Capítulo 19: Oprimidos y Opresores
┏━°⌜ 赤い糸 ⌟°━┓
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Cherbogrado, Capital de la Raion Rusa.
Era de noche, y la Plaza de Movská resplandecía con la iluminación más fluorescente que la incipiente ciudad de Cherbogrado hubiese visto. Faroles tridimensionales, hologramas que se izaban por encima de rascacielos, lámparas volcánicas enormes, pantallas que cubrían fachadas de altos edificios... La tecnología de alta gama, proporcionada en conjunto entre Andrey y Tesla a través de la Multinacional, hacía irradiar de vida la ciudad tras la agitada guerra de la Lupara Bianca.
Las gentes rusas, vistiendo elegantes ropas para el invierno, atiborraban la plaza adoquinada y humedecida caminando de aquí para allá. Disfrutaban de la gentil caída de llovizna, empuñando paraguas de iluminación neón, mientras tomaban un café o comían platos gourmets de cena en algún restaurante lujoso. Los rugidos serenos de los automóviles y aerodinos zumbaban de aquí para allá.
Maddiux agarró el helado de doble cono de vainilla que le ofreció el vendedor. Se lo agradeció y se devolvió trotando hacia la paciente Anya. En vez de comer en uno de los restaurantes de cinco estrellas, Maddiux optó, para su aniversario con su esposa, una cita mucho más simple y humilde. Tal y como a ella le gustaba; aquella característica no había cambiado en ellos desde la niñez.
—Gracias, Mi Superman —agradeció Anya. Se puso de cuclillas y le dio un beso en la mejilla a Maddiux. Este último sonrió.
La pareja comenzó su parsimoniosa caminata por la plaza adoquinada. De vez en cuando pisaban con algún charco diminuto; Maddiux jugueteaba con Anya pisando con fuerza los charcos para mojarle las botas, y Anya le devolvía el juego manipulando la lluvia con su telequinesis y haciendo que caiga con intensidad sobre él. Intercambiaron montones de risas en el proceso, cosa que no atrajo la atención de las personas alrededor de ellos... De hecho, no parecía haber interés alguno por parte del público por ver a marido y mujer Siprokroski caminar por la recién inaugurada Plaza de Movská.
—Qué maravillas hizo la Multinacional Tesla —afirmó Anya, observando su derredor con ojos chispeantes—. Andrey hizo bien en vincular las R.P de la Corporación Siprokroski con la empresa del legendario inventor del Rayo de la Muerte.
—¿Le tienes que poner la connotación negativa al pobre Tesla? —espetó Maddiux, la sonrisa sardónica— Andrey te oye hablar de eso, y te manda a teletransportar a Roma Invicta para responder de tus crímenes.
—Una lástima que ningún 'Ndrangheta haya quedado vivo para enjuiciarlo —Anya apretó los labios, frunció el ceño.
—¿Qué se le va hacer? —Maddiux se comió todo su helado de un bocado. Tragó— Esos sinvergüenzas fueron igual de cobardes que los Nazis. O se suicidaron, o huyeron.
Hubo un breve momento de silencio. Las personas en derredor se volvían borrones negros o grises al igual que los vehículos de las avenidas aledañas. Anya oteó su alrededor una vez más, la expresión satisfecha.
—Hay que darle crédito también a Dimitry —dijo al tiempo que daba un mordisco a su helado—. Construyó una nación de los escombros.
—Y ayudará a crear la constitución de las otras naciones con la llegada de los éxodos de pueblos eslavos —afirmó Maddiux—. Con todo lo que aprendió de las reprimendas de la ONU y la OTAN, creará las naciones de perfecta armonía. La peor pesadilla de Mason Stewart. Paz mundial.
Anya se cubrió los labios con una mano, tapándose las risitas. Maddiux se desternilló.
—Aunque habría que ver —apostilló Anya—. Porque los éxodos de eslavos que vienen son de la antigua Yugoslavia, ¿no? Según Yuri, esos pueblos se odian a muerte desde tiempos milenarios.
—Bueno... —Maddiux encorvó los labios hacia abajo— Nada que la magia diplomática de Dimitry no pueda resolver, ¿o sí?
—Siempre y cuando no haya más muertes... —una sombra oscura se cernió sobre el rostro de Anya, cambiando su expresión de alegre a melancólica— Oye, Maddiux. ¿Cómo se encuentra Agatha?
—¿La pequeña Matrioshka? —Maddiux sonrió y escupió mugre de los dientes al suelo— Pues está bien, según me contó Dimitry. No muestra ningún signo de haber perdido la cabeza, como temíamos.
—No deseo volver a verla emplear esos poderes, Maddiux. Mi tesoro sagrado no debería exponerse a esos poderes malditos. Después de verla provocar la muerte de todos esos inocentes sin poder controlar su poder...
Maddiux tomó gentilmente a su esposa de los hombros e hizo que se volviera hacia él.
—Oye, oye, Anya —murmuró—. Ya lo hemos discutido. Agatha no usará más esos poderes, pero tampoco podremos quitárselos. No después de que el alma de Baba Yaga se haya fusionado con el suyo. Evander ya nos dijo que no existe forma de revertirlo. Incluso él tuvo la esperanza de que la reencarnación al Valhalla lo solucionara, pero ni eso... Así hay que vivir con eso.
—Tengo miedo de que esa... perra del averno, vuelva a aparecer —los ojos de Anya lagrimearon un poco.
—No va a aparecer —Maddiux la tomó de su mentón y le alzó la cabeza. Se miraron a los ojos—. De la misma forma que mi Dopplegänger no volverá a aparecer. Los hemos sellado. Y gracias a nuestra reencarnación en el Valhalla... —le dio un besito en los labios— podemos finalmente vivir la vida pacífica que necesitábamos.
—Cierto... —Anya le devolvió el beso y sonrió con gracia.
—Tú la seguirás amando, ¿verdad?
—Por supuesto, Mady. Jamás dejaré de querer a mi tesoro, incluso si Satán la posee —Anya se limpió los ojos con el dorso de la mano— Debería preocuparme ahora más bien por papeleo antes que del cuco.
Ambos cuchichearon risitas y retornaron a su lento anadeo.
Los peatones y los automóviles se convirtieron en borrones imperceptibles. Anya y Maddiux no parecieron reparar en ello; siguieron conversando como si ignoraran a propósito las leves distorsiones alrededor de ellos. Un tipo encapuchado pasó caminando al lado de ellos. Chocó hombros con Anya, provocando que el helado se le zafara de las manos y cayera al piso, no sin antes manchar su vestido negro. El tipo encapuchado siguió su camino como si nada.
—¡Agh! —gruñó Anya, mirándose los manchones.
—¡Oye, imbécil! —exclamó Maddiux, la rabia hirviéndole la sangre al ver como el tipo se detenía y le daba la espalda descaradamente.
—No, Maddiux. Está bien —Anya se quitó el helado remanente con su telequinesis.
—No, no está bien. Mucho menos si se lo hacen a la futura Primera Dama de Rusia y no tienen la dignidad de hacer una disculpa pública.
Maddiux se dobló en su camino y se dirigió hacia el tipo encapuchado dando grandes zancadas. Sin que se percatara, las siluetas lejanas de los peatones se distorsionaron en espirales, desapareciendo en neblinas oscuras que ennegrecieron toda la plaza. Le puso la mano en el hombro al sujeto y lo aplastó; sintió como si aplastara una hoja de papel.
—Date la vuelta, primor, que no te haré da...
El sujeto encapuchado se volvió hacia Maddiux. Su capucha se le cayó, revelando su rostro. Un rostro que hizo que Maddiux le soltara la mano del hombro y retrocediera tres pasos. Un rostro que le imprimió una mueca de terror imparable y le hiciera latir el corazón con fuerza.
Un rostro con forma de espiral negro y un centro totalmente vacío.
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|◁ II ▷|
Antes de que Maddiux pudiera emitir otro farfulleo, sintió que el aire se le escapaba de los pulmones, y el pecho y la tráquea se contraían sobre sí mismos. De repente, se halló a sí mismo inhalando y exhalando con fuerza, faltándole todo el aire. Su ahogo fue tal que comenzó a perder el equilibrio.
El mundo a su alrededor se transformó en una densa neblina que distorsionó la imagen de la ciudad de Cherbogrado. Las siluetas de las personas desaparecieron. El tipo del rostro en espiral también se desvaneció. Maddiux se dio la vuelta con el objetivo de buscar ayuda de Anya... Pero su esposa también desapareció del escenario.
Repentinamente, se oyó una estampida de ruido estático que distorsionó la voz de Maddiux. Como si de un video corrupto se tratase, la realidad del espacio se distorsionó sobre sí misma. Imagen sobre imagen, las vistas de los edificios y del propio Maddiux se hundieron sobre sí mismos, haciéndolas irreconocibles. Por milésimas de segundos apareció la imagen de una calavera sobre la cabeza de Maddiux.
El cuerpo de superhumano más fuerte de la historia se paralizó. No se pudo mover por varios segundos. Quedó totalmente estático en mitad del mundo liminal hasta que, de repente, sufrió terribles espasmos que le hicieron moverse erráticamente, como un muñeco siendo manipulado por un niño malcriado. Las pupilas de sus ojos se agrandaron hasta recubrir toda la esclerótica. Los espasmos se detuvieron. Maddiux volvía a quedarse quieto, los labios cerrados, la expresión indiferente.
La cabeza de Maddiux se movió de forma atroz; hacia arriba, hacia abajo, hacia los lados... Como si fuera manipulado sin cuidado alguno por aquel niño malcriado que tocaba su juguete favorito sin tenerlo desde hace tiempo. Una espeluznante voz robótica e hibrida entre el tono vigoroso de un hombre, el sedoso de una mujer y el agudo de niño habló de la nada, y se esparció por todos lados:
"Yo... ya he estado aquí..."
Maddiux volteó lentamente la cabeza, doblando su cuello en un ángulo imposible, como si fuera un búho. Movió robóticamente un brazo, señalando a la nada.
"¿Por qué estoy... haciendo esto... de nuevo...?"
La cabeza de Maddiux se sacudió violentamente, pareciendo por momentos que se iba a quebrar. Alzó el brazo que movió, y se lo quedó viendo. Por momentos, su piel sufría la estática blanca como si fuera pantalla de un televisor analógico. Las siluetas de los edificios se desvanecieron, dejando al poseído Maddiux en un espacio totalmente gris e infinito.
"¿Por qué... sigo... en este... cuerpo...?"
"¿Por qué... sigo... existiendo...?"
"¿Por qué... he... existido...?"
De repente, comenzaron a oírse lejanos gritos. Gritos femeninos. Era la voz de Agatha, tratando en vano de atravesar el lúgubre mundo de gris infinito. Lo llamaba por su nombre a gritos, para después despedir alaridos desesperados que a duras penas hacían hueco sonoro en aquel maldito mundo.
Maddiux agachó la cabeza, y el rostro se le ensombreció. La oscuridad en su cara se profundizó, hasta el punto de deformarle el semblante y convertirlo en la misma máscara de espiral con agujero negro en el centro. El espacio gris liminal fue atacado por la estática blanca. El suelo y el infinito vacío grisáceo se deshicieron, revelando el verdadero y espantoso espacio que tanto Maddiux como Agatha se encontraban:
Un teatro de agujeros negros cósmicos de demenciales aspectos sangrientos, el color rojo cayendo de sus vacíos como si sangraran. Una sempiterna dimensión de inagotable poder demoniaco que retenía a Maddiux y a Agatha de tomar acciones para poder liberarse de las invisibles cadenas. Padre e hija flotaban en aquella lunática dimensión, parecida de haber salido de la fábrica de los sueños de Lucífugo Rofocale. Flotaban como en el espacio vacío; inertes, siendo jalados de acá para allá por la gravedad omnipresentes.
Gravedad afluente y producida por el poder del Ghayat Al-Hakhim. Un poder demoniaco que, como efecto pasivo, estaba liberando la maldad sellada de Maddiux y Agatha.
La deformada e hibrida voz dijo unas últimas palabras que reverberaron ecos por toda la dimensión:
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|◁ II ▷|
Palacio de Sofitel.
Sala de Audiciones.
Las lluvias de veloces ráfagas solares salieron disparadas de los múltiples portales níveos abiertos por el chasquido de Antígono Bardhyll, impactando contra muchísimos hombres y mujeres de la estrada... pulverizando sus cuerpos en un santiamén y dejando únicamente las ropas, las cuales caían acumuladas sobre sí mismas al suelo, en vez de convertirlos en los monstruosos Ictiocentauros, como sucedió en el Coliseo Pandemónico.
Los rayos lumínicos no destruían los objetos inanimados; reparando en ello, Martina, Mateo y Kenia se cubrieron detrás del mármol del parapeto justo cuando un rayo traspasaba el balcón. Detrás de ellos, un par de mafiosos fueron alcanzados por la ráfaga; en un abrir y cerrar de ojos, sus cuerpos desaparecieron en un breve resplandor lumínico, y sus ropas cayeron al piso.
Thrud, Hattori y Ryouma se agacharon y se cubrieron detrás de las sillas. En derredor de ellos se formó el caos; la gente gritando y corriendo despavoridamente de aquí para allá, empujándose los unos a los otros en un intento por escapar del barrido de los numerosos faros de la muerte. Trajes, vestidos y muchas otras mudas de ropa caían por doquier, formando incontables lúgubres rastros de indumentarias que volvían el escenario todavía más caótico. Los rayos emitían chirridos mágicos similares al motor de una pistola de plasma recargado, tan ensordecedores que a ratos eclipsaban los alaridos desesperados de las víctimas, corriendo de acá para allá como ratas tras ser descubiertas en su madriguera.
Algunos mafiosos trataron de responder desenfundando sus pistolas o rifles, pero antes de poder apretar el gatillo, eran extinguidos de la existencia por los rayos.
En el balcón, Mateo recibió un llamado de psicococumincación algo intermitente. Sus ojos se tornaron anaranjados al aceptar la llamada. La imagen con estática de Thrud apareció en su visión.
—Ryouma, Hattori y yo estamos preparados para atacar, Mateo —dijo.
Mateo permaneció callado unos instantes, algo indeciso y sorprendido por la iniciativa de su Valquiria Real y su decisión por notificárselo y esperar su orden. Alzó la mirada, y vio como Martina se apachurraba hacia Kenia en un estrecho abrazo, como temiendo que uno de los rayos la alcanzara a ella o a su madre en cualquier momento. Mateo apretó un puño, y todas las dudas de su mente se disiparon de un soplido álgido.
