Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 20: El Estado Anarquista

┏━°⌜ 赤い糸 ⌟°━┓

🄾🄿🄴🄽🄸🄽🄶

https://youtu.be/gbsf2XvlLns

.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.

___________________________

1
___________________________

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

https://youtu.be/CsnoKc8PKZU

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Microdistrito Grigory


Un día después del Incidente Sofitel

El amanecer volvía a bruñir de tintes anaranjados y bermellones la fachada del Gran Palacio Siprokroski. Pero la hermosura de sus tintes coloridos contrastaba con la horridez celestial del lejano Estigma de Lucífugo.

Era mañana tranquila, pero intranquila para los Giles. Una mañana muy briosa, pero demasiado pesada y quejumbrosa para los Giles.

Aquel día, fue uno de victoria para los Siprokroski. Pero para los Giles, fue uno de derrota.

Con toda la evidencia que lograron compilar de la infiltración al Palacio de Sofitel, Dimitry Siprokroski se sentía más que satisfecho. La rebosante emoción de ver todas las videograbaciones, todos los films, todos los audios grabados, todas las fotografías y todos los reconocimientos faciales de aquellos políticos que se vieron involucrados con las actividades delictivas de la mafia, le daban ideas de las mil y una formas para incriminar y poner tras las rejas a todas estas ratas a las que llevaba siguiéndole el ritmo desde hace varios años.

Anya y Yuri compartían su holgado sentimiento de victoria. Sonreían con él mientras observaban toda la evidencia en pantallas holográficas y en fotografías plegables repartidas por todo el mesón. Muchos otros asociados uniformados veían con incredulidad y repleto de gozo en sus caras las evidencias, como niños que observaban un montón de golosinas.

El único que se mantuvo sentado fue Masayoshi Budo, este último con la mirada catatónica fija en el suelo, los labios entreabiertos y el cuerpo totalmente inmóvil. A diferencia de la euforia que dibujaba los semblantes de todos en la sala, él era el único que tenía una mueca de trauma petrificante que servía como fachada para la mente en blanco que tenía ahora mismo.

Una sombra se cernió sobre él. Masayoshi alzó la cabeza, y se topó con el rostro endurecido de Dimitry. La sonrisa se dibujó en su cara, y le ofreció la palma de su mano. Masayoshi apretó los labios y arrugó el entrecejo. Negó con la cabeza, para después ponerse de pie y retirarse de la estancia, dejando a un confundido Dimitry, la consternación bosquejada en su semblante.

Los Giles de la Gauchada no se hallaban, ni por lejos, en el mismo circulo anímico de sensacionalismo que todos los demás burócratas del Gran Palacio Siprokroski. La capitulación que vivían todos ellos, incluyendo a los mismos mercenarios nipones (con la aparición de Ryushin Hogo sirviendo como una sorpresa comedida para los Siprokroski), era más que notoria para Dimitry, Anya y Adam Smith. La conmoción esclavizó a los Giles, a tal grado que el aislamiento de todos ellos en sus respectivas habitaciones, y sin responder a los llamamientos para a una reunión improvisada para trazar el siguiente plan a ejecutar, preocupó inmensamente a Dimitry. La única quién no se mostró subyugada por aquella silenciosa algarada fue Thrud Thorsdóttir.

La Valquiria Real le respondió con rotundidad a Adam Smith:

—Martina Park fue capturada por esos Ushtria. Por eso no quieren saber nada ahora de ustedes —Thrud miró de arriba abajo al anonadado Ilustrata, con asco—. ¿Quieren un consejo? No los jodan por las siguientes horas —negó con la cabeza y se adentró en la habitación donde se podían oír poderosos chillidos adoloridos de parte de Kenia Park.

Cuando Adam fue a las oficinas de Dimitry y se lo comunicó, este último quedó en silencio y estupefacto unos instantes al igual que Anya. Dimitry se quitó las gafas y se pasó una mano por el mentón, mientras que Anya, boquiabierta, se daba la vuelta y encaraba el reflejo de su ventana. Se hizo el silencio por un largo minuto.

—Perdieron a su hija, también... —masculló Anya, los ojos bien abiertos, las manos en el alfeizar.

Dimitry miró a Anya por encima del hombro. Esta no le devolvió la mirada. Se volvió hacia Adam.

—Vamos a dejarlos quietos por unas horas, entonces —dijo, y le hizo un ademán de cabeza—. ¿Qué has podido recabar sobre la desaparición de Tankov?

—Apenas nada —contestó Adam, el rostro sombrío—. Todo está oculto por el biombo del caos social que se está generando en Cherbogrado y en otras regiones de la Raion por parte de los Serborusos. Se refieren a usted el culpable. Que usted lo "silencio".

Dimitry se masajeó las manos y apretó los labios.

—¿Se sabe algo sobre una transición política en el Partido Nacionalsocialismo Serboruso?

—Tampoco —Adam negó rotundamente con la cabeza—. De hecho... —se puso de pie y se acercó al escritorio. Sacó de su abrigo su celular cristalino, lo colocó sobre el escritorio, y oprimió un botón— Vea esto.

Una pantalla holográfica se desplegó del celular y le enseñó a Dimitry una horripilante imagen que le hizo trepar su corazón hasta su garganta. El video que reprodujo la pantalla tridimensional fue la de disturbios urbanos vistos desde un aeroplano a gran altura. Disturbios caóticos, con la gente de a pie y otros montados en caravanas y camionetas armada y disparando armas de fuego al cielo, como celebrando la destrucción de edificios públicos donde se presentaban pancartas luminiscentes de su imagen, así como también las ardientes llamas que quemaban varios locales, tiendas, supermercados (todos ellos saqueados), vehículos y árboles condecorando bulevares. Las batallas campales se gestaban aquí y allá, en avenidas y callejones, con los serborusos no armados conglomerándose en protestas violentas, permitiendo a los armados ocultarse en posiciones estratégicas y disparar contra las hileras de policías-soldados que se protegían con sus escudos de plasma y se ocultaban detrás de coches blindados.

Dimitry tragó saliva y se llevó una mano al pecho. Anya, por su parte, no se volvió ni una sola vez para observar los hologramas. En cambio, murmuró catatónica:

—Perdieron a su hija...

—Esta ha sido la reacción de los seguidores de Tankov —dijo Adam, la voz y la mirada trágica.

—¿De dónde consiguieron todos esos armamentos? —farfulló Dimitry, el ceño fruncido, la mueca incrédula y asqueada— ¿Cómo....?

—Aún se sigue investigando eso. Pero esto no es un caso aislado, Dimitry —Adam empleó dos dedos para expandir múltiples pantallas holográficas de su celular, cada una mostrando grabaciones en vivo de cadenas noticiosas de distintos lares de las Provincias Unidas— Bosnia, Serbia, incluso Kosovo... Todas las regiones que las Raions se estaban disputando como suyas están bajo ataque de la propia población civil, todos ellos armados y azorados por instigadores de quienes aún desconocemos. Se han enviado cuerpos de élite a estas zonas por como los departamentos policiales han reportado la presencia de superhumanos entre las disidencias civiles.

—Superhumanos entre civiles...—Dimitry taponó su jadeo aterrado con una mano.

—Perdieron a su hija... —masculló Anya, apretando las manos contra el alféizar.

—Todo esto esta erupcionando al mismo tiempo, Dimitry. Como si alguien... hubiese accionado la palanca de una bomba que hubiera hecho reacción en cadena —Adam se pasó una mano por la frente perlada de sudor—. Esta plaga belicosa se está esparciendo por todas las Provincias Unidas. Está causando terror en toda la población.

—Civiles contra autoridades... —Dimitry apretó ambos puños sobre la mesa— Pero, ¿por qué...? ¡¿Por qué?! —estampó ambos puños contra el escritorio, resquebrajándolo, y se puso de pie de un salto— ¡Veinte años de mi vida en este nuevo mundo! ¡Me dedique a que haya paz entre todos estos pueblos! ¡Toda mi vida he buscado construir la Pax Rusa en este mundo! ¡Y todo iba bien! ¡IBA TAN BIEN! ¡¿POR QUÉ ENTONCES...?!

—¡PERDIERON A SU MALDITA HIJA, DIMITRY!

Anya erupcionó con el mismo nivel destructivo que Dimitry, destruyendo el alféizar con las manos para después volverse y dirigirse velozmente hacia su cuñado. Se colocó a un metro frente a él. Adam tomó rápidamente su teléfono del escritorio y retrocedió varios pasos. Dimitry y Anya se quedaron viendo fijamente, desafiantes y a la vez patidifusos.

—¿Anya...? —musitó Dimitry.

—Te preocupas por toda la población, como si fueras el padre biológico de las más de treinta y siete millones de personas que viven en las Provincias Unidas —espetó Anya de forma atropellada—. ¿Por qué no te preocupas, por esta vez, por los más cercanos, ah, Dimitry? A duras penas lo hiciste con tu hermano y tu sobrina, y ahora no lo quieres hacer con la hija del aliado que te permitió obtener todas las pruebas que tanto anhelabas.

—Anya, ¡la gravedad de todas estas batallas en las Provincias está escalando demasiado rápido!

—¡Lo mismo va para las familias que te rodean, Dimitry! Si no haces algo por ellos, y para ellos, más rápido los perderás a ellos que a todo ciudadano armado que se alza contra tu gobierno Así que, por esta vez, solo esta vez... —Anya hizo una breve pausa para tomar aliento— Actúa como un cercano para tus cercanos, y no como un político atareado. 

Se hizo el quejumbroso silencio. Dimitry agachó la cabeza y el rostro se le dibujó de mucha aflicción. Miró de soslayo a Adam Smith, y después a la feroz Anya. 

Asintió con la cabeza.

___________________________

2
___________________________

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

Santino Flores se cruzaba de brazos y miraba fijamente la mesa de cristal que lo separaba de la alterada Kenia y del decepcionado Mateo. Sobre la mesa de cristal se hallaba una figurilla adorable de una elefanta madre sentada sobre un tronco y columpiando hacia arriba a su elefante bebé.

—Yo no pretendía cagarla de esa forma —musitó.

—¿Ah, no? —gruñó Mateo entre dientes— ¿Me vas a mostrar de nuevo esa faceta tuya, Santino? ¿Me vas a hacer eso ahora?

—Ok, ok, miren... —apaciguó Thrud, sentada al lado de Mateo y Kenia— Vamos a mantener todos la calma, ¿sí? Por favor. No vayamos a alterar a los sirvientes que andan haciendo mantenimiento en la otra sala.

—A la mierda con esos pelotudos, Thrud —berreó Mateo, mirando con saña a su valquiria. Está encogió su postura por el regaño. Señaló a Santino con un dedo—. Deseo una explicación. Ahora.

La expresión facial de Santino se corvó en más arrugas. No obstante, no era una mueca de molestia insípida lo que mostraba. Thrud lo vio, Mateo lo vio. Era una autentica mueca de culpa profunda.

