Capítulo 23: Rehén.
┏━°⌜ 赤い糸 ⌟°━┓
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|◁ II ▷|
Asgard, Capital Real
El poderoso sol resplandecía en el cénit del siempre cielo azul, virgen de toda corrupción demoniaca del Estigma. Acompañado los seguían rayos dorados del Yggdrasil y sus gigantescas y tenues hojas marchitas, que caían y se desvanecían en el aire. La metrópolis divina, Asgard, aparentaba una tranquilidad perpetua, pero en realidad fundía dentro de sus calles, sus foros y sus palacios bruñidos de oro la excitante emoción de dioses de muchos panteones por la tan próxima siguiente ronda del Torneo del Ragnarök.
Pero los únicos que se mantenían inalterables como monjes ante los preámbulos de la siguiente ronda era la Enneada. El Panteón de Dioses Egipcios, a quienes reiteradas veces se les anunció la participación del Dios de la Guerra, Seth, en esta segunda ronda... no parecían mostrar el mínimo ápice de agitación por esta lucha anunciada, con la excepción de algunos dioses menores y sirvientes Bes (enanos leoninos),
Esa despreocupación tan anormal mantuvo consternada a Brunhilde Freyadóttir durante el mes y medio consiguiente tras enviar a la hermana Thrud a ayudar a Masayoshi Budo a superar todas las adversidades por las que pasaba en las Provincias Unidas... Mismas tierras del Valhalla que, por intuición nula pero igualmente valida, sospechaba que el Supremo Egipcio había agarrado un interés secreto.
Aquellas sospechas fueron reforzadas al discernir, y después confirmar, la total ausencia del Dios Seth en los Palacios de Neferatón, donde los Dioses Egipcios se alojaban en su remodelada residencia de la Capital Real.
El hecho fue ratificado por una de sus Valquirias Reales de confianza, Eir, y fue reconfirmado por su hermana de sangre, Geir, quien le notificó de una particularidad que volvía aún más extraño este suceso. Los Dioses Egipcios no ocultaban el hecho de que Seth, su campeón para la segunda ronda, no se encontraba residiendo en Asgard. De hecho, ni trataban de aparentarlo; era conocimiento público. No obstante, cuando trataban de hallar respuestas, estos se negaban a dar alguna explicación de dónde se hallaba o si se había ido bajo ordenes de Atón o bajo su propia volición. Esto hacía asociar la desaparición de Seth, a interpretación de Brunhilde y sus valquirias, como una negligencia del Supremo Egipcio. Esto también despertó un fervor de ella por comenzar la odisea de saber que estaba tramando el Canciller de Kemet, y servidor fiel del Sol Único.
El faetón ascendía por carreteras bastante empinada. Sus ruedas doradas y la madera del armazón repiqueteaban en el proceso. Tan oblicua era la empinada o que daba la impresión de estar conduciendo en la superficie de una pared. A Geir le había dado vértigos viajar por estas calles, y le producía miedo si quiera anadear por la vereda a pie. Pero eso fue en los primeros días de haber visitado este barrio de Asgard. Ahora, solo le causaba breves respingones con cada sacudida.
—Hilde-Onee-Sama...
—¿Mmm? —Brunhilde, sentada a su lado, la miró de soslayo con la mejilla apoyada en su mano.
—¿No es obvio que Seth estaría en las Provincias Unidas?
La pregunta azotó de improvisto a Brunhilde. Se quedó en silencio reflexivo por un largo rato.
—Para mí es obvio —dijo Geir, volteándose para verla fijamente—. Desde que no exista una cláusula que prohíba el asesinato o muerte natural de los peleadores antes del Torneo, hasta el historial que tiene Seth que lo hace tan, pero tan distinto a Huitzilopochtli como Dios de la Guerra... —una sombra se cernió sobre su rostro— Yo creo que Atón lo debió de enviar a las Provincias Unidas para matar a Masayoshi. A él y a Thrud. Que lo haga pasar como que murieron por la guerra que está pasando allá, y... Y así, obtener la victoria de facto.
—Es por eso que vamos a ir hasta su hogar —berreó Brunhilde, la voz y mirada decisivas—. Para sonsacárselo. Nos dio el permiso de ir a Neferatón como invitadas.
—Perdemos el tiempo —Geir negó con la cabeza y miró por la ventana—. Deberíamos de comunicárselo a Thrud desde ya.
—Incluso si es así, no creo que sea solo para matar a nuestro Legendarium, Geir —Brunhilde posó una mano sobre el hombro de su hermana. La Princesa Valquiria la miró de reojo—. Atón no es como Omecíhuatl. Él no manda a su perro a matar a gente solo porque le divierte la muerte o porque alguien la irritó. Si él hace lo que hace, es por un motivo ulterior.
—¿Crees que Atón tendría más motivos ulteriores que el concederles una victoria fácil a los arrogantes dioses, Onee-Sama?
—Lo creo, Geir —Brunhilde se acomodó en su puesto y volvió la cabeza hacia la ventana—. Este torneo, y esta guerra, ya no es únicamente por determinar el destino de la humanidad. Se está volviendo en algo más.
El faetón alcanzó la cima del camino, para después empezar un lento, pero no tan empinado descenso. A lo lejos, la Reina Valquiria logró divisar su destino: varios amplísimos edificios rectangulares, de fachadas de orondas columnas lotiformes y papiriformes, de color bronce y con fustes coloridos; frontones en las que se posaban esfinges de resplandecientes ojos verdes, bulevares de palmeras y follajes de estilo mediterráneo, y altísimos obeliscos que se alzaban hasta alcanzar las nubes.
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Las hermanas valquirias recibieron una decorosa bienvenida, el suficientemente monárquico como para confortarlas en el opresor ambiente de realeza egipcia que sintieron nada más poner un pie en el zaguán. Las sirvientas Anjenbast (mujeres gato de la estirpe de la Diosa Bastet) las guiaron por el complejo interino de la residencia, llevándolas por anchas galerías atestadas de estatuas de Dioses Egipcios fieles a Atón (todas bruñidas en oro tan brillante como el Oricalco), amplios pasillos con pilares coloridos y murales con dibujos de representaciones mitológicas, y plazas con oasis en las que se duchaban dioses y diosas por igual.
En todo el camino, Geir Freyadóttir se sintió como un ratón infiltrándose en un lugar donde no debería estar. Se sintió como una prisionera, siendo vigilada en todo momento por las prejuiciosas miradas de las deidades egipcias, incluso si avanzaban por lugares del palacio donde no hubiese más que concreto y oro laminado. La paradoja del hedonismo de ver a los dioses y las diosas bañarse en los oasis, con el estoicismo de otros tantos dioses menores que paseaban por los palacios realizando labores de burocracia, la dejó consternada y con la curiosidad de saber en qué estado se encontrarían con el Supremo Atón.
Y lo hallaron. Pisando suelo adoquinado del rectangular balcón más alto del Neferatón (tan amplio que medía una hectárea de diámetro), las hermanas valquirias descubrieron al Supremo Egipcio de pie frente al balaustre, y dándoles la espalda. Las Anjenbast se repartieron alrededor de una pequeña mesa circular, sirviendo vino dentro de copas doradas ornamentadas con joyas incrustadas, y después organizando un tablero azul de treinta cuadriculas y diez peones, todos hechos de lapislázuli.
El elegante atuendo blanco del Supremo Egipcio resplandeció, reflejando la luz del sol contra las hermanas, cegándolas brevemente. Se dio la vuelta, y las encaró con la mirada anaranjada de irises en espiral. Caminó hasta el extremo superior de la mesa y apartó la silla. Las Anjenbast de piel ónice se quedaron petrificadas nada más se movió.
Atón fulminó a la Reina Valquiria con la mirada, ignorando por completo a Geir, y dijo:
La Reina Valquiria se sentó en el otro extremo de la mesa, mientras que Geir se sentó en el centro del mueble. Las Anjenbast, dóciles, abrieron las sillas para acomodarlas en los asientos. A Brunhilde le pareció curioso que las sirvientas gatas no tuvieran el mismo decoro con Atón.
Tan corta era la mesa que Brunhilde y Atón apenas lo separaba metro y medio de distancia de mantel blanco, donde en su centro reposaba el tablero de azul lapislázuli. Geir, estando en el medio, se sintió acomplejadamente pequeña ante el silencioso preámbulo de miradas entre ambos gobernantes. Tanto era así que su figura se encogió, se ruborizó, y puso sus ojos en blanco de la vergüenza.
Al ver como no bebía de su copa, Atón la exhortó tomando él de la suya al tiempo que le dedicaba una severa mirada. Brunhilde comprendió al instante el mensaje, y con una distinguida mano cogió su copa y bebió un breve sorbo.
—¿Eres familiar con el Senet, Nómide Brunhilde? —dijo Atón, la voz cordial al emplear el honorifico. Agarró cinco de las diez fichas, estas teniendo forma cónica.
—Aún recuerdo sus reglas básicas —respondió Brunhilde, agarrando las otras cinco peonzas, estas con forma cilíndrica.
—Entonces juguemos una partida antes de abrir nuestra charla.
En una premisa sencilla, el Senet consistía en sacar todas tus peonzas antes que el adversario, y en el proceso bloquear o atacar los avances de sus fichas. Para determinar el movimiento de sus peones, en vez de utilizar dados, se empleaba una tablilla de oro con motivos solares en la cual arrojaban palillos de obsidiana con dos caras talladas; dependiendo cuántas caían de un lado determinado (si la oscura o la pálida), se movían las fichas de forma lineal a través de los treinta cuadriláteros que consistía el tablero.
Durante media hora, jugaron en total silencio. Geir los observaba cual réferi: veía las fichas de su hermana ser bloqueadas por la de Atón, para después ella contraatacar colocándose justo sobre el cuadro donde se hallaba él, devolviendo su ficha hasta casi el inicio del tablero. Para la Princesa Valquiria, se daba la impresión de estar teniendo una intensa batalla, pues con cada bloqueo y ataque que se daban, leves expresiones se describían en los rostros de los silenciosos contrincantes; arrugas en la frente de Atón, fruncimientos de labios de Brunhilde.
Hasta que el taciturno ambiente se vio invadido por la pregunta disruptiva de la Reina Valquiria:
—¿Dónde está?
Atón ya había arrojado los palillos; su turno eran tres movimientos. Pero no movió de inmediato las fichas. Se quedó viendo fijamente el tablero, las manos sobre el mentón. Al cabo de varios segundos, movió su peonza.
—Atón —gruñó Brunhilde, taimando su tono mientras sacaba su turno—, ¿dónde está Seth?
De nuevo, sin respuesta. Brunhilde volvió a sacar turno luego de que los palillos le dieran la cifra cuatro, y con esta nueva jugada, consiguió sacar una ficha. Atón entrecerró los ojos. De repente, masculló:
—Ese crimen que cometieron... Tú y tus peones... —alzó levemente la mirada fulminante— Quedará marcado para siempre en la historia de los Nueve Reinos.
—No sé de qué me hablas —dijo Brunhilde.
—Quedará marcado... —Atón abrió de par en par los ojos. De repente, un extraño poder pesó sobre los hombros de Brunhilde, y de pronto, su cuerpo comenzó a sudar profusamente— Como la fehaciente prueba del garrafal error de Odín Borson en permitir la existencia perpetua de estirpe de semidiosas tan insidiosas como la vuestra.
Brunhilde apretó los labios y soportó el sudor excesivo (el cual afortunadamente no golpeó a Geir) Sabía bien a que se refería Atón con su crimen, pero no le iba a dar el gusto de reconocerlo por su propia boca.
—No soy la única en esta mesa que cometió crímenes y errores garrafales que quedaron marcados en la historia, ¿sabes?
Atón sonrió por todo lo bajo. La miró fija a los ojos. Brunhilde hizo lo mismo, desafiante.
—"Legendarium", como el nombre de tus Einhenjers, ¿ah? —Atón chasqueó la lengua tres veces— ¿Y cómo tú y tu madre pudieron seguir existiendo como raza incluso después de perder el beneplácito de Odín? Eso ni hasta el difunto Thot me lo podría responder.
—Mismo pregunto yo acá. ¿Cómo un Usurpador como tú ha podido seguir conservando su puesto después de dos milenios?
—Con oro y hierro —en el instante en que Atón jugó, su ficha avanzó cuatro casillas, atacando a una de Brunhilde y devolviéndola al inicio del tablero—. Oro brillante para los fieles, hierro plomizo para los infieles. Además, están mejor conmigo que con lo que nunca tuvieron con Ra.
—Sobre todo Seth, ¿a que sí? Sin más injurias por parte de Horus, sin más castigos por parte de Isis u Osiris... —Brunhilde se relamió los labios y se pasó una mano por la frente perlada— Sip. Tres milenios desde la creación de un país de desquiciados.
<<Sigue injuriándolo así, Onee-Sama, y te convertirás en helado de vainilla>> Pensó Geir, el ceño fruncido encogida de hombros, haciendo como que no estaba en presencia de ellos. Notó como el sudor se incrementaba en la piel blanca de Brunhilde.
—Luego que cometiste el regicidio a Omecihuatl, muchas cosas cambiaron bajo tus narices, Nómide Brunhilde —Atón jugó sus fichas, moviendo la que estaba más adelantada hasta sacarla del tablero—. Muchas fichas del tablero del Ragnarök se han movido sin tú notarlo. Alejándonos un poco de los Juicios de Aztlán, tú, y tus peones, nos hicieron un inmenso favor a nosotros en reevaluar las clausulas del Torneo del Ragnarök.
—Se nota —Brunhilde afirmó la cabeza, irónica—. Tan solo miremos la inexistente regla de no matar a los participantes antes de su respectiva ronda.