—¡Párteles su jodida madre, Thrud! ¡Haz que detengan los rayos!
La imagen de Thrud hizo un guiño de ojo.
—¡Cómo tú lo ordenes!
La diosa nórdica terminó la psicocomunicación con el héroe argentino. Le propinó un golpecito en el hombro a Ryouma y después le indicó, con un ademán de cabeza, la apertura de su emboscada. El joven espadachín afirmó con la cabeza. Hattori, detrás suyo, también asintió la cabeza. Los semblantes de ambos igual de decididos.
De repente, la Valquiria Real dio un salto justo cuando un rayo pasó por encima de ellos. Pareció que la hizo desaparecer... pero, en realidad, se teletransportó.
Y reapareció en el aire, elevada sobre la tarima, y justo detrás de Antígono y Blerian.
La perplejidad ingrata se dibujó en los semblantes de ambos en el momento exacto en que sintieron su presencia a través de las corrientes eléctricas. El tiempo alrededor de ellos se ralentizó; Antígono bajaba los brazos e invocaba círculos blancos como brazales en sus muñecas, y Blerian se volvía hacia sus espaldas, los ojos altivos de la perplejidad, su mano envolviéndose en aura negra, sus venas hinchándose hasta convertir sus uñas en garras.
Los ojos de Thrud Thorsdóttir destellaron en un azul eléctrico. Le sonrió con descaro a Antígono y exclamó, burlesca:
Y le encestó una vigorosa patada en los brazos a Antígono, produciendo una onda de choque eléctrica por toda la tarima. Blerian trastabilló y alzó sus brazos para protegerse de la onda y de las corrientes eléctricas residuales. Observó con gran consternación como Antígono desaparecía de su vista. Este último salió catapultado hacia pared a una abrumadora velocidad, y debido a la confusión de la patada, no consiguió componer el equilibrio en mitad del aire y terminó por atravesar un sinfín de muros hasta salir al exterior del Palacio de Sofitel y chocar contra la estatua de la fuente de uno de los ajardinados patios traseros.
Antígono hizo aparecer una esfera lumínica blanca detrás suya, la cual explotó y le hizo detenerse en mitad del aire. El Ushtria fulminó al instante su derredor, en búsqueda de su enemiga. Oyó unas centellas resquebrajando la piedra a su lado, y seguido de ello fue brevemente cegado por el latigazo de un relámpago. Antígono desvió uno de los manotazos de Thrud con un círculo mágico, empleándolo como escudo. Después desvió el siguiente, y el siguiente, y el siguiente... Con el corazón en la garganta del miedo acreciente, Antígono desvió una andanada de puñetazo relámpagos de la Valquiria Real, sus brazos convertidos en borrones que liberaron vientos tormentosos por todo el jardín.
Ambos se atraparon las manos al mismo tiempo. Entrelazaron sus dedos y quedando atrapados en un intercambio de choques constantes de energías que chirriaron entre sí, generando una cascada de luces cegadoras por todo el patio. Antígono apretó los dientes y ensanchó los ojos al notar como Thrud, lentamente, le estaba dislocando las muñecas con mera fuerza bruta.
—¡Me sigues la par! —exclamó Thrud, la sonrisa descarada—¡Eso te lo reconozco!
—¡¿Quién mierda eres tú?! —farfulló Antígono— ¡¿Una superhumana?!
Thrud agrandó la sonrisa al ver como su electricidad corría por los brazos de Antígono, rasgándole poco a poco las mangas.
—Algo peor que eso, mortal.
Antígono ensanchó los ojos al oír la última palabra. La constante colisión de energías degeneró en una explosión lumínica que los separó a ambos. Los contrincantes cayeron de cuclillas al suelo de guijarro. Ambos se fulminaron con veloces miradas de odio sorpresivo y confianza absoluta.
El Ushtria fue el primero en atacar. Enterró su mano en el piso y, al alzarla con todas sus fuerzas, describió un rastro de luz incandescente; del cielo cayeron numerosos pilares de luz que pulverizaron todo a su paso. La Valquiria Real dio un esquive danzarín y se impulsó hacia su rival, arremetiendo con una acrobática patada aérea. Antígono se hizo a un lado, lo esquivó, y contraatacó invocando una esfera de luz en su mano de la cual se disparó un rayo de luz. Thrud se inclinó hacia atrás, eludiendo el ataque y, al mismo tiempo, contraatacando con una patada ascendente que mandó a volar a Antígono por los aires.
Velozmente, la diosa nórdica describió la runa nórdica de Tiwaz en frente de ella: el símbolo ᛏ destelló con un sonido electrizante, para después convertirse en un fugaz relámpago que golpeó a Antígono en el aire, provocando una breve pero intensa explosión que liberó un denso humo en el cielo. El Ushtria desapareció del cielo, y acto seguido reapareció detrás de la Valquiria Real cayendo del cielo en un pilar de luz. Atacó disparando un cegador destello de sus manos. Thrud se agachó, y la ráfaga se disparó por encima de ella. Y al tiempo que lo esquivaba, barrió el suelo con una patada, sus movimientos dibujando estelas de magia celestinas por el espacio. Antígono cayó, y Thrud lo fulminó con un feroz puñetazo en el pecho. Antígono alcanzó a protegerse con un escudo de luz que se quebró al instante de recibir el golpe; el impacto lo mandó a volar por los jardines hasta chocar y moler a pedazos la estatua de una fuente.
Thrud y Antígono se teletransportaron al mismo tiempo. Destellos eléctricos danzaron a la par con incontables pilares de luz que caían del cielo como trompetas angelicales. Numerosos trompetazos se produjeron en los mismos lugares donde las centellas relampagueantes y los pilares lumínicos confluían a la vez; intercambio de puñetazos, rodillazos y esquives constantes generaban una escalada de ondas de choque y fulgores cegadores que pulverizaba o quemaban el follaje del jardín. Ni siquiera el suelo se salvaba de ser resquebrajado por el salvajismo intercambio de ataques entre la diosa y el mortal con poderes de carácter divino.
Los exaltados y sonoros ataques se podían oír desde la aún alborotada Sala de Audiciones, a tal punto que la potencia de sus intercambios hacía retemblar la estancia, aún atiborrada de gente que huía despavorida. Con oídos sórdidos y una visión algo nublada, Blerian quedó momentáneamente atónito por la velocidad de ataque de aquella mujer. ¿Era acaso una superhumana? ¿Pertenecía al grupo de los Giles?
Pretendió impulsarse hacia la cadena de agujeros para ir en su ayuda, pero justo en ese instante sintió una presencia a sus espaldas. Velozmente activó su Seishin y se protegió el cuerpo entero, al tiempo que se dio la vuelta y se protegió con sus brazos de la explosión que liberó Hattori Hanzo por medio de su prótesis rústica. La explosión despidió fogonazos de humo y fuego que lo impulsaron varios metros por la tarima. Blerian plantó los pies en el suelo y se detuvo en seco. Otra presencia a sus espaldas. Se agachó al instante, esquivando así la patada de Ryouma Gensai.
Contraatacó alzando su propia pierna, la cual casi conecta en una patada al rostro de Ryouma, de no ser porque este se inclinó hacia atrás en el último momento, lo que le hizo dar varias volteretas hacia atrás y caer de cuclillas al suelo. Blerian se reincorporó, y observó con cuidado analítico de lado a lado a Hattori y Ryouma, fulminándolos con su mirada y su Seishin asesino... Ensanchó brevemente los ojos al ver y sentir las auras blanquecinas rodear los cuerpos de ambos contrincantes, protegiéndolos de su propia aura mortal. ¡Era Seishin!
Hattori Hanzo le espetó en japonés, incomprensible para Blerian:
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Mateo Torres aprovechó la ausencia total de rayos pulverizadores y, haciéndole señas a su esposa e hija para que lo siguieran, se escabulleron rápidamente del balcón agazapados, para que el enemigo no los viera.
El trío se metió dentro de un pasillo por el que huían las personas, todos ellos mafiosos o asociados al crimen organizado. La fachada adversa y socarrona que todos ellos tuvieron hasta bien entrado la Gran Subasta se deshizo, y ahora Mateo, Martina y Kenia veían unas muecas humanas que jamás pensaron ver en aquellas personas: miedo. El terror más primordial que tienen todos los humanos, a la muerte, se impregnaban en las caras de hombres y mujeres que huían despavoridos, o se echaban al suelo a lloriquear la muerte de algún ser querido. Algunos incluso vomitaban del asco inconcebible de ver sus ropas chamuscadas en el suelo.
Por puro instinto, mientras avanzaban por el pasillo y trataban de hacer psicocomunicación con Santino Flores, Mateo Torres ayudó a aquellos mafiosos desamparados. Los ayudó a recomponerse de sus trizas, diciéndoles que no debían quedarse allí sin más a llorar por los muertos, y que necesitaban salir de aquí si querían salir vivos. Algunos le gritaban sandeces, otros lo ignoraban, y solo unos pocos tomaron sus consejos; se reincorporaron y retomaron la torpe huida por los pasillos lujosos.
Martina, e incluso Kenia, quedaron atónitas al ver como el héroe argentino ayudaba a quienes habían sido, hasta ese entonces, sus enemigos de toda la vida. Cuando lo vio terminar de ayudar a la meretriz de un gánster convertido en mudas de ropa, Martina lo confrontó, la indignación en su voz:
—¿Por qué los estás ayudando, papá? ¡Si se supone que estos tipos son los malos!
Mateo le dio palmazos en la espalda a la meretriz y le dio un ligero empujón para que se fuera por la puerta abierta de par en par. Tras ella, lo siguieron un apurado séquito de mujeres y hombres jóvenes, todos ellos echando humos de las prisas. Se dio la vuelta, y miró a Martina a los ojos. Esta última quedó perpleja al ver destellos de determinación en sus irises azules.
—Acaban de mostrar debilidad humana, princesa —farfulló Mateo—. Para mí, eso es necesario para echarles una mano.
El trío prosiguió su camino descendiendo rápidamente las escaleras hasta alcanzar el zaguán previo a la entrada de la Sala de Audiciones. Tras ellos bajaron también otro grupo de amedrentados que bajaron con más apure las escaleras que ellos, algunos de ellos cayéndose a trompicones inclusive. Tras oír lo que dijo Mateo, Kenia y Martina no dudaron en ayudar a aquellos que se desmoronaron al piso; los pusieron de pie, y los motivaron a huir del lugar lo antes posible.
Santino Flores apareció bajando el otro grupo de escaleras al otro extremo del zaguán. Arraigó al centro de la estancia, poniéndose frente a Mateo.
—Esta vez los hemos pillado engatusados, Mateo —dijo Santino, la sonrisa ladina. Le golpeteó con animo el hombro con un dedo.
—No cantemos todavía victoria, Santino —dijo Mateo, las manos sobre la cintura. Miró por encima del hombro de Santino—. ¿Dónde están Ricardo y Gevani?
—¡Aquí!
Los Giles se dieron la vuelta justo en el momento en que se oía un terrible estruendo explosivo provenir de la Sala de Audiciones, tan vigoroso que el techo encima de ellos echó polvaredas. Ricardo y Adoil aparecieron bajando las misas escaleras que bajó Santino. Se reunieron en el centro con el resto del grupo.
—¿Qué sucedió? —farfulló Mateo.
—Fuimos emboscados por las ratas bosniacas de Tahirovic y Kovaç —espetó Adoil.
—Guau... —Kenia ensanchó los ojos— Hace tiempo que no oía esos nombres.
—Y esperemos no oírlos de nuevo —gruñó Ricardo, el ceño fruncido mirando su derredor— ¿Qué está sucediendo?
—Thrud, Ryouma y Hattori están enfrentándose a dos de los Ushtrias —explicó Mateo, la voz atropellada. Todos los Giles le prestaron suma atención, ignorando los estruendos de estallidos y a los hombres y mujeres corriendo de forma azorada por el zaguán—. Les di la orden de atacar, esto con el objetivo de ir a recobrar nuestro armamento del aerodino. Hay que apurarnos; en cualquier momento el resto de Ushtrias vendrán.
—Ya debieron incluso de ser alertados —apostilló Adoil, palpándose el lugar del cuello donde tenía implantado su microchip—. Hasta hace unos momentos estábamos sufriendo interferencia. Ahora se detuvo. Quizás la Cibermante del grupo recibió la alerta de nuestro ataque.
—Entonces no hay tiempo que perder. Iremos todos juntos al aerodino mientras que Ryouma, Hattori y Thrud mantienen a los dos Ushtrias entretenidos —Mateo les dedicó a cada uno de los miembros de su grupo una mirada distinguida y llena de valor decisivo. Afirmó con la cabeza y alzó un puño. El resto lo imitó; cinco puños se levantaron a la altura del de Mateo—. Nacimos por el mal...
—Lucharemos y moriremos por el bien —corearon los cinco Giles al mismo tiempo.
Y acto seguido se esfumaron del zaguán corriendo a toda prisa.
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A las afueras de Sofitel
Anillos de Seguridad
Una batalla campal se gestaba en los bosques circundantes al Palacio de Sofitel.
Rugidos de distintas variantes de disparos surcaban los cielos. Árboles caían en bandadas, algunos prendiéndose en fuego por obra de los cañonazos de la artillería pesada de los vehículos blindados y de las ametralladoras de plasma y energía psionica. Choques supersónicos se producían aquí y allá, producto de las batallas individuales que llevaban a cabo los soldados albanos contra los soldados bosnios y serbios; todos ellos, portando servoarmaduras que les dotaban de una fuerza, agilidad, velocidad y cadencia de ataque como las de un Superhumano, se desplazaban en fugaces zigzagueos, convirtiéndose en veloces y peligrosos borrones que destruían todo a su paso, desde árboles, arbustos, protuberancias de roca hasta impactaban contra los vehículos en formación de hileras del Anillo de Seguridad.
Arranques de estampidas incontrolables producidos por los supersoldados y por los superhumanos destruían hectáreas y hectáreas de bosques. Estrépitos de fuego se alzaban como hongos anaranjados, para después desaparecer y dejar tras de sí un espantoso rastro de fuego que se esparcía de formas inagotables por el follaje de coníferas. Coches salían volando por los aires al ser volcados por supersoldados y superhumanos; caían y se derribaban aparatosamente contra secciones enteras del bosque, algunos de ellos generando explosiones de magnitudes inconcebibles. El caos belicoso se apoderó del desgraciado bosque.
