Capítulo 22: El Motivo para la Guerra
┏━°⌜ 赤い糸 ⌟°━┓
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Microdistrito Grigory
En los días sucesivos a los nefastos magnicidios de carácter sobrenatural, la guerra finalmente estalló en todas las Provincias Unidas del Bajo Mundo con un explosivo Casus Belli.
Y la infausta guerra azotó el refugio de los Giles de la Gauchada mucho antes de lo que estos hubieran previsto.
Sonidos de disparos aullaban en las avenidas más concurridas del Microdistrito. Brillantes ráfagas de proyectiles de balas surcaban el aire, rasgando todo a su paso y chocando contra fachadas de edificios, contra blindaje de vehículos de combate y contra servoarmaduras de los supersoldados de los Wagner. De cuando en cuando, algunas balas atravesaban la piel de alguno, dejándoles con heridas graves que los obligaban a ocultarse detrás de los coches o las paredes. Tal era la intensidad y peligrosidad del combate que incluso cohetes salían disparados de bazookas, generando estruendosas explosiones y lluvias de escombros.
Kenia, Thrud, Hattori y Ryushin combatían mano a mano contra los Superhumanos revestidos con duras servoarmaduras de placas gruesas, estos al parecer siendo los líderes instigadores de la revuelta que sacudió el Microdistrito en aquella mañana. Thrud, Hattori y Ryushin despacharon con relativa facilidad a sus enemigos; la primera haciéndole caer un rayo del cielo, el segundo cortándole los brazos y noqueándolo para que no los regenerase, y el tercero asesinándolo de un cuchillazo directo en su cráneo antes de que aplicara de nuevo telequinesis sobre su cuerpo.
Kenia fue la última en derrotar a su enemigo. Con el control adquirido en entrenamientos del traje, destruyó su servoarmadura de un corte espacial que, a su vez, cortó por la mitad a un edificio ya evacuado tras recibir un impacto de misil. Velozmente fue hasta el cuerpo del supersoldado, y le quitó el casco para ver de quién se trataba.
El hombre tenía la piel pálida, el cabello largo bermellón recogido en una coleta... Y un par de cuernos negros creciendo de su frente.
Un nudo se le formó en la garganta, y Kenia se cubrió labios con una mano.
—¡Kenia! —exclamó Thrud, cayendo del cielo en la forma de un rayo y derrapando hasta ella— ¿Es un...?
—Sí... —musitó Kenia, reincorporándose y mirándola a los ojos— Es un demonio de aquí.
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Compañía Wealth Of The Nations.
Despacho de Adam Smith.
Todas las oficinas y salas de estar del edificio empresarial se hallaban en un deplorable estado de desorden. Mares de papeles regados por el suelo, amueblado hecho trizas, paredes agujereadas y abiertas con enormes boquetes, hollín manchando el suelo y el techo, gavetas y gabinetes abiertos, puertas destrozadas y tiradas en el piso, y condecoraciones de algunos cadáveres de Wagner o perteneciente a la milicia armada de la etnia demoniaca de Grigory.
Masayoshi, Ricardo y Adoil se internaban y anadeaban con pasos cuidadosos las habitaciones, todas ellas vadeadas por centinelas Wagner armados con rifles y vistiendo exotrajes luminosos. Las miradas de los cuatros quedaron perplejas del horror de ver todo el destrozo, producto del asalto inicial que este nuevo ataque terrorista se perpetró durante la mañana. Tal parece que el objetivo principal eran las oficinas de Adam Smith, puesto que, cuando los cuatro se dirigieron hacia el despacho de Adam Smith en el octavo piso, se toparon con un grueso charco de papeles regados, así como algodón de sofá, escombros y manchones de sangre.
A las afueras del edificio se seguían oyendo los lejanos silbidos y aullidos de los disparos; el fragor de la batalla seguía siendo igual de intenso que hace una hora. Anya Siprokroski caminó con suma lentitud alrededor de la estancia, analizando con la mirada meticulosa cada lugar de la destruida estancia, los ojos brillantes. Andrey Zhukov anadeaba el rellano al igual que ella, analizando cada pieza de la habitación con sus lentes inteligentes.
—No lo entiendo —se preguntó Andrey, checando los interiores oscuros de los gabinetes de las paredes—. De por sí me es super extraño que los demonios estén atacándonos con un armamento que en mi puta vida pensé que obtendrían bajo nuestras narices. Pero, ¿qué hayan asaltado las oficinas del tesorero? ¿Para qué?
Masayoshi, Adoil y Ricardo ensombrecieron sus rostros de la angustia. Adam Smith fue también otra victima del "ajusticiamiento divino" de los torbellinos eléctricos rojos. Estuvieron tan desconcertados y rotos por Dimitry que tardaron doce horas en reparar en la desaparición de Adam Smith también. El único testigo de lo sucedido fue un guarda que custodiaba el edificio en vigía nocturna.
Una repentina expansión de entramados verdes luminiscentes tomó por sorpresa a los Giles y a Andrey. La cúpula resplandeciente formó complejos láseres inofensivos por toda la habitación. Todos voltearon la cabeza, y vieron que el efecto era producido por una habilidad de lectura psicoquinética de Anya Siprokroski, la mano de esta última puesta sobre el escritorio.
Los entramados luminiscentes se revolvieron los unos contra los otros hasta formar figuras humanas con cuernos. Cual video reproduciendo los hechos, las siluetas de los demonios que invadieron el edificio se adentraron en la oficina, marchando uno detrás de otro como agentes de fuerzas especiales. Masayoshi, Adpil y Ricardo se apartaron del camino cuando los demonios soldados se atravesaron por su camino y tomaron posiciones defensivas en las ventanas y en las esquinas.
Uno de los demonios soldados se separó del resto y empezó a hurgar esquizofrénicamente los cajones del escritorio y los gabinetes de las paredes. Su salvajismo le hizo romper varias gavetas y tirar al suelo otras tantas. Al cabo de unos segundos sacó unas cartas cerradas y certificadas con el sello de The Wealth Of The Nations. Anya presionó la mano sobre el escritorio, deteniendo la reproducción holográfica.
Ella, Andrey y los tres Giles se aproximaron a la figura del demonio soldado observando con una sonrisa satisfecha los misteriosos certificados. El cabello negro largo, los cuernos altos, los ojos azules... La mirada analítica de Anya se oscureció, deformando su semblante en una mueca de repulsión y odio.
—Zelvon... —masculló, ladeando la cabeza.
—¿El amigo demonio de Smith? —dijo Ricardo Díaz.
—¿Esos son bonos? —farfulló Andrey, señalando las cartas que sostenía el holograma de Zelvon.
—Ese desgraciado... —Anya chirrió los dientes, la mirada volviéndose más y más feroz— Su supuesta "conversión"... y la de los demás... fue una tapadera... para armarse y planear este asalto —apretó un puño envuelto en aura verde— Traidor... ¡Compinchado con los Ushtria...!
—Anya, señora Anya —un preocupado Masayoshi Budo se acercó a ella y le colocó una mano sobre el hombro— toma un respiro, ¿vale? No puedes perder los estribos ahora, y hacer acusaciones a la loca.
—El Brodyaga tiene razón —dijo Andrey, observando papeles quemados que sostenía en frente—. Aunque yo justificaría su preocupación teniendo en cuenta que lo que se robaron... —enseñó la cara de la carta; aunque quemada, se podía vislumbrar el mismo sello de la empresa que las cartas holográficas de Zelvon— Fueron bonos de estado.
—¿Bonos de estado? —farfulló Adoil, yendo hasta él. Andrey le dio la carta quemada, y Adoil la analizó a través de sus lentes inteligentes como lo hizo el ruso.
—Los ingresos fiscales del Microdistrito... —los ojos de Anya se ensancharon de par en par— ¡¿Se están robando las Arcas...?!
Justo en ese instante, la sala fue invadida por varios destellos de luz que se filtraron por los agujeros y las ventanas. Tras eso, se escuchó el ruido de rayos orbitales ascendiendo a los cielos. Rápidamente todos se dirigieron hacia el balcón, saliendo al exterior y recibiendo una impresionante vista panorámica de cientos y cientos de rayos teletransportadores subiendo y desapareciendo tras los nubarrones del firmamento.
En segundos, los láseres transportadores dejaron de aparecer, y el fragor del combate armado acalló. Los disparos cesaron. El Microdistrito Grigory se sumió en un escabroso y para nada tranquilizador silencio.
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|◁ II ▷|
Raion Albania
Microdistrito Shkröndker
Las manos de Martina Park retemblaban incontrolablemente a medida que las noticias sobre los conflictos armados eran expuestos en la televisión holográfica y las radios noticiosas aborígenes de Albania. La asaltaron las memorias de los horrores estar viendo el mismo tipo de noticias que años atrás vio cuando tenía entre doce o trece años, en las cadenas noticiosas de Argentina anunciaban el colapso del gobierno a manos del golpe de estado. El mismo tipo de escalofrío le recorría la espalda y le ponía la piel de gallina.
Estaba encerrada en la misma habitación en la que había despertado hace aproximadamente... ¿Cuántos días habían pasado desde que fue raptada? Los días se sucedían tan velozmente que Martina perdió de forma breve la noción del tiempo. ¿Había pasado una semana? ¿Más de una semana? ¿Cómo es que, en tan corto periodo de tiempo, desde el asalto al Palacio de Sofitel, ya había estallado el conflicto armado?
Pero al oír a los presentadores de las noticias albanas anunciar, casi que, con un orgulloso tono triunfal, la desaparición en extrañas circunstancias de los presidentes de Bosnia, Serbia, Kosovo, Rusia y hasta de Albania (este último motivando así el Casus Belli del conflicto), se le formó un atroz nudo en la garganta.
<<Presidente de Rusia... ¿Dimitry...?>> Martina reprimió las lágrimas y se llevó ambas manos a la boca. Jadeaba del pánico emergente. <<Oh por Dios, m-mi papi... ¿Le pasó lo mismo?>>
Martina escuchó la compuerta abrirse y se puso rápidamente de pie, las sacudidas nerviosas asaltándola todavía. El corazón se le encogió del miedo al ver a Almarin Xhanari entrar en el apartamento, oteando su capa negra de lado a lado. Tras él, los soldados (civiles armados) que montaban guardia cerraron la puerta.
Almarin caminó hasta detenerse en el centro de la habitación. Martina retrocedió, manteniendo la distancia. Todo rastro de horror se le borró de la cara, reemplazado con una fiera mueca de aversión. Alcanzó a ver, muy ligeramente, los bordes de la tapa dura del grimorio colgando debajo de su capa. El silencio reinó en la estancia, precedido por los animalescos jadeos de Martina.
—Serás mi testigo, hija del Brodyaga.
Martina apretó los dientes y lo miró a los ojos. Almarin tenía una mueca indiferente a su rabia.
—¿Qué dices? —farfulló la chica.
—La población del resto de Provincias lo serán también —prosiguió Almarin tras una breve pausa silenciosa. Tosió un par de veces y escupió flema al piso—, pero tú serás especial. Tú serás la prueba de que mi causa será entendida universalmente, sin importar quien lo presencie sea un eslavo, u otra etnia, con una forma de pensar distinta.
Martina negó con la cabeza, el ceño fruncido.
—No...
—Y eventualmente...
—¡No!
—... Te me unirás, también.
—¡NO! ¡CÁLLATE! ¡No pienso unirme... ni-ni entender... ni empatizar con la causa de un inescrupuloso asesino como vos!
Las lágrimas pudieron con ella; le corrieron por las mejillas. Empezó a sollozar y a ser presa de espasmos musculares más pesarosos. Almarin se la quedó viendo, enervante, por varios segundos de silencio.
—Insúltame todo lo que desees —dijo—. Puedes criticarme. Constructiva o destructivamente. No vas a ser la única que tenga esa osadía. Pero a diferencia de un dictador, no voy a inclinarme a la censura. Ni me voy a inclinar a la prepotencia. Yo soy lo que soy, y seguiré siendo lo que soy para transformar el mundo.
—Sí, eres lo que eres. Un criminal.
—Un criminal para unos, un prócer para otros.
—¿Qué clase de prócer asesina y hace rapiña? —Martina apretó los dientes y lo miró con más odio. Ladeó la cabeza— Ninguno... Ni siquiera un hombre en lo absoluto...
—Te sorprendería entonces saber los actos que hicieron tus libertadores contra los españoles y los criollos.
—¡CÁLLATE!
Almarin apreció la chispa apasionada en los irises celestes de la muchacha. Sonrió. Desplegó de debajo de su capa el grimorio y lo hizo levitar por encima de su mano. Dio paso adelante, y el suelo resonó. La superficie del grimorio se iluminó con un destello rojizo. Martina dio otro paso hacia atrás hasta chocar la espalda con la pared.
—¿Piensas que... me sirvo de este libro solo para despachar a mis enemigos? —Almarin daba lentísimos pasos, acercándose más a la apresada Martina— Lo llaman grimorio, pero en realidad hago milagros con él. Milagros que solo un elegido, o profeta, puede realizar.
—Eso es delirio —berreó Martina entre jadeos—. Llamar estos... a-asesinatos, ¡un milagro!
—No utilizo el grimorio solamente para hacer la guerra, Martina Park.