A pesar de la vergüenza asesina, Santino no se guardó nada y aparentó dureza. Explicó, con tono raspado y taimado en cada énfasis de palabra, todo lo concerniente al plan que intentó llevar a cabo para tenderle la trampa a las dos Ushtrias. De principio a fin detalló la implantación de los explosivos eléctricos, de su irrupción en el hangar subterráneo, de su diálogo con las Ushtrias, y de cómo la pelirosada absorbió las explosiones y después desapareció con su amiga... y con Martina Park.

—Volviste a hacer otra de tus barrabasadas sin yo saberlo —maldijo Mateo, apretando los dientes—. Y encima involucrando a mi hija... —ladeó la cabeza y puso los puños en blanco— Jesucristo... Santino... —arrugó la nariz y apretó los labios— Te dije expresamente que la pusieras a salvo en el aerodino. ¡O que usara su Anillo Quantumlape!

—Ella quería sentirse útil para el grupo, Mateo —murmuró Santino, aunque no sabía si creerse del todo esto—. Yo la quise hacer sentir útil...

No se atrevió a alzar la cabeza para verle. Ya podía sentir su penetrante mirada de desilusión absoluta.

—Pudiste haberlo hecho tú solo, Santino... —gruñó Mateo— Tú solo...

La vergüenza despedazaba a Santino por dentro. Sin embargo, el veterano Gil no quería demostrarlo. Permaneció en alto con su actitud ruda e "indiferente" ante los furiosos padres... O lo intentó, porque a la final demostró algo de esa culpa pasándose una mano por el rostro, inclinarse hacia delante, y entrelazar sus manos, aún sin alzar la vista.

Entonces, Kenia Park, en silencio hasta este momento, habló con aplomó:

—¿Por qué lo hiciste? —alzó la cabeza, y miró fijamente a Santino. Se quedó callada unos instantes para agarrar aire— ¿Por qué a mi niña, Santino?

—Kenia... —dijo Thrud, al oír su tono alterado.

Otro breve silencio. Santino no respondió, ni tampoco la vio a los ojos. El odio se acrecentó en la mirada de aquella madre ahogada en penurias.

—¿Por qué lo hiciste? Eso es todo lo que... quiero saber.

—Kenia, mi amor... —dijo Mateo, colocando una mano sobre su hombro.

Pero Kenia le quitó la mano de sus hombros y afianzó toda su furia en crescendo sobre Santino.

—¿Por qué mierda a mi niña? ¿Huh? —su expresión se endureció en rabia indómita. Santino seguía con la cabeza agachada— Santino... ¡Santino! ¡Mírame! ¡QUE ME MIRES! ¡¡¡MÍRAME!!! ¡¿POR QUÉ COÑO LO HICISTE, AH?!

Kenia se reincorporó de un salto y pateó bruscamente la mesa de cristal. Esta voló hasta chocar contra la pared y partirse en miles de pedazos, junto con la figurilla de la elefanta madre y su bebé. Thrud y Mateo se pararon también y la agarraron de los hombros, evitando que se abalanzara sobre Santino, este último petrificado cual estatua, sin alzar la mirada.

—¡No quiero ver tu maldita cara de nuevo! ¡¿Me oíste?! —balbuceó Kenia, el odio destilando en su mirada— Ya no te quiero en el grupo. Tú solo la cagas, y la cagas, y la más puto cagas. Ya suficiente apoyo tendremos con los Siprokroski y los japoneses para la siguiente misión. Así que agarra tu puta máscara, y vete a la pocilga donde tu culo culpable pertenece.

Santino se puso de pie, se abotonó el chaleco y miró por primera vez a Kenia a los ojos. Su mueca de rudeza, como si le fuera indiferente su rabia indómita, enfureció todavía más a Kenia.

Santino Flores se dio la vuelta, agarró su gabardina y se retiró de la estancia.

Kenia Park se quitó las manos de Mateo y Thrud de encima y se esfumó de la sala por otra puerta, echando humos y sollozando histéricamente. Legendarium y Valquiria intercambiaron miradas trágicas en silencio.

___________________________

3
___________________________

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

https://youtu.be/edESym1wAm4

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Martina Park se despertó de pronto. Se izó rápidamente, chocando su frente contra el techo de la cama superior. Apretó los dientes y se llevó una mano a la frente mientras observaba su derredor, y quedaba boquiabierta al descubrir la habitación de apartamento en la que se hallaba.

Los lejanos zumbidos de aerodinos y otros vehículos aéreos volando a las afueras la hicieron pensar, por unos momentos, que seguía soñando. La habitación era reducida y bastante sencilla, con un amueblado blanco y cibernético embebido a las paredes de marcos polarizados, una mesa marrón en el centro de la salita con pantallas holográficas destilando del altar del techo, vitrinas negras que detrás de ellas ocultaban mudas de ropa, una cocina pequeña y una puerta corrediza de vidrio polarizado que no dejaba ver que había al otro lado.

Se puso al borde de la camilla y se quitó la colcha. Advirtió que estaba semidesnuda, vistiendo con la misma ropa interior que vistió bajo el vestido de gala durante la infiltración. Se quedó allí sentada, visualizando la habitación con profundo análisis crítico. Miró de soslayo a su izquierda, observando la ventana rectangular que daba vistas a la urbanización. Pudo ver, allí sentada, fachadas de altos rascacielos, marquesinas de restaurantes y supermercados, y hologramas de anuncios. El naranja de la tarde se fundía con el misterioso ambiente urbano.

Con medidos movimientos, y totalmente sumergida en aquella nueva atmósfera, Martina Park se paró del borde de la camilla y se dirigió hacia la ventana. Se dirigió hacia la ventana rectangular, apoyando las manos sobre el plano alféizar. Observó minuciosamente el espacio urbano que se esparcía delante de sus ojos; las calles unidas a la glorieta, las tiendas de electrodomésticos, el apaciguado tráfico, las anchas autopistas que iban directo y conectaban con una ciudad más alejada, vista por medio de sus rascacielos asomándose por encima de las montañas...

<<Se me hace familiar este sitio...>> Pensó Martina, masajeándose todavía la frente. <<¿No será acaso...?>>

Borrones de aeromóviles surcaron su campo de visión. Martina siguió los vehículos voladores con la mirada hasta perderlos en una encrucijada de caminos entre edificios, maniobrando a través de ellos. El seguirlos le hizo descubrir la mayor y más clara pista de la naturaleza de este sitio: una bandera color neón rojo con el símbolo del águila doble fusionada.

<<¿Albania?>> Martina sintió un golpe en el pecho. <<¿Estoy en...?>>

Oyó un deslizamiento de puerta detrás suyo. Pegó un gritito y se dio la vuelta, cubriéndose el busto y la entrepierna con las manos, las mejillas sonrojadas al instante.

—Oh, ju jeni zgjuar tani.
(Oh, ya estás despierta).

La voz sonaba femenina. Martina abrió los ojos. La misma pelirosada, quien había sido objetivo de Santino durante el incidente de Sofitel, caminó por la habitación hasta la cocina. Dejó sobre la barra una bandeja con un plato de guiso de cordero y arroz cocido en una salsa de yogur y huevo. El aroma de la comida cautivó al instante a Martina.

—Ejani —dijo la Ushtria, chasqueando y agitando los dedos—. Hani.
(Ven. Come)

Martina no entendía ni una sola palabra. La Ushtria lo captó. Se llevó una mano al bolsillo de sus joggers negros, sacando de allí un Portavoz Universal. Se lo arrojó a Martina. Esta última lo atrapó, se la cayó, y lo recogió del suelo. Rápidamente se puso el auricular en el oído, y este se configuró al instante en el idioma albano.

—Ven, niña —dijo la pelirosada—. Debes tener hambre.

Martina se quedó inmóvil, observando con desazonada sospecha el plato. La pelirosada se encogió de hombros y negó con la cabeza.

—Si piensas que está envenenada, entonces debes tener un pensamiento muy infantil de lo que te sucede ahora mismo —gruñó—. Come.

—¿Quién eres? ¿Mi madre, acaso? —farfulló Martina, desafiante. Señaló el plato con una mano temblorosa— ¡T-tú come primero! Después yo.

—Que vengas... —la pelirosada alzó un dedo índice y lo agitó en círculos. De repente, Martina sintió como una fuerza invisible la jalaba de la muñeca y la hacía caminar a la fuerza hasta la barra— ¡Y comas! O te daré la comida a punta de avioncitos terroristas.

Martina obedeció con la docilidad de un perro que es enviado a comer luego de que le pegaran. Con ociosas cucharadas a la sopa, la muchacha argentina descubrió que el plato sabía muy bien. Excusadamente bien al punto de hacerle olvidar todos los temores iniciales y concentrarla en devorar el arroz y el huevo. Aunque no se sintió para nada cómoda con tener a la peligrosa Ushtria sentada a su lado, mirándola fija e indiferentemente.

—¿Puedo...?

—Shh —la Ushtria puso un dedo sobre sus labios y ladeó la cabeza— Primero come.

Martina se terminó el plato al cabo de un minuto. La Ushtria tomó el plato y lo llevó al lavabo de la cocina, donde lo empezó a limpiar con agua y jabón. Martina frunció el ceño, extrañada.

—¿Puedo pregun...?

—Ponte algo, niña —dijo la pelirosada mientras lavaba el plato—. Vamos a salir.

—¿Para dónde? ¿Esto es Karlotovo? ¿Esto es Albania?

—Dale gracias a Dios que yo entre y no un cerdo que hacía de guardia para verte en escote y pantaleta —la Ushtria la miró de soslayo—. Ve y ponte algo, rápido.

Martina apretó los labios y no tuvo más opción que obedecer. Fue a la vitrina, corrió el ventanal con una mano y buscó ropa. Se puso una ropa similar a la de ella; una camisa transpirable púrpura de manga larga, joggers grises y zapatillas de punta. Ya vestida, la Ushtria dejó el plato y la bandeja en la cocina, y fue a inspeccionarla. Se la quedó viendo de arriba abajo. Afirmó con la cabeza.

—Bien —la Ushtria pasó de largo de ella y se dirigió hacia la puerta, esta deslizándose al sentir su sensor de movimientos—. Sígueme, niña.

—¡Me llamo Martina Park! ¡Ninguna "Niña"! ¡Mar-ti-na Par-k!

La Ushtria se quedó de espaldas unos segundos. Martina se mantuvo firme a pesar del pavor que le hacía retemblar sus apéndices-audífonos. La pelirosada se dio la vuelta y, sin cambiar la expresión enervante de su rostro, la miró con ojos destellantes de aparente molestia y dijo:

___________________________

4
___________________________

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

https://youtu.be/NjVOnxKLYPE

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

El temor inicial paralizó a Martina al ver como la Ushtria la exhortó a meterse en el asiento de copiloto del modesto vehículo plateado marca Kalgalan de cuádruple ruedas. Esta última, dentro del coche, le abrió la puerta y le chasqueó los dedos como si llamara a un perro desobediente. Martina miró hacia los lados de la acera y después caminó y se metió en el coche, cerrando la puerta tras de sí.

Y comenzó el parsimonioso viaje por el Microdistrito Shkröndker.

