este último apareciendo detrás de él.

El Ushtria esquivó por poco el cuchillazo; la parte inferior de su gabardina se llevó un grueso jirón que por poco no llegó a penetrar la piel. Acto seguido posó la palma de una mano sobre su hombro. Se escucharon zumbidos, y Ryushin sintió leves vibraciones cosquillearle el omóplato. Hizo danzar su daga entre sus dedos y atacó con la misma velocidad, pero antes de que la doble hoja alcanzara la cara de Blerian, el brazo entero de Ryushin se dislocó del revés en un doloroso ángulo.

—¡Ggh! ¡KUSO YARO!

Ryushin despidió un breve quejido ahogado, más airado que adolorido. Blerian alzó los brazos y atacó el cuello de Ryushin con una estocada de su sable. El Yokai Wamu intervino, abriendo su boca y tragándose en el proceso la espada, inmovilizando así al Ushtria. Ryushin aprovechó este momento para contraatacar; le propinó a Blerian dos fugaces patadas en la cara, desestabilizando su vuelo y haciendo que sus manos se zafen de su sable, este aún atrapado dentro de la boca de Wamu.

Remató a su contrincante conectándole una última patada directo en su vientre. Blerian salió disparado sin control alguno, atravesó la fachada de un edificio y desapareció tras un boquete. Por otro lado, Ryushin terminó impactando contra el pavimento de una vía, generando un cráter en el suelo y una cortina de polvo a su alrededor. Rápido como cayó, se reincorporó con un brinco, saliendo del agujero y quedando de cuclillas, con un brazo torcido y el otro inmóvil por las amebas de Seishin negro.

—¿Necesitas ayuda?

Ryushin reparó en la sombra cerniéndose sobre él. Miró hacia arriba, apretando la mandíbula, y cruzó miradas con Hattori Hanzo, este último teniendo ya un papel Haiku en su mano y escribiendo con el dedo índice de su prótesis rústica.

—Quítame esto de aquí —dijo Ryushin, incorporándose y señalando con la mirada el gelatinoso Seishin de su brazo—. Yo me encajaré el brazo.

Hattori colocó sobre las amebas movedizas el Haiku, con el Kanji "崩"inscrito en él. El Haiku se deshizo, y después masas informes empezaron a desintegrarse en polvo negro, liberando el brazo de Ryushin. Nada más sintió el brazo libre, este último se agarró el brazo dislocado. Lo movió lentamente en círculos y, de un brusco tirón, se lo agitó hacia la izquierda. El brazo crujió, y Ryushin pudo moverlo de nuevo a su antojo.

—Agh... —gruñó mientras hacía círculos con el hombro— ¿Por qué tardaste tanto?

—Me enfrenté al Chojin de katana roja en el camino —dijo Hattori, tornando la mirada hacia el frente—. Ya va siendo hora de ponernos serios con estos sujetos, Ryushin.

—Bueno, ya maté al bastardo de pelo negro. Mejor que eso no le demuestro...

Una intensa brizna sopló alrededor de la calzada, seguida por intensos torbellinos de luminosidad dorada y corrientes eléctricas escarlatas que salpicaron los andenes y las terrazas. La centella fugaz se apareció en la carretera a diez metros de los mercenarios nipones, y en un santiamén se transformó en las imponentes figuras de Elseid y Blerian.

—¿Y qué hay de Ryouma-Kun? —musitó Ryushin— ¿Él se pondrá serio también en esta batalla?

—La lección que le di antes de venir acá debió de ponerlo en sus cabales —replicó Hattori.

—Muy bien, entonces...

Ambos dúos de contrincantes se quedaron estáticos en sus lugares, mirándose fijamente en un silencioso desafío de miradas gélidas y enervantes. El viento sopló alrededor de ellos, coronados con los distantes sonidos de fondo de disparos y zumbidos de aeronaves. Los ojos de Elseid y Hattori se conocían de antes, y ambos estaban deseosos por chocar espadas con el otro. La mirada de Blerian, en cambio, observaba con repudio a Ryushin, y este último se lo devolvía con una sonrisa atorrante.

—Yo voy a la izquierda —murmuró Ryushin, extrayendo de la boca de Wamu su espadón maldito—. Tú ve a la derecha.

—Ryokai.

—Ryushin reportando...

