Capítulo 24: Non bis in idem
┏━°⌜ 赤い糸 ⌟°━┓
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Argentina.
1982-1985.
Setenta y cuatro días. Eso fue lo que duró la Guerra de las Malvinas.
Y en setenta y cuatro días, miles de jóvenes argentinos, milicianos todos ellos, acumularon lo que soldados europeos absorbieron en las dos primeras guerras mundiales. Una interminable cadena de traumas, uno peor que el otro, que les quedara de escarmiento para toda la vida. Y siendo casi todos tan jóvenes, era doloroso, para la mayoritaria población de adultos-ancianos del Puerto de San Julián, ver a tantísimos de ellos marchar por las advenedizas calles o sentarse en las plazas de jardines grises, todos con miradas de mil yardas.
Ese día, 25 de Agosto de 1982, Santino Flores cumplía años. Tenía dieciséis, y ascendería a los diecisiete. Pero nadie parecía tener noción de este hecho más que él mismo. Y él mismo se sentía inmerecido de regalos o felicitaciones mundanas, pues la vasta mugre que lo pudría por dentro le hacía pensar de sí mismo como un miserable. Y esta hórrida sensación no se la pudo quitar, ni siquiera cuando los superiores de las Fuerzas Armadas lo condecoraron, a él y a tantos otros jóvenes desconocidos, con las medallas de cruz al Heroico Valor en combate, en plena plaza de baleares de San Julián.
Pues él no se sentía heroico. No se sentía valiente. No se sentía ni siquiera como un superviviente. Se sentía como el alma más desgraciada perdida en el limbo.
Esa sensación no hizo más que empeorar cuando, un día antes de irse en un camión militar de regreso hacia Sierra Grande (su ciudad natal), se hizo conocedor de la noticia que hundiría su moral, y la de toda una generación. La derrota de Argentina, a mano de Inglaterra... que costó el territorio de Islas Malvinas, ahora hundidas bajo el mar debido a una explosión de campo eléctrico de carácter atómico. Esto último fue anunciado por el mismismo Silver Sentinel, el superhumano más fuerte de Argentina y quien peleó en la guerra. Quien, además, en Plaza de Mayo en Buenos Aires, y con el ceño ennegrecido de la profunda pena, dijo ante la televisión nacional:
—Yo, Alejandro García, miembro de la Junta Militar del general Leopoldo Gualtieri y el Presidente de Facto Jorge Rafael Videla, dimito mis poderes políticos y militares en favor del pueblo argentino... Y... —Silver Sentinel frunció el ceño. Agachó la cabeza, y la nube de pésame ennegreció sus ojos. En voz baja pero rotunda, terminó su sentencia.
Aquel fue el clavo que terminó de sellar la tumba mental de Santino Flores. Su mayor héroe, su ejemplo a seguir, también había caído en la espiral de locura en la que Argentina caería en los próximos años. Y de aquí en adelante, todo empeoraría para él.
Al regresar a Sierra Grande, se topó de primera mano con los destrozos que dejaron los disturbios que se dieron a las semanas posteriores a la rendición intelectual de las Malvinas, y del ejército. Con aquel anuncio dado por Silver Sentinel, la gente se revolvió contra la dictadura, comenzando así una violenta transición a la democracia. Civiles y militares disidentes contra las fuerzas armadas y superhumanos aún fieles a Gualtieri. Todo resultó en batallas campales que se cobraron incluso más vidas argentinas, además de causar un terror de muerte por todo el país.
Santino Flores corría por las áridas avenidas de Sierra Grande como el soldado errante que era. Mudas de ropa, muebles, mochilas, equipajes, vehículos, destrozos quemados... las inmundicias del violento conflicto interno acampaban a sus anchas. Había incluso cadáveres. El corazón de Santino latía con aceleración afligida; trotaba porque quería llegar a su hogar, ver si sus familiares se hallaban allí o si en cambio tuvieron que movilizarse...
Al llegar, lo único que encontró Santino fueron altos edificios con fuego saliendo de sus ventanas, escombros, hoyos agujereando las fachadas de los apartamentos, y su hogar, una casa de dos pisos en el centro de la ciudad, manchada por gruesas capas de hollín y flanqueada por tanques de guerra abandonados. No había cadáveres, pero la imagen fue lo bastante turbia como para hacerle caer de rodillas, y llorar profusamente, pensando erróneamente que perdió a su familia para siempre.
Durante los siguientes meses de conflicto interno en Argentina, la vida del joven Santino Flores se convirtió en una pesadilla por la supervivencia. Aquellos meses quedaron impresos en su rostro; sus facciones se envejecieron, de tal forma que ya tenía una barba incipiente, algunas arrugas, ojeras profundas por no poder dormir a causa de los tiroteos, y un cuero cabelludo mugriento.
Las mañanas, tardes y noches no fueron más que viajes forzosos y sin descanso por todas las ciudades del sur argentino, esto con el objetivo de escapar de los paramilitares, de los revolucionarios, de todos, de la guerra, del caos, de la muerte y de la vida. Se refugiaba en distintos edificios abandonados, pero sus estadías no duraban más de una semana por la movilización y llegada de tropas de Gualtieri a las zonas. Una vez, Santino Flores tuvo que salir por patas cuando las tropas, dirigidas por un superhumano que controlaba el fuego, quemaron los edificios con sus lanzallamas. Por poco era quemado vivo.
Día tras día, semana tras semana, y mes tras mes... Santino perdió la noción del tiempo, y la querella de la vida, pero se seguía aferrando a esta última por instinto. Zarpó a pie (y de cuando en cuando en colectivos) hacia Buenos Aires, para buscar refugio luego de haber escuchado sobre el acogimiento que estaba dando Silver Sentinel a todos los excombatientes de la guerra. En ese momento de lucidez, Santino sintió la esperanza de poder vivir de nuevo. Sentinel le traía aquel sentimiento; a pesar de jamás haberlo conocido en persona, el mensaje y las acciones que transmitía al pueblo Argentino eran el motivante necesario para hacerlo mover y hasta luchar contra la agonizante dictadura.
Al llegar, se topó con la sorpresa de hallar también a ciudadanos movilizados, ahora atestados en la ciudad reclamada por Silver Sentinel de las manos de la dictadura. Mientras se acomodaba en una tienda de campaña, a Santino le llamó la atención reconocer la figura de alguien entre la vasta e informe multitud. Pensando que se trataba de un familiar suyo, fue hasta él, y lo tomó del hombro. Al darse este la vuelta, Santino sollozó de la alegría. Era su hermana mayor, y junto a él se encontró también a su hermana menor y su madre.
Pero donde él se reconfortó de la alegría, su familia repudió el reencuentro, y lo repudió a él por haberlos abandonado para ir a la guerra. Su hermana mayor lo empujó, y su hermana menor y su madre lo maldijeron:
—¡Debiste haberte muerto como nuestro padre, malnacido! —exclamó su hermana menor.
—¡Tú ya estás muerto para nosotros! ¡VETE! —rugió su madre.
El corazón de Santino Flores se quebró desde ese momento. Y jamás volvió a reconstruirse y curarse en los años venideros.
Solo, devastado y deshumanizado, el joven sollozante Santino Flores deambuló por las solitarias calles de Buenos Aires como un fantasma, refugiándose en casas compartidas y comunas a las afueras de la ciudad. Las más de las veces dormía en la calle, sin sabanas para cubrirse del frío. Pese a que ahora todo estaba tranquilo, silencioso y a salvo, eso no evitó que sintiera el dolor de la profunda herida que le dejó el encuentro con los que ahora consideraría como desconocido. Las odio a ellas por el rechazó, pero más se odio a sí mismo por seguir aferrándose a esta patética vida. El mundo le estaba pasando por encima, y él lo permitía. Porque sentía que se lo merecía.
Los años pasaron, la violencia en el país se redujo, y la transición a la democracia se volvió un camino mucho más pacificador. No obstante, Santino Flores no volvió a sentir paz consigo mismo. Atormentado por las memorias de su encuentro con sus familiares (quienes trato varias veces de reconciliar, pero estas se siguieron negando hasta el final) y las batallas en las extintas Islas Malvinas, no hallaba forma de restituirse en la ciudad. A diferencia de los excombatientes que recibieron los privilegios del gobierno provincial, él no consiguió nada, puesto que ya no figuraba en la lista de los condecorados por el Valor Heroico. Estaba, definitivamente, muerto para la sociedad argentina. Y no había peor miedo para Santino que ser olvidado por el mundo.
Una noche, el harapiento Santino Flores, irreconocible de su yo de hace tres años y vestido con ropas de paramilitares, se encontraba en una tienda abandonada de Macachín, en la zona más central de Argentina. Trataba de abrir una lata de lentejas. Lo intentó primero con las manos, y después empleó una espátula que recogió del piso. A lo lejos, oía alaridos de hombres y mujeres, así como muchos gritos de naturaleza militar. A medida que caminaba, Santino se acercaba inconscientemente al lugar de los hechos: una plaza en la que un último contingente de tropas de Gualtieri tenían como rehenes a un nutrido grupo de ciudadanos. Al otro lado de la plaza, escuadrones de las Fuerzas Armadas se atrincheraban tras sus vehículos blindados.
Los paramilitares fueron abatidos en un santiamén por soldados escondidos en los bosques. Santino se vio en el fuego cruzado. Espabiló por los disparos, lo que despertó su PTSD; arrojó la lata al piso y rápidamente se tiró al suelo y se cubrió la cabeza. Vino el silencio. Santino alzó con nervios la cabeza, y vio los cadáveres de los paramilitares frente suyo. Uno de ellos seguía vivo; cruzó miradas con él, y acto seguido se puso de pie. Por instinto, Santino lo hizo también. El paramilitar recogió una pistola del suelo y agarró de los cabellos a una mujer. La apuntó a la cabeza, y justo al apretar el gatillo, una mano oscura apreció frente al cañón, absorbiendo el disparo.
El paramilitar no tuvo tiempo ni de reaccionar antes de que su cabeza crujiera horridamente y se torciera del revés.
Santino quedó mudo al ver como el hombre caía y su cabeza volvía a tronarse. Los soldados de los escuadrones velozmente se apearon a su alrededor, apuntándole con sus rifles, listos para disparar. Santino se asustó, agachó la cabeza y se cubrió la cabeza con las manos. Escuchó un muy masculino "¡Alto!", seguido de chasquidos de armas siendo bajadas. Santino no alzó la cabeza, pues su estrés postraumático no se lo permitió.
—¿Por qué vistes de esa forma, muchacho?
El trastornado Santino alzó la cabeza entre temblores. Se quedó de piedra al ver los ojos plateados y el cabello crecido de Silver Sentinel. Alto y fornido, su sombra lo hundió en la absoluta perplejidad.
—¿Quién eres? —preguntó Sentinel. Frunció el ceño ante su mutismo— ¿Puedes hablar o no?
Los labios de Santino retemblaron. Empezó a jadear y a sudar. Musitó:
—Yo... Trataba de abrir... una lata...
—¿Y por qué vistes así?
—Porque... —los ojos de Santino lagrimearon— No encontré otra...
Silver Sentinel ablandó su mirada al oírlo sollozar en silencio y ver sus lágrimas perderse en su hirsuta barba. Empezó a apiadarse.
—¿Vives aquí?
—No... —Santino negó con la cabeza y tragó saliva.
—¿Cuántos años tienes?
—No lo sé... —Santino se abrazó los brazos.
—¿Peleaste en la Guerra de las Malvinas?
Santino hizo un esfuerzo inhumano por no caerse de rodillas y echarse a llorar desconsoladamente.
—Yo soy... Yo fui... un soldado.
—Un excombatiente...
Todo el mundo se quedó taciturno ante aquella silenciosa conversación. Silver Sentinel chasqueó los labios; en su mirada se vio una mayor compasión. Preguntó:
—¿Por qué no recibiste educación e indemnización?
—Porque... fui un soldado...
La ambigua respuesta dejó confundidos a los otros soldados, pero para Sentinel, fue claro como el agua.
—¿Por qué no hiciste nada para salvar a una ciudadana?
Santino hizo una larga pausa de miradas incomodas y respiraciones agitadas.
—Yo ya... no tengo... fuerzas... para pelear. No tengo nada. No... soy nadie.
Sentinel acalló y se quedó boquiabierto unos instantes. Su mirada de pesar fue todavía más notable en la oscuridad de la noche.
—Si no tienes fuerzas para pelear, ¿cómo las sigues teniendo para seguir viviendo?
—Yo no estoy vivo... se-señor Garcia... Yo solo existo...
Sentinel ensanchó un poco los ojos al oír que lo llamaba por su apellido. Santino pareció reparar en esto, y encogió su estatura del miedo de recibir algún regaño. Silver Sentinel apretó los labios, se acercó a él y puso una mano sobre su hombro. Su tacto cálido hizo que Santino detuviera sus sollozos.
—Muchacho —dijo Sentinel—, si solo existes, entonces te motivo a que existas por un propósito. Esto no te lo digo como tu comandante en jefe de las FFAA. Te lo digo como el Escudo Nacional de Argentina... Y como un amigo.
—¿Ah...? —el joven Santino alzó la cabeza y los ojos le brillaron de la esperanza.
—Allá afuera, hay criminales que deben ser ajusticiados. No hablo solo de los dictadores de la Junta Militar y sus paramilitares, sino también los malandros, los rufianes, los pandilleros, los ladrones de poca monta. Argentina es un pozo séptico de caos, pero yo voy a reconstruirla. Necesitaré todo el apoyo del mundo para eso. No solo para democratizarla, sino para civilizarla de su corrupción.
—No puedo... ayudarte... —Santino tragó saliva— Yo ya no... valgo nada...
—Todo hombre y mujer en esta nación vale algo, muchacho. Lo valen para mí. Pero no soy omnisciente para saber qué los hace tener ese valor —Sentinel puso un grueso dedo sobre el pecho de Santino—. Tú, y solo tú, lograrás saber lo que vales. Aún conservas la cordura y el raciocinio para descubrirlo.
Como si hubiese sido pinchado con una aguja, Santino sintió como los músculos de sus pechos se contraían, chupándole todo el aire para devolvérselo con una explosión interna de esperanza. Oyó ligeros soplidos de vientos que zarandearon su gabardina. Santino se abrazó los brazos al ver como Silver Sentinel empezaba a flotar unos metros por encima del suelo. Lo seguía mirando desde arriba, pero no con condescendencia, sino con genuina preocupación. Lágrimas volvieron a caer de sus mejillas.
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
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Presente.
Raion Albania. Ciudad de Saravanda.
Un soplido supersónico restallo como un azote dentro del apartamento; las decoraciones de las mesas y los tocadores cayeron, algunos partiéndose en pedazos al ser de porcelana, vidrio o hierro frágil. Santino Flores cerró la puerta tras de sí y puso llave. Por medio de la sensibilidad de su exotraje, podía sentir las apuradas pisadas de los soldados-civiles ascendiendo las escaleras del edificio en dirección al apartamento. Debía darse prisa.
Asió una mano como si enarbolara un cuchillo. Una sección tapizada de la pared se desgarró por sí sola, rebelando la compleja caja toráxica hecha de electrodos y armazón metálico dentro de la hendidura. Con apuradas zancadas, se dirigió hacia la pared, y empezó a extraer la bomba con sus manos enguantadas. No se atrevió a moverla con la habilidad telequinética que le proveía el exotraje, temiendo activarla por la sensibilidad electromagnética que esta poseía.
Jaló ligeramente hacia atrás, sacando la bomba del agujero. Movió su mano, y la fuerza telequinética plegó la pleita tapizada sobre la pared, ocultando sus cicatrices. Metió la bomba dentro del bolso. En ese instante, oyó los lejanos, pero más que claros chillidos de los soldados-civiles irrumpiendo en los apartamentos aledaños a los que él se encontraba. Santino corrió a toda prisa hasta el balcón del apartamento. Escuchó las pisadas invasoras cercando la puerta del apartamento. Se subió sobre la barandilla y, empleando la telequinesis del exotraje, se impulso sónicamente hacia la carretera, descendiendo más de treinta metros de altura en un abrir y cerrar de ojos. Al instante de desaparecer, la puerta vino abajo, y un escuadrón de soldados-civiles entraron en el apartamento.
Enigmático Gentleman se puso de pie entre cojeos; del poco tiempo que tuvo de practica con este exotraje, era un milagro que pudiera controlarlo de forma aceptable. Afianzó el bolso sobre su espalda y escabulló por un callejón.
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Hospital Borjish
La milicia civil se esparcía por todo el rellano de la sala de espera del hospital, montando guardia e inspeccionando otras galerías y habitaciones. La invasión de todos estos milicianos paralizó temporalmente los servicios hospitalarios, y médicos y enfermeras, quietos en los umbrales de las habitaciones, observaban con apremiante terror a todos los soldados pasearse como pedro por su casa.
Elseid, Berisha y Elira se encontraban dentro del baño de mujeres, afuera del cubículo donde se hallaba el profundo agujero circular. Un trío de soldados observaba adentro del agujero con la mirada desnuda, utilizando linternas; la luz de estas no alcanzaba a visibilizar el fondo del hoyo.
Berisha sostenía una tabla con una pantalla tridimensional topográfico que describía, con detalles minuciosos, el sistema subterráneo que había debajo del hospital. Con una mano, le señaló a Elira y Elseid los puntos brillantes que eran ellos en el mapa, y la gruesa línea negra frente a ellos que era el agujero.
—¿Ven como se extiende en distintas direcciones? —dijo Berisha, paseando su dedo por numerosas ramificaciones en las que se dividía la línea negra principal, extendiéndose a lo largo y ancho del mapa tridimensional.
—Oh... —musitó Elseid, boquiabierto— Es como si fuera un sistema subterráneo complejo. Y artificial.
—Los orígenes de cada agujero nos llevan a varias partes de la ciudad —apostilló Bukuroshe—. Yo asumo que esto lo debieron de hacer como método de distracción, para que no supiéramos por cual agujero se escabullirán.
—O más bien... —murmuró Elira, pensativa. Ensanchó los ojos como si estuviera teniendo una visión en ese instante— Nos hagan creer que se escabullirán de esta forma cuando, en realidad, lo harán de otra forma.
Como si la idea hubiese sido transmitida a ellos por su expresión facial, Berisha y Elseid agrandaron los ojos en muecas de claridad evidente e intercambiaron miradas entendidas.
—¿Se ha detectado alguna teletransportación de Quantumlape recientemente? —preguntó Elira, dándole un toque en el hombro a Berisha.
—No que yo sepa —respondió la Cibermante, apagando la tableta y plegándola sobre sí misma hasta convertirla en una varilla que hizo desvanecer entre sus manos—. Las últimas teletransportaciones fueron la tuya y la de los pelotones que vinieron de Karlotovo...
Berisha cruzó miradas con Elira y quedó atónita del silencio al ver los brillos en los ojos azules de esta. En seguida comprendió lo que quiso decir, y esbozó una pequeña sonrisa. Invocó un aparato de telecomunicación entre sus dedos, se lo llevó al oído derecho, y lo activó con presionarlo.
—A todos los Cibermantes de Karlotovo —dijo—, irrumpan los mecanismos de teletransportación de Karlotovo. Repito: irrumpan los mecanismos de teletransportación de Karlotovo. Si detectan algún intento, en cualquier parte de la ciudad, notifíquenoslo. Y de paso envíen a todas las fuerzas armadas de humanos, superhumanos, ciborgs y lo que sea a ese lugar para que el pille no escape.