—Esto va más allá de un simple acuerdo tácito "noble" entre "guerreros" —Atón volvió a sacar otra ficha tras su jugada. Le quedaban dos. Brunhilde ya estaba sofocada, tanto del calor como de lo adelantado que el Egipcio estaba de ella—. Claro, como estabas demasiado ocupada salvando el criterio de tus peones en los juicios, entonces no sabes absolutamente nada de estas reglas. Todavía. ¿Quieres que te diga de qué se tratan, Brunhilde?
Levantó la cabeza y la cortó a la mitad con la férrea mirada anaranjada. Entre el sudor y la diferencia entre fichas, Brunhilde se empezaba a sentir acorralada. Frunció el ceño, y movió una de sus peonzas, acercándola a la salida.
—Tomaré eso como un sí —dijo Atón—. Recientemente hemos tenido una reunión, todos los Supremos y sus dioses mayores, con el Supremo de Supremos, Odín. En esa reunión, pusimos todos nuestras firmas y sellos para la adición de nuevas reglas en el Torneo del Ragnarök. Una de esas describe la total adquisición de terrenos de tu país, Valhalla, bajo el dominio del Panteón al que pertenezca la deidad que haya ganado su ronda en el Ragnarök. En otras palabras, repartirnos las ganancias y evitar que nos hagas lo mismo que hiciste al Reino de Aztlán.
—Una mierda —espetó Brunhilde con furia súbita—. Ustedes no se atreven a ese nivel de arrogancia, a pesar de sus voluntades. No lo hicieron en el pasado por los Tratados de Maat, no lo harán en el presente.
—Maat ya no existe en mi Panteón, Brunhilde. Y su justicia. Además, recuerdo bien tus palabras en la Conferencia de Urd —Atón redujo su voz para pronunciar con rugidos potentes— "haré llover una tormenta de mierda sobre ustedes, sus familias y todos sus panteones como nunca antes habrán visto". Eso dijiste, ¿recuerdas? ¿O tampoco no lo quieres recordar?
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Brunhilde sintió un vahído de resquemor. El corazón se le trepó hasta la garganta. Aguantó la respiración, el sudor mojándole el vestido blanco. Geir también empezaba a sentir el sudor humedecer su uniforme negro, incluso sin que el hechizo invisible de Atón fuese dirigido hacia ella. Un sudor que no hizo más que empeorar al ver como Atón acercaba lentamente la última ficha que le quedaba a la salida.
—El "Tratado de Régulo", se llama —prosiguió el Supremo Egipcio—. Puedes enviar a tus espías valquirias para confirmarlo. Es público en Roma Invicta, donde se llevó a cabo la reunión. Tu mundo será cortado como un pastel, Brunhilde. Nos pertenece, incluso sin aún haber ganado nuestras respectivas rondas —dio un manotazo sobre la mesa. Geir dio un saltito del miedo—. Con cada victoria en el Torneo, tenemos el derecho de deponer cualquier gobierno humano creado por ti, para reemplazarlo por nuestros sátrapas. Esta no será más que otra forma de extinguir lentamente a la raza humana, Nómide Brunhilde.
La Reina Valquiria acalló, sintiéndose profundamente derrotada por su ignorancia y negligencia. Apretó las manos sobre el regazo, la impotencia hirviéndole la sangre. De esa misma impotencia se quiso tragar la lengua, y deseó que la tierra se lo tragase por tal craso error. Miró fijamente el tablero. Tres fichas suyas, contra una suya. Iba a dejarse llevar por la derrota, hasta que...
—Pero si ganamos, entonces nos quedaremos con lo que nos pertenece, ¿o no?
La voz de Geir fue un rayo de esperanza para Brunhilde. Se limpió el sudor agitando la cabeza y miró a su hermana, de férrea mirada esmeralda fija y desafiante contra la de Atón, este último con la cara perpleja de que la enana tuviera valor de hablar.
—Lo siento, señor —dijo Geir—, pero incluso en sus arrogancias, Odín aún sigue teniendo su pizca de dignidad como deidad regente. Si nosotros ganamos, entonces nuestros países humanos seguirán existiendo. La humanidad... seguirá existiendo.
En ese momento, Brunhilde jugó su ronda. Atacó la ficha de Atón, devolviéndola al inicio del tablero. Jugó de nuevo al sacar un cuatro, y con esto sacó una ficha y adelantó otra hasta dejarla a dos cuadros de la salida. Atón arrugó la frente, y las fulminó a ambas con la mirada.
—Esta longeva guerra terminará diezmándolas. La guerra que asola el país de las Provincias de tu debilucho Legendarium lo diezmará. Seth lo matará, y tendrán dos derrotas a tu haber.
Y con eso último que dijo, Brunhilde obtuvo su respuesta.
Los siguientes dos minutos de partida fueron los más intensos. Geir aguantó la respiración al ver la ficha de Atón avanzar y mandar a una de las de Brunhilde al inicio. Su hermana aprovechó para sacar la ficha que estaba cerca de la salida. Las dos fichas que quedaron lucharon en una carrera por ver quién salía primero. Se mataron, bloquearon y cayeron en trampas, hasta que justo cuando Atón estuvo a dos cuadros de sacar su peonza... Las varillas de obsidiana le dieron los avances necesarios para Brunhilde sacar su peón del tablero.
Se hizo el silencio prolongado. Atón apretó los labios. Miró a Brunhilde con odio. Esta hizo lo mismo, ofreciéndole una férrea mirada determinada.
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|◁ II ▷|
Govina, capital de la Raion Bosnia
El viaje a Albania iba a ser longevo por culpa de los conflictos armados de las fronteras de todas las Raions.
Las estaciones Quantumlape, e incluso la intercomunicación cuántica de los Anillos, fueron interrumpidos y sellados hasta nuevo aviso por los conflictos armados de las fronteras y la escalada belic. Tampoco existía la posibilidad del transporte aéreo público. Ni siquiera el clandestino; si alguien robase alguna avioneta o helicóptero, sería interceptado por la artillería y los drones automáticos de los ejércitos combatientes. El medio de transporte se volvía, pues, los vehículos terrestres convencionales.
Por ende, nada más llegar a Govina, Santino y Ryouma robaron un vehículo todoterreno de un grupo de pandilleros de poca monta y emprendieron el recorrido hacia Serbia a través de la Región de Pars.
El joven espadachín miraba por la ventana, somnoliento, cerrando por momentos los ojos al recibir el viento contra la cara y estando a punto de dormirse. Veía los montículos transformarse lentamente en extensas llanuras de pasto o yermos sin vida, más allá de árboles sin hojas o pedazos de pizarras de arbusto aquí y allá, abandonados, aislados unos de otros como islas. Ver esos montículos de tierra puestos en un terreno tan desolado le recordó a las islas que componían los archipiélagos norteños de Kiyozumi-Dera.
Viajaron terreno profundo de la Región de Pars. El vehículo trazó caminos a través de las llanuras planas, de las extensas regiones de cultivos, a veces incluso vadeando hectáreas que pertenecían a terratenientes afincados en aquellas regiones tan solitarias. En todo este recorrido, ni Santino y ni Ryouma entablaron conversación. A pesar de los intentos de este último de abrir una charla matar el tiempo y para no morirse del aburrimiento, Santino se limitaba a responder con gruñidos o miradas secas. Las más de las veces lo ignoraba. Esto, en vez de hacerle cebar un desagrado hacia él, le hizo desarrollar una apología a su persona. En cierta forma, le recordaba incluso a alguien de Kiyozumi-Dera. Un navegante, occidental, taciturno y cizañoso como él.
<<Quizás hasta tenga hechos oscuros que no quiera contar>> Pensó, dedicándole una simpática mirada de soslayo. Esa idea no hizo más que generarle curiosidad hacia él.
En determinado momento del viaje por las vastas planicies, el vehículo los condujo a las cercanías de un poblado aparentemente abandonado. Santino Flores redujo la velocidad hasta detenerse a unos cincuenta metros de la aldea. Bajó del vehículo. Le dijo a Ryouma que se quedara, pero él no hizo caso, y se bajó también. Santino no lo regañó, y en cambio lo ignoró mientras avanzaba hacia el poblado... Del cual se desprendía un potente y desagradable hedor a carne podrida y quemada.
Ryouma arrugó la frente y la nariz. Se la tapó la última con una mano. El mal olor no lo detuvo, y siguió en pos de Santino, este último quitándose la máscara de manchas negras y lanzando una vista panorámica al poblado. Los edificios de casas, establos, posadas e iglesias estaban hecho trizas. Lo que quedaban eran escombros, todos tintados de un chamuscado negro. Los senderos, estaban tintadas de igual forma. El omnipresente hollín convertía el desértico pueblo en el fantasma de lo que una vez fue. Algo que Ryouma desconocía... pero que, en cambio, viéndolo por su expresión de mil yardas, Santino sí conocía.
—¿Santino-San? ¿Qué se supone que estamos viendo?
El vigilante argentino no respondió. Miró a lo lejos, alcanzando a divisar los restos de un muelle, con sus barcos volcados. Cerca de allí, vislumbró la forma de una fosa. Empleó la visión de rayos ultravioleta de sus implantes ópticos, y lo que vio dentro de la tierra lo dejó sin aliento.
—¿Santino-San? —Ryouma se acercó al ver como una lágrima se le escapaba de la mejilla.
—No es nada, niño —Santino se limpió la lágrima y se volvió sobre sus talones—. Vámonos.
Ryouma dio una última mirada apologética al pueblo muerto mientras se subía al vehículo y este se alejaba, se alejaba y se alejaba, hasta convertir la imagen de la aldea en un punto negro lejano.
Caída la noche, llevaron a cabo un parón para descansar. Montaron un campamento improvisado cerca de la ribera del Río Ajola, con vistas desde lo alto de un acantilado. Desde gran altura, tenían vistas del curso alto del río, el cual nacía a partir de una densa cascada. El caudaloso sonido de las aguas cayendo de la catarata, y después correr a toda velocidad por el desfiladero, trajo una paz sin igual a Ryouma Gensai, como no lo había sentido desde que llegó a las Provincias Unidas.
Se alejó del borde del acantilado y regresó hacia el campamento. La fogata, prendida gracias al mecanismo de lanzallamas de la prótesis de Santino, ardía en el centro. El vigilante argentino daba salvajes cucharadas a su comida de frijoles enlatado. Ryouma agitó su capa verde y se sentó al otro lado de la fogata, la mirada solemne en Santino, y después hacia el cielo estrellado.
—¿No vas a comer? —preguntó Santino entre bocados.
—Gracias, Santino-San —dijo Ryouma—, pero me conformaré con los pinchos fritos que me diste. Me supieron a faisán.
—Como quieras. Quizás por eso es que tienes un cuerpo tan enclenque.
Ryouma hizo un puchero ante el comentario. De repente, se quitó de un tirón la capa y la camisa abotonada, provocando que Santino escupa todos los frijoles y se atragantara brevemente.
—¡Por favor, no me falte el respeto, Santino-San! —exclamó Ryouma, su esculpido y tonificado abdomen, pectorales, bíceps y triceps quedando expuestos a la vista del anciano argentino— Ni a mí, ni a estos trabajados músculos que entrené y heredé de mi legendario padre, ¡Gensai Ryu-Noh-Kaishungata!
—¡¿Y vos qué nivel de chongo eres como para desnudarte?! —vociferó Santino, golpeándose el pecho y escupiendo los frijoles con los que se atragantó.
—¡El cuerpo desnudo es naturalidad, Santino-San! —Ryouma flexionó los brazos.
—Oh, no me digas, ¿y piensas usar eso de excusa para desnudarte frente a "Marutina-San" y caiga en tus brazos, eh? —Santino puso tono burlón al decir el nombre en japonés.
Ryouma puso los ojos en blanco y ruborizó hasta sacar vapor de las orejas. Lenta y vergonzosamente recogió su camisa y su capa del piso, y se las puso de nuevo. Santino sonrió, satisfecho, y ladeó la cabeza.
—No puedo creer de verdad que hayas venido conmigo, mocoso. No puedo creer ni siquiera que te haya dejado.
—Incluso si intentase evitarlo a la fuerza, no lo lograría. Soy mucho más ágil que usted, Santino-San.
—¿Se lo vas a decir al anciano, de verdad? —Santino se señaló a sí mismo.
—Técnicamente hablando, yo soy más anciano, Santino-San. Yo nací en el año 1636. ¿Y usted?
La cara de Santino se malhumoró. Dijo entre dientes:
—1966...
—¿Si ve? Por lógica, yo soy más anciano. Y más poderoso.
—¿Por qué? ¿Porque posees esa, ooouuhhhh —Santino hizo gestos de miedo con las manos—, magia antiquísima que ustedes los amarillos tienen?
—Por favor le pido que no use esa palabra, Santino-San —Ryouma se sentó con las piernas juntas y miró a la cara a Santino, serio e inexpresivo.
El vigilante argentino sintió un vahído que le tumbó el corazón. Sintió también una extraña emanación venir de él, presionando contra su cuerpo como vientos toreadores. Se manifestó en forma de una fina película blanca alrededor de su cuerpo.
—Perdón, niño.
—Iyé. "Ryouma". Onegai-desu.
—Perdón, Ryouma... sa-san.
El joven espadachín sonrió de oreja a oreja e hizo una leve reverencia.
—Daijobu-desu, Santino-San.
Se hizo el silencio entre ambos, prolongándose por minutos enteros en los que ambos no se dirigieron ni siquiera la mirada. Se la pasaron más bien viendo el ambiente que los rodeaba, o el cielo. El fuego crepitó, soltando centellas de ascuas que se elevaron en el aire alrededor de ellos, brindando un ambiente de confort y seguridad. Santino respiró hondo y miró a Ryouma, justo cuando este volteaba la cabeza, cruzando así miradas.