El dedo índice de Almarin se volvió una garra, y con ella cortó el aire. De pronto, una profunda herida se abrió en el hombro de Martina. Tan honda que el hueso alcanzó a asomarse. Sangre chorreó de la herida, manchando la pared. Martina despidió un chillido que, fugazmente, Almarin acalló colocando la misma mano de la garra sobre su hombro. Electricidad roja destelló de su palma y sus dedos. De repente, el dolor desapareció del cuerpo de Martina. Almarin alzó la mano, y la profusa herida ya no estaba. No había ni una cicatriz.
—Yo sabía que algo tan negativo como un grimorio no daría una buena primera impresión —dijo Almarin, retrocediendo y dándole espacio a Martina—. Por eso, disfracé las hazañas del grimorio como milagros divinos durante un tiempo. Hice lo que un profeta habría hecho para ganarse adeptos. Curé heridos, sané enfermedades, di riquezas inmediatas... —se llevó una mano a la boca. Tosió sobre ella; un manchón rojo tintó su dorso— Y les bendecí con talentos para convencerlos de ser elegidos también
—¿Elegidos de qué? ¿Del Dios del Caos?
—De la verdadera anarquía, Martina Park —Almarin se detuvo en el centro de la habitación, el brillante libro levitando todavía frente de él—. Con esto, la gente cree y tiene fe en mí, incluso luego de hacer público la existencia del grimorio.
Martina acalló. Tragó saliva y agachó la cabeza para no seguir viéndole a los ojos. Almarin se fijó en los largos apéndices con forma de audífono serpenteando de las orejas de la chica. Su mirada se volvió de interés.
—He curado enfermedades de todo tipo —afirmó, y volvía a acercarse a ella—. Incluidas mutaciones del Gen que resultaron fatales o inútiles para su huésped. Y a través de esas mutaciones, benignas y malignas, he facilitado la adquisición de poderes y mejoramientos del Gen a hombres y mujeres por medio del grimorio. Convertí a perros famélicos en perros saludables y leales.
Martina ocultó los apéndices debajo de su cabello. Se tapó las orejas con las manos.
—Yo no quiero que me cures solo para que me digas que te sea leal a ti.
—He hecho milagros sin esperar nada a cambio, Martina Park —Almarin cerró las distancias entre ellos. Estiró un brazo y acercó su mano hacia su rostro—. Déjame curarte, como muestra de mi benevolencia hacia ti.
—¡No! —Martina cerró los ojos y desvió la cabeza.
—¡Permíteme sanarte y sacar tu potencial! —la electricidad roja corrió por la mano de Almarin.
—¡¡¡QUE NO!!!
De un marcial manotazo, Martina desvió la mano de Almarin. Seguido de eso se desplazó serpentinamente, empleando la técnica de desplazamiento del Tyrserved, y quedando atrás de Almarin a una distancia de cinco metros. El Jefe de los Ushtrias se dio la vuelta, el rostro ensombrecido de la decepción.
—Yo no... necesito... ninguna cura ni ningún potencial de ti —maldijo Martina. Se golpeteó el pecho con las manos—. ¡Yo me amo como soy! ¡Con mis defectos y mis mutaciones! Y yo sé cuánto valgo a pesar de lo malo.
Se hizo el pesado silencio. Almarin cerró el libro y lo guardó debajo de su capa. Caminó, aparentemente hacia ella. Martina alzó los brazos y adoptó la pose de combate del Tyrserved, preparada para cualquier altercado.
Parpadeó, y de pronto Xhanari ahora estaba a unos centímetros detrás de ella, dándole la espalda. No lo sintió pasar a su lado. Un gélido escalofrío le recorrió la espalda cuando miró por encima de su hombro y gimoteaba del pavor.
—Te ofrezco mis más sinceras disculpas, Martina Park —murmuró el albano, el tono triste en su voz—. Te he subestimado.
Y se retiró de la estancia cerrando tras de sí la puerta gentilmente, dejando a una paralizada Martina en el acto, el sudor perlándole la cara.
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Reserva Ku'Njeremigro'Krahë
—¡Tiempo!
Y justo cuando Elira exclamó la palabra, Blerian y Elseid entrechocaban una última vez sus sables. Las chispas restallaron y se regaron por el aire. Ambos superhumanos retrocedieron varios metros debido al impacto, y plantaron los pies al suelo para detenerse en seco. Los ojos de Blerian, negros como la noche, volvieron a su color blanco normal. Acto seguido, el pelinegro cayó hincado sobre una rodilla, la mano apoyándose sobre la empuñadura curva de su sable.
Elseid fue hasta él y le ofreció su mano y la sonrisa simpática típica de él. Blerian se bajo la capucha que cubría sus labios y expulsó un exasperado suspiro. Agarró su mano y se dejó ayudar de él para reincorporarse.
—¡Wow! Mira cuánto sudor —apuntó Elseid, señalándole la cara— Ya parece que tuvieras gripe porcina.
—Ah... ni qué lo digas... —Blerian ladeó la cabeza y chasqueó varias veces los labios, remojándoselos— Elira, ¿cuánto tiempo duré ahora...?
—Quince minutos con treinta y ocho segundos —dijo Elira, alzando la mano donde sostenía el temporizador.
—¡Sí! —exclamó Elseid, agrandando aún más la sonrisa— ¡Cinco minutos más, Blerian! ¡Chócalas!
—Aún no es... suficiente... —masculló Blerian.
—¡Pero chócalas igualmente! —Elseid se quedó con el brazo alzado. Le dio un codazo en el hombro— ¡No me dejes como un durazno colgando de los guayos!
Blerian se encogió de hombros y apretó los dientes. No obstante, la exasperación inicial se convirtió en un apasionado gruñido excitante cuando alzó el brazo y chocó su palma con la de la mano prostética de Elseid. Carne contra metal; el crujido fue tal que resonó en los oídos de Elira, sumado a sus delirantes gritos de euforia.
—¡Eso es! —vociferó Elseid, rodeando los hombros de Blerian y acercándolo para darle un agitado abrazo—¡Deja salir la emoción una vez, aunque sea!
—No cantemos victoria tan rápido —dijo Elira—. Tomo verdad lo que dices, Blerian. Aún no es "suficiente". En este entrenamiento autoimpuesto solo te has dedicado a dominar el estado del Odayakana, pero has ignorado muchas otras cosas, como puede ser el intercalar tus poderes de Seishin con los del Gen para crear diversos combos, potenciar tu curación de Saisei, e incluso desarrollar nuevas técnicas. Si me lo preguntas, te estás volviendo demasiado dependiente en usar una sola técnica cuando la ves "suficientemente poderosa".
La mirada de Blerian se agachó y miró reflexivamente el suelo por varios segundos silenciosos. Elseid, a su lado, lo miró de soslayo, la mirada consternada. Blerian se encogió de hombros y chasqueó los labios.
—Tienes razón, Elira —dijo, la voz llena de pesar para sorpresa de Elseid y sobre todo de Elira—. Es una lástima que tenga demasiado poco tiempo para explorar todo lo que esta magia tiene para ofrecerme.
—Venga ya —espetó Elseid, la sonrisa nerviosa—, ¿por qué dices "poco tiempo"? Ni que tuvieras los días contados.
—Eso que dije de que "comprendo" la esencia del Seishin no fue más que la euforia del momento. Lo cierto es que no conozco más que la punta del Iceberg. Ya nos lo dijo Elira, ¿recuerdas, Elseid? Conocer todas y cada una de las técnicas del Seishin nos tomaría una vida entera. Y hay algunas técnicas que directamente son inexequibles.
—Eso no quita que podamos mejorar en nuestras técnicas Seishin, ¿o sí? —Elseid miró nerviosamente a Elira en busca de aprobación— Si de por sí Almarin nos facilitó el acceso al poder del Seishin con hechizos de runas del Ghayat y que después Elira nos ayudó a optimizar con sus entrenamientos hasta este momento, ¡no podemos echarnos para atrás pensando que no lo merecemos... o que nos moriremos pronto!
—Si no tengo cuidado con ese hombre cuando me lo encuentre de nuevo... —los ojos de Blerian se volvieron soñadoramente trágicos; en su visión, se plasmó la imagen del mercenario pelinegro abriéndole el torso de cuajo con un cuchillazo— Entonces sí puede que muera. Y para esa vez —miró a Elseid a los ojos—, ni el Saisei ni ningún otro milagro del Seishin me salvará.
La sonrisa se borró de la cara de Elseid. El samurái cibernético, que tantas veces se mostraba sonriente y jocoso, enseñó por primera vez un semblante extremadamente preocupado. Le dio una palmada en la espalda para darle ánimos.
—Tampoco seamos pesimistamente realistas —dijo—. ¡Tengamos determinación, como la hemos tenido hasta ahora! No es como si tuviéramos anunciado nuestra derrota, ¿o sí? —miró a Elira, esta última con la cabeza agachada, los ojos cerrados— ¡Vamos ya! Tan solo vean los estragos que Almarin ha causado con su grimorio hace cuatro días. Directamente entramos en lo que él, la gente y nosotros hemos querido. La guerra.
—Jamás pensé que llegaríamos así a la guerra... —musitó Elira, cruzándose de brazos y mirando hacia otro lado.
—Pero tenemos las Provincias Unidas a nuestros pies —manifestó Elseid.
—¿Por cuánto tiempo, mmm? —Elira miró fulminantemente a los ojos al samurái cibernético, dejando a este petrificado— ¿Por cuánto tiempo hasta que lleguen nuevos aliados de los Siprokroski a vengar lo que Almarin le hizo a Maddiux y a Dimitry?
—Los despacharemos, como hicimos con ellos y haremos próximamente con Anya a no ser que ella dé pleitesía para acabar el conflicto.
—¡¿Y por qué mierda tiene que comenzar y acabar nuestras campañas con PUTA GUERRA?!
—¡PORQUE GUERRA ES LO QUE CONOCEMOS, ELIRA! —Elseid alzó tanto la voz que las placas que rodeaban su rostro retemblaron— Yo, Blerian y Almarin... —se puso una mano en el pecho— Desde la decadencia de Yugoslavia, y de la integridad de todos los pueblos que lo componían, lo único que sabemos hacer es recibir y dar órdenes. Da las gracias al menos que Almarin ya no tiene la misma mentalidad homicida que tenía antes cuando lideraba a los Ushtrias originales de la Guerra de Kosovo. Y eso nos ha inculcado desde que obtuvo en su poder el grimorio.
—¿Y no fue acaso homicidio lo que hizo? ¿Al borrar de la existencia a todos sus enemigos políticos? A los criminales y mafiosos los entiendo, pero... ¿A los presidentes de las Raions? —Elira entrecerró los ojos.
—Criminales públicos eran todos ellos. Como el cerdo de Slodoban Milosevic y los de la OTAN. Nada más, nada menos.
Elira se mordió el labio inferior con rabia, misma rabia que impregnaba su mirada. Miró a Elseid fijamente a los ojos y ladeó ligeramente la cabeza.
—En fin... —masculló— Siempre y cuando mantenga lejos del conflicto a los más jóvenes, puede hacer lo que sea para alcanzar su objetivo de la Gran Albania.
—En eso verás que estoy de acuerdo —espetó Elseid, la sonrisa ligera.
—Tomate un descanso del auto-entrenamiento, Blerian —sugirió Elira al tiempo que se daba la vuelta y se retiraba—. Y reposa tu Seishin también, para que lo refines.
De un abrir y cerrar de ojos, Elira Minoguchi se impulsó a velocidad sónica, desapareció de la vista de ambos hombres.
—Me hiciste recordar algo que pensé hace tiempo, Elseid —dijo Blerian.
—¿Sobre qué? —balbuceó Elseid, el viento soplándole los largos mechones.
—Sobre el cambio de mentalidad de Almarin. Desde que obtuvo el grimorio, ahora trata de ser lo más altruista posible, incluso con los pueblos a los que juró destruir, como los serbios —Blerian lo miró de reojo—. ¿Crees que lo que hizo lo hará volver a sus raíces?
—No lo sé... —Elseid se rascó la nuca y apretó los labios— Y prefiero no calentarme la cabeza con eso ahora.
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https://youtu.be/nbpsjOlglj0
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Microdistrito Grigory
Gran Palacio Siprokroski
Dos días después del ardid empleado por los demonios de Grigory (una acción que Anya Siprokroski determinó como un ataque de falsa bandera para hacer parecer que no tenía ningún tipo de correlación con los Ushtria), los Giles de la Gauchada hurgaron una última reunión extraoficial con Andrey Zhukov y Yuri Volka, este último llegado recientemente de los últimos combates en campo abierto contra las guerrillas serborusas de las fronteras de la Raion Rusa con la Kosovar.
El armamento anti-superhumano provisto por Andrey ya había sido puesto a prueba por los Giles durante las escaramuzas de los soldados demonios. Por ende, en aquella reunión con Andrey donde se trazó definitivamente el plan de asalto y contingencia contra el corazón de la revolución albanesa, Karlotovo, el grupo de vigilantes argentinos mostró una ansiosa treta por llevar a cabo la artimaña, darles una paliza al enemigo tangible y poner en jaque a toda esta guerra antes de que escalara más de lo debido.
A pesar de su enérgica motivación y el objetivo fijado a superar, recuperar y derrotar, Masayoshi Budo no pudo evitar sentir una extraña inquietud que le evitó prestar con deferente atención lo que se expresaba en la reunión. Un desasosiego, que encerraba un enigma. Uno de naturaleza peligrosa, como si su sentido le quisiese advertir de algo que estaba olvidando por completo a causa del conflicto armado a gran escala. ¿Qué era ese algo que su corazonada le quería decir?