—Elseid —dijo Elira, volviéndose hacia el samurái cibernético—, tú ve y alerta a toda la milicia para que activen la Barricada Electromagnética. Despliega todas las fuerzas por la ciudad para que se dirijan hacia los agujeros que nos mostró Berisha.
—Cómo tú digas, Jefa —respondió Elseid, para acto seguido retirarse de la estancia seguido por un nutrido grupo de soldados. A lo lejos, se pudo oír a Elseid llamando por radio a Blerian.
Elirase cruzó de brazos. Se dirigió hacia el agujero y miró dentro de él por últimavez. Un atisbo de pesar se dibujó en su semblante. El semblante de alguien queresguarda el malestar de una apuñalada por la espalda.
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Plaza Balnearia de Saravanda.
Las aguas del inmenso lago artificial se extendían hasta donde se perdía la vista. A lo largo de la costa se extendían cientos de tumbonas y pararrayos donde se sentaban o acostaban las personas a descansar y disfrutar de los tranquilos soplidos del viento. Otras tantas personas realizaban actividades de rumba terapia con la guía de un instructor, o comían en restaurantes al aire libre. El sosiego cultural se podía transpirar en aquel lugar.
Pero, para mala suerte de ellos, ni Martina Park y ni Ryouma Gensai podían disfrutar de aquel cálido ambiente de playa.
Los dos adolescentes esperaban sentados en una banca de madera, los respaldares pegados a la pared de un edificio, la marquesina de esta ocultándolos de cualquier miramiento lejano. Las personas pasaban de largo de ellos, sin prestarles ninguna atención. No obstante, aunque nadie pareciese reparar en sus existencias, Martina y Ryouma se sentían inquietamente observados, y muy inseguros en la localidad de espera. En más de una ocasión, Martina dijo que se movieran a otro sitio, pero Ryouma le insistió en que siguieran esperando aquí hasta la llegada de Santino. Llevaban esperando allí unos tortuosos siete minutos; Ryouma contaba el tiempo con el reloj de su muñeca.
Un repentino trompetazo metálico los hizo saltar a ambos del puesto. La mano de Ryouma se posó en la empuñadura, pero no desenfundó. Ryouma y Martina observaron con el ceño fruncido a Santino Flores aparecer tras una pared, jalando del bolso al este pegarse contra una pared metálica con fuerte campo electromagnético. Santino se quitó el bolso y jaló de él con ambas manos, en vano. Arrastró el bolso hasta el borde de la pared, y una vez allí, jaló. Esta vez, el bolso cedió. Las personas que transitaban la zona se lo quedaron viendo con rareza al igual que Ryouma y Martina.
—Na... ¿Nani sore ka? —musitó Ryouma, una gota de sudor incomoda en su frente.
—Magnetismo hijo de... —maldijo Santino entre dientes y jadeos— Háganme espacio.
Ryouma y Martina se movieron sobre la banca, creando un lugar donde poder Santino sentarse entre ambos. Las pupilas de Martina se dilataron al ver los fulgores neón provenir de dentro del bolso. Enigmático Gentleman se quitó el sombrero y después la máscara. Sacudió la cabeza.
—Por qué, maldita sea... —gruñó— ¿Qué coño hice mal para que esa tipa se alejara? —se restregó el rostro con ambas manos— Me aseguré de que la bomba tuviera la Tecnología Eindecker necesaria para que ni con su Telequinesis la detectara. ¿Por qué, entonces...?
—Santino... —farfulló Martina— ¿Acaso... trajiste la bomba?
—¿Qué? —Santino se quitó las manos del rostro y la miró.
—¿De verdad acabas de traer... la-la bomba? —los ojos de Martina se achicaron del espanto.
—¡Eso no es lo importante, Martina!
—¡Pues para mí es importante! —Martina arrugó el rostro en una mueca histérica. Ryouma pudo oír el nerviosismo incontrolable en su timbre— ¡¿Cómo se te ocurre traer una bomba a una playa llena de gente?!
—¡Pedazo de re-pelotuda! —Santino gruñó tan fuerte que saliva se le quedó manchada en sus labios— ¡¿Qué querías?! ¡¿Qué te lo dejara como regalo en esa conchuda casa de mierda?!
—¡Y la poronga sifilítica! ¡¿Eso significa que la tengas que traer a una playa llena de gente?!
—¡Bueno, ya, dejemos el quilombo! No discutamos boludeces.
Ahora fue Martina quien se restregó las manos sobre el rostro exasperado. Ryouma se paró de su puesto y fue hasta Martina para confortarla. Colocó gentilmente sus manos sobre sus hombros y empezó a susurrarle palabras dulces en japonés. Al notar como la respiración de Martina se desaceleraba, Ryouma le dedicó una mirada decisiva a Santino.
—¿Qué hacemos ahora, Santino-San?
Enigmatico Gentlemen se quedó pensativo unos quince segundos. Apretó los labios y se encogió de hombros. Suspiró, se llevó una mano al bolsillo de su pantalón, y de allí saco un objeto oculto bajo su puño. Abrió la mano y les reveló a los dos muchachos el Anillo Quantumlape. Estos dos se quedaron atónitos y acallaron.
—Toma este anillo y vete con los Giles, Martina —dijo Santino—. Es el mismo Anillo que utilicé para regresar al Gran Palacio durante el asalto a Sofitel, así que puedes usarlo para regresar tú primero.
Martina quedó muda de la perplejidad. Parpadeó varias veces y negó con la cabeza.
—Pe-pero, ¿y qué hay de ustedes? —preguntó, mirando a ambos hombres.
—Nosotros hallaremos la forma de salir por nuestra cuenta —explicó Santino, las arrugas de su rostro suavizándose mientras ponía una mueca más y más blanda—. Tómalo, Martina, y huye de este lugar.
—No... No, no, ¡no puedo simplemente... dejarlos a su suerte! ¡Me niego!
—Martina...
—¡No quiero ser rescatada de nuevo y que en el proceso alguien muera!
—¡MARTINA!
Santino se movió abruptamente sobre su puesto. Sostuvo a Martina de los hombros, haciendo que esta se petrificara de la sorpresa. Acto seguido agarró sus manos, y puso sobre estas el anillo. Para Martina, el tacto de sus manos se sintió gallardo, pero a la vez robusto y agrio, y aquella dicotomía la vio con más claridad en la expresión suplicante de ojos preocupados que enseñaba Santino en todo su esplendor. Otra vez, la hija del Brodyaga quedaba boquiabierta al ver aquellas expresiones jamás antes vistas en Santino.
—Hago esto porque quiero hacer las cosas bien —espetó Santino entre jadeos casi que sollozantes—. No vine aquí simplemente a cobrar venganza en la tipa pelirosada esa. Vine aquí para salvarte... —se atragantó en sus palabras unos segundos— Como lo habría hecho tu padre o tu madre.
—Santino... —las mejillas de Martina se coloraron y los ojos le lagrimearon— Pero... tú podrás salir vivo, ¿no? ¿Me lo prometes?
—¿Con ayuda de tu futuro pololo aquí? Créelo que sí.
—Ah... Tú... —Martina apretó los dientes y se sonrojó muchísimo. Ryouma no pareció entender la palabra, y se limitó a sonreír y a asentir con la cabeza.
—No pierdas más tiempo, Martina —Satino le palmeó las manos—. Úsalo. Vete de aquí, ¡ya!
Martina miró hacia abajo, hacia el anillo entre sus manos. Apretó los labios y tragó saliva, no pudiendo evitar dejar que una lagrimita le cayera por su mejilla. Miró a Santino, y le sonrió. Este le devolvió la sonrisa dadivosa. Martina entonces se abalanzó sobre él y le dio un abrazo que lo dejó sorprendido, a él y a Ryouma.
—Vuelve sano y salvo.
Tras decir eso para se separó de él, dejándolo con una mueca sorprendida y sentimental. Se paró de la banca y alejarse unos pasos hasta salir de debajo de la marquesina. Miró hacia atrás, cruzando una última vez miradas con Santino, y también con Ryouma. El joven espadachín se despidió realizando un tembloroso ademán de mano. Martina le devolvió el gesto, la expresión triste de alguien que no deseaba irse de un lugar querido.
La muchacha argentina se dio la vuelta, cerró los ojos y se armó de valor con un soplido. Se metió el Anillo Quantumlape en su dedo índice, y este resplandeció al instante. Apretó la mano en un puño, tensando sus músculos temblorosos y su espíritu trastocado. Parpadeó varias veces hasta dejar sellado sus ojos. Alzó el brazo todo lo que pudo, y exclamó:
—¡Túnel Cuántico! ¡Gran Palacio Siprokroski!
... Pero nada ocurrió.
El desastroso e incomodo silencio que vino después de su exclamación hizo poner caras largas a Ryouma y Santino. Una pareja de albanos en vestidos de baño pasó al lado de Martina. Hicieron un comentario jocoso sobre sus ropas y sus apéndices loburales, y sus carcajadas se perpetraron en la distancia. Martina abrió de par en los ojos, boquiabierta al ver que seguía en el mismo lugar.
—¿Huh? —farfulló. Frunció el ceño, se miró el anillo; seguía resplandeciendo como si nada. Apretó los labios, y empezó a agitar violentamente el brazo de arriba abajo como si estuviera dando de martillazos una tabla— ¡Túnel cuántico! ¡Túnel cuántico! ¿Túnel cuántico? Túnel... ¡TÚNEL CUÁNTICO Y LA CONCHA DE TU REPUTISIMA MADRE!
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https://youtu.be/BGVKVlbJXxA
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Ryouma aguantó como pudo la risa al oír ese grito tan exageradamente chillón. Santino, en cambio, se quedó mudo y pensativo, la mirada fija en el anillo. Entrecerró los ojos, y notó un cambio en la tonalidad luminiscente del accesorio, pasando de un verde azulino... a un rojo chillón. Ensanchó los ojos y dejó salir un profundo jadeo asustado.
—¡MARTINA, ESPERA!
Santino se paró de la banca y salió corriendo hacia Martina. La agarró del brazo y le quitó de un jalón el anillo, dejando a la muchacha argentina anonadada e igual de asustada que él. Ambos se quedaron observando el anillo, ahora resplandeciendo en un poderoso y aterrador carmesí. Santino apretó su mano prostética sobre el accesorio, destruyéndolo con fuerza bruta; hubo crujidos, y al abrir la mano, el anillo ahora era un montón de pequeños escombros.
Hubo un momento de silencio asfixiante. Santino, Martina y Ryouma intercambiaron miradas nerviosas. Unos segundos después, escucharon el zumbido traqueteante de una aeronave surcando por encima de sus cabezas. Santino caminó unos cuantos pasos hacia delante, y el horror se apoderó de su sosegado corazón al ver, en el cielo, un helicóptero de transporte ligero que desplegó, de dentro suyo, un escuadrón de ciborgs de exoesqueletos grises que cayeron de pie en mitad de la avenida. Los peatones de alrededor recibieron el susto de sus vidas, y rápidamente se alejaron del camino; algunos incluso desmontaron de sus bicicletas de forma apurada para quitarse del camino de los imponentes ciborgs.
Altos, de gruesos armazones y enarbolando orondos rifles de tambores redondos, los ciborgs empezaron a dispersarse por los distintos callejones. Santino rápidamente fue hasta la banca, se colocó la máscara y el sombrero, y se puso el bolso.
—¡VÁMONOS! —exclamó, exhortándolos a ambos con sacudidas de mano.
El aura Seishin blanquecina de Ryouma envolvió su cuerpo. Tomó y cargó a Martina sobre sus brazos cual princesa, y en un abrir y cerrar de ojos, desapareció de la vista de todos sin hacer el menor ruido. Acto seguido, Santino hizo lo mismo, desplegando un impulso supersónico que ensordeció a más de un peatón.
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Gran Palacio
El Gran Palacio de los Siprokroski jamás había vivido un desosiego de movilización de tropas tan ajetreada desde los tiempos de la Lupara Bianca. Aquel mediodía soleado, de un Eclipse de Lucífugo refulgente, casi que apasionado, las tropas paramilitares Wagner y los pelotones de supersoldados Spetzsna se desplazaban en liosas y a la vez ordenadas hileras, formando poco a poco extensos regimientos cuadrangulares a las afueras del palacio. El traqueteo de las servoarmaduras, el resonar de las armas de fuego y de plasma, todo se confabulaba en una oda que servía como preámbulo a la inminente guerra.
A la vez que el pequeño ejército se formaba en hileras de bloques afuera del palacete, los Giles de la Gauchada preparaban sus armamentos anti-superhumanos y sus armaduras y exotrajes. Adoil y Ricardo se hacían galas a sí mismo de sus trajes de una pieza, coloreados con gruesas líneas color neón que resplandecían debajo de sus gabardinas, abrigos y chaquetas, con Adoil poniéndose sobre la cabeza una diadema negra y delgada; Kenia y Masayoshi se acomodaban las piezas de armazón de sus exotrajes, y con la rotulación de los fragmentos, se despertaba la sinergia intrínseca que hacía fulgurar los trajes, lo que a su vez los hacía sentir vigorosos y enérgicos, como si hubiesen consumido algún suero que los haya convertido en Superhumanos.
—¿Ya están listos? —preguntó Thrud, asomando la cabeza en el umbral y viendo a los cuatro Giles vestidos con los trajes cibernéticos. Los llamó con un ademán de mano— Vengan. Anya nos está llamando.
Los Giles intercambiaron miradas algo confusas, pero que inmediatamente se volvieron determinadas al pensar que el asalto estaba a punto de ejecutarse.
Se dirigieron hacia la oficina de reuniones donde muchas otras veces se llevaron a cabo las conferencias para presentar el planteamiento del ataque. Ryushin y Hattori se encontraban sentados en el largo mesón ovalado. Anya Siprokroski estaba de pie junto con Andrey Zhukov. Frente a ellos se alzaba un mapa bidimensional y fluorescente de la Raion Albania. Sobre ella resplandecía un punto en la frontera noroeste.
—Entonces, ¿eso sugieres? —preguntó Anya, mirando a Andrey de soslayo— ¿Qué teletransportemos las tropas a las afueras de Saravanda en vez de Karlotovo? ¿No sería contraproducente?
—Ha habido mucho movimiento en la ciudad, no solo en materia de teatro bélico —argumentó Andrey—. Activación de una Barrera Electromagnética, irrupción de Quantumlape, movilización de tropas por toda la urbanidad... —frunció el ceño y dio un soplido— Además de que allí se encuentran la mayoría de los Ushtrias, quienes son nuestros objetivos principales.
—¿Y por qué no capturar Karlotovo? —propuso Anya, señalando varios puntos en el mapa holográfico— Todos los efectivos albanos están concentrados en las fronteras. Las ciudades más al interior tienen poca protección. La captura de Karlotovo sería un duro golpe a la moral de los Ushtrias.
—Según las capturas satelitales... —Andrey apretó los dientes— El usuario de la Biblia Negra aún se halla cerca de Karlotovo. Si llevamos las tropas a la capital, entonces nos tocaría vérnoslas con él. Desconocemos los poderes que este pueda tener, por lo que en caso dado de que pueda mantenernos a raya, a todo un ejército (y hasta de poder diezmarlo), el resto de Ushtrias vendrían en su apoyo. Y eso sería K.O para nosotros —hizo un ademán de mano de cortarse el cuello.
Los Giles hicieron un rodeo alrededor del mesón. Los mercenarios nipones no repararon en ellos; escuchaban con atención lo que discutían los dos rusos. Y estos dos últimos tampoco repararon inmediatamente en ellos, pues tan enfrascados estaban en los detalles de la estrategia que solo tenían ojos para el mapa.
Anya cerró los ojos y suspiró.
—Sea lo que sea que esté pasando en Saravanda —dijo Andrey—, es perfecto para nosotros. Podemos emboscarlos, ejecutar un asalto tan potente que no les dé tiempo para contraatacar. Los Giles y los japoneses se encargarán de los Ushtrias, individualmente. Con esto, llamaremos la atención del usuario de la Biblia Negra, y entonces tú y yo podremos separarlo y pelear contra él en aislamiento.
—Sí... —Anya afirmó con la cabeza, los ojos iluminados de la emoción— Eso funcionaría —se dio la vuelta, y al ver a los Giles de pie frente a ella, les sonrió. Dio una palmada de manos—. ¡Muy bien! Acaban de oír a Andrey, Giles. Nos teletransportaremos hacia Saravanda y allí asaltaremos al enemigo.
—¿Saravanda? —preguntó Adoil— ¿Y qué es lo que sucede exactamente en esa ciudad para que se haya formado una Barrera Electromagnética, como oí hace unos segundos?
—No lo sabemos —respondió Anya—. Un motín, lo que sea. Pero aprovecharemos eso para atacar. Además, según Andrey, cuatro Ushtrias se encuentran allí. Y cuatro Ushtrias despacharemos. Así que vayamos afuera para dar los preparativos para la teletransportación.
Los Giles intercambiaron veloces miradas nerviosas, cada uno transmitiéndose el mismo pensamiento que en conjunto compartían respecto al detalle de que "cuatro Ushtrias" se encontrasen en Saravanda. Masayoshi Budo tomó liderazgo de su protesta, poniéndose en el camino de Anya Siprokroski y deteniéndola en el acto. La matriarca rusa puso una expresión de sorpresa ingrata.
—¡Espera, Sudarynya Anya! —exclamó Masayoshi— Hay una consideración más a tener en cuenta sobre los Ushtrias reunidos en Saravanda.
—¿Qué otra consideración, Brodyaga? —preguntó Anya, el ceño fruncido.
Mirandola fijamente a los ojos, Masayoshi hizo una breve pausa para recoger aire y respirarlo profundamente.
—Debo reportarle, primero, que Santino Flores se ha ido.
—¿Ah? —Anya enarcó una ceja.
—Santino Flores, uno de nuestros Giles. Junto con Ryouma Gensai, el pupilo de Hattori. Y... y tenemos la conjetura de que, muy posiblemente, estén en Saravanda. Eso explicaría los extraños sucesos que ocurren allí.
Hattori y Ryushin se pararon de sus sillones y observaron con analítico detenimiento a Masayoshi. Anya Siprokroski entrecerró los ojos, poniendo una mueca de desaprobación.
—¿Y por qué carajos uno de los suyos se ha ido, así como así, al territorio enemigo? —refunfuñó.
—Porque creemos que fue a rescatar a mi hija, Sudarynya Anya.
—¿E ir de infiltrado a lo James Bond, sin que le pillen, sabiendo la hartera de Superhumanos que allí deben de haber? —dijo Andrey, apoyando un brazo extendido sobre el escritorio.
—¡¿En qué demonios pensaba él yendo solo?! —gruñó Anya entre dientes— ¡¿Cómo se supone si quiera que él sabe que tu hija está en Saravanda?! O, peor aún, ¡¿cómo sabes tú que él está en Saravanda?! ¿Tuviste comunicación con él, acaso? ¿Tuvo Hattori comunicación con Ryouma que les confirme eso?
Masayoshi apretó los labios y los chasqueó. Negó con la cabeza. Hattori acalló e hizo el mismo gesto de negación. Anya puso los ojos en blanco y gruñó para sus adentros.
—No lo tuvimos, ¡pero! —el Merodeador creo un espacio muy pequeño entre las yemas de su índice y su pulgar— Si existe una posibilidad, así sea muy, pero muy remota, de que Santino y Ryouma se hallen en Saravanda rescatando a mi hija, entonces me abrazaré a eso con todas mis fuerzas.