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Base Militar, Centro de Saravanda

Almarin Xhanari escrutinio el mapa tridimensional dispuesto sobre el ovalado mesón. Su afilado mentón se apoyaba sobre sus manos entrelazadas. Sus irises eran coloreados por el constante cambio de gradientes rojizos del holograma, cuales llamas danzarinas. Puntos rojos aparecían y desaparecían, había movimientos de perspectiva que cambiaban el panorama vistoso de los barrios a los que Almarin era expuesto a ver en silencio, con total abatimiento.

Los hondos oscuros de su corazón lo dictaban, pero los demoniacos susurros provenientes del grimorio los acallaban. O trataban dé, puesto que una parte de su mente reconocía el angustioso hecho. Estaba tambaleándose de la cima, y corría el mortal peligro de caerse desde la más alta cúspide que con tanto esmero, sudor y sangre sacrificó para lograr.

<<Berisha...>> Fijó los ojos en un punto blanco parpadeante del mapa. <<Elira, Luriana...>> Bajó la mirada hacia dos puntos al sur. <<Blerian, Elseid...>> Tornó los ojos hacia el oeste. <<Y Antígono...>>.

Por más que buscó el sexto punto por todo el holograma, no lo halló. Y eso le hizo engullir saliva, tragándose con él una taza de pavor inmenso.

A sus oídos llegó el estruendo de la puerta chocar contra la pared, seguido por apuradas pisadas. No tuvo que alzar la cabeza para saber que se trataba de Nestorio Lupertazzi. Aunque pudo ver, por el rabillo del ojo, que enarbolaba una pistola de plasma en su mano, y que su traje exudaba humos.

—Tropas rusas cayendo del cielo, y regimientos avanzando por los arrabales de los Barrios Industriales y por el norte y el este. Las bajas y los daños colaterales están siendo estratosféricas —espetó Nestorio, señalando cada punto del mapa con la mano prostética—. ¿Y tus Ushtrias? ¡Por ningún lado se ven! ¡Todos ellos enjaulados en las manos de los Gils! ¡ALMARIN!

El Jefe de los Ushtrias no se inmutó a su grito. Nestorio gorjeo.

—Tienes que hacer algo al respecto, ¡PERO YA! No puedes dejarlo en hombros de tus secuaces ahora.

Almarin no respondió. Quedó en silencio, cavilando para sí en un profundo pensar. Maduró en los tipos de acercamientos que podría hacer si daba el primer paso fuera del edificio. Sabía, con total certeza, que si salía de la base militar, a la primera a quien tendría que enfrentarse sería a Anya Siprokroski, esta última señalizada en el mapa holográfico como un punto volante a varios centímetros por encima de la superficie.

Y temor tenía de enfrentársela cara a cara. No solo por el hecho de no tener la suficiente experiencia en combate contra psicomantes. Tampoco porque carecía, ahora, de los hechizos para poder neutralizarla absolutamente, tal como lo hizo con su marido, Maddiux. Mucho menos el fracasar y volverse preso de ella.

Era, por sobre todas las cosas, temor a que su cuerpo y su alma sucumbieran ante los designios de poderes demoniacos. Mismos que acelerarían su ya anunciada muerte. Mismos que, aún hoy, a más de veinte años, siguen persiguiéndolo en tormentos juicioso.

Muchos de los conocimientos almacenados en el grimorio fueron transmitidos a su consciencia con el pasar de los años. Con el uso y la practica constante que le dio, fue accediendo a hechizos más y más complejos de usar. En paralelo, desbloqueó memorias que, muy seguramente, no debieron de haber sido liberados de sus sellos mágicos. Aunque vagos y recortados a pedazos indistinguibles el uno del otro, las visiones de los usuarios que lo precedieron vaticinaron lo que le sucedería si no se cuidaba del peligro latente que ocultaba este objeto maldito.

La visión más interesante para él, y a la que recurrió en este momento, fue el de la última usuaria del grimorio antes de que este pasara a manos suyas. La anterior poseedora no fue humana, sino una demonesa chamánica tremendamente poderosa llamada Baba Yaga. Tal fue su poder que consiguió utilizar el ochenta por ciento del poder del grimorio con el objetivo de transmutarse al cuerpo de la hija de Anya Siprokroski, de tal forma que pudiera manifestarse en el mundo material y dominarlo con un ejército de Draugs al mando de su hijo, Strigoi. Es, gracias a estas opacadas visiones, que Almarin tenía noción de las técnicas que Anya utilizaría para neutralizarlo. Mismas las cuales ella cultivó y entrenó para pelear contra esta demonesa de aquelarre.