—¿Te puedo hacer una pregunta, Ryouma?
—Claro —Ryouma asintió la cabeza.
—Siendo tú... de una cultura que tiene por holística la cultura respeto y la disciplina, ¿por qué desobedeciste a tu maestro y viniste conmigo? Tú mismo me dijiste que lo desobedecías haciendo esto.
Los hombros de Ryouma se tensaron. Sus ojos bermellón se coloraron, al igual que sus mejillas. Santino se encogió de hombros.
—Con eso me respondiste todo.
—¡Matte Kudasai! —exclamó Ryouma. Santino lo miró de nuevo— Sí, desobedezco a Hattori-Dono haciendo esto. Y sí, hago esto por rescatar a Martina-San. Que mis prácticas en el Zen me educasen en el estoicismo, no quiere decir que oculte o reprima mis sentimientos. Ese es un hecho infalible. Yo... —Ryouma apretó los labios y resopló. Carcajeó— Creo que la O'fortuna de Benzaiten me enseñó a la indicada.
—¿La amas, de verdad? —la rasposa voz de Santino se ablandó con la pregunta.
—Solo sé que me siento atraído por varias cosas de ella, tanto físicas como de personalidad.
—No sabía que alguien tan recto como vos gustara de una minita tan explosiva como ella.
—También heredé los gustos de mi padre en ese sentido.
—¿A qué te refieres? —Santino enarcó una ceja.
—Soy un "Hafu", como se refieren peyorativamente. Mi padre se enamoró de una extranjera, como yo lo estoy haciendo. Si bien era japonesa de sangre, y samurái, mi madre tenía raíces africanas. Su familia provino de Tanzania antes de llegar a Japón como esclavos de los portugueses.
—Anda a cagar —Santino sonrió entre risas— ¿Y por qué putas no tienes la piel negra, entonces? ¿Te la lavaron con jabón, acaso?
—La tengo ligeramente colorada, si mira bien —Ryouma mostró las manos.
—¿Y cómo se llama tu madre?
—Yoshida Mifune-Noh-Sadaemon... —una sombra ennegreció la cara de Ryouma— Y se llamaba, Santino-San. Su alma fue devorada por Orochi el día del Ocaso de Hinomoto. Jamás reencarnó en este mundo.
—Mmmmm... —Santino apretó los labios— Lamento eso.
—Daijobu —Ryouma respiró y exhaló hondo. Miró a Santino a los ojos—. No quiero que Martina muera, Santino-San, y con ella todos los sentimientos que ando acumulando y desarrollando. Mi padre arriesgó muchas veces su vida salvando a mi madre, no solo por honor, pero también para honrar esos sentimientos que eclosionaron en amor. Yo... quiero hacer esa hazaña, a mi manera. Y honrar mis sentimientos hacia Martina y sus padres.
Santino lo miró en silencio. Reevaluó todas las impresiones que tuvo del joven espadachín hasta este momento, echando a la borda toda idea de pensar que sería una molestia o de que entorpecería su misión. En el fondo, admiró su dedicación a desobedecer las normas de su grupo, seguir su instinto... y no menospreciarlo por su forma de ser tan hosca.
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El convulsionado torbellino de emociones disgustadas asaltó a todos los Giles de la Gauchada tras saberse conocerse la desaparición de Santino Flores, junto con Ryouma Gensai, desde hacía veinticuatro horas.
Estallidos de ira por parte de Kenia Park y silenciosos quejidos y maldiciones airados por parte de Adoil y Ricardo. Incluso Ryushin Hogo no pudo evitar mostrar su desagrado ante la noticia, puesto que le parecía inconcebible que el hijo de una de las personalidades más importantes de su país se haya decantado por irse con un total desconocido a una misión de insondable peligrosidad. No podía concebir, tampoco, como es que Hattori Hanzo conseguía mantenerse sosegado, mientras que el mundo a su alrededor perdía la cabeza.
—¡Esto es una locura, Hattori! ¡Que el muchacho se te ha escurrido de las manos! —exclamó. Caminaba de un lado a otro, agitando los brazos, alterado. Hanzo, por otro lado, miraba fijamente a través de la ventana, los brazos cruzados y el reflejo de su impasible mueca viéndose en el cristal— Y no solo no se te ha escurrido, sino que también rompió sus votos de quedarse bajo tu cuidado. Esto te hará a ver a ti como un negligente deshonroso a ojos de Ryu Gensai —acalló. Esbozó una sonrisa desquiciada y ladeó la cabeza. Extendió ambos brazos—. ¿Por qué lo hizo? ¿Se volvió loco, acaso?
La quietud reinó en la estancia. Hattori bajó los brazos y suspiró, cerrando brevemente los ojos.
—Igual que su padre...
—¿Cómo dices? —masculló Ryushin, deteniéndose y acercándose a él.
—No será esta la primera vez que un samurái desobedece sus códigos por salvarle la vida a una bugeisha.
—¿Y quieres acaso que sea la primera vez que un samurái muera en el acto? —Ryushin arrugó el entrecejo.
—Ryouma tiene experiencia en el combate real. Sabe valerse por sí mismo.
—¡Pero no en un mundo tan drásticamente distinto y con enemigos peligrosos! ¡Menos sin la guía de su tutor! ¡Y mucho menos si está bajo el cuidado de un maniaco, según me contó Kenia-San y Mateo-San!
Hattori acalló, la expresión inmutable de su rostro. A pesar de parecer inexpresivo, Ryushin vio en sus facciones, y sobre todo en sus ojos, una seguridad tan infalible que hizo dimitir todas las preocupaciones y polémicas iniciales. Sus músculos dejaron atrás la tensión, y se relajaron de la misma forma que el cuerpo de Hattori estaba relajado. Suspiró, y preguntó:
—¿Confías tanto en el muchacho?
—De la misma forma que tú confías en la independencia de Kibou-Kun y Kiseki-Kun —Hattori lo miró de soslayo, sus grises ojos fijos en los de Ryushin—. Como te dije, Ryushin-San. Sembramos la cosecha futura.
Ryushin esbozó una pequeña sonrisa que Hattori compartió.
Y al igual que el samurái de Kiyozumi-Dera, Mateo Torres aguardaba sosegadamente, reprimiendo todos los sentimientos negativos hacia Santino y convirtiéndolos en una profusa reflexión. Con los ojos cerrados, hacía caso omiso a los jadeos airados de Kenia y a los matutinos masculleos de Ricardo y Adoil, quienes maldecían en silencio a Santino por este nuevo impetuoso acto.
Thrud, sentada al lado de Mateo, veía con temor quebradero a los Giles. Una profusa pena minaba su pecho, haciéndole tener miedo por la integridad del grupo a partir de ahora, y por la supervivencia del mismo. Sin embargo, sentía un aura apaciguada venir de Mateo. Lo miró de soslayo; tenía los ojos cerrados, las manos sobre las rodillas, los labios temblorosos y el pecho subiendo y bajando. Dueño de su propia calma, Mateo Torres transmitía un control silencioso que motivaba a su Valquiria Real a no estar atemorizada.
—Por centésima vez... —maldijo Kenia, el descolorado maquillaje negro alrededor de los ojos de tanto llorar de la histeria—, este sinvergüenza nos ha hecho pasar en ridículo... ¡con sus putas decisiones!
—Bueno... tú misma fuiste quien le dijo que no lo quería volver a ver, Kenia —admitió Ricardo, inclinado hacia delante sobre su diván—. Tomó literalmente su palabra.
—¡¿Y de paso llevarse a Ryouma, Ricardo?! —el rugido de Kenia puso a Ricardo con los pelos de punta— ¡Cada día me deja más impresionada la calidad de ANIMAL que puede llegar a ser!
—Lo más probable es que haya ido a volición suya, Kenia —comentó Gevani, tratando de ser hasta ese momento voz de la razón para apaciguarla—. Nada de "llevarse". Además de que ese Ryouma se ve lo bastante competente para cual sea la misión en la que esté.
—¡Mi hija actuó bajo su supuesto "cuidado" en Sofitel, Adoil! ¡Y MIRA DÓNDE ESTÁ ELLA AHORA! ¡BAJO LAS GARRAS DE NUESTRO ENEMIGO!
Adoil apretó los labios y agachó la cabeza. Los chillidos de una histérica Kenia Park ponían los pelos de punta a cualquiera que la oyese, hombre o mujer, humano o superhumano. Ni siquiera Thrud se salvaba; oírla gritar de esa forma le recordaba, en cierta forma, a su hermana mayor valquiriana, Hrist.
—Por años, Santino nos ha visto la cara de bufarrones con estas pelotudeces —bramaba Kenia entre jadeos, ladeando la cabeza, mirando el suelo—. Tanto en este mundo como en nuestro país... ¡Esta es su maldita forma de jodernos la vida por última vez! ¡Haciendo lo que a él se le da la gana! ¡Sin nosotros saber! ¡Sin nosotros CONSENTIR!
—Pero si Ryouma está yendo con él —dijo Thrud, algo tímida en involucrarse en algo tan personal—, ¿esto no quiere decir que están yendo a... a Albania? ¿A rescatar a Martina?
—Tiene sentido lo que dice Thrud, Kenia —afirmó Adoil—. Si Ryouma fue con él, entonces por regla de tres Santino fue a rescatar a Martina. No tendría sentido que se fuese con él por cualquier otro motivo. Y tú ya has visto como él y tu hija se han vuelto cercanos.
—Y aún si fuese así, Adoil... —la voz de Kenia pareció suavizarse, pero su cataclismico tono alterado seguía presente en menor medida— Ese perro desgraciado lo va a hacer a su manera, y a como de lugar. Te lo digo desde ya, pondrá en peligro la vida tanto de mi hija como la de ese chico.
—Me gustaría creer que no será así —admitió Ricardo, la cabeza agachada—. Me gustaría creer que él en realidad hará las cosas bien, y nos traerá de regreso a Martina...
—¡Deja de creer eso, Ricardo! —maldijo Kenia, volviendo a alzar la voz— Ese hombre jamás va a cambiar. Ha sido así desde que se unió a nosotros. Y seguirá siendo así hasta que se muera de nuevo.
Todos los Giles acallaron. El silencio se hizo la reina de la sala de estar, acompañado por su sirviente, la atmosfera de incomodidad pesada. La tensión se convirtió en un aura invisible y densa alrededor de todos ellos, y la quietud no hizo más que incrementarlos. Ni Ricardo, ni Adoil, ni Kenia y ni Thrud podían ni siquiera mirarse de reojo de la acumulación de rabia, histeria, penas, timidez y tristezas que todos acumulaban adentro de ellos, evitándoles enfrentar la situación con más calma y a pierna suelta.
—¿No tenés nada que decir, Mateo? —preguntó Ricardo, y su mirada y la de Adoil y Kenia se posaron sobre él.
El líder del grupo se conservó en su silenciosa calma. Abrió los ojos, y el azul de sus irises resplandeció con un destello clarividente. Alzó la cabeza, y uno a uno miró a todos los presentes de la estancia, hasta fijar la mirada en Kenia. Se puso de pie y caminó hasta ponerse frente a ella. Kenia tragó saliva, el cuerpo tensado.
—¿Mateo? —farfulló, nerviosa por su actitud tan taciturna.
—¿Tú le deseas la muerte, Kenia?
La pregunta heló a todos en la sala.
—¿Ah...? —musitó Kenia, tragando de nuevo saliva— ¿Qué si le deseo la muerte a...?
—A Santino, sí —dijo Mateo, la voz y la mirada severas e inquebrantables—. ¿Se la deseas?
—Yo... Yo... —como si los cimientos del odio efímero se desmoronaran frente a él, Mateo vio la expresión de Kenia cambiar lentamente de una histérica a una dubitativa.
Mateo se volvió hacia Diaz y Gevani y les repitió la pregunta:
—¿Tú se la deseas, Ricardo? ¿Y tú, Adoil?
El primero mostró una mueca igual de dubitativa que Kenia, mientras que el segundo, igual de firme que él, endureció el rostro y negó con la cabeza.
—¿Tú no le deseas la muerte, Adoil? —preguntó Mateo.
—No, muchacho —dijo Adoil—. Por más errores que haya cometido, y por más acciones que nos haya puesto a nosotros comprometidos... —resopló y relajó los hombros— No puedo echarme a odiar absolutamente a un hombre a quien, en el fondo, respeto por lo que es. No por ser un Gil, sino por quién era antes de ser un Gil.
—¡Eso no quita el hecho de que sus acciones hayan sido perjudiciales para nosotros, Adoil! —espetó Kenia.
—¡Kenia! —exclamó Mateo de repente. Su vocifero fue tan repentino como el estallido de una bala en la habitación. Todos los Giles quedaron petrificados al ver a Mateo clavar su mirada grave sobre su esposa— Puedo entender que Santino no sea la mejor persona del mundo, mucho menos uno de los Giles que más recordemos con cariño en el grupo. Que haya dañado muchas de nuestras misiones, y sacrificado más de una vez la integridad del grupo en el pasado... —la tomó de los hombros— En el fondo, yo lo he despreciado tanto como tú. Y lo sigo haciendo, de hecho.
—Entonces... —Kenia apretó los dientes y sollozó— ¿Entonces por qué te pones de su lado? ¡¿Es que acaso quieres blanquear su imagen?!