—Quiero decir... —dijo Andrey, mirando el punto resplandeciente del mapa bidimensional— Son un montón de coincidencias inconexas los que dice el Brodyaga, pero si les buscas las conexiones rebuscadas... —gesticuló los labios en una mueca pensativa— Entonces hay una posibilidad del cinco al diez por ciento de que sea como él dice.
—Okey... —Anya moduló su mueca airada para poner una más comprensiva; aún con todo, se le notaba la irritación por las arrugas de su frente— ¿Y qué quieres llegar con esto, Masayoshi? Si Santino y Ryouma están allá, entonces nuestro asalto coincidirá con el rescate de tu hija. Lo facilitaría, incluso.
—Le doy la razón a la Chojin mujerona, Masayoshi —replicó el sonriente Ryushin Hogo en un tosco español—. Además, si Ryouma-Kun está con ese Santino, entonces poco deberíamos de preocuparnos. El niño tiene un corazón blando, pero es fiero cuando la situación lo requiere.
—No, no —Masayoshi respondió en español. Ladeó la cabeza, y volvió al ruso para dirigir la mirada hacia Anya—. No, Anya. No podemos darnos el lujo de llevar a cabo un ataque a gran escala sin saber el status quo de ellos. Pueden estar escondidos, pueden estar ahora mismo rescatando a mi hija... o puede que hallan sido capturados. Sea como sea, si atacamos ahora, entonces pondríamos aún más en riesgo sus vidas. Y yo quiero priorizar la vida de ellos. Por favor, se lo pido. Retrasemos el ataque hasta que...
—Negativo —respondió Anya con rotundidad—. Nosotros tampoco podemos darnos el lujo de retrasar las operaciones militares, Masayoshi. Las tropas albanas avanzan como relámpagos por Kosovo y Bosnia, y es cuestión de tiempo que sean anexionadas por los Ushtrias.
—¡No podemos dejar que algo como lo de Sofitel o el Coliseo Pandemonico se repita! —insistió Masayoshi, sonando autoritario a la vez de ahogado en sentimientos— No puedo tampoco poner en riesgo la vida de un muchacho, la de mi hija... Y la de un miembro crucial de mi grupo. No sin la garantía de que salgan ilesos. Por favor, Anya. Usted debe entender mi sentimiento luego de perder a su marido, su hija y su cuñado, ¿no?
El rostro de Anya se ennegreció a tal punto que ni Masayoshi ni ningún otro en la sala pudo saber lo que estaba maquinando mentalmente. El silencio se prolongó tanto que el Merodeador apretó los labios y resopló con decisión.
—Iré yo allá a averiguar si están allá, y sacarlos. Me abrazaré a ese cinco al diez por ciento —dijo. Se dio la vuelta y señaló con la mirada a la Valquiria Real—. ¡Vamos, Thrud! Me llevarás a Saravanda.
—Espera.
Justo cuando Thrud se iba a reunir con Masayoshi en la salida del rellano, la retumbante voz de Anya los detuvo. Legendarium y Valquiria se dieron la vuelta y encararon a la Esper. La oscuridad que ocultaba la mitad de su rostro se había desvanecido, revelando unos brillantes ojos de apreciación dedicada hacia el héroe argentino.
—Admiro que me hayas plantado cara con fundamentos, Masayoshi —dijo—, pero yo tampoco dejaré que te lances a la boca del lobo sin la garantía de que salgas ileso. Te necesito al cien por ciento para la batalla contra los Ushtrias, y hacer esta misión de rescate a último momento arriesgaría todo lo que llevas preparándote. —es entonces que Anya Siprokroski se dio la vuelta en dirección a Zhukov. La sorpresa se desdibujó en el rostro de este último cuando Anya se dirigió a él, diciéndole—: Andrey, ¿puedes ir a Saravanda?
Se levantó una moción de expresiones perplejas en todos los Giles. Se hizo un breve y significativo silencio en la estancia. La estancia quedó estática por un lapso corto, culminando con Andrey Zhukov dedicando una mirada simpática y comprensiva hacia los sorprendidos Giles. Esbozó una apuesta sonrisa, como queriendo asegurarles con esa expresión que la vida de sus aliados estaría en buenas manos y que no tendrían que preocuparse por nada.
—De un abrir y cerrar de ojos estaré allá —afirmó, quitándose las gafas inteligentes y poniéndolas sobre el escritorio.
—¿Vas a emplear alguna tecnología Quantumlape? —preguntó Ricardo— Porque recordemos que la transmisión cuántica se vio interrumpida con la Barricada Electromagnética. Tendrías que teletransportarte afuera de la ciudad.
—Oh, no, no. Como les he dicho antes, Giles. Yo no necesito esa tecnología para teletransportarme —Andrey manipuló un control remoto esférico con una mano. La pantalla bidimensional cambió, pasando de ser un mapa de la Raion Albania, a ser una ilustración ensanchada y de alta resolución de una fotografía panorámica del tejado de un edificio de Saravanda— Puedo hacerlo con estos ojos de ángel.
Volteó la cabeza y miró la fotografía. La corneas de sus ojos adquirieron una tonalidad azul neón fulgurante que no pasó desapercibido para la vista de los Giles y los nipones. Como dos faros que iluminan la niebla, los ojos de Andrey resplandecieron al punto de no verse el resto de su esclerótica. Azul puro rellenó todas sus cuencas, y ese mismo azul se manifestó en forma de una capa lumínica chisporroteante sobre todo su cuerpo.
Dedicó una última mirada confiada a los Giles, y un segundo después, desapareció de la sala, generando una onda expansiva celeste que agitó a todos en la estancia. Papeles y libretas volaron de la mesa, ropas y cabellos fueron zarandeados, y el suelo se sacudió brevemente. Todos los Giles (con la excepción e Anya y los nipones) quedaron con muecas estupefactas.
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|◁ II ▷|
Saravanda
La casa abandonada, otrora una mansión lujosa con largas salas y galerías, estaba compuesta de tres pisos todos ellos invadidos por la maleza, el polvo, los escombros y los grafitis. Algunas ventanas estaban selladas con placas de hierro; otras, con vigas de madera mal soldadas y algunas incluso estando a nada de caerse. Santino Flores inspeccionó cada ventana de la sala, asomando la vista por los resquicios de las tablas. A través de ella, logró visualizar las siluetas de drones teledirigidos y aeronaves ligeras surcar los cielos de la ciudad. De la misma forma, consiguió ver patrullas de vehículos militares viajar por las avenidas más concurridas, irrumpiendo el tráfico con sus velocidades y sus ruidos de sirenas.
Martina se llevó un breve susto al oír pisadas arrastradas entrar en la estancia. Se tranquilizó al darse la vuelta y ver que se trataba de Ryouma.
—No hay salidas alternativas, Santino-San —anunció—. Ni traseras, ni a sótanos secretos. O eso creo, porque todo está bajo escombros.
Santino emitió un gruñido de asco y dio un golpe a la pared. Se dio la vuelta y encaró a los dos jóvenes. Martina sintió como el corazón se le encogía al ver su frustrado rostro, mezcla de histeria y tristeza.
—Tendremos que huir por el alcantarillado —dijo Santino, pasándose una mano por la frente—. No podemos arriesgarnos a salir. Las calles están infestadas de patrullas de centinelas y ciborgs. Hay drones por cada metro cúbico de cielo. Seguramente debieron pillar nuestras imágenes a detalle cuando huimos del balneario. Si salimos, uno de esos drones nos reconocerá en un santiamén.
A medida que daba los detalles de los motivos, sombras de desesperanza se cernieron sobre las caras de los dos adolescentes. Ryouma sintió una profunda impotencia al descubrir la angustia pesarle a Martina. Dio un fuerte suspiro, y encaró a Santino dando un paso hacia delante y diciendo:
—¿Y qué tan probable es que también nos pillen allá abajo, Santino-San?
—No tan probable que si fuera en la superficie, Ryouma —replicó Santino—. Con el intento de uso al Anillo Quantumlape, los Ushtrias ahora deben pensar que estamos buscando la forma de salir colándonos a través de su sistema de anillo de seguridad. Cosa tonta, porque también levantaron la Barricada Electromagnética.
—¿Y esa barricada no se extendería por el subterráneo?
—Hasta donde tengo entendido, solo cubre los kilómetros cúbicos de la superficie de un campo. Por eso digo que escapemos por el alcantarillado. No habrá barricada que nos detenga, y quizás tampoco existirá obstáculos de ciborgs o drones vigilando las cloacas.
Mientras ambos discutían, Martina Park se encerraba en sus propios pensamientos trastornados. La mirada perdida en el espacio infinito, ella retrocedió varios pasos hasta golpear la pared con la espalda. Se pasó las manos por el cuero cabelludo, y los largos apéndices lobulares temblaron al paso de su nerviosismo.
Ryouma miró el suelo por unos segundos, pensativos, y después preguntó:
—Pero aún si conseguimos salir, ¿cómo le haremos para regresar a la base? ¡Destruiste el anillo de teletransportación cuando fácilmente pudimos haberlo usado fuera de aquí!
—No, no, Ryouma, no lo entiendes —balbuceó Santino, agitando una mano en negación—. Incluso si hubiésemos salido de aquí, el Anillo de Quantumlape no habría funcionado, porque el alcance de la interrupción cuántica de estos dispositivos es individual, y es lo mismo a que si le hubiesen implantado un chip de seguimiento. Lo que quiere decir, incluso si lo hubiéramos utilizado estando en Kosovo, no habría funcionado, y nos habrían localizado.
—Entonces, ¿pretendes que huyamos a pie? —espetó Ryouma, frunciendo el ceño en desaprobación.
—Tú tienes capacidades sobrehumanas por el Seishin, yo tengo capacidades sobrehumanas por el exotraje —Santino ladeó la cabeza y sonrió con arrogancia—. Podremos crear el suficiente distanciamiento para alejarnos de aquí antes de que los Ushtria sepan que salimos de la ciudad.
—De cualquier manera, ¡es una distancia muy larga que tomar! —Ryouma empezó a alzar la voz. Esto tomó por sorpresa a Santino; de lo poco que llevaba conociendo, era la primera vez que lo oía gritar— ¡Además! Está la frontera con ese otro país en el que se están propagando batallas campales como si fuera una de esas guerras mundiales. ¿De verdad quieres poner en riesgo a Martina-San haciendo que atraviese esas peligrosas tierras de nadie?
—¿Y tú ves acaso otro camino, Ryouma? —Santino entrecerró los ojos, dejándose llevar por el calor de la discusión— Al oeste, el conflicto armado. Al este y al sur, puro territorio enemigo que probablemente ya estén alerta de nosotros y estén listos para irrumpir Quantumlapes y otros métodos de escape instantáneos a las órdenes de los Ushtrias. ¡¿Tú qué decides?!
—¡¡¡CÁLLENSE LOS DOS!!!
Martina Park pegó tal chillido estridente que Ryouma y Santino se sintieron igual de confabulados a la sorpresa y la preocupación. Ambos se dieron la vuelta hacia Martina. Esta última estaba al borde de las lágrimas, no pudiendo aguantar los eruptivos sollozos y los agonizantes llantos a cal y canto. Ryouma Gensai fue rápidamente hacia ella para confortarla, pero Martina lo alejó bruscamente con un empujón, para acto seguido encarar al joven espadachín con una férrea mirada llena de lágrimas.
—A mi... no me importara si tengo que atravesar el mismismo infierno para volver con mi familia, Ryouma —profirió. Se señaló a sí misma con la mano—. Yo ya lo atravesé. ¡Tres veces! El primero, cuando Argentina colapsó en escombros ante los pies de Jahat Kejam. El segundo, cuando los Kaijus destruyeron el mundo. Y el tercero, ¡cuando el PLANETA ENTERO conoció el infierno invernal con la eterna Era de hielo! Así que, por favor, te pido encarecidamente que no me subestimes, Ryouma. Porque yo no estoy hecha de cristal.
—Ok, ok... —musitó Ryouma, las manos alzadas, los ojos ensanchadisimos de la perplejidad y del pavor— Makotoni moushiwake gozaimasen, Marutina-San —acto seguido, hizo una profunda reverencia.
Entre jadeos bulliciosos, Martina se lo quedó viendo por un buen rato. Luego, volvió la mirada hacia el anonadado Santino. Acortó distancias con grandes zancadas hasta colocarse frente a frente con él. Ambos se miraron a los ojos; Martina con indignación, Santino en turbación.
—Dime algo, Santino —empezó a decir Martina—, si el Anillo hubiese funcionado, ¿tú en verdad habrías buscado la forma de escapar de aquí? ¿O en cambio te habrías quedado para asegurarte de usar tu bomba?
—¿Qué...? —Santino quedó boquiabierto en una expresión inaudita— Martina, ya te lo dije. Vine aquí a rescatarte, no a llevar a cabo una vendetta.
—Y entonces, ¿por qué hacer la bomba en primer lugar y malgastar todo ese tiempo en instalarla en mi casa? —espetó Martina, señalando el bolso recostado sobre un tabique.
—¡Por...! —Santino se interrumpió en una breve pausa silenciosa. Martina se lo quedó mirando, atusada por su respuesta. Santino cerró momentáneamente los ojos. Respiró hondo y exhaló— Ok, mira. Sí vine aquí por "venganza", pero eso es lo de menos. La bomba es lo de menos. Si al final no la utilizaré, entonces, ¡válgame Dios! Porque mi motivo principal para estar aquí es para sacarte de aquí. Para enmendar el error que cometí en dejar que te capturaran en Sofitel.
—Si en verdad te hubiera importado desde el inicio —gruñó Martina—, entonces no me habrías llevado a esa misión suicida en primer lugar, y nada de esto estuviera pasando. No estuviéramos aquí, y mi madre no hubiese pasado por el trauma de que me raptaran otra vez.
El silencio se pronunció como una catástrofe muda, mermando las bonitas palabras dichas entre ambos anteriormente. Ryouma vio una tragedia innata en la cara de Martina, leyéndola como un libro abierto. A pesar de su aparente disgusto hacia Santino, en el fondo, Martina sentía profunda simpatía por aquel Gil anciano.
Enigmático Gentleman acalló por varios segundos. Martina no le recriminó por su silencio; ella calló también, incapaz de reprocharle alguna otra cosa. Pues, al fin y al cabo, muy en el fondo quería comprenderle. El tiempo pasó, y el silencio se extendió mucho más. Martina empezó a sentirse mal por regañarlo, y abrió la boca para disculparse. Santino fue más veloz, y dijo:
—Creí haber hallado mi propósito cuando Silver Sentinel me dijo que hallará mi valor propio... De eso hace ya más de sesenta años —pausó para tragar saliva y suspirar de la intranquilidad— Pensé... —sacó su máscara de su gabardina— que convirtiéndome en un vigilante que castiga a los criminales, obtendría el propósito que diera sentido a mi vida. Pero no fue así. Descubrí, a las malas, que necesitaba a gente en mi vida para no... entristecerme conmigo mismo. Una boludez, ¿no? —Santino sonrió, entristecido, mientras una lágrima caía por su mejilla.
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|◁ II ▷|
—He vivido mi vida... como la quise vivir, Martina —la volvió a interrumpir Santino—. Con sus cosas hermosas y sus cosas feas, sus quilombos y estupideces, y con las desgracias que a veces me han hecho maldecir a Dios por hacerme así... —más lágrimas por las mejillas. Santino batalló contra los sollozos para hacerse oír desde el fondo de su corazón— Daría lo que fuera por haber hecho las cosas bien desde el inicio... —ladeó la cabeza— Pero si tengo que pagar el precio por mis acciones, hechas a propósito y a volición, entonces lo haré.
—No, Santino... —farfulló Martina— Yo no...
—No digas nada, Martina, por favor... —Santino se limpió las lágrimas y rió— Yo ya viví mi vida. Tú aún no. Eres aún demasiado joven para malgastar tu vida en estas... guerras.
Un nudo se le formó en la garganta a Martina; lágrimas chorrearon de sus mejillas por montón, esta vez de la pena que de la histeria. Un huracán de sentimientos encontrados asoló su corazón, ahogándola en un turbio mar de dolores espirituales.
En esos momentos, Ryouma Gensai se encontraba cerca de las ventanas con vigas de madera. Martina y Santino se dieron cuenta del murmullo de pisadas coordinadas que zozobraba afuera de la casa. La expresión del joven espadachín se transformó al instante en una mueca de alerta. Se volvió hacia los dos Giles.
—Hay que irnos —dijo—, se acerca un escuadrón para acá.
Justo después de decir eso, la habitación entera crujió y vibró ante el cercano vuelo de una aeronave por encima de la casa. Santino fue hasta el tabique donde estaba el bolso; se lo colocó, junto con la máscara y el sombrero. Le hizo un ademán de cabeza a Ryouma. Este asintió.
El joven samurái desenfundó su sable curvo y describió un circulo en una zona del suelo. Una circunferencia resplandeciente brilló, y Ryouma finiquitó su técnica dando un toque al concreto con la punta de su espada. En un santiamén, la piedra que formaba la sección descrita en el círculo fue pulverizada, dejando en cambio un profundo agujero lo bastante ancho para que cupieran todos.
Martina fue hasta Ryouma y dejó que la cargara en sus brazos. Fueron los primeros en meterse. Santino agitó un brazo al tiempo que saltaba dentro del agujero, provocando con su telequinesis artificial un desmoronamiento en el rellano que lo sepultó todo en escombros.
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Reserva de Ku'Njeremigro'Krahë
La prolijidad de la arquitectura grecolatina que componía los altos edificios en paneles, formados en un cuadrilátero de cinco hectáreas de diámetro, no paraba de dejar impresiones obsequiosas a Almarin Xhanari.
El Jefe de los Ushtria Clirimtare se encontraba flotando en el cielo, a una altura de más de cuarenta metros. Como si estuviera parado en una plataforma de cristal invisible, Almarin observaba, desde allí, las impresionantes estructuras fundacionales casi que acabadas. La finura de sus fachadas compuestas de peristilos, la plaza interina adoquinada y condecorada con el holograma de la bandera Albania, las estatuas de mármol embebidas entre los frontones y los arquitrabes, las escalinatas que daban a las entradas directas de cada edificio... Entre más concentraba uno la mirada, más se perdía esta en sus ínfimos detalles.
Las extensas y planas llanuras se extendían kilómetros a la redonda, redoblando los soplidos de los vientos en matiz de decoración natural a la reserva. A lo lejos, las montañas recortaban el horizonte con sus múltiples alturas y picos, llegando a taponar la vista alejada de la capital albanesa y dando la ilusión que la reserva era lo único construido en todo este pacifico yermo. La solitaria y tranquila naturaleza trajo una paz sin igual a Almarin. Eso, junto con la maravilla ilimitada de observar la estructura grecolatina una y otra vez, lo inspiró con profundo sueño.
Cerró los ojos. La visión negra le permitió poner su mente en blanco. Eso le permitió viajar al remoto pasado a través de un ensueño.
Veinte años antes de las Guerras Yugoslavas, Almarin Xhanari vivía en una pequeña y humilde tribu nómada estilo gitana que se hallaba, en ese momento, asentados en la Beocia griega, cerca del Golfo de Corinto. Si bien su sangre era albanesa, la tribu a la que pertenecía poseía también descendencia griega y se consideraban a sí mismos como tales. Aquel pueblo, de costumbres radicalmente distintas a las de los griegos modernos o los albanos, era regionalmente conocido como "Arbanitas".