Si salía, se la tendría que plantar cara a cara, a ella y sus temibles poderes de kinesis. Y si se dejaba vencer por el pavor, entonces bien podría dejarse sucumbir a la maldad del libro aquí y ahora.

Al son de un silencioso rugido inmarcesible proveniente del grimorio, Almarin se puso de pie y arrojó una gélida mirada a Nestorio y, sin mediar ni una palabra, pasó de largo suyo y se esfumó de la habitación.

Solo en la estancia, Nestorio esbozó una vanidosa sonrisa y se mordió los labios en una expresión satisfactoria.

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Desde el cielo.

Anya Siprokroski se mantuvo levitando a la misma altura durante todo este tiempo, incluso después de haberse servido a sí misma de cebo para que Ricardo y Adoil interceptaran a Antígono y se lo llevasen lejos de aquí. Con ese peligro fuera, Anya podía disponer de su atención al ciento y un porciento en detectar, a través del gigantesco rango de su campo telequinético, alguna fuente de poder externa a las batallas urbanas de Saravanda... que tuvieran naturaleza demoniaca. Naturaleza de la cual ella ya tenía experiencia en reconocer y enfrentar.

Todos sus sentidos sensoriales fueron sellados: ojos cerrados, oídos tapados, tacto reducido... Su mente se concentró especialmente en el campo telequinético, y a través de él pudo visualizar, como en imágenes oscuras tridimensionales, los edificios desmoronándose, los soldados combatientes disparando detrás de coberturas, los cazas volando y disparándose entre sí, y a los Giles enfrentarse ferozmente contra los Ushtrias. Todo esto, en búsqueda del mayor peligro de todos.

Y lo presintió.

Apenas una pequeña burbuja iridiscente en su visión adyacente al centro de la ciudad, donde se localizaba la base militar más grande e importante. No obstante, la sensación punzante que le produjo el detectar aquel ínfimo poder, de naturaleza extrasensorial, bastó para endurecer su semblante y hacer flotar su cuerpo hacia abajo, dando la cara hacia el cuartel militar.

Abrió los ojos de par en par e identificó la fuente de poder, siendo su lugar de origen el tejado al aire libre del edificio. La naturaleza de la misma fue indistinguible para su saber, y su consciencia le confirió un ligero mareo en la cabeza. Se tambaleó en el aire, apretó un puño y chirrió los dientes, sus ojos verdes fulgurando enérgicamente al sentir la familiaridad de aquella milenaria aura de índole demoniaca. Un poder trasmundo que va más allá de los vivos y los muertos.

<<Las murallas caen al son de los cañonazos...>> Canturreó la voz de Andrey dentro de su mente gracias al microchip de psicocomunicación. <<El imperio cae, y Constantino Once se prepara para defender su ciudad>>.

—Es el mismo... —musitó Anya en un susurro depredador, el puño apretado con tanta fuerza que vibraciones telequinéticas agitaban el espacio— Es la misma fuente de poder al que me enfrente hace veinticuatro años...

<<Así que aquí tenemos de nuevo el poder de la Biblia Negra>> Dijo Andrey. <<Además de eso, también se trata del mismo Almarin Xhanari que Yuri mató en la Guerra de Kosovo. ¿Cómo ese sujeto se hizo a las manos con el grimorio?>>

—Eso no tiene cavidad de importancia en mi cabeza ahora —el aura telequinética hirvió alrededor del cuerpo de Anya, haciendo respingar por el aire ríos de escarcha luminosa que deformaron levemente el espacio. El resplandor de sus ojos se incrementó—. No tomaré medidas a medias. Destruiré ese maldito libro.

<<Míralo bien, Anya. ¿Crees que posee el mismo poder que lo tuvo Baba Yaga en su cénit?>>

—Ni de cerca.

<<Pero aún así fue capaz de sellar a Maddiux y a Dimitry. Aunque sea extremadamente débil en comparación, no hay que confiarnos>>.

—Bien, pues... —Anya alzó las manos y chocó las palmas, generando un breve y cegador destello esmeralda que avivó el aura erizada alrededor suyo— Empieza, Andrey.

<<¡Allévoy!>> A través del radio psicoquinético, Anya escuchó el tañido resonante de la teletransportación de Andrey. 