Y sin que ninguno de los bandos combatientes reparara en su presencia, a pesar de su densa aura turquesa, un veloz Ryushin Hogo se desplazaba a velocidades tan hipersónicas que incluso superaba a los desplazamientos sónicos de los supersoldados y superhumanos de los territorios más fragantes en guerra, convirtiéndose en un auténtico hijo del viento tormentoso más veloz. El mercenario de oriente se desplazaba de aquí para allá, redireccionando sus impulsos para mantenerse lo más alejado posible de las batallas campales; esto con el objetivo de llegar al Palacio de Sofitel lo antes posible. Con haber escuchado los primeros disparos, supo que ya todo se estaba viniendo abajo con las mafias.
Pero inevitablemente terminaba topándose de frente con algún séquito de supersoldados, o superhumanos, y el enfrentamiento directo era inviable.
Ryushin Hogo enarbolaba su espada maldita contra todo aquel infeliz que se le cruzara en su camino, ya sea intencional o por accidente. Bosnios, serbios, albanos... todos ellos se convertían en un obstáculo a traspasar si se interponían en su camino entre él y Sofitel. La hoja curva de la espada maldita no perdonó a nadie; su blandir se volvió la peor atrocidad en las diversas batallas por las que Ryushin viajaba a través de. Cuerpos partidos por la mitad volaron por los aires, extremidades salieron disparados a las ramas de los árboles, y cabezas rodaron por los suelos hasta parar debajo de algún carro de combate.
No importaba que servoarmadura portase el supersoldado, o que tan resistente era el cuerpo de algún superhumano. La espada maldita, así como también su cuchilla de doble hoja encadenada, destruía acero endurecido y piel robusta. Ryushin Hogo azotaba hasta matar, dejando tras de sí un rastro de cadáveres tan feamente triturados que se remarcaba por encima de los otros fieros actos de los soldados combatientes. Su rastro dejó huella y mella en aquellos que fueron testigos de su paso.
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Primer Anillo de Seguridad
En los terrenos más llanos circundante al Río Ajola, Elseid Frasheri disparaba plasma desmembrador de los cañones embebidos a la empuñadura cibernética de su katana. Soldados albanos luchaban con gran ferocidad contra los serbios y los bosnios; a pesar de ser superados en número, la cadencia armamentística que descargaban sobre ellos era tal que ninguno, ni siquiera los supersoldado protegidos por sus servoarmaduras, sobrevivía a los impactos de proyectiles plásmicos y la metralla de disparos psiónicos que destruían huesos y derretía cerebros.
Elseid ni se molestaba en desenfundar su katana roja para despachar a los enemigos, superhumanos o supersoldados, que se le acercaban a arremeterle con una espada prostética o una sierra cibernética. Con movimientos de patadas acrobáticas de estilo capoeira, Elseid quebraba huesos y dislocaba cabezas. Por los cielos surcaban misiles que salían disparados de los drones teledirigidos de la milicia bosnia; algunos salían despedidos directos a Elseid, pero antes de que pudieran acercarse otro centímetro más, el espacio alrededor de Elseid se distorsionaba, y los proyectiles volátiles desviaban su vuelo e impactaban a otro lugar del bosque.
Detrás suyo se le acercó un superhumano bosniaco velocista, quien se desplazó hasta llegar a su espalda para acto seguido arremeterle con un cuchillazo de sus dagas eléctricos. Pero antes de que pudiera apuñalarle, Elseid se convirtió brevemente en un fugaz destello amarillento; de un parpadeo reapareció en la misma posición, pero en una pose distinta, y con su mano enfundando su katana carmesí. Los brazos del superhumano velocista salieron volando por los cielos, y este último despidió un alarido.
Un grito de espanto que fue acallado al recibir el bombazo del escopetazo de Bukuroshe Berisha. La cabeza del superhumano explotó en cientos de pedazos de cerebro y riegos de sangre que tintaron el piso. Acto seguido apareció Berisha a espaldas de Elseid, manifestándose por medio de un cristal rectangular que se movió periódicamente hasta alcanzar el suelo, como la imagen de un video que va a una cantidad de Frames por segundo.
—Algo anda mal, Elseid —advirtió Berisha entre masculleos. Flexionó los pliegues metálicos de sus enormes brazos prostéticos, accionando sus dos escopetas de bomba—. Acabo de recibir un llamado de Luriana y Elira. Me dijeron que Antígono y Blerian están en aprietos.
—¿Aprietos? ¿Ellos? —Elseid frunció el ceño y la miró de soslayo, al tiempo que alzaba fugazmente una pierna y, de una patada, le dislocaba el cuello a un supersoldado que se abalanzó hacia ellos.
—Según parece tiene que ver con esos "Gils" —afirmó Berisha, disparando una de sus escopetas tres veces, y matando de un solo accionar a tres supersoldados bosnios que trataron de emboscarles metódicamente— Una de ellas tiene maniatado a Antígono en un combate cuerpo a cuerpo, mientras que otros dos tienen ocupado a Blerian. Los que pelean contra él parecen manejar Seishin como él y como tú y Elira.
—¿Seishin? —un atisbo de claridad iluminó el rostro de Elseid. Ensanchó los ojos— Momento, creo que sé quién es...
Pero antes de poder terminar su oración, fue interrumpido por el relampagueante azote supersónico de un proyectil surcar violentamente el bosque detrás de ellos. Una intensa maraña de árboles y vehículos de combate salieron despedidos sin control por los cielos, como si hubiesen salido disparados por soplidos de geiseres en el subusuelo. Bukuroshe trastabilló y se volvió velozmente, apuntando sus escopetas de bombeo hacia la caótica andanada voladora de follaje y automóviles que se perdían en el horizonte anochecido.
Mientras que Berisha sintió sorpresa inédita al ver arbustos, vehículos y soldados salir volando sin control alguno, Elseid ensanchó todavía más los ojos de la perplejidad inusitada. No daba crédito ni sentido a lo que su aura de Seishin acababa de sentir y responder con una violenta sacudida de aura que empujó sin querer a Berisha, y esta respondió con un insulto. Elseid apretó los dientes y se llevó una mano al pecho, preso del atropellado vahído que le hizo sentir...
El irascible Seishin de otro jugador en esta partida.
El rango de detección del Seishin enemigo se alejó tan rápido como vino. Berisha bajó sus escopetas, la expresión confundida y disgustada.
—¿Qué mierda fue eso...?
—Hay que ir a Sofitel ya mismo —rezongó Elseid de repente, su Seishin rodeando su cuerpo entero como una flama de color marrón oscuro.
—¡¿Qué?!
El Seishin de Elseid se encrespó, tomando la forma de una sierra ascendente. La potencia de su Seishin fue tal que el suelo se quebró bajó sus pies, y resquicios de su exoesqueleto brillaron colores neones intensos. Berisha volvió a trastabillar por la onda de choque generada. Y en vez de maldecir, quedó silenciada de la impresión. Era la primera vez que sentía el aura Seishin de Elseid desbordarse de aquella forma.
Elseid se acuclilló y estiró las piernas. Miró a Berisha por encima del hombro y chilló:
—¡VAMOS, BERISHA!
Para acto seguido convertirse en una fugaz voluta centellante de color amarilla que se lanzó a una abismal velocidad por los claros boscosos, en dirección al Palacio de Sofitel, demoliendo montones de árboles y creando gruesos surcos en el suelo n el proceso de apurarse en llegar al lugar.
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|◁ II ▷|
Palacio de Sofitel
El pecho de Antígono se iluminó con una esfera lumínica. El Ushtria dio un salto, esquivando la patada acrobática de Thrud y elevándose varios metros al aire. La esfera de luz destelló en su pecho, formando una cúpula alrededor de Antígono. Thrud levantó sus brazos en pose defensiva, solo para después ensanchar los ojos de la sorpresa al ver, de un veloz parpadeo, como una proyección de luz salía despedido del cuerpo de Antígono y la arremetía de un puñetazo en el rostro.
Otras cinco proyecciones salieron disparadas del cuerpo de Antígono, arremetiendo brutalmente a la valquiria con puñetazos y patadas que vinieron cargados con un vigor mágico inesperado para Thrud. Sintió todos y cada uno de los ataques dejarle moretones en su cuerpo, como si los mismos fueran ejecutados por una especie de semidiós. Al sexto disparo de efecto lumínico, el verdadero Antígono salió impulsado hacia la diosa nórdica, agarrándola de su mentón y propinándole un feroz revés que la despidió a toda velocidad por el aire.
Rayos de luz orbitales cayeron del cielo al unísono, impactando varias veces contra Thrud. La Valquiria Real chocó con el suelo, describiendo un largo surco con su imparable desliz. Movió los pies y los plantó fuertemente en el piso, logrando detenerse. Acto seguido dio un salto acrobático, poniéndose de pie y volviendo a adoptar su pose de combate; sus manos alzadas en forma de garras, y sus piernas inclinadas.
Antígono la quedó viendo analíticamente por unos segundos. Frunció el ceño al ver pequeños moretones en su rostro y jirones en su elegante traje.
—Nestorio no dio ninguna mención de ti —dijo. Los irises de sus ojos se volvieron brillantes como canicas—. Tampoco veo el Gen en tu cuerpo. ¿Quién eres tú?
—¿Por qué no vienes y lo averiguas? —espetó Thrud, tanteándolo con un ademán de dedo.
<<La forma en la que emplea sus habilidades...>> Pensó Thrud, su mirada fija en los movimientos de Antígono; este último alzó un brazo, y su aura lumínica lo envolvió y se afiló hasta convertirse en una espada de luz. <<Y la energía que emana de esa aura... No es como el Seishin. Es distinto. Se siente como...>>
Antes de culminar su pensamiento, Thrud se vio sorprendida por el fugaz desplazamiento oblicuo de Antígono. De un parpadeo, el Ushtria se desplazó diagonalmente, apareciendo en el lado frontal de su visión. Pero en el instante en que distrajo su mirada para fijarse en los movimientos de su enemigo, fue sorprendida por el multiple ataque al unísono de las cinco proyecciones lumínicas de Antígono.
Las imágenes residuales de Antígono la arremetieron con un mandoble de sus brazos-espadas; al tratarse de proyecciones, los brazos la atravesaron sin cortarla, pero el vigor de los ataques coordinados la dejó mareada al recibir el golpe en la cabeza y pecho. Acto seguido, el Antígono real se abalanzó hacia ella y blandió su brazo-espada, repitiendo el mismo ataque que sus proyecciones lumínicas. Pero esta vez, Thrud consiguió prever el ataque.
Y se dejó golpear. El brazo de luz de Antígono tuvo como objetivo cortarle la cabeza, pero Thrud absorbió el ataque como si hubiese sido un puñetazo. El cuerpo entero de Thrud dio media vuelta, producto del impacto, y utilizó esa energía motora para redireccionar su cuerpo y contraatacar fugazmente con un guantazo eléctrico. Su brazo salió impulsado a la velocidad del rayo, golpeando directo en la cara a Antígono y provocando que su cabeza se inclinara hacia atrás y de hacerle brotar sangre por su nariz. El estruendo del golpe resonó como el azote de un relámpago.
<<Esta energía celestial, casi de carácter divino....¡Es Energía Gaya de Anima Mundi! ¡La misma magia que maneja Sirius!>> El pensamiento fue un vislumbre para la mente de Thrud, al tiempo que movía serpenteantemente su brazo, dejando estelas celestes en el aire tras de sí.
Un rayo orbital cayó del cielo, tragándose a Antígono y haciéndolo desaparecer de la vista de Thrud. El rayo cayó del cielo detrás suyo, y Antígono reapareció, el rostro ensombrecido y ensangrentado tras el golpe. Desplegó una mano hacia delante; en su palma resplandecía un círculo mágico con el símbolo griego Ψ. Su movimiento fue veloz, tanto que ni siquiera Thrud tuvo tiempo de darse la vuelta por completo para esquivarlo. De la circunferencia emanó un rayo de luz pulverizador. Thrud quedó cegada...
Pero justo en el momento en que la ráfaga iba a entrar en contacto con ella, un borrón humanoide apareció justo frente a la diosa nórdica, recibiendo de lleno el impacto del rayo lumínico que los empujó a los dos como si hubieran sido impactados por un tren. Antígono vio por el rabillo del ojo como el invasor y su enemiga eran propulsados por todo el patio hasta impactar contra varios balaustres. De repente, sintió un choque eléctrico en la planta de sus pies. Agachó la cabeza, y ensanchó los ojos al ver una enorme red de cables azules formando un complejo entramado. Estaban a punto de descargar una oleada eléctrica sobre su cuerpo.
Rápidamente saltó y se elevó varios metros al aire. La red de cableado eléctrico explotó en múltiples destellos cegadores, sus corrientes desmenuzando varios arbustos de los alrededores. Antígono miró múltiples fulgores resplandecer en su campo de visión. Velozmente juntó sus manos e invocó una esfera lumínica en su derredor, la cual absorbió los disparos mixtos de rayos láseres provenientes de drones autómatas. Acto seguido, un fino hilo azul envolvió el domo de luz, apretándose contra su circunferencia y aplicando una nueva descarga eléctrica de miles de voltios que cegaron a Antígono.
El Ushtria frunció el ceño y apretó los labios de la molestia. Alzó la cabeza, entrecruzó los brazos formando una cruze luz d, para después estirarlo de lado a lado. La cúpula de luz estalló, provocando una esplendorosa onda expansiva que se extendió por todo el Palacio de Sofitel y más allá, cubriendo cientos de hectáreas de bosque y cegando a todo soldado combatiente que estuviera a su alcance. El hilo eléctrico se pulverizó, los drones se convirtieron en polvo estelar, y gran parte de la fachada de Sofitel se partió por la mitad al recibir el impacto de la onda; balcones fueron destruidos, generando una avalancha de escombros por todo el patio.
Antígono quedó flotando en el cielo por medio de estelas lumínicas que encrespaban su cabello blanco. Tornó la cabeza hacia el lugar donde fueron a parar Thrud y el invasor. El polvo se disipó, revelando a dos nuevos luchadores, cada uno de pie al lado del otro, con Thrud detrás de ellos. Antígono apretó los dientes y frunció el ceño.
—¿Querés ponerle de nuevo la mano encima a nuestra amiga? —espetó Ricardo, los puños a la altura de su cabeza, su exotraje brillando en colores neones azules intensos, formando anillos de luz en sus hombros.