Y la pequeña tribu a la que pertenecía Almarin, establecida en Beocia, era el último reducto Arbanita que había quedado en la Grecia Peninsular. El resto de clanes fueron exportados a la recién creada Albania cien años atrás. Eran los únicos, y estaban rodeados por llanuras y montañas dominadas por unos griegos que para nada eran afines a sus extrañas costumbres.
Los Arbanitas tenían notables culturas tradicionales que los volvía unos parias a la vista del público griego de la región. El nomadismo era el más claro de todos ellos, así como la lengua Arvanitica, una variedad bastante aislada del albanes, pero también estaba sus confecciones de ropas al estilo medievo (como las fustanellas), su música de arpas y flautas de viento, el rol relativamente fuerte que se le daba a la mujer en la estructura social, y el Fara o modelo de descendiente que se aplicaba al primogénito de la familia autoritaria de la tribu como el "heredero milenario" de algún ancestro legendario.
Almarin Xhanari fue el primogénito de la familia más poderosa de su tribu arbanita, educándose en este modelo de descendencia. Viviendo en un ambiente mayoritariamente masculino (su padre, sus tíos, sus hermanos) jamás desarrolló una motivación para cosas como las relaciones amorosas. Su propósito en su vida temprana fue comprender su linaje, identificar cada ascendente suyo hasta alcanzar ese ancestro a quien él debía devoción. Su estudio lo llevó a almirantes griegos de la Independencia de Grecia (como Anastasios Tsamados), a terribles generales de guerra del medievo (Skanderberg el Rojo) y, finalmente, al legendario ancestro común de su tribu arbanita: Pirro de Epiro.
Se sintió excitado, confabulado de saber que por sus venas corría la sangre de un legendario general que fue un duro rival para la República Romana. Fue allí que la idea de grandeza, de que estaba destinado a realizar hazañas dignas de ser recordadas por la historia, se concibió en su cabeza. Por ese motivo, desarrollo un profundo odio hacia el gobierno local griego que oprimía a su tribu. En más de una ocasión, el joven Almarin trató de levantar a sus gentes en armas, pero estos se negaban, y con justas razones; no querían provocar una violencia innecesaria que acabase en masacre.
Muy a pesar de su odio apasionado, motivado por querer replicar las hazañas de sus antepasados, Almarin repudió a su tribu por esto. No obstante, no les echó toda la culpa a estos por su pusilanimidad, pues, gracias a sus investigaciones de su árbol genealógico, tuvo noción de que la situación por la que pasaba ahora era más por culpa de las circunstancias que de su propia tribu. Circunstancias que, lamentablemente, estuvieron más allá de ellos. Esa noción lo desmotivó, y le quitó todas las ideas de grandeza que se implantó, destruyendo en días lo que cultivó con meses y meses de autoestudio.
Todo se vino aún más abajo para Almarin y su tribu cuando el gobierno de la Grecia Central de Beocia allanó sus territorios y ordenó su deportación absoluta hacia Albania. Con esto, se puso punto final a la presencia Arbanita en la Grecia peninsular.
La deportación movilizó de manera forzosa a más de quinientos Arbanitas a lo largo de Beocia y la región de Ática, donde se encontraba la capital, Atenas. Fue una marcha a pie que duró días y noches completas, con pocos o casi sin ningún descanso, y forzando a una caminata por terrenos bgaldíos y altos que se cobró más de una vida arbanita. Los griegos milicianos encargados de la deportación no se hicieron responsables por su integridad, y hasta incluso disfrutaban del tortuoso sufrimiento de callos en los pies, desnutrición y deshidratación.
Sin embargo, inesperadamente todo ese agotador viaje terminó, valiendo la pena para Almarin Xhanari y su padre. Pues, terminaron llegando a Atenas y, por obra del destino, los establecieron en un campamento provisional a las afueras de la ciudad, con vistas hacia el Partenón de Atenas.
La altitud de la montaña enaltecía el santuario, derruido y demostranto su antigüedad con sus cientos de grietas y escombros, pero permaneciendo en buena parte intacto. En la mañana subsiguiente, el alba despuntada proporcionaba una lustrosa visión fosforescente de la edificación milenaria. Almarin Xhanari quedó perdidamente enamorado de su silueta y de su aura pesadamente simbólica. Su mente reprodujo, en segundos, todos los meses de historia de la Antigua Grecia, y la chispa de su deseo volvía a su corazón.
—Propóntelo, hijo, y lograrás hazañas inolvidables como tus héroes.
La voz de su padre lo envalentonó aún más. Este apareció a su lado, posando una firme mano sobre su ancho hombro. Almarin tenía catorce años, pero ya era tan alto como él.
—¿Tú aún crees en mí, papá?
—Con todas las fibras de mi ser —respondió su barbudo padre.
En un santiamén, la anaranjada alba se convirtió en un cielo plomizo de dispersadas nubes discurriendo sobre perezosas montañas que ni de lejos eran tan altas como las de Beocia. Almarin Xhanari abrió los ojos, retornando al presente al presenciar, de nuevo, los edificios de paneles de la Reserva Ku'Njeremigro'Krahë. Respiró hondo y exhaló por un largo lapso. Chasqueó los labios y sonrió por todo lo bajo.
—Sí... me he vuelto en el más grande de mi pueblo... —tosió de repente, gorjeando flemas que soltó sobre su mano vendada y se miró, reconociendo la tonalidad roja y pegajosa— Pero el costo a pagar es... agh...
Empezó a descender parsimoniosamente hacia la reserva, en dirección al tejado de uno de los edificios. Al cabo de un minuto de cuidadoso vuelo en descenso, aterrizó con suavidad los pies sobre el concreto. Un fuerte soplo de viento zarandeo su negra capa y su cabello erizado. Respiró el aire con un profundo suspiro, y se giró en dirección de donde procedían los hálitos de céfiros.
Atisbó un halo de sombra a lo lejos, de aspecto cristalino, más pareciendo la visión de un espejismo que algo demasiado alejado. Notó que era producto de su visión mal funcionando, así que se restregó los ojos con ambas manos para esclarecerlos. Alzó de nuevo la mirada, y la sombra se hizo más detallada, convirtiéndose en montones de siluetas marchando en dirección a la reserva. Tardó en reaccionar, pero Almarin entreabrió los labios en un jadeo ahogado.
Un ejército marchaba hacia acá.
Ni corto ni perezoso, Almarin Xhanari desenfundó su grimorio negro de debajo de su capa. Este se abrió por sí solo, deteniéndose en una página en específico. El cuerpo de Almarin se convirtió instantáneamente en una sombra, y desapareció del techo.
Su escurridiza sombra reapareció en el aire. Cayó de cuclillas sobre el suelo de la llanura, justo frente al numeroso regimiento armado. Almarin se irguió con gran vehemencia, y encaró a los soldados con el grimorio flotando sobre su mano, la mirada llena de osadía y odio. El ejército se detuvo en seco.
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|◁ II ▷|
—¡Identifíquense, todos ustedes! —exclamó Almarin. Los fulminó con una fugaz mirada; vio que todos tenían uniformes varios, desde trajes encorbatados hasta trajes de mercenarios. Algunos eran humanos, pero otros demonios por como sus cuernos sobresalían de sus cráneos— ¡Identifíquense, dije! O los convertiré a todos en polvo y ceniza.
Ningún efectivo respondió; ni siquiera hubo cambio de expresión. Todos quedaron mudos y petrificados como estatuas. El gélido silencio se prolongó, y Almarin chasqueó los dientes. Las páginas del grimorio empezaron a resplandecer de color rojo. Una densa y masificada aura carmesí con forma circular se materializó en la palma de su mano.
De repente, su vello se erizó al sentir una nueva presencia invasora. Un respingo lo asaltó al notar algo aterrizar, cual ave rapiña de un veloz vuelo, justo en frente del paralizado regimiento de demonios. El nuevo allegado quedó de cuclillas un segundo, y después se irguió, mostrando su elegante traje de mafioso y las líneas de circuitos en su rostro. Almarin volvió a quedar sin aliento.
—¡¿Nestorio?!
—Hola de nuevo, Almarin —dijo Nestorio, arreglándose el abrigo— Tengo una propuesta para ti.
—Ya te dije que no quiero nada más de ti —gruñó Almarin—. ¡Fuera de aquí, tú y tu circo de mercenarios!
—Es una propuesta muy jugosa la que te tengo. De verdad que no desearías...
—Voy a contar hasta tres —Almarin apuntó el fulgurante grimorio hacia Nestorio—. Uno... dos...
—¡Detente, insolente! —Nestorio alzó una mano, el ceño fruncido—. Acepta mi propuesta, y te garantizo que amortiguaras el ataque sorpresa que te Anya Siprokroski te está preparando.
Almarin apretó los dientesy endureció la cara en una furiosa mueca reticente. No deshizo el hechizo, pero no mostró signos de atacar. Nestorio agrandó la sagaz sonrisa maliciosa.
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8
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|◁ II ▷|
Gran Palacio
Las rectangulares pantallas azules mostraban distintos puntos de vista de la primera persona de Andrey Zhukov, tanto panoramas frontales como laterales, permitiendo así a Anya y a los Giles obtener vistas de todos los planos en las diez pantallas holos.
La pantalla rectangular más grande y centrada de todo el conjunto enseñaba la primera persona de Andrey. A partir de esta, todos vieron como Andrey se despojaba de sus ropas de científicos en un callejón, para después hacerla desaparecer. Un segundo después, un destello azul fulgurante apareció sobre la mesa, convirtiéndose en la misma muda de ropa que Andrey teletransportó, sorprendiendo a los Giles. Acto seguido, el versado ruso arrojó una capsula gris, y esta explotó en el aire, desplegando instantáneamente un exotraje negro que recubrió su cuerpo entero. Andrey bajó la mirada, y observó el exotraje adoptar la apariencia de un uniforme de negocios.
—¿Y estás seguro que no lo reconocerán? —preguntó Ricardo a Anya— ¿No es alguien reconocido en las Provincias?
—Moderadamente reconocido —respondió Anya, cruzada de brazos—. Lo cierto es que a él no le gusta mucho tener un gran reconocimiento. Cuando las remodelaciones de las ciudades de la Raion Rusa comenzaron, todo el crédito a la estratificación fue dado Nikola Tesla, y no él. Por lo que pasó desapercibido.
—¿Y a propósito? —apostilló Adoil— ¿Por qué alguien de mente tan brillante como él quiere pasar en las sombras?
—Porque él se siente más cómodo así... Y porque aprendió a repudiar la fama de mal prestigio luego de todo lo que tuvo que pasar Maddiux al convertirse en Tesoro Nacional de Rusia.
—¡Así es! Maddiux indirectamente me hizo humilde en ese aspecto —respondió la voz de Andrey, sonando claramente a través de los altavoces dispuestos sobre los escritorios— Aunque de todas formas no correré riesgos —se vio como dilatada entre sus manos una mascarilla termoplástica transparente y se la colocaba en el rostro. Se oyó un zumbido, y la pantalla refulgió brevemente— Una mascara para que cambie las facciones de mi rostro, ¡y listo! A empezar la búsqueda.
La pantalla central mostró a Andrey saliendo del callejón a grandes zancadas, zambulléndose dentro de la ciudad, hacia la brillante luz que sirvió como umbral para Anya hacia el mundo de Albania.
La presencia militar fue lo primero que se hizo evidente a ojos de todos; carros de combate y super soldados marchando por las calles, o estacionados en las veredas; drones automáticos, helicópteros de carga ligera y de combate surcando los cielos de aquí para allá, siguiendo cursos de viaje claros; barricadas de militantes bloqueando algunas avenidas concurridas (que Andrey señaló que eran autopistas a las afueras de la ciudad), y por último... la Barrera Electromagnética, invisible a simple vista, pero que cuando Andrey amplificó su vista haciendo un profundo zoom (gracias a su Gen), pudieron Anya, los Giles y los nipones notar las movedizas manchas ovaladas y circulares, todas de tamaños colosales, danzar en el aire.
Sin embargo, a pesar de la terrorífica presencia militar de soldados y ciborgs, la gente de a pie no parecía dar indicios de sentirse oprimida o mostrar la angustia de ser perseguidos. No había patrullas acosando a personas, o abusando de ellas. No había filas de espera turbulentas ni atisbos de que haya habido protestas violentas. Aunque el tráfico se vio interrumpido, la población llevaba a cabo sus quehaceres diarios como si nada, como si el estado de contingencia y las marchas de soldados fuera cosa del día a día para ellos.
Fue entonces que Anya Siprokroski vislumbró el motivo para esto: varios de los civiles también estaban armados que los militares. No con el mismo armamento pesado, pero si con pistolas, rifles y escopetas pequeñas en las que escondían debajo de sus abrigos o chaquetas. Además, cuando Andrey Zhukov anadeó por una acera que arrumbaba cerca de una gigantesca plazoleta, vio con gran consternación gigantescas formaciones cuadráticas de infantes albanos formando vastas hileras hasta llegar a una enorme base militar que se encontraba al final de la plaza llana. Y entre filas y filas de soldados uniformados, alcanzó a ver a civiles caminar frente a ellos, al parecer algunos siendo conocidos de estas tropas. Pasaban a saludar o a dejar regalos, y los infantes respondían con una inesperada amabilidad humana.
<<No solo tiene una fuerte militarización>> Pensó Anya, observando las aeronaves suspendidas en el aire, los tanques de combate y los coches blindados. <<Posee también un ejército permanente que le es cien por ciento fiel. ¿Pero cómo, si habían entrado en crisis por las revoluciones anarquistas? ¿Acaso es esto obra de su uso con la Biblia Negra?>> Frunció el ceño y chirrió los dientes. Pensó en el teatro bélico de la frontera entre Kosovo y Albania. Pensó en Yuri Volka, y en la operación de movilización que este lideraba para evitar la caída de Kosovo a manos de Albania <<Maldición, Yuri... Más te vale no tener bajas exageradas cuando te los enfrentes>>.
Los Giles permanecieron igual de mudos que Anya de la sorpresa. Ver a través de las pantallas un ejército tan terriblemente armado, a tan solo unos pocos miles de kilómetros de su posición, les heló la sangre. Jamás habían visto un ejército tan grande, tan bien formado y tan pertrechado en armamento y artillería (muchas de ellas siendo anti-superhumanas). Esta sensación incomoda de fragilidad y pequeñez que los asaltaba no la sentían desde su batalla final contra Jahat y Videla, y eso les hacía consciente de la escalada de guerra que debían detener si no querían repetir otra tragedia como la de Argentina.
Mateo no se permitió intimidar por la sucesión de miedos del pasado. Preguntó:
—¿Aún no hallas alguna pista que indique que Santino, Ryouma y mi hija están aquí, Andrey?
—Ando en eso, ando en eso —farfulló Andrey.
La pantalla central enseñó su punto de vista de recorrido a través de una concurrida carretera en la que se izaban, de altares digitales, numerosos hologramas tridimensionales de los canales televisivos albaneses. Gracias al Portavoz Universal que llevaba al momento, el audio de Andrey tradujo el albanés al ruso para que todos pudieran entender lo que narraban. Los cronistas holografiados hablaban acerca de un motín en la Prisión Boshebik, motivada por el misterioso asesinato de dos prófugos que, según relatan, creen fervientemente los prisioneros que fue perpetuada por los Ushtria Clirimtare.
La consternación se acrecentó entre los Giles. Una chispa de idea reventó en la cabeza de Mateo.
—Busca más información sobre eso, Andrey —dijo.
—¡Justo pensaste lo mismo que yo!
La pantalla central presentó a Andrey trotar sobre la vereda con apuro leve. Se detuvo de cuando en cuando frente a hologramas noticiosos, sacando de cada uno información nueva que aportaba al rompecabezas inicial: un atentado a la vida del líder supremo de Albania hace un par de días, la captura de los perpetradores bosnios y después la encarcelación de estos en Boshebik, la identificación de estos dos bosnios como previos agentes secretos de estado a las órdenes del difunto Fahrudin...
Los corazones de todos los Giles dieron un vuelco de sorpresa aún más aprehensiva al hacerse eco de esto último. Andrey recabó aún más información de esto último despachando un periódico digital de una máquina expendedora usando un hackeo rápido de su exotraje. En primera plana, se confirmaba la identidad de estos agentes bosnios por sus nombres de pila: Tahiroviç y Kovaç. Los perpetradores del atentado, y los que fueron victimas del brutal asesinato que terminó con sus cuerpos en un acueducto.
Adoil Gevani sintió un calambre en las piernas que lo hizo sentarse en una silla. Ricardo Díaz sintió que le faltaba aire y se puso una mano en el pecho. Mateo y Kenia quedaron petrificados. Anya se volvió hacia ellos y enarcó una ceja.
—¿Los conocen? —preguntó.
—Esos son los mismos agentes que asaltaron nuestra base y nos forzaron a mover a Rusia —balbuceó Adoil—. Son los mismos que pusieron precio a nuestras cabezas, y los mismos que nos atacaron en Sofitel.
—¿Y creen que Santino los mató?
—Lo creemos, Anya —dijo Mateo, señalando con un ademán de cabeza—. Mire.
Anya volvió la mirada hacia la pantalla central. Esta mostraba a Andrey fijando su atención en el medio audiovisual del holograma de un reportero, quien describía, desde el punto de vista de los testimonios de los funcionarios que trabajan bajo las ordenes de los Ushtria, que el asesinato de los agentes Tahiroviç y Kovaç, fue efectuado por un misterioso homicida quien, según dan fe ellos, aún permanece en Saravanda. Esto debido a numerosos agujeros que se hallaron en varias partes de la ciudad, todas ellas teniendo interconexiones subterráneas.
Hattori Hanzo se paró inmediatamente del sillón nada más ver los videos en tiempo real de las zonas donde se evidenciaron aquellos profundos hoyos. Ryushin se cruzó de brazos de brazos, la mirada analítica.
—¡Ano ana wa...! —musitó Hattori, llamando la atención de todos los Giles.
(¡Esos agujeros...!)
—¿Qué, Hattori? —dijo Mateo, poniéndose a su lado. El espadachín japonés se aclaró la garganta y acomodó el audífono del Portavoz.
—Esos agujeros, Mateo-San —replicó Hattori, la voz robótica en español—, a juzgar por lo que veo y por lo que esos reportes describen, debieron ser creados por la técnica Shogakko de Ryouma.
—Más evidencias de que se encuentran en esa ciudad —dijo Ryushin, afirmando con la cabeza.
—También observen esto, muchachos —anunció Andrey. Todos tornaron la mirada hacia la pantalla central. Ahora, la visión había cambiado a otro holograma público, y en este se destilaba otro holograma dentro de la pantalla tridimensional. Esta segunda pantalla exponía, en vivo y en directo, el testimonio a las cámaras de un hombre de cabello largo amarrado a una coleta, barba rasurada, y revestido con placas interconectadas que constituían su cibercuerpo—. Creo que este es uno de los Ushtrias.
—¡El samurái robótico de Sofitel! —exclamó Hattori, ensanchando aún más los ojos y dando un manotazo al escritorio.
—Si él está en Saravanda, entonces el resto de Ushtrias también estarán allá, por regla de tres —dijo Ricardo.
—Sigue con la búsqueda, Andrey —ordenó Anya—. Ya hemos acumulado las suficientes pistas para creer que esos dos se encuentran en Saravanda. Sigue a las patrullas que estén en búsqueda de ese "homicida". Ellos te llevarán a él.