Luego de triangular, por medio de imágenes satelitales, la localización exacta donde debían esconderse los Ushtria, la cual era la Reserva Ku'Njeremigro'Krahë (los satélites de Andrey detectaron anómala actividad meteorológica alrededor de la zona el mismo día en que sucedió la calamidad de los magnicidios), los últimos compases de la conferencia los dedicaron a exponer el elemento más peligroso y, a la vez, indescifrable, que estaba en poder del grupo terrorista de albanos.
El grimorio. O, como lo llamaban coloquialmente entre Andrey, Anya y Yuri, la "Biblia Negra".
—Los hechizos que emplea quien sea el usuario de la Biblia Negra —afirmó Anya, la voz atropellada—, no son como los que utilizó la poderosa bruja Baba Yaga. O sea... sí tienen la misma naturaleza con el control de almas y de encarcelamientos cuánticos. O eso creo que posee, basándonos en las hazañas que hizo en el Coliseo Pandemónico y ahora con estos magnicidios. Si hubiese tenido más contacto directo con él en batallas, sabría determinarlo. Pero escondido como ha estado... —se cruzó de brazos y miró portentosamente el mapa tridimensional de las Provincias Unidas.
—Fue inteligente —dijo Andrey, sentado sobre un tocador—. En vez de revelarse al mundo como un salvador o el dios del nuevo mundo nada más tener en su poder la Biblia Negra, se enclaustró por Dazhbog sabrá cuántos años o décadas, formando en las sombras la estructura de su revolución, reclutando a gente con proselitismo, hasta que finalmente estalló —paseó los frívolos ojos por los diversos puntos rojos, esparcidos a lo largo de las distintas fronteras de las cinco Raions.
—Vale, muy bien, capto lo que quieres decir... —masculló Ricardo Diaz, sentado en el sillón negro como el resto de Giles— Pero alguno de ustedes puede explicarme, por la gracia de Diosito divino, ¿cómo es que ese hombre pudo obtener en sus manos ese objeto tan...? —se quedó a medio camino de su decir.
—Esotérico, sería la palabra —dijo Adoil, el cristal de sus lentes inteligentes reflejando el brillo de sus nuevos implantes oculares.
—¡Eso! Si ese hombre resulta ser por ejemplo el jefe de los Ushtrias originales, entonces, ¿cómo pudo hacerse con el grimorio cuando reencarnó aquí?
Se hizo el abrupto silencio. Anya, Andrey y Yuri intercambiaron miradas desvalidas.
—No tenemos ni puta idea, para que mentirte —berreó Yuri entre risas nerviosas. El comentario hizo poner los ojos en blanco a Adoil y Ricardo.
—El último paradero que supimos de la Biblia Negra, luego del combate con Baba Yaga —se expresó Anya, elocuente—, fue su encierro en un sistema de anclaje dimensional del Laboratorio de Física Nuclear de Voskovia, en la Península de Taimir, Siberia. Cortesía de Andrey. En él se empleaba un complejo sistema de Dirac que lo inmovilizaba en una región artificial del espacio y tiempo. Una dimensión de bolsillo, básicamente. Con esto se evitaba que cualquier anomalía, fenómeno o agente externo pudiera influenciar o apoderarse de él. Pero tras la catástrofe geológica que causó el Holocausto Kaiju, perdimos total rastro de él —se pasó una mano exasperada por el rostro y el cabello.
—Ahí la gran pregunta, entonces —dijo Ricardo, reclinando la espalda contra el espaldar de la silla—. Cómo un objeto maldito pasó de estar en la tierra al Valhalla.
—Pues se lo sonsacaremos a su usuario, al cual atraparemos vivo, sí o sí —espetó Yuri, caminando frente a los Giles. Vestía su uniforme negro de los Wagner, condecorados con insignias de calaveras. Lo rasgaban varios jirones, productos de la última batalla.
—Pero, un momento... —exclamó Adoil, la voz rasposa— Ok, ya tenemos determinado lo que sería el plan para separar a los Ushtria Clirimtare y combatirlos mano a mano. Eso está claro. Lo que no tenemos claro son los poderes que dispone el señor de ese grimorio. ¿Qué garantía habría que alguno de nosotros sobreviviríamos a esos hechizos?
—Ya tengo experiencia combatiendo la Biblia Negra —replicó Anya, alzando una mano envuelta en aura verde—. La suficiente como para acomodar mis habilidades a sus hechizos.
—Pero tú misma acabaste de decir que los hechizos que usó ese hombre no son los mismos que empleó esa... Braga Llagas, o como la llamaste. ¿Qué garantía tendría usted, por lo menos, de no sufrir alguno de los desfases de esa magia negra, y acabes aniquilados como Maddiux y Dimitry?
—Me dispongo a correr el riesgo —Anya miró de soslayo a Dimitry y Andrey—. No será la primera vez que arriesgue mi vida por salvar a un familiar mío de las garras de la Biblia Negra. Y tampoco será la primera vez que lo haré con ayuda de un grupo extranjero —dedicó una mirada asertiva y orgullosamente agradecida a todos los Giles.
—Y en su opinión, señora Anya —dijo Kenia, alzando el brazo y recibiendo la atención de todos—, ¿opina que el nuevo usuario de la Biblia Negra es igual o más peligroso que lo fue Baba Yaga?
La pregunta mantuvo a Anya en un reflexivo silencio. Todos, incluidos Andrey y Dimitry, se la quedaron viendo.
—No lo es —respondió—, pero puede llegar a ser más poderosa que Baba Yaga si le dejamos explotar el resto de hechizos que no haya dominado.
Otro pesado silencio reinó en la estancia. Hubo intercambios de miradas y comunicaciones no verbales por medio de miradas. Anya afirmó con la cabeza y palmeó las manos, despidiendo un destello verdoso en el acto. Dijo rotundamente:
—Preparémonos para nuestra movilización hacia Karlotovo.
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—¡Mateo, espera un momento!
El chillido de Thrud detuvo al vigilante argentino en mitad del pasillo, con vitrinas que daban vistas panorámicas al horizonte urbano del Microdistrito. Se dio la vuelta, y vio a la Valquiria Real correr hasta detenerse frente a él. Mateo la miró, desconcertado.
—¿Pasa algo, Thrud? —preguntó.
Thrud miró hacia ambos lados, como verificando que no hubiese moros en la costa.
—Yo, ah... —musitó, mordiéndose el labio inferior— Necesito decirte algo. Algo que solo tú yo debemos saber al momento.
—¿Qué cosa? —Mateo frunció el ceño.
Thrud se acercó más a él, el rostro ensombrecido. Mateo se preocupó un instante de que lo que le pudiese decir tuviese que ver con algo de los Ushtria o relacionados. La diosa nórdica dijo en voz baja:
—Acabo de recibir una comunicación repentina de parte de mi reina, Brunhilde, y esta me dijo que nos anduviéramos con cuidado ahora. Me confirmó de la presencia del Dios de la Guerra, Seth, en las Provincias Unidas.
Un nudo se amarró dentro de la garganta de Mateo, y el corazón se le hundió en un profundo pesar inconcebible. ¡Así que de eso se trataba los maremotos de incertidumbre que había sentido durante toda la reunión!
Aún así, no se mostró del todo convincente. Cerró fuertemente los ojos y balbuceó cosas inteligibles hasta que pudo formar palabras exaltadas:
—Espera, espera, espera... ¿Cómo así? No entiendo.
—Créeme, Brunhilde tampoco lo entiende —admitió Thrud—. Recibí su comunicado hace no menos de dos días, a través de mi runa Ansuz. Resulta que el señorito de las arenas de Egipto no se encuentra en el Reino de Pesedyet. Y esto mismo se lo confirmó el Supremo Egipcio, Atón.
—Pero, a ver, ¿y cómo ella supuso que ese tipo vendría acá? ¡Él no tiene nada que ver con el conflicto que se está desarrollando aquí!
—Bueno, no por nada es el Dios de la Guerra Egipcio, ¿no? Ya te dije sobre la nefasta reputación que tiene Seth de meterse en conflictos ajenos y traicionar a sus bandos desde la Rebelión de Atón. Además, se ha hecho público que tú te enfrentarás contra él. Y se sabe que tú resides en las Provincias Unida —Thrud chocó un dedo sobre el hombro ancho de Mateo—. Y dentro de las reglas del Ragnarök, no se menciona la prohibición de que la deidad o el Einhenjer mate a su contrincante antes del torneo, dándole así la victoria de facto.
—¡Pues eso es una putísima mierda! —Mateo frunció el ceño, el semblante airado. Se puso las manos sobre la cintura— A lo mejor la Brunhilde esa te dijo eso solo para meter miedo y presión por el torneo. ¿Cuánto tiempo falta, por ciento?
—Llevo contado el tiempo —Thrud desplegó una tabla luminiscente de sus manos, y esta refulgió de color celeste en el aire. Filas de runas se organizaban verticalmente; las que estaban cruzadas con una línea contaban los días—. Faltan aproximadamente veinte días, si ves las runas no marcadas.
—Tiempo suficiente para derrotar a los Ushtrias, recuperar a mi hija y prepararnos para eso último —Mateo se dio la vuelta e hizo como que iba a irse. Thrud deshizo la tabla mágica y lo agarró de la muñeca.
—¡No, Mateo! ¡Por favor escúchame! Tenemos que andar ahora con un ojo atento. Brunhilde jamás metería presión con algo como esto.
—Si ese Seth de verdad se encuentra en las Provincias, pues que venga. Ya tenemos el armamento anti-superhumano necesario para derrotar a los Ushtria. Estoy seguro que este mismo armamento servirá para combatirlo si nos llegamos a topar con él antes de la ronda.
—Oh, Mateo... —Thrud jadeó y lo miró fijamente a los ojos— No tienes ni idea del colosal abismo que separa a los superhumanos de una deidad.
El vigilante argentino se quedó viendo la expresión quejumbrosa de su Valquiria Real. Otro vahído de emociones lo asalto que le hizo poner la piel de gallina. A pesar del poco contacto que tuvo con ella debido a todo este conflicto, en el fondo de su corazón sabía que sus palabras no eran ninguna exageración. Sobre todo si venían de la hija de una diosa nórdica.
La mano de Thrud se apretó a la muñeca de Mateo. El silencio se prolongó uno segundos.
—Esta batalla final anunciada... haré todo lo posible para estar a tu lado —dijo—. No solo para protegerte, sino también para afianzar mejor nuestro vínculo. Porque para ganar esta contienda, y la que viene más arriba, hay que estar más unidos que nunca.
—Hemos estado unidos en todo este viaje, Thrud. Tú, yo, y el resto de mi gru...
—Pero me refiero a ti y a mí solamente —los ojos azules de Thrud destellaron eléctricamente—. Siento que tú y yo no hemos pasado el tiempo necesario juntos para formar el lazo que será nuestra verdadera victoria. El Völundr.
—¿Velund?
—Sí, Völundr—Thrud entrelazó su mano con la de Mateo. Este último apretó los dientes al sentir su aplastante fuerza—. Fue un craso error mío dejarme llevar por la corrupción humana de este lugar. Por distraerme en sus problemas y olvidarme de mis votos como Valquiria Real. Si tú y yo nos unimos en Völundr, mi alma te dará los poderes de una Thorson para derrotar a quien sea. Sea a los Ushtria, sea a una deidad.
Mateo reflexionó en silencio, concentrándose especialmente en el aspecto del Ragnarök y del Dios Seth. ¿Tenía razón ella? Este conflicto a gran escala quizás no sea más que una preparación para él de lo que de verdad se vendría con el "Ragnarök" (aquella palabra sonaba tan alienígena que lo disociaba de todo el conflicto armado con los Ushtria). Un evento, quizás, sería la mayor prueba que jamás vaya a tener en su vida, y no esta pelea contra los Ushtria.
Pensar en eso le hizo entrar en conflicto con lo que ya tenía en mente del plan para derrocar a los Ushtria. Le dolió la cabeza de solo pensarlo. Se revolvió el cabello negro con la mano, suspiró y dijo:
—Si tú me ayudas a rescatar a mi hija y detener esta guerra, entonces encomendaré mi alma a la tuya.
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https://youtu.be/SthlzIeMNW8
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Cherbogrado, capital de la Raion Rusa
Centro urbano
Hattori Hanzo y Ryushin Hogo se hallaban de pie en el fondo de un callejón aislado. El primero con las manos detrás de su espalda, y el segundo con las manos en la cintura. Ambos esperaban, envueltos en el industrial y pesado ambiente de torres de vapor y hologramas de marketing flotando por encima de las casas y apartamentos que los rodeaban.
—Recuérdame una vez más porque estamos aquí... —murmuró Hattori, los ojos cerrados y la cabeza agachada.
—Para llevar a cabo una negociación representando a los Akagitsune en las Surabu No Tochi —respondió Ryushin, la sonrisa socarrona, la voz sagaz—. Ya los convoys enviados por Shigoto llegaron a los barrios japoneses de Bosnia, y están dando apoyo monetario, económico y alimenticio a los damnificados del atentado.
—Jamás me había pintado a Lee Shigoto como un altruista —dijo Hattori.