La visión que había tenido hasta ese momento de Albania se quebró totalmente. Desde que comenzó la torrencial lluvia de noticias sobre el caos que vivía esta Raion, un caos caracterizado por una sangrienta guerra civil perpetuada por los ciudadanos, todos ellos armados por la guerrilla y/o los paramilitares. Y como las cadenas televisivas y las redes sociales se dedicaban a enfatizar en los horrores belicosos y en la degeneración inhumana en la que se convirtió este estado, Martina Park formó imagen postapocalíptica con la que relacionó todo lo relativo a Albania.

Tal pareció que esta era otra de las tantas "posverdades mediáticas" a las que estaban sometidos los ignorantes que desconocían el "verdadero propósito" de la revolución albana, según le explicó la Ushtria cuando le había hecho la pregunta. Según la Ushtria, todas esas evidencias fotográficas y videos en vivo de las batallas campales se producían más que nada en las zonas fronterizas con la Raion Kosovo y la Raion Serbia, donde se disputaban territorios y donde las ciudades, para mala fortuna de ellos como grupo, fueron víctimas de los efectos colaterales.

Con aquella detallada explicación, a Martina se le formó una idea hipotética del motivo principal de su captura: querían educarla. Querían hacerle ver la verdadera cara de la Raion Albana. Querían hacerle ver su parte de la historia.

¿Y también querrían reclutarla? Nada más se le cruzó la efímera idea de que la convertirían en una conscripta, sea convenciéndola o sea lavándole el cerebro, le puso los pelos de punta. 

La atmósfera urbana del Microdistrito, si bien algo pesado por la infraestructura industrial que se asomaba más allá de los anillos amurallados y holográficos que rodeaban la mini-ciudad, transmitió a Martina una sensación de dejadez tensionado, acumulado en todas estas semanas por tantos conflictos, para ser transportada a un ambiente de organización horizontal. Observaba a peatones caminar por las aceras, muchos (por no decir casi todos ellos) vistiendo con uniformes de collares azules y blancos de oficinistas, y otros portando vestuarios arquetípicos de un obrero que iba a trabajar en alguna zona de construcción. Aún con lo ajetreado de sus movimientos, Martina no notaba ninguna faceta de aprehensión o de angustia en sus rostros. Notaba más bien satisfacción por ir a un trabajo estable.

Los residentes que no se iban a trabajar en alguna industria, dedicaba tiempo a sus familias en los modestos parques de las anchas plazas de juego, a comprar comida en puestitos y tienditas que servían platos de Tave Koski, Fergese y Byrek. El vehículo condujo por avenidas donde, en otras plazoletas adoquinadas y mucho más pudientes en su infraestructura nacionalista (con estatuas conmemorando a generales albanos de la Guerra de Kosovo) se celebraban actividades lúdicas dedicadas más a encuentros con propósitos culturales e intercambios de habilidades sociales en eventos comunitarios marcados con la música tradicional albana de iso-polyphony acompañados por laúdes de çifteli. En otros lares, especialmente en barriadas más internas del Microdistrito caracterizados por vecindarios un poco menos ordenados y atiborrados de grupos de subculturas Gopnik albanas, Martina observó y oyó las rítmicas y pegajosas melodías de raps albanos sonando a todo timbal en los parlantes. En aquellas zambras de albanos juveniles había una inmensa presencia de tecnología robótica (ciborgs, drones...) que acompañaban el dinamismo de los eufóricos adolescentes, a diferencia de las plazoletas mancomunarías donde estas solo se limitaban a amplios parlantes, y el tradicionalismo cultural albano era más notorio.

El contraste entre lo juvenil y moderno no pasó desapercibido para la muchacha argentina. Y otra cosa que no se le pasó por alto fueron las constantes apariciones de banderas que izaban de formas notorias el símbolo de la doble águila negra. Sin embargo, Martina no sentía que la presencia de aquellas banderas significaba un fuerte sentimentalismo nacionalista por la cual toda esta gente se vanagloriaba con orgullo. No... no tenía la impresión de estar viendo proteccionismo nacional, sino algo más... La duda se atoró en su mente, y no tuvo reparo en preguntarle a la Ushtria.

—Aquí no celebramos el orgullo de ser albanos por nacionalismo —dijo la Ushtria sin despegar los ojos de la carretera—. Celebramos el orgullo de ser albanos por cultura milenaria.

Otra cosa en la que Martina reparó en su viaje por el laberintico recorrido de calles intrínsecas y edificios (de paneles bellamente decorados con pinturas urbanas que ilustraban retratos folclóricos) era la falta... No, mejor dicho, la total inexistencia de presencia policial. No había policías anadeando las carreteras, patrullas conduciendo por las glorietas o estacionados en vigías. Ni siquiera pudo hallar alguna jefatura. En cambio, había más edificios y plazas públicas donde se celebraban prácticas comunitarias donde jóvenes, adultos y niños participaban con gran ahínco.

—Ya no existe tal cosa como cuerpo policial —respondió la Ushtria.

—¿Ya no existe? —preguntó Martina— Fue obra de ustedes, ¿verdad?

La pelirosada no respondió. Dobló hacia la derecha al girar alrededor de la rotonda. Martina se la quedó viendo. A pesar del terror que le hizo trepar su corazón hasta la garganta, tuvo la valentía de preguntar:

—¿Por qué?

Se hizo el silencio. El vehículo condujo en descenso por altiplanos urbanos de poca presencia de tráfico. La pelirosada redujo brevemente la velocidad.

—Por eso —la Ushtria hizo un ademán de cabeza y señaló a un séquito de personas vistiendo uniformes de tinte militar y armadas con rifles de asalto.

—¿Los reemplazaron con militares?

—No militares. Residentes —la Ushtria describió varios círculos girando una muñeca—. Los ciudadanos gestionan su propia seguridad ahora turnando vigías. Todos son entrenados o están siendo entrenados armamentísticamente para ello.

<<¿Cómo...?>> Pensó Martina, no teniendo el valor de hacer la pregunta por miedo a molestar a su captora.

Esta no era la misma Albania a la cual había visitado, conocido y estudiado meses atrás. Albania era, según recordaba ella, como cualquier otro gobierno eslavo de las Provincias Unidas. Un estado semicapitalista de gobierno fuertemente centralizado, con una sociedad marcada por el nacionalismo y el proteccionismo, y caracterizada por un profundo odio y resentimiento hacia otros pueblos eslavos con el justificativo del "odio histórico" hacia Serbios o Bosnios, que datan desde la Edad de Piedra.

Aquí, en cambio, Martina captó la presencia de aquellos mismos Serbios y Bosnios disfrutando de una libertad individual y colectiva a la par con los mismos ciudadanos albanos. Comunidades enteras de estas etnias se establecían con poblados improvisados que ellos mismos construyeron en las zonas de las llanuras verdes. Según la Ustria, la buena y estable infraestructura de sus casas y edificios públicos fue gracias a la ayuda del voluntariado albano, subsidiado por las asambleas populares.

No importaba si fueran residentes que llevaban viviendo en las zonas circundantes de Karlotovo desde hace años, o inmigrantes que llegaron recientemente tras ser desplazados forzadamente por los conflictos armados de las fronteras, Serbios, Bosnios y otras tantas comunidades minoritarias arraigaban a las ciudades y microdistritos más profundos de la Raion Albana para ser acogidos por la autogestión gubernamental del mismo pueblo con el cual llevaban peleando desde hace siglos. Y, para sorpresa imprevista de Martina, aquellas mancomunidades de Serbios y Bosnios conservaban y externalizaban sin miedo alguno sus propias tradiciones folclóricas de comidas, danzas y festividades, igual de gozosos y paneslavista que los Albanos.

Ni guerra civil, ni conflicto armado, ni lucha de clases, ni una subversión a la condición infrahumana... Nada de lo que predicaban los medios en otras naciones de las Provincia Unidas era real. Ni remotamente. A pesar de seguir sin comprender mucho de lo que observaba, de cómo se llegó a dar en primer lugar, Martina Park quedó embobada por aquel ambiente tan ilusorio y quimérico. ¿Era así como se veía una utopía? Negó con la cabeza en silencio. No lo podía creer tan fácilmente. Algo malo debía de estar mal con esta forma de gobierno tan progresista. Tantos engranajes, dispares y contrastados entre sí, no podrían funcionar sin mal funcionar en algo en algún momento determinado.

<<No olvides que sigues siendo una rehén>> Pensó, mirando de soslayo a la Ushtria, y después hacia el sendero semi arenoso que las conducían hasta un área remota rodeada por lejanos montículos y vastas llanuras a caballo entre áridas y verdosas.

El lugar al que arraigaron era un sitio de construcción de altos edificios de paneles de más de veinte pisos. Aquellas torres formaban un cuadrilátero alrededor de una plazoleta a la cual aún le hacía falta colocar adoquines. Los pesados vehículos aerodinámicos que embarcaban cargazones de piezas de edificios sobrevolaban cuidadosamente el aire, teniendo cuidado de no ir demasiado bajo para chocar con un tejado o contra las torres de grúa.

El vehículo se estacionó justo frente a la escalinata que daba a la entrada principal del sitio en construcción. La Ushtria quitó las llaves y bajó primero. Martina se quedó en el asiento, inquieta, el pánico impidiéndole moverse. La pelirosada la sacó de quicio golpeando el vidrio y exigiéndole que baje. Martina así lo hizo.

—Vamos —la exhortó su captura con un ademán de mano. Se giró sobre sus talones y empezó a ascender la escalinata.

Martina la siguió de cerca, dócil pero nerviosa a la vez. Al llegar a la cima y caminar directo hacia las compuertas de vidrio abiertas de par en par, alzó la cabeza y vio la marquesina color neón rojo que rezaba el nombre del lugar: "Reserva Ku'Njeremigro'Krahë".

Ambas mujeres anadearon por el zaguán, totalmente vacío a excepción de unos obreros que andaban comiendo de sus loncheras, sentados en el borde de escaleras de hormigón. Saludaron a la Ushtria cuando esta pasó al lado de ellos, y esta les devolvió el saludo cordial. La normalidad de aquella breve interacción le difuminó a Martina de su mente todas las iteraciones belicosas de la Ushtria en el Incidente de Sofitel.

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

https://youtu.be/E9IS5JrJc6Q

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Siguieron su camino por anchos pasillos, todos ellos vacíos y con suelos llenos de hollín y polvo (a excepción de elementos prefabricados como ladrillos, bloques de concreto o andamios), hasta alcanzar una amplia galería donde se hallaba un altar de concreto improvisado al fondo, donde no había más persona que ellas dos y un sujeto en gabardina negra sentado en el altar.

—Listo, Jefe —exclamó la Ushtria, las manos juntas sobre su abdomen—. Aquí está la niña de la que te hable.