—¡Ahora esto sí que se pondrá emocionante! —exclamó Andrey; aunque no lo vieron, fue evidente que el hombre sonrió de oreja a oreja. Acto seguido se fue a un callejón, y se teletransportó, quedando las pantallas brevemente en negro hasta que, un segundo después, mostraron el callejón de una nueva localidad de la ciudad.
Mateo sintió la pesada carga del temor decrecer lentamente. Jadeó un par de veces, y sonrió. Sonrió de la felicidad de saber que Santino, aquel a quien siempre estaba en desacuerdo por la muerte de individuos, acabó con la vida de los bosniacos que les había hecho la vida imposible hace casi dos meses. No podía creer que sintiera esa congratulación hacia Santino, pero era un hecho, tanto como que en ese momento lo felicitaba profundamente.
Dedicó esa sonrisa satisfactoria hacia Adoil y Ricardo. Estos últimos sonrieron con la misma gracia que él. Mateo les colocó las manos en los hombros; Adoil le palmeó el hombro, y Ricardo le dio golpecitos en la mano. Mateo no pudo evitar carcajear un poco. Se volvió hacia Kenia, esperando la misma reacción de alivio... Pero, en cambio, al ver a su esposa a los ojos, la vio lagrimear.
—¿Cielo? ¿Qué ocurre?
Kenia se aturdió al tragar saliva. Hizo un gesto de negación con la mano y torció la cabeza para que no la viera. Mateo se acercó más ella, tomándola con gentileza de un hombro. Colocó otra mano sobre su mentón para hacer que lo viera a los ojos. Kenia apretó los labios y sonrió con pesar.
—No entiendo como... —balbuceó, en voz baja— Un hombre tan discordante como él puede hacerse odiar y admirar al mismo tiempo.
Mateo apretó los labios, la expresión igual de pesar. La abrazó, y Kenia se acurrucó en su abrazo.
—Dios... lo hizo como lo hizo —murmuró, acariciándole el hombro y la cabeza—. Pocos en nuestro grupo pudieron comprenderlo. Solo Silver Sentinel sabía lo que le ocurría en su cabeza.
—Quiero odiarlo, pero también quiero entenderle... —musitó Kenia— Desprecio lo que hace, pero cuando enmienda sus errores haciendo algo como esto... termino odiándome por odiarlo.
—No te flageles por eso —Mateo la separó y la miró a los ojos—. Ni tú, ni él, se vieron obligados en la responsabilidad de crear un vínculo como lo tuvimos con los demás Giles. Él se unió porque quiso, hace las cosas como quiere... —miró de reojo las pantallas holográficas— Reconoce sus errores cuando los comete, y hace todo lo posible por arreglarlos.
—Sé que dijiste que no es un monstruo... —Kenia ladeó la cabeza— Pero... Si tan solo él pusiese de su parte para no atragantarnos con las consecuencias de sus actos, entonces nos habríamos ahorrado muchísimos problemas.
—Problemas son los que él tiene mentalmente. Traumas de la guerra. Yo en verdad... —Mateo se encogió de hombros— desearía haberlo comprendido de la misma forma que Sentinel lo comprendió.
—Anya me dijo que me tomará mi tiempo para perdonarlo. Me tomará otra gran parte de mi vida hacer eso. Sin más prejuicios.
—¿Y lo perdonarás? ¿Con el corazón en la mano?
Kenia Park se limpió las lágrimas y resopló.
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|◁ II ▷|
Base militar de Saravanda.
Berisha tecleaba y movía el ratón de acá para allá, a veces incluso usando sus pies, mientras hacía estúpidas muecas de esfuerzo físico; cada proceso manual conllevaba un cambio de perspectiva en las hileras de pantallas holográficas dispuestas sobre el gran mural. Los ojos de Elira, Elseid y el recién llegado Blerian cambiaban constantemente de pantalla, visionando nuevas perspectivas desde el punto de vista de algún soldado o de un dron volador que inspeccionaba las zonas en donde encontraron los profundos hoyos interconectados. Yendo desde plazas hasta interiores de edificios abandonados, la actividad de tantos agujeros en la ciudad dejó consternados a los Ushtrias reunidos.
La multitud de pantallas holográficas, todas ellas destilando en fulgores rojos absolutos y con sus cámaras en vivo mostrando las movilizaciones de las tropas, enseñaba a gran escala las raíces que los Ushtria podían extender sus raíces militares por cualquier zona. Para Elseid, este se ponía los pelos de punta al ver tantas hileras de milicianos armados invadiendo viviendas, avanzando ordenadamente por avenidas concurridas, y desplazarse de tejado en tejado utilizando los propulsores de sus armaduras cibernéticas. Con una fuerza militar así en el pasado, habrían hecho temblar los escombros de Kosovo bajo sus pies.
Berisha dobló bruscamente la cabeza y fijó su vista sobre una de las pantallas holográficas. Elira, Elseid y Blerian hicieron lo mismo, y lo que vieron y escucharon de los parlantes encendieron sus alertas.
—¡Acabamos de hallar un hoyo justo cuando se desmoronó esta casa! —exclamó la voz robótica del teniente de pelotón; con la cámara en primera persona, proveyó a los Ushtrias de la vista panorámica de sus soldados removiendo los escombros a punta de manotazos y patadas. Al fondo de la colina de piedras, se alcanzaba a ver el agujero circular— Estamos en la Rruga 7-8 Iliaz, Distrito Njabi.
—¿Dices la casa se vino abajo justo después de que ustedes llegaran? —inquirió Berisha, entrecerrando los ojos.
—¡Así es, señora! —afirmó el teniente— Además, el hoyo se ve y se siente fresco; aún hay lascas de piedra cayendo en sus bordes.
—Como si lo hubiesen hecho recientemente... —Berisha sonrió— ¡Buen trabajo! Envíenme análisis topográficos de ese hoyo para someterlos a sensores de movimiento. Sí o sí los pillamos esta vez.
La pantalla holográfica que mostraba la perspectiva de aquel teniente se apagó. Berisha se quitó los micrófonos negros e hizo girar la silla, quedando frente a frente con Elira, Elseid y Blerian. Alzó una mano, y en su palma hizo aparecer la misma tabla digital de gráficas topográficas que empezaba a formar amplias figuras tridimensionales.
—Entonces la interrupción de Quantumlape funcionó —dijo Elira, como no creyéndosela ella misma. Sonrió—. Y con todas las marchas de tropas recorriendo Saravanda, y la Barrera Electromagnética impidiendo el escape por tierra o por aire, forzamos al invasor a huir por las cloacas.
—Como la rata inmunda que es —espetó Elseid, rascándose la barbilla.
—¡Yyyyy listo! —de la tableta que sostenía Berisha salió una tarjeta digital del tamaño de una hoja de afeitar. Creó un dispositivo de rastreó con su otra mano, y metió la tarjeta. La pantalla del dispositivo reprodujo un detallado mapa de las alcantarillas, con direcciones especificas a tomar— ¿Quién se ofrece para ir a buscarlos?
—Yo...
—Yo iré. Y solo.
Blerian interrumpió a Elseid tan abruptamente que Elira y Berisha se lo quedaron viendo con sorpresa extrañada. El Ushtria encapuchado caminó hasta la Cibermante y extendió el brazo. Berisha pensó que se lo quitaría bruscamente, pero en realidad abrió su mano, a la espera de que se lo diera.
—Blerian, amigo, ¿seguro que quieres ir solo? —preguntó Elseid— Lo digo más que nada porque no sabemos con qué clase de armamento te pueden sorprender.
Blerian agitó los dedos. Berisha le puso el dispositivo de rastreo sobre su mano. Blerian miró la el mapa azul de fondo negro.
—El hecho que huyan de tropas que apenas poseen armamento de Tier 2 no debe de ser solo para no atraer nuestra atención —aseguró—. E incluso si tienen tal armamento, me aseguraré de analizarlo primero, y después los sorprenderé yo a ellos.
Elira Minoguchi entrecerró los ojos, leyendo el alto nivel de determinación que poseía Blerian en su mirada rasgada. Una determinación que venía cargada con una sapiencia única. Con ese fugaz análisis supo que, el hombre que se postraba frente a ella, no era el mismo arrogante silencioso que era hace una semana y media atrás.
—Muy bien —dijo—. Ve y fuérzalos a salir, Blerian. Captúralos vivos. Rompe algunos huesos sí lo ves necesario. Y... —hizo una pausa. Blerian se la quedó viendo, expectante— y, por favor, no le hagas daño a la niña. Si tienes que usar fuerza bruta, hazlo, pero tráela lo más ilesa posible.
Blerian respondió afirmando con la cabeza. Una masa de gas negra se materializó en la pared, justo detrás suyo; al otro lado del umbral, se vislumbró las siluetas etéreas de un largo pasillo ovalado. En un abrir y cerrar de ojos, Blerian se desplazó a una magna velocidad, produciendo un silbido que dejó ecos en el aire y desapareciendo tras el portal. La materia negra se deshizo de la pared.
—Elira —dijo Elseid, el ceño fruncido, las cejas enarcadas—, ¿acaso sentiste su Seishin...?
—¿Más refinado? Sí —Elira asintió la cabeza— Aún falta un largo camino para que pueda sacar todo su potencial, pero con lo que he entrenado de sus técnicas estos días, bastará.
—¿Ya ha desarrollado esa "Ampliación de Rango Incompleta" que me mencionó antes?
Elira se quedó muda ante la pregunta. Entreabrió los labios, y dijo en cambio:
—Vamos al hangar de la base. Ahí lo estaremos esperando.
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Subterráneo de Saravanda
Las anchas lámparas LED iluminaban con sus luces fosforescentes grandes partes de las penumbras, permitiendo a Ryouma y Martina ver la vereda por la que corrían y seguían a Santino. Este último lideraba la apurada marcha, corriendo a toda prisa como si un monstruo les estuviera pisando los talones.
Cada vez que se encontraban con una encrucijada de anchos pasillos oscuros, Santino se detenía, y lo mismo hacían los dos muchachos. Las manchas negras de su máscara intercambiaban posiciones y, desde la visión de Santino, el mapa interino de las alcantarillas de la ciudad le mostraba el camino directo o un atajo con el cual acortar el recorrido a las afueras de Saravanda, lejos de la ciudad y la Barricada Electromagnética con lo cual les permitiría salir a la superficie y escapar.
El hedor de los desechos era insoportable para Martina. En más de una ocasión, tuvo que cubrirse la nariz con la mano mientras hacían los intensos trotes, atravesando cientos de metros de pasadizos sin descanso a la par de las turbulentas aguas pútridas que circulaban a la par de ellos. El agudo ruido de las negras aguas también entorpecía los tímpanos de Ryouma, no permitiéndole a este oír más allá de sus sonoros murmullos acuosos. En ocasiones, las aguas estancadas salpicaban cuando golpeaban un risco o una lasca, manchando sus ropas y pegándoles el mar olor. Para más complicaciones, las luces LED sufrían parpadeos morbosos, lo que dificultaba el avance del trío cuando se perdían brevemente de vista. Eso no hacía más que aumentar las prisas y los temores de pensar que estaban siendo perseguidos, a pesar de que, hasta ese momento, no se toparon con ningún soldado o droide.
Enigmático Gentleman se detuvo repentinamente, forzando a Ryouma y Martina a derrapar los pies y pararse justo lado a lado de él. Viraron hacia todos lados, encontrándose con una nueva encrucijada de pasillos en penumbras. Pero esta vez, en vez de ser dos, o tres caminos, ante ellos se habrían ocho umbrales negros que daban a distintos pasillos con fondo negro absoluto. Santino se quedó allí de pie, contemplando en silencio incomodo las entradas. Las manchas de su máscara se movían repetidas veces, no poniéndose de acuerdo en qué posición colocarse. Ryouma y Martina oyeron un gruñido de angustia venir de él. Lo vieron apretar un puño y restregarlo contra su frente.
—¿Qué ocurre, Santino-San? —preguntó Ryouma.
—Espera, espera... —masculló Santino entre jadeos— Déjame pensar. Todos los caminos que tenemos ahora se enredan entre sí. Tengo que ver cuál sería el correcto. Solo déjenme...
Ryouma lo dejó ser. Retrocedió unos cuantos pasos, y Martina lo imitó. Ambos chicos se alejan unos cinco metros de Santino con tal de darle su espacio personal. Ryouma miró a Martina, reparando en la expresión exasperada dibujada en su cara. Se acercó a ella y le colocó una mano en el hombro.
—¿Do shita ka, Marutina-San?
—Nada, es solo... —Martina se mordió el labio y fijó la vista en la espalda de Santino, donde colgaba el bolso militar negro— Me pone inquieta saber que Santino tiene una bomba atada a la espalda.
—Soka... —Ryouma afirmó con la cabeza— Honestamente, a mi también me pone inquieto eso.
Se hizo el silencio entre ambos. Los segundos pasaron con lenta tortuosidad, hasta convertirse en minutos de alargada espera. Martina, sumiéndose en el desorden de sus pensamientos convalecientes, terminó cediendo a la querella a la que su mente exhortó a afrontar. Respecto a Santino. Respecto a la bomba. Y respecto a su uso contra los Ushtria.
Su corazón palpitó con vehemencia al acercarse a Santino, este último aún petrificado, con las manchas de sus máscaras desordenándose sin parar. Le dio unos toques en el hombro.
—No me interrumpas —gruñó Santino—. Creo que... —estiró un brazo y señaló uno de los umbrales— Creo que ese camino es el que nos llevará directo fuera de la Barricada. Los otros llevan a lugares más hondos del alcantarillado.
—Santino, ¿la bomba con la que cargas nos pondrá en peligro?
Una pausa de diez segundos. Martina escuchó revuelos de gruñidos venir de Santino. Este se dio la vuelta y la encaró, mirándola a los ojos bajo la máscara de manchas movedizas.
—¿De qué hablas?
—Me-me refiero... —siseó Martina— La bomba que tú dijiste que construiste, ¿no se activaría por sí sola? ¿No es sensible a cosas externas, como movimiento, o campos magnéticos...?
—¿Qué? No, Martina. No... —Santino se interrumpió. Negó con la cabeza— Me aseguré de que la bomba de inversión de magnesio no tuviera ningún tipo de sensibilidad. De haberla tenido, entonces habría explotado una vez la Barricada Electromagnética se alzase.
—Oh, o-ok... E-es solo que... —Martina chasqueó los labios— Mira, yo no sé de estás cosa, ¿sí? Simplemente tengo preocupación porque esa bomba explote con cualquier tipo de reacción.
—No, ok, vale. Entiendo eso.
—Y más cuando vayamos a ir a la frontera con Kosovo. Allá va a haber mucho movimiento, mucha batalla, y.. y la bomba puede sufrir daño... Y hacer daño a otras personas.
—Sí, sí, entiendo eso, Martina. Pero no te preocupes —Santino dio unos golpecitos al bolso—. Te puedo asegurar que no corremos peligro porque la bomba explote porque sí.
—No me gustaría tampoco que otros corran peligro por ella, ¿sabes? Como civiles, gente inocente, incluyendo a los albanos... Y-y hasta sus soldados.
Otra pausa larga. Martina sintió el peso de la mirada juzgadora de Santino bajo su máscara. Casi que lo pudo ver arquear una ceja.
—¿Uh?
—E-es solo que... Bueno... Ya me rescataste, ¿n-no? —Martina trató de apaciguarse esbozando una sonrisa tímida— Y ya vamos para el Gran Palacio. Nuestro objetivo d-debería ser ahora comunicarnos con mi padre, decirle que vamos allá, y llegar sanos y salvo. No creo que la bomba tenga un uso... a-al menos pronto.
—¿A qué quieres llegar con esto, Martina? —masculló Santino.
—Yo... —Martina chasqueó los labios y agitó una mano— Agh, olvídalo, ¿sí? Ni-ni yo sé qué quería decir.
—¿Insinúas que no utilice la bomba contra los Ushtrias?
Martina se detuvo justo cuando iba a darse la vuelta. Su cuerpo entero sufrió calambres de los nervios de volverse y mirar a la mascara de Santino.
—Eso es lo que querías decirme, ¿no? —insistió Enigmático Gentlemen— ¿Qué no la utilice contra los Ushtrias?
—Ummm... ¿Q-quizás...? —farfulló Martina, la sonrisa inoportuna.
Justo en ese momento de discusión entre ambos, Ryouma Gensai sintió un escalofrío correrle por el lateral el cuerpo. Volteó ligeramente la cabeza hacia la derecha, y miró de reojo la penumbra, concentrándose en aquella sensación.
De pronto, Santino se quitó el sombrero y la máscara, revelando su rostro con expresión consternada y desconfiada.
—¿Acaso esos sujetos te hicieron algo, Martina? ¿Te lavaron el cerebro o algo?
—¿Ah...? —Martina entrecerró los ojos.
—¿Te lavaron el cerebro con propaganda anarquista? ¿Experimentaron contigo?
—¿Qué? ¡N-no! No me hicieron nada, Santino.
—O eso es lo que te quieren hacer creer —Santino la señaló con un dedo acusador— ¿Qué? Tú misma me acabas de admitir que no quieres que use la bomba contra ellos. Eso quiere decir que te debieron de hacer algo. Quizás... algo que ese encapuchado con el poder mágico del libro maldito...
—¡Que no, Santino! —exclamó Martina, la voz chillona— No me hicieron nada. No me lavaron el cerebro, no experimentaron conmigo. No me pusieron ningún chamuco en el cuerpo. Nada de nada. Solo... me dieron cobijo, y charlaron conmigo. Eso es todo.
—¿Y con solo tener conversa contigo ya simpatizaste con ellos?
Martina hizo un puchero y no respondió a eso. Santino se la quedó viendo a los ojos, la preocupación incrementando.
—Toda la parla que te doy, Martina, ¡es para que veas que no estás poniendo en duda nada de esto! ¿En verdad crees que vales algo para esas personas? Y no te lo digo insultando tu inteligencia. Te lo digo porque me preocupa lo que te hayan convencido de creer.
—Mira, Santino... —Martina hizo gestos débiles con las manos— No me cuestiones esas cosas, ¿sí? Todo lo que sé es que... No me hicieron nada, ¿sí? Y si trataron de convencerme de unirme a ellos, pues entonces estuvieron lejos de lograrlo. Solo digo... —tragó saliva— No son tan malas personas como lo fueron Gi-Reload.
—Y aún así están escalando a una guerra sin precedentes que costara miles de vidas. Tal como lo hizo Jahat con Argentina.
—E-etto... ¿Min'na? —balbuceó Ryouma desde lejos, la mirada dilatada del pánico, la mano sobre el pomo de su katana.
—¡Yo sé, yo sé! ¿Ok? —vociferó Martina.
—No podremos ganarles a no ser que arriesguemos nuestras vidas, Martina. Entiéndelo. Ellos se volvieron insalvables al empezar esta guerra.
—¡NO, SANTINO! —Martina lo agarró de un brazo y lo miró a los ojos— Por favor... Piensa como lo haría mi padre, ¿sí? La muerte innecesaria... no debe ser la única forma de ganarles.
Santino iba a responder, pero acalló en gimoteos al ser incapaz de verla a los ojos. Miró hacia otro lado, reflexivo y afligido.
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|◁ II ▷|
La sensación de cercanía del peligro alertó sórdidamente a Ryouma Gensai; este ensanchó los ojos como platos en una mueca de sorpresa hórrida al ver, por el rabillo del ojo, como un raudo borrón de sombra salía de uno de los umbrales y se abalanzaba a toda velocidad hacia Santino y Martina.