—Es porque no lo es —Ryushin le hizo un ademán de mano—. Él se adaptó al estilo de vida que gira entorno al capital. Mira esto de la misma forma que él. Una inversión.
—A mi no me hables de eso, Ryushin-San. Tú sabes lo terrible que soy con esa terminología.
—Mmm, me parece bien —Ryushin se encogió de hombros—. Lo importante es que, con esto, se asegura la esfera de influencia de los Akagitsune en esta región del mundo divino en el nivel sociopolítico y financiero.
—Ergo, la de la Cancillería de Kiyozumi.
—Sí... —Ryushin vio, a lo lejos, a un séquito de cinco siluetas asomarse por el lateral de una vereda, e internarse en el callejón, jalando de los brazos a un rehén de oronda panza que forcejeaba inútilmente contra sus agarres— Aunque no te esperes que de esta pocilga salgan Kebiishis u honorables Majutsu-Shi. Los Nikkeis de este lugar son odiosamente deleznables.
Los hombres que arraigaron a la zona de encuentro iban vestidos con elegantes trajes encorbatados. Todos llevaban sombreros con listones amarillos. Los que sostenían al panzón le propinaron patadas en las piernas, haciendo que el capturado cayera de rodillas. Uno le agarró del cuello de su abrigo y lo forzó a alzar la cabeza. Ni con todas las decoraciones de Fashionware de su rostro podían ocultar las facciones de pánico que se sombrearon en él al recibir las miradas juzgadoras de Ryushin y Hattori.
—Oh, no... —farfulló el gordo, mirando con horror hacia varios lados— No, no, no, no, ¿qué hago aquí? ¿Por qué estoy aquí?
—Nos lo encontramos en una plaza de adictos en las zonas rurales del Microdistrito de Keroshi —dijo uno de los agentes nipones; el marcado acento moderno hizo que Hattori lo mirara con sorpresa y curiosidad. No era uno de los Akagitsune, sino uno de aquí.
—Es un milagro que nos lo halláramos en algún campo agrícola follándose a cerdos, ¿neh? —espetó otro nipón uniformado entre risitas mientras se fumaba un cigarrillo.
—Ryushin —dijo Hattori, las manos aún a la espalda—, ¿debería de conocer a este sujeto...?
—Mmmm, no —Ryushin negó con la cabeza—. Solo tienes que saber que él fue quien llevó a cabo el complot del atentado con explosivos en Nihontown para acabar con Junichi y todo el clan Inagawa. Me hizo un gran favor al hacerlo, pero en el proceso mató a miles de personas, y facilitó, a la vez que complicó, el acceso de los Akagitsune en este territorio.
—Con eso te ahorraste el trabajo de subyugarlos, ¿no? —Hattori lo miró de soslayo— Así se dividía tu misión con esta gente. O los matabas, o los subyugabas.
—Pero en el proceso no pretendía llevarme la vida de miles de transeúntes, ni tampoco hacer que Lee Shigoto gastara un dineral para reconstruir la infraestructura que pretendía utilizar para ahorrarse gastos —Ryushin dedicó una mirada autoritaria a los agentes nipones—. Wataru Oda es lo último que quedaba de los Inagawa, ¿verdad?
—Bueno, no... —replicó un tercer, rascándose la nuca con dedos metálicos— Los oficiales Akagitsune nos dijeron que aún quedan algunos rezagados aquí y allá, pero difícilmente suponen una amenaza.
—Si están juntos —apostilló Ryushin—. Divididos será suficiente para que no se vuelvan un problema.
—¿Y qué pretendes hacer con él, Ryushin? —preguntó Hattori, mirando de soslayo al panzón de Wataru Oda, este teniendo los ojos y la nariz roja, restos de comida alrededor de la boca, los pantalones meados y el estómago sobresaliendo de su camisa. Puso cara de asco.
—Bueno... —Ryushin hizo como que ponía cara de pensativo— Ahora que los Akagitsune llegaron a las comunidades niponas de las Subaru No Tochi, se empezaran a aplicar las mismas leyes. Así que al señorito Wataru Oda aquí lo castigaremos con la misma sanción que se les da a los criminales que atentan la vida señores. ¡Y que encima lo logran!
Ryushin le sonrió. Hattori no pareció reaccionar más que con un suspiro y un encogimiento de hombros. Los agentes nipones intercambiaron miradas ociosas y curiosas, a la expectativa de conocer de primera mano como un oficial de los Akagitsune llevaba a cabo el castigo a un criminal. Pero donde esperaban que Ryushin actuara, Hattori lo hizo.
El mercenario de abrigo naranja invocó una hoja de papel entre los dedos de su prótesis rústica. Escribió varias silabas con el dedo. De repente, motas de fuego comenzaron a ulular alrededor de la hoja. Los agentes nipones, asombrados por ver aquel acto de magia, supusieron al instante lo que iba a realizar. Incluso Wataru Oda lo comprendió instantáneamente, y lágrimas cayeron de sus mejillas.
—Bien, Wataru Oda-Chan —dijo Ryushin, el tono y la sonrisa burlesca. Lo miró a los ojos—, antes de ejecutarte, ¿quieres decir algunas últimas palabras?
—Por favor, no... —Wataru ladeó la cabeza— ¡No hagan esto, por favor! ¡Y-y-yo solo fui utilizado!
—Y aún así fuiste como perro faldero hacia Cerim para reclamar su recompensa, ¡¿no?! —espetó uno de los nipones uniformados.
—¡Ma-matarme sería un desperdicio! Yo... yo podría convencer a los Inagawa restantes a que se rindan...
—No le eches mierda a un mierdoso con eso ahora —espetó Ryushin.
—¡Tra-trabajos forzosos! Pónganme en el trabajo que sea, no importa lo duro o pesado. Yo-yo podría hacerlo... —al ver como Hattori se acercaba sosteniendo el papel en llamas, Wataru paniqueó todavía más— ¡Por favor, Ryushin-Sama! ¡Ya confiscaron todo lo que me pertenecía! ¡Todo lo que pertenecía a los Inagawa! ¡Más castigo no puede darnos...!
—La muerte es la guinda del pastel, Oda-Chan —dijo Ryushin.
—¡DÉJENME MATARME A MÍ MISMO, AL MENOS! —Wataru Oda inclinó el cuerpo entero y besó el suelo con el frente de la cabeza. Hubo risa de parte de los nipones uniformados; no se esperaban que fuera capaz de hacer una reverencia sin que la panza lo atrofiara— Por favor, Ryushin-Sama... Permítame hacerme el Harakiri, ¿neh? —apoyando las manos en el piso se irguió, y miró patéticamente a un frívolo Ryushin— Si los Akagitsune son una organización tradicional de la cultura Edo, entonces deberían de permitírmelo, ¿neh?
Hubo silencio. Los nipones trajeados miraron a Ryushin y a Hattori. Ambos mercenarios tenían semblantes ennegrecidos de la decepción. El primero chasqueó los dientes y comenzó a desternillarse.
—Morirás como vivió tu amo —espetó, e hizo un gesto de loco con el dedo—. Ignorante de tu propia cultura.
Hasta los nipones uniformados sintieron el vahído de emociones que les produjo la respuesta.
Un segundo después, Wataru Oda ardía en llamas tras Hattori Hanzo arrojarle el Haiku en llamas.
Las densas flamas estallaron, forzando a los nipones trajeados a retroceder varios pasos. Fue tan repentino, y actuó tan rápido el estallido de llamas, que a Wataru Oda no le dio ni siquiera tiempo de gritar, pues el dolor llegó más tarde que la ebullición de su cuerpo. Derritiéndose cual helado en un desierto, el cuerpo del panzón Inagawa empezó a deshacerse en frente de todos, licuándose en una amalgama de hierro fundido y carne gelatinosa e informe. Su silueta humana se desorganizó al minuto, convirtiéndose en una pira montañosa.
Hattori apagó las intensas llamas invocando un tornado en miniatura con otro haiku. Las flamas se desvanecieron tan rápido como aparecieron, enseñando la negra figura informe que era Wataru Oda. Los nipones trajeados permanecieron en silencio sepulcral, para acto seguido sonreír e intercambiar sonoras carcajadas.
—Con esto acaba nuestra presencia aquí —dijo Ryushin, caminando hasta ellos—. Regresaremos de donde vinimos, y ustedes seguirán trabajando como lo han hecho, ahora bajo el mando de los Akagitsune —alzó un brazo y ofreció la palma de su mano.
—Así será, Okyakusama —dijo el líder del séquito, y estrechó su mano.
Ryushin los despidió con un ademán de mano, para acto seguido desaparecer de la vista de los nipones trajeados. Un segundo después, Hattori desapareció también.
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https://youtu.be/GKAgo-g5V2E
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Estación de Quantumlape de Grigory.
Santino Flores esperaba pacientemente a la disponibilidad de la siguiente plataforma de teletransportación. Sobre sus hombres cargaba un grueso morral negro de camping. No llevaba su habitual máscara, pero sí portaba una mascarilla transparente en el rostro, tan fina que las personas de su alrededor no la veían, y la cual le permitía censurar su rostro de las cámaras de seguridad de la extensa galería.
El bolso le daba un perfil más bajo e inofensivo ante el indiferente público. Este también cargaba consigo la misma capa invisible de Tecnología Eindecker que le permitiría acceder a la plataforma de telentransportación sin que los radares detectaran el pesado armamento que llevaba dentro del morral negro. Al principio tuvo miedo de que no funcionara en el control de seguridad, y que los sensores de las compuertas detectaran las armas. Afortunadamente, consiguió burlar todos los radares biométricos, y si pudo con eso, entonces podrá con la plataforma.
Esperaba sentado en una banca aislada y alejada del resto de las personas que esperaban igual que él. A pesar del conflicto que gestaba como hierbas del mal por todas las Provincias, la teletransportación de los Quantumlape públicos aún estaban abiertos. Pero era cuestión de tiempo de que los cerrarán, y Santino no iba a desaprovechar la oportunidad de aparentar su repentina ida con la excusa de que iba a "conocer y adiestrar a su pelotón de combate" (Yuri Volka les había vuelto a asignar, a él y a Kenia, sus efectivos Wagner para utilizarlos en la batalla contra los Ushtria).
En la penumbra de aquella esquina de la galería, Santino pensó en profusa cavilación. Se preguntó si esto lo hacía de verdad por el grupo, o por sí mismo. Se preguntó si de verdad merecía la pena ejecutar este plan, o si su demencial actitud retrograda lo llevaría a su inminente muerte. Se preguntó si de verdad iba a hacer esto para vivir un día más, o sacrificarlo para darle la vida a alguien más. Algo que tenía, con clara certeza, era que no haría esto en vano. Pues a diferencia de Gael, Martina Park debía seguir viva. Y él se aferraba a esa fe para ir a rescatarla, y ganarse el perdón de Mateo y Kenia.
Abrió el bolso, y lo primero que observó fue el guantelete cibernético de placas metálicas con el botón rojo en su dedo índice. Apretó los labios y suspiró. Sonrió, orgulloso del hecho de no tener la mente desusada y de ser capaz de crear una maravilla de la guerra como esta.
<<Me pregunto que impresión tendrías de mí si me vieras ahora, Alejandro Garcia>> Pensó. Cerró los ojos y alzó la cabeza, queriendo perder la mirada en el infinito de sus pensamientos.
Pero antes que ver fijamente la pared, se topó de frente con una silueta pequeña ennegrecida por la nula iluminación. Entrecerró los ojos, pensando por un momento que se trataba de una ilusión.
—Santīno Furōresu.
La figura se acercó a él al tiempo que se colocaba algo en el oído. La paranoia de Santino lo atacó, y estuvo a punto de desenfundar una pistola de plasma de debajo de su brazo prostético. No obstante, fue sorprendido con el chasquido de palmas juntas, seguido de una profunda reverencia. Santino se detuvo en seco al ver de quien se trataba.
—¡Issho ni ika sete kudasai! —el chillido resonó en todos lados, haciendo que varias personas los vieran con extrañeza.
—¿Ah? —Santino puso ojos en blanco, una gota de sudor cayéndole de la sien.
—Ah, etto, ma-matte... —Ryouma Gensai se acomodó el Portavoz y lo configuró— Ok, ok, ahora sí —volvió a chocar palmas e hizo otra reverencia— ¡Por favor, Santino-San! Déjeme ir con usted.
—¿Ah? ¿Qué? —más gotas de sudor aparecieron en la cara de Santino— ¿Tú como putas me hallaste, niño?
—Sigilo de Ninjutsu —dijo Ryouma con total banalidad—. Cuando vi lo apartado que estaba de su grupo, tuve la certeza que fue por lo que sucedió en Sofitel. Y al verlo construyendo algo en el laboratorio, me olía a que estaba tramando algo. Aparte de oler químicos fuertes.
—"Sigilo de Ninjutsu". ¡Más bien acoso!
—Solo hubo una cosa que supuse al recabar toda esta información. Y seguirlo hasta aquí me confirmó mis sospechas —Ryouma juntó las manos e hizo otra reverencia—. ¡Por favor, déjeme ir con usted para rescatar a Martina Park!
Santino se lo quedó mirando con desaprobación. Estiró un brazo.
—¡Vete de aquí! Esto no te concierne.