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https://youtu.be/xSIi1IqjDNY

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Almarin Xhanari anadeó por el tejado hasta colocar los pies a centímetros del borde, la mirada retadora fija en el punto verdoso del cielo. Un punto que se estaba volviendo lentamente más notorio, expandiendo su corona lumínica cual sol artificial. Su poder telequinético se hacía más y más abrumador, como una nave espacial enemiga que estuviera cerniéndose poco a poco en el cénit del firmamento, lista para disparar una lluvia de cañonazos sobre su territorio.

Sacudió los brazos de lado a lado, separando los extremos de su harapienta capa negra, revelando el ominoso grimorio colgando en el cinto de su correa. El libro negro exhaló vaharadas de aura negra y rojiza, como gas ionizante saliendo de un contenedor radioactivo. Ruñidos bestiales emergieron de las profundidades inmateriales, poniéndole a Almarin los pelos de punta.

Acercó su mano cicatrizada a la vaina del grimorio, como un pistolero preparándose para desenfundar su revólver. El punto esmeralda en el cielo pareció distorsionar el espacio, moldeándolo en formas de espirales confusas. Almarin entrecerró los ojos y se quedó quieto, atento a cualquier tipo de ataque telequinético a distancia que supusiera su paralización y neutralización. Sonidos de ronroneos celestiales tañeron sus oídos, con tonos ascendentes y descendentes. El viento sopló con violencia a su alrededor, agitando su capa y su cabello desordenado. Todo ello era meramente turbadores que buscaban desorientarlo.

Pero ni Almarin y ni la Biblia Negra distrajeron su atención de Anya Siprokroski en ningún momento.

Y eso permitió la total efectividad de su emboscada.

Movió su ojo al notar una fugaz silueta desplazarse por su rabillo. Volteó la cabeza y la alzó al tiempo que dos orondas sombras redondas se posaban por encima de él. Ensanchó los ojos al descubrir al mismo hombre que asaltó la base hace no menos de cuatro horas.

Andrey Zhukov, vistiendo con el mismo exotraje de placas superpuestas y con los brazos extendidos y alzados de lado a lado. Voló varios metros por encima del techo, cargando en el aire dos enormes torres de agua a través de sensores de magnetos que su armadura emitía. Los propulsores del traje de Andrey lo elevaron aún más, y este, con una vanidosa sonrisa, agitó los brazos con fuerza, arrojando ambas torres de agua hacia Almarin.

El Jefe de los Ushtria gruñó para sus adentros. Su brazo se volvió en dos fugaces borrones de velocidad, describiendo al instante una "X" roja en frente suyo, cada línea perpendicular cortando el espacio entre él y las torres de agua. Su dedo índice con forma demoniaca restalló electricidad roja, y las dos torres fueron partidas en dos en mitad del aire, provocando un grueso muro de agua que cayó encima de él.

Pensando en que se trataba de algún tipo de agua corrosiva, Almarin efectuó, por primera vez en mucho tiempo, su habilidad conferida por el Gen Superhumano: palmeó ambas manos con fuerza, y del choque saltaron varias chispas blancas que crearon un efecto de paralización a su alrededor. De pronto, los litros y litros de agua quedaron suspendidos en el aire, a pocos metros de su cabeza. Acto seguido, Almarin torció sus manos en un tortuoso giro, lo que generó un efecto de comprensión sustancial. La densa pared de agua se empezó a achicar por el efecto de comprensión, reduciendo rápidamente el volumen del agua hasta volverla gaseosa.

Pero antes de que el volumen de toda el agua se comprimiera hasta la desintegración, Almarin fue sorprendido por una vasta explosión de humo blanco que lo dejó cegado. Cerró los ojos con fuerza, chirrió los dientes, gruñó y trastabilló, sintiendo como la piel era picoteada por las motas de amoniaco corrosivo en el que se había convertido el gas.

Fue en ese momento de confusión rabiosa que Almarin entendió lo que pasó. ¡Utilizaron el agua para que él lo comprimiera en su estado gaseoso, y de esa forma tenderle esta trampa!

Observó un borrón aparecer en paralelo a su posición. Trató de defenderse, pero no tuvo reacción a tiempo para protegerse de la multitudinaria serie de patadas que le propinó Andrey Zhukov a su torso, culminando con un puntapié en su cabeza. La fuerza del impacto le hizo trastabillar. Andrey se abalanzó a él con un raudo impulso, elevando su velocidad por los propulsores de su exotraje. Almarin se defendió esgrimiendo su brazo cual espada, liberando una serie de cortes invisibles e imperceptibles para Andrey...