Rápidamente desenfundó su sable al tiempo que soplaba sobre la hoja curva. Esgrimió el arma describiendo una fugaz X en el aire, disparando en el proceso miles de tajos de viento que cortaron el techo. Como resultado, una avalancha de escombros se desmoronó, cayendo justo en frente de Santino y Martina antes de que la sombra los alcanzara...
Algo pasó rozándole por la oreja. Un segundo después, un pedazo de su oreja se arrancó. Un leve chorro de sangre salió volando, haciendo que Ryouma se cubriera con una mano. Acto seguido, se dio la vuelta, y descubrió una ominosa silueta negra a varios metros de distancia de él. En su mano, sostenía el bolso militar de Santino.
El Gil reparó en esto al darse cuenta de lo que sucedía. Se paló la espalda con manos nerviosas, descubriendo que, en efecto, el bolso con la bomba de inversión ya no estaba allí.
El conjunto de densas sombras gelatinosas se despegó de la silueta humana como si de amebas infeccionas se tratasen, revelando al Ushtria Clirimtare encapuchado de erizado cabello negro y fría mirada con la cual escudriñaba el bolso militar. En su otra mano empuñaba un paraguas color bermejo, de la cual sobresalía una punta filosa en su extremo.
—Así que esta es la "mala espina" que Elira sintió... —dijo. Tornó los ojos negros hacia Santino, Ryouma y Martina, descargando en el proceso su masiva oleada de Seishin negro. Las paredes fueron recubiertas, y las lámparas LED parpadearon; algunas incluso estallaron por la presión. El ambiente se convirtió en una pesada atmosfera hostil que hizo encogerles los hombros a todos, apretar los dientes, y dilatar los ojos del pavor.
Santino Flores chirrió los dientes, y sintió una apresada sensación de estar acorralado contra la pared. La oleada de Seishin invisible fue tan potente que ni siquiera su exotraje telequinético pudo protegerle, provocándole una respuesta de lucha y huida. La balanza se favoreció hacia la segunda opción, pero al notar la velocidad con la que atacó, el bolso en sus manos, y el terror expresado en los rostros de Ryouma y Martina, supo que no tendría oportunidad si intentaban escapar.
Pero quizás tampoco tuvieran oportunidad de ganar, le decía la vocecita insegura de su mente.
Silenció el pensamiento apretando la mandíbula y cerrando los ojos. Rápidamente se colocó la máscara y el sombrero. Seguido de eso, se oyó un zumbido eléctrico, y su gabardina y camisa brillaron en fulgores azules fosforescentes que iluminaron vastamente la estancia. Y, por último y muy repentinamente, una densa aura psionica apareció alrededor de su cuerpo, sorprendiendo a Martina y Ryouma.
Ryouma despertó su aura Seishin, correspondiendo a la acción de Santino. Sus auras crearon una barrera conjunta que contuvo y repelió la nociva aura de Blerian Iosef Hassan.
—¡Martina, para atrás! —exclamó Santino. Martina respondió afirmando con la cabeza y moviéndose en zigzagueos serpentinos, empleando la técnica de desplazamiento de Tyrserved aprendido de Thrud.
—Resistirse es inútil —gruñó Blerian, arrojando el bolso al aire para después ser tragado por una sombra con forma de gusano que desapareció dentro de las paredes.
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|◁ II ▷|
El Ushtria encapuchado produjo una palmada al chocar sus manos, y estas fueron rodeadas de un aura grisácea que Ryouma no logró identificar como Seishin. Acto seguido, plantó la palma de su mano izquierda sobre la pared, y la capa de luz gris se transmitió a través de la muralla. La cloaca entera fue sacudida por temblores intensos. De repente, Ryouma, Martina y Santino recibieron una descarga de zumbidos de más de 100 decibelios, lo que los aturdió y dañó severamente sus tímpanos, al punto de hacerles sangrar. Los tres se cubrieron las orejas con las manos, y gritaron.
Aprovechando ese breve aturdimiento, Blerian se abalanzó fugazmente hacia Ryouma, botando arabescos de sombras en el proceso, y lo atacó con una estocada de su espada-paraguas. Ryouma, apretando muchísimo los dientes, soportó el dolor de sus oídos y esgrimió su sable justo antes de que el arma de Blerian lo ensartara en el vientre. El choque de metales produjo chispas. Blerian trastabilló, pero atacó al instante de nuevo.
La punta de la espada-paraguas se detuvo en el aire. Blerian torció la cabeza, y cruzó miradas con la máscara de manchas negras de Santino. Este último movió sus brazos como si jalara una soga, provocando que la fuerza telequinética de su traje empujara sobradamente al Ushtria.
Blerian voló a lo largo del pasadizo, y antes de chocar de espaldas contra la muralla de escombros, las sombras lo atraparon en el aire formando una red de cuerdas de Seishin negras. Alzó la mirada, y vio a lo lejos proyectiles de plasma y filosos tajos de viento, disparados por Santino y Ryouma, abalanzándose hacia su posición. Robustos pilares de sombras emergieron de las paredes y el techo, recubriendo a Blerian con una gruesa armadura oscura.
Los disparos y los tajos lo impactaron, generando una intensa explosión de polvo y humo que se esparció por todo el pasillo, cegando al trío y forzándolos a cubrirse con sus brazos. El nuevo temblor sacudió gran parte del sistema de alcantarillados, llegando a vibrar en la superficie, sorprendiendo y causando pánico en la población.
Hubo momento de quietud. El crujir de las piedras cayendo sobre pistones y suelo, los vientos remanentes silbando en el ambiente. Santino y Ryouma se quedaron observando fijamente la cortina de polvo y humo, a la espera de algún movimiento brusco. Martina Park estaba detrás de ellos, su estatura encogida por el pavor de sentir sangre fresca saliendo de sus orejas.
La chica argentina sintió el vello se le ponía de puntas tan de repente. Un cosquilleo en la espalda le advirtió de una presencia tras ella. Un jadeo se escapó de sus labios, y su cuerpo se desplazó por puro instinto, motivado por los movimientos marciales del Tyrserved que le permitieron agacharse y esquivar a velocidad inhumana el arañazo de Blerian. Acto seguido, contraatacó con una patada larga. Blerian la agarró del tobillo, y la arrojó bruscamente por la alcantarilla. Martina voló sin control, chilló, chocó con las paredes y el piso, y terminó sumergida dentro del agua estancada.
El espanto se apoderó de Ryouma al volverse y ver lo sucedido.
—¡¡¡MARUTINA-SAN!!!
—¡NO!
El vocifero de Santino sonó cual lamento. Acto seguido, el Gil impulso de su exotraje con el cual se abalanzó como un rinoceronte contra Blerian, embistiéndolo contra los muros y llevándoselo a otra cloaca. El suelo y el techo se abrieron en multiples grietas. Polvo y escombro regurgitaron de todas partes, empapando a Ryouma de polvo y forzándolo a cubrirse con el brazo. El joven espadachín dio un respingo y retrocedió al oír chasquidos supersónicos reverberar con potencia. Alcanzó a ver las figuras de Santino y Blerian entrar y salir varias veces del pasillo, embistiéndose los unos contra los otros, estampándose contra las paredes, agujereándolas y generando un mortal caos de escombros y temblores que sacudieron la cloaca, desmoronando sus cimientos poco a poco.
Ryouma priorizó ante todo la vida de Martina. Aguzó la vista, y alcanzó a verla ahogándose dentro de las aguas estancadas. Enfundó su sable y cerró los ojos, mientras que a su alrededor caían escombros. Los abrió de par en par, y al impulsarse, los vientos lo catapultaron a la misma velocidad supersónica que Santino y Blerian. El joven espadachín se sumergió, y los vientos generando un ciclón en el agua que los libró a ambos de su caudal. Y tan rápido como se metió, Ryouma salió de un salto, plantando a Martina en el suelo.
—¡Marutina-San! —Ryouma soltó un suspiro de alivio al ver que Martina escupía el agua y tosía— Ah, yoka...
No fue capaz de terminar su palabra, pues sintió una aguzada fricción atravesar su cuello. Los ojos de Ryouma se pusieron blancos, y perdió instantáneamente el conocimiento.
—¡¡RYOU!! —chilló Martina del espanto, viendo al inconsciente Ryouma caer al piso, no sin antes se atrapado por una gruesa sombra con forma de tentáculo. Martina alzó la mirada, y se espantó de ver a Santino, inerte también, reposando sobre otra sombra autómata, su exotraje totalmente apagado tras ser consumido por la técnica Seishin del Ushtria.
Y el último horror que vio antes de perder el conocimiento, fue a Blerian extender el brazo y colocar su pálida mano sobre su cabeza.
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Base Militar de Saravanda
Cientos de tropas albanas se congregaban a lo largo y ancho de los alrededores de la galería del hangar, organizados en conjuntos de pelotones y escuadrones que rodeaban los carros blindados y los tanques de guerra estacionados en sus cuadriláteros de plasma. También había ciborgs entre ellos, y hasta droides sobrevolando los alrededores.
Todos los milicianos armados observaban, en pétreo silencio, a los intrusos arrodillados en el centro de la estancia. Estando allí postrados, eran el centro de toda la atención. Sus cabezas eran cubiertas por capuchas negras, y en sus manos y tobillos llevaban grilletes de acero inoxidables con surcos fluorescentes decorativos. El silencio era absolutista, siendo sus vasallos los quietos sonidos de la artillería siendo movilizada, o los robots autómatas manejando los vehículos blindados afuera de la base.
Una sección de los pelotones de la multitud se disgregó, abriéndose pasó para dejar camino libre a los cuatro Ushtria Clirimtare: Elira, Elseid, Berisha y Blerian. La Cibermante del grupo hacía levitar en el aire a una inconsciente Martina Park con un dispositivo magnético que sostenía en su mano prostética.
El cuarteto marchó hasta los dos intrusos, esposados y encapuchados. Elseid y Blerian caminaron alrededor hasta ponerse en los laterales. Berisha asió la mano prostética hacia abajo, y Martina descendió al nivel del suelo, aún inconsciente y estando atrapada por la fuerza magnética. Los intrusos encapuchados estaban despiertos por como se movían, muy a duras penas, retorciéndose contra las esposas y la visión nublada por las bolsas.
Elira Minoguchi se los quedó observando por varios segundos. Su mirada, fruncida y entrecerrada, cargaba consigo un latente desprecio malsano. Estiró ambos brazos, agarró las capuchas de los capturados, y se las quitó de un tirón.
El deslumbrador fulgor neón de las lámparas y los trajes cegó brevemente a Santino y Ryouma. Ambos entreabrieron de a poco sus ojos, y la intensa luz se fue aminorando, permitiendo abrir más y más sus parpados. Ryouma volteó la cabeza hacia todos los lados, en busca de Martina. Su mirada se detuvo al toparse con una silueta familiar en la distancia. Cruzó miradas con Elseid. Este último le dedicó un cordial saludo con la mano.
—Hola, muchacho —dijo—. ¿Cómo te encuentras del estómago? ¿Mejor?
Ryouma no respondió. Apretó los labios, frunció el ceño y se lo quedó mirando ominosamente. Elseid sonrió, jocoso.
—Martina... —graznó Santino, ensanchando los ojos al descubrir a Martina capturada en el campo magnético de Berisha.
—¿Are? ¿Doko? —farfulló Ryouma, mirando en la misma dirección y dando un jadeo de terror al verla también.
—Estás acabado.
La exclamación de Elira Minoguchi puso los pelos de punta a Ryouma y Santino. Volvieron las miradas hacia ella. La Ushtria se erguía imponente frente a ellos, teniendo ahora el cabello rosado amarrado en una coleta y portando una camisa blanca sujetada con una faja negra amarrada con listón negro, shorts negros, pantimedias rosadas y zapatillas.
Siendo esta la primera vez que la veía, Ryouma Gensai sintió tremendas vibras niponas venir de su aspecto y su hipnótica mirada.
—Aquí acaba tus jueguitos del gato y el ratón —continuó Elira, la mirada totalmente concentrada en Santino. Su voz sonaba autoritaria—. De aquí, tú no vas a escapar. Jamás. Ve despidiéndote de tu libertad, anciano. Y de la tuya —miró despectiva a Ryouma—, y de la niña —miró de soslayo a Martina, esta última recobrando lentamente la consciencia—. ¿Me escuchaste?
La mente de Santino divagaba en pensamientos inocuos, desconectado de la realidad. Miraba hacia varias partes, como tratando de buscar una salida. Lo único que logró atrapar, por el rabillo del ojo, fue una figura de aparente transparencia moviéndose entre las filas de milicianos albaneses sin llamar la atención. Ladeó la cabeza, pensando que era alguna visión ilusoria, y volvió la mirada hacia Elira.
—¿Qué piensas hacernos, huh? —masculló.
—Eso dependerá del Jefe —respondió Elira, cortante—. Pero, si la decisión estuviera en mis manos, entonces te cortaría las manos, los pies, y la cabeza ahora mismo.
—¿Y por qué no lo has hecho aún? —Santino sonrió, desquiciado— ¿Por qué no lo hiciste en las tantas otras veces que nos hemos topado...?
Elira no respondió a su pregunta, pero tampoco mostró designios de titubeo o de estar contra las redes. Seguía con el ceño fruncido. Simplemente, se negó a responder. Y eso Santino lo interpretó a su manera, haciéndole sonreír todavía más, y decir entre gruñidos:
—Muchas han sido las veces que pudiste matarme... Y si lo quisieras, desobedecerías a ese "Jefe" para poner fin a mi vida ahora mismo... Pero no quisiste antes, por no verme como una amenaza. ¡Y ahora mucho menos puedes...! —tornó la mirada hacia Martina, esta última ya totalmente consciente, reparando sobre el escenario en el que se encontraba ahora— Porque si no, afectaría la relación que andas estableciendo con Martina y tu grupo. Es eso, ¿no? —miró a Elira a los ojos, y se rio de ella— ¿Quieres quitársela de las manos de Masayoshi Budo? ¿De verdad? —se rio más fuerte, al punto de que las risas se volvieron toses— ¿Quieres acaso que Masayoshi también se una al bando de ustedes? ¿Qué yo me una a ustedes? ¿Tan simpáticos se quieren mostrar raptándonos, venciéndonos? —negó con la cabeza. Escupió sangre al piso— Pues inténtenlo. Todo lo que quieran. Los Giles de la Gauchada ya fueron capturados, avasallados y superados en número y poder por sus enemigos... Pero siempre... siempre saldremos adelante.
—¡Santino...! —berreó Martina, la voz a medio sonar. Empezó a zarandearse de forma inútil contra le campo magnético.
—Eso lo veremos —dijo Elira, el rostro ensombrecido de la severidad—. Mientras tanto, esta el tema del Anillo de Quantumlape. Hemos hallado los restos que tú destruiste para no dejar evidencia. ¿Hay acaso otros "Giles" en la ciudad? ¿Preparando un asalto contra nosotros?
—No sé de qué hablas —gruñó Santino—. Yo vine solo, ¡solo! Este mocoso de acá —señaló a Ryouma con la cabeza—, vino por más que le insistí que no viniera.
—Esa bomba de inversión de magnesio dice lo contrario. ¿Es la misma que ibas a usar para hacerme añicos cuando fui a la casa de Martina? Tiene Neo-Tecnología que hasta dejó impresionada a Berisha. ¿Quién te ayudó con sus recursos?
—Nadie —los gruñidos de Santino sonaban más guturales—. Yo la construí. Yo conseguí los recursos. Yo. ¡Yo solo! ¡Nadie más!
—¡Deja de mentir! —exclamó Berisha de repente— Tenla aquí, Elira. Yo me encargo ahora.
Desactivó el campo magnético para dirigirse hacia Santino y Ryouma. Elira fue hasta Martina, y la ató de las manos con hilos Seishin, atrapándola antes de que ella pudiera escapar. Martina se retorció contra su agarre, incapaz de zafarse de los hilos por más que se moviera. Observó, consternada, como Bukuroshe Berisha se ponía frente a Santino y Ryouma y alzaba sus robustos brazos prostéticos en una intimidante pose.
—Una Neo-Tecnología de bombas que llega hasta Tier 8 solo se consigue en industrias de mecano-ingeniería pesada —dijo Berisha—. ¡¿Quién fue tu proveedor?!
—El proveedor se llama: Santino Flores. O sea, ¡YO!
—¡Tú tienes más cara de ser enfermo mental que de ingeniero! ¡Deja de estar jodiendo con tus mentiras!
En el furor creciente de la interrogación, Santino Flores volvió a reparar en la silueta transparente que traspasaba los soldados albanos como si fuera una visión fantasmagórica. En un momento de silencio dado por Berisha, Santino entrecerró los ojos, viendo con mejor claridad la apariencia que la figura intangible adoptó justo en ese momento. La invisibilidad de su traje con Tecnología Eindecker se desvaneció, revelando el rostro apuesto rostro su usuario. Santino agrandó los ojos como platos en una mueca sorprendida.
<<¡¿Andrey?!>>.
Como un efecto secundario del avistamiento, sintió una conexión cerebral vinculándose a través de su microchip, este último encendiéndose por sí solo. Dentro de la visión de sus ojos, un mensaje encriptado empezó a decodificarse por sí solo, transformando sus símbolos raros en letras. La familiaridad de aquel código hizo reparar a Santino en la naturaleza de todo este evento: la IA de Adoil, Psifia, acababa de finalmente hallar conexión con su implante cerebral.
El mensaje de Psifia estaba a nombre de Andrey Zhukov, y rezaba lo siguiente: <<Gana tiempo. Y cierra los ojos>>.
Acto seguido, el mensaje se desvaneció tan rápido como apareció en su visión. Tornó la vista hacia la derecha. Andrey Zhukov ya no se encontraba dentro del nutrido grupo de soldados.
El mecanismo de su mente trabajó instantáneamente para hacerlo espabilar de lo que acababa de ver y leer. Se dijo a sí mismo que esto no era ninguna ilusión de una experiencia cercana a la muerte. Esto era realidad. Aún en el fracaso absoluto, el destino le estaba dando el chance de triunfar sobre sus enemigos de una vez por todas.
—No lo volveré a repetir, viejo picha muerta —espetó Berisha, señalando a Santino con un dedo metálico—. ¡¿Quién te ayudó a construir la bomba?! ¡¿Y hay más de tu grupo en la ciudad?!
Santino giró la cabeza hacia otra dirección y cerró los ojos. Rápidamente le dio codazos a Ryouma en el hombro. El joven espadachín lo vio, y se extrañó al verlo con los ojos cerrados. Pero al ver el sudor, y los calambres nerviosos de su rostro, lo interpretó como algo que debía de hacer. Cerró los ojos.
—Puedes empezar a torturarme, si quieres —dijo Santino, desafiante—. ¡No vas a sacar nada de mí!
—¡Ni de mí! —exclamó Ryouma, volteando la cabeza y transpirando como si estuviera jadeando del pánico... pero, en realidad, todos esos soplidos acumulaban viento sobre los grilletes, enderezándolos de a poco y amainando su presión.
Berisha hizo una pausa efímera. Se los quedó mirando, y el ceño fruncido se convirtió en una expresión de sonrisa hilarante.
—¡Sea pues! Ustedes lo han dicho.