—¡Yo JAMÁS justificaría las acciones de un asesino! —de nuevo, la exclamación de Mateo dejó petrificados e inquietos a todos los Giles— Sí, lo dije y lo volveré a reconocer como antes. A nuestro grupo deje entrar a un asesino inescrupuloso... —dio un paso atrás y los fulminó a todos con una mirada zaherida— Pero también a ladronas, a rufianes, a mafiosos y fugitivos, a hackers de sombrero negro y evasores de impuestos. No por nada Gauchito Gil perteneció a la mafia antes de fundar el grupo.
Dio breve pausa a su sermón para observar la duda y la reflexión acrecentarse aún más en sus rostros. Ricardo bajó la cabeza, Adoil lo miraba fijamente igual que Thrud, y Kenia parpadeaba varias veces, como saliendo de un estado catatónico.
—Todos aquí hemos sido criminales en distintos grados —prosiguió Mateo—. Y todos hemos adoptado estas conductas a nuestras nuevas vidas para hacer el bien. ¿Qué derecho tenemos nosotros para juzgar y desearle lo peor a uno de nuestros miembros que hace lo que hace por nosotros? Sí, mete la pata y la caga monumentalmente. Por eso he llegado a despreciarlo junto con su ideología que justifica el asesinato. Pero eso no quiere decir que es un animal, o un monstruo.
>>Es un humano, y un Gil. Lloró con la muerte de Gael, movió cielos y mares para rescatar a Carolina Villalba de la Cárcel Federal de VI de la Península Antártica junto con Emiliano, como lo está haciendo ahora con Ryouma para rescatar a Martina de los Ushtria. Y literalmente, de no haber sido por él —extendió un brazo y señaló a la Valquiria Real, sorprendiendo a esta última—, jamás hubiera llevado a Thrud a nuestro rescate, y todos habríamos acabado en un calabozo de Bosnia bajo penitencia del gobierno de Fahrudin.
Otro silencio, esta vez uno más prolongado y pausado que permitió a Mateo tener vistas de los rostros reflexivos, atónitos y hasta arrepentidos de todos los Giles. Volteó la cabeza y cruzó miradas con Thrud. Esta última le sonreía con euforia. Mateo le devolvió la sonrisa, solo que más pequeña, y melancólica.
—Nacimos del mal; lucharemos y moriremos por el bien —dijo, haciendo un gesto con la mano—. Ese es nuestro mantra. Y por Dios que Santino mejor que nadie sabe que eso es así. Por eso fue a rescatar a Carolina, y por eso está yendo a rescatar a Martina.
—Pero eso entorpecería la misión que ya hemos establecido con los Siprokroski, Mateo —dijo Ricardo—. Además, Psifia ya nos confirmó que no se pudo contactar con él desde que se fugó. Se debió quitar su chip de psicocomunicación.
—Puede que ser... —una sombra ennegreció un poco el rostro de Mateo—, es por eso que encomiendo su alma a Dios...
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Raion Albania.
Saravanda. Prisión Boshebik.
Una turbada cadena de alaridos e insultos repercutió en la sección de celdas donde habían encarcelado a los agentes bosnios. Montones de serbios enjaulados increpaban a Tahiroviç y Kovaç, ambos encerrados en una misma celda. Al parecer, muchos de los serbios conocían los infames nombres de los agentes, y más de uno tuvo un rifirrafe que les costó la vida de sus amigos, y la suya propia al ser encarcelados por ellos.
Elseid Frasheri los mandaba a callar a gritos, y aporreando su mazo contra las verjas de las celdas. Con cada golpe producía corrientes eléctricas que electrocutaba y los forzaba a alejar de las rejas. Los demás guardias lo imitaban, pero no importaba cuántas veces los mandaban a callar, siempre quedaba algún prisionero serbio que agotaba su último aliento para insultar a los agentes bosnios.
Ahora, se hallaba en la cima de una de las altas atalayas, observando a través de las almenas el atardecer del supurante Estigma de Lucífugo, como un diminuto punto negro en el horizonte oculto tras los nubarrones. Concentrando su oído en los ruidos más lejanos, Elseid alcanzaba a escuchar, muy tenuemente, el tañido de las batallas campales y atrincheradas de la frontera disputada con la Comuna kosovar de Zoric.
<<Debería estar allí, combatiendo mano a mano con mis soldados...>> Pensó. Cerró los ojos y se cruzó de brazos con desdén.
Oyó un susurrante chasquido de viento y sintió una presencia ajena ponerse al lado suyo. Abrió un ojo, y descubrió a Blerian de pie a su lado, portando su gabardina de cuero negro acampanada con la máscara que le cubría la mitad inferior de rostro.
—Mmmm, regresaste de tu entrenamiento con Elira —dijo Elseid, alcanzando a ver el sudor perlarle la frente.
—Y a pesar de lo duro que fue, siento el vigor endurecer mis venas —afirmó Blerian, sacando una mano del bolsillo de su túnica. Esta se tensó, llenándose de venas hinchadas, y transformando sus uñas en garras—. Esta vez seguí su consejo, y no abuse del estado que ella llama "Odayakana" con tal de enfocarme en la versatilidad de mi habilidad de sombras y en mi habilidad de Saisei. También me ayudó con un entrenamiento paso a paso para desarrollar un "Han'i Kakudai".
—¿La Ampliación de Rango? —Elseid enarcó una ceja— Pensé que esa habilidad sería imposible de adquirir para nosotros en nuestras condiciones hibridas. Que se nacía con eso, inclusive.
—La Ampliación no es una habilidad Seishin con la que se nace, sino que se practica —Blerian volvió su mano a la normalidad y la guardó en su bolsillo—. Además, después de mi revitalización, sentí un grandioso aumento de poder. Elira dice que son raros y excepcionales casos como los míos de reanimación con Saisei. Y que, cuando ocurren, los usuarios reciben un aumento en su poder Seishin.
—¿Y en el poco tiempo que tienes podrás desarrollarlo?
—En el poco tiempo que el Jefe nos dio, podría desarrollar una Ampliación de Rango Incompleta, si quiera.
—Suertudo —Elseid sonrió, burlón—. Entonces veré si yo también consigo eso haciéndome un Harakiri.
—Al menos haciendo eso sería menos humillante de lo que yo pase...
Elseid apretó los labios y resopló. Blerian permaneció igual de taciturno que él. El silencio se prolongó por varios segundos en los que se oyó, únicamente, los gruñidos y breves alaridos de los prisioneros. La mirada de Elseid se emponzoñó de melancolía al observar el cambio de tonalidad del firmamento, pasando de un anaranjado claro a un tinte naranja oscurecido. Su superoído alcanzó a escuchar gritos de fanfarria de parte del ejército albanés. Al parecer, el intenso intercambio de cañonazos entre tanques contra los Kosovares resultó en una aplastante victoria albanesa.
—Hey, Blerian.
—¿Qué? —Blerian lo miró de soslayo.
—Cuando estuviste clínicamente muerto... ¿Viste algo? ¿Hubo algún más allá de este... más allá? ¿Hubo algo en lo absoluto?
Blerian acalló. Permaneció en silencio reflexivo por varios segundos. El silencio se extendió más de la cuenta, y Elseid pensó que no le iba a responder. Justo cuando iba a retirarse, oyó la susurrante voz de Blerian replicar con rotundidad:
—No hubo nada, amigo. Solo hubo quietud, y oscuridad. Era la apoteosis de la inexistencia. Fue un milagro que saliera de allí —agachó la cabeza. Elseid lo oyó tragar saliva y resoplar profusamente—. Si vuelvo a ese lugar, sé que jamás volveré. No habrá segundo chance para mí.
Elseid apretó los labios y se preocupó de sobremanera por su compañero bélico. Le dio unas cuántas palmadas en el hombro. Blerian lo miró de soslayo, enarcando una ceja. Elseid sonrió de oreja a oreja, aligerando así la tensión del momento. Le guiñó un ojo y dijo taimadamente:
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El icono de jóvenes de veinte años en adelante, uniformados y marchando coordinadamente a lo largo y vasto de la amplia carretera, con rifles en mano y tanques de guerra acompañándolos en su marcha imperialista, despertó un furor de sentimientos encontrados en la población. La gran mayoría de ellos vitoreaba, aplaudía y miraba con ocio nacional al ejército. Otros, una muy reducida ironía, observaban en silencio, con preocupación y algunos incluso con temores traumáticos, teniendo el miedo de que se repitiera los horrores de Guerras Yugoslavas.
Aunque no compartía ese mismo miedo, Martina Park se le hacía un revuelto en el estómago al ver a tantos adolescentes, muchos de ellos de su edad, armados hasta los dientes y marchando como adultos enorgullecidos de pelear por su país. Un país que ella sentía que estaba al borde del colapso, sin importar la propaganda o las estrategias de Almarin para alentar a su pueblo a formar la Gran Albania.
—Hey —una mano se posó frente sus ojos, sosteniendo una botella de coca-cola. Martina espabiló, y vio a Elira de pie a su lado ofreciéndole la botella abierta—, te compre una. ¿Quieres?
Martina se quedó dubitativa unos instantes. El mareo que le produjo ver y escuchar la marcha militar la hizo desestabilizarse unos momentos. Sin decir nada, aceptó la botella sumisamente. Elira bebió un sorbo de su propia botella, y lanzó una mirada analítica hacia el ejército.
—Me duele verlos marchar —dijo, apretando los labios—. Por activos o por pasivos, el nacionalismo adentro de ellos erupcionó. Afortunadamente pudimos detener a los menores de edad ser reclutados. Lur hizo bien en determinar quienes estaban mintiendo en sus edades.
Martina permaneció callada. Bebió un sorbo de su botella.
—Algunos no regresaran —prosiguió Elira, la voz infalible y a la vez triste—. Y lo que más deseo en este mundo es que sus muertes no sean en vano. Que el objetivo de nuestro Jefe se haga realidad.
—Con tantas trabas que puso en el camino, me parece difícil eso.
El comentario tan frívolo de Martina hizo que Elira la mirase con el ceño fruncido. La muchacha argentina bebió otro sorbo, y empezó a anadear por el sendero adoquinado, alejándose de la imperiosa marcha de los jóvenes militares. Elira fue en pos de ella y dijo:
—Reconozco que hay más de una acción suya que me siguen pareciendo demasiado extremas...
—¿Cómo la de atentar la vida de los Siprokroski en dos ocasiones?
Elira acalló. La voz de Martina rugió con rabia ladina. Iba detrás de ella, pero Elira estaba segura que debía tener dibujado un ceño airado en su cara.
—¿O cómo la de librar una guerra justificando que esta es la única manera? —siguió vociferando Martina— ¿Llevar a cabo magnicidios con tal de quitarse del camino a los enemigos políticos y subyugar a los demás estados con más facilidad?
Elira siguió taciturna. Ambas ascendieron por una escalinata hasta alcanzar la cima. Se abrieron paso a través de la multitud que observaba la marcha militar. Una vez estuvieron en la vereda, empezaron a ser seguidas por una escolta de guardias-civiles, todos ellos vistiendo imponentes exoesqueletos de alta gama proporcionados por Berisha.
—Yo te diré lo que pienso —Martina bebió un largo sorbo de su coca-cola hasta dejarla a la mitad y se volvió hacia Elira. En efecto, tenía un ceño airado—. Yo pienso que muchos de esos jóvenes de allá van a arriesgar sus vidas inútilmente —extendió brevemente el brazo y señaló al ejército marchante—, y que todo el sueño de esa "Gran Albania" fracasará, de la misma forma que fracasó Jahat Kejam en perpetrarse en el poder de Argentina desde las sombras. Sean los Siprokroski, o sea mi padre, el "Brodyaga", pero alguien los va a detener. Eso... —hizo una breve pausa. Respiró hondo y exhaló— o colapsarán bajo el peso de su propia ambición.
Bebió lo que le quedó de Coca-Cola y la arrojó brutalmente hacia la calle. Pero antes de que la botella pudiera golpear algo, fue atrapado, en el aire, por los invisibles hilos Seishin de Elira. La botella regresó volando, acabando en la palma de la albano-nipona. Martina vio la sombra que recubría el rostro de la Ushtria, y se sintió amenazada. Pero ese miedo no la hizo ni temblar ni retroceder; se mantuvo firme ante ella, sin parpadear y aguantando la respiración a la espera de su contestación.
—Martina —graznó Elira, apretando la mano sobre la botella y resquebrajándola—, ¿sabes por qué estás en frente de mí, y no en un calabozo como esos agentes que atentaron contra Almarin? —acalló, y la pausa puso más nerviosa a Martina— Porque tienes a un ángel guardián que te protege del designio de los demás, y ese es Almarin mismo —alzó la cabeza. La oscuridad se desvaneció, y sus brillantes ojos fulminaron a la muchacha argentina—. De no ser por Almarin, y por las políticas excepcionales que aplicó sobre tu persona, ahora mismo te consideraríamos una rehén para pagar un rescate al Brodyaga, antes que nuestra invitada.
—¿Y qué tengo yo de especial que él vea en mí? —masculló Martina— ¿Qué es ese "potencial" del que me habló?
—No solo se refirió al potencial de "mejorar tu Gen", como quizás habrás oído de él —Elira arrojó la botella al aire. Los hilos Seishin tiraron de él, haciéndolo levitar hasta encestar dentro de una canasta de basura—. Él hablaba también de integridad, de cognición. De sacarte de las perturbaciones que hay detrás de esos apéndices que tienes por orejas, y ayudarte a superar ese trauma.
—Yo ya superé ese trauma hace mucho tiempo.
—Hay diferencia entre olvidar y superar. O sino, dime, ¿puedes hablarme libremente del origen de esos apéndices sin que recaigas en shock?
—¡Pues claro que sí! Estos apéndices son productos de experimentos que... que me hizo un tipo llamado Gi... Reload...