Pero para su sorpresa ingrata, su contrincante los esquivó desplazándose de una manera que Almarin no tardó en reconocer. ¡La técnica de Presencia sin Forma de los Siprokroski!

Andrey se movió como si fuera llevado por el viento, permitiéndole alejarse del fino rango de los tajos invisibles y así escapar de sus cortes, llevándose solamente unos pequeños jirones en la armadura. Almarin alzó su pierna al mismo tiempo que Andrey, interconectando ambos sus patadas simultaneas.

El Jefe de los Ushtrias contraatacó descomprimiendo el concreto bajo el suelo de Andrey, creando un cráter bajo sus pies y del cual salieron disparándose escombros a la velocidad de proyectiles de metralla. El sistema de defensa automática del exotraje de Andrey generó diminutos escudos de fuerza que neutralizaron los escombros. Acto seguido, Andrey extendió el brazo y atropelló a Almarin con un empujón de energía psicoquinética. Almarin desplegó su capa a tiempo, generando en esta una adarga de electricidad roja que absorbió el durísimo golpe.

La embestida le hizo retroceder varios metros por la superficie del tejado. Bajó los brazos, solo para llevarse la ingrata sorpresa de ver a Andrey en frente suyo. Recibió un rodillazo en su mentón, seguido de otro en su pecho, y un último en su nuca. Almarin apoyó las manos en el suelo justo antes de caer al piso, y realizó una acrobática voltereta que lo hizo caer de cuclillas.

—¡¿Qué sucede?! —profirió Andrey— ¡¿Por qué no utilizas la Biblia Negra?!

Almarin entrecerró los ojos, la mirada de odio fija en Andrey. Este último se encogió de hombros. Almarin se irguió y agitó un brazo hacia abajo, su dedo índice transformándose en una garra de demonio.

—Bueno... —musitó Andrey— Nos lo dejas más fácil, entonces.

Una irascible sombra de aura esmeralda y encrespada se apareció a espaldas de Almarin, emitiendo un destello relampagueante. El Jefe de los Ushtrias sintió un escalofrío, y sintió una hondonada tragarse su valiente corazón. Velozmente se dio la vuelta, y atacó a la imponente sombra con un tajo de su dedo demoniaco.

Pero justo cuando ejecutó el ataque, sintió manotazo pegarle en el pecho. E instantáneamente, los músculos de todo su cuerpo se paralizaron, su cuerpo entero aprisionándose en una fina capa de aura telequinética.

—¿Este es el hombre que capturó a mi marido y a mi cuñado? —espetó Anya Siprokroski, su demoledora aura esmeralda haciéndola parecer mucho más alta a ojos del pavoroso Almarin— Ni siquiera tocaste la Biblia Negra para atacarnos. ¿Te confiaste? Qué patético...

—Y esto, mi no tan buen señor —dijo Andrey, apareciendo delante de Almarin y acercando las manos al grimorio, agarrándolo de los bordes—, lo requisaré. 

—Supongo que con planeación pudiste realizar todas esas hazañas que te elevaron a lo que eres ahora —dijo Anya, esbozando una mueca de victoria aplastante—. Pero a la hora de enfrentarte peligros que no figuraban dentro de tus planes, estás más perdido y más aterrorizado que pez en las profundidades. Eso ya me lo acabas de demostrar —acercó su rostro al del anonadado Almarin, sus penetrantes ojos verdes en apasionadas llamas de energía psiónica—. La historia no te va a recordar después de esto, Almarin. Y ni yo, ni Maddiux o Dimitry te recordarán.

Sus palabras calaron fuerte en la mente del perturbado Almarin. Todo se le estaba cayendo a pedazos, y él, tan inútilmente, no pudo evitar todo este desmoronamiento por la culpa de no utilizar el grimorio a tiempo. Pensaba que, utilizándolo en algún momento dado, conseguiría sobrellevar esta dura batalla sin necesidad de abusar de su poder inapropiadamente. Los hechizos que usó antes, fueron porque los tenía planificados. Todo lo que había conseguido, lo hizo a través de planificación. Y ahora, no era más que una mosca retorciéndose en las redes de una araña.

Se sintió patético. Eso le hizo sentir enfermo de sí mismo. Y odio. Odio por haberse dejado seducir por este poder, incluso si era con propósitos nobles. Odio de que ahora... tenía que dejarse consumir totalmente por él si quería salir vivo de esta.

—¿Qué sucede, Andrey? —preguntó Anya al escuchar gruñidos venir de Andrey.