Sus brazos prostéticos se movieron como dos ominosas avalanchas cayendo sobre la ladera de una montaña. Sus orondos dedos metálicos rodearon los cuellos de Santino y Ryouma, apretándolos y sofocándolos. Estiró los brazos hacia arriba, alzándolos más de tres metros en el aire. Santino y Ryouma gruñeron adoloridos y patalearon en el aire a la vista de todos.
Martina forcejeó con más fuerza, siendo de todas formas inútil por el agarre firme de Elira.
—¡PARA! —chilló Martina, la voz desgarradora, los ojos lagrimosos— ¡POR FAVOR, NO LES HAGAN DAÑO! Elira... —se volvió hacia su captura— ¡Elira, diles que los suelten! ¡Que no les hagan nada!
La euronipona no respondió. Ni siquiera le devolvió la mirada; el ceño permanecía pétreo e indiferente, lo que hizo que Martina acumulara un profundo éxtasis de furia y repudio hacia la Ushtria.
Lo que ella no sabía era que, en el fondo, Elira Minoguchi se sentía apologética hacia ambos, en especial hacia Santino Flores, pues en cierto modo... admiraba la tenacidad de aquel hombre. Sin embargo, no era momento para respetos mutuos. Ellos debían responder por el crimen del desorden público y por el intento de escape raptando a una valiosa anfitriona.
—Tienen tres segundos para empezar a cacarear —advirtió Berisha. Corrientes eléctricas empezaron a desplazarse por sus prótesis, en dirección a las cabezas de Santino y Ryouma. Berisha entrecerró los ojos al ver las expresiones de querella en ellos— Tres... —breve pausa. La electricidad ya estaba alcanzando sus dedos— Dos... —la electricidad escaló por sus falanges, a nada de llegar a las caras de Santino y Ryouma. El intenso murmullo eléctrico reverberó en toda la estancia, y sus tonos fulgores resplandecieron con gran potencia— Uno...
Martina Park, ahogada en asco y terror, cerró los ojos para no ver lo que iba a suceder.
Hubo un estallido eléctrico chirriante, seguido por un resplandor cegador que... no provino de la explosión eléctrica provocada por las protesis de Berisha. En cambio, la fuente del fulgor deslumbrante provino de otra explosión, muy distinta. Pues, sin que absolutamente nadie en la estancia se diera cuenta, una granada con forma de lata abierta cayó del cielo, impactando justo en el centro del hangar. Y de aquella granada, surgió una sonora explosión que precedió a una absoluta ceguera para todos aquellos que tuviesen los ojos abiertos. Incluyendo a los Ushtrias.
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|◁ II ▷|
El aire se ionizó, producto de la reacción química que produjo la explosión de la granada. Los únicos que no fueron cegados del todo fueron Santino, Ryouma y Martina, quienes abrieron de par en par sus ojos, y descubrieron a los Ushtrias y a todos los milicianos con los ojos tintados de negro.
Oyeron un silbido rítmico provenir desde arriba. Los tres alzaron sus cabezas, y vieron una silueta humana de pie en lo alto de una torre de grúa. De su pecho emanaba una luz fluorescente circular, al igual que las múltiples líneas neón que constituían su elegante exotraje oscuro.
El escándalo se apoderó de toda la congregación militar. Pelotones y escuadrones se desorganizaron en una caótica huida sin dirección. Incluso los cristales termoplásticos de los ciborgs no se salvaron de la explosión de aire ionizado. Soldados se empujaron unos a otros sin querer, haciendo que muchos se tropiecen y caigan de forma descontrolada. Ciborgs rumiaron de aquí para allá, agitando sus orondos cuerpos y aplastando a más de un pobre diablo bajo ellos cuando caían.
<<¡Puedo ver!> Pensó Ryouma, los ojos abierto de par en par observando a una agitada Berisha tambalear y mirar hacia todos lados. <<¡Aunque el aire pica mis ojos, ellos están cegados, y nosotros no!>>. Miró de soslayo a Santino. Este le devolvió la mirada severa. Ambos afirmaron con la cabeza.
Ryouma Gensai dio un fuerte soplido, y los vientos controlados por su Seishin descalabraron sus grilletes y los de Santino. Con sagaces movimientos torció los brazos hacia arriba, se los tronó, y acto seguido agarró la prótesis de Berisha, y la golpeó de un severo manotazo. El brazo prostético se dislocó, y varias piezas salieron volando, producto de los cortantes vientos Seishin. Berisha se sorprendió al sentir su brazo dislocarse, y dio un paso hacia atrás. Por su parte, Santino reactivó su exotraje con ayuda de Psifia, y atacó a la Cibermante poniendo sus manos sobre su prótesis y descargando un fuerte flujo de telequinesis que la quebró y abolló. Acto seguido, se impulsó hacia Berisha, y la remató con una patada directa en su rostro.
<<¡¿Qué está sucediendo?!>> Pensó Elira, entrando en severo pánico al escuchar todos los alaridos de miedo y confusión a su alrededor. <<¡¿Por qué estoy cegada?!>> En ese momento, escuchó un severo crujido metálico. Ensanchó los ojos. <<¡¿Berisha?!>>.
La debilidad que le produjo la ceguera del aire ionizado amainó la fuerza de sus hilos Seishin. Martina aprovechó esto: movió sus brazos cuales serpientes alborotadas, logrando zafarse del hilo principal y, con esto, alejarse de ella. Empleó un desplazamiento Tyrserved, se colocó en su lado lateral, y la atacó propinándole una severa patada en las costillas.
<<¡¿ESTO LO TENÍAN PLANEADO TAMBIÉN?!>> Pensó Elira antes de ser arrojada por todo el hangar y chocar y caer al suelo con un grupo de soldados. Martina Park aplicó todas sus fuerzas en esa patada.
Santino Flores vio a Elseid y Blerian distraerse con sus cegueras, restregándose con fuerza los ojos. Asió su brazo prostético y lo blandió cual espada. Una oleada de fuerzas psicoquinéticas producidas por el traje mandó a volar a ambos Ushtrias. Elseid y Blerian chocaron contra vigas de torres de grúas, pero antes de perderse en la distancia, detuvieron sus descontrolados impulsos por medio de choques Seishin que los mantuvieron brevemente levitando en el aire.
Los dos Ushtrias dieron un nuevo impulso Seishin en el aire, y salieron volando cuales torpedos hacia Santino, esgrimiendo cada uno su espada en dirección a él. Este alzó los brazos, preparado para el choque de fuerzas. Sin embargo, a tan solo unos pocos metros de que interceptaran, un fugaz borrón apareció casi que teletransportado entre ambos. Por una milésima de segundo, Santino logró ver el rostro de Andrey Zhukov, momentos antes de que este se teletransportara junto con Elseid y Blerian, desapareciendo de forma instantánea de la base militar.
Una onda de choque azul estalló en el centro de llanuras montañosas, a quinientos kilómetros lejos la ciudad de Saravanda. Blerian y Elseid quedaron pasmados al reconocer la localidad. Pero antes de que pudieran reaccionar de otra forma, Andrey Zhukov los atacó a ambos con veloces puñetazos en sus pectorales. El golpe sorprendió a los Ushtrias, pero al no sentir que el ataque les afectara mucho, trataron de contraatacar... Solo para ser sorprendidos por una total paralización de sus cuerpos, producto de una sortija psiónica que Andrey les pegó en sus pechos.
—Hace frío por aquí —bromeó Andrey, masajeándose los brazos—. Si logran moverse (cosa que dudo), asegúrense de abrigarse. ¡Adiós!
Y se teletransportó ante las miradas sorprendidas de los inmovilizados Elseid y Blerian.
Andrey Zhukov reapareció dentro del hangar. Dio una fugaz mirada analítica, y halló a Santino, Ryouma y Martina en el epicentro del huracán anárquico de soldados y ciborgs luchando contra la confusión de sus cegueras. Velozmente se teletransportó, apareciendo frente a ellos y provocando un respingo en Martina y Ryouma al recibir el momentaneo choque de su onda magnética azul.
—Creo que esto es tuyo —dijo Andrey, haciendo aparecer en la palma de su mano el bolso militar y la máscara de manchas negras. Santino se quedó anonadado.
—¡El tiempo es oro! —gruñó el Gil mientras se ponía la máscara y la mochila. Ryouma y Martina se acercaron a ellos, agarrados de las manos— ¡Sácanos de aquí!
Andrey asintió con la cabeza. Puso su mano sobre el hombro de Santino y de Martina. Sus ojos se iluminaron. Partículas azules brillantes ulularon alrededor de ellos. Santino, Martina y Ryouma sintieron como sus cuerpos empezaban a levitar. Los tres cerraron los ojos, preparados.
Pero antes de que desaparecieran del hangar, oyeron el chillido estridente de Bukuroshe Berisha en la distancia. La Cibermante Ushtria se retorció en el suelo y se levantó de un errático salto; en el aire, sus fragmentadas prótesis se modularon, se fusionaron y se repararon por sí solas. Berisha gritó como un gorila furioso mientras describía una pendiente y caía brutalmente al suelo, descargando sus puños en el concreto, destruyéndolo en escombros hundiéndolos en hoyos.
Andrey fue cegado por un ardiente resplandor de flash proveniente de los puños prostéticos de Berisha, interrumpiendo así su teletransportación. Él, Santino, Ryouma y Martina fueron encandilados por el flash, y mandados a volar por los aires a causa del temblor generado por la Ushtria.
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12
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Gran Palacio Siprokroski
Las pantallas holográficas se emblanquecieron, perdiendo la señal de la grabación en vivo. Hubo ruido blanco, y seguido de eso, las pantallas empezaron a producir estática. Todas las esperanzas que elevaron a los Giles de la Gauchada hasta los cielos se colapsaron bajo su propio peso con esto. El silencio se hizo eco en toda la estancia, y la conmoción se palpitó en el mutismo de todos los presentes.
Hubo quienes quisieron gritar de la histeria, como Kenia o Adoil, pero no lo hicieron; se mordieron las lenguas o apretaron los dientes, a la mansalva esperanza de que la señal se restituyese pronto. Ricardo Diaz apretó un puño y lo apoyó sobre sus labios. Hattori y Ryushin aguardaron en silencio sepulcral, las miradas taimadas pero que guardaban una interna serena preocupación. Mateo Torres se acercó a las pantallas hasta quedar al lado de Anya Siprokroski. Los dos intercambiaron una fugaz mirada, comunicándose con aquel gesto el mismo nivel de preocupación.
La matriarca rusa se acercó al escritorio. Oprimió el botón de altavoz del panel de control, y dijo:
—¿Andrey? ¿Puedes escucharme? —hizo una pausa— ¿Sigues allí?
No hubo respuesta. Anya permaneció inclinada, oprimiendo el botón digital. Mateo se cubrió los labios con una mano, y se masajeó el mentón, ansioso. Adoil se masajeó la cabeza rapada, murmurándole a Psifia que diera una respuesta sobre lo sucedido, pero esta tampoco respondía. Kenia rasgó la mesa con sus filosas uñas. Ricardo se revolvió el cabello y suspiró de la angustia.
Tras casi dos minutos de incesante espera, hubo respuesta paulatina. La estática de la pantalla empezó a desvanecerse, pasando a una superficie blanca inmaculada. El ruido blanco disminuyó su volumen, dejando paso un lejano, pero claro tañido de fragor de batalla. Alaridos, gritos de guerra, disparos y gruñidos empezaron a reverberar en toda la estancia, poniendo los pelos de punta a los Giles y a la expectativa a Anya y los nipones.
De repente, la visión y el sonido recobraron sentido de golpe, y lo primero que todos vieron y escucharon fue el gruñido de dolor sorpresivo de Andrey Zhukov al recibir el puñetazo de una salvaje Berisha en su rostro.
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Base Militar Saravanda.
Andrey se desplazó en retroceso usando elegantes pasos de movimientos marciales, mientras que Berisha atacaba con la fiereza de un gorila, dando puñetazos a diestra y siniestra, destruyendo con cada puñetazo que daba. Aprendió su sencillo patrón de movimientos, y contraatacó con un severo codazo en su rostro, seguido de un rodillazo en su vientre y por último una patada de largo alcance. Cada golpe marcial generó una onda de choque y un ensordecedor ruido.
Berisha vomitó sangre y tambaleó en el aire. Andrey desenfundó un dispositivo circular de su cintura y lo lanzó. Este se pegó al pecho de Bukuroshe, paralizándola al momento con una prisión telequinética. Se abalanzó hacia ella y extendió su brazo con el objetivo de agarrarla y teletransportarla. Sin embargo, justo cuando su mano iba a hacer contacto, Berisha creó, en la palma de una de sus prótesis, un largo objeto con forma de tresillo que estalló en su mano y la liberó del efecto paralizante.
La Cibermante desvió el manotazo de Andrey con una patada, y contraatacó propinándole un puntapié debajo de su mentón. Justo cuando le propinó la patada, creó una prótesis exoesqueletica que impulso su golpe, dotándolo de más potencia. Tan fuerte fue el golpe que Andrey quedó brevemente aturdido, la sangre manando de su nariz. Berisha aprovechó esto y creó un control remoto en su mano; apretó un botón, y alrededor de Andrey se manifestó un potente campo magnético que lo aplastó al suelo y quebró el concreto.
Andrey desapareció de la vista de Berisha. Esta última sintió un fuerte latido que le advirtió de su presencia tras ella. Velozmente estiró un brazo prostético hacia atrás, generando un escudo de fuerza que la protegió de la mano de Andrey, esta última quedando atrapada en una red de corrientes que electrocutaron su mano y lo inmovilizaron. Berisha sonrió. Salto, dio una voltereta en el aire y conectó otra patada a Andrey. Este último se cubrió con un brazo, absorbiendo el golpe con su exotraje y siendo impulsado por el hangar, chocando contra soldados, ciborgs y carros blindados.
En otro lado de la caótica galería, Elira Minoguchi desprendió una maraña de hilos Seishin con el objetivo de atrapar a Martina Park. Esta última, indefensa y viéndose sin salida, cerró los ojos. Sin embargo, no sintió los hilos envolverse y apretarse sobre su cuerpo. En cambio, oyó un sibilante repiqueteó que cortó varias veces el aire. Abrió los ojos, y descubrió la espalda de Ryouma Gensai frente de ella, este último empuñando su katana con ambas manos, su aura Seishin rodeando su cuerpo como flama blanca.
Elira entrecerró los ojos y apretó los dientes. Enzarzó sus dedos en enredaderas de hilos azules. Extendió los brazos hacia delante. Ryouma vio la oleada de hilos abalanzarse hacia él. Sus brazos se envolvieron en densas hélices de vientos densos, lo que potenció de sobremanera su velocidad de esgrima. Sus brazos se volvieron intensos borrones que formaron una muralla protectora que los hilos fueron incapaces de penetrar. Cientos y cientos de hebras cortadas cayeron a los pies de Ryouma.
Martina observó por el rabillo del ojo a un ciborg moverse de manera extraña. Entrecerró los ojos, y los ensanchó al instante al ver que el ciborg apuntaba sus brazos-rifles hacia ellos, como si estuviese siendo controlado contra su voluntad.
—¡Ryou, detrás de nosotros!
Ryouma reparó en el ciborg también, justo cuando este disparó, de dentro de su pecho, una enorme red hecha de electricidad. Fue incapaz de girarse para cortar la red, puesto que aún seguía concentrado en cortar los filosos hilos Seishin de Elira. Martina cerró los ojos y se abrazó a la cintura de Ryouma.
Santino Flores apareció cayendo del cielo frente a los dos adolescentes. Apretó los puños a la altura de su rostro enmascarado, y separó los brazos de lado a lado. La fuera telequinética partió en cientos de pedazos la red eléctrica, y se esparció hasta alcanzar al ciborg, este último sufriendo el huracán de fuerzas invisibles que lo hicieron añicos, convirtiéndolo en una bola de hierro informe que cayó al piso. Martina abrió los ojos, y estos brillaron de la alegría de ver el mítico sombrero y máscara de Santino.
La oleada de hilos Seishin se detuvo repentinamente. Ryouma fulminó a Elira con la mirada, y justo cuando estuvo a punto de lanzar un tajo de viento, sus brazos no reaccionaron. Miró con pavor los hilos Seishin envolverse alrededor de sus brazos. ¡¿Cuándo fue que lo hizo?! ¡Él ni siquiera los sintió sino hasta ahora!
Elira asió los brazos, y los de Ryouma se alzaron hacia arriba. EL joven espadachín escuchó el crujir de sus huesos, y estuvo a punto de chillar del dolor. Santino vio esto, y despidió un jadeo de miedo y de prisa. Fugazmente se desplazó con un impulso supersónico hacia la Ushtria, y la arremetió con un golpe de manotazos en su busto, propinándole una colisión telequinética que la mandó a volar por el hangar.
Ryouma sintió la fuerza opresora de los hilos debilitarse cuando Elira se alejó. Esto le permitió romper los hilos con una sacudida. Bajó los brazos, sintiendo terribles calambres. Apretó y chirrió los dientes. Martina puso sus manos sobre sus hombros, y vio a lo lejos como Santino batallaba cuerpo a cuerpo contra Elira.
Atacó a la Ushtria con sendos puntapiés en las piernas, seguido de una patada en el aire directo a su rostro. Elira lo esquivó dando varias volteretas hacia atrás, para acto seguido asir su cabeza de lado a lado. Esto provocó que dos ciborgs, jalados por su fuerza telequinética, salieran volando hacia Santino. Enigmático Gentleman no se dejó intimidar; corrió hacia ellos y, enarbolando su brazo prostético como un sable, partió en dos los ciborgs empelando la telequinesis. Una vez los atravesó, se abalanzó hacia Elira... y justo cayó en su trampa de redes Seishin que se enrollaron por todo su cuerpo.
Elira izó un brazo, y en el proceso alzó a Santino por el aire con su psicoquinesis. Describió un dibujo en el aire con un dedo, y los hilos Seishin imitaron sus movimientos. Los brazos de Santino se estiraron de lado a lado, y fueron jalados con fuerza. Otras trenzas de hilos Seishin se presionaron con fuerza en muchas partes de su cuerpo, jironeando su ropa, arañando su exotraje, y alcanzando su piel.
Santino gruñó del dolor. Clavó la mirada en uno de los rumiantes ciborgs. Las manchas de su máscara se movieron, y el hackeo instantáneo y a larga distancia surtió. El robot disparó una red eléctrica de su pecho, atrapando a una sorprendida Elira bajo sus entramados. La electrocución de más de cinco mil voltios a duras penas el hizo algo, y la Ushtria, entre gruñidos molestos, se quitó de encima la red con un empujón telequinético, para acto seguido convertir al ciborg en una bola de metal.
Enigmático Gentleman se desligó de los hilos Seishin y se impulsó a velocidad supersónica hacia Elira. Esta última reaccionó a tiempo y atrapó su puño con una mano, para acto seguido envolver su brazo con redes Seishin y dislocarselo. Santino no gritó, ni siquiera pareció inmutarse. De repente, el brazo torcido se movió por su cuenta, emitiendo chirridos metálicos mientras daba un rodeo y golpeaba a Elira en la mejilla. El brazo prostético se despegó del hombro de Santino, y este aprovechó para barrer el suelo con una patada, separando las piernas de Elira del suelo, y por último la remató con un puñetazo directo en su vientre. Elira absorbió el golpe, escupió saliva y sangre, y rebotó numerosas veces por el suelo. Santino agarró su brazo prostético y se lo pegó de nuevo al hombro.
Del otro extremo del hangar, coches y tanques volaban por los aires, algunos cayendo describiendo parábolas o líneas rectas como si estuviesen rebotado de un trampolín. Bukuroshe Berisha derrapaba a toda velocidad, describiendo caminos serpentinos que la alejaban de las zonas de impacto. Esquivaba ágilmente como una patinadora experta, a veces empleado los guantes psionicos de sus prótesis para destruir aquellos vehículos que no podía eludir del todo, o también para evitar que los vehículos cayeran sobre los soldados albanos y los aplastaran.
Observó con saña a Andrey Zhukov en el aire, haciendo aparecer a cada lado suyo dos tanques que después hizo teletransportar encima suyo. Berisha actuó deprisa, mandando a volar los dos tanques hacia arriba antes de que la aplastara a ella y a un grupo de solados. Los vehículos atravesaron el techo del hangar, y fueron despedazados en miles de piezas al emplear sus guantes psionicos.
<<¡¿Quieres jugar al juego cuántico, ah?!>> Pensó Berisha, furiosa. Dio un salto y una voltereta hacia atrás, y en el proceso creó un martillo eléctrico que asió con furia. <<¡Pues a esas VAMOS!>>
Dio un salto hacia arriba justo cuando un tanque estaba a punto de colisionar con ella. Su cuerpo se convirtió en un fotograma de dos dimensiones, y se partió cual espejo justo cuando el tanque le cayó encima.
Berisha apareció teletransportada justo detrás de Andrey. Esgrimió el martillo hacia atrás, y lo arrojó hacia su cabeza. Andrey desapareció, dejando a su rastro una onda de choque azulina. El martillo golpeó el aire. Andrey reapareció al instante detrás suyo. Berisha hizo desaparecer el martillo, y su cuerpo se convirtió en un fotograma cristalino justo cuando la mano de Andrey se posó sobre su cabeza. El espejo se partió en cien pedazos, y Berisha reapareció encima suyo, enarbolando una escopeta eléctrica que disparó al instante.
Lo que comenzó como una fugacidad de teletransportaciones, se convirtió en una acelerada competencia de apariciones y reapariciones instantáneas a lo largo y ancho del hangar. Los soldados albanos observaron una enérgica sucesión de explosiones de ondas azulinas y lluvias de cristales invisibles repartirse por todos lados, creando un caótico ambiente de zumbidos y chirridos cristalinos que ensordecieron a más de un miliciano y confundieron los sensores de movimiento de los droides por la increíble velocidad de teletransporte de ambos contrincantes, quienes no paraban de esquivar los ataques del otro en cada movimiento instantáneo. Llegó a tal punto que el espacio cerrado de la galería se convirtió en un firmamento de estrellas celestes y estelas blanquecinas que nublaron la vista de los soldados.
La vigorosa competición de teletransporte con Andrey Zhukov conectándole un poderosísimo rodillazo a Berisha en el vientre. La Ushtria vomitó sangre, y después quedó paralizada, con la boca abierta y los ojos ensanchados, cuando Andrey le pegó en el pecho la sortija psionica. Acto seguido, Andrey agarró de los cabellos a Berisha, y ambos se teletransportaron en un abrir y cerrar de ojos al suelo, reapareciendo Andrey con el brazo estirado hacia abajo, estampando brutalmente la cabeza de Bukuroshe contra el piso.
—¡PUFF, NENA! ¡Eso sí que fue intenso! —exclamó Andrey entre risas. Chasqueó los dientes de forma rítmica— Pero hasta aquí llegaste. Hora de irte para el otro barrio...
Puso su mano sobre la espalda de Berisha. Sus ojos se encendieron. Estuvo a punto de telentransportarla...
Cuando justo sintió un corrientazo eléctrico ponerle los vellos de punta, interrumpiéndolo en el acto.
Rápidamente apartó su mano de Berisha y se teletransportó el mismo lejos de ella. Justo al mismo tiempo, una fugaz línea dorada surcó todo el hangar, pasando por encima de Bukuroshe y deteniéndose en el otro extremo. La centella amarilla que describió aquella relampagueante línea geométrica fulguró, y de un estallido de luz se convirtió en Elseid Frasheri con su sable enarbolado hacia delante.
Andrey reapareció lejos de la trayectoria descrita por la línea, ahora desaparecida. Un segundo después, una profunda abolladura se abrió en el vientre de su traje, sorprendiéndolo. Apretó los dientes, soportando el dolor repentino que apareció luego de que se desvaneciera su adrenalina. Fijó la mirada en Elseid, este último apuntándolo con el filo de su sable rojo.
<<¡¿Cómo se libró del PSAR Psionico?!>> Pensó Andrey. <<¡¿Y cómo llegó tan rápido?! ¡No tiene un Anillo Quantumlape>>
Observó, por el rabillo del ojo, la silueta de altas sombras cerniéndose detrás suyo. Ensanchó los ojos. Velozmente se teletransportó justo antes de que Blerian lo arremetiera con una estocada ascendente de su sable, el cual terminó estampándose en el suelo, amedrentando el concreto.
Reapareció en el otro extremo del hangar, justo donde se llevaba a cabo la encarnizada lucha entre Santino y Elira. Andrey vio como esta última enrollaba sus hilos Seishin entre ambos brazos del primero, para después hacerlo darse media vuelta y propinarle un manotazo en su espalda, lo que le quebró varias costillas y dañó severamente su exotraje. Santino gruñó entre dientes. Con los brazos aún enredados por los hilos Seishin, dio una voltereta hacia delante, propinándole una patada en el mentón a Elira, haciendo que esta trastabillara levemente.
Santino se propulsó hacia donde se hallaban Ryouma y Martina. El primero le cortó los hilos Seishin con su espada. Una vez tuvo los brazos libres, se llevó las manos al lateral de sus costillas rotas. Una onda de choque azulina estalló al lado de ellos, y Andrey hizo acto de presencia.
—¡Hay que irnos! ¡YA, YA, YA! —tronó Santino.
—¡Agárrense, pues! —exclamó Andrey, poniendo un brazo sobre los hombros de Santino y otro sobre los de Martina y Ryouma.
Blerian entrecerró los ojos al verlos a lo lejos. A su lado, Elseid ayudaba a Berisha a ponerse de pie.
—¡Ni lo pienses!
Blandió su sable de lado a lado, las sombras discordantes rodeando su cuerpo cuales tentáculos negros. Un círculo negro apareció chapoteando bajo sus pies. Las sombras produjeron un quejido monstruoso, y Blerian se propulsó a una abismal velocidad hacia el grupo, extendiendo al tiempo el brazo donde blandía su arma en una mortal estocada.
Santino fue el único que logró avistarlo; Andrey estaba concentrado en su teletransporte. Vio con horro como la estocada de la espada del Ushtria iba directo hacia Andrey. Rápidamente se quitó de su posición y, de un empujón de hombro, apartó a Andrey del camino, interrumpiéndolo en su teletransportación. Esto provocó también que Martina y Ryouma fueran jalados con él, alejándolos de Santino.
Se escuchó un traquido de carne, seguido de un crujir de huesos. Martina y Ryouma lo escucharon al tiempo que caían con estrepito al suelo. Se reincorporaron y voltearon hacia el origen del sonido. El aire frío entró succionado por la boca de Martina en un gemido sofocado. Ryouma se quedó boquiabierto, igual de pavoroso que ella. Andrey Zhukov quedó con la misma sombría expresión al ponerse de pie.
Y todos los Giles de la Gauchada que observaban el evento a través de sus ojos se sumieron en un profundo y agarrotado silencio incrédulo.
La espada de Blerian atravesó el pecho de Santino, justo debajo de su corazón.
En el Gran Palacio, la algarada escandalosa se suscitó con la sorpresa de mil espíritus rotos.
—¡¡¡NOOOOOOOOOOOO!!! —chilló Kenia Park.
—¡¡¡SANTINOOOOOOOOO!!! —le siguió Adoil y Ricardo.
Mateo Torres se paralizó unos segundos, atónito de ver la espada sobresalir del otro lado. Se quitó la máscara, revelando sus lagrimosos ojos en una expresión derrotada.
—¡SANTINO, NO! —aulló Martina, extendiendo un brazo hacia él.
Enigmático Gentleman agarró el brazo de Blerian y lo acercó a él. Desenfundó su pistola de plasma y la apuntó cerca de su cara. Apretó el gatillo, pero Blerian desapareció ante sus ojos en una maraña de sombras informes que terminaron absorbiendo el disparo. Con gran apuro, el pecho desangrándose, el río rojo cayendo por su torso, Santino sacó del bolso militar el guantelete cibernético, y se lo colocó.
En ese momento, los cuatro Ushtrias aparecieron alrededor suyo, cada uno enarbolando su respectiva arma. Andrey dio un paso adelante para teletransportarse hacia él, pero se detuvo al ver que Santino alzaba el brazo con el guantelete de placas plateadas a la altura de su rostro, el dedo pulgar cerca del botón rojo.
—¡ATRÁS! —rugió Santino, volviendo el brazo de lado a lado, fulminando a Berisha, Elira, Elseid y Blerian con la férrea mirada. Los cuatro Ushtrias se detuvieron, las miradas alertas— ¡O EXPLOTÓ ESTA PUTA BOMBA!
—¡Santino-San, venga! —gritó Ryouma desde lejos.
—¡NO! —respondió el alborotado Santino sin darse la vuelta— ¡Ustedes váyanse!
—¡Deja la terquedad a un lado, demonios! —berreó Martina entre sollozos— ¡Aún puedes escapar con nosotros!
—Ah... —Santino se desabotonó la camisa y se palpó la herida del pecho— Estos... hijos de puta ya han demostrado ser un enemigo formidable como para quitarles el ojo de encima, ¿no lo crees... Andrey?
El mencionado observó a los cuatro Ushtrias, escudriñándolos con la rápida mirada asertiva. Asintió con la cabeza, y se acercó con un rápido trote hacia Ryouma y Martina. Rodeó sus hombros con sus brazos.
—Santino, por favor... —lloriqueó Martina, las lágrimas cayendo de su mentón— ¡Por favor, no puedes...!
Los ojos de Andrey brillaron de azul eléctrico. Partículas fulgurantes volaron alrededor de ellos. Santino permaneció en silencio por ese brevísimo instante, y justo cuando la teletransportación finalmente se ejecutaría, exclamó con un último aliento vehemente:
—¡Nunca comprometas tus principios! ¡Ni siquiera frente al Armagedón! Dile eso a tu padre... Es... mi despedida.
Pero el anonadado Mateo Torres alcanzó a escuchar sus últimas palabras desde el Gran Palacio.
Martina lloró y forcejeó. Ryouma la agarró de los brazos para evitar que saliera del rango del teletransporte. La explosión de onda de choque se esparció por todo el hangar, y los tres desaparecieron de la vista de los Ushtria.
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14
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La onda expansiva se extendió por la sala de conferencias del Gran Palacio, sorprendiendo a todos los presentes y haciendo que se dieran la vuelta. Andrey separó sus brazos de los hombros de Martina y Ryouma.
El joven espadachín corrió hacia Hattori, y este lo rodeó entre sus brazos con un abrazo firme. Kenia corrió hacia Martina y la estrechó en un inquebrantable abrazo. Adoil, Ricardo y Mateo se acercaron a ellas, observando como ambas se quedaron abrazadas e intercambiando lágrimas de felicidad y dulces besos en las mejillas por un largo rato.
Kenia se separó de Martina con tal de que hija y padre se vieran las caras. Mateo se quedó paralizado, igual que Martina. Pero al cabo de cinco segundos, ambos reaccionaron a la vez, abalanzándose el uno sobre el otro y atrapándose en un fraternal abrazo que fue incluso más fuerte que el anterior, con Kenia.
—Oigan —exclamó Ryushin de pronto. Todos lo miraron. Este señaló con el brazo—, miren.
Todos los presentes voltearon sus miradas hacia las pantallas holográficas, incluyendo Andrey y Anya. Las pantallas estaban de nuevo encendidas, y les expuso a todos una superficie de estática. Anya miró de soslayo a Andrey, y este último le respondió con una mirada igual de confusa que la de ella. En ese momento, Adoil se puso unos dedos cerca de su oído, la mirada atenta. Su expresión cambió, volviéndose una mueca de perplejidad.
—Psifia acaba de conectarse con los implantes ópticos de Santino —dijo.
La estática de las pantallas desapareció, siendo reemplazada por la perspectiva en primera persona de Santino Flores encarando a los cuatro Ushtria Clirimtare. Todos los presentes observaron con detenida y expectante atención.
—¡NO SE ACERQUEN, DIJE! —profirió Santino, extendiendo el tembloroso brazo con el dedo cerca del botón como si fuera una pistola.
—¡NADIE SE MUEVA! —gritó Elira, los brazos estirados hacia ambos lados.
Nutridos pelotones de soldados albanos, ciborgs y droides voladores rodearon a Santino Flores por tierra y aire, convirtiendo al Gil en el centro de atención. Todos los fusiles, subfusiles, pistolas, escopetas y ametralladoras apuntaban hacia su encogida, pero agachapada silueta. La sangre de la herida ya recorrió sus piernas, y ensuciaban el suelo en pequeños y grandes manchones rojos. Pero, a pesar de la herida sangrante, y de su postura encogida, Engimatico Gentleman defendía su zona dando constantes giros y amenazando con oprimir el botón rojo.
Ningún Ushtria se movió de la línea imaginaria que los distanciaba de Santino. Berisha entrecerró los ojos, y sus pupilas cambiaron de forma. Trató de hackear los nodos electro-digitales que conectaban el guantelete con la bomba. Sin embargo, nada más empezó a configurar los cortafuegos y a decodificar las contraseñas de interconexión, fue interrumpida por la repentina embestida de un bloqueo digital, perpetuado por Psifia. Filas de signos con forma X aparecieron ante sus ojos, y una descarga eléctrica la empujó, haciéndola trastabillar. Elseid la tomó de los hombros y la equilibró.
—¡NI SE TE OCURRA VOLVER A HACER ESO! ¡¿OÍSTE, ENANA!? —vociferó Santino de forma alocada, apuntando el tembloroso guantelete hacia ella.
Las tablas fueron colocadas sobre la mesa. La suerte fue echada. Esto Santino lo sabía a la perfección, y por eso defendía con uñas y dientes su posición. Su escandalizado teatro dejó impresionado tanto a Ushtrias como a Giles por igual. En el Gran Palacio, estos últimos observaban en petreo silencio, los corazones henchidos de la adrenalina, del pavor del interés acelerado por saber lo que iba a suceder. ¿Apretará el botón y se los llevará a todos consigo? ¿O será capturado? Era difícil de saber incluso para los estándares matemáticos de Andrey, Adoil y Ricardo.
Por otro lado, ni Elira ni ningún otro Ushtria conseguía comprender del todo qué era lo que el anciano buscaba con esto. ¿Por qué no apretaba el botón? ¿Por qué formaba todo este innecesario show en el que dejaba resquicios claramente abiertos y vulnerables? Prácticamente no le debían quedar fuerzas ya, sobre todo por esa evidente herida de su bajo pecho que se desangraba y desangraba. No parecía tampoco que su aliado ruso fuera a aparecer para salvarlo in extremis; de por sí él lo motivó a que lo dejara a su suerte.
El tiempo se ralentizó. Todo el mundo se paralizó, soldados, ciborgs y droides voladores. El ojo del huracán era Enigmático Gentleman en estos momentos. La perspectiva de Santino empezó a volverse borrosa y distorsionada. La sangre manó de sus labiosos. Entre sofocos animalescos, se quitó el sombrero, y después la máscara, revelando su cabello canoso y su rugoso rostro lleno de invisibles cicatrices. En ningún momento bajo el brazo con el botón rojo.
—¿Qué sucede? —farfulló— ¿No me van a matar a tiros, ah? —se dio la vuelta, y otra vez, y otra vez, fulminando a todo el ejército con la mirada desquiciada. Ninguno reaccionó, ni siquiera los Ushtria— ¡¿AH?!
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|◁ II ▷|
Tosió de repente, salpicándose la boca con sangre y escupiendo al suelo. Se palpó la herida del pecho. Se miró la sangre en la yema de sus dedos. Una fugaz visión convirtió su anciana mano en una juvenil, su uniforme de vigilante en un uniforme militar, su cabello canoso a negro, y su rostro en el joven Santino Flores que regresó de las Guerras Malvinas. Un mareo etéreo le hizo alzar la mirada, y todos los soldados albanos que tenían muecas aterrorizadas se transformaron en sus compañeros de guerra.
Aquella visión onírica le hizo ser consciente de que era un agente del caos. L o distrajo también de la lentitud de sus latidos, poco a poco apagándose. Las energías amainaron, y los calambres revolvieron todo su cuerpo sin parar. Aún con todo se mantuvo en pie, firme y vehemente, como si fuera el último guerrero de su estirpe.
Blerian y Elseid dieron un paso adelante. Elira los detuvo interponiendo paredes telequinéticas frente de ellos. Ambos protestaron, pero Elira negó con la cabeza, la mirada trémula y llena de tragedia, fija en Santino. Blerian, Elseid y Berisha interpretaron su mirada. No había punto en arremeter, pues ni siquiera debía tener energías para apretar el botón.
De pronto, Santino levantó el brazo por encima de su cabeza. Todo el mundo contuvo el aliento, los Giles incluidos. Pensaron que iba a apretar el botón... Pero, en cambio, hizo algo que ninguno vio venir.
Se quitó el guantelete y sonrió, victorioso, los ojos mirando hacia el cielo plomizo.
<<Te equivocas, Martina>> Pensó Santino. <<Mi muerte es mi única forma de ganar>>.
Los Ushtrias se quedaron helados y taciturnos. Santino bajó el brazo, miró el guantelete primero, y después hacia los Ushtria. Y empleando sus últimos alientos, carraspeó:
—No voy a hacer lo mismo que hacen ustedes. No voy... a cometer terrorismo... para marcar un punto... —negó con la cabeza— No tengo ni siquiera un punto que demostrar —señaló el cielo con un dedo—, pues... ese punto se acaba de ir.
Los Ushtrias no respondieron. Entre los cuatro, Elira fue quien se lo quedó viendo con un mutismo sin aliento ni palabras, pues su impresión y su solemnidad hacia él se acrecentó tanto que su mente quedó en blanco.
Santino bajó la cabeza. Dedicó una última mirada al guantelete, su última y más grande creación en esta segunda vida. Palpó sus placas con sus dedos, manchándola de sangre, dejando así su propia maraca en ella. Su firma. Sonrió, satisfecho de haber hecho las cosas bien hasta el final... Y haciendo un acto que Masayoshi Budo y Silver Sentinel recordarían con bondad.
Levantó la cabeza y fulminó una última vez a los Ushtrias con la férrea mirada.
—Ojalá y todos se vayan... al infierno... —sonrió con camaradería— Yo seré el primero en ir allá.
El último latido fue palpitado. La vida se desvaneció de sus ojos. Su cuerpo se tambaleó de lado a lado, y con un estrepito, cayó de espaldas. El guantelete cayó junto con él, rebotando y tintineando hasta silenciarse. Todo el hangar se sumió en un anárquico silencio. Las armas fueron bajadas, y hubo intercambios de miradas confusas.
Elira Minoguchi caminó hasta el cuerpo. Se acuclilló, y lo miró a los ojos. La sonrisa no se desvaneció. La Ushtria apretó un puño y sintió envidia por él.
La envidia de haberse ido de este otro mundo cumpliendo su prometido.
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