Capítulo 21: El Último Acto
┏━°⌜ 赤い糸 ⌟°━┓
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Karlotovo, Capital Albanesa.
Centro Hospitalario "La Familia".
Una inmensa alegría colmó el corazón de Elira Minoguchi cuando el niño agarró frenéticamente el bombón de chocolate que le ofreció. El niño sonrió primero, y Elira le correspondió.
—¡Gracias, muchas gracias, Elira-Sama! —farfulló el niño, agitando la mano en despido mientras sus padres lo acompañaban a la puerta, caminando a la par de su cojera, la pierna prostética remodelada resonando con cada pequeña zancada.
A pesar de no estar demasiado arraigada a sus raíces niponas, todos los pacientes y los allegados a estos que supieron de su historia y sus hazañas durante los últimos años del fin del mundo no tuvieron ninguna molestia en referirse a ella con el honorifico de "Sama". No le tomó importancia en un inicio, pero con el tiempo se volvió tan común que la gente la llamara así que incluso los conscriptos y soldados, a los que de vez en cuando atendía en alguna central militar hospitalaria, la llamaban así. Eso la hizo apreciar, un poquito más, sus orígenes japoneses.
Igual que tantos otros generales superhumanos a los que alababan como héroes de guerra, Elira Minoguchi era una celebridad para todos los albanos que se hicieron eco de sus actos. Era una heroína única para ellos. Si bien no fue una generala en su tiempo, sus proezas médicas durante la Tercera Guerra Mundial que salvaguardó miles de vidas albanas, y sus gestas contra monstruos gigantes en el Holocausto Kaiju, la confirieron de un aura de leyenda. Casi tanto, sino es que más, que sus compatriotas Ushtrias.
Aunque sus poderes tanto del Gen como del Seishin la dotaban de habilidades excepcionales para la guerra, Elira le gustaba más pasar el tiempo en los hospitales atendiendo a los más necesitados. Era su vocación. Y era, a la vez, con lo que más se identificaba. Le fascinaba ver las sonrisas alegres y los elogios auténticos de los pacientes a los que terminaba algún proceso ciberquirurgico, sea mantenimiento de prótesis, sea cuidado de miembros de carne y hueso. La satisfacción de cada proceso hecho con éxito era invaluable, y el fracaso de otros era una dolencia sin igual.
Y para los pacientes que eran niños, Elira les trataba con incluso mayor cuidado y cariño que a los adultos. Además de ser los más fáciles de tratar (la mayor de las veces). Siempre que terminaba alguna gestión médica con ellos, se aseguraba de regalarles alguna golosina o juguete de piezas armables (Berisha se los manufacturaba) para que fueran a casa con mayor felicidad.
Esa fascinación por la población infantil siempre interesó a los cuatro ojos ajenos de Luriana Zogjani. No solo se limitaba al área médica, sino también en la pedagógica. Junto con ella, Elira participaba en las actividades cívicas que se celebraban semanalmente en las plazas públicas más grandes de Karlotovo o de algún Microdistrito circundante a la capital. Se especializaba en el área infantil y adolescente, enseñándole a los niños tareas básicas como escritura de cursiva, arte plástico, ingeniería básica, arte hilado y competencias comunicativas. Era común escuchar montones de "¡Elira-Sama, Elira-Sama!" en forma de grititos infantiles.
Elira sonrió y despidió con la mano a un grupito de niños entre doce y quince años que le gritaban su epíteto con gracia y le decían adiós. Todos y cada uno de ellos tenían algún miembro de su cuerpo como prótesis.
—Te has convertido en el ángel de los niños —dijo Luriana, ofreciéndole su petaca abierta. Elira lo rechazó con un amable ademán de mano al tiempo que se sentaba sobre la acera, a su lado. Luriana bebió del recipiente.
Se desató el nudo de su coleta. La melena rosada le cayó sedosa por la espalda. Agitó la cabeza y se pasó las manos por ella para revolvérselo.
—Solo hago lo que mejor sé hacer, Lur —dijo.
—Y aún así, lo haces con más amor que tu doctor público promedio —comentó Luriana entre risitas. Bebió otro sorbo. Elira correspondió a sus risas—. Nah, pero en serio. Médicas, doctoras, enfermera como vos... —la señaló con el dedo— Harán mucha falta más como tú en Albania.
—Es imposible implementarle la mentalidad mía a toda una población —manifestó Elira—. Y mejor no intentarlo. Ya lo dijo el Jefe. Necesitamos más individualismo funcional para la sociedad que una amalgama uniforme de robots.
—Y por eso él está en contra de la automatización —Luriana describió giros con una mano.
—Pero tampoco para marcarse un Pol Pot y volver a la edad media —Elira negó con la cabeza—. Apoyo en eso al Jefe. Agarra lo mejor de los polares políticos y los une en una única corriente que transformó para bien nuestro mundo. Aunque... —se masajeó los brazos— hay alguna que otra cosa que él hace que no estoy del todo de acuerdo.
—¿Cómo qué?
Elira apretó los labios, dándose cuenta de lo que dijo. Sacudió la cabeza y sonrió despreocupada. Respondió:
—Como por ejemplo, en lo que más disposición da al presupuesto. Sé que la militarización de la población es para autorregulación de la protección del pueblo todo eso, pero... —se mordió el labio— No deseo que, en el futuro, el Jefe cambie sus políticas para reclutar a menores de edad.
—No por nada el reguló la mayoría de edad para los conscriptos, Elira —dijo Luriana. Se bebió el último sorbo de alcohol y dejó el recipiente en el suelo—. E incluso si se quiere poner en esas, yo lo detendré. No por nada tú, yo y los demás funcionamos para él como sus consigliere.
Elira aguardó en silencio. Se le vino a la mente la niña a la que capturaron de sus enemigos, Martina. Eso cautivó y a la vez sobrecogió su corazón. Dudaba de si en verdad fue correcto haberlo hecho, para que viera el mundo nuevo creado por ellos. Negó con la cabeza. Al final, terminó cometiendo un acto igual de impúdico que su Jefe.
—Hay que mantener el conflicto armado lo más lejos posible de la población —musitó—. No deseo poner en riesgo la vida de los infantes por nuestra causa.
—Niños esto, niños lo otro... —Luriana movió la cabeza de lado a lado— ¿Tuviste alguna vez hijos, Elira? Y perdona que te lo pregunte tan... así. Creo que es la primera vez que te lo pregunto, de hecho...
Elira excusó a su amiga con un ademán de mano. Ya estaba acostumbrada a su forma de hablar tan directa, que sonaba a veces a ofensa. Aunque el rostro se le ensombreció con la pregunta.
—Entre el año 2004 o 2005, más o menos —comenzó a decir tras una pausa—, estaba felizmente casada. Pero cuando llegó la hora del parto... —apretó un puño, con tanta fuerza que se tronó los huesos— hubo complicaciones, y... y tuve que abortar.
—Oh... —la cara risueña de Luriana se ensombreció de pena.
—Sí... —Elira apretó los labios y chirrió los dientes. Suspiró— Se me desgarró el útero, y tuvieron que hacerme una cirugía de emergencia. Fue algo complicado. Muy complicado. Tanto en el aspecto monetario como el psicológico. Mi marido me dejó para no asumir la responsabilidad financiera, y porque... —volvió a suspirar, los labios retemblados— no deseaba ya una mujer que no podría concebir nunca más.
—Ay, Elira... —Luriana se acercó a ella hasta poner su hombro con el suyo.
—Te cuento todo esto por primera vez porque te quiero mucho, y porque tú eres mi heroína de la infancia, Lur —Elira le toqueteó el hombro con un dedo. Miró el suelo—. Desde ese momento, cambié muchas cosas de mi vida. Me dediqué a la medicina, a las cirugías. Con el entrenamiento de mi Seishin, surgió también mi Gen. Algo milagroso, sabiendo como obtuvieron Blerian y Elseid sus Seishin. Y después... —alzó la mirada, melancólica y llena de dolor del pasado— me he dedicado a proteger a cada mujer y cada niño que tuviera bajo mi cuidado.
—Elira... —Luriana abrazó los hombros de su amiga. Se los masajeó, y le acarició la cabeza también— Cuánto lo lamento... Y cuanto honor me das que me digas esto.
—Ya era hora de que me lo preguntarás, más bien —murmuró Elira, riendo entre dientes para aliviar la tensión.
—Pero, ¿aún tienes el útero desgarrado?
—Hace tiempo que me curaron los tejidos del cuello cervical y las células escamosas y glandulares. Maravillas de las Neo
—Y... ¿no has tratado de concebir otra vez?
Elira se separó de Luriana y la miró severamente a los ojos. Se encogió de hombros.
—¿De qué sirve regenerar una extremidad amputada en una MRU cuando el trauma psicológico permanece?
—Oh... ya veo —Luriana asintió levemente la cabeza— Aunque también hubo mejoras en el tratamiento médico para la salud mental.
—Pero no es lo mismo. La mente sigue siendo algo bastante incomprensible incluso para las Neo-Tecnologías más avanzadas. Si no he vuelto a concebir, fue por decisión propia.
Luriana apretó los labios y concordó afirmando con la cabeza. Reafirmó dándole palmadas amigables en el hombro. Elira le sonrió.
Ambas mujeres oyeron pisadas apuradas llegar hasta su localidad. Alzaron las miradas y observaron a un joven de no más de veinte años detenerse frente a ellas. Estaba uniformado con la vestimenta de los vigilantes civiles y armado con un rifle de asalto a la espalda.
—Hey, hey, ¿qué sucede? —dijo Luriana, parándose de inmediato y tomando al joven de los hombros. Tenía las manos sobre las rodillas y jadeaba muchísimo. Balbuceó varias incoherencias, el pecho agitadísimo. Luriana le dio varias palmadas en la espalda— Tranquilo. Toma aire.
—Señorita Luriana... Elira-Sama... —balbuceó el joven una vez recobró el aliento—. Tienen que venir al Instituto Forense.
—¿Qué pasó? —preguntó Elira, ya de pie.
—El... el cuerpo... el cuerpo de Blerian...
Elira y Luriana intercambiaron una mirada escandalizada.
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El automóvil se aparcó violentamente sobre la acera frente a la entrada amurallada del Instituto Forense de Karlotovo. Otros vehículos se hallaban alrededor de la entrada, todos ellos con las puertas abiertas y sin sus pasajeros. Eran vehículos blindados y pertenecientes al cuerpo de militares cívicos. Un conglomerado de gente se arremolinaba alrededor de ellos, siendo retenidos por agentes de la ley tras vallados holográficos.
Un pelotón de civiles armados guió a Elira y Luriana por el sendero adoquinado hasta el interior del edificio. En su recorrido, las chicas vieron a los técnicos de la morgue atestados en la entrada; se les notaba la expresión de preocupación y consternación en sus rostros. Fueron hasta ellos y le preguntaron lo que sucedió. Hubo un momento de silencio. Todos los forenses intercambiaron miradas nerviosas.
—Él, umm... —dijo una de las técnicas— No nos creerá, mis señoras, pero...
—Escúpalo, venga —la exhortó Luriana, chasqueando los dedos.
—El cuerpo de Blerian se... se reanimó. Él... revivió...
El corrientazo de escalofrío recorrió las espaldas de Elira y Luriana. Sus pieles se pusieron de gallina. Ambas intercambiaron una mirada de espanto y, echando humos, se adentraron con paso apurado al zaguán del edificio, siendo seguidas por el pelotón de civiles armados y bien entrenados.
Pasaron por pasillos infestados de vidrios rotos. Todas las ventanas, ventanales y vidrieras estaban hechas trizas. No había rastros de cadáveres; los técnicos de la morgue reportaron heridos, pero ningún muerto durante el incidente que se produjo tras la reanimación de Blerian. Pero incluso sin haber cadáveres, el desastroso caos palpaba los nervios. Sillas, sofás y divanes tirados aquí y allá, destrozados sin reparo; muros rasgados y agujeros abriendo las paredes; cuartos fríos con los cuerpos diseccionados tirados en desorden por el suelo y las unidades de paneles trituradas... Elira y Luriana se detuvieron para prestar minuciosa atención a los cuerpos, virando a algunos de estos teniendo vetas oscuras que infestaban sus pieles cual gelatina oscura.
Finalmente llegaron a la sala de unidad de morgue donde se produjo el origen del incidente.
Los civiles armados se movilizaron velozmente, pegándose a las paredes y formando un anillo humano alrededor de la silueta de pie en el centro de la estancia. Apuntaban sus rifles de asalto, los dedos pegados al gatillo. Algunos desplegaron pequeños drones de sus brazos prostéticos, para mayor refuerzo. Elira y Luriana quedaron petrificadas allí donde estaban. Los ojos se le ensancharon al unísono al ver al individuo que les daba la espalda.
La cicatriz de su apuñalamiento corriendo todo su torso y entrecruzándose con otras tantas. Gélidas vaharadas de depredador recién despertado reverberaban y ponían de los nervios a los civiles armados. Las venas de sus manos estaban hinchadas, sus uñas convertidas en garras y tintadas de un negro inmaculado. Luriana invocó a su aspiradora Mijailovich y la empuñó. Elira dio un paso adelante, la expresión de sorpresa inédita en su rostro.
—¿Ble... Blerian...?