—No lo sé... —musitó Andrey, apretando los labios, haciendo esfuerzo de jalar— ¡El libro no se despega de su mano!

—¿De qué estás hablando?

Anya caminó dando la vuelta alrededor del paralizado Almarin para ver lo que sucedía. Y lo que vio le arrebató el aliento. 

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https://youtu.be/L2_dDRrm7Dc

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Pliegues al rojo vivo. Carne pulsante que servían como puente conector entre la cubierta dura del grimorio y el antebrazo de Almarin, evitando así ser separados. La palpitante carne emitió un crujido gelatinoso cuando Andrey jaló con más fuerza, haciendo que tanto él como Anya pongan caras de asco. Esta última sintió un especial terror, pues a sus ojos pasó la súbita visión de esos mismos pliegues conectados al cuerpo de su hija, permitiendo así el acceso de Baba Yaga a su cuerpo y su alma.

—¡MALDITO, NO! —gritó, al tiempo que emanaba energía psiónica en su mano. Esgrimió velozmente la espada de luz verde contra los pliegues.

Almarin despidió un alarido demoniaco que los ensordeció a ambos. La fina película de energía psiónica que mantenía retenido su cuerpo se deshizo, quebrándose cual pared de piedra para después saltar en pedazos, devolviéndole la movilidad. La espada de Anya rebotó sobre los pliegues, disparando chispas que hicieron retroceder a la matriarca. El grimorio fue rodeado por una cúpula luminiscente roja, explotando al segundo mismo cual globo de hidrogeno y despidiendo un denso humo negro que cegó a Anya y Andrey.

Ambos se alejaron rápidamente de la cortina de humo, recuperando la visión y el oído. La afilada percepción de Andrey le hace ver a través de la densa muralla de humo negro, permitiéndole reparar en un peligroso movimiento de brazo provenir de Almarin.

—¡ANYA, ALEJATE! —gritó al tiempo que los propulsores de su extroaje empujaron a Anya lejos de la zona y impulsaron velozmente hacia Almarin.

Pero en el momento en que entró en contacto con el humo, fue asaltado por el disparo de una andanada de tajos invisibles, provenientes del ahora brazo demoniaco de Almarin. Andrey trató de esquivarlos con pasos danzarines de la Presencia sin Forma, pero los cortos intangibles fueron más veloces, interrumpiendo y cancelando su técnica. Su exotraje activó el escudo de fuerza automático, pero ni este fue rival para la cadencia del feroz ataque.

La burbuja se partió en mil pedazos, y la armadura cibernética de Andrey se abrió con cuatro profundos surcos, cual si un Oso Kaiju de gran tamaño lo hubiese sorprendido con un zarpazo. Los profundos cortes alcanzaron su carne, logrando herirlo en profundidad. Chorros de sangre salieron de los surcos abollados del traje, y Andrey despidió un quejido adolorido antes de ser empujado con gran brutalidad por los vientos tormentosos que generó el ataque de Almarin y que deshicieron todo el humo negro.

—¡¡¡ANDREY!!! —chilló Anya, volteando la cabeza y alcanzando a observar el punto veloz atravesar un edificio y desaparecer detrás de una montaña de escombros.

Aquel brevísimo descuido fue aprovechado por Almarin. Veloz, desenfundó el grimorio de su cintura y la alzó al aire. Las páginas se agitaron al son de los vientos tormentosos, sucediéndose una detrás de otra hasta detenerse a la mitad. Levantó el brazo de escamas rojas oscuras y cerró su mano demoniaca en un puño. Un portal de sangre se abrió al lado de su cabeza, y de él surgió un veloz dragón-serpiente intangible que atrapó a Anya entre sus fauces y la embistió con gran fuerza, llevándosela por los cielos en irregulares zigzagueos hasta estamparla contra un edificio. La casa se vino abajo, y Anya quedó sepultada bajo escombros.

Pero tan rápido como desapareció, Andrey Zhukov volvió a la escena como un destello de onda expansiva, teletransportándose detrás del fortalecido Almarin. Atacó con una patada horizontal. Almarin se agachó con velocidad, y contraatacó con la misma patada. El exotraje de Andrey lo propulsó en el aire, permitiéndole esquivar a tiempo la patada. Estiró el brazo, y de su palma disparó un rayo de energía amarillo directo en su cara. Almarin abrió la boca, sus dientes convertidos en sangrientas fauces, y de un bocado se comió el láser.