Adoil chasqueó los dedos de su guantelete azul, tanteando a Antígono agitando los dedos y sonriendo.
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|◁ II ▷|
Sala de Audiciones
Para el sobresalto desacogedor de Hattori y Ryouma, el superhumano pelinegro y usuario de un virulento Seishin negro sabía pelear y defenderse cuerpo a cuerpo empleando artes marciales mixtas.
La ferocidad del combate de auras Seishin dejó mella en la tarima y en varios lugares de las graderías inferiores y superiores de la ahora vacía Sala de Audiciones a donde se desplazó la pelea de dos contra uno. Blerian se impulsaba hacia atrás para marcar lejanía de los imparables ataques de los mercenarios nipones, que tan poco tiempo y ventanas abiertas le dejaban para contraatacar. Ryouma y Hattori sabían el peligro que suponía estar a la ofensiva por tanto tiempo, pero esto lo hacían con el objetivo de ver qué aptitud tomaría el superhumano contra sus andanadas de ataques, y de esa forma ir mapeando las habilidades del enemigo al tiempo que lo arremetían sin parar.
Blerian dio un salto con volteretas hacia atrás, elevándose lo más alto hasta alcanzar el segundo piso de graderías. Ryouma le siguió de cerca, aterrizando justo frente de él, para acto seguido arremeterlo con una serie de veloces puñetazos, potenciados por su Seishin. Blerian esquivó inclinándose y desviándose de lado a lado, la mirada indiferente pero a la vez analítica, escudriñando cada movimiento que realizaba Ryouma. Este último barrió el suelo tres veces con un intercambio de deslices de sus piernas, forzando a Blerian a dar saltos para esquivarlos. Gensai agarró y arrancó uno de los sillones a fuerza bruta, para después arrojárselo a Blerian.
Este último dividió en dos el sillón con un fugaz corte de sus manos, convertidas en hinchadas zarpas. Ryouma aprovechó la breve distracción para impulsarse y arremeter con un puñetazo en dirección a su pecho. Blerian lo bloqueó con su propio brazo, mismo el cual empleó para doblar el brazo de Ryouma, agarrarlo de su manga y propinarle un codazo en su rostro. Le siguió otros dos codazos en su frente y estómago, y lo fulminó con una patada giratoria que lo hizo caer sobre varios sillones.
Blerian se dio la vuelta al sentir la presencia de Hattori detrás suyo. Rápidamente arremetió con una patada, la cual Hattori absorbió desplegando su escudo de paraguas de su prótesis. Al instante, el mercenario contraatacó acortando las distancias entre ambos y dividiendo su escudo-paraguas en dos hojas afiladas con las cuales lo cortó de lado a lado. Blerian se protegió con sus brazos; las mangas se jironearon, revelando su piel la cual apenas se vio afectado por los cortes de Hattori. Este último chasqueó los labios; aquel ataque estaba cargado con buenas reservas de su aura. El maldito tenía un Seishin demasiado hercúleo, a pesar de su apariencia escuálida.
El mercenario japonés dispersó los mecanismos rústicos de su protesis, y aplicó Seishin en él para cambiar de arma. Esta vez, de su prótesis de madera se estiró una larguísima lanza de punta de flecha. Se abalanzó hacia Blerian y lo asaltó con varias estocadas. El superhumano desvió el ataque con una vigorosa patada. Hattori contrarrestó con más estocadas, forzándolo a retroceder. Blerian se movía de lado a lado, como una serpiente, esquivando cada estocada sin problema. Hattori reforzó el poder Seishin de la lanza, y arremetió con un amplio mandoble horizontal.
Blerian se agachó y la lanza le pasó por encima. Todas las sillas que estuvieron frente a Hattori salieron volando por los vientos cortantes que generó su ataque. Ryouma tuvo que agacharse también para no ser alcanzado. El superhumano acortó distancia entre él y Hattori. Ambos guerreros Seishin intercambiaron agarres y ataques, tan severo que el roce de sus Seishin hacía destellar el aire con chispas burbujeantes. Trataron de atrapar la muñeca del otro para dislocársela, pero alejaban la mano antes de que pudieran hacerlo.
A ojos de Ryouma, las manos de ambos guerreros se movían tan velozmente que solo veía volutas y líneas imperceptibles traspasarse entre unos y otros. Quedó atónito por unos breves instantes al ver sudor perlar el rostro enfurruñado de Hattori, como si pelear contra este superhumano le generaba molestia. La idea hipotética lo dejó estupefacto, pues jamás había visto a su maestro luchar con tanta intensidad para evitar ser puesto contra la pared en un combate cuerpo a cuerpo.
<<Además, el Seishin de ese sujeto...>> Ryouma escudriñó profusamente el aura negra destellante que rodeaba el cuerpo de Blerian. <<¿Por qué la siento tan distinta del Seishin al que estoy acostumbrado...?>>
Hattori le propinó una patada a Blerian en una de sus piernas, forzándolo a retroceder y a caer hincado de una rodilla. Acto seguido recargó explosivos de Seishin en los engranajes de su protesis. Estiró el brazo, pero justo Blerian lo desvió de un manotazo, provocando que la explosión se produjera a unos centímetros justo al lado de su cabeza. Ryouma se vio forzado a alejarse y apoyarse sobre la baranda para evitar ser alcanzado por la ráfaga de fuego.
Blerian jaló a Hattori de su prótesis y le propinó un severo cabezazo en su rostro. El vigor de su Seishin lo dejó aturdido unos instantes. El agarre a su prótesis de madera fue tan severo que los ligamentos de madera se resquebrajaron. El superhumano afiló sus uñas en garras, pero antes de poder arremeter con una apuñalada, Ryouma dio un salto acrobático y le conectó una patada en el lateral de su cabeza. El golpe hizo que Blerian cayera sobre las escaleras, soltando a Hattori en el proceso.
Tras espabilar de su aturdimiento, Hattori intercambió una rápida mirada a Ryouma. Este asintió con la cabeza. Hattori le devolvió el gesto, para después hacer desenfundar una hoja de sable de su prótesis. La blandió contra el caído Blerian, y Ryouma hizo lo mismo estirando su brazo izquierdo, el puño cerrado y todo su Seishin acumulado en sus nudillos.
Blerian apretó los dientes y miró con odio a sus contrincantes. Propinó un codazo al suelo. Su acto provocó que todo su oscuro Seishin se esparciera por el suelo en una densa espiral. Una circular piscina de Seishin negro se expandió debajo de Blerian y de los pies de Ryouma y Hattori. De la superficie ónice surgieron múltiples manos, que agarraron los brazos de ambos mercenarios nipones, deteniendo en seco sus ataques. Al instante, sintieron como sus energías Seishin eran absorbidas a una velocidad abismal por el agarre de aquellas infernales manos negras.
Trataron de zafarse, pero les fue casi imposible escapar del agarre sin despertar más de su Seishin para que este sea absorbido. Producto de perder rápidamente sus energías, les advino el poderoso mareo y la perdida de su sentido motriz y control de Seishin. La prótesis de Hattori hizo desaparecer su hoja curva a causa de esto. Y con esto, al verlos tan vulnerables por su habilidad, Blerian contraatacó brutalmente impulsándose con todas sus fuerzas contra ellos.
Los agarró de sus cabezas y se los llevó consigo en su incontrolable vuelo por la Sala de Audiciones. Los tres salieron despedidos como un torpedo que sale disparado de un submarino, atravesando las barandas de las graderías, chocando con el suelo de la tarima, y acto seguido atravesar varias paredes, dejando tras de sí numerosos boquetes y ríos de escombros. Blerian estampó las cabezas de Hattori y Ryouma contra el suelo, dejando marcas larguísimas de surcos por la piedra y la madera, hasta llegar al suelo de guijarro de los patios traseros de Sofitel.
Propinó un acrobático salto que lo hizo girar por el aire. Con el impulso de esas revoluciones, Blerian arrojó a Hattori y Ryouma hacia distintas direcciones del patio ajardinado. Ambos chocaron repetidas veces contra arbustos hasta acabar chocando de espaldas contra los soportes de pilares. Blerian dejó de girar en el aire y descendió con la ligereza de una pluma hasta el suelo, aterrizando firmemente.
Dedicó fulminantes miradas a los mercenarios nipones. Estos últimos se fueron reincorporando del suelo con dificultad, los cuerpos sufriendo calambres por la perdida de sus reservas Seishin.
—Un roba-seishins... —masculló Ryouma entre jadeos, la mirada fija en el quieto Blerian— Esto... no es bueno... Hattori-Dono...
<<Entonces su técnica es la de robar reservas Seishin, como Tozoku...>> Pensó Hattori, el ceño fruncido mientras se quitaba escombros de encima. El superhumano alzó una mano; las venas de su dorso se hincharon, y sus uñas se volvieron garras. Su aura negra Seishin rodeó su zarpa, acumulando buena parte.
De pronto, en toda la maraña de ruido sordo de disparos lejanos y de sonidos orbitales que se esparcían por todo el patio ajardinado, un ruido en particular se hizo notar por encima de todos ellos. Hattori y Ryouma repararon en aquel sonido lejano; se oía como el gruñido airado en repetición de algo o alguien acercándose más y más hasta el lugar, pretendiendo llegar con una inexpugnable colisión. Blerian no pareció ser consciente de aquel molesto ruido.
—...ₘᵢₒ, ₘᵢₒ, ₘᵢₒ, ₘᵢₒ, ₘᵢₒ, ₘᵢₒ...
—Hattori-Dono... —farfulló Ryouma— ¿Oyes eso? —se restregó el dedo meñique en el oído izquierdo— Creo que oigo algo acercarse.
—Mío, mío, mío, mío, mío...
Hattori puso los ojos en blanco, se encogió de hombros y ladeó la cabeza.
—Y suena como alguien a quien ya conocemos...
Un resplandeciente borrón turquesa hizo acto de presencia en el escenario, apareciendo catapultado a velocidad hipersónica justo en el lateral izquierdo de Blerian. De aquella centella turquesa surgió un enorme puño, el cual conectó contra la mejilla de Blerian con la brutal fuerza de quien se llevaba guardando aquel nudillazo por muchísimo tiempo. El ojo izquierdo de Blerian pareció por un momento que se iba a salir de su orbita a causa del salvaje puñetazo, el cual deformó su cara hasta convertirlo, en ese breve lapso, en una gelatina de carne amorfa.
A causa del puñetazo, Blerian salió despedido a una abismal velocidad descontrolada por todo el patio, atravesando numerosos arbustos, balaustres, pedestales y estatuas hasta perderse en la oscuridad del bosque. La centella de aura Seishin turquesa estalló cual burbuja, revelando al nuevo combatiente aterrizar firmemente los pies en la tierra, para después desenfundar de su Yokai oruga su espada maldita y alzar el puño con el cual golpeó a Blerian.
Ryushin Hogo describió hélices al blandir en círculos su espada maldita. Enterró la hoja de la misma en el suelo y se volvió hacia Ryouma y Hattori. Después observó su caótico derredor, concentrando el interés de su mirada en los rayos láseres blancos que no paraban de caer el cielo e impactar una sección grande del patio trasero de Sofitel.
—Creo que llegue a tiempo para la batalla, ¿no? —dijo Ryushin, la sonrisa confiada.
—¡Justo a tiempo, Ryushin-San! —exclamó Ryouma, dirigiéndose hacia él al igual que Hattori.
Al mismo tiempo, nuevas caras se presentaban en el escenario. Los tres nipones se dieron la vuelta, topándose con Kenia Park y Masayoshi Budo saliendo de uno de los senderos ajardinados del patio, cada uno vistiendo con su exotraje de combate brillando de colores neón rosado y azul, y cargando en sus manos las katanas de Ryouma y Hattori. Ryushin se los quedó viendo, el ceño fruncido. Los dos Giles no parecieron reparar en él al momento.
—Tomen —dijo Masayoshi al tiempo que le daba su arma a Hattori y Kenia la de Ryouma—. Escuchen, necesito su asistencia en el ala noroeste del palacio. Acaban de llegar dos Ushtrias de los Anillos de Seguridad y están poniendo en peligro a Thrud, Adoil y Ricardo —miró a Hattori—. Uno de ellos es el mismo usuario de Seishin que nos enfrentamos en el torneo.
La mirada de Hattori se ensanchó de par en par, para después endurecerse en un ceño fruncido. Se volvió hacia Ryushin.
—Tú encárgate del pelinegro, Ryushin —dijo, colocando su mano prostética sobre su ancho hombro. Este asintió firmemente la cabeza—. Vamos, Ryouma-Kun.
—Momento —farfulló Kenia, el ceño fruncido, alzando las manos y señalando con una de ellas al musculoso hombretón—. ¿Tú eres Ryushin?
—Y ustedes... deben de ser "Los Giles" —respondió Ryushin en un muy tosco pero entendible español—. ¿Solo son ustedes?
—¡Y además habla español! —exclamó Kenia, encantada.
—Somos siete en total —dijo Masayoshi, dando dos pasos hasta estar frente a él—. Con Ryouma y Hattori, somos nueve —le ofreció la palma de su mano, la mirada bajo su máscara fija en la de Ryushin—. ¿Deseas ser el decimo miembro?
Ryushin se lo quedó viendo de arriba abajo, el interés exorbitante en su mirada. A pesar de un palmo más pequeño que él en estatura, y no tener un cuerpo tan tonificado como él, en la mirada bajo su máscara pudo leer determinación. Una determinación con carácter de quién está dispuesto a hacer una misión, sin importar qué tan peligrosa fuese. Quedó satisfecho con la primera impresión de él.
Sonrió, y estrechó con firmeza su mano.
—Ryushin Hogo.
—Masayoshin Budo —dijo el héroe argentino.
En ese instante, una marea de energía Seishin destructiva arraigó en todo el patio ajardinado. Masayoshi y Kenia sintió el repentino peso en los hombros. Ryouma y Hattori se pusieron al lado de ambos y extendieron el rango de sus auras Seishin para protegerlos de la oleada de energías tentativas y asesinas proviniendo del mismo lugar donde fue a parar Blerian. El intenso flujo de oscuro Seishin provocó vientos huracanados por todo el lugar, haciendo que los arbustos salieran arrancados del suelo y pedazos de escombros volaran por los aires
Ryushin sonrió de oreja a oreja, sintiendo la emoción del inminente combate tamborilearle el pecho. Desenterró su espada maldita del suelo con una patada. El arma dio volteretas por encima de su cabeza y la atrapó con una mano. Su aura Seishin turquesa rodeó su cuerpo
—¡Ano otoko o daiji ni shite kudasai, Ryushin! —exclamó Hattori.
(¡Encárgate de ese hombre, Ryushin!)
Acto seguido, agarró a Masayoshi del hombro y, empleando la super velocidad que le proporcionó sus reservas Seishin, desapareció del lugar en un parpadeo junto con el héroe argentino. Ryouma hizo lo mismo con Kenia.
Quedando solo Ryushin en el lugar, este último, sin borrar su sonrisa bonachona de su rostro, caminó como si nada por la devastadoramente intensa marea de Seishin negro. Dio un silbido al ver la diminuta silueta de Blerian reincorporarse de la hendidura donde fue a parar tras el puñetazo. El superhumano se puso de pie, y alzó la cabeza. El influjo de su negro Seishin se engrandeció todavía más, convirtiéndose en un torbellino incontrolable que había puesto de rodillas a usuarios de Seishin normal.
Ryushin respondió chasqueando rítmicamente los dientes, a duras penas siendo afectado por el aplastante Seishin de Blerian. El aura turquesa del mercenario nipón se acrecentó, aniquilando todo rango de Seishin negro de su alrededor.
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Niveles inferiores de Sofitel
Hangares subterráneos
Agujeros, grandes y pequeños, todos ellos anchos, se abrían en los techos de los hangares donde se halla la mercancía valiosa de las mafias. Y mientras que Luriana hacía que su aspiradora viviente, Mijailovich, se tragara los objetos más pequeños y ligeros (desde joyas, ropas, ídolos y lingotes de oro), Elira amarraba con sus hilos de Seishin los productos más voluminosos, concentrándose en especial en los materiales de Neo-Tecnología Eslava (desde piezas desde armamento antiquísimo de Neo-Tecnología hasta pedazos de maquinaria que otrora hubiesen pertenecido a alguna máquina de guerra o a un Mecha) para después, haciendo uso de la telequinesis de su Genezis, mandarlos disparados por los cielos con el objetivo enmarcado de ir directo hacia la base. Misma en donde se hallaba escondido su Jefe, descansando en su longevo letargo que, tarde o temprano, debería de despertar.
—Venga, venga, démonos prisa —farfullaba Elira, amarrando fugazmente una pieza de artillería fulgurante para después darle un toque en su superficie. Un destello azul circular se manifestó en la pieza, y acto seguido salió disparado a toda velocidad por uno de los agujeros del techo— No sé qué clase de sorpresa están pasando ellos allá arriba, pero me pone nerviosa que Berisha nos comunique tan alterada como lo hizo.
—¿Crees que esas sorpresas que nos dijo se deban a los Giles? —sugirió Luriana, mientras que su aspiradora viviente hacía revolotear sus ojos de canica con cada joya, jada estatuilla, cada busto y cada dispositivo electrodoméstico que se tragaba.
—Nestorio nos dijo que ninguno de esos tipos posee Genezis. Como mínimo, tecnología anti-superhumana —Elira amarró dos anchos misiles blancos de dos metros de altura y después les dio sus toques telequinéticos. Los misiles salieron volando fuera del hangar a través de los agujeros en el techo, como si hubiesen sido eyectados—. Aún así, no entiendo como pudieron causar tanta conmoción.
Elira aguardó silencio para observar analíticamente su derredor. La sala estaba ya prácticamente vacía, tanto que era aterrador ver que no quedaba ni una sola mota de mugre en el piso, esta siendo limpiada por la aspiradora Mijailovich. El único objeto que quedaba en la estancia era una esfera negra de vetas blancas geométricas que no paraban de moverse alrededor de su superficie. El prototipo de Neogenic Dirac. El objeto más importante a robar en toda esta misión.
Hasta ese momento, Elira se mantuvo alejada del objeto con el propósito de dejar que las "energías negativas" del mismo se disiparan, según explicación de Berisha. Esta última, por medio de su habilidad de Genezis, terminó en tiempo record un dispositivo mecano-cuántico (que llevaba construyendo por años, desde que supo la existencia del Neogenic Dirac), y que al activarlo por primera vez, generó un mecanismo similar al de un generador de partículas, con el cual apaciguó las terribles ondas físicas que evitaban que cualquier objeto se le acercara más de dos metros sin que sufriera anomalías radioactivas.
Las vetas blancas de la superficie de la esfera dejaron de moverse, y el zumbido que emitía acalló. Elira le chasqueó los dedos a Luriana, y esta asintió con la cabeza. La pelinegra apuntó su aspiradora hacia el objeto, y comandó a su objeto viviente que consumiera todos los residuos radioactivos que quedasen remanentes en el ambiente. Mijailovich revolvió sus ojos de canica y empezó a aspirar buena parte de la materia atómica del ambiente, incluyendo parte del oxígeno. A los pocos segundos dejó de chupar el aire, y sus ojos de canica se aquietaron, concluyendo así su tarea.
Elira estiró hilos de Seishin y los envolvió entre sus dedos. Se encaminó hacia la anómala esfera. Pero al tercer paso se detuvo y ensanchó los ojos al sentir una presencia invasora, seguida por el zumbido de un disparo psionico. Velozmente invocó un escudo telequinético alzando sus brazos; la materia psionica absorbió el disparo. Luriana se volvió al instante hacia el origen del disparo. Elira bajó los brazos y alzó la cabeza.
Un hombre de gabardina, corbata, pantalones acampanados, sombrero y perturbadora máscara de manchas negras movedizas se adentró en el hangar vacío, el brazo estirado donde sostenía su pistola de plasma. Santino Flores, AKA Enigmático Gentleman.
Esta vez, en vez de sorprenderse, Elira puso cara disgustada. Luriana enarboló el tubo curvado de su aspiradora y lo apuntó hacia él; de las fauces de la aspiradora viviente emergió una larga lengüeta babeante.
—Ya estoy cansada de este sujeto, Elira —gruñó—. ¿Qué prefieres? ¿Matarle o tomarlo como rehén?
—Ni siquiera vale la pena, Lur —respondió Elira, desenredando el entramado de hilos Seishin de sus manos—. Nestorio nos dijo que ninguno de su grupo posee ninguna habilidad Genezis que puedan ponernos en peligro. Haz que se lo coma Mijailovich. No me interesa —se volvió hacia la esfera de Neogenic Dircac.
Unas sonoras carcajadas provinieron de Santino. Elira se dio la vuelta, y se sorprendió tanto como Luriana al ver como Enigmático Gentleman guardaba su pistola de plasmas en la funda de su sobaco.
—Sabes, es divertido... como asumes la debilidad de otros por no tener el "Gen" —espetó Santino, masajeándose el mentón—. Eso es incluso hasta discriminatorio, si me lo preguntas.
—Vete de aquí si aprecias tu maldita vida —espetó Elira, estirando un brazo como quien echa a un perro callejero—. No te lo diré de nuevo.
—Verán, chicas —Santino palmeó dos veces sus manos—. Yo no necesito ningún poder extravagante... para ponerlas a ustedes, y a todas estas instalaciones, en peligro.
—¿De qué hablas tú? —maldijo Luriana, la lengüeta de su aspiradora viviente revoloteando en el aire.
—Verán, si Nestorio no les contó toda la historia, yo tengo una asociada que es a la vez... la hija de mi mejor amigo —Santino hizo gestos despreocupados con la mano—. Parece una buena chica, y es una buena muchacha, ella. Pero cuando se pone seria, se pone más loca que una puta cabra. Loca como su madre. Su tío y su abuelo le enseñaron cosas básicas de manipulación de tecnología anti-superhuma...
—Viejo... —Elira cerró los ojos y apretó un puño, su Seishin azul envolviendo su mano— Te voy a cortar la puta yugular, ¿vale? Si no te vas de aquí.
Fuera del hangar vacío, oculta detrás de los escombros de un tabique derribado y cerca de las escaleras que la llevarían fuera del lugar, una nerviosa y sudorosa Martina Park podía oír toda la conversación, más no verla. No se atrevía a asomar la cabeza ni por un segundo; pensaba que la verían. Incluso pensaba en paranoia pura que aquellas dos mujeres sabían donde se encontraba ella. No importaba. Todo lo que le dijo Santino que tenía que hacer era estar escondida, y tener la mano bien apretada sobre la palanca del control remoto conectado a todos los explosivos que Santino implantó alrededor del hangar donde se hallaba ahora, con esas dos mujeres.
—No, escúchenme —Santino alzó una mano—. Me supuse que algunos de ustedes estarían aquí, robándose la preciada mercancía de los mafiosos. Así que, antes de irrumpir aquí, me tome la molestia de implantar explosivos Silver-Electro V5 alrededor de todo este lugar, interconectado por el magnetismo de una palanca de presión a mano. Mismos explosivos Silver-Electro V5 de Tier 4 fáciles de instalar que utilicé en la Guerra de las Malvinas para pulverizar a Superhumanos británicos. Y con lo que la chiquilla aprendió de su tío y su abuelo, ahora está a cargo de los explosivos eléctricos. Es toda una profesional.
Luriana y Elira intercambiaron miradas, la perplejidad atónita dibujada en sus caras. Santino prosiguió su enervante exposición:
—Si no salgo de aquí en los próximos cinco minutos, la chiquilla quitara la presión de la palanca, y todo este lugar volará en pedazos. A ella le dará tiempo de salir, por lo que traten de usar su super velocidad para ir tras ella. Sacudan una nalga, muevan una teta, y la IA Psifia las detectará, le avisará a la chiquilla, y ella accionará el explosivo. Quizás la explosión no las mate, pero si espero que las deje muy malheridas.
—Lunático... —masculló Luriana, la sorpresa en su rostro, los labios encorvados en una sonrisa.
—Konoyaro... —berreó Elira en japonés, para pasar de nuevo al albano. Frunció el ceño— ¿Por qué llegar tan lejos, ah?
—No me importa morir, aquí... —dijo Santino, ladeando la cabeza— Porque yo reencarné en este mundo... ya muerto.
—¿Qué buscas con todo esto? —preguntó Elira, poniendo sus manos sobre sus caderas. Sin que Santino se diera cuenta, comenzó a extender sus invisibles hilos azules por el suelo, formando lentamente un entramado de telarañas por todo el hangar.
—Solo dos cosas —Santino izó un dedo—. Primero, quiero saber qué buscan haciendo todo esto. Y segundo —alzó otro dedo, y con este señaló la esfera—, quiero esa esfera de allí.
—¿Por qué?
—No tengo que darte explicaciones, pelirosada —Santino chasqueó y agitó los dedos—. Quiero ese objeto. Recuerda —se golpeó con un dedo su muñeca, como indicando un reloj—, si en cinco minutos no salgo de aquí, la chiquilla nos hará explotar. Ya deben quedar como tres minutos.
—¿Es cierto lo que dice; Elira? —murmuró Luriana.
—Lo es —gruñó Elira entre dientes—. Detecto la presencia de esa niña justo frente a la salida. Además, también puedo determinar los lugares donde implantó los explosivos.
—Que hijo de puta...
—¡¿Entonces?! ¡¿Qué será primero?! —gritó Santino, extendiendo ambos brazos.
—Muy bien, estúpido hijo de perra —Elira dio dos pasos hacia delante, encarando a Santino con la mirada—. ¿Quieres saber por qué hacemos todo esto? —sonrió con desgano. Luego extendió un brazo hacia delante; sin que Santino lo notara, Elira con esta acción hizo que hilos Seishin empezaran a envolverse sobre los tobillos del Gil— Porque nosotros tenemos algo que decirle al mundo. O, mejor dicho, tenemos una huella que dejar en este mundo.
—¿Y esa huella que sería? —preguntó Santino, acercando una mano a la funda de su pistola psiónica al notar como la pelirosa se le aproximaba.
—Dejar de ser oprimidos, y no ser los opresores.
Santino frunció el ceño bajo su máscara. La respuesta fue tan inesperada que quedó taciturno por varios segundos. Elira prosiguió, su mirada de ojos azules fija en él:
—Lo más probable es que hayas visto como nos tildan, ¿no es así? —alzó ambas manos— Terroristas, rebeldes, socavadores de la paz, instigadores de la guerra... Es probable que hasta hayas oído que nosotros fuimos los responsables de la "guerra civil" que se vive en Albania actualmente. Todo eso es patraña. Mentiras amarillistas con las cuales tergiversar lo que hemos hecho, y lo que pretendemos hacer. Y eso es... la lucha por poner fin a la lucha.
—La lucha engendra más lucha —opuso Santino—. Lo que ustedes hacen derivara en una guerra a gran escala.
—¿Y crees que no lo sabemos? —Elira sonrió en hilarante ironía— Nosotros sabemos que nuestra actividad influye en todo el mundo, sea directa o indirectamente. Desde el hombre más pobre de clase media en Raion Bosnia, hasta el más ricachón de la Raion Rusa. La diferencia está en que yo, mi amiga —señaló a Luriana con la mano—, y todo nuestro grupo hallamos satisfacción en la lucha por el bienestar común. O dime tú —hizo un ademán de cabeza hacia Santino—. Quitando las mentiras mediáticas, ¿has visto que nosotros hayamos cometido un "atentado terrorista" de forma no deliberada en la que nuestro propósito fuera matar ciudadanos comunes y corrientes?
—¿Qué hay del Coliseo Pandemónico? ¡¿No pensaron que pondrían vidas en peligro en ese lugar?!
—Ujum. Y con eso hemos dejado claro el mensaje. ¿Cuánta gente fue reportada como fallecida por nuestro ataque?
Santino estuvo por responder una exorbitante cantidad... que en realidad correspondía a numero de heridos. Sobre todo, los del MIcrodistrito de Grigory, de los cuales resultaron heridos más bien por los daños colaterales de la hercúlea fuerza de Maddiux en su lucha contra los Ushtrias, que los Ushtrias en sí mismos. No se podía tampoco tener en cuenta a los que fueron convertidos en Ictiocentauros, puestos que estos volvieron a la normalidad una vez acabado el atentado. Y, de nuevo, hubo pocos, o casi ningún fallecido en el ataque.
—¡¿Y qué hay del atentado que están gestando aquí?! —respondió en cambio— ¡Están cometiendo una matanza!
—Sí, me imagino que tú sabes sobre matanzas con lo de los explosivos, ¿no? —profirió Elira. Su respuesta dejó congelado a Santino; lo había leído como un libro abierto— Además, ¿de verdad me vas a recriminar nuestros asesinatos a los mafiosos? ¿Misma gente que ha oprimido al trabajador honesto, y ha instigado todas las guerras suscitadas en las Provincias Unidas por buscar más poder y riquezas a costa del pueblo común, y que se han llevado la misma cantidad de muertos, más inocentes que involucrados?
Enigmático Gentleman quedó mudo de la perplejidad. No se esperó aquel nivel de flexibilidad verbal con la que Elira lo atacó.
—A mi no me hace falta filosofar sobre egoísmo o altruismo —continuó Elira. Para este punto de su discurso, el entramado de hilos Seishin ya recubría la totalidad de la estancia del hangar vacío, al punto de extenderse hasta los dispositivos Silver-Electro V5 bien ocultos dentro de las paredes aledañas al rellano—. Todos somos egoístas, y buscamos la satisfacción propia. Pero lo que nos hace distinto de los mafiosos, y de los políticos corruptos, es que nosotros torcemos nuestra satisfacción por el bien común. Y pelearé por alcanzar ese bien común —se señaló a sí misma con el dedo índice—, no importa quiénes o qué me interponga. No me importa si me vuelvo enemiga de todo el mundo corrupto. No voy a revivir las penurias que tuve que vivir por la corrupción del Alta Stigma, bajo los tiranos de la Tercera Guerra Mundial, y bajo los Kaijus durante el Holocausto.
Elira Minoguchi extendió los brazos hacia ambos lados y cerró los dedos. Aquella acción provocó que las raíces de sus hilos Seishin transmitieran su poder psicoquinético, con la cual formó cúpulas de escudos telequinéticos alrededor de todos los explosivos. La albano-japonesa señaló al anonadado Santino con un brazo, y le dedicó una mirada sagaz.
Brisas veloces soplaron a las espaldas de Santino. La silueta de Luriana, blandiendo el tubo curvado de su aspiradora, se cernió sobre él. Las fauces de Mijailovich resonaron con un gorjeo hambriento. Santino trató de impulsarse con ayuda de las prótesis de sus piernas, pero quedó inmovilizado por los hilos Seishin de Elira. Santino apretó los dientes. Alzó su brazo, y este recibió de lleno el impacto de las fauces de Mijailovich.
Las defensas cibernéticas de su prótesis no soportaron la absorción del golpe, y Santino sintió el terrible crujido de huesos y piezas metálicas. Su brazo se desdobló y quedó colgando de su hombro. Ignorando el terrible dolor, Santino desenfundó velozmente su pistola psiónica y disparó contra Luriana. Esta última desapareció, desplazándose con su super velocidad para quedar esta vez a espaldas del Enigmático Gentleman.
Luriana jaló del cuello de la gabardina de Santino, y lo estampó duramente contra el suelo, los hilos Seishin de Elira aún amarrados a sus tobillos. Acto seguido, colocó su pie sobre su pecho para que no pudiera levantarse. Santino protestó moviéndose a duras penas. Luriana le quitó el sombrero, y después le arrancó la máscara, revelando su arrugado y anciano rostro. Solo bastó con una mirada para que Elira lo reconociera.
—Me supuse que eras tú, señor "Enzo" —dijo, la sonrisa victoriosa.
Se oyeron numerosos estruendos sucederse en efecto dominó a las afueras del hangar, y un breve pero terrible temblor sacudió toda la galería. Seguido de ello, se oyó las avalanchas de escombros. Largas extensiones de grietas recorrieron las superficies de las paredes alrededor de ellos, y algunos pedazos cayeron al piso. El techo vomitó vaharadas de polvo, y las lámparas de neón tiritaron.
Elira apretó los dientes y gruñó del dolor. Unos hilillos de sangre bajaron por sus sienes y su mentón, cayendo al suelo en gotas rojas. Cerró y abrió los ojos. Luriana la tomó de un hombro para mantenerla balanceada y evitar que se cayera. La albano-japonesa abrió los brillantes ojos azules.
—Plan frustrado, señorito —murmuró—. Nos toca ahora.
Y en un abrir y cerrar de ojos, ambas mujeres desaparecieron de la vista de Santino.
Los hilos de Seishin se desvanecieron de sus tobillos al poco instante. Con dificultad (por su brazo destruido) se reincorporó, recogiendo su máscara en el proceso. Miró a sus espaldas al oír un silbido eléctrico. Observó, con gran consternación, como la esfera Neogenic Dirac se elevaba unos cuantos metros hasta adquirir velocidad y salir despedido fugazmente por uno de los agujeros del techo.
A la mayor velocidad que le permitió sus piernas, Santino cojeó fuera del hangar. Recorrió los pasillos llenos de escombros en dirección al zaguán de escalinatas donde debería estar Martina, esto mientras sostenía su brazo prostético dañado. Atravesó el último pasadizo y pasó por el umbral que daba a la estancia. El terror se le acrecentó en el pecho. Miró hacia todos los lados, pero no la halló.
No la halló. No la estaba hallando, no importaba cuanto buscara aquí y allá, bajo escombros o detrás de pilares. Santino trastabilló hasta quedar en el centro de la habitación. Una explosión proveniente de la superficie retembló todo el zaguán.
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
A las afueras de Sofitel
Los pies de Masayoshi Budo se deslizaban curvadamente en veloces zigzagueos, producto de los propulsores de plasma celeste implementados en los tobillos de su exotraje. Con esta mejora a su emblemático atuendo, el Merodeador de la Noche surfeó por la superficie de balaustres de balcones, de altares y de templetes, dando saltos acrobáticos que lo alzaban varios metros por el cielo. Todo esto mientras esquivaba los imparables disparos de metralla de Bukuroshe Berisha.
Kenia Park la seguía de cerca, impulsándose aquí y allá con sus poderosas piernas, potenciadas por los mejoramientos cibercorporales que le proveía su resplandeciente exotraje rosado. La Cibermante de los Ushtria surcaba acrobáticamente el aire empleando una mochila propulsora que, a ojos tanto de Masayoshi como de Kenia, había sacado de la nada.
La metralla de los cañones en las prótesis coloridas de Berisha destruía todo el camino que Masayoshi surcaba con sus calzados propulsados de plasma. Balaustres se volvían añicos, techos de templetes se desmoronaban en montañas de escombros, y maleza se convertía en ascuas y cenizas por el intenso fuego de los disparos de plomo. El Merodeador de la Noche surfeó a las afuera de los patios de Sofitel, adentrándose en el profundo bosque de coníferas. La batalla campal entre los paramilitares eslavos ya había llegado al palacio; tropas enemigas se escondían entre los árboles, intercambiando disparos o luchando encarnizadamente cuerpo a cuerpo.
Todo con tal de impactar en su objetivo, los disparos de Berisha no perdonaban a ningún supersoldado o superhumano. La metralla era tan potente que partía en dos los árboles más gruesos, y trituraba sin piedad a los soldados eslavos; no importaba si estos portaban alguna servoarmadura o fueran poderosos superhumanos, todos resultaban muertos ante los veloces surcos caóticos de la lluvia de metralla de la alocada Berisha, la cual no paraba de desternillarse cada vez que veía a Masayoshi siendo acorralado contra un árbol o un séquito de soldados enemigos, y no tenía más opción esquivarlos con una maniobra peligrosa. Las balas le pasaban rozando el cuerpo con cada una de sus acrobacias atléticas.
Sin que Berisha reparara en su plan inicial, Masayoshi, quien parecía huir en círculos alrededor de un perímetro marcado del claro boscoso (ahora condecorado con muchos cadáveres de soldados), en realidad estaba instalando, en la planta de varios árboles, dispositivos Silver-Electro de largo alcance con los cuales interceptar a Berisha. Al implantar el último, Masayoshi trepó sobre un árbol y saltó, justo cuando la metralla de Bukuroshe partía el árbol en dos. El Merodeador de la Noche desenfundó su pistola de gancho y disparó. El arpón salió despedido a velocidad sónica. Berisha se desplazó rápidamente hacia la izquierda, esquivándolo sin problemas. En ese breve instante, Masayoshi desenfundó un boomerang con forma de águila azul, y la lanzó hacia su enemiga.
El boomerang se enzarzó sobre el bolso propulsado de la Cibermante. Y nada más pitó, los dispositivos Silver-Electro se activaron al unísono. Ondas de choque eléctrico, como relámpagos azotadores, salieron disparados de los dispositivos, y todos golpearon al mismo tiempo a Berisha, causando que su propulsor se le explotara en la espalda y quedara flotando unos instantes en el aire. Instantes que Kenia Park aprovechó para dar un salto, elevarse hasta donde estaba ella, y propinarle una poderosa patada ascendente en su cabeza.
La Ushtria salió despedida a gran velocidad hasta colisionar en el centro del claro boscoso. El impacto generó una explosión de polvo denso; la enemiga de los dos Giles quedó enterrada dentro de un cráter. Agujero del cual no tardó en salir; un borrón celeste emergió, y disipó de un manotazo toda la cortina de humo. Kenia aterrizó de cuclillas en el centro del claro. Masayoshi llegó hasta ella deslizado por sus propulsores de plasma.
Bukuroshe Berisha se masajeó el mentón; no tenía ninguna herida, ni siquiera un moretón producto de la patada de Kenia, a pesar de que esta última puso toda su fuerza en aquel ataque. La cibermante un brazo y señaló a la pareja apuntando con dos dedos de su prótesis roja.
Y Bukuroshe Berisha desapareció de la vista de Masayoshi y Kenia, convirtiéndose en una serie de hologramas espectrales blanquecinos que dejaban imágenes residuales por todo el camino zigzagueante que recorrió hasta ellos. Masayoshi y Kenia chocaron espalda contra espalda; el primero desenfundó sus bastones eléctricos, mientras que la segunda desplegó dos hojas doradas con forma de agujas de debajo de los brazales de su exotraje.
Masayoshi desenfundó velozmente un módulo de su cinturón táctico y lo impactó contra el piso. Un campo físico de pulsos electromagnéticos se manifestó en forma de cúpula alrededor de él y de Kenia. Cualquiera que entrara en el campo, y que tuviera algún tipo de traje cibernético o implementos cibercorporales, se vería severamente afectado por la carga ionizada del campo, el cual estaba diseñado de tal forma que no afectara a los usuarios que estuvieran ya dentro de ella.
Pero ese reglamento fue destruido por la habilidad de teletransportación de fotogramas de Bukuroshe Berisha.
Los fugaces desplazamientos de hologramas blancos de la Cibermante atravesaron el campo de pulsos, y una de ellas atrapó a Kenia agarrándola de los hombros. Masayoshi se dio la vuelta y observó, con horror absoluto, como Kenia se convertía de pronto en una figura bidimensional atrapada en una especie de espejo flotante. El cristal rectangular voló por los aires dando varios giros, siendo enarbolada por uno de los hologramas blancos de Berisha... el cual resultó ser la misma Berisha en carne y hueso.
La Ushtria propinó una severa patada al espejo, ocasionando que Kenia saliera del espacio bidimensional y saliera disparada como una piedra, chocando repetidas veces contra el suelo hasta atravesar un árbol, partirlo en dos y perderse en el horizonte boscoso.
—¡¡¡KENIA!!!
Masayoshi Budo desenfundó una pistola psiónica y apretó varias veces el gatillo. Las ondas expansivas brotaron del cañón con la misma furia desprevenida que su pistolero. Bukuroshe Berisha se movió velozmente en zigzagueos, apareciendo aquí y allá, esquivando los disparos y dejando que estos produzcan cráteres profundos a su paso. Esto sin usar su habilidad de teletransporte de fotogramas. La Ushtria era tremendamente veloz a ojos del Merodeador.
Berisha agarró la pistola psiónica con una de sus prótesis; en un abrir y cerrar de ojos la desarmó, volviéndola pedazos que cayeron a los pies de Masayoshi. Acto seguido, Berisha atacó con un raudo puñetazo. El Merodeador lo esquivó por los pelos agachando totalmente el cuerpo, para después contraatacar con una patada ascendente que golpeó la cara de Berisha. A pesar de la fuerza incrementada por el exotraje, vio que Berisha apenas trastabillaba unos dos pasos antes de contraatacar. Maldición, ¡no incluso con estas mejoras, no era suficiente para estos tipos!
Se alejó de un impulso, y el puño rojo de Berisha terminó impactando contra el piso. La fuerza del choque generó un intenso temblor que abrió numerosas grietas gruesas. Masayoshi desplegó largas cadenas de eslabones eléctricos por el suelo, justo cuando Berisha salió impulsada hacia él. Las carlancas descargaron miles de voltio sobre Berisha, pero la superhumana las soportó. Y no solo eso; en el último instante, en la palma de su prótesis azul creó una esfera metálica que resplandeció al absorber toda la energía eléctrica de las descargas.
Las corrientes eléctricas fueron atraídas por la bola cibernética, y esta última terminó fulgurando tanto como un sol diminuto. Con una sonrisa sádica de oreja a oreja, Berisha aplastó la esfera contra el piso, devolviendo todas las descargas eléctricas y provocando que estas se esparzan por todo el claro boscoso, propagándose por toda la flora y creando chispas que degeneraron en intensas llamas
Masayoshi quedó paralizado y electrocutado. Por fortuna, su exotraje absorbió buena parte del poder destructivo de la electricidad. Sus bastones no soportaron la andanada de chispas, y estallaron en sus manos. Berisha saltó, impulsándose hacia Masayoshi y arremetiendo con su puño rojo, buscando golpearle la cabeza. Masayoshi se liberó a último momento de la parálisis, y velozmente desenfundó, de debajo de su antebrazo, una hoja eléctrica color neón, con la cual absorbió el puñetazo.
La potencia barbara del golpe se esparció por todo el cuerpo de Masayoshi hasta terminar su recorrido en sus pies. El suelo bajo suyo se hundió bajo un severo resquebrajamiento. Berisha carcajeó con ganas al ver como el cuerpo del Merodeador de la Noche, aunque tembloroso de pies a cabeza, se mantuvo firme.
—¡Ho, hooo! ¡Ominosamente resistente, incluso sin Gen!
Un fugaz borrón destellante apareció recorriendo todo el claro hasta alcanzar a Berisha. Kenia arremetió a la Ushtria con una patada ascendente. La Cibermante se convirtió en un espejo bidimensional justo antes de que Kenia le conectara el golpe. Su patada destruyó el cristal, y numerosos pedazos de vidrios intangibles se regaron por el aire.
Bukuroshe Berisha reapareció a dos metros de ellos. Masayoshi y Kenia se volvieron hacia ella, pero antes de dar un paso más, la Ushtria presionó un botón que hizo aparecer de debajo de su manga. De repente, mecanismos que rodeaban a ambos Giles en un anillo (y del que no se habían dado cuenta) tendieron alrededor de ellos paredes de plasma circulares que los atraparon en un muy estrecho tubo. El espacio de las paredes plásmicas se redujo, obligándolos a arrimarse los unos a los otros.
Para después ser completamente inmovilizado por una presión magnética cargada iónicamente que, poco a poco, empezaba a aplastar sus huesos y a achicharrarlos.
—Fue divertido mientras duró —dijo Berisha, la sonrisa bobalicona e infantil. Hizo un ademán de despedida con su prótesis roja—. Sayonara, bitches.
La Ushtria se convirtió a sí misma en un espejo que se destruyó a sí mismo, desapareciendo así de la vista aterrada de Masayoshi y Kenia.
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|◁ II ▷|
Muchos aerodinos, en donde se resguardaban muchos jefes de las mafias que lograron salir con vida de la Sala de Audiciones, sobrevolaron los nocturnos cielos mientras eran asaltados por la constante caída de rayos orbitales que llovían sobre el patio donde se encontraban Thrud, Ricardo y Adoil, esquivándolos en constantes movimientos de aquí para allá como si fueran pollos sin cabeza.
Algunas aeronaves fueron alcanzadas por la lluvia de ráfagas estelares. En algunos, los daños no fueron severos más allá de la avería de algún ala motora. Otros, sin embargo, recibieron de lleno el impacto de los rayos, los cuales los atravesaron y los partieron en dos, generando que explotaran y que, con ello muchos capos y hasta algunos jefes mafiosos murieran en el acto.
Mientras que, a lo lejos, las aeronaves demolidas por los rayos orbitales caían lentamente hacia el bosque, Thrud, Ricardo y Adoil atacaban al unísono a Antígono Bardhyll. La primera enarboló sus dos espadas (traídas por los dos Giles) y chocó entre sí sus hojas. El chasquido metálico resonó, seguido por la invocación de varias esferas eléctricas que salieron dispersadas por todo el aire, describiendo serpentinos caminos hasta el macedonio. Este último alzó una mano y, al chasquear los dedos, provocó que el material lumínico de aquellas centellas se desvaneciera antes de que llegaran a él.
Con la distracción del ataque de Thrud, Ricardo Díaz aprovechó para dar un salto y ascender hasta la altura donde se encontraba Antígono. La capa de su exotraje ondeó, y de los anillos de luz implementados en su espalda nacieron largos arabescos de luz que, raudamente, dispersaron múltiples hologramas de sí mismo alrededor de Antígono. Ricardo desenrolló sus hilos eléctricos de las protesis de sus antebrazos; los diez hologramas imitaron sus movimientos. Y, todos juntos, atacaron azotando al mismo tiempo a Antígono con un despliegue eléctrico.
Los hilos se enroscaron por todo el cuerpo de Antígono, y se apretaron contra él, causándole algunas heridas de quemaduras. Pero antes de que pudieran fustigarlo con una pulverizadora carga eléctrica, una esfera de luz destelló en el pecho del Ushtria. Ricardo previó el ataque, a sabiendas del patrón que seguía justo antes de la invocación de la esfera lumínica. El cuerpo de Antígono se volvió luz pura, y se desplazó de forma fugaz por el aire hasta alcanzarle, liberándose en el proceso de las sogas eléctricas.
En el momento justo en que Antígono extendía su mano para agarrarle el cuello, Ricardo empleó los impulsos de propulsión de su exotraje para alejarse, al mismo tiempo que dejaba tras de sí una imagen residual holográfica. Agitó un brazo, y su holograma le imitó, haciendo que este arremetiera a Antígono con un latigazo eléctrico. El Ushtria volvió a desplazarse lumínicamente hacia él, eludiendo el azote eléctrico y, esta vez, acortando distancias hasta atraparle agarrándolo de los cabellos.
A punto estuvo Antígono de extinguir a Ricardo acercando un circulo de luz a su pecho, del cual dispararía una ráfaga de luz pulverizadora. Pero antes de que el circulo mágico se accionara, un borrón eléctrico apareció volando hasta llegar a Antígono. Este último lo vio de soslayo, advirtiendo que era la Valquiria Real arremetiendo contra él de un doble espadazo.
Una ráfaga orbital cayó del cielo, teletransportándolo instantáneamente a las espaldas de Thrud, justo después de que esta blandiera sus espadas y liberara una ola eléctrica que se esparció por el aire. Antígono agarró a Ricardo y a Thrud de sus cabellos, sosteniéndolos con tanta fuerza que ambos pensaron que Antígono les iba a arrancar las cabezas. Pero no fue así; en cambio, una esfera de luz se manifestó en el pecho del Ushtria, de esta emanaron destellos holográficos, uno a uno, anticiparon lo que iba a pasar: Antígono estampando sus cabezas contra el piso.
Uno, dos, tres, cuatro y cinco imágenes residuales de luz divina surcaron más de veinte metros de altura, reproduciendo una y otra vez el video de Antígono enterrando las cabezas de Thrud y Ricardo en el piso. Al sexto resplandor cegador de la esfera en su pecho, Antígono salió disparado del cielo, estiró sus brazos hacia abajo, y sepultó las cabezas de ambos Giles bajo tierra. El impacto fue tan severo que los cuerpos de ambos se inclinaron hacia delante, producto de la aceleración, el suelo alrededor de ellos se abrió con cientos de grietas que irradiaron con la misma luz divina.
La diosa nórdica se recompuso a la velocidad del rayo nada más sentir el agarre de Antígono menguar un poco. Se lo quitó de encima con una patada en el estómago, seguido por el disparo de una ráfaga eléctrica que lo obligó a invocar un escudo de luz y con el cual absorbió el ataque. El rayo lo alejó varios metros. Thrud desactivó su ataque e, instantáneamente, agarró de los hombros el cuerpo inerte de Ricardo y se teletransportó.
Antígono Bardhyll hizo desaparecer el escudo de luz una vez el rayo se detuvo. Miró hacia todos lados en búsqueda de sus enemigos. En ese instante, sintió un escalofrío en la espalda, seguido de un inminente choque de fuerzas magnéticas perturbar las vetas de luz de su cuerpo. Velozmente se dio la vuelta, y atrapó la muñeca de un humano invisible. Antígono apretó la muñeca del sujeto, invocando arabescos refulgentes que destruyeron la capa de invisibilidad Eindecker del enemigo, revelando a Adoil Gevani... con su guantelete marrón abriendo su palma, revelando un turborreactor circula del que emanaba aplastante presión gravitacional.
El científico argentino apretó los labios y frunció el entrecejo, aplicando todas las fuerzas que le proveyeron las mejoras cibercorporales para aplastar la palma de su guantelete en el pecho de Antígono. Este último lo observó fijamente, la mirada entre resquemor y la perplejidad de que aquel anciano se le hubiese acercado tanto sin que él lo notara.
—¡Jodido mascabolas! —bramó Adoil, propinándole a Antígono un propulsado rodillazo en la ingle.
El Ushtria ensanchó los ojos de la sorpresa dolorida por tan innoble golpe. Se llevó una mano a la entrepierna. Gevani plantó la palma de su guantelete sobre el pecho de Antígono, y aplicó la aplastante presión gravitacional sobre él. Se oyó un breve crujido de huesos, seguido por los ruiditos de chispas y cortos circuitos del guantelete de Gevani. El científico argentino gruñó de la sorpresa y dolor. Trastabilló, y se miró la mano, descubriendo con gran horror como el guantelete cibernético se le había quemado en la mano, producto de la luz incandescente de Antígono.
Alzó la cabeza al oír un gritito resentido venir de su enemigo... Y recibió de lleno en la cara el potentísimo resplandor solar del guantelete de nubes de Antígono.
Adoil trastabilló hasta tropezar y caer de culo al piso. Abrió los ojos, pero no pudo ver a Antígono. De hecho... no pudo ver absolutamente nada. Veía todo borrosamente blanco.
—M-mi... ¡M-m-mis ojos...! —farfulló, las manos temblorosas sobre la cara— ¡No puedo ver!
El celestial grito de Antígono vino acompañado de la aparición de una nueva marea lumínica que dominó una enorme circunferencia del patio, cubriendo absolutamente toda la terraza y sumergiendo al cegado Adoil en una prisión de luz en la cual el científico argentino no podía ver, solo escuchar y sentir como lentamente le quemaba la ropa y la piel. Y lo que oía era el crescendo de un sonido motorizado, un sonido sibilante parecido al de una brisa tormentosa que aumentaba y aumentaba su volumen, así como también el fulgor de sus irradiaciones y centelleos dorados.
Aquel coliseo de pilares de luz ascendentes y decrecientes se convirtió en un espectáculo de luces, tan fulgurantemente cegadores que era vista por los soldados de a pie y por los mafiosos que viajaban en las ya lejanas aeronaves, perdidas en el horizonte. Antígono Bardhyll se elevó diez metros al aire. Levantó un brazo y, con ojos totalmente en blanco, exclamó al tiempo que chasqueaba sus dedos:
Como una incesante y acelerada lluvia de flechas coléricas disparadas por Febo Apolo, cientos, quizás miles de proyectiles lumínicos cayeron del cielo y lloviznaron sobre Adoil Gevani, sumergiéndolo en una vorágine de resplandores solares tan deslumbradores que incluso los soldados más cercanos a la explosión de luz quedaron cegados. El estruendo explosivo también los ensordeció; la onda expansiva sonora se esparció por la totalidad del bosque que rodeaba el Palacio de Sofitel, tirando al suelo a muchísimos soldados, y destruyendo las servoarmaduras de varios otros al punto de hacerles añicos y quemarles la piel. Ni siquiera la flora se salvó; árboles y arbustos más cercanos se convirtieron en motas de polvo y escarcha, y otros fueron quemados hasta las raíces.
El Palacio de Sofitel sufrió peor los daños, con su fachada tintándose con un enorme manchón negro que ocultaba los múltiples agujeros y los escollos de escombros oscuros que ahora adornaban las entradas.
Antígono Bardhyll descendió al tiempo que el rompiente resplandor se apagaba. Rayos orbitales caían aquí y allá, siendo estos los residuos del máximo poder que aplicó en aquel ataque. Al aterrizar los pies, concentró la mirada en el profundo cráter creado tras la explosión. Se acercó, se puso en el borde, y observó adentro.
Adentro se encontraba Adoil Gevani, junto con Ricardo Diaz y, encima de ello dos, la inerte Thrud Thorsdóttir, quien protegió a ambos Einhenjers usando un escudo eléctrico justo antes de la explosión lumínica. Vapores y humos salían de los jirones de sus ropajes quemados. Antígono se llevó una mano al pecho adolorido; el ataque que le propinó Adoil le había roto algunos huesos.
En ese mismo instante, recibió una psicocomunicación de parte de Elira. Atendió la llamada.
<<Lo tenemos, Antígono>>
—Bien... —masculló Antígono, escupiendo sangre— Entonces ayudemos a los demás y salgamos de este puto lugar ya.
Y se retiró con una teletransportación, dejando los cuerpos de Adoil, Thrud y Ricardo en el cráter.
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|◁ II ▷|
El espacio se distorsionaba con cada salto que daba Elseid Frasheri para elevarse más y más en el aire, donde ni Hattori ni Ryouma serían capaces de alcanzarle. Usando la manipulación espacial de vectores, Elseid creaba balcones invisibles donde apoyar los pies y rebotar de un lado a otro, tan velozmente que se volvía un borrón imperceptible que para a ambos mercenarios nipones se les complicaba seguirle el acelerado ritmo.
La katana carmesí blandía contra el aire, arrojando múltiples tajos escarlatas que surcaban el aire y cortaban grandes secciones de tierra, dejando tras de sí profundas zanjas ardientes en llamas rojas. Hattori y Ryouma esquivaban, esquivaban y esquivaban, pero no importaba dónde se desplazarán o qué movimientos serpenteantes y zigzagueantes ejecutaran, Elseid iba un paso más delante de ellos y les cortaba el camino abriendo una zanja en el suelo con un tajo escarlata.
Hattori se ocultó detrás de un árbol, y Ryouma se metió dentro de una hendedura del suelo. Elseid quedó flotando en el aire, su pie y su mano apoyándose en una ranura deformada del espacio, como si estuviera sosteniéndose de un alféizar.
—¡Podemos seguir así toooodoooo el día, amigos! —exclamó Elseid, alzando la mano donde empuñaba su sable— Yo no tengo ningún problema en agotarme.
Hanzo sacó debajo del dorso de su prótesis un pedazo de hoja. Escribió con un dedo de madera un kanji, y se lo pegó al pecho. Su cuerpo adquirió completa transparencia, volviéndolo invisible.
Salió de su escondite sin emitir el menor ruido alguno. Elseid seguía elevado en el cielo, buscando con la mirada de águila a sus contrincantes. Hattori derrapó por el suelo hasta alcanzar a Ryouma. Este último se sorprendió al oírle llegar, pero sin verle. Hattori le pegó en el hombro un haiku con el mismo kanji escrito de invisibilidad, y Ryouma se tornó invisible también. Este último comprendió, con una mirada seria de su maestro, el plan a ejecutar.
—¡Olly, olly, oxeen, free! —exclamó Elseid de nuevo, la sonrisa de oreja a oreja mientras agitaba su katana de arriba abajo.
De repente sintió varias puñaladas en su espalda. La sonrisa se le esfumó de la cara. Miró por encima de su hombro y descubrió varios shurikens clavados en sus omoplatos. Frunció el ceño, para después ensanchar los ojos de la sorpresa al ser atacado por una repentina descarga eléctrica venir de aquellos shurikens, tan poderosa como si hubiese sido alcanzado por un misil. El cuerpo entero le tembló, provocando que su efecto de distorsión del espacio se disipara y comenzara a caer desde gran altura. Elseid flexionó los brazos hacia ambos lados, haciendo que los musculos de su espalda escupieran los shurikens. Después enarboló su espada, reactivando su distorsión de vectores y provocando el efecto visual de enterrar su katana en una pared invisible, deteniendo así si caída.
Solo para después ser sorprendido por la repentina patada del invisible Ryouma Gensai en su pecho.
La mano de Elseid se zafó de la katana. Ambos cayeron en caída libre, con Ryouma propinándole patadas en el pecho y rematándolo con una última directo en su cabeza, misma con la cual dio una voltereta hacia atrás y se apartó de él. El Ushtria impactó contra el piso, enterrándose en un cráter y hundiéndose en una maraña de cortinas de humo. El efecto de vectores se desactivó de nuevo, y la katana escarlata cayó del cielo hasta clavarse en el suelo.
Ryouma dio vueltas en el aire hasta caer acrobáticamente al suelo, de cuclillas. Hattori apareció a su lado. El efecto del Haiku acabó con un chasquido cristalino, y la transparencia de ambos se deshizo, revelándolos a seis metros del agujero donde acabó Elseid. Ambos espadachines sintieron las filosas emanaciones de Seishin provenir del cráter. No dudaron los dos en blandir sus katanas y adoptar poses de combate, colocándose ambos de espaldas frente a la katana carmesí.
El samurái cibernético salió del cráter dando un salto con varias volteretas y aterrizando al piso con las piernas extendidas. Se irguió, y lanzó una rápida mirada analítica a Ryouma y Hattori. Sonrió al ver como irrumpían su camino en recuperar su sable. Carcajeó, y dio dos aplausos. En ese mismo instante, la explosión de un cañonazo se produjo a espaldas suyas, quemando demasiados árboles en una enorme bola de fuego que no afectó en nada al pérfido Ushtria.
Elseid desapareció de la vista de Hattori y Ryouma. Ambos sintieron su sagaz presencia Seishin tras ellos. Velozmente se dieron la vuelta y tomaron guardia con sus katanas. Las hojas de ambos, sumado a sus auras defensivas, bloquearon y absorbieron la abismal patada de Elseid. Pero el samurái cibernético no se detuvo allí; empezó a barrer varias veces el suelo con sus piernas, buscando derribarlos, y esto obligó a Hattori y a Ryouma a impulsarse en retroceso y trastabillar. Elseid se movía como el aire, danzando con cada patada y con cada rodillazo volador. Veloz, evitaba dejar algún resquicio por el cual dejar que sus contrincantes atacaran, dejándolos únicamente con la opción de defenderse de sus patadas voladoras, sin respiro alguno.
Ryouma y Hattori se estaban viendo de nuevo acorralados, ¡incluso sin que Elseid los atacara con su arma!
Hanzo atacó con un sablazo. Elseid lo esquivó con un giro. Hanzo contraatacó desensamblando una hoja de sable de su protesis rústica. Elseid lo bloqueó con su brazo, para acto seguido contraatacar con una patada ascendente en su costado, y otra en su nuca. El puntapié fue tan severo que dejó brevemente noqueado a Hattori. El samurái cibernético envolvió sus piernas alrededor de su cuello y empezó a propinar una serie de giros que provocó que el cuerpo de Hattori diera vueltas y vueltas sobre sí mismo, hasta que Elseid inclinó el cuerpo hacia atrás, describió una parábola en el aire con el cuerpo de Hattori, y enterró en el suelo al espadachín con un poderoso impacto que hizo temblar la tierra entera.
—¡¡¡HATTORI-DONO!!!
Ryouma se impulsó hacia Elseid y arremetió con un amplio espadazo cargado de Seishin, dando giros sobre sí mismo. Una gigantesca hélice blanca se volvió en espirales por todo el claro boscoso, cortando cientos de árboles y desmochando arbustos hasta deforestarlos. Una poderos aonda expansiva se extendió por todo el bosque, resultado del espadazo. Con sorprendentes movimientos giratorios, Elseid eludió el mortal ataque de Ryouma dando un salto hacia atrás y dar varios ruedos en el aire, lo que le permitió atravesar lo fino resquicios entre los tajos de Seishin de Gensai.
El samurái cibernético se propulsó hacia Ryouma y atacó con una palmada. El joven espadachín se cubrió, pero a duras penas pudo absorber el ataque. Salió despedido por los aires. Elseid apareció corriendo a la par suya, y le conectó un severo rodillazo en la espalda. Ryouma escupió sangre, la expresión de dolor absoluto en su cara, y su cuerpo salió impulsado hacia arriba. El Ushtria lo interceptó en el aire con otro rodillazo, mandando a Ryouma al suelo y haciendo que este rebotara multiples veces hasta impactar contra un árbol.
Ryouma recobró la consecuencia, y se agachó justo en el instante en que Elseid arremetía con una patada. El árbol tras él se partió por la mitad. Ryouma atacó con feroces mandobles. Elseid esquivó con facilidad la andanada de espadazos. Ryouma pateó la tierra, provocando un esporádico polvo que distrajo al samurái cibernético. El joven espadachín acumuló todo su Seishin en sus brazos, y arremetió con todas sus fuerzas.
La hoja de su katana se detuvo de repente. El polvo se esfumó, y Ryouma quedó anonadado. Elseid acababa de capturar su sable entre las palmas de sus manos.
—¡Ohooo! ¿Y dónde quedó el honor de tu Bushido?
El joven espadachín no tuvo tiempo ni de reaccionar a su comentario antes de recibir de lleno el palmazo cargado de Seishin en su estómago. La descarga fue tan severa por no tener Seishin protegiendo esa parte de su cuerpo, que los ojos de Ryouma se pusieron blancos, y de su boca salió saliva mezclada con sangre. El Ushtria sonrió con malicia.
Agarró a su contrincante de su corbatín y lo arrojó hacia el centro del claro boscoso. Se desplazó a una rapidez abismal, apareciendo frente al aturdido Ryouma y conectándole una patada descendente en su espalda. El joven espadachín cayó y rebotó varias veces por la tierra hasta caer en el mismo cráter donde se hallaba un apenas recompuesto Hattori Hanzo. Este último extendió los brazos, lo atrapó en el aire y lo reposó con cuidado en el suelo.
—¡Ryouma...! —farfulló Hattori, la mirada horrorizada al ver que su pupilo perdido la consciencia.
—Tú tranquilo. Me asegure de no matarle.
Hattori vio a Elseid acercarse a su katana carmesí. La desenterró de la tierra y la apoyó sobre su hombro. Hanzo reposó la cabeza del inerte Ryouma sobre el suelo. Se reincorporó, y empuñó su katana con ambas manos, alzándola a la altura de su cabeza. Elseid apretó los labios y negó con la cabeza.
—Ese niño tiene potencial —dijo—. Algo torpe en su manejo de Seishin, pero tiene espíritu. Uno que no se ve todos los días. Menos en estas tierras.
—¡Damare, kusoyaro! —maldijo Hattori.
(¡Cierra la boca, desgraciado!)
—Me encantaría seguir luchando —reconoció Elseid, el gesto manual despreocupado— Pero después de que Blerian les robara reservas de Seishin, siento que no están en su todo potencial, ¿me entiendes? —se quedó viendo el ceño enfurruñado de Hattori. Encogió los hombros y se rascó la barbilla— Supongo que no.
Se oyó un silbido meteórico en el cielo. Ni Elseid ni Hattori despegaron su vista del otro para observar el destello dorado en el cielo.
—Hasta luego —Elseid se despidió con un ademán militar jocoso. Acto seguido, fue consumido y desaparecido por la fugaz aparición de un rayo orbital.
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|◁ II ▷|
Blerian reposaba en el suelo bocarriba, inmóvil sobre su propio charco de sangre, y con profundas heridas y surcos sangrantes de apuñaladas en su vientre y su cuello. Frente a él se erguía Ryushin Hogo, el cuchillo de doble hoja goteando sangre a sus pies.
La pelea se había prolongado más de lo que Ryushin habría querido. Sumado a ello, fue también complicado asesinarle. Durante todo el intenso combate no paró de ser asaltado por las invocaciones de sombras, de charcos negros de Seishin, de tajos negros y de agarraderas y zarpazos de parte del Chojin con Seishin. Cada ataque o agarre ejecutado tenía como objetivo quitarle reservas de Seishin, y esto Ryushin no lo pilló hasta el tercer ataque de sombras, con el cual Blerian trató de tomar control de su cuerpo con aquella silueta negra y así robarle Seishin.
Una vez que comprendió su técnica, la batalla fue en picada de derrotas para Blerian.
Ryushin Hogo lo atacó con severidad inclemente, con el objetivo de matar antes que de noquear. Su instinto asesino, aquel instinto tan salvaje que había asesinado a poderosos nobles y guerreros durante la época dorada de los clanes de Japón durante el Shogunato Akagitsune, relució un baño de sangre que brotó y salpicó de cada apuñalada y corte de su espada y su cuchilla hacia Blerian.
No tuvo compasión, y por consiguiente, Blerian apenas pudo seguirle el ritmo de sus arremetidas. Apuñalada tras puñetazo, puñetazo tras patada, patada tras monumentales agarres (tan fuertes que sus dedos se hundían dentro de su carne y agarraban sus huesos) para ser estampado conta el suelo o contra una protuberancia de roca, Ryushin destrozó sin piedad alguna al Chojin, sin dejar que este tomara u n respiro o viera algún resquicio por el cual contraatacarle.
Al verse superado físicamente por él, y viéndose acorralado por el uso excesivo de su Seishin para defenderse (al punto que apenas le quedaron reservas para sus técnicas más poderosas), Blerian optó por usar, finalmente, sus poderes como Superhumano Ipsilon. Empleó la habilidad de su Gen que lo volvió completamente intangible (habilidad que solo podía activar si aguantaba la respiración por un periodo de tiempo) al punto en que podía atravesar a Ryushin cual fantasma y evitar recibir alguna apuñalada suya. Usó también su ilusión sonora, con la cual lo pilló con varias fintas al reproducir sonidos de pisadas, de disparos y de explosiones que lo distrajeron muy brevemente.
Pero por culpa de todas las heridas ocasionadas por golpes y apuñaladas, la condición de Blerian se deterioró antes de poder hacerle algún daño significado a Ryushin. La torpeza del mareo se adueñó de él. En muchas ocasiones dejó de aguantar la respiración, lo que desactivó su intangibilidad, y reveló a su enemigo su posición. Sus impresiones de imitaciones sonoras se volvieron más vagas, haciendo más difícil hacer caer a Ryushin en sus trampas.
<<Conque así... es como opera un verdadero usuario Seishin>> Pensó Blerian al tiempo que la cuchilla de Ryushin le abría de cuajo el vientre y recibía una epifanía sobre lo ingenuo y prepotente que se sintió hasta ese momento con su poder.
La fatiga, el desangrado y el usó excesivo de su Seishin lo llevaron a su aplastante derrota, en la que Ryushin lo remató con una apuñalada en su yugular, para acto seguido estamparlo y enterrarlo en el suelo, haciendo que la hoja saliera del otro extremo de su cuello.
Ryushin apenas tenía algunos moretones, jirones en su ropa y surcos sangrantes poco profundos. Se quedó viendo el cadáver de Blerian, el ceño fruncido. Miró fijamente sus ojos apagados de vida.
—Una escoria como tú poseyendo Seishin... —masculló del asco. Agitó su cuchilla y regó sangre del Ushtria por la tierra— ¿Cómo si quiera pudiste hacerte con este poder, en primer lugar?
Eso fue hace ya unos cinco minutos. Ryushin Hogo se hallaba ahora mismo viajando por el bosque, siguiendo los cursos de flujos Seishin que emanaban por todo el lugar como una enorme piscina que no ofrecía alguna dirección en específico. Trató de identificar las auras de Hattori y Ryouma, pero la burbuja de los residuos de Seishin en el ambiente eran tan densas que le fue complicado si quiera determinar que dirección tomar. Incluso en el recorrido, sintió nuevas emanaciones de Seishin ser despedidas por el medio. Irradiaciones que definitivamente no pertenecían a Ryouma o Hattori.
¿Será verdad entonces su suposición? ¿Este Chojin no es el único que maneja Seishin?
En la distancia, alcanzó a vislumbrar una especie de contenedor tubular resplandecientes en colores neón. Afianzó la vista al objeto, y ensanchó los ojos al descubrir a los recién conocidos Masayoshi y Kenia siendo aplastados por el incremento de densidad en aquella prisión tubular. Para este punto, los cuerpos de ambos estaban tan apretados entre sí que parecían a punto de fusionarse en una sola masa de carne amorfa.
Velozmente se impulsó hacia ellos, desenfundó su espada maldita de la boca de Wamu, y la blandió con fuerza contra los altares tecnológicos que despedían las paredes de plasma. La hoja destruyó los dispositivos. Las paredes de plasma se desvanecieron, y Masayoshi y Kenia se separaron y se desmoronaron al piso entre gruñidos adoloridos. Ryushin se acuclilló e inspeccionó las notorias marcas de jirones y moretones que rasgaban sus exotrajes; debían tener muchísimos huesos aplastados.
—¿Daijobu Ka? —farfulló Ryushin al ver que Masayoshi se reincorporaba, entre maldiciones y apretadas de dientes. Puso una mano sobre su espalda para apoyarle.
—Kenia... Kenia... ¿estás...? —farfulló Masayoshi, mirando a su moribunda esposa
—S-sí... —musitó Kenia entre dientes, tratando de mover en mano los músculos— Pe-pero... no puedo moverme...
—Deben tener huesos rotos —dijo Ryushin en un tosco español, tomando firmemente a Masayoshi de los hombros—. No te muevas.
—Hay que buscar... al resto... —maldijo Masayoshi, quitándose con dificultad la máscara.
—Lo haré por ti —dijo Ryushin—. Tú quedarte aquí —señaló el suelo con un dedo.
Masayoshi no dijo nada. Gruñó, y afirmó con la cabeza.
Ryushin se reincorporó. En ese momento, reparó en el escabroso silencio que reinaba en toda la zona. Ya no se oían disparos, ni cañonazos, ni ningún tipo de fragor de combate cuerpo a cuerpo entre supersoldados y superhumanos. En cambio, lo que oyó fue una divergente cantidad de silbidos celestiales zumbar y emitirse por todas partes.
Miró su alrededor, tratando de hallar el origen de aquellos trompetazos venir del cielo... Del cielo... Ryushin alzó la cabeza, y lo que vio fue un espectáculo visual. Cientos de rayos orbitales caer del firmamento estrellado, para después regresar al cielo, cuales portales angelicales que transportan a los fieles al Reino de los Cielos.
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𝓔 𝓝 𝓓 𝓘 𝓝 𝓖
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