Martina sintió como el corazón se le encogía del miedo. Una invisible bruma de pesadez provino de la figura del encapuchado, mismo el cual había atacado el Coliseo Pandemónico, mismo quien era el que comandaba a los peligrosos Ushtria Clirimtare. La incomodidad volvió a asaltarla. Se abrazó los brazos, y los largos apéndices-audífonos retemblaron al ver como la figura encapuchada se inclinaba hacia adelante y extendía las manos (con moretones y cicatrices de quemaduras) hacia ambos lados, como si le estuviera dando la bienvenida. 

Ojos rojos como la bandera albana destellaron bajo su capucha. El misterioso líder habló con voz rasposa:

___________________________

5
___________________________

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

Hattori Hanzo permaneció al cuidado del inconsciente Ryouma durante las seis horas en las que estuvo en coma. Cuando el joven espadachín se despertó de súbito, rompiendo accidentalmente los cables de electrodos a los cuales estaba atado, Hattori lo atendió con la velocidad que lo habría hecho un médico, calmándolo de su turbado despertar y proveyéndolo de las últimas caladas de la máscara de oxígeno para que recobrara el control de su circulación respiratoria.

No hablaron durante las horas subsiguientes de la mañana. Hattori veló por él, amainando la actitud nerviosa del muchacho y manteniendo las ventanas abiertas para que lo subsanara los rayos rojos de la mañana (y también para que Ryouma viera que se hallaban en uno de los centros médicos del Gran Palacio Siprokroski). Le propinó papeles de Haikus de curación para sus costillas rotas, y lo obligó a tomar medicinas calientes para la respiración.

—Hattori-Dono, ¿qué sucedió?

Hattori le explicó los detalles del combate contra el samurái cibernético, de cómo este lo dejó noqueado utilizando artes marciales, y de cómo desapareció con un rayo orbital.

—Y... Marutina-San, ¿se encuentra bien?

Hattori sabía la respuesta, pero se limitó a responder con algo distinto:

—Haz pausas activas para calentar el cuerpo, Ryouma-Kun.

Ryouma Gensai era un chico bastante perspicaz, por lo que solo bastó con ver la expresión de sutil congojo en la cara de su maestro para saber la respuesta... Pero, aun así, muy adentro de su hechizado corazón, no se lo creyó.

En ese instante se oyó el deslizamiento de las compuertas abrirse de par en par. Ambos tornaron las cabezas, y vieron a Ryushin Hogo entrar en la galería.

—¡Ryushin-San! —farfulló Ryouma, entusiasmado.

—¡Ohhh! —exclamó Ryushin, sonriente— El Niño de Oro se despierta por fin. Pensé que Hattori aquí te habría extirpado los pulmones por semejante derrota —y le dio una palmada en el hombro a Hanzo. Este último suspiro.

—Ya le dije que no se avergüence de eso —espetó, irguiéndose al lado de Ryushin. A ojos de Ryouma, la cabeza de su maestro apenas alcanzaba el ancho hombro de Ryushin—. Desconocíamos los poderes de nuestro enemigo, y por consiguiente, la derrota era improbable, pero no imposible. Sobre todo, para él —señaló a Ryouma con un ademán de mano.

—Y él desconocía las técnicas de ustedes también —Ryushin torció los labios y alzó hombros—. De Ryouma lo entiendo. Sin ofender, niño. Pero de ti... Me sorprende muchísimo —miró fijamente a Hattori. Este último le devolvió la mirada, y se limitó a acallar y a ladear la cabeza.

—Haz las pausas activas, Ryouma-Kun —dijo, la voz queda. Le dio un toque en el hombro a Ryushin con su prótesis rústica—. Hablemos afuera.

Y los dos mercenarios de oriente salieron del edificio, dejando a un empedernido Ryouma Gensai haciendo intensos ejercicios de brazos y piernas.

___________________________

6
___________________________

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

https://youtu.be/LDHs_W55jys

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Los vientos susurraban de forma melodiosa contra los matorrales podados del jardín trasero de la mansión rusa. Algunas hojas se despegaban del follaje y salían volando por los aires, algunos pasando cerca de las cabezas de Hattori y Ryouma. Ambos mercenarios de oriente anadeaban con parsimonia por los senderos ajardinados.

—Te debo la vida por haber llegado a tiempo, Ryushin-San —dijo Hattori, la mano sobre el pomo del cinto de su sable—. De no haber sido, ese incidente habría tenido un resultado distinto.

—Ciertamente —manifestó Ryushin, directo. Se masajeó el mentón—. Por como manejaste al Chojin pelinegro ese antes de que yo llegara, te habrían pateado mucho peor el culo.

—Tú también debiste ser derrotado por ese Chojin antes de que tú lo despacharas, ¿no?

Ryushin se encogió de hombros. Chasqueó los labios y sonrió al ver como Hattori lo miraba de reojo, prejuicioso.

—Un ninja no tropieza dos veces con la misma piedra —dijo, la voz queda. Hattori afirmó con la cabeza.

—Los poderes de estos Chojin son algo de temer, Ryushin-San. Pero más hay que temer el misterio de cómo lo obtuvieron. No nacieron con ellos, como tú y yo. Ni tampoco parece que los hayan entrenado, como Kotetsu-Sama y Kaze-Sama entrenaron nuestros Seishin. Parecen incluso... prefabricados.

—¿Prefabricados? —Ryushin entrecerró los ojos.

—Sí, como si un agente externo les hubiera concedido aquellos poderes.

—¿Te imaginas que un dragón escondido en las Surabu no Tochi se los haya dado? —bromeó Ryushin, la sonrisa traviesa y los brazos estirados hacia atrás.

—Incluso si un dragón se los hubiera dado, no tendrían esas características tan predeterminadas —la respuesta tan lógico-racional de Hattori hizo que Ryushin se le hinchara una vena en la sien—. Lo que no me gusta es que aún desconocemos la técnica de ese samurái cibernético. El poder de amoldar el espacio es una habilidad de su Gen. Su técnica Seishin aún no la ha demostrado.

—No a diferencia del Chojin pelinegro —Ryushin hizo un ademán de golpear el aire—. Ese idiota desbordó tanto su técnica que la comprendí con mucha facilidad. Tanto que no le dio tiempo de mostrar otros poderes.

—El samurái cibernético empleó una técnica avanza del Seishin en el Coliseo. "Keiji". Con eso reveló mi técnica de Haiku de invisibilidad —Hattori miró de reojo a Ryushin—. ¿Crees que sepan otras técnicas avanzadas? ¿Cómo el Saisei? O incluso... ¿el Han'i Kakudai?

El rostro de Ryushin se ensombreció unos instante. Carcajeó y negó con la cabeza.

—Nah —gruñó—. Por más prefabricadas que estén como tú dices, ni el Saisei ni el Han'i Kakudai son capaces de aprenderse por métodos no ortodoxos al Seishin. Eso hasta un aprendiz del Colegio Politécnico Seishin de Dera lo sabe.

—Estamos en campo desconocido, Ryushin. Esta gente manipula tecnologías al punto de parecer magia.

—¿Sugieres que utilizaron alguna de esas "Neo-Tecnologías" para replicar el Seishin?

—Incluso Ryouma dijo que la energía Seishin de esos dos Chojin no era como la nuestra. Yo lo sentí cuando luché contra el samurái cibernético. ¿No lo sentiste tú al pelear contra el otro Chojin?

Ryushin se detuvo en mitad de una encrucijada de senderos ajardinados y miró el cielo, la expresión pensativa. Hattori se paró frente a él.

—A decir verdad... —Ryushin hizo una pausa. Suspiró— Sí. Pensaba que era el único que sentía extraño el aura de aquel sujeto antes de matarle. Se siente de hecho... —chasqueó los dedos y miró de frente a Hattori— Como las auras Seishin de los Yokai, ¿sabes? El Seishin de los Yokai es distinto al de los humanos. Eso está más que documentado.

—Pero tampoco es igual o semejante a la de ellos —dijo Hattori—. Es más bien como... hibrida. Entre Seishin y el Genezis.

Se hizo el silencio entre ambos. Se quedaron de pie en mitad del jardín. Vientos soplaron, y las hojas arguyeron alrededor de ellos. Ryushin se metió las manos en los bolsillos.

—¿Hace cuánto enviaste a Yatsumi Zaijin a Kiyozumi?

—Zuijin —lo corrigió Hattori—. Y lo envié hace ya varios días. Debió haber llegado ya, pero... —estiró los brazos hacia ambos lados— Ha sido complicada la comunicación con la Cancillería y con los Akagitsune.

—Veré si le requiso a los Shipurokurosuki un teléfono Eindecker —Ryushin se volvió sobre sus talones, pero antes de retirarse, se dio la vuelta y encaró a su compañero—. Hattori-San...

—¿Sí?

—Nosotros fuimos enviados a esta misión especial por recomendación de Ryu-San, Jibun-San, Kotetsu-Sama y Kaze-Sama. Los Akagitsune nos facilitó el medio para llegar. A mi se me envió para establecer esferas de influencia de Lee Shigoto en las comunidades Nikkei de las provincias. A ti se te envió para hallar a Yatsumi Zuijin —Ryushin sacudió levemente la cabeza—. Ya cumplimos los objetivos —extendió los brazos— ¿Por qué seguimos aquí?

—Por los Chojin con Seishin, Ryushin. Por el peligro que pueden suponer su influencia en toda la región. El misterio que rodea su propio Seishin.

—Nosotros tenemos nuestros propios problemas en casa, Hattori. La Plaga Naga se está volviendo una crisis nacional que colapsa lentamente nuestro país. Esta gente resolverá sus problemas por su cuenta. Nosotros no tenemos nada que hacer aquí —Ryushin puso cara de asco—. A la mierda, ¡ni siquiera nos pagan!

Hattori Hanzo caviló profundamente y, por primera vez, en aquella cuestión. Kiyozumi-Dera estaba pasando por una crisis sanitaria y de seguridad nacional con aquella misteriosa Plaga Naga, endemoniada. Ryu Gensai, Jibun Noishi y toda la Cancillería de los Anchi Kyokai Yokai los necesitaban. ¿Por qué, entonces, quería quedarse aquí a ayudar a los Siprokroski y a los Giles? ¿Por qué lo hacía?

Nada más pensar en la palabra "Giles", se le vino a la mente la fugaz visión del líder de estos, Masayoshi Budo, ayudar a los más necesitados durante el Atentado Pandemónico y el Incidente de Sofitel. Incluso cuando se trataban de seres indeseables como los demonios, o humanos indignos como los mafiosos eslavos, este hombre, mortal y sin ninguna magia o habilidad dotada por el Gen, ayudaba a quien creía que lo necesitaba o lo merecía. Hattori compartía aquel sentimiento. Y no solo lo compartía, sino que creía que podría sacar un beneficio de ello no solo para él, sino para la gente de Kiyozumi-Dera.

Y se lo dijo a Ryushin:

___________________________

7
___________________________

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

https://youtu.be/TCd6PfxOy0Y

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Adoil Gevani veía borroso. Muy borroso. Y esa borrosidad no se iba incluso después de habérsele suministrado una Píldora Asclethio, así como también improvisados tratamientos ciberquirurgicos y, como último recurso desesperado, meterlo dentro de una MRU. Durante las tres horas en las que estuvo dentro, los Giles tuvieron las esperanzas de que con la Maquina Regeneradora Unicelular, capaz de restaurar o de crear nuevos tejidos celulares tanto simples como complejos, repusiera la vista del científico argentino.