Almarin trotó en cuatro patas hasta Andrey. Lo agarró de la cabeza y, de un empujón de vientos, lo arrojó hacia delante. Acto seguido, agitó el brazo demoniaco hacia atrás, atrayendo a Andrey con su propia fuerza psicoquinética y así conectarle una brutal patada en el estómago. Andrey absorbió el golpe, pero raudo como es, se recompuso y contraatacó a Almarin acercando su mano a su pecho y adhiriéndole una mina de bomba de inversión de magnesio. Se alejó de un impulso, y lo activó a distancia por medio de su IA.

Pero antes de que explotara, Almarin puso la mano sobre la granada y la descomprimió. Los componentes explosivos de la mina circular fueron reducidos a meros compuestos químicos descompuestos que cayeron como escombros negros al suelo.

<<¡¿Aún puede seguir usando sus poderes de Superhumano incluso en ese estado?!>> Pensó Andrey.

Almarin desapareció y reapareció detrás del científico ruso, usando únicamente su velocidad. Andrey se dio la vuelta y activó un escudo de fuerza que lo protegió de la patada ascendente de Almarin. Fuego fatuo de color azul partió en dos el campo, provocando que Andrey trastabillase. Las páginas del grimorio pasaron al soplo de las brisas tormentosas y se detuvieron en una página especifica. Almarin alzó la mano demoniaca, y en su palma apareció un rayo rojo que esgrimió cual daga directo hacia él.

Andrey se teletransportó, pero un milisegundo antes de eso, Almarin consiguió apuñalarle el hombro con el rayo.

Al reaparecer, el rayo penetraba su hombro como una perforadora, emitiendo electricidad roja que le picaba la cara y le sacaba surcos sangrantes. Andrey trató de sacárselo, pero al acercar la mano, sus dedos atraviesan el rayo como si este fuera intangible, pero aún así llevándose una terrible quemadura que le marcó la palma y el dorso. Almarin estiró el brazo rojo, y elevó al aire a Andrey con su fuerza telequinética.

El rayo fulguró en un intenso rojo, y explotó en una inmensa bola de fuego rojo y humo. Almarin se desplazó fugazmente, atravesó el muro de humo tóxico, e interceptó al muy malherido Andrey con una patada dible directo en su estómago. El aire se le escapó a Andrey por los labios, seguido por un chorro de sangre ahogante. El científico ruso salió despedido a toda velocidad por la ciudad, atravesando varios rascacielos hasta desaparecer en el horizonte montañoso.

—¡¡ANDREEEY!! —aulló Anya, saliendo de debajo de los escombros y saltando en un rápido vuelo para ir en su rescate.

Almarin soltó el grimorio, y el objeto maldito flotó en frente suyo. Las páginas se agitaron hasta detenerse en una en particular. Almarin estiró los brazos de izquierda a derecha, y al tiempo que lo hacía, dos gigantescas manos demoniacas aparecieron a cada lado de la voladora Anya Siprokroski, girando periféricamente a su alrededor como dos satélites. Anya reparó en las peligrosas manos, justo en el momento en que Almarin movía los brazos hacia dentro y chocaba sus palmas.

Ambas manos demoniacas se cerraron alrededor de Anya. Esa última logró escapar propulsándose con un raudo vuelo que le hizo describir un movimiento serpenteante por el cielo. Al instante de detenerse en mitad de una encarnizada batalla aérea entre aeronaves albanas y rusas, Anya extendió los brazos a ambos lados y creó una cúpula protectora verde.

Y justo después de eso, apareció Almarin abalanzándose hacia ella desde arriba, propinándole un zarpazo a la burbuja. Los tajos invisibles chocaron contra la cúpula, sin lograrle hacer el más mínimo daño. Viendo esto, Almarin abrió el grimorio y estuvo a punto de realizar un hechizo, pero fue interrumpido por Anya, quién se le apareció detrás de él y lo paralizó con otra palmada en el pecho. La Anya de dentro de la cúpula se desintegró en pedazos de cristal psiónico.

—¡BIBLIA NEGRA! —vociferó Anya, como si le estuviera gritando a su más mortal archienemigo. Su aura telequinética erupcionó a su alrededor como una bombilla a punto de explotar. Invocó una esfera psiónica en su mano y la acercó al grimorio.

Almarin despidió un alarido estridente que lo liberó de su prisión telequinética. La onda expansiva empujó y alejó a Anya varios metros, obligándola a cubrirse con los brazos. Almarin cerró sus manos sobre el aire como si empuñara algo, y al extenderlas de lado a lado, hizo emanar del aire una guadaña encadenada hecha de pura electricidad escarlata.

Arremetió contra Anya arrojando la hoja curva. Anya se protegió, pero su escudo de fuerza fue barrido al primer choque. Las cadenas eléctricas se enroscaron sobre su cuello jalaron de ella hacia Almarin, y una vez la tuvo en frente, este le propinó una patada en el estómago. La guadaña carmesí jaló a la matriarca hacia la derecha, hacia la izquierda, hacia arriba y hacia abajo, y por cada tirón, la filosa hoja curva golpeaba contra su cuerpo, rasgándole el vestido negro y abriéndole la piel con multitud de pequeños cortes que se quemaban y cicatrizaban al instante por la electricidad.

—¡BASTARDO!

De un manotazo preciso, Anya desintegró la guadaña, y contraatacó invocando una espada psionica en su mano. Jaló a Almarin con su fuerza telequinética, y esgrimió una estocada contra él. Se escuchó un crujido de carne, y la hoja apareció saliendo por la espalda del Jefe de los Ushtrias.

Anya fue directo a por la Biblia Negra después de eso. Volvió a acercar la mano al libro, la esfera psiónica buscando contacto con el objeto maldito. Pero justo cuando estuvo de entrar en contacto, la esfera de energía se deshizo. De pronto, Anya sintió un aguijón penetrar su pecho, seguido de un repentino bajón de energías que le propiciaron mareos y una sensación terrible de vahído. Empezó a ver borroso, la sensación de tacto y de sabor se desvanecieron, y con ellos su poder telequinético también.

Bajó la mirada, y descubrió con horror una piedra escarlata clavada en su pecho, y corrientes de arabescos verdes ser atraídas hacia él.

Almarin aprovechó su momento de estupefacción para contraatacar. Le agarró el brazo con el que lo apuñaló, lo extrajo de su vientre y, de un brutal tiró, se lo partió en dos. Acto seguido la empujó con una patada, y la remató con un colosal corte invisible que partió en dos los rascacielos aledaños. Anya Siprokroski desapareció en el laberinto urbanístico de escombros y cascajos. Se produjo una demoledora explosión; una vasta línea horizontal de más de diez kilómetros de largo partió en dos un cuarto de la ciudad de Saravanda, creando una incontrolable inundación de casas y edificios desmoronándose en ríos de escombros y un terremoto que sorprendió a todo el mundo, y sacudió la región entera.

Se hizo el silencio a los pocos minutos. Almarin tosió sangre al aire, y a borbotones. Se cubrió la boca con la mano humana, y esta quedó tintada de un rojo inmaculado. Almarin se quedó viendo la mano. Empezó a temblar; primero la mano, y después el cuerpo entero. La consciencia humana retornó a él, y el pánico le hizo observar su derredor, espantándose de la destrucción que acababa de ocasionar.

<<Ya está...>> Pensó, el pesimismo ganando terreno dentro de su mente bajo la vanguardia de los demoniacos susurros, ahora rumiando su cerebro como parásitos. <<Ya no hay vuelta atrás después de esto...>>

Cerró el puño ensangrentado. En el cielo, nubes negras aparecieron de la nada, tomando control del firmamento y formando una espiral justo encima de Almarin. Destellos carmesíes resplandecieron el cielo con intensos parpadeos que llamaron la atención de todos los soldados combatientes.

—Oh, mis Ushtrias... —la cara de Almarin se ennegreció— Perdónenme...

<<Sacrificaré mi cuerpo y mi alma por ustedes>>.

Con una mano, agarró con violencia el grimorio y lo colocó sobre su palma. Lo alzó por encima de su cabeza, y las páginas volvieron a agitarse alocadamente. No se detuvieron; en cambio, incrementaron más y más su velocidad, hasta empezar a producir electricidad roja. Gorjeó un jadeo, y emitió un gélido susurro:

—Eon-Lor... Omi-Rao.

Y de las páginas electrificantes del grimorio salió disparado un gigantesco láser escarlata que penetró los nubarrones e iluminó toda la ciudad con su maligno destello estelar. Las nubes negras formaron un vórtice alrededor del láser, y del interior del anillo que formaron, apareció un fondo anaranjado que sirvió como la señalización de la apertura de un portal.

Un portal del que empezaron a salir negros tentáculos de colosal tamaño. 


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