—Así que experimentaron contigo... —Elira se cruzó de brazos y la miró de arriba abajo— ¿Por qué?
—Porque... —Martina comenzó a parpadear varias veces. Jadeó y balbuceó en un intento por contar lo sucedido, pero más parecía que eso solo lo podía ver ella con sus catatónicos ojos— ¡Porque...! —arrugó el entrecejo y sacudió violentamente la cabeza— Bueno, ¡¿y acaso tengo la obligación de contarte?!
—He conocido a otros tantos como tú, Martina. Incluso Bukuroshe Berisha también tiene un historial de experimentación en contra de su voluntad en su haber. Si lo deseas, puedes hablar de esto con ella.
—¡Ya te dije que no estoy en la obligación de contarle nada a ninguno de ustedes!
—Por eso dije "si lo deseas" —Elira se aproximó hacia Martina. Sacó una tarjeta del bolsillo de su chaleco y lo guardó en el bolsillo del pantalón de Martina. Esta última retrocedió con un gruñido áspero—. También, si deseas que te haga algún chequeo médico o algo, puedes llamarme, o ir al Hospital de Borjish. Vuelve a tu residencia.
Elira pasó de largo de ella y los guardias-civiles se quedaron con Martina a la espera de que avanzara. En cambio, Martina permaneció de pie, petrificada. Se dio la vuelta y vio a Elira alejarse. Exclamó:
—Si Almarin no me protegiera como hizo ahora, ¿me considerarías un objeto con el cual chantajear a mi padre?
La euronipona se detuvo. Unos segundos después se volvió hacia Martina, la expresión compasiva y melancólica. Martina sintió el corazón encogérsele al ser vista por aquellos tristes ojos que, sin duda, nacieron producto de los horrores de guerras pasadas. Y Elira dijo:
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https://youtu.be/kSITcm-nCC0
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Frontera con Zoric
Campo de batalla
Cañonazos en la distancia, algunos más cerca y otros más lejos. Sonaban como pisotones de titanes que rumiaban sobre la tierra, destruyendo todo a su paso para dejar yermos desérticos. Ecos de detonaciones y de metrallas explosivas que vibraban por el firmamento plomizo y por el vasto yermo atiborrado de hendiduras y tierra quemada. El cielo era un colorado gris decadente que, sin embargo, no diezmaba la moral de los empedernidos soldados albaneses.
Estas eran las resonancias de guerra que perturbarían a cualquier infante que fuese esta su primer combate abierto. Pero para los veinte jóvenes soldados, alineados en una larga hilera, y sobre todo para los veteranos Almarin Xhanari y Luriana Zogjani, esas acústicas sonaban como músicas para sus oídos.
Ventosas brisas bufaban con vehemencia desde el este, sacudiendo los uniformes de los jóvenes militare, sucios de tierra, lodo y hollín, y agitando la capan negra de Almarin. Este último, junto con la uniformada Luriana y un reducido grupo de oficiales del ejército, atajaban lánguidamente frente a los estoicos jóvenes, observándolos de forma analítica como un instructor que escudriña el físico de un recluta. Detrás de la hilera de soldados, un camarógrafo tomaba evidencia del momento.
—¡Mi señor! —exclamó el auditor uniformado de verde oscuro al llegar ellos al páramo— Ante ustedes le presento a la unidad de jóvenes combatientes del frente de Zoric destacados por sus importantes bajas a la artillería enemiga.
Los jóvenes soldados, mayoritariamente masculina, pero con alguna que otra fémina igual de curtidas que ellos, se mantuvieron firmes. Pero en el fondo ardían con una apasionada llama que con todo esfuerzo hacían lo posible por no convertirlo en nervios. Ver a Almarin Xhanari, el héroe trágico de muchos, el máximo representante del ideal albano de la Guerra de Kosovo y ahora líder militar y político de la revolución albanesa en las Provincias Unidas, tan cerca de ellos, les hacía sentir el mayor de los éxtasis, como nunca en sus prolongadas vidas en este nuevo mundo hubiesen sentido.
Eso para la mayoría de los chicos. Para las chicas, y algún que otro jovencito, su admiración se concentraba a partes iguales con Luriana Zogjani, la heroína consagrada de la Segunda Guerra Mundial y condecorada por el patrono Josip Broz Tito quien elevó el estado Yugoslavo hasta su máximo culmen en el Siglo 20.
Almarin y Luriana estrechaban manos con los militares adolescentes, así como intercambiaban sonrisas y palmadas en el hombro. Cumplidos muy honoríficos salían de las bocas de ambos Ushtrias, lo que elevaba todavía más la moral de aquellos jóvenes y los hacía sonreír con más gracia y orgullo. Seguido de los cumplidos, Almarin y Luriana procedían a tomar insignias de honor de una reluciente bandeja de plata, y las adherían a los hombros de los muchachos y muchachas.
—Mi señor —dijo el auditor cuando Almarin se paró frente a una adolescente de cabello rubio, la cara manchada de polvo y sangre tanto suya como ajena—, esta chica derribó tres tanques kosovares usando un lanzagranadas, y remató a un supersoldado con servoarmadura utilizando un rifle psionico. Su nombre es Sabrina Alibani.
—"Alibani", ¿mmm? —Almarin sonrió y le ofreció su mano. La joven soldado sacó pecho y se la estrechó, sin cambiar la expresión estoica de su rostro— Te queda bien el apellido. Solo los que más tienen coraje a morir por los demás llevan ese apellido.
—¡Señor! —exclamó Sabrina. Acto seguido, Almarin tomó una insignia bruñida en oro, y se la puso en el pecho. Le dio dos palmadas afirmativas en el hombro.
—Todos acaban de marcar un hito digno de ser conmemorado —afirmó Almarin, marcando cinco pasos de distancia y poniéndose frente a la hilera de jóvenes soldados. Luriana y sus oficiales lo imitaron—. Una victoria, que quedará registrado en los anales de nuestra historia como uno de los más importantes. Y cuando todas las Provincias se unifiquen bajo la Gran Albania —alzó un brazo y paseó un dedo señalando los rostros de todos los adolescentes—, sus nombres aparecerán en la lista de héroes que ayudaron a su líder a fundar el heredero de Yugoslavia.
Todos los jóvenes soldados dieron un pisotón militar y saludaron militarmente. Almarin sonrió de nuevo, y devolvió el saludo alzando flemáticamente el brazo y realizando un saludo romano.
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Almarin dio tres toques rítmicos al escritorio del despacho de Luriana. Luego se volvió con un giro hacia una ventana y obtuvo vistas panorámicas de la espaciosa llanura plana. Se había hecho de noche, y la penumbra era iluminada por las fogatas de numerosas tiendas de campañas esparcidas a lo largo y ancho de la estepa. Al fondo, se veía un negro horizonte boscoso.
—Con esta aplastante victoria, pondremos en jaque al frente Kosovar —manifestó Almarin, sonriente, viendo a los soldados bailar al ritmo de la música tradicional y comer estofados—. Ahora, es solo cuestión de meter a un contingente de tropas en territorio Kosovar, tomar los Microdistritos más vulnerables con la menor violencia y resistencia posible, y avanzar hasta Neo-Pristina y forzar la dimisión de Andrei Molovar del comité de comunes.
—Aunque con la penetración de nuestras tropas en territorio Kosovar debería ser suficiente, Jefe —comentó Luriana—. Además de las revueltas de albanokosovares dirigidas por nuestros superhumanos.
—Y después será Serbia la siguiente en caer. Igual, sino es que más fácil, con el liderazgo que está teniendo Antígono de sus divisiones militares —Almarin apretó la mandíbula y endureció el rostro—. Los más difíciles serán Bosnia y Rusia. Tanto por la distancia, por lo alejado que están de nuestra influencia revolucionaria... Y por Anya Siprokroski.
Se hizo un marcado silencio en el que se palpó cierta incomodidad. Luriana apretó los labios y miró al suelo unos segundos. Chasqueó los labios, a punto de decir algo, pero Almarin se adelantó primero:
—Sé lo que vas a decir, Luriana. ¿Qué pienso hacer con Anya Siprokroski? —la miró de soslayo— ¿La voy a encerrar en el grimorio, como los otros dos Siprokroski? ¿O la subyugaré de otras formas?
—De hecho, Jefe —dijo Luriana—, iba a preguntar cómo es que a Dimitry y Adam Smith los pudo encerrar en el grimorio, pero no a Anya Siprokroski. De haber podido, lo habría hecho, ¿no? Así el conflicto sería mucho más sencillo. Debió de haber un limitante en su hechizo.
—Tienes una mente muy afilada —Almarin se alejó de la ventana y caminó unos cuantos pasos hasta quedar a unos metros frente a ella—. El Sello de FoRaor, hasta donde lo he estudiado, tiene como objetivo el encierro de espíritus humanos dentro de contenciones dimensionales, al igual que Raoden. Pero a diferencia de Raoden, sigue unos prerrequisitos rigurosos. Estos son: saber los nombres de las víctimas, haber tenido contacto visual y físico con ellos, y conocer un solo secreto de ellos, sea cual sea, y sea que ellos se lo hayan dicho o lo haya averiguado de otra forma.
>>Por eso, toda la data de los nombres de Berisha no me servía, puesto que jamás he tenido contacto ni con los Siprokroski ni con los mafiosos. En cambio, Nestorio Lupertazzi, sí. Nestorio entabló relaciones diplomáticas tanto con el Bajo Mundo de la criminalidad, como en la política pública. Luego de la Lupara Bianca, tuvo cierta relevancia como figura pública, antes de volver su interés en la mediación de las organizaciones criminales descendientes de los 'Ndrangheta. De esta forma, fue que obtuvo tanto contacto físico, visual y secretista tanto con los mafiosos como con Dimitry y Smith.
—Y con Anya no... —musitó Luriana.
—Anya fue más reservada en las presentaciones públicas. Muchas de las apariciones públicas y las mediaciones diplomáticas la dejó en manos de Dimitry —Almarin se encogió de hombros y suspiró. Carraspeó y tosió un par de veces—. Aunque tuvo contacto visual, jamás pudo hablar con ella, ni saber un secreto. Por eso Anya se libró de las garras del Ghayat. Y por eso... —se mordió el labio y resopló— Voy a tener que enfrentármela directamente.
—¿En verdad llegará a ese punto, Jefe? —un ceño de preocupación se dibujó en el rostro de Luriana— No sería mejor... ¿Derrotarla tanto en el ámbito militar y político, y forzarla a las negociaciones por medio del descontento del pueblo hacia una guerra perdida?
—Los rusos no son como los eslavos del sur, Luriana —Almarin negó con la cabeza—. Ellos tienen un largo historial de enemigos que los invadieron, los dejaron entre la espada y la pared, y supieron sobreponerse a esas adversidades. Napoleón, Hitler, la OTAN... Tiene incluso historial de revoluciones, y de ser un pueblo leal a quienes velan por sus intereses. De por sí Anya Siprokroski es bastante querida por el pueblo, y hará lo mismo que habría hecho Dimitry en esta situación. Velar por la gente.
—Pero los serborusos ya están haciendo mellas en las comarcas limítrofes de Kosovo y Serbia —argumentó Luriana.
—Debo reconocer que esa repentina desaparición de Tankov fue un duro golpe de suerte para nosotros.
—Y un duro golpe al régimen Siprokroski de Anya sería forzarla a proclamar el estado de excepción, como ya está sucediendo en Serbia y Kosovo —Luriana se acercó más a Almarin, hasta estar a un paso frente del. Ambos se miraron a los ojos, determinantes y ensimismados en sus comentarios y sugerencias—. Si eso pasa, será jaque mate para ella, Jefe. No habrá necesidad de un combate directo, y ella se vería forzada a negociar contigo.
Almarin tosió unas cuantas veces. Algunas de las toses sonaron tan flemáticas que tuvo que llevarse una mano a la boca. Cuando paró, miró de nuevo a Luriana a los ojos. Le sonrió, y le puso una mano en el hombro. Suavizó su voz y dijo:
—Después de lo que sucedió en Saravanda, no estaría tan seguro, Lur. Hay que estar ahora pendientes de que cualquier atentado de falsa bandera que perpetúen las otras Raions. Y estoy seguro que Anya también enviara los suyos.
—Jefe... —los ojos de Luriana se cristalizaron, como si estuviera a punto de llorar. Una mueca de estupefacción se plasmó en su cara.
—No te hagas preocupaciones innecesarias, Lur —Almarin agrandó su sonrisa y le propinó un par de palmadas—. Regresaré a Shkröndker a supervisar la construcción de la reserva. En caso dado que me ocurra algo, los convocaré. Si es el caso contrario, me convocan a mí, e iré en su ayuda.
Y justo cuando pasó de largo suyo, Luriana alcanzó a ver un hilillo de sangre correrle por la comisura del labio de Almarin. Rápidamente se dio la vuelta, y exclamó justo cuando este iba a salir del despacho:
—¡Almarin!
—¿Sí? —Almarin se detuvo y se dio la vuelta. El rastro de sangre de su labio ya no estaba.
Las miradas de ambos se cruzaron de nuevo. Luriana se mordió el labio inferior y caviló en silencio, antes de decir:
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9
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Ciudad de Saravanda.
Edificios industriales.
El repiqueteo intenso de la maquinaria autómata reverberando por las paredes y el piso, el chamuscado olor a aceite y hierro impregnando todos los pasillos y rellanos (tan intensos que llegaban a ser mareadores) las abrumadoras vistas del andamiaje de maquinas pesadas llevando a cabo laboriosas empresas de construcción y reconstrucción de vehículos de combate y artillería...
Desde que comenzó a dirigirse hasta este lugar, hasta que puso pie en el mismo y fue dirigida hacia la presencia de Bukuroshe Berisha, Martina Park se preguntó si definitivamente había perdido la cabeza, o las esperanzas de escapar de aquí, al punto de ya no importarle la visión que tenía sobre estos individuos.
—¿Ah? —espetó la Cibermante cuando los guardias personales de Martina se presentaron. La Ushtria jaló la palanca de su plataforma flotante, y esta la sacó de debajo del torso separado del Mecha al que le estaba haciendo mantenimiento— ¿Qué quieren...? —la plataforma descendió al nivel del suelo, poniéndose justo en frente de Martina. Esta última dio un respingo al tener la cara de Berisha frente suyo— ¡Oh! Eres tú, enana hija del Brodyaga.
Bukuroshe se bajó de la plataforma flotante de un salto y se irguió frente de ella. La muchacha argentina se quedó con una mueca incrédulamente estúpida al ver que Berisha y ella poseían la misma altura.
<<El cuervo le dice negro al cuervo...>> Pensó Martina, ocultando la vena hinchada de su sien.
—Elira me dijo que estuviera al pendiente de tu llegada —dijo Bukuroshe, acomodándose el gorro rojo. Vestía con chaleco reflectante, camisa azul manga larga, pantalones de trabajo y botas de seguridad. Distaba del atuendo de adolescente rebelde con la cual la vio por primera vez—. Honestamente no pensé que vendrías.
—Y honestamente, yo no me creo que haya venido... —masculló Martina, cerrando los ojos y forzando una sonrisa para nada cortés— ¿De casualidad no la estaré interrumpiendo en el trabajo? Porque si quiere, me voy...
—Oh, no, no, yo acabo de terminar ya —replicó Berisha, señalando con una mano el torso superior flotante del Mecha mientras se limpiaba las manos con un trapo—. El resto de la mecatrónica se encargarán mis plebeyos. Para eso les pago. Y les pago bien.
—¿Y en serio no tiene alguna otra cosa mejor que hacer que hablar con una mocosa como yo...? —Martina ya no podía ocultar y desagrado e incomodidad con aquella sonrisa desazonada. Ya hacía preguntas a la desesperada con tal de salir de aquí.
—Yo también me aburro poniéndome sola, niña —Berisha rodeó sus hombros con un brazo— Venga, caminemos un poco. Que también veo que te hace falta un poco de entrenamiento físico. Te veo flaca.
<<Oh, Dios Todopoderoso, en qué me metí...>>.
Martina agradeció que Bukuroshe la llevara a las afueras de los edificios industriales. Al estar estos construidos en las faldas de una colina bastante alta, ambas obtuvieron vistas totales y muy panorámicas de la ciudad de Saravanda. El clima era también relativamente más frío desde aquella altura, por lo que ambas se colocaron abrigos elegantes nada más salir de las fábricas.
Martina se quedó quieta frente a la barandilla de la vereda, observando en reflexivo silencio los pocos rascacielos, los grandes rectángulos que consistían en barrios urbanos interconectados por puentes, y los yermos de mala muerte más allá, donde su mirada se perdía en el horizonte.
—Dime algo. Y seme lo más honesta posible. ¿Cómo te ha parecido nuestra compañía?
Martina se dio la vuelta y vio a Berisha frente suyo, con las manos en los bolsillos de su abrigo, la sonrisa infantil descrita en su carita. Martina apretó los labios, la mirada pensativa.
—No sabría cómo responder a eso, la verdad.
—Apuesto a que pensaste que te íbamos a torturar como si fueras una prisionera de guerra, ¿no? —Berisha se inclinó hacia delante y agrandó la sonrisa.
—Quiero decir... Para efectos prácticos, soy rehén de ustedes, ¿no?
—Eh, para que mentir —Berisha dio un paso hacia atrás y alzó un hombro—. Sí lo eres, pero eso no quiere decir que te fuésemos a tratar como un prisionero de guerra. Y afortunadamente tú te has portado muy bien con nosotros. El acto es reciproco, como habrás visto —Berisha hizo un ademán de hacer círculos con las manos.
—Me pregunto si eso es lo único reciproco que recibiré de ustedes.
Martina caminó de largo de ella. Berisha se quedó quieta unos instantes, la mueca petrificada por el comentario. Hizo un puchero, y rápidamente fue hasta ella, poniéndose a su lado y caminando a su par.
—¡Tampoco es que esperemos que desarrolles Síndrome de Estocolmo! ¿Sabes? —Berisha le dio un amigable golpe de codo. Martina no pudo evitar poner una mueca de hastío por esa acción.
—Entonces, ¿por qué tanta insistencia en retenerme con ustedes? ¿Por qué la insistencia de su Jefe en convertirme su "testigo" y sacar mi "potencial"? —Martina ladeó la cabeza y suspiró— Que me muestre tanto altruismo no ayuda con su historial terrorista.
—Si te soy honesta... no soy la experta que pueda responder esas preguntas tuyas —Berisha se encogió de hombros y miró de soslayo las torres de refrigerio de las que emanaban constantes vapores—. A veces ni yo llego a comprender los objetivos que el Jefe quiere alcanzar. Son demasiado grandilocuentes para mi cabeza hueca.
—¿Te dices cabeza hueca siendo la experta ingeniera del grupo?
—Hey, que yo no estudié catedra de filosofía para entender al completo lo que dice Almarin —Berisha guardó silencio. La esclerótica roja de sus ojos se oscureció un poco, y sus irises amarillos se encogieron—. Solo sé que me siento segura dejándome guiar por él. La mayor parte del tiempo, por lo menos —borró su breve tristeza con una sonrisa y le dio otro golpe de codo en las costillas—. Gracias por decirme experta ingeniera, niña. Hace tiempo que no recibía un cumplido de ese estilo.
—¡Ya para con eso! —masculló Martina, sobándose el lateral golpeado. Berisha carcajeó.
Ambas siguieron su camino por la vereda en silencio. Berisha guió a Martina por una escalinata concisa, hasta alcanzar la cima de un mirador donde estaban instalados una hilera de catalejos. Desde allí, las vistas de la ciudad de Saravanda eran todavía más generales, llegándose a ver incluso los pequeños pueblos y los lagos que la rodeaban.
—Y pensar que esta ciudad está a solo unos ciento veinte kilómetros del conflicto armado —dijo Berisha, inclinándose hacia delante y apoyando los brazos sobre el parapeto—. Las personas viven tranquilas en sus casas, y muchos se despreocupan por el peligro que les asecha —se dio la vuelta, miró a Martina y se señaló a sí misma con el pulgar. Sonrió—. Gracias a nosotros, los dos millones de personas que viven allí están a salvo de ese peligro.
Martina no respondió al comentario. Berisha volvió la mirada hacia la ciudad. Ambas apreciaron a Saravanda, escudriñándola en un silencio bastante sepulcral. Al fondo, se oía los ruidos industriales de las fábricas armamentísticas de más abajo. Martina miró de reojo a Berisha, su pose tan inclinada y expuesta sobre la barandilla. Fue entonces que recordó lo que le dijo Elira sobre ella: <<Berisha también tiene un historial de experimentación en contra de su voluntad en su haber>>.
Recordó así el motivo del por qué vino hasta ella. Apretó los labios, se armó de coraje, y dijo:
—Señorita Berisha... ¿Le puedo hacer una pregunta?
—Sé mi invitada —dijo Bukuroshe.
—¿Experimentaron con usted?
Durante los próximos quince segundos de masificado silencio, Martina se arrepintió de hacer la pregunta. Se arrepintió de haber venido aquí, de ponerse a hablar con ella, y de renunciar a su voluntad de escapar de ellos. Temió por la respuesta que le daría aquella tipa, sobre todo después de oír su exasperado suspiro y un gruñido angustiado. Estuvo a punto de darse la vuelta e irse, hasta que la oyó decir:
—A ti también, ¿no?
Martina reprimió un jadeo de sorpresa. Berisha dio medio giro y se subió sobre la barandilla, sentándose sobre esta. Martina sintió un leve vértigo al verla tambalearse oblicuamente.
—"La experimentación infrahumana con el objetivo de desarrollar algo sobrehumano" —recitó Berisha— O algo así decía la frase. Creo que lo dijo Mason Stewart, el jefe de la OTAN, o algún miembro de la Alta Stigma. No recuerdo bien —hizo un gesto de círculos con la mano sobre su cabeza.
<<Esa frase...>> Martina tuvo un breve asalto de epifanía, y el recuerdo de la voz robótica de Gi-Reload decir aquella misma frase mientras él... él...
—Supongo que el testimonio de tu experimentación son esas antenas, ¿no? —Berisha hizo ademán de tocarse las orejas—. Las que cuelgan de tus glóbulos como pendientes.
—Ah... P-pues sí... —Martina se acarició los largos apéndices globulares y se ruborizó un poco.
—¿No funcionan?
—Para nada. No sirven ni siquiera para enchufarse a un celular y así escuchar canciones en Spotify. Son inservibles...
Una mueca de compasión se plasmó en la cara de Berisha al ver a Martina posar uno de los largos apéndices sobre las palmas de sus manos. La vio observar esos audífonos de carne con una mezcla de odio y tristeza. Mismas sensaciones que se transmitieron a ella, y la hicieron chasquear los dientes.
—Pues, ¿te digo algo? —dijo. Se quitó el abrigo, quedando en su camisa de trabajo. Se arremangó las mangas, mostrando la tez azulina de sus brazos. Martina se la quedó viendo, extrañada— Este tono de piel que vez aquí... es el testimonio de mi experimentación.
—¿También afecto su estatura, de casualidad?
Berisha apretó un puño y las venas se le hincharon en su dorso. Una impresión de fuego airado se cernió sobre ella, provocando que Martina sudara profusamente y moviera frenéticamente sus manos.
—¡Perdón, perdón! solo preguntaba.
—Aunque no estás tan alejada de la realidad —dijo Berisha, calmándose y retornando a su relato—. Actualmente debería tener veintisiete, acorde con mi Edad Dorada. Pero la edad a al que morí fue a los treinta y uno. Cuando era una jovencita como tú en tiempos de la Guerra de Kosovo, me opuse fuertemente contra los Ushtria Clirimtare. Era una universitaria antibélica, que de vez en cuando para tranquilizarse... —hizo un ademán de fumarse un cigarrillo e hizo exagerados sonidos de succión.
—Oh... —Martina había escuchado sobre universitarios que fumaban porros. Menos mal que nunca los conoció.
—En fin. Me metí en muchos problemas durante mis protestas. Fui encarcelada varias veces, pero siempre salía para repetir el mismo ciclo. Hasta que un día, en vez de capturarnos las autoridades, mis amigos y yo fuimos capturados por la mafia serbia. Allí... —Berisha se pasó la lengua por los dientes y se la mordió— Allí sí me hicieron de todo. Torturas, abusos físicos y sexuales... —apretó los labios— Hasta que terminaron pasándonos al departamento de mercadotecnia en trata de personas. Y así fue como conocimos la clandestinidad. El Submundo.
>>Allí fue donde comenzaron las experimentaciones. A mi y a mis amigos. Mis compañeros no soportaron las inyecciones de adrenalina, los componentes del Gen adictivo, las cirugías de implantes cibernéticos y la exposición a estímulos incontrolables. Yo fui la única que sobreviví a todo eso, convirtiéndome en un prototipo de lo que ves ahora —se pasó las manos por todo el cuerpo, desde el torso hasta las rodillas—, solo que más fea.
>>Fue a partir de esas experimentaciones que adquirí mi habilidad del Gen que me permite crear cualquier tipo de armamento con solo tocarlo. Aunque al principio no tenía control sobre ese poder, ni de mí misma. Era controlada mentalmente por un microchip neuronal —Berisha se golpeteó la sien de la cabeza con un dedo—. Y durante doce años fue así.
—¿Doce años...? —musitó Martina, boquiabierta, los ojos abiertos como platos.
—¡Más de dos tercios de mi vida! —Berisha extendió los brazos hacia ambos lados y rió, más para ocultar las penas que por histeria— Doce años de combates clandestinos constantes, abusos físicos y verbales, deshumanización absoluta y de ser una perra para los Alta Stigma que manejaban todo ese cotarro —acalló unos momentos. Martina pudo notar la oscuridad de aquel trauma cernirse sobre la cara de Berisha. Pero esta no se dejó ningunear por el negativismo, y sonrió—. Eso fue hasta que llegó una señorita muy particular que derrocó a todo ese imperio clandestino y trajo un caos sin igual al Submundo. Aún recuerdo el miedo que sus ojos espirales infringió sobre toda la esfera de corrupción. Stefania Farnesio... Ese era su nombre.
>>Y cuando el Submundo cayó, yo quedé libre del control mental. Finalmente, libre... pero solo por unas seis horas. Seis horas que me dedique a buscar a todos los hijos de puta que me volvieron un monstruo robótico, para matarlos. Así hicieron muchos otros que tuvieron tragedias similares a la mía —sonrió con malicia, y miró a Martina a los ojos. Esta última sintió un escalofrío—. Fue una matanza digna de hacerle película, querida. Jamás nunca me había comportado como una animal como ese día.
—Y... ¿qué pasó contigo? ¿No escapaste?
—Incluso si hubiera escapado a la civilización, habría muerto por insuficiencia cardiaca por toda la adrenalina. Además, no tenía nadie. ¿Y quién hubiera aceptado en su hogar a una bestia como yo? Mi descontrol me llevo incluso a matar a aquellos que nada tenían que ver conmigo. Y cuando ya mi cuerpo no daba para más, cuando ya estaba moribunda en el suelo, ahogándome en sangre y mercurio... —Berisha chirrió los dientes entre sí y se quedó estática por unos momentos— Una sombra vino hacia mí, y puso fin a mi sufrimiento con un disparo —Berisha se señaló la frente con el dedo.
Berisha se señaló la frente con el dedo. Martina captó al instante el mensaje, y la sangre se le heló todavía más. La Cibermante se bajó del parapeto con un saltito y caminó hacia ella.
—Después de eso reencarné en este mundo, conocí a Almarin y compañía, convirtiéndome en la última en unirme al grupo, el resto es historia... —estiró dos brazos y palmeó los hombros de Martina, sacando a esta de su ensimismamiento— En resumidas cuentas, esa es mi triste historia, chiquilla.
—Guau... —Martina concibió un choque de sentimientos encontrados que se manifestaron con labios temblorosos y ojos algo lagrimosos— Yo, ah... No sé qué decir... —parpadeó varias veces para secarse los ojos. ¿De verdad se sintió tan identificada con su historia como para casi echarse a llorar?
—¿Notas comparaciones de mi tragedia con la tuya?
—Algunas cuantas, a decir verdad... Pero, joder, lo que yo pase no se compara en nada con lo tuyo...
—Hey, hey, no, no —Berisha agitó una mano en gesto de negación—. No conviertas esto en una competencia de quién sufrió más. Si te digo esto es porque yo ya superé mi evento traumático.
—¿Cómo superaste una tortura que duró más de una década?
Berisha acalló, pensativa. Apretó los labios y sonrió de nuevo.
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https://youtu.be/qfXd1TQ_ruU
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Prisión Boshebik.
La noche era oscura y las penumbras que ennegrecían los pasillos, las galerías y los calabozos era casi absoluta. No había signos de luz más que el de rayos lunares filtrándose por las claraboyas. El silencio gobernaba en la prisión, solo siendo acompasado por el resonar de las botas de los vigilantes caminando por el suelo o por los puentes de hierro interconectados.
Tahiroviç no podía conciliar el sueño, por más que lo intentase. Al final se rindió, y se quedó observando fría y silenciosamente el techo. Reflexivo, pensó en todo lo que había sucedido en estas últimas semanas. Lo rápido que se habían sucedido, y lo abrupto que se advino el caos social y la guerra sobre las Provincias Unidas. Le producía una angustia severa pensar en lo vulnerada que debía de estar Bosnia ahora, sin ningún líder fuerte con el cual contrarrestar a las fuerzas albanas.
—Se va a repetir, Kovaç... —murmuró Tahiroviç, el brazo cubriéndole el rostro— Las Guerras Yugoslavas se van a repetir.
Kovaç jamás necesito de algo tan banal como dormir gracias a su cuerpo de ciborg. No obstante, ahora mismo deseaba con gran desespero poder dormir para no prestarle atención a los pensamientos de perenne zozobra que lo asaltaban con la misma intensidad que a su compañero.
—Y nuevamente, nosotros no podremos hacer nada para evitarlo... —musitó Kovaç, encogiéndose de hombros. Estaba sentado en el borde de su camilla.
—Esto es casi que antinatural —comentó Tahiroviç entre dientes. Se quitó el brazo y se sentó sobre la cama—. Ni siquiera la primera Guerra de Bosnia escaló tan rápido como esta.
—Todo fue por culpa de ese hombre, Tahiroviç —dijo Kovaç—. Almarin. No sé qué clase de poderes de Gen obtuvo para matar a todos los líderes de las Provincias Unidas, pero fue efectivo.
—No es solo eso —Tahiroviç sacudió la cabeza. Jadeaba del estrés—. Es también... la influencia que tiene sobre la gente. ¿Cómo logró hechizar a las poblaciones ajenas eslavas a revolverse contra los gobiernos locales de Bosnia o Serbia, por ejemplo? Imposible que haya sido solo labia.
—Debe tener influencias en el exterior. Solo así pudo llevar a cabo todas esas misiones de falsa banderas con las cuales dar la idea de que su revolución se extiende más allá.
—Eso sin contar la desaparición de Tankov. Él se esfumó de la tierra antes de que Almarin ejecutara ese endiablado poder. Le abrió las puertas a influenciar sobre los serborusos...
Ambos aguardaron en un lúgubre silencio. Tahiroviç frunció el ceño y miró las rejas de plasma resplandecientes.
—Tenemos que salir de aquí, Kovaç —dijo—. Salir y formar un enclave en Bosnia que resista el expansionismo de Almarin.
—Sí... —concordó Kovaç, poniéndose de pie y mirándose las manos cercenadas— Aunque habrá que idear algo rebuscado para eso...
—¡No importa! —masculló Kovaç— No me voy a quedar aquí sin hacer nada, a la espera de que me fusi...
De pronto, se oyó el estruendo de algo pesado caer sobre el suelo de hierro, generando un potente ruido que sacó un susto de muerte a los agentes bosniacos. Ambos se agacharon al unísono. Se escuchó el estruendo de otra caída. Y otra más. Y otra. Y otra. Acompañando esos estruendos, oyeron también leves ruiditos de cortos circuitos estallar en la lejanía. El ciborg Kovaç gateó hasta ocultarse en la pared contigua a las verjas de plasma. Asomó la vista... y alcanzó a ver, a lo lejos, a uno de los guardias tirados en el suelo.
—¿Qué ves, Kovaç? —Tahiroviç gateó hasta el otro extremo de la pared.
—Los guardias... están tirados al piso —susurró Kovaç— Oh... Las cámaras están destruidas, Tahiroviç.
—¿Será un intruso?
—Si es así, golpe de suerte para nosotros. Y justo cuando estábamos hablando de eso.
—Verdad que sí.
Tahiroviç y Kovaç musitaron en leves risitas. Y, de pronto, las verjas de plasma que los retenían dentro de la habitación se desvanecieron con un pitido sibilante. Fue la única de las rejas plasmicas que hicieron tal cosa; el resto, de las otras jaulas, siguieron igual. Hubo un breve instante de confusión, y los agentes bosniacos aprovecharon la oportunidad divina para escapar.
Pero antes de que pudieran dar un paso adelante, recibieron duros golpes en sus rostros que los mandaron de regreso al rellano.
Tahiroviç y Kovaç cayeron al piso y derraparon hasta chocar de espaldas contra la pared. Se oyeron pisadas de alguien entrar en la habitación. Las verjas de plasma regresaron, sellando la salida de nuevo. Los agentes bosniacos arrastraron nerviosamente los pies, incapaces de ver al intruso invisible que invadió la jaula. Ni siquiera Kovaç, con la visión especial de sus lentes Led, fue capaz de aparentar la invisible figura resonaba sus pisadas en dirección hacia ellos.
Y entonces se mostró.
El intruso portaba un exotraje especial, con una Tecnología Eindecker de invisibilidad muy avanzada y desconocida para Tahiroviç y Kovaç. Vestía el traje de una pieza debajo de su camisa blanca abotonada, su gabardina marrón, y sus pantalones acampanados. El pánico asoló a ambos agentes al verlo desenfundar una pistola de plasma. No obstante, al acuclillarse a la altura de ellos, y ver su máscara de manchas negras movedizas, se les vino un rayo de claridad que no hizo más que aumentar su confusión.
Santino Flores agarró el hombro de Tahiroviç y lo asió furiosamente. Mientras le apuntaba con la pistola, dijo:
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11
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A la mañana siguiente, el eco de la noticia de la desaparición de los agentes bosniacos llegó a oídos de los Ushtria Clirimtare atestados en Saravanda. Más de doscientos cincuenta tropas de soldados-civiles se repartieron en múltiples pelotones, dispuestos a la búsqueda de aquellos prófugos. Junto a ellos, los acompañó también la vigilancia aérea de los drones teledirigidos, y las patrullas de ciborgs recién creada de la mano de la Cibermante Ushtria.
A los presos de la prisión se los convocó en la galería del zaguán. Los colocaron de rodillas, y uno a uno Elseid les exclamó la misma pregunta. ¿A dónde habían ido los agentes bosniacos? ¿Y si alguno de ellos los ayudó a escapar? A pesar de seguir el protocolo, Elseid supo desde el vamos que los interrogatorios generales de nada servirían. Estos prisioneros, casi todos ellos serbios o albanos, odiaban tanto a esos dos agentes bosniacos como él mismo. Incluso los pocos bosniacos que eran cautivos de esta misma prisión también les tenía repudio.
Lo que sí les confirmó, sin embargo, es que tuvieron la idea de que un intruso se los llevó. No dijeron que lo vieron, puesto que, aparte de las penumbras que recubrieron la prisión aquella noche, atestiguaron que el individuo tenía alguna especie de traje con Tecnología Eindecker de invisibilidad. Elseid se llevó aquella vital pieza de información para dársela a Elira y Berisha.
—Definitivamente debieron de ser agentes secretos bosniacos —se empeñó en decir Berisha.
—Concuerdo con Bukuroshe —dijo Elseid—. Teniendo en cuenta la forma en que se infiltraron en el estadio para atentar contra la vida de Almarin, sin que ninguno de nosotros nos diéramos cuenta, lo veo como una posibilidad muy probable.
—¡Maldición! —gruñó Elira, dando un manotazo al escritorio— Si esto es así, entonces estamos adoleciendo de una grave desventaja en nuestra seguridad. Y en la de la población. Es cuestión de tiempo que a nosotros nos devuelvan el golpe de los atentados si no estamos atentos.
Se hizo un largo silencio. Elira chasqueó los dientes y se reincorporó de su sillón. Se miró el reloj de muñeca.
—Que las búsquedas sigan por el resto del día. Tanto dentro como fuera de Saravanda. Si no hallamos a esos dos en veinticuatro horas, démoslods por fugados...
—¡Elira-Sama! —un guardia civil entró apuradamente en la habitación, sorprendiendo a los tres Ushtria— Acaban de encontrarlos... —hizo una pausa para tomar aire. Suspiró y negó con la cabeza— Sus cadáveres...
—¿Dijiste cadáveres? —masculló Elira, los ojos ensanchadisimos al igual que Berisha y Elseid.
Y en efecto, hallaron sus cadáveres.
Los cuerpos de Tahiroviç y de Kovaç fueron encontrados a las afueras de la ciudad, dentro de una zanja subterránea que daba a una cloaca. El cadáver del bosniaco de tez negra tenía signos de forcejeo en su uniforme anaranjado de prisionero, así como moretones en el rostro, y la insignia de su muerte en forma de un enorme agujero que abría su cráneo. El de Kovaç, por otro lado, tenía los brazos torcidos en ángulos imposibles, el torso agujereado, y la mitad de su cabeza explotada, con sus cables y sus engranajes al descubierto.
El agua discurría sobre los cuerpos, estos acomodados uno al lado del otro sobre la superficie plana de tal forma que al corriente no se los llevaba. Numerosos policías y soldados-civiles vigilaban y patrullaban el entorno. Carros policiales y vehículos blindados formaban un anillo alrededor del perímetro. Drones automáticos sobrevolaban el cielo. Elira, Elseid y Berisha se quedaron de pie, observando con perplejidad y frialdad los cuerpos.
La confusión se veía claramente en sus rostros. Se miraban entre sí, haciéndose las mismas preguntas mentales. ¿Cómo era posible esto? ¿Quién podía tenerle tanto resquemor a estos dos como para ajusticiarlos por cuenta propia? ¿Con qué clase de Tecnología Eindecker? Y peor aún... ¿Sería el asesino capaz de ir a por ellos también?
—Elira-Sama —dijo un soldado-civil, acercándosele y ofreciéndole una tarjeta—, acabamos de encontrar esto dentro del uniforme de Tahiroviç.
Elira lo agarró y, con Elseid y Berisha detrás de ella, lo analizaron con una veloz mirada. La tarjeta solo tenía dos colores, blanco y negro, separados en dos caras de la misma superficie. No había ni inscripciones ni símbolos.
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https://youtu.be/Dytfkvml6c4
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Influenciada por la historia que Berisha le contó, Martina Park había ido por volición propia al Hospital de Borjish para buscarse hacer un chequeo médico por parte de Elira con tal de ver en qué estado se encontraba ella a nivel de salud. Sus guardias-civiles, a sabiendas de las conversaciones de Elira con Martina y de las ordenes preestablecidas, accedieron a acompañarla.
Al llegar al hospital y explicar de la potencial cita que Elira le prometió que accedería a darle, el personal médico les explicó que tendrían que esperar a que ella llegase de una reunión que tenía con los demás Ushtria. Fue a partir de esta breve charla con los recepcionistas que Martina supo de la desaparición de los dos agentes bosniacos. Hecho que también pudo atestiguar a través de los televisores holográficos que narraban la noticia.
Martina se sentó en una banca de la sala de espera. No le molestaba la idea de esperar a que Elira llegase. Sin embargo, la desaparición de los agentes bosniacos le formaba revuelos en el estómago a medida que escuchaba más y más los detalles, aunque vagos, de su fuga. ¿Cómo pudieron escapar? ¿Alguien los ayudó? ¿Irían acaso a por ella? No, eso último sería improbable. No repararon en ella el día en que fueron capturados. Aún así, una corazonada la mantenía alerta y pendiente de su entorno. Y con más razón... pues se sentía, de alguna forma, observada.
El escollo la puso tan nerviosa que fue asaltada por intensos mareos, y las ganas de vomitar. Martina se excusó con los guardias, y estos le indicaron el lugar a donde tenía que ir para llegar a los baños. Un dúo de hombres armados la acompañaron, a pesar de que ella les dijo que no era necesario. Martina alcanzó el baño y se metió adentro, cerrando con llave inconscientemente. Fue rápida hasta el lavamanos, abrió el grifo y se empezó a echar agua en la cara.
Se restregó frenéticamente las manos por la cara y se golpeteó el pecho. Tosió un par de veces y parpadeó intensamente. Alzó la cabeza y se miró fijamente al espejo. Respiró hondo y exhaló, consiguiendo así tranquilizarse un poco.
Pero la tranquilidad le duró poco al vislumbrar una silueta negra asomarse a través de uno de los cubículos, abriendo lentamente la puerta sin hacer el menor ruido.
El miedo la martilleó. Martina se dio la vuelta y estuvo a punto de chillar del susto, pero una mano se puso sobre sus labios, impidiéndoselo. Martina forcejeó contra la sombra, dando arañazos y rodillazos, pero esta se afianzó a ella, inmovilizándola con una rápida llave, para acto seguido chocarla contra la pared. Martina siguió retorciéndose.
—¡Marutina-San! ¡YAMERO!
El silencioso masculleo de la juvenil voz masculina trajo a Martina de vuelta al sosiego, pues la reconoció al instante. Abrió los ojos, y la claridad de su vista le permitió ver de cerca el rostro de Ryouma Gensai.
—¿Ryou...? —murmuró— ¿Eres tú...?
—Sí, Marutina —Ryouma sonrió cálidamente.
La muchacha argentina no pudo detener la erupción de felicidad explotarle en su interior. Se arrimó a Ryouma en un fuerte y estrechante abrazo. El joven espadachín correspondió al abrazo. Duró muy brevemente, pues Ryouma la separó del abrazo y la miró a los ojos. Se le notaba apurado.
—No tenemos mucho tiempo, Marutina-San —farfulló— Hay que salir de aquí ya mismo. Santino-San nos espera.
—¡¿Viniste con Santino?! —Martina sintió como Ryouma la tiraba del brazo— Y... ¿y cómo pretendes que salgamos de aquí?
—¡Te lo explicaré luego! ¡Sígueme!
Martina se dejó guiar por Ryouma hasta el cubículo donde salió, descubriendo un profundo agujero que excavaba hasta el subsuelo, con hendiduras sobre la tierra que servían como salientes para escalar. Ryouma saltó dentro del agujero y empezó a descender. Con temores y dudas, Martina lo siguió.
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Los guardias civiles derribaron la puerta al darse cuenta de lo mucho que estaba tardando Martina en salir, y de cómo no respondía a sus llamamientos. Entraron en el baño de mujeres, apuntando sus rifles a diestra y siniestra. Abrieron las puertas de cada cubículo, checaron las ventanas y las esquinas, y al descubrir el profundo hoyo en el suelo de uno de los cubículos, todos sintieron un escalofrío ponerle las pieles de gallina.
Al notificarle por vía radio-audífono de la noticia, Elira, quien viajaba dentro de una aeronave de tres pasajeros junto con Berisha y Elseid, se alteró notablemente.
—¡¿Cómo así que se escapó por el subsuelo?! —maldijo Elira, gritándole al audífono de su oído— ¡¿No estuvieron al pendiente cuando entró en el baño?! —hubo silencio. Elseid y Berisha, esta última pilotando el helicóptero, la miraban con consternación. Elira suspiró y resopló— Vale. Los entiendo. Muchas gracias por notificármelo.
—¿Quién escapó por el subsuelo? —preguntó Elseid.
—La niña —espetó Elira—. ¡Martina! —dio un severo golpe al cristal de la ventana.
—¡¿Martina?! —farfulló Berisha, abriendo los ojos de la perplejidad.
—Me dijeron que fue al Hospital Borjish para que le hiciera un chequeo médico —explicó Elira—. Que fue al baño por unos mareos, y que al ver que no respondía, entraron, y descubrieron un agujero en el suelo por el que escapo.
—¿Lo habrá hecho ella misma? —sugirió Elseid.
—No... —Elira ladeó la cabeza— No lo habría hecho con lo cercana que se estaba volviendo a nosotros.
—Elira... —Elseid se la quedó viendo, como si pudiera ver el doble significado detrás de sus palabras. Elira chasqueó los dientes y frunció más el ceño.
—Incluso si estuviera planeando escaparse desde el principio, me parece ridículo que haya podido conseguir algún armamento anti-superhumano que le permitiera escaparse haciendo un agujero en el suelo. ¡Y encima sin hacer ruido!
—No olvidemos que es la hija del Brodyaga —apostilló Elseid—. Pudo haberlo estado planeando bajo nuestras narices tal y como se lo enseñó su padre.
El silencio dominó la cabina. Elseid y Berisha se la quedaron observando, a la espera de una indicación suya. Elira apretó los labios, resopló varias veces y apretó con fuerza el puño.
—¡Lleva este helicóptero a su residencia! —exclamó, mirando con fiereza a Berisha— Vamos a revisar primero la casa, y después iremos a ver el agujero.
Berisha afirmó con la cabeza. Desplazó la palanca circular describiendo un semicírculo, y el vehículo aéreo planeo en una amplia parabola hasta cambiar de dirección y volver por donde vino, cambiando en el camino de trayectoria en dirección a la residencia de Martina.
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
El hogar de Martina en Saravanda era un apartamento en lo alto de un edificio de siete pisos. A la distancia de un kilometro y medio, el característica edificio se distinguía de los demás en el barrio por su altura, su forma de panel y su color blanquecino.
Santino Flores, localizado en el tejado de un edificio alto a un kilómetro y medio de distancia, observaba el edificio de apartamentos donde deberían de estar arraigando los Ushtria Clirimtare en búsqueda de Martina. Lo veía a través de la visión zoom que le proporcionaba su máscara.
Oyó un fuerte soplido de viento, seguido por el rumor de pisadas acercársele por el lateral. Santino volteó la mirada, y descubrió a Ryouma avanzar cubriéndose detrás de la pequeña pared que servía como ocultación. Tras él lo seguía Martina, agarrándose de su mano. Al llegar, la muchacha argentina reprimió un gemido de sorpresa.
—¡¿Santino?!
—Bien hecho, muchacho —felicitó Santino a Ryouma, dándole palmadas en el hombro.
—Quédate agachada, Marutina-San —advirtió Ryouma—. ¿Aún no llegan, Santino-San?
—Ya los oigo venir... Sí... aquí vienen...
Ryouma y Martina oyeron el repiqueteo de un helicóptero reverberar por todo el perímetro. Asomaron las miradas, y alcanzaron a vislumbrar, a lo lejos, la silueta de una aeronave descender hasta aterrizar en el helipuerto del tejado de un edificio aledaño a la residencia de Martina. Las hélices pararon, las puertas se abrieron. De dentro emergieron Elira, Berisha y Elseid.
—Ahí están... —masculló Santino, sonriendo con malicia y carcajeando. Martina frunció el ceño al recibir un reflejo de luz en los ojos. Reparó en el guantelete cibernético de placas plateadas de Santino, y en el botón rojo de su dedo índice— Caminen hacia sus muertes...
—¿Y no detectaran esas bombas como antes, Santino-San? —balbució Ryouma.
—La bomba de inversión de magnesio tiene Tecnología Eindecker de Tier 8, por lo que ni siquiera la Cibermante esa sería capaz de detectarlo.
Las manchas de la máscara de Santino se movieron, y el zoom de su visión se ajustó hasta tener bien de cerca los movimientos a reloj de Elira, Berisha y Elseid caminando hacia el puente que los llevaría al edificio. Santino podía saborear finalmente la victoria, y sus ganas de apretar el botón eran gigantescas.
Los tres Ushtria caminaron al mismo par, observando con detenimiento sus derredores, como si estuviera buscando moros en la costa. Elira, quien estaba más adelantada que ellos, estuvo a punto de poner un pie sobre el puente expuesto. Santino la veía de cerca, sonrisa alzada, dedo preparado para presionar el botón.
—Eso es... Sigue adelante...
Elira Minoguchi estuvo piso el puente, y estuvo a punto de caminar por él. Sin embargo, una mirada analítica a la última planta del edificio al otro extremo la detuvo. Su ceño se endureció como el hierro. La desconfianza afloró en su semblante.
Y entonces... no siguió avanzando. Ni ella, ni Berisha, y ni Elseid. El trío de Ushtrias quedó petrificado allí donde estaban parados frente al puente.
Santino se alteró con un jadeó ahogado.
—¿Por qué paraste? —maldijo entre dientes— ¡¿Por qué paraste, hija de puta?!
—¡¿Detectaron la bomba?! —musitó Ryouma, asomando la cabeza. Martina, aterrada y dudosa, hizo lo mismo. Santino no respondió y se quedó observando a la paralizada Elira.
—¡¿Por qué paraste?!
Como si hubiese visto un fantasma o algo por el rabillo del ojo, Elira observaba muy lenta y cuidadosamente cada palmo del edificio contiguo. El mal presentimiento se lo transmitió a Berisha y Elseid con una mirada desconfiada. Estos comprendieron su mensaje, y de forma lenta empezaron a caminar en distintas direcciones del tejado para lanzar miradas panorámicas a su entorno. Elira miró por última vez el edificio, para acto agitó las manos hacia abajo, liberando ondas telequinéticas que la elevaron varios metros en el aire.
Santino reprimió un jadeo de sorpresa. El corazón se le atragantó en la garganta.
—¡Abajo!
Se agachó debajo de la pared. Ryouma hizo lo mismo, abrazándose a Martina en el proceso. Esta última correspondió al abrazo, hundiendo su cara sobre su hombro.
Enigmatico Gentleman quiso asomar la cabeza, pero al ver como la silueta de Elira seguía elevándose en el aire, volvió a ocultarse. Elira cerró los ojos, y los volvió a abrir. Elseid hizo lo mismo. De repente, una nueva aura opresiva hizo acto de presencia en el ambiente. Tan colosalmente aplastante que Santino, Ryouma y Martina lo sintieron. El corazón del joven espadachín latió aceleradamente; su aura Seishin rodeó todo su cuerpo, envolviéndolo en una fina capa blanco-negro espectral que se extendió también al cuerpo de Martina.
—¡Santino-San! ¡Están usando Kenshutsu!
—¡¿Qué?! —balbuceó Santino.
—¡Expanden su Seishin para rastrearnos! ¡Utilice su camuflaje y no se mueva un músculo!
—Vale, vale...
Santino desapareció de la vista de Ryouma y Martina, volviéndose completamente invisible al punto que no se veía su figura agachada con la cabeza cabizbaja.
La expansión del Seishin combinado de Elira y Elseid se extendió en un radio de más de dos kilómetros. Con esto, cubrieron la totalidad del barrio y dando la sensación de aplastamiento a muchísimos peatones con sus abrumadoras auras, y también de Berisha, quien sentía como el cuerpo era levemente empujado por una fuerza invisible.
Santino Flores no se movió. Ryouma y Martina no se movieron. Elseid se subió sobre un parapeto y paseó lentamente la mirada por toda la sección de barrio que tenía al frente. Berisha, a pesar de ser presa de las opresoras auras Seishin, siguió observando su derredor urbano. Elira, a más de quince metros de alto, volteaba la cabeza como un faro de un lado a otro, sus brillantes ojos azules fulminando cada sección de barrio en búsqueda de algo sospechoso.
Los segundos se hicieron eternos al llegar al minuto. Ryouma y Martina sudaban exageradamente. Santino sintió severos calambres en su cuerpo, producto de la poderosísima expansión combinada de Seishin.
El Gil gimoteaba intensamente, aguantando el ahogo de su pecho, los nervios corporales, y el intenso miedo que se acrecentaba con cada segundo. Tragó saliva. Parpadeó varias veces. Se mordió el labio.
Ryouma, preso del mismo miedo que Santino, sintió como el Seishin combinado se volvía más y más intenso con cada instante de espera tortuosa. Se empezó a oír un leve zumbido, el cual fue acrecentando su subida de volumen, dando la impresión de que estaban acercándose a descubrir el escondite.
Se abrazó a Martina con todas sus fuerzas.
Esta última correspondió a su abrazo, sintiendo que el corazón se le iba a explotar de tantos latidos acelerados y de los zumbidos que vibraban en sus oídos...
Y de repente, se detuvo.
Santino, Ryouma y Martina tardaron unos cuantos segundos en reparar la repentina desaparición del aura opresora. Los tres asomaron la cabeza, y vieron a Elira descender hasta el tejado y desactivar la expansión de su Seishin al igual que Elseid. Este y Berisha se reunieron con Elira. La Ushtria pelirosada les hizo un ademán con la mano, y empezó a regresar hacia el helicóptero. Tras ella lo siguieron sus dos compatriotas.
—¿Qué? —gorjeó Santino, tragando saliva y asomando la cabeza— ¿Qué? ¿Por qué? —siguió a los tres Ushtria con la mirada hasta ver como se metían dentro del helicóptero— No, no, no, no... ¿Por qué? ¿Por qué? ¡¿Por qué?! No...
El último "no" salió en la forma de un jadeo derrotado. Ryouma y Martina divisaron al helicóptero ascender, coger carrerilla y desaparecer en la lejanía. Ambos muchachos soltaron jadeos igual de derrotados que Santino.
Enigmatico Gentleman se apostó sobre la pared. Se quitó el guantelete cibernético, y después la máscara, enseñando la cara descalabrada que tenía dibujada. Expulsó un último suspiro, y miró a Ryouma y Martina. Se golpeó la cabeza con la pared, después la sacudió ligeramente y cerró los ojos. Martina jadeó el nombre de Santino, el corazón partiéndosele en pedazos al ver su semblante fracasado.
Y sus lágrimas correrle por las mejillas.
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