Pero ni eso funcionó.

La ceguera de Gevani consistía en un borrón blanco chillón que le impedía figurar lo que había a su alrededor. No podía ver ni su nariz. El nervioso tacto de su palma y sus yemas fue su única forma de explorar el ahora desconocido mundo de su camilla, tocando las frías barandillas y la suave tela de los biombos. Era tal el pánico que no pudo oír con claridad lo que decían los doctores afuera de las cortinas. Solo logró oír palabras claves como "peligroso", "nada antes visto", "imposible"...

"Permanentemente".

Esa palabra causó que el pánico le acrecentara.

Ricardo Díaz le hizo llegar de antemano las noticias de los improductivos procedimientos. Tras ver que ni con cibercirugías, ni con píldoras y ni con la MRU fueron capaces de regenerar los tejidos oculares muertos, los mejores doctores del Gran Palacio sugirieron, como última y menos exuberante opción, reemplazar su visión por aparatos oculares u ojos de cristal eléctrico con el cual emular su visión. Adoil no estuvo de acuerdo, y protestó. De las únicas modificaciones cibernéticas a las que él estuvo siempre opuesto, fue al de la visión.

—Métanme dentro del MRU —farfullaba—. ¡Así sea por una semana entera! ¡Me-me niego a...!

—Los doctores dicen que la capa nerviosa de tus ojos está tan quemada que es irreparable incluso para el MRU, Adoil —aseveró Ricardo, la voz llena de pesar—. ¡Incluso si crearan nuevos ojos sintéticos, estos no funcionarían porque tus nervios ópticos están dañados!

Incluso sin poder verlo, Adoil tuvo la impresión de que hacía una mueca adolorida y culpable. Lo oyó ponerse de rodillas y apoyar los codos en la camilla.

—Lo siento... como lo siento...

Y Adoil Gevani sintió una profundísima desolación emocional. Desolación que trató de vencer combatiéndolo con todas sus fuerzas.

Les dijo a los doctores que le dieran tiempo para recapacitar en su diagnóstico y en las consecuencias a largo plazo si iba por el camino de conexión de implantes oculares. Durante primeros tres días tras, se la pasó postrado en la cama, sintiéndose derrotado, los desánimos por los suelos. De cuando en cuando recibía las visitas de los Giles, incluyendo de los nipones (uno de ellos siendo un nuevo nombre, Ryushin Hogo, quien le dio sus más respetuosas lamentaciones por tal calamidad) quienes les dieron su más grande pésame. Adoil se sintió agraciado por el apoyo emocional, y eso le subió la moral.

Pero esa misma fortaleza de valor fue destruida cuando supo de la captura de Martina Park. Y Adoil Gevani volvió a hundirse en la desolación mental.

Cargó un profundo odio contra Santino Flores. Un odio que no sentía contra él desde hacía años, desde los años cuando los Giles de la Gauchada tenían doce miembros y juntos combatieron contra la criminalidad regicida de Jahat Kejam. Exigió saber dónde estaba y que se lo trajeran, cual caballero exige la presencia de un paje traicionero. Ricardo le aconsejó que no lo hiciera, que no era el momento oportuno para descargar frustración y rabia los unos contra los otros. Que, además, ya Kenia Park hizo eso por él al prácticamente despedirlo del grupo.

Incluso trató de comunicarse con él a través de psicocomunicación, pero incluso Psifia se lo impidió, y esta le dijo que debía reposar.

En aquellos tres profundos y amargos días, la compañía que Adoil apreció más fue la de si Inteligencia Artificial. Al estar su microchip aún conectado en su cuello, Psifia se comunicaba con él constantemente en su intento automatizado por confortarlo. Aunque los daños recibidos por la habilidad de Antígono la hacían reproducir su voz femenina de una forma entrecortada y bizarra, al punto de ser incómoda.

Pero para Adoil, quien pasó por innumerables mal funciones de su precaria IA (precaria por como había modelos más avanzados que ella), nada le era incómodo siempre que Psifia siguiera existiendo en su base de datos. 

—Ojalá pudieras ser algo más que solo un montón de códigos —murmuró, sonriente.

De haber tenido aún color en sus ojos, estos se habrían vuelto azules cuando Psifia le respondió:

<<Te... a... amo...>>

La sonrisa se le esfumó. Gevani entrecerró los ojos y arrugó las mejillas y la frente. Los labios le retemblaron. Una lágrima se le escapó y corrió por su mejilla hasta alcanzar su bigote.

—Lo siento mucho —farfulló—. Has... has recibido tantos daños... por mi culpa. Y yo... no he sido capaz de mejorarte...

<<¿A... ún... así... me quieres...?>>

Gevani, un hombre que jamás se dejaba engatusar por muestrarios de tristeza, estalló en sollozos y se abrazó los brazos, como si pudiera abrazar el fantasma de la IA Psifia.

—Ahora estoy... más cerca de ti... 

Y el terco científico argentino lloró en la soledad de su habitación.

___________________________

8
___________________________

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

Ricardo Díaz fue llamado de emergencias por teléfono por Santino Flores para conversar acerca del último encuentro que tuvo con Mateo y Kenia. Oyó su atorrante voz embriagada durante la irregular llamada, y eso le levantó banderas rojas junto con el hecho de llamarle a tan altas horas de la noche y de exigirle que se reuniera con él en la estación de vehículos subterráneos del Gran Palacio.

Ahora, el inventor argentino se encontraba sentado sobre el capó de un coche, las manos entrelazadas y la mirada aciaga de dolor al ver a Santino Flores consumido por la borrachera de haberse bebido más de la mitad de una botella de Brandi... y por la zozobra rencorosa.

—Ya tengo las jodidas bolas hechas una puta corbata, ¿me oyes, Ricardo? —berreó Santino entre eructos y gruñidos asqueados. Tenía la gabardina manchada por manchones, producto del Brandi que se le derramaba cada que la alzaba para beber— Ya estoy harto. Pongo mi vida al volante del puto Formula 1 descarriado, chocando con las barandas y estrellándome la vida entera, ¡¿y estas son las gracias que obtengo?!

Ricardo se limitó a guardar silencio. Se masajeó las palmas de sus manos, haciendo chirriar las placas flexibles electrónicas.

—A la mierda el grupo, a la mierda la familia... —rugió Santino, agitando frenéticamente una mano— Todo lo que hago por ustedes, termina siempre en excremento que les sopla en la cara, incluso cuando no lo hago a propósito.

—Desconozco del todo cómo fue la captura de Martina... —confinó Ricardo, mirando al suelo un momento, y después a Santino a los ojos— Pero entiendo tu frustración, San...

—No, ¡no lo entiendes para el jodido carajo, niño! —chilló Santino, bebiéndose otro trago de la botella— Ustedes, todos ustedes, me tratan como el raro del grupo. Me tratan como la oveja negra... ¡¿Cómo pueden irrespetar a un veterano de guerra cómo yo, ah?! ¡El mismo chorro de veterano que sobrevivió a embates de superhumanos! ¡El mismo veterano que vio a Silver Sentinel en su mejor época! ¡El mismo traumado de mierda que vio como las Islas Malvinas se volvían nada tras una explosión! —hizo una breve pausa para ver la expresión comedida de Ricardo— ¡Deberían tratarme como yo los he tratado a ustedes! ¡Con respeto!

—Santino... —Ricardo se pasó las manos por la barba recortada— Ah, Dios... Odio verte así.

—¡Ustedes me salvaron de la misera vida que tuve durante veinticinco largos años! Cuando un amigo mío del bar de Victoria Brown de Palermo me pasó el contacto de Vector Rojas, y de allí pase al confidente, al oráculo de Adoil Gevani. Y me les uní. A los Giles originales, a los Giles de verdad. Lautaro, Delfina, Emiliano, Carolina, Miguel, Dominic... —los enumeró con una mano que después agito—¡Y no estos amarillos de mierda y estos rusos de pacotilla!

Ricardo sintió que se le hacía un nudo en la garganta cuando mencionó aquellos nombres, que tanto tiempo llevaba sin escuchar. Algunos muriendo en el camino, otros sencillamente retirados de la vida como vigilantes para vivir nuevas vidas. Vidas normales, con nuevas familias, en otros lugares del Valhalla o de los Nueve Reinos. ¿Dónde estarán ahora? Se preguntaba...

—¡Les di a los Giles de la Gauchada pedazos de mi alma, Ricardo! ¡¿Y sabes qué me dijo Kenia?! —Santino hizo una pausa para apretar los dientes. Se señaló a sí mismo— ¡ME DIJO QUE YA NO ME QUIERE VER LA PUTA CARA!

—¿Eso te dijo? —Ricardo enarcó ambas cejas.

—¡Eso mismo! —Santino agitó una mano. Caminó en silencio de un lado a otro.

—Santino, tú sabes cómo reaccionó ella cuando a su hija la capturaron los secuaces de Gi-Reload. Tú la... —estaba a punto de decir "tú la perdiste", pero se retractó de inmediato— Al tenerla bajo tu custodia, y dejar que te la quitaran de tus manos, es un testimonio de la cicatriz abriéndose de nuevo. Ahora, la ira no va hacia Mateo, va hacia ti —y señaló a Santino con un dedo.

—¿La ira de ella? ¡Esa ira estaba era esperando a ser liberada, Ricardo! —Santino se bebió un largo sorbo de la botella de Brandi— La de ella, la de Mateo, la de Adoil, incluso la tuya, solo que tú eres más comprensivo conmigo —hizo otra pausa. Caminó de acá para allá, revolviéndose el pelo canoso—. Así sea solo porque me tienes lástima.

—No digas eso. Yo no te tengo lástima, Santino.

—Es que mira, a la mierda con estos chinos tragasables —Santino ignoró sus palabras sacudiendo la cabeza—. ¿Sabes qué me duele más? ¿Directo a mi corazón? Kenia Park... tuvo más confidencia en confiarle la seguridad de Martina Park a unos amarillos que apenas conoce semana y media, mientras que, a mí, que lleva conociéndome más de treinta años —se golpeteó el pecho con un dedo—, le causa repelús siquiera tener a su hija cerca. Supongo que, porque sigue pensando que soy un puto depredador, o algo...

—Wow, wow, wow, Santino. Eso no es para nada como tú lo dices. Tampoco cruces esa línea y te refieras a ti mismo de esa forma...

—¡Pues si no es eso, entonces soy un causador de problemas! ¡Un atraedor de problemas! Cuando me culparon de que las mafias de Oscar Santos me pillaran a mí y a Emiliano en el Cementerio de Recoleta, cuando... cuando me culparon por la muerte de Gael al dejarlo "sin supervisión" en Camusu Aike a manos de Dante Gebel. Masayoshi me culpó como Kenia me está culpando por Martina... ¡Sin pensar en mi punto de vista! ¡Yo trate de salvar a Gael de Dante como trate de salvar a Martina de las manos de los Ushtria! —Santino hizo una breve pausa. Alzó la cabeza y miró al techo, como gritándole a Dios— ¡¿CREEN QUE LO HAGO A PROPOSITO, AH?! ¡POLOLOS LUNFARDOS HIJOS DE...!