Hubo movimiento. Todos los civiles armados se tensaron. El sujeto de piel pálida y cabello negro enrevesado se dio la vuelta. Elira cruzó miradas con él. Sintió un nudo en la garganta al ver las enormes cicatrices surcando su pecho, su abdomen y su cuello. Sus negros ojos... eran incluso más negros ahora. No. No era solo sus irises. Elira lo notó. Toda su esclerótica era negra como un vacío con un anillo blanco en su centro.
Blerian esbozó una maliciosa sonrisa y agitó los brazos de lado a lado.
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—Así que uno de tus mejores hombres... volvió a la vida, ¿mmm?
Nestorio Lupertazzi sonrió de oreja a oreja y miró de soslayo al Jefe de los Ushtria Clirimtare. Este último se hallaba sentado en un diván, una pierna apoyada sobre su rodilla. Puso cara de desaprobación al verle la sonrisa.
—No —espetó, el ceño fruncido, lo señaló con un dedo acusador.
—¿He dicho algo? —murmuró Nestorio, la sonrisa sagaz al tiempo que se bebía un sorbo de su infusión escarlata de carcadé. Se volvió sobre sus pasos y caminó por la elegante oficina hasta postrarse en el centro de la misma.
—Aún estamos buscando una respuesta a este fenómeno —dijo Almarin, masajeándose la mano contra la frente con angustia.
—Pero físicamente su estado era irreversible —indicó Nestorio, tomando asiento en un sillón cercano al diván de Almarin—. Sus órganos estaban totalmente comprometidos, y su corazón se había detenido. Así duró durante cuatro a cinco días seguidos —bebió otro sorbo de su infusión—. Eso no fue muerte clínica. Fue muerte biológica.
—He dicho... que aún seguimos buscando una explicación.
La autoritaria voz de Almarin rezongó. Nestorio no borró su sonrisa ladina. Se terminó de beber la infusión y dejó el vaso cristalino sobre una mesita.
—Igual, en este mundo divino, la muerte no es la parada del camino —prosiguió, elocuente—. Con tantas magias, tantas condiciones sobrehumanas, tantas tecnologías futuristas y tantos grimorios que existen, incluso un alma condenada por el juez divino puede burlar la posesión y la muerte. Es fascinante.
—Puede cortarla a partir de aquí, Signore Lupertazzi —profirió Almarin, revolviéndose el encrespado cabello negro con vetas blancas como canas—. Ya lleva cuatro días recibiendo cobijo en el distrito Spiro de la capital. Será mejor que no se recueste demasiado pronto en sus comodidades y recuerde que tenemos negocios que hablar.
—Muy bien —Nestorio entrelazó sus manos sobre su vientre y lo miró a los ojos—. Hablemos de negocios.
Al Jefe de los Ushtria siempre le pareció un despropósito hacer negocios con el que fue otrora consigliere de la mafia albana y de los 'Ndrangheta, ambas ahora extintas en el nuevo mundo creado por él. Le enfermaba si quiera tener a Nestorio en su presencia. Sin embargo, desde el principio de su campaña para hacerse con el poder, sus compañeros Ushtrias comidieron de que, tarde o temprano, acabaría haciendo tratos con alguno de estos para que le facilitara el destronar en el poder a las tan arraigadas mafias eslavas. Creía que el simple estrechar de manos con alguno de estos significaría una traición a todo por lo que él peleaba.
Pero en su pensamiento anarquía, algunos medios justificaban el final del camino que deseaba llegar. Medios más que nada diplomáticos. Y la gente común no necesariamente tenían que conocer todos los métodos empleados para acometer su propósito.
Xhanari habló directo y con sencillez.
—Quiero que le ordenes a las tropas bosniacas de Osman que cierren los pasos fronterizos de las comarcas separatistas con Serbia para inmovilizar las escaramuzas y el paso militar. Lo mismo quiero que le ordenes al líder de la Jefatura Militar de Kosovo, Andrei Molovar. Ya se ha provocado demasiada violencia con la militarización de los civiles en sus revoluciones individuales contra los mandamases, y necesito amansar a los alborotados civiles armados de estas comarcas separatistas. Prepararlos para mi último acto.
—¿Pretendes echarle agua al fuego ya esparcido de un incendio forestal? —preguntó Nestorio, frunciendo el ceño.
—Ese incendio forestal sigue sin ser fuerte —Almarin alzó una mano a la altura de su rostro y la cerró en un puño—. Pienso encender la mecha que desencadenará la reacción en cadena. Además, necesito esa moratoria de días muertos con tal de que el efecto de lo que voy a hacer sea mucho más fuerte.
—Y dígame... ¿cuál es ese "último acto"?
Se hizo un silencio pesado entre ambos. Almarin lo miró a los ojos. Nestorio hizo lo mismo sin romper el lazo visual. Almarin sonrió y sus ojos destellaron.
—Ahí es donde te pediré la segunda cosa. Y es que... —hizo una pausa para ponerse de pie. Se dirigió a su escritorio, y de un cajón extrajo un cartucho de tinta de ocre rojo con una caña de junco y una gruesa y horizontal hoja de papiro. Lo colocó sobre la mesa cristalina frente a Nestorio— Quiero que me des la lista con los nombres de todos y cada uno de los jefes, los capos y los asociados de las cinco mafias de las Provincias Unidas. Todas ellas escritas con esto.
Nestorio se reclinó sobre su sillón. Se cruzó de brazos y se quedó viendo el cartucho cuadrangular. Entrecerró los ojos y sonrió lacónicamente.
—Disculpa, ¿qué?
—Los nombres —dijo Almarin, aún de pie— Todos ellos.
—¿Y no se supone que tú los sabes para este punto? Especialmente con ese librito negro...
—No soy omnisciente —Almarin tosió varias veces sobre el dorso de su mano. Se lo manchó de sangre. Regó la misma por el suelo al agitarla—, ni tampoco se me ha suministrado las suficientes fuentes de información. Ni siquiera Berisha pudo conseguir todos los nombres, a pesar de atacar todas las bases madre de ciberdata. Solo tú eres confidente de ello.
—¿Y por qué los nombres solo de los mafiosos? ¿No quieres acaso que te dé otros nombres? Como los de algunos políticos involucrados, o incluso... —la cara de Nestorio se ensombreció con una sonrisa— El nombre del Merodeador de la Noche. Digo, ya que tienes aquí apresada a su hija, sería un disparate no hacer nada con ella o contra este grupo que te atacó en Sofitel.
—De ese grupo me encargaré con otros métodos. Lo que yo quiero ahora mismo son los nombres de todas las cinco mafias, Nestorio. Si concluyes con esto, te daré lo que me pides y acabamos nuestro negocio.
—¿Ah, sí? —Nestorio lo miró a los ojos, desafiantes— ¿Y cómo sé que simplemente me matarás con... alguno de tus trucos de magia, cuando termine de escribir los nombres?
Almarin se lo quedó viendo fijamente. A pesar de la intensidad en su mirada de ojos cian, Nestorio no tembló, ni mostró signos de terror. Almarin sintió una extraña emoción de respeto por eso que le hizo sonreír.
—Tienes veinticuatro horas —dijo, y se retiró de la estancia.
Nestorio se quedó solo en el rellano, observando fijamente el cartucho y la caña de junco. Se relamió los labios y puso una expresión divertida.
<<Estos hombres y sus formas de acabar con el mundo>> Pensó, extendiendo un brazo y agarrando entre sus dedos la caña.
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Gran Palacio Siprokroski
Laboratorios
Tras varios días de habérselo pensado, Adoil Gevani tomó una rotunda decisión cuando los doctores vinieron a él ofreciéndole la posibilidad de clonar los tejidos oculares quemados con tal de reponer su vista, una solución que fue posible gracias a las nuevas tecnologías que trajo Andrey Zhukov.
—No. Vayamos con los implantes oculares.
Su toma de opcionalidad dejó impresionado a los doctores y a los Giles por igual. Sabiendo que la milagrosa Neo-Tecnología le daba la opción de recobrar su vista, ¿prefirió irse por el camino cibernético?
Adoil no hacía la vista gorda de los comentarios. Sabía lo drástico y hasta ilógico que sonaba en primeras instancias su acción. Pero tampoco era la primera vez que tomaba una acción drástica en su vida. Y aunque esta fuese hacer la más abrupta que haya hecho en su vida, no desmeritaba las razones detrás de ella, pues sentía que con esto tendría un cambio significativo si se lo permitía. Si lo abrazaba y lo aceptaba, tal como había abrazado y aceptado otras tragedias en su vida.
Se quedó mirando el espejo. Aunque seguía viendo borroso, tenía un grabado fotográfico bien detallado de su rostro. Se pasó una mano por el cabello liso y negro. Tanteó con la mano por el lavabo hasta agarrar un objeto. Presionó el botón, y la resonadora vibración de la rasuradora eléctrica retembló su mano. Se pasó la mano una última vez por el cabello.
<<¿Estás seguro, Adoil?>> Le preguntó Psifia en su mente.
—Sí... —murmuró Gevani con un suspiro— Lo estoy.
Y se pasó la máquina por la cabeza.
Al presentarse en el laboratorio donde laboraría las nuevas tecnologías traídas por Andrey Zhukov, formó un breve tumulto de escándalo a todos aquellos que se hallaban presentes en el rellano. Kenia reprimió un jadeo de sorpresa con una mano. Mateo se pasó una mano por la sien. Ricardo se entrelazó las manos tras la nuca, boquiabierto. Andrey no pudo evitar sonreír de oreja a oreja y carcajear. Gevani avanzó por la estancia guiándose por un bastón con sensor de tacto.
—¡Adoil! —farfulló Ricardo, acercándose hasta él. Frunció el ceño— P-primero lo de los ojos, ¡¿ahora esto?!
Adoil se encogió de hombros. Miró hacia donde estaba Andrey (sabiendo su ubicación gracias a las gafas inteligentes) y le hizo un ademán de cabeza.
—Empecemos a trabajar, señor Andrey.
—¡Así se dice, Max Planck! —exclamó Andrey, sonriente, dando varios aplausos que más que ser de burla eran de genuina impresión y respeto.
En las siguientes horas subsiguientes, el laboratorio, dominado ahora por Andrey, Adoil, Ricardo y un nutrido grupo de científicos e ingenieros mecánicos, rebosó con energía determinante expresada por luces neón y por los motorizados ruidos de las máquinas siendo manipuladas de forma manual. Batas blancas se desplazaban aquí para allá, intercambiando tarjetas de seguridad y piezas cibernéticas con las cuales reemplazar y mejorar el armamento anti-superhumano. Los modelos de suspensión, los engranajes, los fuselajes de placas, la robótica y los mecanismos de generación y absorción de energía... A pesar de ser familiares de otros modelos, todo le era relativamente nuevo para Ricardo. Tan nuevo que en más de una ocasión tuvo que tener cuidado a la hora de manipular la automatización de recarga de energía psiónica de unos brazaletes amortiguadores; el disparó dejo un agujero abierto en la pared. Hubo fascinación en su expresión y en la de Andrey cuando el mecanismo se apagó por su cuenta.
Al principio, Ricardo temió porque Adoil, ciego como estaba, se hiciera algún tipo de daño a la hora de manipular alguna de estas complejas maquinarias. Y si bien necesito de apoyo manual a la hora de manejar las palancas de los paneles de control para los brazos robóticos y otras maquinas semi-automatas, con el pasar de las horas Adoil se fue acomodando, con gran naturalidad, al tacto frío del hierro de los electrodos y las pértigas. El caminar de un lado a otro también le permitió grabarse de memoria qué camino llevaba a cuál máquina de construcción cibernética, por lo que, llegado a punto, Adoil Gevani anadeaba por todo el laboratorio sin su bastón de sensor, caminando como si no estuviera ciego en primer lugar.
Aunque lo más probable era que también estuviese siendo guiado por la IA Psifia.
Desde que Adoil estuvo en la camilla por varios días y hasta el día de hoy, Psifia no se ha vuelto a manifestar en los microchips de ningún otro Gil, reservándose únicamente para Adoil. Supuso Ricardo que esto habría sido obra de Gevani, con tal de obtener una mejor guía psicomotriz a la hora de llevar a cabo mano de obra en el laboratorio. No obstante, en más de una ocasión (sobre todo cuando Andrey daba fin a los intensos turnos horarios para pasar a una media o una hora de descanso), vio a Adoil conversar a solas con Psifia. De por sí esto no era del todo raro; no por nada Psifia era, tanto para él como para Adoil, otra Gil más.
Era la forma en la que conversaba con ella lo que lo dejaba algo desconcertado. Hablaba... como si le estuviera hablando a su esposa. Se refería a la IA como "mi amor", "mi cielo"; e incluso refiriéndose de cuando en cuando al nombre la difunta, "Isabella". Hacía mucho, MUCHÍSIMO tiempo que no oía a Adoil referir ese nombre en voz alta. Escucharlo le trajo una nostalgia inmensa, y una lluvia de recuerdos imperecederos sobre los oscuros días de Bajo flores.
Lo peor era que no disimulaba del todo. Hablaba a voces altas, haciéndose oír por el resto de científicos y hasta por el propio Andrey Zhukov. Más de una mirada extrañada y prejuiciosa recibió Adoil de parte de los ingenieros mecánicos y sistemáticos, pero este les hizo oídos sordos, y siguió manteniendo charlas amenas con Psifia como si de otra persona se tratase... O, más bien, como si se hubiese vuelto loco. Y de forma definitiva. Ciego y rapado, a ojos de Ricardo, Adoil lucía como una persona totalmente distinta.
Sorprendentemente, para Andrey Zhukov esto no le pareció del todo anormal.
—Si supieras la cantidad de jóvenes en la Raion Rusa que tienen Inteligencias Artificiales como parejas sentimentales, te sorprendería —dijo, al tiempo que manipulaba un panel táctil con dedos ágiles—. Ya utilizamos hasta robots con I.R para los cuidadores de centros gerontológicos.
—¿I.R? —preguntó Ricardo, el ceño fruncido.
—Inteligencia Real —contestó Andrey—. Así es como se le ha apodado a las I.A que adquieren una forma de "consciencia" y "cognición". En pocas palabras, singularidad tecnológica, pero quitándole lo apocalíptico de "máquina destruye humanos". Yo tengo una, de hecho.
—¿Tú tienes una? —Ricardo lo señaló con el dedo.
—Todo el mundo lo sabe, y todo el mundo sabe que me reservo con ella —Andrey gesticuló ambas manos en gesto despreocupado. Miró de soslayo a lo largo de la sala de laboratorio, fijando la mirada en un Adoil encogido de hombros, sentado, manipulando y programando emisiones telemáticas de una computadora en un intenso tecleo—. Se nota que él es igual, solo que menos moderado.
Esas palabras resonaron en la cabeza de Ricardo y lo dejaron reflexionando sobre el estado actual de Adoil.
Fue a confrontarlo una mañana antes del comienzo de la nueva sesión de laburo. Lo encontró hablando con un grupo de batas blancas quienes le estaban explicando sobre la adquisición de los implantes oculares de último modelo. Al ver a Ricardo acercársele, Adoil los despidió con un ademán de mano.
—Finalmente me traerán los implantes ópticos, Ricardo. Modelos Oko-Tronics, la mejor marca de implantes ópticos de toda la Raion Rusa. Cortesía de Andrey.
—Que bien, sí... —Ricardo le dio una palmada en el hombre y compartió su sonrisa alegre, la cual se esfumó al rato, dejando paso una mueca seria. Adoil, aún sonriente, no ignoró para nada su nuevo semblante— Adoil, tú... —no tuvo el valor de decirlo, y en cambio lo indicó con un ademán de mano— Tú te ves...
—No hace falta que lo digas, hijo —dijo Adoil, ladeando la cabeza—. Sé cómo luzco. Sé que no parezco el mismo. Y eso es porque es verdad. Hice todo esto a abolición.
—Pero, ¿por qué?
Adoil caviló en silencio por varios segundos. Se quitó brevemente las gafas para limpiárselas con un borde de la bata.
—Me has preguntado eso todas las veces que he cambiado mi modus operandi —dijo—. ¿Por qué esto? ¿Por qué lo otro? —se colocó las gafas—. Cambios drásticos, incluyendo este —se señaló la cabeza calva—. Y toda vez que me encuentro con una pared imposible de escalar con mis métodos rústicos, transformó mi técnica, y buscó alternativas, por más bizarras que parezcan. Incluso Gauchito Gil lo entendió bien cuando nuevos boludos se unían a nuestro grupito. Él bien lo decía. "El cambio siempre hay que verlo para bien".
—Ok, pero... —Ricardo entrecerró los ojos— ¿Por qué raparte?
Adoil sonrió juguetonamente. Se pasó una mano por la cabeza rapada y la movió hacia ambos lados. Ricardo se lo quedó viendo aún más extrañado. Y entonces Adoil dijo:
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Con el pasar de los días, las tensiones alrededor del grupo fueron menguando. La llegada y paulatina implementación de los innovadores armamentos anti-superhumanos de Andrey Zhukov sirvieron para distraer a sus miembros de los roces iniciales en los primeros días tras el Incidente de Sofitel.
Pronto, todos se hallaron cacharreando el remodelado bagaje de armas y herramientas que tenían a su disposición. Piezas de armaduras, soportes cibernéticos, exotrajes, pistolas de soldaduras y armas de largo alcance. Todas estas con potencialidades destructivas tales que Andrey les mostró, con simulaciones holográficas, de lo que eran capaces de hacer si se aplicasen en algún entorno urbano. A palabras de Andrey, este nuevo armamento les daría la capacidad de enfrentarse y neutralizar con una sorprendente facilidad cualquier Superhumano de categoría D y C, sin importar si estos fueran Ipsilon o Psychos.
Los Giles quedaron anonadados al ver como las simulaciones enseñaban diversos modos de destrucciones enteras de edificios, plazas, avenidas y muchos otros centros urbanos artificiales, ya sean por medio de campos físicos, disparos de proyectiles e inclusive la andanada de recorridos supersónicos que serían capaces de ejectuar con los exotrajes. Andrey, de brazos cruzados, les sonrió a todos y les dijo:
—Con esto, serán superhumanos sin necesidad de cambiarse el ARN.
En base a los datos proporcionados por los Giles sobre las habilidades Gen de los Ushtria, Andrey modificó todo el armamento que trajo de la Multinacional Tesla (y también los de los Giles, con el beneplácito de Ricardo y Adoil) en base a los testimonios. Aunque vagos, la información proveída por los Giles fue más que suficiente para Andrey en hacerse una idea del tipo de arma, con el tipo especifico de tecnología y energía, podría funcionar para contrarrestar determinada habilidad de algún miembro de los Ushtrias.
El más notorio de los Ushtrias para los Giles fue, sin duda, el peliblanco con poderes de rayos orbitales. Al mismo tiempo fue este el más difícil para Andrey de idear o reinventar algún armamento suyo o de los Giles con el cual poder hacerle un contrarresto.
—Rayos orbitales y manipulación de luz... —murmuraba Andrey, masajeándose la frente con una mano— No he conocido muchos casos de superhumanos capaces de manipular la luz de esa forma que me describen.
—Es porque no es un superhumano.
Andrey, Ricardo y Adoil volvieron sus cabezas. Thrud Thordsdóttir se hallaba reposando la espalda contra la pared. Metió la mano dentro de su bolsa de papitas y se llevó varias de estas a la boca.
—Al menos de lo que le he visto —dijo—, su habilidad de manipulación de luz no es del "Gen". Es de otro sistema. Más peligroso y antiquísimo.
—¿Magia de chakras? —preguntó Andrey.
—¿Ah? —Thrud negó con la cabeza— No. Me refiero al Anima Mundi, el mismo poder que manejan guerreros, semidioses y dioses de Roma Invicta. El mismo que maneja Sirius Asterigemenos. Lo sé porque sentí su energía. Energía Gaya, la cual es bastante similar a la de los sistemas Futhark y el Seidr de los nórdicos —y como comprobación, dibujó una runa nórdica en el aire con un dedo. La runa brilló y destello en el aire antes de desaparecer.
—Ah, entonces es más complicado el asunto. Mmmmm... —Andrey se masajeó el mentón. Chasqueó los dados del hastío y se encogió de hombros— Ese dejémoslo por ahora. Vamos por otro.
Kenia y Mateo les describieron, de forma bastante ambigua, la capacidad de creación de armamento anti-superhumano de la Cibermante de los Ushtrias por medio de sus coloridas manos prostéticas. De cualquier armamento anti-superhumano, eso incluyendo potencialmente armamento de Tier 8 a 10, con capacidad de destruir ciudades enteras. Al igual que con el anterior, Andrey quedó repensando por un buen rato qué método de contrarresto y contención podría servir contra ella.
Una idea se le concibió en la mente. Chasqueó los dedos, les presentó a la pareja, en una ancha mesa de panel, unos guantes de diseños transparentes, unos discos de neón anaranjado y dos pistolas con cañón de riel. Andrey los fue indicando uno a uno con una mano y dio fugaces explicaciones.
—Guantes de repulsión con los cuales desorientar la habilidad de creación de armas a corto alcance, discos de choque repulsivo con la misma función, pero de largo alcance, y pistolas con generadores de desintegración para pulverizar cualquier tipo de armamento anti-superhumano que ella genere.
Mateo agarró con interés una de las pistolas de riel y se la quedó viendo. Afirmó con la cabeza.
—¿Crees que esa tecnología de desintegración la puedes trasladar a mis bastones? —preguntó, y desenfundó un bastón negro de su cintura.
—¡Con todo el gusto del mundo, Monsieur! —exclamó Andrey, entusiasmado. Miró a Kenia— ¿Algo que quieras añadir, señorita?
—Sí... —la mirada de Kenia estaba ensombrecida. En sus ojos destilaba una sed de sangre inmensa. Desenfundó fugazmente un cuchillo con forma de aguja plateada y se la enseñó a Andrey— ¿Crees que puedas añadir algún mecanismo de contención de toxinas en esto? Más que nada para dañar el sistema nervioso y paralizar.
—A-amor... —balbuceó Mateo, más escandalizado por su mirada que por su sugerencia. Aquella mirada ya no era la de una madre fustigada de dolor sentimental. Ahora, imperaba la poseída Hija de la Muerte.
—Ohhh, peligroso —Andrey tomó con dos delicadas manos la larga cuchilla—. Veré que puedo hacer, Agente Penélope.
Con cada oportunidad que tuviese, Andrey Zhukov ponía e intercambiaba los apodos de los Giles con la misma efusividad de un gas soluble. Un día Kenia era Agente Penélope, y al otro era Mata Hari. Era un modismo que, según Dimitry, no se salvaba ni él mismo ni Maddiux, este último siendo el principal responsable del desarrollo de la aptitud tan movediza, enérgica y humorística de Andrey.
—¿Quién es el siguiente culpable? —exclamó Andrey.
El siguiente testimonio fue el de Ryouma y Hattori. Si bien estos no necesitarían ningún tipo de armamento anti-superhumano para enfrentarse al samurái cibernético, la deposición que ellos darían sobre sus habilidades sería más que crucial para que todos los Giles estuvieran advenidos por si se llegasen a enfrentar a él. En base a la explicación de su manipulación de vectores espaciales, su gran agilidad con la esgrima y su arte marcial de estilo capoeira, Andrey presentó a los nipones un dispositivo especial que les permitiría contrarrestar la manipulación espacial del Ushtria:
—Control de regresión espacial —dijo al tiempo que ponía sobre la mesa un brazalete plateado, delineado y dividido en varios pequeños entramados—. Con esto de aquí, cualquier espacio que él manipule a conveniencia, tú serías capaz de hacerlo regresar a su estado tridimensional original.
—Hey, este no luce tan mal, Hattori-Dono —admitió Ryouma, observando con ojos maravillados el brazalete—. Yo digo que lo tomemos.
El espadachín se lo quedó viendo por un largo rato analítico. Por unos momentos, Ryouma y Andrey pensaron que no lo tomaría, pero al final Hattori extendió el brazo prostético y agarró el brazalete.
—Lo tomo.
—Oye —Andrey se quedó viendo su protesis de madera— No quieres que te dé una checada a esa pro...?
—Domo —lo interrumpió Hattori, haciendo una reverencia y después retirándose de la sala. Ryouma imitó la genuflexión con pánico y siguió en pos suyo.
<<Al menos acepta algo de adaptación tecnológica>> Pensó Andrey, encogiéndose de hombros.
Ryushin Hogo directamente dio su testimonio rápido y a la ligera sobre las habilidades de un Ushtria que dijo que ya había matado. Remato su explicación diciendo que no necesitaba ningún tipo de mejoramiento neo-tecnologico; que con su Seishin y su propio armamento tenía de sobra para apalear a los Ushtria remanentes. Andrey trató de convencerle, pero Ryushin le cortó la conversación diciendo que ya dijo su pieza y que no tenía nada para él.
—¡Hey! Sabes del Karma, ¿verdad? —exclamó Andrey, agitando los brazos exageradamente mientras que Ryushin se retiraba de la estancia echando humos y sonriendo para sus adentros— ¡Esperemos que el Karma no te regrese a golpearte en la cara, PSYCHO KILLER!
Ryushin lo despidió con un despreocupado ademán de mano justo antes de que las puertas deslizantes se cerraran.
Un retraído y taciturno Santino Flores le provechó con una detallada, aunque enervante explicación sobre los poderes de las últimas dos Ushtria a las que, a interpretación de Andrey por su forma tan gruñida de hablar y referirse a ellas, debía de tener un enorme resentimiento. Tras escuchar su concisa explicación, Andrey se agachó bajo el mesón y empezó a hurgar en los compartimientos.
—Teniendo en cuenta que su habilidad de Seishin sería intocable para lo que tengo, te daré esto en cambio —extrajo una escarapela de triple ala con la forma de una rosa de doce pétalos—, un pimpollo que si lo activas te pondrá en un exotraje especializado para contrarrestar las contracciones espaciales de sus habilidades telequi...
—No.
Andrey frunció el ceño y se quedó boquiabierto. Miró fijamente a Santino.
—¿No? —farfulló— ¿Cómo que no? ¿Me vas a decir que un exotraje con nanotecnología no va contigo, Eliot Ness?
—Quiero otra cosa —profirió Santino.
—¿Ah, sí? ¿Y qué deseas, mi buen señor?
—Una jodida granada de inversión de magnesio.
Andrey se volvió a quedar boquiabierto, la expresión siendo de estupefacción esta vez. Se lo quedó viendo con incredulidad insostenible.
—Ammm, amigo... —farfulló Andrey— Ok, ni siquiera voy a preguntar cómo conoces esa tecnología, pero... debería de consultarlo con el resto de tu grupo.
—No hay nada que consultar nada con ellos, créeme —insistió Santino—. Acepto el exotraje, pero deseo una bomba de inversión de magnesio.
—¡Amigo, que ni siquiera tengo todo eso armado en mi inventario! Me tomaría como mínimo unas seis horas en armarlo.
—Pues entonces dame las piezas, que yo armaré el resto.
Andrey se lo quedó viendo en silencio, la mirada aún más perpleja al oírle. ¿Sabía armarlo? ¿Tenía experiencia con este tipo de tecnología?
—¿Qué planeas hacer con eso, en primer lugar? —Se cruzó de brazos, el ceño fruncido de la genuina consternación— La verdad. Ya no ando jugando con mi expresión facial, como verás.
Santino le devolvió el lapso de silencio y la mirada severa, tan llena de determinación que Andrey no pudo evitar sentir un leve escalofrío correrle por la espalda. Se encogió de hombros y suspiró, exasperado.
—Será mejor que me prometas que no lo utilizarás para ningún atentado terrorista, ¿ok, fundamentalista? —farfulló al tiempo que se iba a la vitrina y sacaba de su compartimiento dispositivos sintetizadores, placas de electrodos, piezas de magnesio metálico y distintas marañas de cableados.
El anciano Gil ignoró su comentario y no le devolvió la mirada al agarrar todos los objetos, guardarlos dentro de un zurrón y retirarse apuradamente de la sala de laboratorio. Andrey Zhukov apretó los labios y cerró las manos en severos puños. En su mente quedó grabado aquella zozobrada mirada, inundada de una determinación asesina como pocas veces había visto en gente a lo largo de su vida. Llegó incluso a compararla con la de Maddiux durante los días del legendario Escuadrón Skrivbog.
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6
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Con todo el armamento anti-superhumano de Tier 6 y 7 provisto por Andrey, los Giles de la Gauchada se pusieron las pilas en entrenar con ellas a la par que, junto con Dimitry y Anya, ideaban un nuevo plan con el cual ejecutar un asalto que pondría punto final a los Ushtria, y detendría toda la escalada de tensiones bélicas gestadas en distintos puntos de las Provincias Unidas.
En los días consiguientes a la implantación y transformación de los armamentos anticuados de los Giles, Dimitry y Anya llevaron a cabo distintas reuniones con el grupo de vigilantes para cuadrar los pasos preliminares para asaltar la base de los Ushtria. Con la ayuda de la tecnología satelital de Andrey, la agilidad de triangular un potencial lugar que sea la base de este grupo armado se facilitó extremadamente. De esta forma, Andrey les presentó, en distintas tablas azules xilográficas y paneles tridimensionales tres posibles que podrían ser la base de los Ushtria, todas ellas siendo cercanas a la capital Karlotovo.
Todos los Giles asistieron a estas reuniones. Y a pesar de haberse apaciguado, las tensiones de varios de estos se podían sentir en el silencioso aire cada que ellos aguardaban y ponían atención a las explicaciones de los Siprokroski. Hasta que, luego de dado la precisa información sobre la triangulación de la base de los Ushtria, dos de los miembros dejaron de asistir a las conferencias posteriores. Siendo estos Kenia y Santino.
Anya se interesó en la ausencia de Kenia. Desde que supo sobre el rapto de su hija, sintió una confinada conexión psíquica con aquella mujer. Sintió su tragedia como la suya propia. No por nada, ella también había perdido a su hija, Agatha Siprokroski, producto del Atentado Pandemónico. Para ella, los Ushtria Clirimtare eran tan enemigos suyos como los de aquella feroz mujer quien, si para ese entonces ya la veía como peligrosa sin tener el Gen, ahora la consideraba mucho más mortífera con el nuevo armamento adquirido por Andrey.
No hizo falta preguntarle a Mateo o a Thrud sobre su paradero; consiguió hallarla utilizando su vasto rango telequinético que le permitía identificar a cualquier individuo en un radio de mil metros (podía extenderlo más si lo deseaba). Aunque Mateo le insistió que no fuera a irrumpir su sesión solitaria, argumentando que ella se pondría muy agresiva si alguien la molestara mientras que ella pasaba su momento de duelo a solas.
—Y yo insisto en ir —dijo Anya, dedicándole una mirada refulgente de ojos verdes—. Tu esposa debe saber que no es la única madre en duelo de esta mansión.
Agitó las manos hacia abajo, liberando torbellinos de arabescos psionicos verdes que la hicieron describir una parábola en el aire. Planeo bajo el firmamento plomizo, dejando tras de sí a un preocupado Mateo Torres, este último volviéndose sobre sus pasos y regresando al interior de la sala donde los demás Giles (junto con los nipones) gesticulaban y sugerían ideas de planeación para el asalto hacia la base de los terroristas albanos.
Se elevó varios metros más al cielo, obteniendo vistas panorámicas de la compleja urbanización de calles, callejones, avenidas y rotondas que rodeaba el Gran Palacio. Cerró los ojos, e hizo usó de su habilidad de detección psicoquinética para cuadrar el lugar donde había identificado a Kenia Park. En la forma de un destello resplandeciente de sus ojos cerrados, volvió a localizarla. La tipa se hallaba en la antigua y abandonada Plaza Torgaboda.
Su vuelo telequinético la impulsó a una considerable velocidad hacia el lugar. Fue en descenso, lo que le permitió tener vistas más detalladas de la desolada zona: una plaza adoquinada invadida por maleza y follaje, y condecorada con multitud de edificios abandonados de hasta veinte pisos de alto que, a su vez, eran vadeados por senderos boscosos artificiales. A medida que descendía en un controlado planeo, Anya no le quitó el ojo de encima a la silueta fulgurante de Kenia que tenía grabada en su mente como una impresión telequinética.
La visión de la silueta brillante se perturbó abruptamente con el rugido de una escalada de escombros cayendo estrepitosamente. Anya cerró y abrió los ojos, volviendo a su visión normal. Giró la cabeza hacia el origen del estruendo de piedra, y ensanchó la mirada al ver, a lo lejos, como un alcázar de más de veinte metros de alto se partía en dos con una fina fisura que, al segundo, se ensanchó con gran brutalidad. La estructura comenzó a venirse abajo, convirtiéndose en un mar de escombros en una considerable parte de la derruida plaza. Una ola de polvo se expandió por todas partes, ocultando la silueta de Kenia.
Descendió hasta afirmar la punta de sus tacones contra el agrietado pavimento. Viéndose inmersa en una densa cortina de polvo, Anya Siprokroski aumentó el brillo esmeralda de sus ojos. De su cuerpo salió disparado una onda expansiva verde que se esparció instantáneamente por toda la plaza, limpiándola en un santiamén del polvo y revelando de nuevo la plaza. Algunos escombros incluso salieron disparados por los aires a causa de la fuerza de su expansión telequinética.
El fulgor de sus ojos se apagó. La esper clavó la mirada seria sobre Kenia Park. Esta última portaba el mismo exotraje que había llevado durante el asalto al Palacio de Sofitel, solo que esta vez mostraba unas variaciones notables en su diseño, desde entramados neón hasta piezas de placas metálicas en sus piernas, cintura y hombros. Un invisible anillo de protección la rodeaba, e impedía que cualquier manipulación telequinética la afectara en lo más mínimo. Es por ese motivo que la onda expansiva que Anya liberó no la afectó para nada.
Pero eso no evitó que Kenia reparara en su presencia fulminándola con una mirada de soslayo.
—Kenia Park... —musitó Anya, empezando a caminar lento y con precaución hacia ella— Menos mal que no activaste la Tecnología Eindecker Anti-Esper de tu traje, o me habría sido más difícil hallarte.
Kenia no dijo nada y se volvió con un gruñido hastiado, dándole la espalda. Alzó las manos, empuñando en estas sus cuchillas plateadas, estas últimas despidiendo fulgores azules intensos de sus filigranas. La sensibilidad telequinética de Anya le hizo captar las potentes energías de plasma mezclado con energía psionica provenientes de las largas agujas. Sumado a la feroz mirada disociada de Kenia, Anya sintió como los pelos se le ponían de punta.
<<Menos mal esta plaza esta lejos de toda urbanización >> Pensó.
—Tienes preocupado a tu marido, Kenia —dijo—. A tu marido y al resto del grupo. Me dicen que no estás siendo la misma desde... —se mordió el labio inferior. Pausa— El rapto de tu hija.
—Ah, ¿sí? —Kenia rechinó los dientes y resopló— Pues yo no me noto distinta, siendo honesta.
Anya no respondió inmediatamente. Caviló otra expresión al tiempo que acortaba la distancia entre ella y Kenia. El silencio incrementó la tensión del aire.
—¿Qué vas a hacer ahora que tienes este armamento, mmm? —preguntó, mirándola a los ojos.
—¿No es obvio? —Kenia enarboló ambas cuchillas y las enfundó en vainas magnéticas de su cintura— Ir a recuperar a mi hija y matar a los bastardos que la raptaron.
—¿Y piensas quebrantar la unión de tu grupo a costa de ello?
—No sería la primera vez que el grupo pasa por esto —Kenia ladeó la cabeza, el semblante curtido.
—Ni tampoco la primera vez que raptan a tu hija, por lo que veo.
Kenia frunció el entrecejo y miró hacia otro lado. Anya se detuvo, plantándose frente a la argentina a una distancia de cuatro metros. Las energías pasivas que emitía su traje repelían levemente su telequinesis.
—¿De verdad estás dispuesta a hacer lo que sea por recuperarla? —preguntó Anya.
—Incluso si eso significa... dañar mi propia integridad, ¿no? Pues sí —Kenia la fulminó con una mirada rápida. Los ojos le empezaron a lagrimear otra vez— A puntos extremos.
—¿No temes morir de nuevo y no reencarnar?
—Yo ya viví mi vida hasta donde pude. Pero Martina... mi princesa hermosa... —Kenia tragó saliva y resopló— Veinte años encerrada en una base en mitad de las montañas de Bosnia, sin conocer más allá de Gradiska y de una universidad que la denigró. Siento que le falle. Y más ahora... —tosió varias veces.
Se hizo el silencio pesado. Anya miró el suelo, y después a Kenia, esta última mirando hacia otro lado, la vista perdida en los escombros del edificio derribado.
—Entiendo tu dolor, Kenia...
—¿Qué entendés vos? —espetó Kenia de pronto, mirándola fijamente. Suspiró— Ok, vale que sé que a tu hija la metieron dentro de un libro maldito j-junto con tu marido, pero no es lo mismo. Mi dolor —se señaló— no es el mismo que el tuyo —la señaló.
—Pero es de la misma naturaleza materna. Y con eso es más que suficiente para decirte esto: no lo hagas.
—¿Hacer qué?
—Dejar que tus impulsos de madre te enfermen al punto de herir a aquellos que te quieren ayudar.
Kenia agrandó los ojos como platos como si hubiese recibido una ofensa.
—Mi odio está más que justificado, señora Anya —estiró un brazo hacia la izquierda—. Ese... ese inmoral, sin carácter, fofo e infeliz hijo de perra le encanta poner la vida de los demás a costa suya, a costa de sus privilegios. Hizo lo mismo con varios otros miembros del grupo en nuestra guerra contra Jahat Kejam. Y lo sigue haciendo. Llegó hasta aquí con mi hija —se pasó un dedo por la sien.
—Incluso justificado, Kenia, está dañando tu convivencia con el resto del grupo. Sino paras, terminarás dañando a todos y a ti misma permanentemente.
—¡OH, VENGA YA! ¡JESUCRISTO! ¡SI VIERÁS COMO A MI HIJA LA DAÑARON PERMANENTEMENTE!
El chillido vino acompañado con un aumento de fulgor fluorescente del exotraje, tan imperioso y fogoso que Anya sintió como su vestido negro era azotado por los vientos azorados. Kenia la miró a los ojos. Anya apretó los labios y alzó lentamente una mano, gesticulando un ademán de tranquilizarse. Sin que Kenia se diera cuenta, Anya aplicó espiras de telequinesis dentro del traje cibernético para desactivar sus motores destructivos.
—Kenia... —musitó Anya— Te puedo apostar, lo que sea, por que tu hija se sentiría triste por tu actitud.
—Nagh —gruñó Kenia, agitando una mano.
—Yo casi destruyó mi familia por ese motivo. Cuando mi tesoro, Agatha, era solo una bebé de once meses, fue raptada por el desgraciado padre de Maddiux —a medida que hablaba, Anya se acercaba a Kenia con pasos lentos, al tiempo que desactivaba los motores de su exotraje con su telequinesis—. No pude con los nervios y con mi rabia interna. Y durante los seis largos meses que fue quitarle a Grigory a mi tesoro, culpe, y culpe injustamente a mi cuñada, Natasha Siprokroski, que Dios la tenga en su gloria —se llevó una mano al pecho al decir eso—. Maddiux la culpo también, Kenia. Culpó a su propia hermana, y el daño psicológico que le hicimos por eso fue casi que irreparable.
>>Afortunadamente, Yuri consiguió interceptar el avión antes de que Grigory escapara. Y me disculpe con Natasha, como no tienes idea. Fue duró aceptar mis disculpas, pero lo hizo. Nos reconciliamos...
Anya extendió el brazo hasta agarrar la mano de Kenia, esta última con una expresión entre forcejeo y disposición, la mezcla de sentimientos batallando adentro suyo. Anya alzó la mano a la altura de su rostro. Una lágrima cayó por la mejilla de Kenia. Forzosos jadeos salían de los labios de esta, a punto de estallar en sollozos.
—No te pido que te reconcilies con ese Santino ahora, Kenia —dijo, al tiempo que le daba un beso en la mano—. Solo te pido que seas consciente de que tu ira materna te causará estragos si no la controlas.
Y lenta pero segura, encerró a la mujer argentina en un abrazo. Kenia se resistió al principio, pero después cedió y correspondió torpemente. Estalló en lágrimas que aplastó sobre su hombro. Anya le acarició la cabeza y la tranquilizó con susurros afables.
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https://youtu.be/5TIrj806TxQ
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Laboratorios del Gran Palacio
Sección mecánica
Por los mesones se repartían piezas de hierro de magnesio fusiladas y abolladas, cablerías deshechas y cortadas en distintos pedazos con sus conectores de distintos colores sobresaliendo, bolsas bifurcadas de las que salía sustancias sólidas de carburo de calcio (algunas de los granos sufriendo reacciones de síntesis en las máquinas requisadas de Andrey) y placas electrónicas puestas en hilera, cada una asiendo un electrodo envuelto en delgadas maromas. El intenso hedor químico del carburo ululaba en la estancia, acompasado por los ruidos trituradores de las máquinas sintetizando el mismo. Las penumbras eran densas y tenebrosas.
Santino Flores se pasó una mano por el cabello blanco y se lo desordenó. Se limpió el sudor con un guante. Utilizando una sierra en miniatura desplegado de su brazo prostético cortó cuidadosamente la última pieza de magnesio. Después, la colocó sobre el guantelete cibernético que él mismo remodeló a partir de uno de los guanteletes dañados de Adoil Gevani. Su nuevo modelo ahora consistía en un armazón de placas, con la superficie del dedo índice teniendo un botón rojo.
Enarboló una pistola de soldar, y empezó a fusionar la pieza metálica con el guantelete. Una vez culminado dejó la pistola, se quedó viendo la macabra obra de arte cibernética y suspiró, satisfecho.
Oyó la vibración de su teléfono celular. ¿Cómo? ¿No lo había puesto en no molestar? Lo sacó del bolsillo de su pantalón y lo prendió. Vio un mensaje de Mateo. Este rezaba lo siguiente: "Santino, necesitamos hablar sobre tu parte del plan en la misión. ¿Dónde estás?"
Santino miró fijamente el celular por varios segundos reflexivos. Sacudió la cabeza, y sintió un nuevo taladreo de culpa perforar su mente. Se golpeó la cabeza varias veces y resopló con pugna agotadora.
<<Tomé mi decisión ya>> Pensó para sí mismo. Acto seguido se colocó el recién creado guantelete cibernético. Fue tan brusco movimiento que la mesa se sacudió, provocando que un anillo se cayera de encima de un soporte. Era un Anillo de Quantumlape. Santino lo recogió rápidamente y se lo guardó en su pantalón.
Rodeó el mesón donde se disponían las placas electrónicas con sus electrodos colgando hacia arriba. Se alejó unos seis metros de distancia. Esta era la distancia que, al momento, manejaban sus granadas de magnesio caseras. Con lo que tuviese tiempo para culminarlas en tiempo record, tendrían un rango de conexión electromagnética de hasta doscientos metros. Por el momento, se contentaba con la que iba a poner a prueba ahora.
Alzó la mano donde llevaba puesto el guantelete cibernético Alzó el dedo pulgar y lo colocó por encima del botón rojo. Contuvo la respiración unos instantes. La explosión sería pequeña, pero al ser varias placas, no tenía idea de qué tan potente serían los estallidos en reacción de cadena. Maldición, ¡si tan solo hubiese tenido tiempo para ponerlos a prueba con mejor eficacia! Pero no había tiempo. Se contentaba con lo que tenía.
Presionó el botón. No sucedió nada. Santino miró el guantelete, extrañado y alertado. Volvió a presionarlo. No sucedió nada otra vez. Lo presionó multiples veces, produciendo un desordenado tumulto de ruidos electrónicos sin ningún efecto.
Hasta que, a los diez segundos, la explosión se produjo.
Las placas electrónicas implosionaron, generando una invisible burbuja de fuerza compresora que, actuando como si fuera un agujero negro, aplastó y trituró todos los compuestos metálicos a su alrededor. El mesón se resquebrajó y empezó a partirse en pedazos pequeños. Piezas de losa metálica de las paredes salieron, electrodomésticos, pedazos de zinc, lámparas y muchos otros objetos metálicos salieron despedidos hacia el centro de masa colapsada del campo físico creado por la implosión. Todo lo que entraba era machacado hasta un nivel microscópico.
Santino apretó los labios al sentir pequeñas partes de su brazo prostético ser jaladas por la implosión. Opuso fuerza en el brazo donde llevaba el guantelete. Estiró velozmente el otro brazo y atrapó el Anillo de Quantumlape. Jaló con todas sus fuerzas, luchando contra el campo atraedor. Pasado el minuto entero, el efecto del campo físico se desvaneció, y con ello su aplanadora fuerza. El silencio volvió a reinar en la estancia.
Enigmático Gentleman suspiró y cerró los ojos. Apretó el puño donde portaba el guantelete, y las placas rechinaron. Se colocó el Anillo Quantumlape en su dedo anular.
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En sus oficinas, Adam Smith se confabulaba con los incontables papeles que tenía acumulados sobre su escritorio. Documentos que redactaban la clausura temporal o incluso permanente de muchas empresas tecnológicas, asociadas a la Corporación Siprokroski, debido a los conflictos armados que se gestaban en las comunas donde se desarrollaban. Si bien el golpe a la economía no fue tan severo por como pocas empresas cerraron, a largo plazo esto desencadenaría otra serie de factores que terminarían menguando terriblemente a la corporación, así como desenvolver otras parafernalias que apuñalarían severamente a la economía nacional e internacional.
Con la misteriosa desaparición del candidato Tankov Andreevich, se advinieron otros golpes igual de severos al capital en forma de nuevas clausuras de empresas, desempleos en cadena, protestas en masa y una recesión de trabajadores que se negaron a renovar sus contratos con su empresa, The Wealth of The Nations. La angustia era tan pesada que Adam maldecía en silencio a todo el mundo. Maldecía a Tankov por desaparecer, maldecía a los Ushtria por generar esta cadena de acontecimientos incontrolables, maldecía a los Giles por no haber hecho bien su trabajo, y hasta maldijo a Maddiux por haber orquestado el Torneo Pandemónico y dejar que sus queridos guardaespaldas murieran a manos de los terroristas.
Lo peor estaba pasando. Su peor pesadilla, aquello que no deseaba que sucediera desde la Lupara Bianca volvía a suceder. Lo veía a través de los televisores holográficos que pendían de los zócalos de su oficina; disidencias armadas batallando contra las fuerzas policiales y militares. La guerra. Y la peor de todas. Una de carácter civil.
Se oyó un toque de puerta. Entró su secretaria.
—Alguien quiere verle, señor —dijo—. Es el pontífice que llegó de la Civitas Magna.
Un brillo de sorpresa se dibujó en su mirada. ¡Se había olvidado totalmente de él!
—Déjale pasar —contestó, haciendo un ademán de mano.
La secretaria desapareció tras la puerta. Esta última se volvió a abrir poco después. A la habitación entró el hombre de tez negra, vestido con elegante sotana y con el cabello blanco rapado formando líneas zigzagueantes por sus mejillas.
—Por favor, no se ponga de pie —dijo el sacerdote cuando Adam iba a reincorporarse. Este último estiró su brazo y le ofreció la palma de su mano. El sacerdote la estrechó—. ¿Cómo se encuentra, Adam Smith?
—Urbanus II —saludó Adam Smith, la sonrisa de bienvenida—, que gusto y sorpresa me da verlo por aquí. Yo, pues... —señaló con las dos manos los montículos de documentos— Como verás.
—Sufres el mismo designio de sobreexplotación que sufre William Germain, por lo que veo —musitó Urbanus.
—Siempre lo tuve, solo que ahora está siendo el doble de pesado. Además de injusto y calamitoso.
—Rezaré porque tu alma no se vea demasiado perturbada. Ni la suya, ni la de todas las personas que viven en las Provincias Unidas —Urbanus hizo una reverencia.
—Por favor, no. Suficientes rezos tengo con lo que rezan estos papeles —Adam aligeró su carga de espalda con una risa medio forzosa. Colocó una mano sobre una pila de documentos—. Tú disculpa que no te haya pasado a saludar antes. Con todo este trabajo, ya no pienso ni en los pocos amigos que tengo. Ni siquiera en los de la cámara de Ilustratas.
—No peses el innecesario pecado de ello. Yo en cierta forma también lo adolezco.
—Bueno, de por sí la última reunión de todos los Magnum Ilustrata fue hace cómo uno o dos años ya —Adam borró su sonrisa y miró de soslayo a Urbanus—. Creo que no estuviste en esa última reunión, ¿no? De cuando Brunhilde ya estaba preparada para el asalto a la Conferencia de Urd.
—Esa memoria ya es demasiado distante para mi corta memoria —Urbanus negó con la cabeza—. Pero no, no estuve en esa reunión, Adam Smith. En ese entonces, estaba ocupado con un misionero de la Compañía Jesuita de Roma Invicta, bajo el beneplácito del Dios Mercurio.
—¿Hasta allá llegan las redes del vaticano del Valhalla? Guau... —Adam hizo una breve pausa para recordar la última vez que tuvo contacto con el pontífice. Incluso este era más escurridizo en su posición como Magnum Ilustrata que su persona.
—No te sorprendas. Sin necesidad de levantar cruzadas o guerras religiosas, la cristiandad puede proliferar incluso en este mundo.
—Con proselitismo, todo se puede. Incluso convertir a demonios a la cristiandad —Adam sonrió y carcajeó—. "Demonios cristianos". Quien diría que esas palabras irían juntas.
—Tu amigo, Zelvon, es... una criatura particular, en el buen sentido. Renegó de su secularidad para convertirse al cristianismo con la misma mente abierta de los que vinieron antes de él.
—Eso es bueno, ¿no? —Adam hipotetizó que eso debió ser a causa de los efectos psicológicos trazados luego del Atentado Pandemónico.
—Sí que lo es, Adam Smith. Con esto se demostrará que el cristianismo puede hacer prosperar incluso en aquellos a quienes considera sus archienemigos.
Urbanus II miró hacia arriba y checó la hora del reloj de pared. Se puso de pie. Adam hizo lo mismo.
—Es hora de retirarme de regreso a la Civitas Magna —dijo—. Ya cumplí mi misión en esta parte del Valhalla.
—Ojalá poder yo ir también. Ya extraño esa ciudad —Adam sonrió, dadivoso. Le ofreció de nuevo su mano, y Urbanus la estrechó con más firmeza—. Manda mis cordiales saludos a William Germain y a la Reina Valquiria si te los topas.
—Y a ti te deseo suerte con todo el conflicto de esta región del Valhalla. Espero que puedas regresar algún día. Que Dios te guíe.
Urbanus II se volvió sobre sus pasos y salió de la habitación con extravagante elegancia.
Y dejando a un Adam Smith inundado de cientos de preguntas sobre su aparición y desaparición tan efímeras en las Provincias Unidas.
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https://youtu.be/fijzo90Wznc
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Raion Albania
Karlotovo
Con la muerte y resurrección de Blerian, Bukuroshe Berisha ha tenido un destartalado bagaje de emociones que la barajaron a un perfil poco profesional y no preparado para cuando llegó el día de ejecutar la tarea a la que se había preparado toda su vida.
Operar, manipular y desarmar la neo-tecnología más compleja que jamás haya tenido en sus manos.
En este caso, la esfera negra Neogenic Dirac que robaron del Palacio de Sofitel y que el Jefe le encomendó deconstruir para hacer uso de su tecnología cuántica para el "acto" que llevaba preparando desde que obtuvo en sus manos aquel grimorio negro. Un último acto de corte orquestal al cual el Jefe se había limitado a ser vago en su descripción, pero que eran conscientes que solo podría realizar en la fecha establecida si Berisha conseguía desconfigurar la tecnología Dirac de la esfera.
Con eso, la Cibermante de los Ushtria tenía una fundamental responsabilidad cargando sobre sus hombros. Se sentía más importante que nunca ahora.
—De todas las formas que podías lucir, ¡luces como una pelota de bolas chinas! —exclamó Berisha al tiempo que se enfundaba los guanteletes prostéticos con furia. Rechinó las mesas metálicas con dos puñetazos. Los recipientes químicos y herramientas de ingeniería saltaron por los aires. Berisha cerró los ojos y bajó los hombros con un suspiro—. Blerian, si tú fuiste capaz de hacer un milagro... —se miró el reloj de su mueca. Chasqueó rítmicamente los dientes— ¡Entonces yo también podré!
Se dispuso una bata blanca con termoplástico de protección radioactiva, gafas de protección, cubrebocas y se desordenó el cabello para hacerse un solo moño y así ponerse un gorro de plástico. Aunque era la única presente en la sala de experimentación ciberquímica del Instituto de Tecnología Sheimisar de la capital Albana (subsidiada por los Ushtria Clirimtare), ella valía lo que valdrían cien físicos, químicos e ingenieros para la titánica tarea de desmantelar el Neogenic Dirac.
El Neogenic Dirac funcionaba como un acelerador de partículas con mecanismo elíptico de sincrotrón (esto es, un sistema cerrado). Si bien fue sencillo para ella desactivar sus funciones exteriores de tal forma que Elira y Luriana pudieron acercarse a él sin verse afectados por sus campos electromagnéticos, su funcionamiento interno de aceleración seguía siendo un rompecabezas para ella. Y rompedor de cabezas fue para ella durante las subsiguientes doce horas sin descanso absoluto.
Las únicas guías que tenía al momento para manejar esta Neo-Tecnología eran los detallados artículos científicos de Andrey Zhukov sobre la creación y funcionamiento de reactores nucleares en miniatura. Eso, y las prácticas experimentarías que tuvo años atrás a la hora de manejar las plantas nucleares de Albania y Kosovo bajo seudónimos (esto durante la época de la Lupara Bianca, donde los Ushtrias pudieron operar mejor en las sombras). Aún con esa experiencia y su agilidad para el manejo de herramientas, más de una vez Berisha pareció una cavernícola rascándose la cabeza con una llave, observando con inmensa confusión el aparato esférico.
Más confuso eran los propósitos y las instrucciones que Almarin Xhanari le había dado para el generador. Dañado en desuso como estaba, lo único que Berisha podía sonsacar de este en términos técnicos era sus tarjetas digitales de uso cuántico, el cual la peculiar máquina usaba para excitar las partículas subatómica cargándolas con alta energías y, de esa forma, verse aplicado en plantas nucleares para iluminar todo un continente, reactores de bolsillo e incluso usos tan particulares como la creación de dimensiones de bolsillo conocidas como "Mar de Dirac" (aunque este uso era militar y secreto, y la más de las veces no pasaba de la teoría).
Y precisamente esa fue la instrucción que Almarin le había dado. Extraer, remodelar y hacer que las tarjetas digitales de uso cuántico trabajasen independientemente de la estructura esférica donde estaban metidas. Eso le hizo reflexionar a Berisha. ¿Qué pretendía el Jefe hacer con esas tarjetas? ¿Suministrar energía a todo el aparato del Estado? ¿O crear su dimensión de bolsillo?
Durante los siguientes días que se sucedieron (más de una vez grupos de científicos y Cibermantes se ofrecieron a darle mano de obra, pero ella los rechazaba con imperiosa facha), Berisha no se quitó la duda de la cabeza. Si bien le era una emoción inconmensurable y una felicidad igual el poder manejar esta tecnología tan compleja, muy en el fondo temía por el tipo de uso que Almarin pretendía darle. Uno negligente y desconsiderado. No por nada, esta Neo-Tecnología seguía permaneciendo en el campo de estudio teórico, y ella mejor que nadie sabía de los peligros de manipular este Núcleo del Diablo.
<<Por eso no me gusta que mantengas muchas cosas en secreto>> Pensó, al tiempo que manipulaba, por medio de palancas prostéticas, unos brazos holográficos los cuales introducía a través del invisible campo físico del Neogenic Dirac, este último abierto como una nuez. <<Nos hace sentir excluidos de tus grandes planes. Me haces a mi sentirme excluida, y que me estás usando para algún beneficio propio. Claro que sé por qué haces todo esto... O eso creo. Al menos yo sé por qué hago todo esto. Y por eso te sigo. Pero tú...>>
Los brazos transparentes burlaron los erráticos cambios de materia del campo físico hasta alcanzar la última tarjeta digito-cuántico. La agarró entre sus dedos y, con muchísimo cuidado, la sacó de entre el laberintico camino de placas y protuberancias desgastadas de la esfera. Una vez fuera del campo, Berisha se la quedó viendo fijamente. Lucía como una placa electrónica cualquiera, con la diferencia de diminutas chapas de imanes fluorescentes brillando en su centro. Aquel brillo indicaba que seguía en funcionamiento, a diferencia de las otras dos que extrajo, las cuales están apagadas.
Se le formó un nudo en la garganta. Tragó saliva. Esta hazaña que le tomó más de cinco días intensos de hacer debió traerle una excitación incontrolable. Pero, en cambio, la hizo sentir más dubitativa de lo que vendría a continuación.
<<Sea para lo que sea que utilices, mi Jefe...>> Pensó.
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|◁ II ▷|
Reserva Ku'Njeremigro'Krahë
Desde lo alto de un balcón con vistas a las llanuras exteriores a los edificios de paneles, Elira Minoguchi observaba con asombro analítico los espontáneos y aparentes movimientos erráticos que ejecutaba Blerian a la hora de atacar a Elseid.
En aquel estado en el que se encontraba, con la esclerótica de sus ojos revestida de un ónice absorbente, el cuerpo de Blerian se desplazaba obedeciendo al instinto de los estímulos corporales que le daba el entorno. En este caso, reaccionaba por instinto a las corrientes de Seishin de Elseid, este último desplazándose de aquí para allá y esquivándolo con movimientos danzarines.
La manipulación de vectores espaciales de Elseid le permitía desviar o bloquear aquellos ataques que lo tomaban por sorpresa. La anatomía de Blerian cambiaba bruscamente cuando arremetía con un ataque irregular, torciendo los huesos de sus brazos o piernas para cambiar el trayecto con tal de dar en su blanco. El cambio de dirección de sus impulsos de velocidad y de sus zarpazos parecía incluso responder a los cambios espaciales de la manipulación de vectores de Elseid, lo que le daba una abismal adaptabilidad tanto de su energía Seishin como de su habilidad de Gen.
Blerian dio un salto e, impulsado por su habilidad Seishin de sombras (igual de potenciadas que sus capacidades físicas gracias a este particular estado), se abalanzó contra Elseid, este último esperándolo de pie en el suelo. El impacto resonó en toda la llanura. Una densa cortina de polvo se levantó, y después se deshizo con un repentino barrido de vientos huracanados. La expectante Elira expulsó un suspiro de alivio.
El brazo de Blerian estaba atrapado en un espacio cóncavo invisible. Detrás de él, Elseid seguía de pie como si nada. Este se acercó al salvaje Blerian y le susurró al oído:
—Bájale dos rayas al ego y empieces a usar más tus técnicas de Gen, amigo.
El salvaje Blerian destruyó el espacio de vectores cóncavos empleando su poder de intangibilidad absoluta. Elseid despidió un bramido sorpresivo al ver como este extendía el brazo hasta su vientre, lo atravesaba y lo volvía tangible. Justo en ese instante, Elseid se impulsó hacia atrás y se alejó velozmente, evitando así ser empalado.
Elira apoyó los codos sobre el balaustre y entrelazó las manos. Apoyó el mentón sobre estas. A su lado se hallaba Luriana, sus grandes ojos sacudiéndose de aquí a allá por estar siguiendo de cerca cada desplazamiento de Blerian y Elseid. Llegaba un punto en el que los ojos de Luriana se volvían espirales del mareo que le producía ver los ataques erráticos del salvaje Blerian. Elira, en cambio, mantenía siempre el semblante serio, preocupado inclusive.
—¡Heya!
Luriana y Elira volvieron las miradas y vieron a Berisha, acompañada de Antígono, entrar en el balcón y apoyarse sobre la barandilla cerca de ellas. La Cibermante caminó utilizando los gruesos dedos de sus prótesis como patas arácnidas mientras bebía un vaso de refresco apoyado en su pecho. El macedonio observó la horizontal llanura inmensa ser infestada por múltiples cortinas de humo que se levantaban aquí y allá. Sus ojos refulgieron de luz.
—¿Cómo va el entrenamiento que Blerian se impuso a sí mismo, eh? —preguntó Berisha, dando un salto y sentándose sobre la barandilla— Por lo que veo, aún sigue en las mismas.
—Y ni siquiera tuve que responderte —espetó Elira.
—Tuve que pedirle a la secretaria de la oficina de repartos que terminará el papeleo por mí para venir lo antes posible —dijo Antígono, sus ojos aún refulgentes y echando vapor cristalino—. ¿Qué fue lo que pasó, Elira?
—¿Honestamente? —musitó ella— La única explicación que hallo es el Saisei.
—¿La técnica de curación Seishin? —preguntó Luriana.
—Sí —Elira observó detenidamente como Blerian se liberaba de una llave de Elseid con movimiento serpentinos en vez de usar su poder de intangibilidad. Acto seguido, contraatacó con una patada en el vientre—. Luego de que haya aplicado Seishin a sus heridas para curarlas con más efectividad, eso debió activar o excitar el metabolismo del Gen Superhumano, lo que permitió el bomebo de su flujo sanguíneo y reactivar su sistema nervioso. Esto quiere decir que estuvo durante cuatro días en un estado de muerte clínica.
>>Aparte, esto gtambién le abrió las puertas a la adquisición de dos habilidades que, hasta este punto, ni él o Elseid han sido capaces de adoptar.
Elira se desató un hilo Seishin del cabello y con este se hizo un profundo corte en el dedo índice, tan profunda que parecía que se lo cortó en dos. Berisha, Antígono y Luriana vieron como la herida se regeneraba instantáneamente gracias a un flujo de aura blanca y destellante. El dedo volvió a su lugar, sin ninguna cicatriz.
—Una es el Saisei. Y la otra... —alzó la cabeza y miró fijamente a Blerian, alcanzando a avistar sus profundos ojos negros y sus brillantes pupilas— Es el Odayakana Jotai, que en japonés significa "Estado de Calma".
—¿Estado de calma? —farfulló Berisha entre risas— ¡Pero Elira! Que el puto Blerian más parece haber consumido sales de baño que estar en "Estado de Calma".
—¡Y por eso me tiene tan preocupada! Porque el Odayakana Jotai jamás lo he visto en una persona. Solo lo he estudiado en mis entrenamientos Seishin en el Manshu Nihon. Y es... impresionantemente aterrador y peligroso para el usuario que no está acostumbrado a este estado.
Antígono, Luriana y Berisha acallaron al ver las nuevas sombras de preocupación cernirse sobre el rostro de Elira.
—El Odayakana Jotai potencia las habilidades físicas y técnicas del usuario con el precio de que el usuario tiene que estar en un estado semiinconsciente. Cuando se entra en ese estado, los ojos del usuario se vuelven negros, esto debido al reflujo de sangre y de Seishin que reordena el flujo sanguíneo del cuerpo. Eso explica también el aumento de capacidades físicas. La desventaja está en que, el usuario que entre por primera vez en este estado sin entrenar lo necesario, se convierte un animal errático que atacara a quien sea que se le cruce, no importa si es amigo.
—Pobre de Elseid, entonces —dijo Luriana—. Ha tratado de adiestrarlo desde hace más de diez minutos, y aún sigue y sigue.
—¡Cosa que no debe seguir así! —maldijo Elira, pegando la barandilla con sus dos puños— En todos estos días desde su "resurrección", Blerian se ha forzado a sí mismo en entrar a este estado una y otra vez sin pensar en las consecuencias a largo plazo que tendría si se sobresfuerzo.
—¿Ya se los has dicho? —preguntó Antígono.
—Sí, pero el tipo no me hace caso. Me dice que ahora "comprende" la esencia del Seishin, y que necesita hacerse con el control de este estado lo más rápido posible. ¿Para qué o por qué? —Elira levantó ambas manos abiertas e hizo un puchero— Se niega a decírmelo.
—Supongo que para enfrentarse al tipo que lo dejo en este estado —sugirió Antígono.
—¿Uno de esos "Giles"? —espetó Berisha, la sonrisa burlesca— Por favor, Antígono. Que hasta me enfrente a ese "Brodyaga". No fue nada del otro mundo.
—No él, pero quizás otros miembros de ellos que desconozcamos —insistió Antígono—. Elseid me habló sobre "nipones" con los que peleó tanto en Sofitel como en Grigory. Al parecer aliados de los Giles. Quizás uno de estos nipones fuese quien asesinara a Blerian, y por eso él se está sobre esforzando en este entrenamiento auto-impuesto. Para derrotarle.
—Erección por odio, suena más bien —dijo Berisha entre cuchicheos.
El cielo nocturno se hizo absoluto en el firmamento con su cielo estrellado y sus estelas de auroras brillantinas, con nubarrones de lluvia circundando por los alrededores. Ya se estaba haciendo medianoche; aquel era motivo más que suficiente para parar y tomar un descanso, pero ni Blerian ni Elseid, este último divirtiéndose de la pelea a pesar de su evidente cansancio, parecían querer detenerse. Elira Minoguchi apretó los dientes cuando la llamada de su celular pasó a buzón de voz tras varios segundos de intentar comunicarse con Elseid para que pusiera fin a este circo. Bolvió a golpear la barandilla de un puñetazo.
—No voy a ver más esto —profirió, y de un salto se subió sobre el parapeto.
—¡Woa, woa! ¿Qué vas a hacer? —inquirió Berisha.
—Voy a ir allá a detene...
Pero justo cuando iba a impulsarse hacia la llanura, Elira fue paralizada por una sensación de aguijonazo punzarle en la nuca. Y ella y el resto de los Ushtria Clirimtare sintieron también la punzada, petrificarles (con Blerian y Elseid deteniendo sus ataques al unísono en el acto) y haciendo que todos ellos voltearan sus vistas hacia el origen de aquel llamamiento.
Claramente dado por Almarin Xhanari a través de un hechizo convocatorio de su grimorio. La señal psíquica de que los estaba citando a una reunión en su morada.
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|◁ II ▷|
El grupo albano ascendió hasta la cima del edificio de panel más alto de la reserva. Desde allí, fueron presa fácil para la armoniosa caída de la llovizna que, desde hace varias horas, había precedido el ejército de nubarrones en el cielo. Ser empapados por la lluvia los tomó por sorpresa; por lo general, en esta parte alta del edificio había una cúpula física que servía como techo para todos los electrodomésticos y herramientas de construcción cibernéticas especializadas.
Pero toda esa instrumentalización ya no se encontraba allí. En cambio, todo el lugar estaba despejado y empapado por la lluvia. A excepción de un mesón que se hallaba en el borde del tejado, donde se hallaba de pie el Jefe de los Ushtria. A unos metros de él se hallaba Nestorio Lupertazzi, apoyando la espalda contra un tabique, los brazos cruzados y la mirada oculta bajo el ala ancha de su sombrero.
Al lado del encapuchado Almarin Xhanari se encontraba una sumisa Martina Park. La chica argentina, a pesar de no verse afecta ni física ni emocionalmente, tenía el cuerpo encogido y parecía incapaz de alejarse de Almarin, a pesar de lo mucho que temblaba su cuerpo por querer intentarlo.
—¿Ah? ¿Qué hace la chiquilla aquí? —farfulló Berisha, señalándola con su dedo prostético— ¿Y qué hace ese Pavlov aquí? —frunció el ceño y señaló a Nestorio.
—¿No te enseñaron que señalar a las personas es grosero? —le espetó Antígono.
—¿Ah, sí? ¡Pues esto es más grosero! —Berisha le sacó el dedo de en medio.
—Berisha —Almarin se dio de repente la vuelta y la encaró. La Cibermante dio un respingo de sorpresa cuando Almarin se inclinó hacia ella y la miró a los ojos—, no tienes idea de la fortuna en gratitud que te tengo. Gracias a tu último aporte, seré capaz de llevar a cabo, finalmente, mi último acto. Por favor, cualquier cosa que desees, me lo haces saber. Estoy en deuda contigo.
—A-ah, pues... —Berisha se ruborizó e hizo un puchero. Puso los ojos en blanco y miró hacia otro lado— P-pues no fue nada, jefecito. No fue más que hacer unos cuantos cacharreos. A-aunque si le soy honesta, sí o sí esperese una lista de cosas que le pediré.
—Con gusto me lo haces saber.
Almarin le dedicó una afable sonrisa. Martina, detrás suyo, lo miró de soslayo y no pudo evitar sentir una mezcla de sorpresa e incertidumbre en aquella sonrisa. A pesar de ser su prisionera, no la hizo sentir como tal. Ni la encerró en un calabozo, ni le puso ningún collar de rastro o de electricidad. La trató como una invitada y, aún así, Martina sabía en el fondo que, por el momento, no tenía ninguna forma de escapar de sus gentiles garras.
Un trueno latigueó en el oscuro firmamento.
—Y estoy en deuda con todos ustedes —exclamó Almarin, irguiéndose y dedicando a cada uno de los Ushtria una mirada asertiva—. Eternamente agradecido. Con mis compatriotas de la guerra —miró a Elseid y Blerian—, como a quienes en el camino se unieron a mi causa —viró la vista a Antígono, Berisha, Luriana y Elira—. De no ser por de ustedes, ni por la deidad o espíritu que me bendijo con el poder del Ghayat —apretó un puño—, no habría sido capaz de llegar a donde estoy.
Hubo un breve silencio. Todos los Ushtria respondieron con sonrisas y asentimientos de cabeza. La camaradería estaba ilustrada en todas esas respuestas no verbales.
—Tampoco te olvides de mí, ¿oíste? —vociferó Nestorio, alzando el ancho de su sombrero. Lo fulminó con la mirada— Que tampoco estaríamos aquí de no haber escrito la lista de nombres como me dijiste. Y donado mi sangre.
—Sí... Signore Nestorio —Almarin le dedicó una frívola sonrisa— Estoy devoto agradecido por nuestra alianza, así sea frágil.
Varios Ushtrias le dedicaron miradas desaprobadas. Nestorio las ignoró todas y sonrió para sí mismo.
Otro trueno relampagueó. El cielo parpadeó en fulgurantes destellos.
—¡J-Jefe! —Berisha fue hasta Almarin justo cuando este se daba la vuelta y encaraba la mesa. Almarin la miró de reojo. Berisha sintió un nudo en la garganta y habló en murmullos— ¿Por qué le pidió a Nestorio que escribiera los nombres? Esa información fácilmente se la podía dar yo. ¡Yo tenía toda la data que necesitaba una tarjeta RAM!
—Tu data habría sido inservible para esto, Berisha. Mira.
Almarin le indicó con la mano que viera la mesa. Berisha se volteó. Quedó boquiabierta al ver el grimorio negro abierto de par en par, totalmente seco; la llovizna era incapaz de humedecer sus páginas o cubierta. Al lado de este se encontraba un pergamino de papiro. Inscritos en él, Berisha vio largas columnas. Columnas de nombres, todos ellos pertenecientes a jefes y capos del crimen organizado, así como funcionarios, líderes políticos, alcaldes y presidentes. Debajo de todas esas prominentes columnas, descubrió un grabado firmado en sangre imborrable. Era la firma de Nestorio Lupertazzi.
—Para mi último acto —dijo Almarin, la voz excitada y brusca—, necesitaba la confidencialidad del hombre quién mejor estaba metido en el mundo más bajo de las Provincias Unidas, y la firma con la cual vendía la propiedad de todos estos individuos al Ghayat Al-Hakim.
—¿Propiedad? ¿Qué propiedad? —inquirió Berisha.
El silencio se extendió por varios segundos. El semblante de Almarin se ensombreció, y una sonrisa demoniaca se le dibujó.
—Sus almas.
Otro relámpago provocó un estruendo sonoro. Berisha, Martina y el resto de los Ushtria sintieron un escalofrío ponerle la piel de gallina bajo sus mojadas ropas. Nestorio se ocultó la maliciosa sonrisa con una mano metálica. Ladeó la cabeza.
—¿Sus almas? ¿C-cómo así, Jefe? —preguntó Antígono, la cara preocupada.
—Los hechizos de arrebatamiento de almas fueron imposibles para mí descifrar, incluso con años de práctica —confesó Almarin, apretando un puño y mirándose la palma—. Sin embargo, descubrí una forma muy particular de alcanzar algunas de estas. Durante la Lupara Bianca, Elseid y Blerian robaron de los 'Ndrangheta un dispositivo de Positrones, ¿lo recuerdan? Uno el cual terminamos implementando sus restos en la planta nuclear del Microdistrito de Brezhnevina.
Al ver como todos asentían vagamente, Almarin prosiguió:
—Antes de hacer eso, he tanteado durante días la posibilidad de vincular la Ley de Intencionalidad del EonDor a los mecanismos cuánticos de estos dispositivos. Las runas del EonDor funcionan si se describen con el uso de la expresión de manos, los brazos y el cuerpo entero precisión absoluta, y se tiene la intención del efecto adverso tras su dibujo —estiró un brazo hacia el lado y el otro hacia abajo. Finas líneas de luz se iluminaron sobre la superficie de sus brazos— Cada runa tiene su Intencionalidad, su significado, su función. La runa Aon con la Intencionalidad de "Principio", y es la que me permitió encerrar a Maddiux Siprokroski y sus dos lacayos —bajó los brazos. La luz se deshizo—. Pero la particularidad de la runa Aon, con todo lo que lo he estudiado... es su forma de conectar nodos con fenómenos cuánticos de las Neo-Tecnologías más complejas. Misma la cual utilicé para vincularlo con el dispositivo de Positrones... y me ayudó a descifrar la Regresión de Aon.
Almarin se dio lentamente la vuelta. Todos permanecieron en silencio, escuchando con atención devenida en una expectación que les hizo a todos aguantar la respiración y de sentir una presión en sus pechos que hizo bombear con más aceleración sus corazones. Martina Park vio la oscuridad de la cara de Almarin pronunciarse, y sus ojos rojos refulgieron. Jadeó del terror y trastabilló un poco.
—No solo Aon puede hacer regresión, sino también progresión —continuó Almarin—. Para el Ghayat, para la filosofía del EonDor, el "Principio" es homogéneo. Es tanto lo atrás como adelante, como lo de arriba y lo de abajo. Es omnipresente, y pude estar aquí como puede estar allá. Puede estar en la superficie de la tierra... como en los puntos más inasequibles de los fondos oceánicos.
Levantó bruscamente su brazo derecho, el dedo índice alzado. Un trueno destello en la lejanía y resonó en la bóveda celeste. De repente, un particular rayo escarlata impactó contra el dedo índice de Almarin. El dedo mutó, cambiando su piel y su forma, convirtiéndose en un dedo rojo con una gruesa garra púrpura. Extendió su brazo izquierdo sobre la mesa. Ondeó la palma de su mano sobre el papiro ensangrentado. La sangre seca comenzó a hervir y a evaporarse, desapareciendo de la superficie del papel.
Un orondo rugido de las profundidades provino del grimorio. Se sintió un temblor que sacudió efímeramente el tejado. Los Ushtria se alteraron, observaron su derredor en busca de una amenaza que no iba dirigidas a ellos.
—¿Hehhh? —mugió Nestorio, la mirada curiosa e interesada fija sobre las volátiles páginas del grimorio que comenzaron a pasar una detrás de otra a una vertiginosa velocidad hasta detenerse en una página, la cual contenía un símbolo demoniaco de líneas zigzagueantes impreso en toda la superficie.
Y en la otra página estaba pegada las flexibles chapas de imanes fluorescentes.
—La placa... —farfulló Berisha, los ojos enganchadísimos.
—¿Almarin...? —musitaron Elseid y Blerian al mismo tiempo, las miradas igual de preocupadas que las del resto.
<<¿Qué va a hacer, qué va a hacer?>> Pensó la nerviosa Martina, tragando saliva.
Otro relámpago restalló en la lejanía. Esta vez, el cielo se tintó brevemente de un color rojo sangre antes que blanco. Se hizo el silencio. Todos aguantaron la respiración y se quedaron viendo la espalda de Almarin, a la espera de su siguiente movimiento.
El albano cerró los ojos, el brazo aún alzado, el dedo demoniaco haciendo brillar su garra púrpura. Nuevos truenos restallaron en el firmamento, tintando más las nubes de rojo. Vientos huracanados soplaron a sotavento contra ellos. Martina y los Ushtria se cubrieron alzando sus brazos. Nestorio se cubrió la cara con el sombrero.
Y con una exclamación a todo pulmón, Almarin gritó al cielo:
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|◁ II ▷|
Los descontrolados relámpagos refulgieron el cielo con cientos de destellos y estruendos del fin del mundo. La orquesta de la tormenta acompasó los lentos Almarin Xhanari. Movió el brazo hacia abajo, acercando la mano con el dedo demoniaco hasta la hoja de papiro. Múltiples corrientes eléctricas emanaron del papiro, chocando contra el dedo, fulgurando de forma cegadora. Los vientos huracanados se alocaron todavía más, forzando a Martina y a los Ushtria a trastabillar.
Almarin colocó la garra morada sobre el primer nombre del papiro. Gruñó lo siguiente:
—EonDor... ¡SELLO DE FORAOD!
Y empezó a transcribir por encima del nombre.
Escribió con agilidad y velocidad, la mirada férrea fija y concentrada en cada nombre que escribía con la garra. Cada nombre que terminaba de escribir con la zarpa, lo hacía desaparecer del papiro con destellos rojo-eléctricos ensordecedores, para acto seguido los nombres reaparecer inscritos sobre las páginas del grimorio. Cada nombre que terminaba de transcribir, movía el brazo de un lado a otro, como si enarbolase un cuchillo tras cortarle la yugular a un hombre. Las motas eléctricas salpicaban el aire como sangre. Los ojos rojo sangre de Almarin destellaban como nunca antes los Ushtrias lo habían visto.
Y aunque no se llevase a cabo ningún efecto inmediato que ellos pudieran ver alrededor suyo, Martina y los Ushtrias, ignorantes por la perplejidad con la que veían al tan movedizo Almarin escribir, desconocían los efectos adversos que el Ghayat, la Biblia Negra, el libro maldito y prohibido... Estaba causando en todas las Provincias Unidas.
Pues los individuos a quienes sus nombres Almarin hacía que desaparecieran del papiro morían al cabo de sesenta segundos.
No importaba en que Raion se encontraban, en que finca se ocultaban, en que palacete se resguardaban... El alcance del grimorio era absoluto. El hechizo era omnipresente. Nadie estaba a salvo de él. Todos quienes sus nombres estaban escritos en el papiro, estaban condenados irrevocablemente. Y todos aquellos a quienes los nombres eran borrados del papiro, eran pulverizados y vaporizados en un torbellino de electricidad carmesí.
En el acto, la conmoción se apoderó de todos los conglomerados de personas, pequeños y grandes, que estuvieron más cerca de presenciar el evento. El caos y la anarquía se esparció en una cadena de efectos dominó por todas las regiones de las Provincias Unidas, hundiéndola en la mayor barbarie que jamás hubiesen vivido desde la Lupara Bianca.
El nombre de Zerivof Yakov y todos sus capos desaparecieron del papiro. Sesenta segundos después, el propio Zerivof, comiendo con su esposa, su consorte y sus amigos en la sala de estar de una mansión secreta, observó con horror pétreo como su cuerpo era mordisqueado por corrientes eléctricas que lo desaparecían de la existencia. Dio un grito quedo, y se desvaneció de la sala, junto con sus capos. Su esposa, consorte y amigos chillaron del espanto.
El nombre de Cerim Mujanovic y todos sus capos desaparecieron del papiro. Sesenta segundos después, Cerim, quien estaba practicando un baile tradicional bosnio con su hija adolescente, fue lentamente consumido por las pirañas que eran las corrientes eléctricas rojas. Su hija chilló del espanto. Salió de la galería en busca de los capos, pero estos ya habían desaparecido, dejando conmocionados a los gánsteres que estaban en la zona.
Los nombres de Murata y Erguzon de los Ardizzone desaparecieron del papiro junto con casi toda su estructura mafiosa. Y en alguna parte de Kosovo, celebrando un brindis por la nueva guerra que se avecinaba por apoderarse de esta milenaria tierra, Murata y Erguzon alzaron sus copas y el resto de sus capos los imitaron. Y justo cuando iban a chocar sus copas, todos empezaron a ser pulverizados por los inexpugnables rayos rojos. Algunos corrieron, otros quedaron petrificados. Algunos gritaron, otros permanecieron en silencio. Y en tan solo sesenta segundos, toda la Mafia Ardizzone desapareció de la faz de las Provincias Unidas.
Los nombres de todos los Stanimirovic y todos sus capos desaparecieron del papiro.
Vitomir le ofreció su palma a su hermano Velimir, este último sentado y con la mano ocultando el rostro enfurruñado.
—Vamos —dijo—. Tenemos hoy reunión con Ratsko para formar las tropas Jedinica.
Afuera, se oían los disparos de rifles de asalto proveniente de las milicias de civiles serbios armados, gritando de fanfarria y proclamando la revolución y el poder de la anarquía. Velimir se mordió el labio, quedando la cabeza agachada por unos instantes. Suspiró.
—Primero Sofitel, ahora estos revolucionarios. Cuándo acabará esto, Dios mi... —justo cuando tomó la mano de su hermano, la sintió ligera. Oyó el ensordecedor ruido de rayos. Alzó la cabeza, y el espantó lo dominó al ver como Vitomir desaparecía en un torbellino eléctrico— ¡¿A-ah?! ¡¿Herma...?!
La mano de Vitomir desapareció. Acto seguido, su propia mano ser devorado por las corrientes eléctricas rojas. No sintió dolor, no sintió nada, pero eso no le eximió de saber que estaba muriendo sin él poder evitarlo. Oyó el estruendo de compuertas abrirse de par en par. Miroslav entró en la habitación y gritó, espantado:
—¡VITOMIR! ¡EL PRESIDENTE RATSKO ACABA DE MO...!
Su voz se interrumpió al no ver a Vitomir en la sala y, en cambio, descubrir a Velimir ser consumido por los rayos escarlatas. Miroslav chilló el nombre de su primo y trató de ir hacia él. Cayó de bruces al suelo. Se miró los pies. Estos habían desaparecido; las corrientes eléctricas se lo estaban comiendo a una tortuosa velocidad.
Miroslav y Velimir intercambiaron una última mirada de horror justo antes de ser extinguidos.
Vukasin vio con grandísimo espanto como su nieto Miladin caía de rodillas y era evaporizado por los rayos, desde los pies hasta la cabeza. Desapareció, y le llegó el turno a él. El anciano Stanimirovic vio sus manos y sus pies ser devorados al instante. Las corrientes se esparcieron por sus brazos y sus piernas, hasta solo dejar su cabeza.
—Es este... ¿el fin del mundo...? —aquellas fueron sus últimas palabras.
El podrido bajo mundo del crimen organizado entró en caos y en pánico. Los suboficiales y los familiares de los jefes y capos muertos se sumieron en una histeria colectiva tal que perdieron el control sobre el manejo de la estructura social de la mafia. Pronto, sus instalaciones, como otrora sucedió con los 'Ndrangheta durante la Lupara Bianca, fueron asaltadas e invadidas por hordas de incitados civiles armados, quienes capturaron e hicieron de rehenes a muchísimos miembros de la ahora destartalada organización criminal.
Pero la justicia divina de Almarin Xhanari no se detuvo allí.
Su brazo serpenteó de aquí para allá al tiempo que transcribía los nombres de la columna de políticos. Uno a uno, los nombres fueron desapareciendo y traspasándose a las páginas del Ghayat Al-Hakim. La barbarie se esparció entonces por toda la estructura de los aparatos de estado, derribando uno a uno los pilares que sostenían a las Raions de las Provincias Unidas. Funcionarios de puestos altos, alcaldes, secretarios, ministros, candidatos a presidencia y oficiales de alto mando de los ejércitos de cada Raion sufrió el inclemente debate de la garra morada de Almarin Xhanari.
Con el pasar de los minutos, se hizo el eco de la atronadora noticia que paralizó a las sociedades de las Provincias Unidas en su totalidad: los presidentes de las Raion Serbia, Bosnia y Kosovo acaban de desaparecer y/o morir en extrañas circunstancias a la vista de millones de espectadores y cámaras que transmitieron, en vivo y directo, sus evaporaciones a través de torbellinos de rayos escarlatas.
En cuestión de minutos, la sociedad eslava entera atravesó las puertas de un pánico y una histeria colectiva que comenzó a asolar, sin precedentes, las calles de las ciudades más grandes e importantes de cada Raion. Y los revolucionarios albanos, humanos y superhumanos, ocultos en cada una de estas ciudades a la espera del momento oportuno, salieron finalmente a ser participes de este caos. Caos que convirtió a las personas en animales irracionales y presos del pánico. Personas a las que agarrarían, dominarían, seducirían y convertirían en civiles armados a favor de la revolución anárquica de los Ushtria Clirimtare.
La placa de imanes fluorescentes pegada a la página del grimorio resplandecía como un sol a punto de estallar. Su luz cegadora obligó a Martina Park a cubrirse los ojos. A pesar de no comprender lo que sucedía, la muchacha argentina se hizo con la noción de lo que aquel sujeto estaba ejecutando en la libreta maldita. No por nada sus movimientos tan exagerados invitaban a pensar que llevaba a cabo el ajusticiamiento divino. Que él mismo estaba actuando como la mano de Dios, provocando con sus sacudidas de brazos un diluvio universal del que la humanidad de las Provincias Unidas se hundiría para siempre, antes de la subsiguiente llegada del Ragnarök.
<<Eso es...>> Pensó Martina, ensanchando muchísimo los ojos mientras que a su alrededor se hacía el silencio; los Ushtria boquiabiertos, y Nestorio sonriendo de oreja a oreja, todos observando como desplazaba el brazo brutalmente por el papiro, con tal fuerza que lo llegó a rasgar brutalmente. <<¡Eso es lo que está haciendo, Dios mío!>>.
Para Martina, la comparativa de lo que observaba era evidente. Aterradoramente evidente.
Almarin Xhanari estaba destruyendo las Provincias Unidas, de la misma forma que Jahat Kejam destruyó a Argentina.
Y aquella destrucción, en lo más hondo de su pecho, sabía con temor de que sería irreversible.
<<Papá, tienes que detenerlo...>> Pensó, el puño impotente sobre el pecho, la mirada de ojos temblorosos fija sobre la espalda de Almarin.
Este último terminó de escribir el último nombre, rasgando el papiro en el proceso. La hoja del grimorio se había llenado con ciento treinta y un nombres, en columnas tan colosales que llenaban cada esquina de la página. La placa cuántica brillaba con la misma intensidad que los ojos rojos de Almarin. El Jefe de los Ushtrias, el usuario de la Biblia Negra, levantó los brazos y la cabeza, y alabó el caótico firmamento de relámpagos carmesíes, estos a su vez aclamando la finalización de su tan apoteósico último acto.
Se dio la vuelta y encaró a todos con una macabra sonrisa. Su cuerpo entero se cubrió de llamas azules.
<<Por el amor de todo lo queridísimo de este mundo...>> Pensó Martina.
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Gran Palacio Siprokroski
La conmoción y consternación cayó sobre los Giles de la Gauchada con la misma potencia que el rayo que cayó sobre el Coliseo Pandemonico. Los chillidos reverberaron contra las paredes, seguido por los chirridos de los rayos rojos golpear los muros, los suelos y los techos. Varios oficiales pertenecientes a los paramilitares Wagner de Yuri Volka se estaban evaporando en una maraña de torbellinos eléctricos.
La visión caótica de los hombres cojeando y corriendo torpemente de acá para allá, tropezando y cayendo al suelo o a las paredes, desquició a Masayoshi Budo y al resto de Giles que lo seguían detrás suyo (Kenia, Ricardo, Thrud y Adoil). Todos corrían a una velocidad apuradísima a través de los anchos pasillos del palacio, esquivando a las personas que también corrían de acá para allá, sin saber a dónde ir o a quien pedir ayuda.
—¡Mateo-San! ¡¿Qué sucede?! —le habló Ryouma Gensai a través de psicocomunicación.
—¡VENGAN AL PALACIO! —chilló Masayoshi, el sudor perlándole el rostro, y cortó la comunicación.
Los Giles de la Gauchada abrieron abruptamente las compuertas y entraron en las oficinas de Dimitry Siprokroski. Y lo primero que vieron fue a este último desmoronado en el suelo y... siendo devorado lentamente por los rayos rojos.
Anya Siprokroski y Andrey Zhukov estaban arrodillados a su lado. Las manos de Anya se envolvían en auras telequinéticas, los ojos brillantes botando lágrimas en sollozos inclementes. Trataba con todas sus fuerzas psicoquinéticas detener el avance de las corrientes eléctricas, pero todo era en vano. No importaba qué clase de cadencia psíquica aplicara sobre el cuerpo de Dimitry, aquellos rayos la burlaban en su cara y seguían devorando tortuosamente al endeble Dimitry.
Masayoshi Budo corrió rápidamente hacia él. Los demás Giles se dispersaron por la oficina y tomaron posiciones defensivas. Anya aullaba y aullaba de la impotencia; perdiendo el control de su poder, la telequinesis se esparció por el cuarto entero como una capa verdosa que sacudió a todos los Giles. Andrey se agarraba fuertemente de la mano de Dimitry; lo miró fijamente a los ojos, y sintió el mismo dolor espiritual como el que sintió al saber de la perdida de Maddiux. Las corrientes eléctricas rojas ya estaban ascendiendo por su torso y sus brazos.
—¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOO!!! —rugió Anya Siprokroski, poniéndose de pie y agitando los brazos.
Dimitry aprovechó sus últimos momentos de existencia para dedicarle una mirada determinada a Masayoshi. Trató de alzar un brazo, pero este ya fue consumido por los rayos. Apretó los dientes y endureció el semblante. Con su último aliento, murmuró:
—Masayoshi... Salva... mi mundo...
Las corrientes eléctricas consumieron su cabeza y lo desvanecieron. El silencio reinó en el rellano.
La mano de Andrey Zhukov se sacudió en el aire al no sentir más la mano de Dimitry; se quedó mirando fatigadamente el piso, boquiabierto, sin aliento alguno. Anya Siprokroski caminaba de un lado a otro, los puños apretados, los ojos brillantinos y llenos de lágrimas. Los Giles se quedaron callados, aumentando más el silencio de ultratumba y al peso de la calamidad que acababa de acontecer a sus ojos.
Masayoshi Budo ensombreció el rostro. Agachó la cabeza, y se reincorporó. No le dirigió la mirada a nadie, pero aún así, todos los demás sintieron el colosal peso que afligía sobre las espaldas del Merodeador de la Noche.
Apretó un puño. Se mordió el labio. Frunció el ceño bajo la máscara, y expulsó un bufido que advenía a la furia interna y la frustración de este nuevo fracaso. Se dio la vuelta lentamente, y dedicó una mirada tenaz hacia todos los Giles de la Gauchada. Con determinación en sus ojos, y el pecho henchido de la histeria de haber fracasado de nuevo, Masayoshi Budo transmitió un claro mensaje no verbal hacia su grupo, hacia Anya y hacia Andrey.
Esto es la guerra.
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