—Me concierne más de lo que cree, Santino-San —Ryouma se irguió y lo miró a los ojos—. Sé que apenas la llevo conociendo menos de un mes, al igual que ustedes, pero siento el peso de la responsabilidad de su captura tan fuerte para mí como para usted. Debo tomar cartas en el asunto también.
—Las consecuencias de mis acciones son solamente de mis acciones, niño. Vos no sabés lo que me corroe y me motiva a hacer esto.
—No debo saberlo ni compartirlo, Santino-San. Con solo entenderlo, me bastará. Además, entre más ayuda reciba, más fácil será la misión.
<<O me la complicarás, mejor dicho>> Santino arrugó el entrecejo y la nariz.
—Niño, ya de por sí mi desaparición levantará cejas en los Giles. Si saben que tú también desapareciste, ¡se formará un quilombo de tres pares de cojones!
—¡Más "quilombo" se formará si ponemos la vida de Martina-San en riesgo cuando ataquemos al enemigo! Al hacer esto, estaré rompiendo mis votos de lealtad a mi maestro, Hattori Hanzo-Dono, ¡y asumiré mis consecuencias también! Así que, por favor, Santino-San —Ryouma se acercó a él. De repente, se tiró al suelo sobre sus rodillas y agachó el cuerpo hasta tocar el suelo con la frente— ¡Déjeme ir con usted y rescatar a Martina-San!
—¡Que te vayas, dije!
—¡No pienso irme, Santino-San! ¡Por favor!
—¡Pero serás rompe bolas! ¡Que te estoy diciendo que no!
—¡Pienso reafirmar mi petición de todos modos!
—¡¿Y tú es que acaso estás enamorado de ella o qué?!
Se hizo un breve silencio. Ryouma balbuceó nerviosamente, el rostro encendido del sonrojo. Apretó los dientes y volvió a bramar, esta vez en japonés:
—¡Onegai-desu, Santino-San! ¡Ika sete kudasai!
Santino miró de soslayo y se le formó un nudo en la garganta al ver a mucha gente mirarlos con sospecha y extrañeza. Reparó en las verjas plásmicas de una de las plataformas abrirse de par en par, y un grueso séquito de personas entrando en ella. Se puso de pie y velozmente se dirigió a trote hacia él. Ryouma Gensai se puso de pie de un salto y lo siguió, caminando a trote apurado y con las mejillas infladas de la reticencia.
—¡No me sigas! —maldijo Santino, empujando a la gente con saña y abriéndose paso.
—¡Keii o komete! ¡tonikaku forō sa sete itadakimasu!
(¡Con todo respeto, lo seguiré de todos modos!)
—¡La reputisima madre que te parió!
Y ambos se metieron en la plataforma justo antes de que las verjas de plasma reaparecieran y cerraran el paso al resto de personas. Santino y Ryouma se colocaron las gafas de protección. El brillo de la plataforma aumentó y, momentos después, las veinte personas adentro desaparecieron de la vista del resto de la multitud.
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Norte de la Raion Albania.
Bosque Vrioni. Base militar
Los aullidos de disparos cadenciosos centelleaban a lo largo y ancho del bosque de tundras y las montañas que adornaban el interior más laberintico. Se oían los crujidos de árboles ser talados por medio de sierras eléctricas, y explosiones que abrían profundas hendiduras en los claros boscosos.
Bukuroshe Berisha observaba los entrenamientos de tiro de francotirador subida en una plataforma flotante que actuaba como si fuera una alfombra voladora. Desde lo alto del torreón tenía vistas generales de toda la base militar albana atestada en el claro boscoso, creado a partir de la tala de árboles y los explosivos eléctricos. Las manos prostéticas celeste y rojo se hallaban sobre una mesa, junto con una hilera de tandas de rifles semiautomáticos, granadas automáticas, cohetes, piezas de servoarmaduras y otros dispositivos con el propósito de uso para la guerra que ya se estaba librando en todas las Raions.
Ni con toda la laboriosidad extra que se puso en sus espaldas para crear más armamento para los conscriptos, o de entrenarlos en los campos, sirvieron para distraerla del pensamiento que la llevaba atormentado desde el día en que Almarin Xhanari ejecutó su tan ansiado plan de Casus Belli. Durante todos estos años, lo había apoyado en sus planes, y con alevosía se convirtió en una devota seguidora de su ideología de derrocar a todas las Raions para unificarlas todas en una Gran Albania. Aquel sentimiento de nacionalismo no lo sentía desde sus épocas como activista escolar durante las turbulentas Guerras Yugoslavas (un pasado tan distante que ya lo relacionaba con el de otra persona).
Pero ahora... No entendía por qué no se sentía exaltada por ver finalmente los objetivos del Jefe cumplirse. Una corazonada de su pecho trataba de indicarle algo. Un misterio de su propio criterio, abolido por su naturaleza siempre violenta, que intentaba comprender, pero era incapaz no importaba cuando tratara de repensarlo. A su mente solo llegaban pensamientos sobre las siguientes movilizaciones militares, los teatros bélicos, las estrategias de guerrillas, el número de efectivos, el abastecimiento de armamentos, transporte, armaduras y soportes alimenticios a los soldados... Al final, esa corazonada seguía presente, turbándola con ideas enterradas bajo una pila de responsabilidades, ahora más presentes y pesadas con los designios del conflicto armado.
Sintió la presencia de alguien entrar en el balcón de tierra del torreón. Oyó el resonar de botas. Mientras se sacaba un moco de la nariz, Berisha miró por encima del hombro. Carcajeó.
—A la verga, hace tiempo que no te veía con uniforme militar, Lur.
Luriana Zogjani sonrió y se burló de ella dando un pisotón y dedicándole un saludo militar (ella tenía un rango de coronel de regimiento, superior al de teniente técnica de Berisha). La Cibermante se rió entre dientes y le hizo un ademán despreocupado con la mano. Luriana se acercó hasta ponerse frente al escritorio.
—¿Cómo van la llegada de los nuevos reclutas? —preguntó, volviendo la mirada hacia el campo abierto de tiro. Luriana miró también la llanura.
—Vienen solo los más capacitados, física y psicológicamente —dijo Luriana, las manos detrás de la espalda—. Rechazamos las inscripciones de aquellos que tengan antecedentes de psicológicos, trastornos, discapacidades, etc...
—Por lo general los ejércitos de cualquier parte del mundo reclutan a quienes tengan la audacia de participar. Incluido retrasados mentales, tullidos, mullidos... —miró de soslayo a Luriana. Esta última miraba fijamente el campo abierto— Eso que haces, de rechazar a los que no son capaces, ¿son políticas tuyas? ¿O sugeridas por Almarin?
—¿Mmmm? —Luriana enarcó una ceja al mirarla— Un poco de ambas, de hecho. Pero mías más que nada. El Jefe al inicio quería reclutar a quienes sean, con la excusa de que los podía curar y sacarle el potencial a todo el mundo con el grimorio. Pero lo convencí diciéndole que no sería bueno para su salud.
—Cierto. Tú fuiste la primera en sospechar que el grimorio le hacía algo al Jefe.
—Y tras comprobar que el uso excesivo de hechizos del grimorio consumía algo de él, física, mental o espiritual, desistió y adoptó mis políticas de reclutamiento militar.
Berisha asintió con la cabeza y volvió la mirada hacia la extensa llanura, atiborrada de reclutas que hacían ejercicios de trote, de disparo y del uso de los mecanismos de servoarmaduras y exotrajes. Se hizo el silencio prolongado entre ambas. Con ese silencio, la enigmática preocupación de hace unos momentos atacó de nuevo a Berisha, trayendo a su mente a aquel estado pensativo bastante inquieto.
Miró de reojo a Luriana. Se mordió la lengua, cavilando en cómo formar las palabras para la pregunta exacta. La formuló al cabo de unos segundos:
—Entonces... Tú... ¿Cómo te sientes siendo parte de otra guerra ahora? Y encima una típica de nuestros pueblos.
—¿La guerra de Odio Histórico, te refieres? —preguntó Luriana.
—Del Odio Histórico —Berisha afirmó con un ademán de mano.
Luriana Zogjani apretó los labios. A pesar de tener la misma mirada banal que no parecía exponer ninguna expresión, Luriana reflexionaba en estoico silencio. Berisha se incomodó un poco al ver como pasaba el minuto y no respondía.
—Si no quieres, no respondes —dijo, abrupta—. De todas formas, biógrafos han interpretado tu pensamiento ya, como tú siempre dices...
—No sabría decirte cómo me siento, la verdad.
Igual de abrupta fue la respuesta de Luriana. Berisha rápidamente se acomodó sobre la plataforma flotante, poniéndose sentada, con las piernas cruzadas y la mirada fija en Luriana. Esta última movía los labios unos contra otros.
—Wow... Esa respuesta tuya haría que los biógrafos se arrancaran los cabellos, ¿sabes?
—¿Y qué si ellos interpretan a su manera lo que yo interpreto a mi manera? —espetó Luriana, frunciendo el ceño— Mis pensamientos son míos, y no están para compartirse con otros. Mucho menos biógrafos que embellecen o endiablan a cuento de ellos.
—¡Vale, vale! Tampoco te pongas así.
Luriana guardó silencio. Alzó los brazos, los estiró, y después los cruzó. Entreabrió la boca, pero acalló unos segundos. Después, comenzó a decir:
—Fui marcada por la guerra, como Elseid y Blerian. Pero... me atrevería a decir que yo fui marcada por una guerra mucho más fea.
—No por nada la Segunda Guerra Mundial fue el culmen de la malicia humana. Incluso más que la Tercera.
—Además, como tal yo nunca he participado en una de sus guerras de Odio Histórico. Es más —Luriana la sojuzgó con la mirada—, desde este lugar, Valhalla, observe con muchísima pena como la Yugoslavia por la que yo defendí de los Nazis, y ame con toda mi alma, se fragmentada en luchas internas imparables. Como una madre que se le rompe el corazón cuando ve a sus hijos pelearse hasta matarse.
—Yo pensaba que Yugoslavia ya andaba emperifollada en ese entonces —Berisha se rasco el busto y se metió una mano dentro del sostén.
—¿Y no que tú eras una activista antibélica?
—Lo era... —el semblante de Berisha se ensombreció. Aparentó con una sonrisa forzada— Y la ironía de la vida me hizo desarrollar la habilidad de crear cualquier armamento anti-superhumano y volverme una Señora de la Guerra. Tócate los cojones.
Luriana ladeó la cabeza.
—En fin —dijo—. Yugoslavia no estaba dividida durante la Segunda Guerra Mundial. No como tal. De hecho, estaba más unida que nunca, quitando a los separatistas y a los sucios, infelices, malditos e inhumanos hijos de perra de los chetniks —saliva brotó de su boca con esos insultos—. Fue por primera vez en la historia que los "Eslavos del Sur" se unían contra un enemigo en común, guiados por el abanderado de la Unión Soviética. Y cuando Tito en persona me nombró líder del Ejército Partisano Yugoslavo para contrarrestar la Séptima Ofensiva Antipartisana... —esbozó una ligera sonrisa— Me sentí como una elegida, y como una heroína al darse terminada la guerra.
—¿Y moriste en combate, como cuentan los biógrafos? —preguntó Berisha, mostrando interés genuino por la historia.
Luriana apretó los labios y tragó saliva. Suspiró.
—Morí por una extraña enfermedad que resultó ser el despertar de mi Gen Superhumano —se limitó a decir.
—¿Y cómo te sientes siendo participe de esta... nueva guerra?
Otro largo silencio. Luriana puso una expresión como de afligida. Cerró los ojos y volvió a suspirar. Berisha logró sentir un aire de apología alrededor de ella. Una que también la congojaba a ella.
—Si las cosas salen mal —dijo Luriana, la voz queda, el corazón no cabiendo en el pecho—, esta guerra que Almarin quiere pretender como una guerra "corta", se convertirá en una extensión de la Guerra Yugoslava. Encomiendo mi alma a Dios y al Jefe. Mi vida, la tuya, y la de todos los demás está en sus manos. Pero al mismo tiempo deseo que el juicio de Almarin Xhanari no se nuble en tiranía, y destruya todo su sistema político e ideológico con la fanfarria del poder absoluto, dejando un rastro de muerte innecesaria.
Y allí salió a relucir el mal augurio que tuvo inquieta a Berisha. Tal cual como lo expresó Luriana, era lo que ella también temía desde que permitió a Almarin el acceso al nuevo poder del grimorio... gracias a su hazaña de ingeniería cuántica.
Eso era lo que no quería verse hecho realidad. Que Almarin se volviese un desóta. Estaba bien acomodada en el puesto en el que estaba, en donde tenía control de su vida. No deseaba volver a ser avasallada, vilipendiada, pisoteada, humillada ni torturada por altos mandos nunca jamás.
—Encomendaré mi alma a eso también, Lur.
Y las dos se quedaron allí hasta ver el atardecer del lejano Estigma de Lucífugo desaparecer detrás de las montañas.
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9
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Reserva Ku'Njeremigro'Krahë
El rechinar de las botas contra el pavimento resonaba en la vacía habitación. Nestorio Lupertazzi caminaba parsimoniosamente frente a la vitrina que, adentro, contenía un larguísimo papiro desenrollado que se prolongaba hasta los casi quince metros de longitud.
Sus maravillados ojos condecoraban su mueca sonriente. Paseaba la mirada por cada detalle del mismo: de su textura rugosa; de sus colores marrones, blancos, rojos, negros y amarillos, todos claros y oscuros; de las columnas de símbolos jeroglíficos que contenían, codificados en su idioma muerto, una trágica historia de guerra civil. Una historia que era ornamentada por los dibujos de altas figuras humanas bidimensionales, inexpresivas y con dibujos de discos solares sobre sus cabezas, comandando ejércitos de siluetas humanas más pequeñas en un inminente choque bélico.
Aunque encerrado bajo el vidrio, Nestorio Lupertazzi podía sentir la emanación de magia mística e intrínseca del papiro. Rió para sus adentros y se rascó la mandíbula con una mano de hierro.
—No lo quise creer al principio —dijo—. ¡Y no me lo puedo creer todavía! —se dio la vuelta y miró a Almarin— En verdad tienes en tu poder el Libro de los Muertos de Ra.
—Corrección —dijo Almarin—: estaban en posesión de las mafias, junto con otros objetos exóticos de gran valor cultural que llegaron aquí luego de los éxodos de los pueblos eslavos y las visitas de dioses a la zona.
—Y todos ellos originales, incluyendo este... —Nestorio se volvió y siguió caminando y analizando exquisitamente el papiro. Golpeteó la vitrina con un dedo— Este es el original. Allá donde iba buscando este papiro funerario en otras partes del Valhalla, solo me ofrecían copias mal hechas o pedazos que hacían pasar por el original.
—¿Y cómo sabes que este es el "original"?
—¿Aparte de que este está completo? Ven.
Nestorio le hizo un ademán con la mano para que viniese. Almarin caminó hacia él, este último hallándose en el extremo opuesto del papiro. Miró una zona del rollo que Nestorio le indicó con el dedo. Era la última sección del papiro, el cual representaba (y contaba a través de los jeroglificos) la figura del Dios Horus echada en el suelo, siendo pisoteado por la figura del Dios Seth mientras que el Dios Usurpador, Atón, observaba desde la barca solar que otrora perteneciese a Ra.
—No solo tiene esta última sección (la cual se consideraba perdida entre los egiptólogos) —dijo Nestorio con gran entusiasmo—, sino que también tiene la firma oficial de Atón. Aquí —señaló la parte superior del papiro, donde Almarin vio un grabado jeroglífico justo encima del Dios Usurpador. Los jeroglificos brillaban con el reflejo de los rayos del sol filtrándose por el techo.
—¿Esa es la firma de un Dios?
—No por nada este es un registro oficial de lo que cuenta la Guerra Civil de los Dos Soles —dijo Nestorio—. Quizás no sea el primer manuscrito hecho, pero sí una copia del original. ¡Y eso me basta y me sobra!
Nestorio tomó a Almarin de los hombros y le dio dos ceremoniales besos en las mejillas. Almarin puso cara de disgusto y lo apartó con un ligero empujón.
—Te estoy infinitamente agradecido, Almarin Xhanari —dijo Nestorio—. Con esta nueva adicción, mi colección egiptomaniaca crecerá un poco más.
—¿Tú eres egiptólogo? —Almarin lo señaló con el dedo y sonrió, jocoso e impresionado— No jodas. ¿Desde cuándo?
—Desde siempre. Otra cosa es que no lo haga de conocimiento público. No me gusta jactarme de algo que es solo mío.
—Ya... —Almarin frunció el entrecejo. Pensaba que conocía bien a Nestorio Lupertazzi desde la Lupara Bianca. ¿Será que esconde más secretos de su vida privada?
Un silencio breve se generó entre ambos, con Nestorio apreciando con maravillados ojos infantiles los dibujos y los jeroglíficos. Almarin lo atacó con una repentina pregunta:
—Has obtenido lo que querías de mí. Ahora, ¿qué harás?
—Primero, será llevarme esta preciosidad a mi penthouse —replicó Nestorio—. Después... creo que me quedaré aquí a ver como desarrollas el conflicto.
—Wow, wow, wow, ¿quedarte? —Almarin frunció el ceño— Pensaba que te irías de las Provincias Unidas.
—Mi Penthouse está EN las Provincias Unidas, por lo que poco trámite tengo que hacer para volver allá. Además, llevo viviendo toda mi vida en las Provincias desde que llegue a este mundo. Lo conozco mejor de lo que conocía Roma.
Almarin entrecerró los ojos y caviló, tratando de leer entrelineas sus palabras.
—Puede que la guerra no te afecte directamente —afirmó—. Menos si esa Penthouse que me dices no llega a verse en medio del fuego cruzado. Pero créeme cuando te digo que la guerra, a largo plazo, te afectará de manera financiera. La economía caerá en una breve picada en los siguientes meses y años.
—No me digas —Nestorio le sonrió con ironía—, ¿acaso el grimorio te dio el poder de ver el futuro, acaso?
—Solo digo... que, si quieres garantizarte una vida tranquila, alejado de la guerra, entonces te vayas de aquí. Te lo digo de buena fe...
Almarin colocó una mano sobre la vitrina y, un instante después, la alejó justo antes de que Nestorio intentara aplastarlo con un manotazo. Almarin retrocedió y miró a Nestorio. Este último le dedicó una feroz y a la vez taimada mirada airada acompañado de una sonrisa lunática.
—No me digas a dónde tengo que ir o cómo tengo que vivir —bramó—. Si digo que me quedaré aquí para ver como desarrollas esta "corta guerra", ¡entonces me quedaré aquí!
—¿Te piensas acaso que esto es un teatro dramático al cual ir a ver cómo si fuera entretenimiento? —espetó Almarin, la voz y la mirada disgustadas— ¡Es un teatro bélico!
—Ya he visto y sobrevivido muchos otros teatros bélicos, mi amigo —Nestorio agrandó la sonrisa—. Los de la Tercera Guerra Mundial, el Holocausto Kaiju, la Lupara Bianca... Sobreviví a todos ellos. ¿Crees que un estúpido conflicto de escaramuzas me obligara a irme? No... —negó con la cabeza— Me quedaré aquí, donde pertenezco, y donde veré como otra guerra pasa ante mis ojos.
Almarin frunció el ceño y apretó la mandíbula, su mirada de odio contra la desquiciada de Nestorio. Apretó un puño y se tronó los dedos, controlando así sus eruptivas emociones.
—Si es así, entonces lárgate de mi vista —ordenó, y extendió un brazo—. Vete a vivir la vida de un enclaustrado en tu hogar. Ya no tienes más importancia política o militar en mi gobierno.
Nestorio Lupertazzi cerró los labios en una sonrisa pícara. Se abrochó un botón de su saco elegante y, sin decir nada más y dándole unos últimos golpecitos a la vitrina, se largó echando humos de la habitación. Dejó solo a Almarin.
Por un breve instante, a Almarin lo consumió una mortífera idea: si Nestorio Lupertazzi se pasaba de listo y lo atacaba por la espalda, entonces no tendría piedad en aniquilarlo con un borrar de almas del grimorio.
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Recinto ferial de Saravanda.
Región de Trovasan. Frontera entre Albania y Kosovo.
Poco o nada pudo hacer Martina Park para evitar ser llevada contra su voluntad, por medio de la teletransportación de un Anillo Quantumlape que le pusieron y después quitaron, hacia una de las comunas en disputa territorial en donde se desarrollaba el conflicto armado entre las fuerzas armadas albanas contra las kosovares.
Toda la confidencia y seguridad en sí misma que adquirió gracias a los entrenamientos marciales de Tyrserved no sirvieron de nada para contrarrestar la opresora aura Seishin de Elira Minoguchi; esta se aseguraba de que sintiera su poder por medio de presión, acompañado por manifestaciones telequinéticas que la dejaban paralizadas de cuando en cuando. De esta forma, le enseñaba que no tendría oportunidad en algún combate cuerpo a cuerpo contra ella, o contra cualquiera de los Ushtria Clirimtare.
En esta y en otras ocasiones en las que se vio forzada a estar hombro a hombro con ellos la hicieron sentir inútil. Y mientras se vestía con un uniforme elegante, tal como le indicó Elira, pensó en las palabras de Almarin. En toda la barrabasada que le verborreó sobre sanar sus "mutaciones" y sacar su "potencial". En los días que estuvo instalada en el Microdistrito Shkröndker, paseó por las calles e interactuó con la gente (con el permiso de Elira), tanto para distraer su mente como para hallar la forma de poder salir de aquí (sus intentos fueron en vano, pues siempre era seguida y vigilada por centinelas y drones), y oyó de primera mano el testimonio de personas que aseguraron haberse curado de enfermedades graves y crónicas.
Y aquellos que habían tenido mutaciones sin éxito del Gen, como ella, eran ahora auxiliares de los ejércitos populares y partisanos de Albania. Algunos eran inclusive sargentos de sus propios batallones, y habían demostrado poseer superpoderes tanto Ipsilons (físicos) como Psychos (psíquicos) que la dejaron aturdida. Pero más perturbador fue el hecho de escuchar, a uno de estos Superhumanos, que habían "cientos" de ellos, todos con sus capacidades del Gen atribuidas a los poderes mágicos de Almarin.
<<¿Almarin de verdad hizo todo eso?>> Pensaba mientras seguía a Elira hasta una plazoleta, donde las esperaba un nutrido séquito de soldados-civiles, todos uniformados, armados y portando Anillos Quantumlape como ellas. <<¿Pudo crear su propio ejército de Superhumanos con el grimorio sin ningún tipo de coste? Imposible>>.
Antes de poder concebir otro pensamiento, Elira le dio un codazo para que alzara el brazo y exclamara el lugar donde se teletransportarían. Todos levantaron el brazo, gritaron al unísono:
—¡TÚNEL CUÁNTICO! ¡SARAVANDA!
Y sus cuerpos se transformaron en resplandecientes centellas que salieron volando a toda velocidad por el cielo, seguidos por las miradas de los peatones de la zona hasta perderlos.
El lugar al que aterrizaron era el interior de un gigantesco estadio deportivo que servía como recinto feriado para múltiples actividades culturales. Martina Park quedó turbadamente fascinada al girar la cabeza de izquierda a derecha, y ver cientos de grupos de soldados formando muchísimos grupos de pelotones dispersos aquí y allá. Charlaban sobre sus vidas, intercambiaban pullas, explicaban como llegaron a estar donde están, y que estarían dispuestos a pelear para seguir expandiendo la ideología del "Comandante en Jefe de la Nación". Otros tantos, más jóvenes (pero que igual poseían expresiones curtidas), demostraban los relucientes armamentos y servoarmaduras que les proporcionó la inatajable industria armamentística de Bukuroshe Berisha. A ojos de Martina, que jamás había visto tantos rifles, pistolas, lanzacohetes, armaduras y otras tantas tecnologías desconocidas, este ejército se veía uno al que temer. Y lo que más la dejó anonadada fue ver a varias mujeres ser participe de esta unión militar.
En el centro del estadio, alcanzó a divisar un enorme podio rectangular, instalado con vigas de hierro de las cuales ondeaban hologramas brillantes de la bandera de Albania, el dúo de águilas negras. Gran parte de los mil soldados se conglomeraban cerca de la fachada del extenso podio, como a la espera de que se iniciase una función o una conferencia.
Sintió un jalón en el brazo. Por medio de un hilo Seishin, Elira le indicó que la siguiera. Martina respiró y exhaló hondo, fundiendo su frustración personal y la presión del abrumador ambiente llenísimo de gente, y siguió en pos de ella a través de los soldados albanos en dirección al estrado.
Ascendieron por escaleras de hierro hasta subir a la cima del podio. En él, Martina vio que ya se encontraban el resto de Ushtrias, todos ellos vistiendo ropas de gala como ella (con excepción de Elseid y su revestido cuerpo biomecánico, y de Luriana, quien vestía su uniforme militar).
—¡Hey, hey, miren quien llegó! —exclamó Berisha, alzando sus enormes manos prostéticas— Bienvenida al inminente mitin, pequeñita.
<<Me dice pequeñita y soy casi de su misma altura>> Pensó Martina, el ceño fruncido, el cual frunció todavía más al recibir una palmada en la espalda de parte de Berisha.
—Tienes el privilegio de estar acá arriba, hija del Brodyaga —le dijo Elseid, dedicándole una sonrisa—. Cualquiera de mis hombres de aquí darían lo que fuera por estar acá también.
<<¡¿Todos ellos son sus soldados?!>>.
—¿Por qué no la pusiste con ropa militar? —preguntó Luriana.
—Ni que ya la hubiésemos reclutado, Lur —espetó Elira. Se la quedó viendo por un buen rato. Una gota de sudor se le apareció en la sien—. Me lo dices en broma, ¿no?
—Así no parecería un muchachito eslavo —Luriana sonrió inocentemente.
—Dios, a veces no puedo contigo —masculló Elira, no pudiendo evitar la sonrisa ligera.
<<Y pensar que se supone que esta gente son mis captores>>.
Los únicos que no le dirigieron la palabra fueron Blerian y Antígono; estos últimos quedaron taciturnos y con la mirada al frente, impasibles.
Elira la colocó en el extremo derecho del estrado, y después se puso justo detrás de ella, con su hilo Seishin aun rodeándole la muñeca, de esta forma sirviéndose como sus grilletes.
Elseid recibió un contacto psicocomunicativo que le hizo poner una mano sobre su oído para captarlo mejor. Acto seguido se acercó al borde del estrado, y llamó la atención de los distraídos soldados carraspeando frente al micrófono. Los enormes altavoces, atestados en las graderías vacías, reprodujeron con potencia sus gruñidos a lo largo y ancho del estadio. Los infantes más alejados se acercaron al conglomerado concentrado alrededor del altar, y pronto se formó un cúmulo de uniformados verdes, grises y plateados concentrado frente al podio.
Todo el mundo acalló, y el silencio gobernó el lugar. Hasta que todos oyeron el resonar de pisadas contra el metal. Voltearon sus cabezas, y vieron a Almarin Xhanari ascender desde el otro lado del estrado, oteando su capa negra, la mirada agachada. Martina Park recibió un primer plano del perfil de Almarin cuando este pasó de largo de ella, al tiempo que una oleada de vitoreos de los soldados lo proclamaron con su nombre y su apodo de comandante.
Almarin se colocó frente al micrófono. Le dio dos toques, y ellos fueron suficientes para hacer que los más de mil soldados guardaran silencio. Tras eso, el silbido del viento sopló por todo el estadio. Los Ushtria y los soldados, pacientes, esperaron el soliloquio de Almarin. Este último alzó la cabeza, y fulminó a todos y cada uno de los infantes de ejército con una sagaz mirada.
—¡Finalmente ha llegado el día! —vociferó, y su voz reverberó poderosamente en todo el estadio por medio de los altavoces— Hermanos y hermanas, de sangre y de cultura, de linajes históricos y de traumas bélicos, finalmente serán participes de la guerra que pondrá fin a todas las guerras de odio entre nosotros y nuestros familiares, de nuestros hermanos de otro pueblo. Siendo conscientes que lo único que conocemos nosotros, los Eslavos del Sur, es la guerra y el odio, ¡entonces yo utilizaré la guerra para erradicar el Odio Histórico de una vez por todas!
Con aquella estrambótica fusión de máximas, Almarin Xhanari dio comienzo a un mitin de un discurso de corte militar. Durante las siguiente hora y media, Almarin expresó sus reclamos contra la oligarquía, denunció los crímenes de lesa humanidad cometidos por todos los pueblos (incluido los albanos) desde el medievo hasta la actualidad, expuso por medio de hologramas (generados por holos del estrado) las riquezas con las que se doparon las mafias balcánicas durante todos estos años, y que ahora les pertenecían a ellos. Y eso Almarin lo recalcó con un grandioso énfasis:
—¡Son riqueza de USTEDES! ¡No mías! Con ellas, les daré prueba definitiva de la autosuficiencia. Me demostrarán que, al igual que este grimorio fue incapaz de corromperme como muchos temían, ¡ustedes no serán corrompidos por las riquezas y los botines! ¡¿Seréis capaces de ellos, mis hermanos y hermanas?!
Los soldados alabaron el soliloquio alzando sus brazos y gritando cantatas.
Durante todo el discurso, Martina Park se sintió disociada del tiempo y el espacio en el que se hallaba. Aunque escuchaba con oído atento, no conseguía conectar del todo los nodos de lo que decía con lo que había causado hasta este momento. Especialmente a sus familiares, los Giles. Ponía en gran duda lo que le había dicho acerca de que su padre, y los Giles, se "unirían" a su causa eventualmente. Y ella misma tenía la seguridad de que no se uniría, ni simpatizaría, con su ideología, por más promesas bonitas y buenas causas que estas tuvieran, y por más cimientos del abanderado de la paz predicase.
<<Sigues siendo para mí un Jahat>> Pensó, la mirada fija en él. <<Un asesino inescrupuloso>>.
—¡UNA GUERRA RELAMPAGO! —vociferó Almarin, los brazos alzados, el libro negro colgando debajo de su capa— ¡Una guerra lo bastante corta en la que los sacrificios de nuestro bando, y del enemigo temporal, se conviertan en los abonos de los cultivos que crecerán en los años por venir! ¡El final de esta guerra dará comienzo al nacimiento de la Gran Albania! Una Albania en la que todos los eslavos, y cualquier pueblo ajeno a nuestra cultura, pueda vivir sin ser prejuzgado ni segregado. ¡Ese es mi mundo ideal! ¡Un mundo que aquellos a los que encerré en el grimorio serán capaces de ver una vez construya ese mundo!
—¿Qué? —farfulló Martina, la expresión sorprendida al igual que varios de los Ushtria.
—Sí, ¡me escucharon bien! —Almarin abrió el brazo, y el libro desapareció y reapareció en la palma de su mano— ¡Aquellos nombres que vieron anunciados como victimas del magnicidio, no están en realidad muertos! Están aquí, capturados dentro del grimorio. Sabía que no conseguiría construir mi mundo sin que estos líderes mundiales me obstaculizaran, ¡así que, utilizando otra vitalidad de mi cuerpo, encerré sus almas dentro del grimorio! De tal forma que nuestro camino sea muchísimo más fácil de edificar. Así, cuando sea capaz de traerlos de vuelta, ¡ellos también puedan vivir en el nuevo mundo creado por mí! ¡Y POR USTEDES!
Los soldados vitorearon alocadamente. Martina Park se quedó boquiabierta, su mente no pudiendo concebir lo que escuchó. Maquino en su mente una lógica duda. ¿De verdad este hombre pensaba que sería tan fácil como lo plantea? ¿Devolver a la vida a sus enemigos políticos para subyugarlos sin que estos objeten? ¡Era un despropósito!
Y no era la única que pensaba así. Elira, Luriana y Berisha fruncían el ceño, Antígono alzaba una ceja, mientras que Elseid y Blerian aplaudían como el resto de los hechizados infantes. El clamor de las exclamaciones, los aplausos y los gritos de soberbia aduladora persistió durante varios segundos más, prolongando así el epilogo de su monólogo emocional.
Hasta que fueron interrumpido por el repentino aullido de un disparo de francotirador.
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|◁ II ▷|
Una fuerte cadencia de disparos, uno detrás de otro, sobrevino al primero, empujando al mitin en una espiral de caos. Gritos de órdenes, aullidos horrorizados, rugidos bravos, un auténtico tornado de alaridos descontrolados al tiempo que todos se agachaban y apuntaban sus rifles hacia todos lados. Algunos, con sus exotrajes, crearon escudos de fuerza con los cuales se defendieron ellos mismos y sus pelotones. Seguido de los aullidos de francotirador, se escucharon los truenos de disparos de plasma; momentos después, los soldados albanos se vieron entrecruzados en una lluvia de explosiones de plasma que inundó gran parte del perímetro del estadio. Y en vez de dispersarse, el ejército de mil hombres y mujeres se rezagaron unos contra otros, formándose en escudos humanos mientras apuntaban hacia todos lados, en búsqueda desesperada del tirador.
Las fugaces ráfagas de plomo alcanzaron a golpear a Almarin en su cabeza. Este último trastabillo y pareció perder el equilibrio, pero no se cayó. Se mantuvo firme. Varios de los Ushtrias fueron hasta él. Almarin los despidió con un ademán de mano y se irguió vigorosamente. Alzó la cabeza, enseñándoles a todos el inofensivo moretón dibujado en su frente.
Se oyeron más disparos de francotirador. Esta vez, Almarin, con una férrea mirada encolerizada, esquivó la bala desviando ligeramente la cabeza, para acto seguido clavar su roja mirada en un punto exacto de las graderías del estadio. Lo mismo hicieron el resto de Ushtrias.
El tiempo se ralentizó brevemente desde la perspectiva de Martina Park. Sus oídos se ensordecieron con el ruido de las explosiones y los disparos de francotirador. Escuchó una poderosa cadencia de disparos de rifles, seguido por el grito de Elseid ordenándoles que no abrieran fuego, a pesar de estar siendo acribillados por constantes disparos de francotirador y de explosiones plasmicas. Martina se echó rápidamente al piso, bocabajo, y se cubrió la cabeza con las manos. Asomó la vista por un momento, y vio como Bukuroshe Berisha daba un salto, se convertía en un espejo y este se partía en mil pedazos.
Momentos después de su desaparición, los disparos cesaron, pero el shock quedó grabado en Martina, en su mirada catatónica y sus jadeos alteradísimos. Unos segundos más tardes, escuchó la reaparición de Berisha por medio de un estallido de cristales. Vio como Almarin se bajaba de un salto del estrado, seguido por Blerian y Elseid. Alcanzó a observar como los soldados se separaban y seguían a sus líderes hacia un punto en concreto del estadio, mientras al fondo se oían alaridos de protestas.
Elira la agarró de los hombros, la forzó a ponerse de pie y a seguirla junto con Antígono y Luriana. Los cuatro bajaron de un salto del estrado y siguieron a los infantes. Martina consiguió ver, a lo lejos, a Bukuroshe Berisha, los brazos prostéticos alzados por encima de su cabeza, sosteniendo por medio de placas magnéticas a los dos sujetos que ejecutaron su intento de magnicidio.
—¡Suéltenme, desgraciados! —gritaba uno de ellos, retorciéndose inútilmente en el aire— ¡LOS MATARÉ A TODOS! ¡LOS PUTO MATARÉ A TODOS! ¡ALBANOS DESGRACIADOS!
—¡Mal..ditos! ¡DÉJENNOS! —exclamó el otro con voz queda. Su voz sonaba... ¿como la de un ciborg?
<<No puede ser>> Pensó Martina. Nada más ver la tez negra de uno de ellos, y el cuerpo totalmente robótico del otro, los reconoció al instante. Eran los mismos agentes bosniacos que habían amenazado a su madre y que después asaltaron la base original. Tahiroviç y Kovaç.
Bukuroshe Berisha los arrojó al suelo con despecho, cuales bolsas de basura. Tahiroviç se puso de rodillas y rápidamente desenfundó una pistola de plasma de su cintura. La apuntó a Almarin, pero antes de poder apretar el gatillo, su muñeca se torció brutalmente a causa de los hilos Seishin de Elira. Kovaç, el ciborg, convirtió sus brazos en sendos rifles de plasma, pero no alcanzó ni siquiera a recargarlos para disparar, pues fueron cortados por el sable de doble filo de Blerian. Ambos agentes bosniacos chillaron del dolor, al tiempo que eran rodeados por la muchedumbre de soldados albanos, todos ellos mirándolos con una mezcla entre incredulidad y asco.
Almarin Xhanari se puso frente a ellos. Dos soldados albanos se colocaron detrás de Kovaç y Tahiroviç y los forzaron a erguirse y mirar al Jefe. Almarin sonrió, y los dos agentes bosniacos lo miraron con odio y dolor.
—¡Hermanos y hermanas! —clamó Almarin, dando una mirada a su derredor— Miren a quienes tenemos aquí. Los agentes del servicio secreto bosniaco, y lamebotas del ahora inexistente Fahrudin.
Hizo una pausa silenciosa para que todos los observaran con más repudio. Martina Park se hizo camino entre los soldados hasta ponerse al lado de Elira. Ninguno de los dos agentes bosniacos reparó en ella.
—¡He aquí la prueba de lo que les digo! —prosiguió Xhanari— A esto ha llegado el Odio Histórico. Sus raíces son tan profundas que muchos no ven nuestros verdaderos propósitos, y responden a la sangre con sangre. Pagar por el ojo ajeno. ¡Un ciclo de venganza que quieren seguir perpetuando para mantenerse en el poder!
—¡¡¡MATASTE A FAHRUDIN!!! —vociferó Tahiroviç, agarrándose la muñeca chueca— ¡CREASTE VACÍO DE PODER EN BOSNIA Y EN LAS DEMÁS PROVINCIAS!
—¡Un vacío que NOSOTROS pretendemos rellenar! —respondió Almarin— Jamás habríamos conseguido lo que hemos tenido si hubiésemos hecho una revolución pacífica. ¡Nuestras intenciones solo se conseguirán con la violencia inmediata! ¡Con la abolición de todo lo que ustedes representan —señaló a Tahiroviç y Kovác—, y con la implantación de lo que nosotros queremos para el nuevo mundo! —señaló a todos los soldados con los brazos extendidos.
—Lo que harás tú es llevarnos a una guerra total y sin cuartel —espetó Kovaç—. ¡Te convertirás en un TIRANO!
—El clavo nuevo saca el clavo oxidado —Almarin se acuclilló frente a ellos—. Ustedes matan, yo mato. Ustedes roban, yo robo. La única diferencia entre ustedes y yo, es que yo no ejecutaré ninguna limpieza étnica para mantener "pura" mi raza. Ustedes, por otro lado, matarán a todo hombre, mujer y niño de otra etnia que no sea la suya.
Martina Park se le aceleró el corazón. Ver a los dos hombres que destruyeron su vida en Bosnia le producía una satisfacción interna que le instruía a saber que pasaría con ellos. ¿Almarin los mataría? Eso deseaba ella, muy, muy en el fondo.
—Les daré dos opciones —continuó Almarin—. O yo los encierro a ustedes en una cárcel para que vean de primera mano como transformo el mundo... O los envío al lugar donde se halla su queridísimo Fahrudin.
Tahiroviç le escupió en la cara, y el furor se desató entre los soldados.
Los que lo mantenían retenidos le golpearon la cara y lo aplastaron contra el piso. Kovaç trató de luchar, pero fue mandado al suelo por una patada de Elseid. Almarin se pasó una mano por el rostro, limpiándose la baba y cambiando su expresión indiferente a una irritada. Los infantes pusieron erguidos a Kovaç y Tahiroviç una vez más.
—No vale la pena mandar al grimorio a esta chusma, Almarin —dijo Elseid a su lado—. Yo digo que los ejecutemos, aquí y ahora, para que el pueblo vea que habrá gente que no cambiará sin importar nada.
Almarin caviló en silencio. Miró de soslayo a los agentes bosniacos, estos últimos mirándole de vuelta con rechazo y odio. Miró después a sus soldados. Su mirada se esclareció, y espetó:
—No.
—¿Qué? ¿Por qué no?
—Eso es lo que quieren —argumentó Almarin en voz baja—. Quieren una ejecución en público. Para hacerme ver como un déspota asesino que busca la gloria en la guerra, y a ellos unos mártires y unos héroes.
—Ellos volverán a intentar matarte, Almarin —profirió Elseid—. ¡Ejecútalos! ¡O enciérralos en el grimorio!
—No —Almarin negó con la cabeza—. Enciérrenlos en la Prisión Boshebik de Saravanda.
—Pero...
—¡ES UNA ORDEN! —Almarin clavó sus relucientes ojos rojos sobre un sorprendido Elseid.
El samurái cibernético no objeto más y, con decisión, llevó a cabos u orden. Los soldados albanos que retenían a los malheridos agentes bosniacos los forzaron a ponerse de pie, y empezaron a llevárselos lejos de la vista de los Ushtria. Protestaron y trataron de librarse, en vano. Gritaron y gritaron, hasta que sus alaridos se volvieron lejanos ecos en la distancia.
Almarin se llevó una mano a la frente, donde recibió el impacto. No sangraba el moretón. No obstante, sintió el calor de la sangre a punto de salir de la comisura de su labio, seguido por el intenso ardor del poder del grimorio apoyando la emoción que había sentido momentos antes; el de matar, allí mismo, a los agentes bosniacos. Velozmente se limpió la sangre antes de que nadie pudiera verlo.
—¡HERMANOS Y HERMANAS! —gritó, llamando la atención de todos los infantes— ¡Más adversidades como estas aparecerán en nuestro camino! ¡¿Están dispuestos a enfrentarlas conmigo para alcanzar el nuevo mundo?!
Los soldados respondieron afirmativamente, alzando sus brazos y vitoreando su nombre y proclamando la Gran Albania.
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|◁ II ▷|
Gran Palacio Siprokroski
Se acercaba el día del contraataque a los Ushtria Clirimtare. Y se acercaba, también, el día en el que el peso de toda la humanidad reposaría sobre sus hombros. Aquel día, sería el más glorioso para él como héroe y vigilante. O sería el día en el que dejaría la mayor huella del fracaso de su vida. Sea como sea, los siguientes días serían los más importantes de su vida, y Masayoshi Budo... no sabía determinar si se sentía bien preparado para esto, o si en cambio le hacía falta algo más.
No obstante, en cierta medida este miedo le revivía el pavor que sintió en los viejos tiempos de su guerra contra Jahat Kejam. Aquellos fueron tiempos igual de turbulentos que estos, y un Masayoshi Budo incluso menos experimentado que el del presente se vio forzado a afrontar los desafíos de un enemigo que lo superaba en todo. Y aun viéndose inferior contra él en su batalla final hasta el último momento, sin importar toda la experiencia adquirida, aquel joven Masayoshi Budo salió victorioso, aunque le costase más tarde la vida. Lo había hecho por vengar a la Argentina fallida, y por proteger a sus familiares, quienes vivieron años después de su muerte, hasta la llegada del Holocausto Kaiju y del Fimbulvert.
Y si bien el ambiente era otro, los desafíos eran otros, los aliados eran otros y las motivaciones eran otras, Masayoshi Budo sentía la ardiente llama del heroísmo quemarse en su corazón con el vigor de antaño. Pero igualmente sus dudas eran igual de poderosas que en aquel antaño. Y la duda que más lo ponía en jaque era la tan inconcebible idea de que él pelearía en el Torneo del Ragnarök en los próximos veinte días.
—Ya veo... Así que tú también eres un Legendarium Einhenjer.
Andrey Zhukov se masajeó el mentón, la mirada interesada en Mateo. Este último lo miraba con el ceño fruncido, y alzó una ceja al oírlo decir eso.
—¿Sabes de qué se trata? —preguntó.
—Sí. No por nada Maddiux es un Legendarium Einhenjer también.
Mateo se quedó callado en un incómodo silencio mientras caminaba a la par de Andrey por el pasillo de suelo de hierro. Puso los ojos en blanco, quedó boquiabierto y se detuvo.
—¿De verdad...? —balbuceó Mateo.
—¿No lo sabías? —dijo Andrey, enarcando las cejas— Pensé que Dimitry o Anya se los habían dicho ya.
—Con toda la mierda que está sucediendo, imposible hallar la oportunidad de soltar ese dato.
—Ah, bueno, ahí tienes razón —Andrey reanimó la caminata. Ambos se encontraban en el laboratorio mecánico del Gran Palacio, más precisamente en las instalaciones de vehículos de guerra pesados—. Pero sí. Maddiux es un Legendarium Einhenjer. De hecho él fue participe en el ya histórico asalto a la Conferencia de Urd, junto con otros cuatro o cinco Legendariums más, no recuerdo bien. Aunque antes de eso, él recibió la visita de parte de su Valquiria Real de nombre Kára, una guapetona pelirroja —sonrió y empezó a cuchichear risitas—. Aún recuerdo que Maddiux le echó en cara toda la historia de su vida en una conversación de cinco minutos.
—No me digas... —murmuró Mateo con ironía.
—Aunque terminaron gustándose como compañeros de armas, de la misma forma que esa Thrud gusta de ti para ser tu Valquiria Real.
—¿Y dónde esta esa Valquiria Real? ¿Por qué no está aquí, en las Provincias, ayudándonos?
—¿Me vas a preguntar a mí por problemas de faldas? —Andrey puso una graciosa y exagerada mueca de confusión— A saber dónde se encuentra esa tipa. Solo vino aquí luego de terminada la Lupara Bianca, intercambiaron una charla, se estrecharon las manos, y después se fue. Quizás esté en la Civitas Magnas. No lo sé. Sucede lo mismo con muchos otros aliados de Maddiux, que viven en distintas partes del Valhalla o de los Nueve Reinos.
>>Aunque, ¿sabes algo? Si te lo pones a pensar bien... Ahora mismo la Reina Valquiria debe estar cagándose en sus muertos ahora mismo, pues acaba de perder a uno de sus Legendarium más valiosos. Y ni siquiera sabemos si esta perdida es temporal o permanente.
—Rezo porque no sea permanente.
—Amén, hermano —Andrey le dio un par de palmadas en el hombro y después reposo su brazo sobre este—. Motivo por el cual quiero mostrarte una última cosa. Algo que te servirá no solo en tu lucha contra los Ushtrias, sino en el del Torneo del Ragnarök también. Y esperemos que también nos sirva para recuperar a Maddiux.
—Por favor, no me pongas más peso moral del que ya tengo —Mateo se desternilló para aligerar el peso de sus palabras. Andrey carcajeó también.
—No, no, pero lo digo en serio. Esto que te voy a mostrar te hará "cagar pa'dentro", como ustedes dicen.
Mateo se dejó guiar por el inventor ruso a través de los espacios cerrados de los pasillos, los cuales ofrecían vistas muy abrumadoras de los entramados de tabiques de hierro, capsulas, plataformas flotantes donde se disponían servoarmaduras y exoesqueletos y conexiones de cables que formaban algo parecido a redes neuronales. Ambos atravesaron una encrucijada de caminos hasta alcanzar una ancha plazoleta, donde habitaban montones de científicos e ingenieros que se movilizaban en distintas partes, y algunos simplemente se apoyaban sobre las barandillas para descansar y tomarse sus tazas de café.
Andrey prosiguió hasta llegar al panel del control de la plaza metálica. Mateo siguió en pos suyo, reparando en el tono rojizo de un destello que se cernía sobre él, y le daba un aura de increíble poder. Alzó la cabeza, y allí lo vio. Una especie de Mecha de más de cuatro metros de alto, hecho a partir de piezas de armadura en forma de placas negras y grises puestas una detrás de otra, interconectados a su vez por complejos cableados que se asomaban en los resquicios de aquellas placas. El cableado también se subdividía en grupos que ascendían y descendían por varias partes del exoesqueleto, muchas de estas naciendo de un altar que servía como soporte dorsal a aquella escultura mecánica.
Mateo entrecerró los ojos al ser cegado por los intensos colores rojos que venían del pecho y del yelmo ónice de la armadura.
—Colócate estos —dijo Andrey, ofreciéndole unas gafas negras polarizadas. Mateo se las puso—. Esa luz que acabas de recibir es ultravioleta. La hubieras visto por más segundos, y te habría dejado ciego igual que a tu patrono Adoil
—Oh, ¡pues gracias por avisarme ahora! —masculló Mateo, observando la imponente armadura a través de los lentes. Andrey sonrió.
—En fin. Esto que vez aquí, Brodyaga —Andrey alzó un brazo en dirección al exoesqueleto—, es uno de los prototipos de Exoarmadura de secuencia GS que diseñé para mi uso propio, basándome en la fisionomía y los poderes de Maddiux Siprokroski. Lo utilicé en batalla final contra K'rorness. Este modelo que vez aquí es el GS-9, para ser más exactos.
—¿"GS"? ¿Y eso qué viene a significar?
—"Godslayer". Matadioses, para los amigos.
Mateo sintió un escalofrío correrle por la espalda. Dedicó otra mirada a la armadura, esta vez una más escandalosa y, a la vez, admirable.
—Esta es de las penúltimas versiones que construí antes del modelo final, el GS-12. Ese fue el que utilicé para ayudar a Maddiux contra K'rorness —continuó Andrey—. A partir de este diseño, comencé a emplear a saco el material Obsidiacraspo como recubierta de su armazón. Este que vez aquí tiene Obsidiacraspo hasta en los baterías y electrolitos.
—Creo que oí sobre ese material antes —dijo Mateo—. ¿Es uno de los materiales más resistentes hallados en la naturaleza, ¿cierto?
—Muchos de sus yacimientos se hallaban en el Mundo Oculto y la Tierra Hueca, así que estuvieron lejos de nuestras manos durante siglos, hasta que Maddiux lo exploró por primera vez. Y sí, es uno de los materiales más resistentes y volubles que se conocen, solo por detrás del Oricalco. Es un superconductor, con eso te digo todo. Además del Obsidiacraspo, tiene también un mini-reactor nuclear en la placa base de su pecho, justo como el que yo tengo —se señaló la circunferencia resplandeciente de sus pectorales—, así que ya te imaginarás su poder de ataque a base de puñetazos atómicos.
Mateo se cruzó de brazos, escudriñando con más apreciación el armazón del GS-9. Con más lentitud que paseaba su mirada, más detalles hallaba en su figura humanoide.
—Lo traje de las instalaciones de la Multinacional Tesla —comentó Andrey, mirándolo fijamente—. Y sigue funcionando, además. Todo gracias al buen mantenimiento que le he dado en estos años.
—Pensé que un hombre tan brillante como tú lo utilizaría —dijo Mateo, los ojos puestos en la Exoarmadura.
—Por más brillante que sea, sé cuando diseño algo que no funcionaría para mí. Yo ya tengo el poder que necesito aquí —Andrey se golpeteó de nuevo el pecho—. Estas Exoarmaduras las construí para aquellos que necesitan un refuerzo contra un enemigo que les supera en todo. A Maddiux, K'rorness lo superaba en todo, y no podía dejar que luchara solo contra ese monstruo. Con los Ushtria, y pronto con ese señor Seth en el Torneo del Ragnarök, estoy seguro que serás superado por tus adversarios.
—¿Y si crees... que sea capaz de manejar esta cosa en tan poco tiempo?
Andrey reparó en la mirada dubitativa de su rostro. Se afianzó en responderle con una severidad auténtica:
—A mí no me costó más que un mes para emplearlo, y el modelo que manejé era cien veces más complejo que este. Puedo decirte, con total seguridad, que serás capaz de manejarlo al cien por ciento en menos de una semana. Y digo "al cien por ciento", porque estoy seguro que eres capaz incluso de manejarlo ahora.
—¿Y no morir en el proceso?
—Diseñé estas armaduras para que su uso sea lo más inmediato posible en tiempos de guerra —Andrey sonrió de oreja a oreja—. ¡Y vaya qué tal! Estamos en tiempos de guerra, Brodyaga. Podrás manejarlo. Con algunos prerrequisitos, eso sí, pero no entra el de tener el Gen.
Mateo Torres se encogió de hombros y suspiró con pesadez. Se pasó una mano por el cabello y se lo revolvió. Combatió en silencio con los pensamientos de pesadumbrez, de negativismo y de la agonía de estar latigueándose y maldiciéndose a sí mismo por ser un simple humano, sin más atributos que su mente y su voluntad.
<<Pero mi mente y mi voluntad fueron las que me llevaron hasta aquí>>.
Tragó saliva y levantó los hombros y la cabeza, quitándose las gafas en el proceso. Dedicó una rápida mirada decisiva a la Exoarmadura, y después a Andrey.
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