Santino Flores se mordió la lengua antes de terminar el insulto. Arrojó la botella a medio beber, y esta se partió en cientos de pedazos al chocar contra un pilare. Ricardo ni se inmutó ante su acto; en su cara se dibujaba más y más la pena y el dolor de no poder confortar a un hombre quien, a pesar de ser problemático, en verdad respetaba.

El veterano de guerra se revolvió el pelo y se los jaló fuertemente. Ricardo quedó boquiabierto al oír sollozos y respiraciones forzadas. Vio un semblante triste en él. Le estaba dando un ataque de estrés.

—Santino... —musitó Ricardo, sintiendo igual el ahogo de penas.

—¡No, Ricardo! —chilló Santino, chirriando los dientes— Soy un jodido Midas al revés. ¡Todo lo que toco, lo vuelvo una putísima mierda! No soy un aliado para mis aliados, no soy un amigo para mis amigos... Debí quedarme en esa pocilga de estrés postraumático. No sirvo para apreciar la vida del prójimo, ¡por más que yo lo intente, y lo intente...!

—Santino —Ricardo se puso de pie y se dirigió hacia él.

—¡¿No me quieren ver más la puta cara?! ¡BIEN! ¡Yo tampoco la soporto! —Santino desenfundó velozmente su pistola de plasma y se la llevó a la sien de su cabeza. Puso el dedo en el gatillo— ¡PONGAMOS FIN A ESTO! ¡AQUÍ Y AHORA!

—¡¡¡SANTINO!!!

Ricardo forcejeó contra Santino. Lo agarró de los brazos y, jalando hacia delante, le zafó la pistola de las manos. Acto seguido lo agarró del cuello de su gabardina y lo empujó hasta chocarle la espalda contra un pilar. Tras la llegada de la quietud, los jadeos y sollozos de ambos hombres reverberaron en toda la estación subterránea.

—Santino, por favor... —masculló Ricardo, tragando saliva al verlo a los ojos y descubrir el profundo trauma que lo consumía— Por favor... no hagas esta locura. ¡Aún no es tarde! ¡No lo es!

—Ha sido demasiado tarde para mí... —las lágrimas corrieron por las mejillas arrugadas de Santino— Mi mente... mi mente aún sigue atorada en las planicies de las Malvinas...

—¡Tienes amigos, Santino! ¡Los Giles siguen siendo tu familia!

Ricardo no pudo soportar el desborde de tristeza al oírlo tan quebrado. Las lágrimas también le cayeron por las mejillas.

—Me ahogo... Ricardo...

Tres palabras entrecortadas bastaron para hacer que Ricardo se aferrara a Santino con un fuerte abrazo. Santino a duras penas correspondió. Ricardo le restregó el pelo canoso y le dio palmadas en la espalda. Hundió sus lágrimas sobre su hombro. Santino hizo lo mismo.

Ambos hombres se quedaron así abrazados por un largo tiempo, fundiendo toda la angustia en lloriqueos y gruñidos tristes que no pararon de resonar en todo el subterráneo. 

___________________________

9
___________________________

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

https://youtu.be/KEuHgBiUap0

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Durante las horas en las que Martina Park estuvo inconsciente en el apartamento del Microdistrito Shkröndker, los Ushtria Clirimtare dejaron de lado las actividades rutinarias que llevaban realizando como prospectos de las asambleas populares y los establecimientos cívico-militares para dedicar, unos sencillos minutos, a abrazar el luto que les producía ver el cuerpo inerte de Blerian Iosef Hassan recostado en la camilla blanca.

El cuerpo vestía con el mismo traje elegante que vistió al morir. Elira se encargó de coserlo con su habilidad de hilos Seishin, y también se encargó de subsanar su cuerpo tanto por medios ciberquirurgicos como usando una avanzada técnica de Seishin llamada Saisei. Aplicando un estado de agregación de Seishin, con el cual convertía la energía degeneradora en regeneradora, curó los apuñalamientos y los surcos sangrantes, y recompuso los órganos mutilados, gastando la mitad de su Seishin en ello. Con sudor y lágrimas llevó a cabo este procedimiento tan agotador.

Pero sudaba más por la profunda sensación de luto, antes que por el proceso de curación de Seishin en sí mismo. Y esto lo hizo teniendo la profunda esperanza de que así Blerian reviviera, pero ni con todos sus heridas cerradas y órganos curados, su corazón volvió a latir.

—Es inútil, Elira —le dijo Luriana, agarrándola de los brazos para evitar que se cayera luego de utilizar el Saisei—. Hasta donde tengo entendido, una vez mueres en este mundo, tu alma ya no reencarna en ningún otro lado. Simplemente... deja de existir.

Y a pesar de la confidencia de sus palabras, Luriana sintió la misma necesidad de Elira de traer a Blerian de regreso, así haya sido arrastrando de regreso su alma a su cuerpo utilizando a su aspiradora Mijailovich. Aún si no hubiese tenido un vínculo muy fuerte con él, perder a un activo tan importante como este le era doloroso.

Ahora, los seis miembros de los Ushtria Clirimtare, incluyendo a su Jefe encapuchado, se conglomeraban alrededor de la camilla. Sobre el pecho del difunto reposaba un lirio blanquecino-rosado, dado por Elira, un cordón de oración negro, hecho por Luriana, un rosario con la cruz ortodoxa dado por Antígono, y una oxidada pistola semiautomática parabellum, proporcionada por su antiguo compañero de guerra y más fiel amigo, Elseid. Tras todas esas ofrendas simbólicas, todos acallaron, permitiendo que el sonido musical del laúd, producida por los parlantes colgantes de la habitación de la morgue, rellenara la vacía y asoladora estancia.

—Bueno... —murmuró Berisha, rascándose la nuca, la expresión apenada mientras se acercaba a la camilla— Yo, ummm... No supe que regalar exactamente, así que... hice esto...

Colocó sobre el pecho de Blerian un monolito con forma de águila y hecho a partir de cacharros de hierro de distintos colores que ella misma creó con sus prótesis.

—Magnifico, Berisha —dijo Elseid, apretando un puño sobre los labios, los ojos llorosos. Le palmeó el hombro a la pequeña Ushtria—. Te quedó magnifico. A Blerian le habría encantado.

—Si tu lo dices... —murmuró Berisha, apretando los labios y mirando con pena el cuerpo embelesado. A pesar de no haber conocido tan bien a Blerian como cabría esperar, Berisha sentía y compartía el mismo sentimiento de perdida que el resto del grupo, en especial de Elseid. Con gran pena y resiliencia, Berisha le formuló una pregunta al encapuchado— Jefe... y-y perdonen de antemano lo que preguntaré, pero... ¿el grimorio ese no contiene algún hechizo con el cual revivir a los muertos?

La pregunta escandalizó a todos. Elseid y Antígono la miraron con desaprobación. Elira negó con la cabeza, y Luriana cerró los ojos y suspiró. El encapuchado resopló y se encogió de hombros.

—De nuevo, perdonen por la pregunta —musitó Berisha, alzando y agitando las manos pasivamente.

—Esas reglas naturales son las únicas que no me atrevo a romper —dijo el Jefe, la vos rugosa—. Sí, los hay, pero incluso si el grimorio pudiera violar esas leyes naturales... —ladeó la cabeza— Fui dado de este poder para arrebatar la vida a los impolíticos, no de traer la vida a quien le llegase, incluso si tuviera mucho por lo que vivir.

A pesar de la incapacidad de poder ver su rostro tras la capucha, todos mentalmente se pusieron de acuerdo en que el Jefe tenía una mueca de luto igual que la de ellos.

De hecho, no necesito mostrar su rostro para demostrar su dolor espiritual. Como tantas otras respuestas elocuentes que dio, el Jefe cautivó a todo su grupo con la fluidez onomástica de sus palabras. Aunque tenía pocas oportunidades para hablarles, a ellos o a algún otro séquito, y muchas veces resguardarse a sí mismo en los eventos públicos para mantener lo más secretamente posible su identidad y el poder del grimorio, el Jefe tenía los dotes innatos de un orador. Y comunicaba con palabras lo que decidía resguardarse con su misterioso rostro.

Y el mismo efecto cautivador del encapuchado aprehendía la percepción que Martina Park tenía sobre el encapuchado. Demonios, incluso el hecho de haber visto el nuevo Estado Albano creado por los Ushtria agregaba una nueva capa de dimensionalidad a Martina sobre este grupo, ocultando así bajo la sabana el miedo inicial que tenía sobre lo que ellos le podrían hacer, y reemplazándolo con un sentimiento de curiosidad.

Curiosidad que estaba cohibida por tener que seguir de cerca las espaldas del encapuchado a través del camino empedrado que llevaba a la plaza interna del cuadrilátero de edificios. De fondo, se oían los orondos ruidos mecánicos de las torres de grúa girar y transportar, fusionados con la música de Aria para la Cuerda del Sol, sonando a través de gruesos parlantes atestados en los andamios más altos.

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

https://youtu.be/Jr9sdDzbCTI

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Siguió al encapuchado hasta arraigar al centro del colosal cuadrilátero siendo empedrado por máquinas pesadas autómatas. En el centro de la plazoleta se izaba un gran holograma rojo-oscuro, sus partículas adyacentes formando en grupos de millones de fotones la forma del águila albana, oscura y fusionada. El Jefe de los Ushtria se detuvo y se quedó observando el holograma. Martina, muy nerviosa, se paró detrás de él, sin parar de mirar hacia todos lados.

—Vos debiste de haber escuchado de Albania, ¿no? —habló el encapuchado. A pesar de la rugosidad de su voz, entonaba un tono caballeroso— Pero no de la Albania de este mundo mágico de dioses. No. Hablo de la Albania que estuvo antes en la tierra. La verdadera Albania.

Martina se quedó en silencio, nerviosa de no saber cómo responder.

—Me... me temo que no mucho —respondió—. L-lo único que sé de esa Albania es a través de lo que me enseñaron de la Raion Albania en las escuelas de Bosnia.

Se oyó un suspiro exasperado provenir del encapuchado.

—Era de esperarse —dijo—. Ah, y que vergüenza que te hayan enseñado sobre Albania en esas petulantes escuelas bosniacas.

—N-no me quede solo con lo que me enseñaron —apostilló Martina—. Estudié también por mi cuenta. Sé que el pueblo albanés posee una lengua protoindoeuropea exótica, igual que el vasco. Y sé que es un pueblo con raíces culturales milenarias, datadas de los... ¿Iririos, se llamaban?

—Ilirios —el encapuchado la miró de soslayo. Martina tuvo la impresión de que sonreía bajo la capucha—. Aparentas ser más inteligente de lo que eres, chica. ¿Te gusta la historia?

—Eh... solo como p-pasatiempo. Me gusta más la música. Aunque desde hace años que no toco un instrumento.

—¿Cuál instrumento?

—La guitarra, y todos sus derivados.

El encapuchado hizo una breve pausa para mirarla fijamente. Martina se le encogió el corazón; sintió como un bebe gibón indefenso frente a un curioso guepardo. El encapuchado se volvió hacia el holograma simbólico.

—¿Y no fue música lo que estudiaste en esas petulantes universidades bosniacas?

—N-no, lamentablemente... —Martina se masajeaba las manos con cada palabra que derrochaba. Combatía sus nervios, al tiempo que trataba de averiguar cuál era el objetivo de este peligroso hombre con estas preguntas— Estudié lo que podía estudiar. Licenciatura en periodismo, en este caso. De ahí que sepa un poquitíiiin de historia.

—Y antes de que vos reencarnaras en este mundo, ¿lo estudiaste en tu país natal? —el encapuchado alzó un brazo y la interrumpió alzando un dedo quemado— Espera... vos no sois eslava, ¿verdad? —volvió a mirarla. Martina se sentía enzarzada del pavor cuando esos ojos carmesíes se clavaban en ella— Elira me dijo que eras de otro grupo étnico.

—Soy latina. Y, umm... —Martina alzó y agitó ambas manos— No, no latina en el sentido romano, italiano, que muchas veces me confunden con eso —carcajeó nerviosamente—. Latina en el sentido hispano. Del continente latinoamericano. M-ma-más específicamente Argentina.

—Así que, ¿había más de un país latino en el mismo continente? —los brillantes ojos del encapuchado se agrandaron— ¿Estaban en guerra por territorios?

—¿Ah? ¡No! —Martina se mordió la lengua luego de responder en voz alta— P-perdón... N-no, señor encapuchado. Los países latinos no estaban en guerra... aunque s-si tuvieron algún que otro di-dictador. Argentina tuvo a Jorge Rafael Videla, por ejemplo.

—Las dictaduras son omnipresentes en toda forma de gobierno —el encapuchado sacudió la cabeza y miró fijamente el holograma de las águilas negras—. Albania tuvo también su dictador, cuando el partido socialista encabezaba el país en el Siglo XX. Su nombre era Enver Halil Hoxha. Y me aseguré de que ese nombre recibiera la Damnatio Memoriae en la nueva Albania que estoy construyendo.

—¿Damn... que?

—Damnatio Memoriae. Los romanos la usaron para borrar de monedas, inscripciones y pergaminos el nombre de alguna personalidad nefasta. Para que la historia se olvidara. Hoxha no figura en la mente de mis albanos. La historia de mi nuevo mundo lo olvidara.

<<Y en cambio en Argentina crean un clon super mamado de Videla...>> Pensó Martina.

Tras un breve periodo de silencio, el encapuchado pregunto con interés:

—¿Qué sucedió con tu país? ¿Argentina?

El rostro de Martina se ensombreció ante la pregunta. De repente, todas las feas memorias de todo lo que tuvo que pasar en los últimos días de la Argentina fallida se le vinieron a la mente, dejándola pasmada.

—¿Chica? —la voz del encapuchado la hizo espabilar.

—¡A-ah! Perdone usted... —Martina tragó saliva y se rascó la cabeza— Mi país... ummm... —chasqueó los labios.

—Adelante. No seas tímida.

—Argentina se convirtió en un estado fallido entre el 2010 y 2020 —la severidad en la voz de Martina silenció al encapuchado—. Todo por culpa de un inglés llamado Jahat Kejam. Ese... monstruo... —la faz de Martina se endureció— arruinó mi vida. Arruinó mi país, lo que también generó efecto domino en el resto de países latinoamericanos con su manipulación en las sombras. Él fue quien volvió mi país una mierda. Él fue quién me impidió terminar mis estudios de bachiller. Él fue quién me arrebató mi infancia, y la de todos los niños de Argentina. Si pudiera, yo...

Martina detuvo su perfidia de palabrerías alborotadas al sentir la penetrante mirada escarlata del encapuchado. Apretó los labios y tragó saliva. Volvía a sentirse vulnerable.

Un bufido conferido de gracia provino del encapuchado. Este último se tornó hacia ella y comenzó a acercársele. Martina sintió un corrientazo de nervios. Quiso dar un paso atrás, pero ella misma se lo prohibió. No debía mostrar signos de debilidad, no como lo hizo antes con Gi-Reload. Seguía y debía seguir desconfiando de él.

De pronto, el encapuchado la tomó de las manos. Martina poco pudo protestar; se aguantó la sensación de asco al sentir la piel estriada de las quemaduras de sus manos. El encapuchado las alzó hasta la altura de su rostro. Era medio metro más alto que ella.

—Cuanto lo lamento, Martina Park —dijo el encapuchado, bajando la voz, sonando extremadamente empático. Acarició las manos de la muchacha, haciéndola sentir más incómoda—. Tus manos... son las manos de una víctima de guerra. De una desplazada, y una refugiada. Puedo leer ese dolor en tus manos. Puedo ver las memorias de los crímenes de la dictadura... ¡Oh, que pesar de ti!

Martina no pudo aguantarlo más. Se zafó fugazmente del agarre del encapuchado empleando una técnica de esquive del Tyrserved. Serpenteó los pies hasta marcar cinco metros de distancia de él.

—Te seré claro, chica —dijo el encapuchado, extendiendo los brazos hacia ambos lados—. Yo pondré punto y final a las dictaduras. Por lo menos aquí, en las Provincias. Has visto mi obra en construcción, ¿no? Y no hablo de esta reserva, sino también la nueva sociedad que estoy fundando. Una sociedad donde cada individuo tiene control y autogestión de sus necesidades y su protección —apretó un puño—. Una sociedad donde todos quieran y protejan al otro, sin haber intereses políticos o sesgos culturales. Borraré de la faz de este nuevo mundo el Odio Histórico que tanto ha manchado a los pueblos eslavos, ¡y legaré a mis herederos lo que fue la Yugoslavia del gran Tito! ¡Una Gran Albania donde no exista ni las dictaduras ni el fanatismo! ¡Fundaré un paneslavismo universal!

Martina frunció el ceño, masajeándose las manos. No lograba comprender del todo lo que decía. Lo entendía, pero no sabía a qué quería llegar o cómo quería llegar. A sus oídos, sonaba más como un lunático que un profeta... Pero, aún así, el sentido de su máxima era más que evidente.

—¿Y cómo pretendes hacer eso, huh? —lo desafió, sintiéndose llena de coraje— Porque... ¿qué pasará con aquellos que se opongan a ti? ¿Aquellos a los que no podrás convertir, por más propaganda que les inyectes? ¿Usarás acaso... tu librito negro, ese —agitó una mano señalándole—, para lavarles el cerebro ? ¿Acaso pretendes hacer eso conmigo? ¿Ese es tu plan, huh? —apretó ambos puños, el valor haciéndola sentir poderosa— Hacer que tu secuaz me lleve a ti... que me muestre lo que sea que has hecho aquí —agitó una mano alrededor suyo, señalando todos los edificios de paneles—, hablarme como si fueras mi amigo, y hacerme sentir... que formaría parte de algo importante...

El encapuchado la miró fijamente, atento y sagaz. Martina no se sintió atemorizada por su mirada carmesí. Prosiguió:

—Tú mejor que tus secuaces deben saber que pertenezco a un grupo que se oponen a ustedes. Por más buenas intenciones que tengan, sus métodos son abominables. ¿Qué harás con ellos, cuando sepas que ellos jamás se unirán a ti, por más que los seduzcas, como tratas de seducirme a mí? ¿Qué les harás a mis padres cuando sepas que nunca simpatizarán contigo?

El Jefe de los Ushtrias entrecerró los ojos. Martina apretó más los puños y rechinó los dientes.

—Fuiste claro conmigo, ahora yo seré clara contigo —sacudió un brazo y lo apuntó al encapuchado—. ¡Si matas a mis padres por oponerte, me vas a tener que matar a mí también!

—Eso no fue lo que te quise dar a entender, niña —el imperante rugido del encapuchado desmontó a Martina del caballo de fiereza, y esta se volvió a sentir a merced suyo—. Yo jamás emplearé mi poder directamente contra alguien más débil, o un indefenso, o un inocente. Mucho menos lo emplearé para hechizar a la gente para que me siga. No vuelvas a implicar que mis hazañas sociales fueron fruto del azar del grimorio.

—Entonces... ¿qué pretendes hacer cuando mi padre te enfrente cara a cara y no quiera unírsete?

El encapuchado aguardó silencio. Levantó ambas manos y, sin previo aviso, se removió la capucha, revelando finalmente su rostro ante Martina Park. Acto seguido se removió la túnica entera, mostrando la camisa blanca jironeada y sus vaqueros rasgados. Los pliegues internos de la túnica brillaron con un azul fatuo neón.

Martina última quedó boquiabierta, la expresión de su semblante ligeramente perpleja. Las facciones del líder de los Ushtrias estaban puntadas en sus pómulos y en su mentón por profundas marcas de quemaduras negras, al igual que en las zonas alrededor de sus ojos. Su maraña de pelo negro ondulado tenía tintes de blanco inmaculado, y sus ojos eran unos refulgentes rojos apasionados.

Martina reconoció al instante aquel rostro. Era el mismo rostro que sus padres le habían enseñado como demostración de lo que Dimitry y Anya le habían enseñado respecto al anterior grupo de los Ushtria Clirimtare. ¡Era el mismo hombre!

___________________________

10
___________________________

≿━━━━༺❀༻━━━━≾

https://youtu.be/zzNx_eyiYk0

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Gran Palacio Siprokroski

Cuatro días después del Incidente de Sofitel

Dimitry convocó a todos los Giles de la Gauchada a una reunión de extrema importancia. Pero esta vez, en vez de ser su oficina o alguna sala de estar elegante, iba a ser en una de las tantas cocinas que componía el enorme palacio ruso.

Y tras bajar las escaleras en espiral, al unísono todos escucharon, unas cuadras de pasadizos para llegar a la galería de la cocina, una pegajosa música de cumbia folclórica que hacía vibrar intensamente el techo, el suelo y las paredes. Todos los Giles intercambiaron miradas extrañadas.

Redujeron el apuro de su caminar para detenerse brevemente y tratar de ver, a través de las celosías y las vitrinas, el interior de la cocina. Apenas y alcanzaron a observar las siluetas de Dimitry y Anya, ambos sentados a extremos opuestos de las mesas de metal grises, mientras que una tercera silueta con sombrero de plástico no paraba de desplazarse alegremente de aquí para allá, al compás de la música cumbia, intercambiando de manos los sartenes los platos donde preparaba la comida gourmet. A medio camino para llegar a la cocina, los Giles ya olisqueaban los exquisitos aromas de aquellos platos.

Se adentraron en la enorme cocina, vacía a excepción de Dimitry, Anya, el tercer invitado y los constantes vapores que provenían de las parrillas. Los Giles se sumergieron en un calibrado ambiente de chiripa y despreocupación, acompasado por la música cumbia. Se sintieron extrañamente cómodos por lo último. Familiares, gracias a la música. ¿Habría sido esto orquestado por Dimitry y Anya? No. No parecían el tipo de personas que adornasen una reunión seria de este estilo. Menos después de una catástrofe como Sofitel.

Esto debía de ser obra del tercer individuo, quien actuaba como el Cuisinier y se robaba toda la atención de los Giles con su música cumbia, sonando de los parlantes colgados de los zócalos. Ni miraban a Dimitry o a Anya. Todos tenían la vista fija en él.

Numerosos platos se repartían sobre la superficie de la mesa cercana a la parrilla donde el tercer invitado cocinaba. El cocinero apagó las estufas, y los aceites hirvientes echaron un último fogonazo antes de apagarse. Acto seguido terminó de echarle los últimos ingredientes a los platos: sal para los huevos, salsas teriyakis para las carnes de cordero asadas, guiso para los granos de arroz y por último le agregó adornos de frituras alrededor.

Los olores de las especias hechizaron a los nipones Hattori, Ryouma y Ryushin. Ryouma y Thrud ya tenían la boca babeando por la comida; ambos sentían un hambre intensa punzando sus estómagos. Pero a diferencia de ellos, muchos Giles, en especial Mateo y Kenia, se mantuvieron impermutables en sus posiciones, la angustia aún dibujada en sus rostros muy a pesar de la música cumbia y los sazones. Dimitry, de brazos cruzados, cruzó miradas con todos los miembros del grupo. Anya hizo lo mismo, su mirada consternada quedándose fija especialmente en Kenia.

El cocinero se dio la vuelta y al primero con quien cruzó miradas fue con Mateo Torres. Este último se cruzó de brazos y apretó los labios, la mueca como de hastiado. El tercer invitado era un hombre adulto, con barba de perilla, mandíbula fuerte, cabello castaño oculto bajo el sombrero de plástico, y ojos azules carismáticos. Le sonrió a Mateo.

—¡Ohoho! Llegaron justo a tiempo —exclamó, sorprendiendo a los Giles con su fluido español. No hablaba por medio de un Portavoz Universal— Espérenme un momentico, déjenme y termino aquí... —metió una mano dentro de un plato de carne triturada, la echó sobre uno de los platos, el cual tomó y se dirigió hasta Mateo. Le ofreció el plato— Te vas a morir con esto.

A pesar del sabroso aroma de humos que desprendía el plato gourmet, Mateo Torres no se inmutó y se lo quedó viendo a los ojos. Azul intenso contra azul intenso.

—Gracias, pero... no —musitó Mateo.

—¡Oh, venga ya! —exclamó el cocinero ruso, la sonrisa siempre en alto. Respiró profusamente, y puso una expresión de exagerada fascinación— Me tome mi tiempo de cocinarles a todos ustedes para darles una mañana como los Dioses mandan. Antes de venir aquí me informé de todo lo que han pasado. Ustedes, Dimitry y Anya.

—¡¿P-puedo...?! —farfulló Ryouma, señalando uno de los platos, la baba sin parar de caerle de los labios.

—¡Pues claro, chiquillo! —el cocinero ruso agitó un brazo en aprobación— Todo el que tenga hambre y quiera dibujársele una sonrisa de guasón, que coma. Los preparé con la receta secreta que Anya Siprokroski me enseñó a cocinar.

—Mā, kono ni wa hoka no sekai no koto wa nani mo miemasen (bueno, esto no se ve nada del otro mundo) —dijo Ryushin Hogo, encaminándose a paso lento hacia la mesa, con Hattori yendo en pos de él. Mientras tanto, Ryouma, junto con Thrud, ya se encontraban allí con platos en mano, devorando a cucharazos el arroz y la carne si no hubiera un mañana.

—¡También oí que habría nipones! —exclamó el cocinero ruso, mirándolos de soslayos, la sonrisa viéndose ahora forzada y medio engreída— Vaya grupo más particular has formado, ¿no, Mateo? —se volvió a verlo.

—Gospodin Dimitry —masculló Mateo en ruso, agachando la mirada hostil para después volverla hacia Dimitry—, ¿quién es este hombre?

Dimitry fue hasta una radio y oprimió un botón. Los parlantes que reproducía la música caribeña bajaron sus volúmenes hasta quedar la estancia casi en total silencio.

—Dadas las circunstancias tanto técnicas como políticas que han causado los Ushtria Clirimtare en los últimos dos incidentes—empezó a decir—, he optado por llamar a la caballería pesada para estar por delante de ellos de una vez por todas. Giles —señaló al cocinero ruso, y este último se quitó el sombrero plástico y el delantal, revelando sus pantalones elegantes, sus mocasines y su suéter blanco abotonado con corbata azul—, les presento al Third Party Member de la Corporación Siprokroski, director ejecutivo del departamento de Neo-Tecnología y quien actualmente trabaja como asociado para la Multinacional Tesla. Andrey Zhukov.

—¡El mismo en carne cibercorporal y hueso sintético! —exclamó Andrey, sonriente, agitando un dedo en dirección a Dimitry. Le chasqueó los dientes y guiñó un ojo—. Soy también hermano del alma de Maddiux Siprokroski. Y cuando supe lo que sucedió en ese atentado... —negó con la cabeza y suspiró. Una breve sombra de pesadumbres se formó brevemente en su cara— No dude en venir aquí desde la Civitas Magna, a más de cinco mil kilómetros.

—Debiste tardar un huevo en venir aquí, entonces —masculló Mateo.

—De hecho, ayer en la noche llegue a la mansión —lo corrigió Andrey.

—Sí, claro —Mateo negó con la cabeza, la sonrisa lacónica.

—Teletransportación instantánea es mi habilidad, Mateo —insistió Andrey—. Y ojo (y nunca mejor dicho), no usando ninguna tecnología de Quantumlape. Sino esto de aquí —se señaló los ojos.

Al ver como Mateo ponía cara de seguir sin creerle, Andrey decidió no insistirle. Ya llegaría el momento de demostrarle su abismal capacidad de teletransportación.

—¿Y por qué apenas es que lo has llamado? —preguntó Ricardo Díaz, los ojos entrecerrados— No, es más, ¿por qué tuviste que llamarlo? ¿Es que este hombre estaba aquí en las Provincias?

—Como dijo el goggles —replicó Andrey, volviendo a su sonrisa radiante—, yo fui requisado por mi tan afamado Nikola Tesla. Ahora trabajo para su Multinacional. Estoy tan ocupado las veinticuatro-siete que poco o mejor dicho nada de tiempo tengo para andar checando que sucede en este patio del Valhalla. Y ni que decir. Teniendo al superhombre más poderoso de la historia, ¿por qué iba a temer de lo que sucediera o no sucediera aquí?

—Solo que ahora el superhombre más fuerte fue sellado por el líder de los Ushtrias —manifestó Mateo, gruñendo entre dientes—. Y no contento con ello, ¡se llevan a mi hija!

El brusco comentario provocó una nueva erupción de sollozos incontrolables Kenia. Esta última se escabulló torpemente, chocando contra las mesas y tirando el suelo varios sartenes. Anya Siprokroski fue directo hacia ella y la atrapó en sus brazos. Kenia protestó y se retorció, pero al cabo de unas caricias telequinéticas que relajaron su cuerpo, se dejó amansar por las manos de la Esper.

Thrud le llevó uno de los platos al cegado Adoil. Este último le agradeció; trató de comer por su cuenta, pero mucho arroz se le cayó del plato cuando lo agarró, las manos temblorosas. Thrud tomó el plato y optó por ayudarle a comer, como una cuidadora que ayuda a un anciano sin facultades motoras. Andrey Zhukov los miró de reojo, la expresión intranquila de ver como aquel viejo argentino, de quien había oído maravillas al igual que Ricardo, ahora mostraba signos afligidos de debilidad.

—En verdad que esos Ushtrias hicieron un número grande en todos ustedes, ¿eh? —farfulló, moderando la voz en tono bajo—. ¡No se diga más! —exclamó, volviéndolo a alzar— Me volveré el soporte técnico para este grupo, tal y como me lo solicitó Dimitry.

—D-d-disculpe, ¿soporte técnico? —farfulló Ricardo. La pregunta le hizo poner una cara de mosqueado— ¿Qué pretende diciendo eso?

—Pues que yo les daré las tecnologías necesarias para poder combatirlos, claro esta —espetó Andrey, divertido de oír el tono desafiante en Ricardo. Chasqueó los dedos y lo señaló—. Usted es el otro ingeniero del grupo, ¿no?

—Ricardo Díaz —se presentó Ricardo—, junto con Adoil Gevani.

—Espero que no le moleste si le pregunto esto, Ricardo, pero... —Andrey agachó levemente la cabeza y después la alzó, la vista concentrada en el argentino— ¿Qué Tier de tecnología Anti-Superhumana poseen? ¿Tier 4? ¿Tier 5, quizás?

—Tenemos Tier 5, señor Andrey —espetó Ricardo.

—¡Uff! Entonces tengo que verlos por mi cuenta. Porque de lo que me contó Dimitry y Anya, no tuvieron ningún chance contra los superhumanos albanos esos —Andrey miró fijamente el pecho de Ricardo, notando la textura de porcelana laminada negra de su traje—. Es más que obvio que tendré que hacerle mejoras.

—Señor... Andrey —Ricardo junto las palmas y reposó las manos sobre sus labios. Cerró los ojos y resopló. Los abrió de nuevo—, sin ofender, pero... No deseo que me haga... sentir desplazado en este campo, ¿me entiende? Yo soy científico e inventor. Adoil es científico e inventor también. Lo hemos sido durante toda la vida...

—Oh, no, no, no, no, no, no, no ¿quién crees que soy? ¿Thomas Edison? —Andrey desescaló el sentimiento ahumado de Ricardo con su comentario, con una risa jovial y dándole un golpecito amigable en el pecho— Jamás es ni será mi intención hacerles sentir de esa forma. Todo lo contrario. Deseo que trabajen conmigo. ¡OJO! Conmigo, no para mí. Una radical diferencia en el axioma. Siento que ustedes aprenderían mucho conmigo.

—Sí, ya lo creo... —musitó Ricardo, aunque sin sentirse aún seguro del todo.

El ingeniero ruso sonrió. Se golpeteó tres veces el pecho. El rugido la activación de un motor eléctrico resonó en la estancia, llamando la atención de todos los presentes. Mateo y Ricardo ensancharon los ojos de la sorpresa al ver un refulgente brillo azul emanar del pecho del Andrey. Con una forma piramidal y surcado por entramado de líneas fulgurantes que lo hacían sobresaltar por encima de su camisa y su corbata, Ricardo quedó boquiabierto al reconocer esas características. Era... ¡¿Un reactor de energía?!

—¡Giles de la Gauchada! —exclamó Andrey— Me será un honor para mí proveerles...

╔═════════ °• ♔ •° ═════════╗

𝓔 𝓝 𝓓 𝓘 𝓝 𝓖

https://youtu.be/4KN793UQE6A

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro