
Capítulo 16: Las Repercusiones.
┏━°⌜ 赤い糸 ⌟°━┓
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https://youtu.be/2ak_dM2EHKE
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Raion Bosnia
Nihontown
Kentaro Namikawa inhaló profundamente el humo blanco de metanfetamina del tubo de bong. El éxtasis lo golpeó como si se hubiese impactado la nuca contra la pared. Cerró los ojos y se desternilló mientras tosía horrendamente. A su lado, el obeso Wataru se comía las últimas rebanadas de pizza de la mesa del comedor. Sus dilatados ojos delataban su estado de éxtasis también. La canción de Angel Touch, reproduciéndose en un viejo televisor analogico, potenciaba el ambiente paradisiaco de aquel rellano completamente desordenado de muebles, y manchado por restos de comida, de vidrio y de meta cristalizada.
—Agh, Aniki... —murmuró Kentaro, mirando el techo, sonriente, moviendo la cabeza al ritmo de la música de Angel Touch— Jamás nos había ido tan bien en el negocio.
—Sí... —afirmó Wataru mientras masticaba la pizza con champiñón, y después bebía un sorbo de su lata energizante— Yo pensaba que el jefe se nos iba a poner riguroso con ese mercenario Ishin, pero en cambio... —tragó, y eructó— Ahora que nosotros mandamos a las bandas de moteros para que nos hagan los encargos, ¡los ingresos vuelan por los aires!
—¡Sí, sí y sí! —Kentaro dibujó círculos irregulares en el aire con un dedo— En círculos... irá todo esto...
—Aunque me preocupa. El poder como... —Wataru tosió un poco e hizo una pausa para evitar atragantarse— como que se le está subiendo a la cabeza, ¿no crees? Con eso de prohibirle la entrada... a los bosnios... Eso podría ser contrapro...
—Qué va... El pendejo... calvo de mierda cuatro ojos ese... Se lo merece.
—Ya, pero piensa un poco...
—¡No hay que pensar nada, bola de mierda! —Kentaro se inclinó hacia delante y le propinó un puñetazo a la mesa de cristal. El polvo blanco y los tubos saltaron por los aires— No quiero pensar nada, solo... déjame con mis pensamientos... mis húmedos...
Wataru se encogió de hombros y se resignó a seguir hablando. Se metió el último pedazo de pizza a la boca manchada de salsa y de restos de comida. Al mismo tiempo, sacaba un teléfono de tapa de su chaqueta elegante y le marcaba un mensaje a alguien.
De pronto. las compuertas comenzaron a ser sacudidas por vigorosos puñetazos. El repiqueteo de los golpes de madera resonó a tal punto de sacarle un susto a los dos nipones. Wataru y Kentaro se alertaron e intercambiaron fugaces miradas preocupadas. Murmuraron maldiciones al mismo tiempo. Wataru se bajo de la sillita (que de milagro pudo soportar su mórbido peso) y caminó (o más bien cojeo bajo su propio peso) hasta un tocador. Sacó de una de las gavetas una pistola de doble cañón. Kentaro se lo quedó viendo, el ceño fruncido de la confusión aterrada. Wataru le hizo un ademán con la pistola y le ordenó que fuera a ver quién era el que tocaba tan bárbaramente.
Kentaro se acercó a una de las mirillas de las compuertas. Miró, y reprimió un jadeo de preocupación al verlo el rostro enfurruñado de Ryushin Hogo al otro lado.
—¡Que hijo de puta! ¡Es el Ishin este! —exclamó Kentaro, dándose la vuelta. Una nueva cadencia de golpeteos a la puerta resonó en el apartamento, sacándolos aún más de quicio.
—¡Pues que coño, Kentaro! —maldijo Wataru, ocultando la pistola en el mismo gabinete donde la sacó— Ábrele la puerta antes de que la tire.
Antes de proceder, Kentaro fue hasta la mesa donde estaban todos los cristales de meta y los tubos de bonga. Los ocultó debajo de las alfombras, haciendo que esta formara un bulto en una esquina. Wataru agarró un control remoto y le bajó el volumen al televisor. Kentaro se volvió hacia las puertas y las abrió mientras estas eran sacudidas, dejando pasar así al mercenario de oriente.
Ryushin Hogo entró como pedro por su casa, observando su derredor y poniendo muecas de asco al ver los restos de comida en el suelo, el desorden del amueblado y el fétido olor de la droga que le produjo leves arqueadas. Kentaro retrocedió hasta ponerse al lado de Wataru.
—Hey, Ryushin, mi amigazo —musitó Kentaro, sus ahogos delatando su éxtasis—. ¿Qué necesitas?
—Vengo por el dinero.
—¿Dinero? —Kentaro frunció el ceño.
—El dinero del jefe —se limitó a decir Ryushin, la voz enervante como de quien no quiere estar aquí.
—¡Oh, mierda! Cierto, cierto. La parcela del jefe —Kentaro le dio un golpecito en el hombro a Wataru— Ve por los fajos.
El gordo panzón anadeó la estancia hasta alcanzar un perchero. Metió sus manos dentro de los bolsillos de distintas chaquetas opulentas. Ryushin frunció el ceño al verlo tardarse demasiado. Trató de distraerse observando sus alrededores, pero ver tanta suciedad y mugre le hizo refunfuñar maldiciones entre dientes. Kentaro, reparando en su malestar, le dijo:
—¿No te gustaría beber algo? ¿Sake...?
—No. Solo el dinero. Nada más.
—Ok, ok... —Kentaro alzó las manos y agachó la cabeza.
Wataru volvió con un fajo de billetes. Les pasó un dedo por ellos hasta detenerse a una cantidad exacta. Los sacó de sus hilos y se los dio a Ryushin. Este último se los arrancó de la mano con saña y le pasó un dedo por ellos, asegurándose de contar que fuese la cantidad exacta. Wataru tragó saliva, pensando por unos instantes que no los había contado en la acumulación correcta.
—Quince por ciento ahí allí —aseveró Kentaro luego de toser tres veces—. Puros billetes de cinco mil rublos. Junichi estará agradecido de poder arrancarnos ahora quince en vez de diez.
Ryushin asintió la cabeza, apretando los labios. Alzó la mano, y el fajo de billetes fue succionado por algo invisible que colgaba del hombro del mercenario. Kentaro y Wataru ya estaban familiarizados con eso, pero eso no quitaba que los nervios ahora le pusieran los pelos de punta.
—Denme cincuenta mil rublos más.
Kentaro se echó para atrás y frunció el ceño. Hizo un exagerado gesto con la mano mientras carcajeaba, incómodo.
—¿Cincuenta Erres más? —farfulló.
—¡Hey! Que yo ya te di los quince allí —gruñó Wataru.
—Cincuenta más, he dicho —exigió Ryushin, la voz más enervante.
—¡Oye, esto es pura mierda! —protestó Kentaro, agitando los brazos de forma irregular— No nos puedes hacer esto. ¿Es acaso alguna mierda de Junichi o qué? ¡No voy a...!
Ryushin estiró un brazo, chasqueó los dedos y los agitó en gesto de apurarse en darle la plata. Abruptamente, el ambiente del cuarto desordenado comenzó a inundarse en una charca de pesadumbres negativa que hizo que Kentaro y Wataru se sintieran el doble de nerviosos e incómodos de lo que ya estaban. Como si un montón de cucarachas se les trepara por los cuerpos y les produjera escalofríos por cada palmo de ellos.
Sabiendo bien que era Ryushin quien producía este efecto, Kentaro no pudo aguantar más, y le hizo gesto de cabeza a Wataru para que cumpliera la demanda. Diez billetes de cincuenta mil rublos pararon a las manos del mercenario. Este último escondió los billetes dentro de la oruga Yokai Wamu, y se dispuso a retirarse.
Pero antes de llegar a la puerta, se detuvo en seco y observó una vez más su derredor, concentrando la mirada en el bulto de la alfombra recostando en una esquina. La oruga Wamu se estiró velozmente hasta ella, y de un tirón lo desplegó, provocando que todos los cristales de meta y se regaran por el suelo. Kentaro masculló un insulto, mientras que Wataru apretaba los dientes y reprimía los sollozos del pánico. Ryushin se volvió hacia ellos esbozando una sonrisa.
—Neo gat-eun deoleoun nikeideul-i delaui yogoedeulgwa hamkke jamdeulge hal geos gat-a
(Unos sucios nikkeis como ustedes los pondrían a dormir con los yokais en Dera)
—¿Eso fue coreano? —farfulló Wataru, los ojos ensanchados.
—¿Qué mierda dijiste allí? —bramó Kentaro, sonando para nada intimidante.
—¿Nos va a delatar con el jefe?
Ryushin no respondió más que con una sonrisa burlona y unas risitas bribonas. Se volvió sobre sus pasos y emprendió la marcha, abriendo las puertas de par en par y desapareciendo tras ellas, dejando a unos confusos y preocupados Kentaro y Wataru en el apartamento.
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2
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Junichi Mitsugi contó el nuevo fajo de billetes que le proveyó Ryushin. Una vez los terminó de calcular, sonrió y carcajeó. Les pasó el dedo pulgar por última vez, y después los juntó con las otras torres de fajos de rublos que atiborraban su escritorio. Había tantos fajos que otros tantos se acumulaban a los pies de la mesa. Hombres uniformados con gafas negras y calvos estaban metiendo todos los fajos dentro de cajas de contención oscuras.
—Toma, Ryushin —dijo Junichi, y le tendió tres fajos de billetes, tan altas que Ryushin al recogerlas tuvo que ir tomándolas de una en una para que Wamu las pudiera succionar en orden—. Con esto, yo digo que todas las misiones secundarias que tenía para ti acabaron. ¡Celebremos por eso!
Ryushin emitió un gruñido que Junichi no supo interpretar como respuesta positiva o negativa. En todo caso, la tomó como afirmación. Se paró de su escritorio y se dirigió hacia otro escritorio, donde lo esperaban botellas con nombres de bebidas exóticas. Agarró una de ellas con el nombre "Vino de Arroz", junto con dos vasitos. Se devolvió al escritorio y sirvió. Le ofreció el vasito a Ryushin, y este lo aceptó con indiferencia.
—Un brindis... ¡Por la conquista del clan Inagawa de todos los pandillas callejeros! —Junichi estiró el brazo e hizo chocar su recipiente con el de Ryushin. Se bebió de un trago vehemente el vino, mientras que el mercenario lo bebió de un solo, pero sin las mismas ganas. Junichi se desternilló y dejó el vaso en el escritorio—. Ahora, queda la misión más grande y por la que te requise de las manos de Lee Shigoto.
Junichi reparó en la mueca consternada de Ryushin y en lo taciturno que ha estado todo este tiempo.
—¿Y a ti qué te sucede? —gruñó— ¿Por qué la cara larga?
Ryushin se resignó a responder. Ladeó la cabeza, dejó el vaso sobre el escritorio y se largó de la habitación, dejando a un boquiabierto Junichi con el ceño fruncido, y sus confidentes metiendo el resto de fajo de billetes en las cajas.
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Haciendo uso de los cincuenta rublos que les quitó al par de pretenciosos mafiosos, Ryushin Hogo requisó un celular con microchip de Tecnología Eindecker mismo el cual utilizó para comunicarse con su hijo, Kibou. Sin prestarle atención al vendedor local, el cual le gritaba en la distancia que aún le faltaba ocho mil rublos más, Ryushin se desapareció entre la multitud de gente con ropas exóticas.
Se internó en lo más profundo del lujoso barrio de Nihontown hasta alcanzar una encrucijada de callejones oscuros donde se atiborraban los vagabundos a dormir, beber o tomar narcóticos. Un grupito de Inagawas trajeados caminaba por la misma acera que él. Dio un sigiloso salto, sin producir ruido que llamase la atención de los peatones. El salto lo elevó varios metros al aire, y empezó a rebotar de balcón en balcón hasta alcanzar el techo de un edificio de veinte metros de alto. El lugar idóneo donde poder hacer la llamada sin que hubiera ningún mafioso nipón en alguna esquina.
Sacó el teléfono de tapa de su bolsillo. Lo abrió, marcó un número de teléfono y se lo llevó al oído.
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Kiyozumi-Dera
El suelo de tatami estaba manchado con borrones de tinta negra aquí y allá, producto de la práctica en la escritura kanji sobre el papel que llevaba a cabo un adolescente de uniforme escolar negro y cabello oscuro encrespado como púas. Manejaba el pincel con una mano algo temblorosa, esto debido a que estaba a punto de terminar el segundo kanji del "平均".
Pero justo antes de terminar la última línea del kanji, el pelioscuro fue sorprendido por la algarabía del teléfono celular que se hallaba en la repisa de la pared. La tinta salió volando hacia afuera, marcando el suelo de tatami con otro manchón oscuro. El muchacho apretó un puño y estampó el pincel sobre el tablero. Un trueno relampagueó afuera al tiempo que se ponía de pie y con paso apurado iba hasta la repisa.
Agarró el teléfono táctil y atendió la llamada.
—7-490-289-56-45. ¡Date prisa!
Ryushin colgó la llamada. Kibou Hogo apretó la mandíbula y agitó la cabeza en frustración mientras gruñía una maldición. Estiró un brazo, y una fuerza invisible con forma de charco negro apareció en el suelo, lanzándole el pincel a la palma de su mano. Anotó fugazmente el número en el dorso de su mano, dejó el teléfono en la repisa y salió de la Minka.
El joven pelinegro anadeó por senderos empedrados con paraguas negro alzado, protegiéndolo de la lluvia. Trotó por caminos ajardinados de la terraza llegar a unas verjas. Abrió la compuerta y salió de la finca privada. Atravesó la calle adoquinada hasta alcanzar un puesto telefónico rectangular, de cual emanaban luces fosforescentes verticales con forma de peces koi. Aparte de él, no había ninguna otra persona en los alrededores de las oscuras calles del barrio, inundado de arroyos por la torrencial lluvia.
Sombras licuosas emanaron de su brazo adoptando la cabeza de un lobo negro, el cual sostuvo el paraguas con su hocico. Kibou agarró uno de los micrófonos del panel del puesto telefónico y se lo llevó al oído. Mirando el número en un pedazo de papel, marcó los dígitos en los gruesos teclados.
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Nihontown
Nada más sintió la vibración, Ryushin atendió inmediatamente la llamada.
—Presta atención, Kibou. Quiero que le reportes a Lee Shigoto que acabo de tener un encontronazo con un usuario de Seishin en las Surabu No Tochi.
—¿Y de cuántos licores mezclaste para alucinar ese "encontronazo"? —gruñó Kibou, el tono de humor ácido.
—Escúchame, Kibou, que hablo en serio —masculló Ryushin, arrugando el entrecejo—. No solo tuve un encontronazo, sino que peleé contra él. El malnacido me derrotó con una sorpresiva habilidad que me drenó todas las energías, y después me sugirió pelear en otro momento. El cabronazo lucía como nipón, pero hablaba albano, y muy seguramente era un Chojin.
—¿Robarte las energías Seishin? —Kibou quedó boquiabierto al otro lado de la línea— Esa habilidad me recuerda a la de Tozoku.
—Pero más versátil, me atrevería a decir —Ryushin se quedó observando las luces fluorescentes destellando en los edificios de Nihontown, preguntándose cuántos más usuarios Seishin escondidos habría ululando en las calles.
—Pero, o sea, ¿un Chojin de allá con Seishin? ¿Verdadero Seishin? Eso no tiene reverendo sentido —incluso el sabueso negro de Kibou que sostenía el paraguas se sorprendió al oírlo.
—No creas que no pienso lo mismo. Como sea, quiero que le informes de esto a Lee Shigoto. Te he llamado a ti y no a él directamente porque quiero también tener el testimonio de Hattori Hanzo, y tener pruebas. Veré de qué forma lo contacto, y le preguntaré si él también vio a otro usuario Seishin.
Kibou afirmó con la cabeza, pensativo. No necesito de dos dedos de enfrente para saber a qué se refería con "tener pruebas". Preguntó:
—¿Tan serio es la cosa?
—Lo es, Kibou-Kun —Ryushin apretó los dientes— ¿Tú sabes lo que significa que uno de estos superhumanos posea Seishin? ¡Implica muchas cosas! Y no precisamente positivas para los Akagitsune y los Anchi Kyokai Yokai.
—Ojalá y solo haya sido un Yokai con apariencia humana... —murmuró Kibou. Hizo una breve pausa pensativa antes de preguntar— ¿Y estás seguro de que yo sea el mensajero, Otto-San?
—Solo será por esta vez, Kibou-Kun. Ahora, anota lo que te diré.
Kibou agarró el pincel y usó de nuevo el dorso de su mano para escribir todas las breves descripciones que Ryushin dio sobre el lugar del encuentro, la banda a la que perseguía, el tipo de poder y la apariencia física. Una vez terminó de escribirlo, Kibou le dio el papel al sabueso, y este se lo tragó de un mordisco.
—Dale eso a Shigoto y dile que es de parte mía —dijo Ryushin—. Llamaré de nuevo por aquí dentro de seis horas, exactas. Estate atento.
—Cuídate de esos peligros, Otto-San —dijo Kibou.
—Estaré bien —Ryushin sonrió, orgulloso de la preocupación de su hijo, y colgó. Acto seguido, partió en dos el teléfono.
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Raion Rusa
Hospital de Kosette, Microdistrito Grigory
Ryouma Gensai siguió a su maestro por los pasillos blanquecinos del hospital, pasando de largo de cirujanos especialistas, médicos y enfermeras que caminaban y trotaban apurados de acá para allá, siguiendo las ordenes de sus superiores doctores que requerían sus ayudas con algún paciente grave que requiriera atención de primera mano. A pesar de haber pasado ya seis días desde el atentado, aún proliferaban los heridos. Toda la visión de paz y prosperidad que Ryouma tuvo del distrito se hizo añicos al igual que mucha de su infraestructura.
Y le hizo recordar a los leprosos de los centros médicos de Kiyozumi-Dera, a mitad de camino entre ser humanos y ser convertidos en Yokais.
La noticia del despertar de Yatsumi Sorozon conmocionó a todos en el hospital, sean personal médico, sean superhumanos, sean demonios. Todo el mundo juraba que murió en el incidente, ya sea a manos de aquel misterioso samurái cibernético, ya sea por haber sufrido la explosión del Aura Svarg de Maddiux. Nadie, sin embargo, se esperaba que la primera visita que aquel demonio con máscara de pocos amigos fuera de dos extranjeros.
De por sí ni esperaban que recibiera visita. Pensaron que despertaría solo, y que partiría del hospital solo también, regresándose a la pocilga que tenía por hogar a las afueras del Microdistrito (y del cual nadie se ha atrevido a acercar, ni siquiera rufianes).
Atravesaron una encrucijada de pasillos tomando el camino derecho, donde al fondo se hallaba la habitación al aire libre de Yatsumi. En el camino, Ryouma oyó una voz familiar venir de uno de los cuartos, maldiciendo sus dolores musculares en ruso. Ryouma se colocó rápidamente el Portavoz en su oído y se detuvo frente al umbral de donde provenían los gruñidos. Hattori chasqueó los labios al verlo retroceder.
Los ojos de Ryouma destellaron, y sonrió de oreja a oreja al ver a Alexei Sokolov agacharse para revisarse los apósitos que cubrían la mitad de su pierna.
—¡Alexei-San! —dijo Ryouma en ruso, entrando sin reparo en la habitación. Una enfermera le pidió amablemente que saliera, pero Alexei le dijo que estaba bien, que era un amigo suyo— Alexei-San... ¡Que alegría me da verlo mejor!
—No me visitaste cuando estaba "peor", niño —dijo Alexei, sonriente. Miró de reojo a Hattori en el umbral, el hombro apoyado sobre la pared a la espera de su pupilo—. Aunque mi recuperación fue bastante rápida. Gracias al Gen.
—Sabes lo que sucedió con Maddiux, ¿verdad? —preguntó Ryouma.
—Hey, que estuve en ese atentado también —replicó Alexei, la sonrisa borrándose de su cara al recordar el incidente—. Aunque... lo supe después de despertarme —se pasó una mano por el rostro exasperado.
—Pensamos ayudar a los Siprokroski en su campaña contra esos terroristas. ¿Piensa unírsenos en esto?
Alexei se rozó los labios entre sí, formando una mueca insegura. Se quitó el gorro rojo y se rascó el cuero cabelludo castaño. Exhaló profusamente, y lo miró a los ojos. La sonrisa de Ryouma se desvaneció.
—Nah... Voy a dejárselo en manos de ustedes y de Yuri.
—¿Ah? ¿Por qué? —farfulló Ryouma— ¡Si demostraste tus fantásticos poderes en los torneos!
—Sí, pero me hace falta unos tornillos de creatividad acá arriba —Alexei se señaló la cabeza—. Además, jamás pensé que mi regreso fuera tan penoso como pelear contra un hipopótamo.
—¿Estás seguro, Alexei-San?
—Sí... —Alexei se colocó la gorra y suspiró. Forzó una sonrisa— Creo que sería un poco de estorbo en esto —carcajeó entre dientes y agachó la cabeza—. Dios, Yuri me regañara cuando le diga esto —alzó la cabeza y miró a Ryouma—. Voy a disfrutar más las vacaciones que he tenido antes del torneo, niño. Lamentablemente no será con los premios, pero sí me gané otra cosa. Reflexión.
—Ryouma... —Hattori llamó al joven espadachín toqueteando el dintel del umbral con su prótesis de madera.
—¡Hai, hai! —Ryouma le hizo una reverencia a Alexei— ¡Un gusto haberlo conocido, Alexei-San! Espero poder verlo de nuevo en el futuro.
—¡Niño! —lo llamó Alexei justo cuando Ryouma ibaa atravesar el umbral. Este se volvió, y vio a Alexei formar una afable sonrisa.
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El dúo de espadachines nipones atravesó el umbral que daba a la habitación de Yatsumi. No había guardias custodiando la entrada. Al entrar, no vieron tampoco ningún tipo de personal médico. Cuando Ryouma y Hattori sintieron las vibras negativas de la barrera Seishin nada más poner un piso en el rellano, supieron por qué.
Ryouma cerró las puertas tras de sí. Miró a Hattori, y este asintió la cabeza. Ryouma las selló con llave y, junto a su maestro, anadearon por la sala rectangular, avanzando a través de mesas de hierro caídas, utensilios médicos regados en desorden, persianas rasgadas y lomas de almohadas y pedazos de colchones desperdigados aquí y allá. Notaron marcas de garras desgarrando las paredes, formando patrones irregulares de rabia e impotencia que se sumergían en el mismo desánimo que transmitía la barrera Seishin. Al fondo de la sala se hallaba la figura erguida y de espaldas de Yatsumi Sorozon, las manos unidas detrás de sí.
Sin su armadura, se podía ver claramente su musculoso cuerpo de tez azabache condecorada con cicatrices. Cicatrices de guerra. Cicatrices que databan de la época del padre de Ryouma Gensai, misma que vivió su padre junto con Hattori. Una vez estuvieron lo bastante cerca, el joven espadachín notó a detalle cicatrices más pequeñas interconectadas en entramados. La melena negra le caía hasta la cintura, y solo vestía con pantalones blancos arremangados.
—Yatsumi... —murmuró Hattori.
Un gruñido molesto vino de Yatsumi. Su barrera Seishin se perturbó, pero sus vibraciones no se alteraron para alejarlos. Aún así, era bastante pesado estar parado a unos dos metros de él. Al menos para Ryouma.
—Toda mi vida... dedicada a la guerra. Forjándome en la guerra —maldijo Yatsumi, la voz rasposa y más clara sin su yelmo, su rostro mirando más allá del balcón—. Y la vida me recompensa con katanas rotas.
Hattori y Ryouma intercambiaron fugaces miradas.
—Me la he pasado luchando contra ustedes, humanos, más de lo que me la pase con mi gente antes del Yuhi —prosiguió Yatsumi, arrastrando cada frase con un sentimiento de culpa—. Contra los Gozoku-Seishin, contra la resistencia humana del Shogunato Onmyoji, contra ustedes en Kiyozumi... Bajo un líder, bajo otro... —negó con la cabeza— Setecientos años de una vida sin descanso. No sé ni siquiera cómo o por qué reencarne aquí.
—Yatsumi, te has recuperado ya —dijo Hattori, cortante—. Me gustaría que escucharás lo que tengo para decirte.
—¿Cómo negociante o como carcelero? —Yatsumi lo miró por encima del hombro.
—Eres de los pocos Yokais sobrevivientes de las eras antes del Yuhi —prosiguió Hattori—. Has conocido a personalidades de la talla del Kyubi, de Karimitsu, y de Orochi. La Anchi Kyokai ya no busca más prisioneros de guerra. Busca ahora auxiliares. Yokais prestigiosos como tú para resolver los misterios de Yato-No-Kami. Estamos seguros que debes tener no solo noción, sino explicación de esto.
—He perdido... más de lo que he ganado —se oyó un sollozo venir de él—. ¿Qué ganaría apoyando a mis enemigos de toda la vida?
—¡No! No como enemigos, Yatsumi-San —exclamó Ryouma, juntando sus manos—. Esta vez, como aliados.
—Esa no te la crees ni tú mismo, koso.
—¿Y qué ganas tú con permanecer aquí? —espetó Hattori. La sagaz pregunta tornó la habitación en silencio absoluto. Se notó el cuerpo de Yatsumi tensarse— ¿Cuánto tiempo piensas seguir malgastando tu potencial aquí?
—Lo he malgastado por siete siglos, ¿qué significan otros siete más?
Hattori frunció el ceño. Ryouma reparó en la molestia emanar de él, y eso le hizo tragar saliva. No había peor cosa que su maestro odiara que el cinismo nihilista.
—No pienso volver con las manos vacías —refunfuñó—. ¿Qué pides a cambio por venir con nosotros a Kiyozumi-Dera? ¿Algún tipo de lujos?
—Cosas como esas jamás tuvieron peso en mi vida.
—¿Qué se te perdone por todos tus crímenes en la Dai Sanji Yomi Sensō?
—Ni yo mismo me los perdonaría.
—Entonces, ¿qué quieres?
Se hizo el silencio. Los hombros musculosos de Yatsumi se encogieron. El Yokai liberó un exasperado suspiro y ladeó la cabeza.
—A estas alturas, no sé ni qué es lo que yo quiero.
Viendo como los métodos rústicos de su maestro no funcionaban para dar con un claro acercamiento, Ryouma decidió tomar las riendas de esta rígida charla luego de un breve periodo de incómodo silencio.
—Yatsumi-San —dijo, dando un paso al frente, la mirada determinante—. Yo sé que podemos darte que solucione tu dilema.
El Yokai lo miró de soslayo, frunciendo el ceño bajo los gruesos flequillos que cubrían la mitad de su rostro, dejando solo al descubierto sus labios negros. Todas las emanaciones negativas de su Seishin se concentraron en el joven espadachín, haciéndole sentir un aplastante peso en sus hombros. Hattori se lo quedó viendo, la mueca entre sorprendida y enojada por su impetuoso acto. Pero a diferencia de lo que este pensaba, el Yokai no observaba al joven espadachín con intenciones hostiles... sino expectantes.
Inspirándose por los actos de Masayoshi Budo y por las palabras claves que Martina empleó para describir sus actos heroicos, Ryouma esbozó una sonrisa afable formuló dos palabras que se grabaron al instante en la mente demoniaca y perturbada del Yokai, al punto de dejarle boquiabierto:
—Un propósito.
Yatsumi Sorozon volteó la cabeza y emitió con desdén un gruñido. Pareció ladear la cabeza en negación, pero en realidad la agitó de lado a lado, sin parar de jadear en ademanes bruscos y sosos, cual animal debatiéndose en una decisión de instinto o raciocinio. El Yokai bajó los brazos, dejándolos colgados en el aire unos segundos, para después pasarse las manos por su cabeza y expulsar otro largo suspiro, segregando bálsamo y a la vez amargura. Su expansión de Seishin se retrajo, y con él, toda la energía hostil y negativa.
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https://youtu.be/Egj4PSgMAfA
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Gran Palacio Siprokroski
Sala de Ciberseguridad
Con la enorme falta de personal en el despacho de ciberseguridad a causa del incidente del Coliseo Pandemónico, Adoil Gevai y Ricardo Díaz eran los únicos que operaban las supercomputadoras. Ellos y unos cuántos peleles mal contados que, a pesar de sus yesos y los vendajes, vinieron a ejercer sus labores como ingenieros digitales y Cibermantes. Intensos eran el traqueteo de los tecleos y el fulgor de las pantallas holográficas, abriendo y cerrando pestañas y programas, vinculando imágenes de atentados terroristas pasados para hacerles zoom y analizar sus más ínfimos y banales detalles. Todo ello teniendo el mismo objetivo:
Hallar todas las pistas de ataques cibernéticos y/o terroristas ocurridos en las Provincias Unidas en los últimos dos meses que los llevaran a desentrañar los primeros cimientos de la identidad y el paradero de los terroristas que atentaron contra la Familia Siprokroski.
Ricardo Díaz apretó los labios y ladeó la cabeza, frustrado. Las pantallas frente a él mostraban la incorreción de las ecuaciones matemáticas que dibujó a mano. En un intento por correlacionar el atentado del barrio ricachón de Novyi Zem, los suburbios de Labinetsky, el incidente del Coliseo Pandemónico, y en lo Barrios Industriales de la fabrica de coches Ferrari, ocurrido en la Raion Kosovo durante la guerra de la Lupara Bianca. No importaba si añadía a la ecuación del retrato geográfico otro lugar donde ocurrió un atentado, sea cometido por los terroristas u otra organización, el resultado final terminaba siendo un desastre de lugares inconexos. La única correlación que pudo hallar entre todos estos acontecimientos fue la naturaleza de los ataques, la cadencia con la cual destruyeron a los gánsteres de estas zonas, y el propósito con el que lo hicieron: para joder a la mafia.
—Que mierda... —masculló Ricardo, el ceño fruncido mientras se removía comida de entre los dientes con un palillo—. Es como si esta gente tuviera hogar en cada puta Raion, chabón. El principio de mínimo esfuerzo no va con esta gente.
—¿Luego de ver que son capaces de teletransportarse y de hacer magia negra? —le reprochó Gevani, computarizando una serie de logaritmos en una computadora personal. El microchip donde tenía almacenado a su IA, Psifia, recibía todas las operaciones digitales y sanadoras de su maestro— Venga ya, ¿eh? Que el cabeza de huevo soy yo, no tú.
—Tenía que intentarlo, viejo —Ricardo dio una pisada y se dio media vuelta con las ruedas de su sillón. Extrajo un lapicero digital y escribió en una libreta digital los apuntes de sus nuevos resultados. Oprimió un botón, y la pantalla despejó las páginas azules tras guardar toda la info en su microchip. Se impulsó ligeramente hacia atrás y miró de arriba abajo el mapa tridimensional de las Provincias Unidas, flotando encima del mesón octogonal—. Ha habido proliferaciones de revoluciones obreras que coinciden con los ataques terroristas más notorios...
—¡Oh, Dios mío! —exclamó Adoil en tono de burla— ¿Será que finalmente la rebelión que tanto añoró Marx se hará realidad?
—Añadiendo a que se han analizado los movimientos de parte de las cabecillas de los mafiosos, según los reportes de la CIS y las agencias policiales de la Raion Rusa...
—¿Será que se fueron a tomar una tacita de café y no nos invitaron? —murmuró Adoil, sonriendo bajo su grueso bigote.
Ricardo apoyó la punta del lapicero digital sobre sus labios, paseando cuidadosamente la mirada por cada contorno de las Raions de las Provincias.
—Hay definitivamente algún tipo de conexión entre sus raros movimientos con la de las movilizaciones de tropas paramilitares serbias y albanas en las regiones en disputa de la Raion Kosovo... Eso sin contar que la Raion Albana cayó bajo el dominio de la revolución obrera...
—Uff, hasta yo siento que mi mente exuda puntos de IQ de más... —Adoil hizo un gesto de limpiarse sudor invisible de la frente.
—¿Sabes? —Ricardo se volvió hacia el argentino bigotudo y lo miró con saña— Podrías ayudarme un poco en descifrar el misterio y dejar de jugar juegos de rol con Psifia.
—¡¿Me crees veinteañero para andar haciendo eso de nuevo?! —espetó Adoil. Se giró sobre su silla rodante hasta llegar a Ricardo y darle un golpecito en el hombro— Para tu información, Ricardo, ando reparando a Psifia. Hubo al parecer algún Cibermante en el grupo de terroristas que fue la que empleó el pulso electromagnético. Y no solo empleó eso, sino que también... —estiró un brazo, señalando la laptop— interrumpió su funcionamiento incluso después de sacarla de los puertos. ¡Y te recuerdo que diseñe a Psifia para resistir potentes ataques de PEM!
Ricardo no dijo nada. Se lo quedó observando como si hubiese dicho un montón de algarabías. Adoil giró la silla rodante hasta devolverse a la laptop. Se sacó de su antebrazo un cable, lo conectó a la computadora y retornó a su tecleo.
—Y ella... ¿Se encuentra bien? —preguntó Ricardo, la mirada preocupada ahora.
—No es tan grave —contestó Gevani, ladeando la cabeza, inseguro—. Tú sabes que ella sufrió peores quilombos contra los Cibermantes de Pablo Alvarez.
—Ha pasado mucho tiempo desde que alguien la... hiriera —las palabras se estancaban en la boca de Ricardo. Más cuando veía la expresión sombría cubrir el rostro de Adoil.
—Pues sí —Adoil se encogió de hombros—. Pero ella es una guerrera, hijo. No importa cuánto daño ella aguante de los peores troyanos, aguanta como Panzer alemán. Aguanta como una campeona. Mi campeona... —cada palabra que barbotaba sonaba con un timbre sentimental imposible de no notar.
—Hey —Ricardo estiró un brazo y le palmeó un hombro. Acto seguido, se reincorporó de su puesto—, voy a ir a traer un poco de mate. ¿Quieres?
Adoil respondió afirmando con la cabeza. Ricardo se fue del rellano. Una vez estuvo solo, Adoil dejó de manipular el teclado, y se quedó estático, la agachada. Un empujón de sentimientos se subió por su garganta, haciéndole tragar saliva. Alzó la cabeza y se quedó viendo fijamente las pantallas negras de configuraciones internas y las carpetas desplegando distintos programas de reactivación. Un subidón de ánimos le sacudió el pecho, y le hizo sonreír.
Tuvo la impresión de que algoritmos que ascendían por las pantallas negras le sonreían también.
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Ricardo Díaz tuvo paciencia mientras esperaba a que el vendedor de bebidas llamara su número para darle su mate. Al tratarse de una bebida de origen Argentino, no le dio tanta prioridad como a otras bebidas energéticas de tintes rusos que el vendedor despachaba. Por lo menos, pensó, la agilidad de la espera se hacía tolerable al ver como todos los que compraban bebidas azucaradas de marcas rusas (en su mayoría uniformados Wagner) lo hacían en las máquinas dispensadoras.
Pasó totalmente desapercibido de la mirada de los soldados Wagner; estos pasaban de largo suyo, sin reparar en su presencia. Menos mal. No le gustaría ser ahora mismo el centro de atención. Y alguien más estaba en aquel plan también...
—¿Santino? —farfulló Ricardo, ensanchando los ojos. Lo vio a lo lejos sentado en una silla blanca. En su mano sostenía un ticket con el número 87. El que Ricardo agarraba tenía el número 88. Caminó hasta su mesa, y tomó asiento sin prestarle atención a la cara de molestia que puso— ¡Qué sorpresa verte aquí! Y sin tu máscara.
—Meh... —murmuró Santino, el cabello cetrino revolviéndosele producto del soplido de vientos— Desde que aparecimos aquí... —miró el ticket— Ha habido más presencia de bebidas mates en el lugar que... nunca.
—Eso es verdad —dijo Ricardo entre carcajadas. Ambos se quedaron en breve silencio. Ricardo oteó su derredor, observando más allá de las verjas y las altas barras de plasma gris que servían como vallados a los peatones y el tráfico—. Hemos influido positivamente en esta gente desde que nos hemos revelado tras el incidente.
—Masayoshi, más que nada.
—Todos dimos nuestros granos de arena, así hayan sido minúsculos.
—De igual forma, Masayoshi es la cara del grupo —Santino frunció los labios y miró de reojo a Ricardo—. Y hay quienes tienen más presencia que otros.
Ricardo se lo quedó viendo fijamente. Entrecerró los ojos. Reclinó la espalda contra el espaldar de la silla y se pasó una mano por la barba recortada.
—¿Sabes? —dijo, y sonrió— Yo pensaba que ya estarías fuera de aquí. Yendo a cazar mafiosos por tu cuenta. O incluso yendo a buscar el paradero de estos terroristas que nos pusieron en peligro a todos, Santino.
Santino Flores apretó los labios, la mirada perdida en la superficie de la mesa. Agrandó los ojos en una mueca esclarecida. Negó con la cabeza
—Ver a esos sujetos desplegar unos poderes tales... —se bajó la manga de su abrigo, revelando un vigoroso brazo con líneas de circuitos recorriendo a lo largo y ancho de sus músculos artificiales. Abrió su mano, y todos sus huesos crujieron con chasquidos metálicos— Le pedí a Adoil Gevani que me hiciera mejoras días antes del torneo. No presentía nada bueno viniendo de algo tan excéntrico.
—La primera vez en años —señaló Ricardo, mirando con sorpresa y curiosidad su brazo cibercorporal—. La última fue la implementación de sensores de ciberwares en tu máscara.
—De pura chiripa pude rescatar a Adam Smith antes de que lo capturaran —Santino se arremangó el abrigo y bajó el brazo—. Aún así, tuve... —acalló varios segundos tensos, como si le dificultara reconocerlo. Se golpeó el pecho— Te lo digo sin ningún ápice de tomarte el pelo, Ricardo. Estuve así de agarrado de las pelotas en todo momento —hizo ademán de agarrar el aire.
—¿Tanto así? —Ricardo sonrió— ¿Es por eso entonces que no vas tras de ellos como lo hiciste con los Zovko, los Stanimirovic y los 'Ndrangheta?
—Enfrentamos a superhumanos antes, Ricardo —el rostro de Santino se endureció. Miró a Diaz a los ojos. La sonrisa de este último se esfumó—. Pero ya me dirás tú si nos hemos enfrentado antes a un jodido pendejo capaz de invocar rayos rojos del cielo.
—Nos enfrentamos a cosas sobrenaturales antes, ¿sabes...?
—Pero nada como esto —Santino negó con un dedo. El ticket que sostenía comenzó a vibrar y a brillar de color azul. Rápidamente se puso de pie y se dirigió hacia el puesto de bebidas.
Ricardo se quedó sentado, la cabeza agachada, la mirada pensativa en lo poco que se expresó Santino. Este último retorno unos segundos después, con vaso púrpura de mate en mano. Tomó asiento y bebió un largo sorbo. Jadeó, satisfecho.
—Me recuerda a casa cada vez que bebo esto —musitó.
Ricardo se lo quedó viendo fijamente. Santino le devolvió la mirada, incómodo, mientras bebía otro sorbo.
—¿Qué?
—Dime algo, Santino —Ricardo se acomodó en su silla, acercándose a él y lo miró a los ojos— Mientras que Adoil y yo estamos averiguando alguna fuente terrorista que explotar, Masayoshi y Kenia hablan con los Siprokroski, Thrud sigue entrenando a Martina, y hasta los dos nipones esos nos están echando una mano con sus poderes... ¿Tú qué haces? ¿Beber mate todo el día como si fuera tu ron preferido?
La petrificación se adueñó de Santino. El semblante de este quedó estático, mirando a Ricardo con una mezcla entre incredulidad y ofensa. Ricardo entrecerró los ojos y lo miró con la obviedad del asunto. El ticket que este sostenía vibró y brilló. Le dedicó una última mirada de pesar a Santino antes de ponerse de pie y decirle a lo último:
—Todos tenemos presencia, Santino. Háztela valer.
Y dejó a un pensativo Santino Flores sentado en mitad de todo el parque.
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El pecho agitado, el sudor perlando su rostro, jadeos saliendo sin parar de su boca...
A pesar de los dolores musculares tras estar entrenando cuatro horas constantemente, con pocos descansos de apenas quince minutos, Martina Park se sentía más motivada que nunca. Alzó los brazos, los puños envueltos en vendas. Thrud Thorsdottir sonrió de oreja a oreja y no pudo evitar desternillarse del júbilo, como un maestro que finalmente ve los resultados de entrenamiento a su estudiante.
—¡Con ovarios, así es! —exclamó la Valquiria Real, para acto seguido moverse en veloces zigzagueos eléctricos hasta alcanzar a Martina.
Mejorando las técnicas marciales que la muchacha argentina conocía previamente, Thrud pudo pulir y afilar la defensa personal de su pupila al punto de hacerla adaptar a un estilo de boxeo. Mismo estilo de boxeo animalesco e imparable que le enseñó su hermano, Ullr Thorson, y Vali Odinson le enseñó a este último. Combinando los veloces movimientos ondeantes como los del viento gélido antártico, y la vigorosa fuerza de puñetazos, patadas, agarres y luxaciones, generaba una ilusión de ondas en cada movimiento del usuario, confundiendo al contrincante y provocando que este cayera en engañosas fintas. Thrud podía generar aquel efecto visual de ondas blanquecinas con la misma facilidad que si fuese respirar. Martina aún no era capaz de causar ese efecto en sus técnicas corporales, a pesar de toda la práctica intensa que aplicase diariamente, al punto de siempre llegar a la cama con dolores y espasmos musculares (a los cuales ya se iba acostumbrando poco a poco).
—No tienes por qué apurarte en eso, querida —dijo Thrud, las manos alzadas y recibiendo en sus manos acolchadas los puñetazos, codazos y patadas altas de Martina— Yo me tardé mis buenos cincuenta años en conseguir que esos efectos salieran. Pero para cuando surgieron, yo ya había aprendido todas las técnicas del Tyrsverd.
—¡¿Eso se supone que me tiene que motivar o desmoralizar?! —gruñó Martina al tiempo que alzaba una pierna y descargaba una andanada de patadas contra las colchas.
—¡Estás haciendo un buen progreso, amiga! —Thrud tensó los brazos. A pesar del vigor en las patadas de Martina, las manos de la valquiria apenas y se movieron— Teniendo en cuenta que es requisito manejar las runas Futhark, te has acoplado bastante bien a las enseñanzas básicas del Tyrsverd. Casi tan bien como yo lo hice en su día.
—¿Y cuántos años más me hacen falta para ser tan buena como tú? ¿Ah? ¡¿Unos cincuenta?!
Martina acabó el combo de intensas patadas dando un salto giratorio y propinándole una última y poderosa patada a la mano izquierda de Thrud. Acto seguido se acuclilló, agarrando impulso, y se impulsó hacia ella. Se movió como una gacela, de aquí para allá, moviéndose en zigzagueos ventosos, y propinó una breve pero redoblada andanada de puñetazos que hicieron retroceder unos pasos a la valquiria.
La diosa nórdica no pudo evitar sonreír de oreja a oreja y desternillarse de la alegría al recibir tal descarga de poder. Aunque tuvo la impresión de haber sentido un cargo extra de fuerza en aquellos puñetazos; de otra forma, pensaba ella, no habría sido capaz de echarse para atrás como lo hizo ahorita mismo. Alzó la cabeza, y vio a Martina Park tirarse bocarriba al suelo. Jadeante y sudorosa, su camisa sin mangas y sus shorts negros están completamente empapados.
—Se han hecho mejoras en las formas de enseñanza del Tyrsverd —dijo Thrud, caminando hasta ella. Le ofreció su mano. En otras ocasiones, Martina hubiera decidido quedarse en el piso. Hoy fue distinto: se agarró a su mano, y cooperó con ella para reincorporarse—. Con suerte, de aquí a unos diez años te saldrán los efectos de ondas. Por el momento, conténtate con pegar preciso y duro.
—Para este punto debo pegar lo bastante fuerte como para romper una pared —farfulló Martina entre jadeos, mirándose los moretones de sus nudillos majo las vendas.
—Y dislocar huesos, con lo que te enseñé de dislocaciones —Thrud le dio un fuerte golpe en la espalda. Martina chilló.
—¡Thrud! —la muchacha argentina apretó los dientes y se masajeó la espalda.
—Perdona, perdona —aunque pidió perdón, Thrud seguía desternillándose—. Ven. Vamos a sentarnos. Te daré una barra de chocolate que compré en un kiosco. Te lo mereces.
—No, gracias —Martina negó con la mano—. Prefiero mantenerme en forma.
Thrud torció los labios hacia abajo en una mueca sorprendida.
Ambas chicas caminaron con parsimonia hasta el fondo del rellano, donde las esperaban bancas colgantes en la pared. Se sentaron, hombro a hombro. Martina atacó rápidamente su botella de agua y bebió de a largos sorbos. Thrud, en cambio, sacó dos barras de chocolate de su bolso negro. Abrió una de ellas y, con una mirada descarada, se lo ofreció a Martina. O más bien se lo tanteó, moviendo la barra descubierta frente a sus ojos como si fuera un objeto mágico. La muchacha argentina apretó los dientes, gruñó una maldición y terminó por agarrar la barra. Thrud cuchicheó risitas de victoria.
—Sabía que lo querías —dijo, viendo como Martina devoraba la barra a grandes bocados—. Además, ¡te dije que te lo mereces! Aunque apenas llevamos como dos o tres semanas en esto, la intensidad diaria de los entrenamientos lo suma a que si hubiesen sido tres meses. Has absorbido muchas cosas del Tyrsverd, amiga. Me impresiona eso de ti.
—Esto... en cierta... forma... —Martina terminó de comerse el último pedazo de chocolate de la barra. Tragó y carraspeó— En cierta forma, me recuerda a mi entrenamiento de defensa personal que me dio mis padres.
—¿Te enseñaron defensa personal? ¡No jodas! —Thrud agitó una mano—. Yo pensaba que una jovencita mortal como tú estaría estudiando en el instituto.
—¿Tú no andabas haciendo eso a "mi edad"?
—Andaba, sí, pero era en realidad fue primero en un templo de monjes guerreros bajo el mando de Tyr y Vali donde me enseñaron el poder de las runas, y después en la academia del Valhalla donde me estrené en Entrenamiento Valquiriano.
—Ah, ya...—Martina se pasó un dedo entre los dientes para limpiarse el resto de chocolate— Pues yo nunca tuve acceso a educación superior. O bueno, sí los tuve, pero... El país ya estaba vuelto un caos.
Una sombra cubrió el rostro de Martina. La muchacha agachó la cabeza y se encogió de hombros. Aquel malestar fue para Thrud imposible de no notar.
—¿Te-te puedo hacer una pregunta, algo rara? —dijo Martina de repente.
—Dispárala —Thrud chasqueó los dedos.
—¿Tu tuviste infancia?
La Valquiria Real quedó boquiabierta y silenciada por unos segundos. Sonrió, inquieta por la pregunta.
—Emmmm... ¿sí, supongo? —musitó, revolviéndose la melena naranja con una mano— Viví lo suficiente con mis padres y mis tíos antes de que ellos murieran en la Segunda Tribulación a manos de Hela y sus campeones —apretó los labios, y suspiró—. Disfruté de sus compañías lo suficiente para llegar a tener la madurez emocional de no llorar perdidamente en sus funerales. O más bien... cenotafios, porque sus cuerpos jamás fueron recuperados del campo de batalla.
—Oh... cuánto lo lamento —murmuró Martina.
—Eso fue hace ya cien años, querida —Thrud se golpeteó el pecho—. Ya lo superé. De allí aprendí a ser más fuerte. Pero volviendo a tu pregunta... —afirmó con la cabeza— Sí, pude disfrutar de una infancia decentilla. De mi madre Sif aprendí a ser una doncella, de mi padre Thor aprendí a ser una brutal berserker, y de mi tío Bragi aprendí valores morales —restregó la yema de un dedo sobre su sien—. Tengo grabado quienes son mis amigos y mis enemigos.
—¿Yo soy tu amiga? —preguntó Martina.
—Un poco más y serás mi "mejor" amiga. ¡Más que incluso cualquier Valquiria Real!
Martina sacudió ligeramente la cabeza y forzó una sonrisa, la cual terminó por borrar a los pocos segundos. Nuevamente la sombra se cernía sobre su semblante. Thrud frunció el ceño, no queriendo dejar pasar la ocasión esta vez. Directa, preguntó:
—¿Qué te sucede? —la muchacha argentina negó con la cabeza y trató de apartarse. Thrud la atrapó de los hombros— Venga, Martina, que sé que aún tienes aliento para hablar. Cántamela. ¿Te pasa algo?
—Nada, Thrud, nada... —Martina se mordió el labio. Alzó la cabeza, revelando sus ojos llorosos— Es solo que... M-me... me conmoviste un poco... cuando dijiste que podría convertirme en tu mejor amiga. Yo... —sonrió, mortificada— yo jamás oí a alguien decirme eso, más allá de mi grupito de Los Giles.
—Awww, ¿de verdad?
—Yo nunca tuve amigos —confesó Martina de repente, dejando helada a la diosa nórdica—. Por culpa de la situación por la que pasó mi país, tuve que dejar el cole en cuarto grado. No tenía ni ocho años cuando Argentina entró en estado de crisis. No sabía lo que sucedía. Estaba confusa. Lloraba...
—Para una niña tan pequeña, cómo no —musitó Thrud, la mirada compasiva.
—Pude haber tenido... manga ancha para ser muy amigosa. Pude haber tenido cien amigos. Pude haber sido una profesional —Martina negó con la cabeza, los labios apretados, aguantando las ganas de sollozar—. Pero Jahat Kejam lo tuvo que joder todo. ¡Todo, Thrud! Me jodió mi vida como no tienes idea. Fui entrenada para sobrevivir, para defenderme de los rufianes, antes ser criada para ser una profesional y una cantautora. ¿Y qué derivó en eso? —se limpió los ojos antes de que cayeran lágrimas— Que fuera incapaz de terminar ningún estudio politécnico de alguna universidad de Bosnia y fuera una retraída social. La discriminación me hundió más en eso.
—Martina... —Thrud la rodeó en sus brazos y la muchacha argentina se dejó abrazar por ella, hundiendo su cabeza sobre su hombro. La valquiria le acarició la cabeza— Tú aún tienes manga ancha para eso. Tan solo mírame. Soy la primera amiga a la que puedes hacer esto.
—Sí... —Martina asintió con la cabeza.
—Además —Thrud la separó y la hizo mirar a los ojos—, mira también a ese muchachito japonés. Ruma, creo que se llama, o no sé. También andas entablando buenas trabas con él.
—Heh... —Martina esbozó una sonrisa nerviosa y las mejillas se le pusieron coloradas.
—¿Te doy un consejo? —Thrud la agarró firmemente de los hombros— No le sueltes el anzuelo al pez. Yo soy amiga sobre todo por mi misión con tu padre para el Torneo del Ragnarök. Pero ese Ruma... —la cara se le iluminó de una alegría pícara— Ustedes dos tienen su atracción única. Lo puedo ver cada vez que se hablan. Por más formal que sea, tiene su lado lindo.
—Sí, es cierto... —Martina sonrió.
—Eres feliz compinchándote con él —Thrud le dio una palmada en el hombro—. Y viceversa. Es más, ¡deberíamos de invitarle a una de nuestras sesiones!
—¡¿Qué dices?! ¡Ni loca! —Martina se apartó de ella y se cubrió avergonzada con los brazos, como si le hubieran destapado el bra.
—¡¿Quién sabe, ah?! ¡A lo mejor al muchacho le gustan las mujeres rudas!
—¡Que no, dije! —<<Aunque me gustaría...>> El pensamiento le sacó una carcajada a la adolescente argentina.
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https://youtu.be/u1T6l70XlqU
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
El trabajo en conjunto con la dupla Siprokroski y el líder de toda la organización paramilitar Wagner, Mateo y Kenia se sintieron las personas más importantes y poderosas de todo el Microdistrito Grigory. Además de ser las predecesoras de una inminente guerra a punto de librarse en cualquier momento. Y ellos, junto con el resto de los Giles, se estaban preparando para esa guerra de la misma forma que se prepararon para la guerra contra Jahat Kejam.
Días tras día llegaban más pelotones de uniformados Wagner al Microdristrito. La cantidad de soldados acumulados en Grigory rondaban ya los cuatro mil, pero según Yuri Volka, había más de doscientos mil en reservas a lo largo y ancho de la Raion Rusa (algunos sirviendo como auxiliares en Kosovo). Según Yuri, el ahora llamado "Atentado Pandemónico" sufrido hace ya siete días despertó un sinfín de alertas rojas en todas las cadenas de mando administrativas y militares del país. Todos los departamentos de Rusia, fueran militares, fueran de cruces rojas, fueran de la prensa, tenían ojos abiertos en todos lados. Confusos y aterrados, pensaban todos: si fueron capaces de atrapar a Maddiux, ¿quién quita que los próximos sean Dimitry y Anya?
Por ese motivo mandó a llamar a todos los uniformados Wagner, antes en letargo desde que los relevó de sus puestos de guerra tras la Lupara Bianca. Los que se hallaban en Grigory formaron cohortes bajo la administración de Dimitry y Yuri en conjunto: algunos reforzaron a las fuerzas policiales y paramédicas, y otros reemplazaron la totalidad de la guardia del Gran Palacio.
El asombro se dibujó en la cara de Kenia cuando Yuri le anunció que estaría a cargo de su propio pelotón de Wagner, concediéndole así el título de teniente. Cuando Kenia le preguntó el por qué darle en su poder a un grupo de treinta soldados, algunos de ellos siendo auxiliares superhumanos, Yuri se limitó a decirle con saña sonriente:
—No tienes qué tener el Gen para tener el espíritu de un superhumano —mientras le arrojaba sus galones militares con forma de cráneos sobre la mesa. Kenia se los quedó viendo, después los tomó y se los adhirió a los hombros de su traje púrpura.
Jamás tuvo experiencia militar. Ni siquiera sabía las cortesías como tales, por lo que le confirió sensaciones extrañas cuando, al ponerse frente a su pelotón (un grupito de hombres entrenando barras en los barracones), estos se refirieran como "¡Señora, reportándose a su servicio, señora!". Estupefacta al inicio, pero después no pudo evitar sonreír y echarse a reír por lo poderosa que eso la hizo sentir.
A pesar de los esfuerzos de Adam Smith y de su equipo de ciberseguridad (entre ellos Ricardo y Adoil) por evitar que la noticia se propagase demasiado rápido, no pudieron evitar su inexpugnable infección insidiosa en toda la población rusa. Se hizo rotativo la noticia de la "derrota de Maddiux Siprokroski". Algunos periódicos digitales, racistas y discriminatorios se atrevían, inclusive, a poner en sus titulares "Maddiux Siprokroski murió en el Atentado Pandemónico a manos de los demonios".
Eso hizo chirriar los dientes tanto a Dimitry como a Adam Smith. La difamación iba por ambas partes, y los dos no se contentaron con únicamente censurarles cerrando sus canales televisivos y sus páginas web. Dimitry le ofreció a Masayoshi la misión de despachar a los reporteros de aquella línea editorial amarillistas. El Merodeador se negó al principio, diciendo que vino aquí a ser un héroe, no a ser un matón.
Sin embargo, cuando Ricardo le mostró uno de los periódicos mencionándolo como "Brodyaga, el paria que trajo a su familia empobrecida de Bosnia", rápidamente cambió de opinión. Además, se dio cuenta de lo peligroso que son este tipo de periódicos amarillistas. Dimitry se lo dijo ya. Si propagan este tipo de información reprochable, no solo afectaría la visión social que tiene la población de la Familia Siprokroski, sino a ellos también.
Santino Flores pidió unirse a la misión, y Yuri, su jefe directo de operaciones, le concedió el permiso. Merodeador y Enigmático Gentlemen fueron de noche hacia la estación de radio de la cadena "Krashimov Televysone", a la hora justa en que iban a cerrar las oficinas y solo se hallaban algunos gerentes y el jefe de la cadena radial. Masayoshi y Santino burlaron todas las cámaras de seguridad y sensores de movimiento con los ciberwares de sus máscaras, y con gran facilidad se adentraron en el edificio forzando las ventanas de los pisos superiores, y cerrándolas para que no parezca que fueron forzadas.
El jefe de Krashimov Televysone cerró la puerta de su oficina y metió la llave para ponerle cerrojo. Pero justo en ese instante apareció una mano detrás suya, colocándole una cinta adhesiva en la boca. Sintió una descarga eléctrica en la espalda que le hizo callar al instante, y después los fríos cañones de una pistola en su nuca.
—¡Dame esas llaves! —gruñó Santino en español, quitándole las llaves de la mano y dándoselas a Masayoshi— Dime cualquier maldición en ruso, y te irás a la cámara de juntas con Borís Nemstov.
Masayoshi abrió la puerta de una patada, rompiendo las bisagras, y Santino empujó al hombre dentro de la oficina. Este último cayó al suelo, y reptó en un intento de huida. Masayoshi fue directo hacia la computadora del escritorio; instaló el microchip que contenía a la IA Psifia, y comenzó a extraer toda la información confidencial y extraordinaria que el sujeto tenía en sus archivos. Mientras tanto, Santino agarró al hombre de los hombros y lo forzó a sentarse en uno de los sofás. Le apunto con su pistola de doble cañón. El sujeto se quedó quieto.
—Este es un mensaje, para todos tus empleados y empleadores —dijo Santino en perfecto ruso—. No más cuentos y fantasías para ganar dinero fácil de las tragaperras de sus clientes. De ahora en adelante, tu editorial estará lejos de cualquier noticia, fehaciente o no, sobre la Familia Siprokroski y el atentado.
El hombre, temblando de pies a cabeza, asintió mientras trataba de hablar bajo la cinta.
—Fuiste advertido, una vez —dijo Santino, gélido, enfundando su pistola de plasma a la cintura—. De esta segunda no saldrás impune —las manchas de su máscara se movieron, y las prótesis mecánicas que componían su cráneo artificial sufrieron un corto circuito. El hombre sufrió un breve espasmo, y después se quedó quieto.
—Santino... —masculló Masayoshi, apretando un puño tras ver lo que hizo.
—Ya, ya, niño —dijo Santino, agitando una mano despreocupada—. No lo maté. Está inconsciente. Despertará en la mañana para sacarse una cita con un neurotecnólogo.
En los días posteriores, no volvió a haber ninguna publicación de la editorial Krashimov Televysone, ni ninguna otra cadena radial, describiendo en lenguaje amarillista a los Siprokroski y el atentado.
Dentro de las oficinas de Dimitry Siprokroski se celebraron varias reuniones entre los miembros de la familia junto con los Giles de la Gauchada (entre ellos los nipones, quienes Dimitry ya consideraba como auxiliares del grupo del Brodyaga) para discutir las pruebas y pistas que les dieran un detrimento del paradero de los Ushtria Clirimtare. Se levantaron muchas apuestas, sobre todo de parte de Adoil, Ricardo y Yuri, cada uno que llevó a cabo sus investigaciones por separado para cubrir las mayores áreas posibles.
Cada uno presentó, a través de muestrarios de hologramas 2D y 3D, los potenciales lugares donde era más "probable" que se hallara algún tipo de base secundaria y temporal del grupo terrorista. Los lanzamientos de flecha fueron un despropósito desalineado; mientras que Yuri Volka apostaba por algún tipo de cuartel atestado en los alrededores de Neo-Pristina, capital de la Raion Kosovo, donde muchos recintos pertenecientes a la mafia de allí sufrieron asaltos repentinos y desconocidos, Ricardo y Adoil explicaron la posible localización de un fortín o instalación de tropas Superhumanas en las fronteras disputadas de Serbia y Bosnia, cerca del Microdistrito de Rasinski, de donde se supo la noticia de un levantamiento social de obreros armados contra el crimen organizado.
Aunque los resultados de los posibles lugares fueron distintos, los presentadores de las pruebas explicaron una coincidencia importante a tener en cuenta en investigaciones posteriores: los lugares señalados guardaban relación con algún tipo de reducto del crimen organizado, que tan corrompido ha tenido a los gobiernos locales y a la sociedad eslava. Esto hizo espabilar en sorpresa a Masayoshi y su grupo. Los Ushtria Clirimtare no concentraban sus fuerzas únicamente en políticos importantes, sino también contra las mafias. Un enemigo que tenían en común con él. Y teniendo en cuenta que sus ataques coinciden con los atentados que hicieron contra los 'Ndrangheta en la Lupara Bianca, entonces eso reforzaba la idea de su sentido de "justicia".
Pero esto, a su vez, le hizo fruncir el ceño a Masayoshi. Había un claro contraste que no encajaba. Si ese grupo luchaba contra el crimen organizado como lo hacían los Giles, entonces, ¿por qué atacar a la Familia Siprokroski?
—Vale, puede que no nos hayamos puesto de acuerdo en la localidad —dijo Yuri una vez que Ricardo y Adoil tomaron asiento en el largo mesón, junto con el resto de Giles—, pero esto que les diré nos pondrá en el barco a altamar —manipuló la pantalla holográfica que tenía frente al altar, haciendo que las imágenes 2D de las Provincias Unidas que flotaban sobre el mesón sufrieran un vaso acercamiento detallado a una localidad rural al sur de la Raion Albania. Las imágenes se convirtieron tridimensionales, y escudriñaron con lujo de detalles resolubles una imagen satelital de una edificación, rodeada por vastos bosques de tundras a su alrededor que se extendían por millas a la redonda—. Este edificio que ven aquí, localizado en la región sureña de Tirana, es el Palacio Sofitel, antes un puesto de avanzada para los 'Ndrangheta durante la Lupara Bianca.
—Oh, me acuerdo de ese lugar —dijo Anya Siprokroski, sentada en el extremo sur del mesón—. Creo que ese fue el último reducto de los 'Ndrangheta, ¿verdad? Allí fuimos Maddiux y yo a anunciar el fin de la guerra.
—En efecto —afirmó Yuri—. Solo que ahora, según mis fuentes de la CIS, el palacio fue remodelado, y ahora es usado como la sede donde se está llevando a cabo la "primera Gran Subasta".
—¿Gran Subasta? —preguntó Dimitry, el ceño fruncido, cruzándose de brazos— ¿Subasta entre mafias?
—Como una especie de tributo hacia los 'Ndrangheta por parte de las mafias que antes hacían parte de ellos —dijo Yuri, y señaló el punto blanco del holograma que indicaba el palacio—. Los niños herederos resguardaron muchas riquezas de los 'Ndrangheta, antes de dispersarse hacia sus cuevas y esconderse de nosotros. Ahora que se hicieron lo bastante poderosos, se fueron a Sofitel a hacer una subasta de estas riquezas.
—La cual no es más que una fachada para poder negociar entre ellos alianzas —murmuró Dimitry, el rostro más endurecido.
—Así es —Yuri apretó y alzó un puño—. Según nuestra inteligencia, esta Gran Subasta ya ha comenzado, desde hace tres días, pero que puede extenderse hasta una semana entera.
—Tiempo suficiente para que los Ushtria organicen un nuevo atentado —dijo Masayoshi, expresando su pensamiento en voz alta.
—¡Así puto es! —exclamó Yuri, sonriente— Y esta vez nosotros estaremos preparados para ellos. Ya estamos en plan de organizar a un contingente que vaya a Sofitel, y se haga pasar por una pandilla pequeña asociada de los Stanimirovic. Esto con el objetivo de interceptar el ataque, ser nosotros quienes contraataquen, y obtener la mayor compilación de datos que podemos sobre el poder que tienen como organización.
—Creo que no hace falta decir quién lo compondrá, ¿verdad? —refunfuñó Adoil, apretando los labios y mirando a todo su grupo.
No hubo verbalización. Todos intercambiaron miradas entre sí, y las cruzaron también con los Siprokroski. La comunicación a través de las miradas y asentimiento de cabezas fue más que suficiente para poner a todos al corriente. Dimitry Siprokroski hizo resonar su sillón cuando se reincorporó y fulminó a todos con una mirada autoritaria. Los presentes le devolvieron la mirada, prestando su atención a sus palabras.
—A nueve días del atentado —dijo—, ustedes, los Giles, han demostrado ser unos activos esenciales para la Familia Siprokroski, tanto en materia de inteligencia como en el militar y en el logístico. A lo largo del día les daremos informes de los preparativos para la infiltración en la Gran Subasta.
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https://youtu.be/69_YbeoBTo8
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
La espera por los detalles de la misión se hizo larga y eterna. En el lapso de la mañana, confidentes de Dimitry de la CIS anunciaron inclusive que el encargo de la misión tardarse más de un día en la planeación minuciosa, por lo que tendrían que ser pacientes. Y en todo ese tiempo, Martina Park reparó en un detalle interesante: ni Hattori Hanzo y ni Ryouma Gensai se han retirado por donde vinieron, y mucho menos objetaron en el anuncio preliminar de formar parte de la misión de Los Giles como coadjutores.
Tras culminar su entrenamiento de seis horas del arte marcial Tyrseverd con Thrud, Martina buscó a Ryouma por todas las salas de estar y balcones de los pisos superiores del Gran Palacio. Inclinada en el parapeto de uno de los porches, consiguió ver la silueta de Ryouma sentada en la misma plazoleta del ala lateral del palacete, mismo lugar donde habló con él por primera vez. Ahora, en vez de treparse cual reina del parkour por los balcones, bajó las escaleras y recorrió los anchos pasillos hasta dar con el umbral que daba acceso al recinto ajardinado y adoquinado.
Nada más poner un pie en la plaza, fue bienvenida con el encanto musical del violín que tocaba el joven japonés. El ambiente se tornó oriental con el recibimiento de aquel suave silbido, propagando un sosiego sin igual por todo el aire como si fuera un arte mágico de largo alcance. El pecho agitado de Martina se aquietó, su respiración se tranquilizó, y las tensiones y dolores musculares de todo su cuerpo se desvanecieron, como si hubiese tomado alguna Píldora Asclethio.
Ryouma no reparó en ella. Estaba tan concentrado en alcanzar las notas y no perder la concordancia rítmica de su música que, incluso cuando Martina se quedó de pie a dos metros de él, no la vio o presencio. Martina cerró los ojos, respiró y exhaló, su corazón llenándose de la paz y tranquilidad que tanto necesitaba después de pasar tantos días de intenso ejercicio y acontecimientos que van por encima de ella.
—Anata wa... Watashi no ongaku ga sukidesu ne.
(Veo que... te gusta mi música).
El sosiego de su corazón hizo que no le tomará tan por sorpresa la voz gentil de Ryouma. Martina volvió a exhalar hondo, el sudor secándosele gracias a las intensas brisas. Abrió los ojos, se sacó el Portavoz del bolsillo su short enroscándolo con su largo apéndice en forma de audífono, y se lo colocó en el oído.
—Marude mahō o umidashite iru yōda.
(Es como si crearas magia).
Ryouma entreabrió un ojo y esbozó una sonrisa pícara.
—Ya era hora que tú me hablarás en mi idioma.
—Seh... —Martina asintió con la cabeza. Se quedó en silencio un rato, mirando los arbustos ser zarandeados por las brisas— ¿Es acaso una habilidad tuya? ¿Crear magia tocando un violín?
Otro breve rato de silencio armonioso. Martina se sentó al lado de él, las piernas cruzadas, y se lo quedó viendo de forma ensoñadora. Ryouma, con los ojos cerrados, tocaba magistralmente el instrumento.
—¿No lo ves? —dijo el joven nipón— Mira mis dedos.
Martina entrecerró los ojos y miró fijamente sus dedos. No lo notó al principio. Acercó más la vista, y entonces lo vislumbró; vetas de fulgores blanquecinos rodeando sus dedos, como si fueran mitones transparentes. La muchacha argentina ensanchó los ojos y se cubrió la sonrisa con una mano.
—¡Entonces sí es magia!
—Gagakuryo —dijo Ryouma, su voz sonando igual de delicada que los hilos que producían la melodía—. El único estilo escolar Koryu de música. Perteneció al Clan Kodama, una rama de familia de músicos subordinados del Clan Kodai. Se utilizó más que nada en dramas Kabuki y Teatros Nho. Durante la Era Muramachi, el Gagakuryo pudo sobrevivir gracias a que era realizado bajo el protectorado de los Gozoku-Seishin, clanes como los Noishi o los Kodai. Con el tiempo se fue formalizando en un estilo de pelea Seishin, hasta convertir la música en una nueva arma contra el Shogunato Onmyoji.
—Pero lo que tú tocas es tan... tan.... —Martina se perdió en las enrevesadas explicaciones de Ryouma; la música trágica que producía el violín la hipnotizaba, producto del Seishin que emitía en cada nota.
—¿Tranquilo? Sí, lo es —Ryouma tensó la mano donde sostenía el arco, e hizo reproducir en el violín un silbido musical del altos y bajos—. Esto que estoy tocando es una oda a mi perdida Japón. Zeami No Namida, se llama.
—¿Las Lágrimas de Zeami?
—Sí. La compuso Zeami Motoyoki tras reencarnar aquí, y descubrir que Japón fue hundido en la hondonada en la batalla final contra Yamato-No-Orochi. Se convirtió en nuestro himno, tanta para los que paramos aquí, como para todos los clanes y familias que huyeron por el mundo entero en un masivo éxodo. Yuhi, lo llamamos. El Ocaso de Japón.
—Oh, wow... —Martina notó una sombra lúgubre postrarse sobre el semblante de pesar de Ryouma. El corazón le latió con absoluta empatía— Y... ¿Quién te enseñó a tocar tan bien eso?
—Mi padre. Ryu Gensai.
—Jamás oí de un samurái que tocase instrumentos.
—Nuevamente caes en los estereotipos, Martina-San —en vez de sonar molesto, Ryouma habló con somera ironía. Sonrió, pícaro—. Los samuráis saben más cosas que solo manejar la espada. Además, mi padre fue un Ronin, un guerrero errante bajo las enseñanzas del Kensei, Miyamoto Musashi-Dono. Cultura fue lo que recibí a través de su legado. Honor...
—Mierda, ni siquiera con esta cosa puedo entender muchas palabras que me dices... —Martina se echó a reír mansamente mientras se toqueteaba el Portavoz.
El audífono se le cayó del oído al tratar de acomodárselo. Martina estiró un brazo para recogerlo, y justo su mano tocó la de Ryouma, este último deteniendo brevemente su música para recoger primero el Portavoz. La melodía se detuvo, dejando la presencia sonora de los vientos contra los arbustos sonar en el ambiente. La mano de Martina sobre la de Ryouma, el calor de ambos entrando en contacto por primera vez. Los gélidos vientos fueron extenuados alrededor de ellos, dejando únicamente el abrasador calor íntimo.
Se miraron a los ojos. El rubor invadió las mejillas de Martina al cruzar sus ojos celestes con los azules marinos de Ryouma. Se quedaron viendo fijamente durante un largo lapso, la respiración medio agitada de ambos siendo lo único que se oía entre ellos. Martina tragó saliva, los temblores atacándola y haciendo que su corazón palpite con fuerza candente.
El rubor finalmente alcanzó las mejillas del joven nipón. Pero, en vez de caer en los nervios como ella, su mueca se volvió más decidida. Y atractiva.
—Boku wa... masaka anata ni o ai dekiru... omoimasende shita.
(Yo jamás... pensé que te conocería).
—Eh... —Martina carcajeó de los nervios, los temblores intensificándose, el corazón palpitándole con más ardor— ¿Qué...?
Aún sin haberse puesto el Portavoz, Martina tuvo una idea clara de lo que Ryouma le quiso decir en aquellas palabras tan indescifrables, y a la vez tan... dulces. Los sentimientos la dominaron. Sus largos apéndices retemblaron. Tragó saliva. El pulso de su corazón la derivó a acercar su mano a la de Ryouma, apartando en el proceso el audífono. El joven nipón no apartó la mano. En cambio, la acercó más, tocando la suya, masajeándola de a poquito, disfrutando del tacto mientras se miraban a los ojos...
—¡GENSAI RYOUMA!
El potente grito varonil de Hattori Hanzo les dio un susto de muerte a ambos. Martina Park se paró rápidamente, tomando el Portavoz y guardándoselo en el bolsillo. Ryouma se incorporó con la misma velocidad, sosteniendo con una mano el violín y el arco con la otra. Se dieron la vuelta. El mercenario de oriente acortó las distancias con amplias zancadas, hasta ponerse frente a ellos.
—Kuru —masculló, haciendo una seña con la mano prostética, sin siquiera prestarle atención a Martina— Dimitori ga watashi-tachi ni denwa shimasu.
—¡Ryokai! —exclamó Ryouma, poniéndose firme con un pisotón militar.
Una juzgadora mirada de soslayo de Hattori hizo que Martina sintiera un gélido aire correrle por el cuerpo sudado y tembloroso. Ambos espadachines emprendieron la marcha de regreso hacia el interior del Gran Palacio, y Ryouma le dedicó una última mirada ensoñadora a Martina, como quien no quisiera irse del lugar al cual se acomodó. Una vez se fueron, dejaron sola a una nerviosa, insegura, y a la vez confidente Martina Park en la plazoleta, con la mano en el pecho, el corazón tamborileándole, la cabeza produciéndole dulces pensamientos sobre él...
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Kiyozumi-Dera
Por la tarde, la lluvia cesó. Pero caída la medianoche, volvió a caer sobre el tradicional barrio, esta vez con más intensidad acuosa y relámpagos que destellaban los cielos tartáricos.
Kibou Hogo puso cara de asco por tener que atravesar la calle inundada con un arroyo más desbordante que el anterior. Por fortuna, con su paraguas siendo agarrado por la invocación de su lobo blanco, no se mojó el resto del uniforme negro. A lo lejos podía oír el tintinear musical de la estación telefónica, la cual activó un mecanismo de burbuja protectora alrededor suyo para no ser azotado por la inclemente lluvia. Una vez estuvo frente a ella desconectó rápidamente los audífonos y se los llevó a los oídos. El lobo blanco seguía sosteniendo el paraguas desplegado con la mandíbula.
—¡Otto-San!
—¿Qué obtuviste? —preguntó Ryushin, cortante.
—¿Qué "qué obtuve"? —gruñó Kibou, sacándose el agua de uno de sus zapatos— ¡CALZADOS MOJADOS!
—Oye, que tú no me dijiste "no" a este favor. Si no quieres esta vida, conviértete en un Taikomochi.
—Le di la descripción tal y como tú me indicaste, Otto-San —respondió Kibou—. Shigoto-San me dijo que, aparte de un sujeto japonés de la Alta Stigma que conoció a través de biografías, no sabe de muchos casos de personas de épocas modernas que hayan adquirido Seishin. Mucho menos que sean de nacionalidades distintas a la nipona u oriental en general.
—¿No barajo Shigoto la posibilidad de que lo hayan entrenado? ¿Entrenamiento Hoshi, por ejemplo?
—Incluso yo le dije eso, y Shigoto-San me dijo que aquellos que lo entrenan solo consiguen obtener una variante mucho más débil del Seishin. La que se diluye y se confunde con esa magia de chakras oriental, creo. Esa es la que consiguen los Chojin que emplean Hoshi u otro entrenamiento.
Se hizo un periodo de silencio incómodo. Kibou Hogo miró de un lado a otro la carretera ennegrecida e inundada de arroyos, como asegurándose de que no hubiera ningún Yokai morando por las penumbras.
—¿Qué dijo al final Shigoto? —preguntó Ryushin.
—Me dijo que siguieras con la misión para así darle esfera de influencia a los Akagitsune acá —Kibou apretó los labios, la mueca consternada—. Pero, Otto-San, si crees que necesitas ayuda, entonces voy a las Surabu No Tochi. ¡Llevaré a Kiseki! Derrotaríamos a esos infelices con nuestras invocaciones.
—No... —Kibou oyó un timbre de preocupación en la voz de su padre— Eres un buen niño, Kibou-Kun. Tú y tu hermano no deben involucrarse en esta violencia. Ya me pude contactar con Hattori. Él y yo manejaremos la situación. No debe de involucrarse más gente.
—¿Cómo dices? —Kibou frunció el ceño— ¿No es bueno para mi meterme en la violencia de allá pero sí para el niño-del-río-siempre-sonriente?
—Yo no dije eso. No metas palabras en mi boca, Kibou.
—¿Y qué más quieres que piense sino es eso?
Se hizo otro breve silencio. La mirada de Kibou se acrecentó en un sentimentalismo genuino por saber la respuesta de su padre. Se encogió de hombros al oír el suspiro de Ryushin.
—Voy a ir a ver cómo está Kiseki. Que anda con fiebre alta —gruñó Kibou, la voz queda—. Me mantienes en contacto.
—Oye, escúchame esto —dijo Ryushin de repente cuando Kibou iba a desconectar la llamada. El pelinegro sintió como si su padre estuviera frente a él, con ese repentino cambio de tono de voz—. Eres mi muchacho. Mi buen niño. Tú y Kiseki. Los amo.
—Yo también, papá. Nos vemos.
Kibou sonrió con cariño y se quitó los audífonos.
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https://youtu.be/1E3xBkOmL70
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Nihontown
Los slides de guitarra y los sonidos de órgano góspel de la canción Free Bird invadieron los oídos de Ryushin Hogo una vez colgó el teléfono de tapa. Lo partió en dos, hizo que su oruga Wamu se lo tragase para no dejar evidencia, y por último bajo la llave del inodoro para aparentar. Acto seguido salió del baño y regreso a la reducida estancia amueblada, con una mesa en el centro donde lo esperaba Junichi Mitsugi, sus capos y varias cartas y fichas circulares de Veintiuno replegadas sobre la mesa.
—¡Ohh! —exclamó Junichi, llamándole con un ademán de mano— ¡El Rey Ludópata regresa al batallón!
Ryushin se sentó con desdén en su puesto, sin dirigirle la mirada a nadie. Alzó una mano, e hizo que Wamu, invisible para el resto de la mesa, le escupiera sus cartas sobre la mano. Lo que sí pudo ver Junichi y compañía era la baba que manchaba las barajas.
—Sabes que no hacía falta hacer eso, ¿verdad? —dijo Wataru Oda, poniendo cara de asco que le sacó una risa a los otros cuatro capos.
—No le confío mis cartas como no confiaría en dejar mis Nigiris en el refrigerador contigo en mi casa.
La sagaz respuesta de Ryushin sacó más risotadas al resto de la mesa. Junichi carcajeó tanto que tosió horriblemente, pero eso no lo paró de reír. Wataru arrugó la frente y se concentró en sus cartas y en fumar su corta pipa.
—Bien, es hora de revelar —dijo Junichi, actuando como el crupier. Él fue el primero en revelar las suyas.
—Mira esto que te espera, Ishin —tanteó Kentaro, la sonrisa confiada al tiempo que desplegaba sus cartas sobre la mesa—. Dos hermosos reyes. ¿Qué te parece, ah?
Con indiferencia, Ryushin reveló sus dos cartas y se las mostró con descaro a Kentaro más que a nadie en la mesa. Era un as y una reina. Veintiuno exacto. Kentaro apretó un puño y se lo mordió con mucha rabia. Los capos chirriaron y chasquearon los dientes, molestos por la nueva victoria del mercenario. Junichi era el único que no estaba molesto, pues sus cartas acumulaban diecinueve puntos, el segundo más alto a diferencia del resto.
—Serás hijo de un millón de... —maldijo al tiempo que Ryushin chasqueaba los dedos y Wamu succionaba todas las fichas de la mesa.
—Dinero honesto, dinero suertudo —cantó Junichi, quedándose con unas cuantas fichas que se guardó en su abrigo.
—¿Será que alguna vez le podré robar las apuestas a este infeliz? —gruñó un capo, rascándose la cabeza.
—¿Será que tiene magia Seishin de ver el puto futuro? —refunfuñó Kentaro, mirándolo desafiante a los ojos— Porque si es así, las consecuencias...
—¿Qué consecuencias? —exclamó Junichi entre risas— Ni aunque poseyeras esa magia chamánica, le podrías ganarle en pugilato.
—Con patearles el culo a todos los de aquí me basta —Kentaro bebió el último sorbo de su sake y dio tres toques de mano a la mesa—. Venga. Por otra ronda. Que aún tengo para apostar.
—Y luego dicen que él es el ludópata —dijo otro capo entre risas mientras fumaba.
—Nah, yo me quedo con lo que aún tengo —dijo Wataru, haciendo un ademán de cabeza a Junichi al tiempo que se paraba lentamente de la silla—. Cóbrame lo que aposte. Me rindo. Iré a hacer otra cosa.
—A comer o a cagar. No hay otros campos con esta morsa.
Todos los capos estallaron en risotadas incontrolables, excepto Ryushin. Este último miró de soslayo a Wataru caminar entre cojeos hasta atravesar el umbral de puertas abiertas, desapareciendo de su vista. Sintió una leve corazonada al notar algunos detalles de su anadeo que le hicieron sospechar, pero no le prestó atención y en cambio fijo la mirada en las nuevas cartas que Junichi repartió.
—Entonces, Ryushin... —dijo Junichi, al tiempo que un ciborg autómata regaba sobre la mesa un montón nuevas fichas coloridas— Ya tengo preparado el plato fuerte por el que viniste. Para el bosniaco. Este será difícil por como ya partió para la fiesta a la que no nos invitaron, los hijos de puta. ¿Te parece bien esta última partida antes de ir a los negocios?
—Como sea —gruñó Ryushin, la voz queda—. Me aburrí tanto de jugar contra estos perdedores que me será más divertido escucharte hablar que otra cosa.
—Ya te dije —mugió Kentaro a su lado, la sonrisa dentada—, te pillo haciendo trampa, me importa que me hagas colgar de las pelotas al techo. Sí o sí te daré un golpe.
—Mejor aligerar esto con algo de humor, ¿no, Junichi-San? —le sugirió un capo al tiempo que lanzaba sus fichas en apuesta y pedía otra carta.
—Ok, ok, aquí les va uno —Junichi sonrió de oreja a oreja mientras bebía su sake después fumaba su pipa—. Un soldado serbio lleva a un campo de concentración a dos adolescentes bosniacas, chicas de quince años. Cuando le dice a su comandante que van con el grupo de mujeres, este le dice: "Eh, no, ellos van con el grupo de hombres". El soldado le dice: "¿Por qué los hombres? ¿Qué no ve que son chicas serbias?" —sonrió y empezó a reírse, propagando su risa al resto excepto Ryushin, quien ya se sabía el chiste—. El comandante le dice: "Maldito Grubo Srnaje, ¡trajiste fue dos varones eslovenos!".
La erupción de carcajadas resonó en toda la reducida estancia. Hubo aplausos y jadeos de cansancio de tanta risa que se echaron. El único que permaneció inmutable fue Ryushin, este último concentrándose en sus cartas, en sus fichas... y en un nuevo azote de corazonada que le trataba de anunciar un presagio. El vello de sus brazos se erizó, y frunció el entrecejo.
Paulatinamente, las risas se aminoraron hasta desvanecerse por completo. El ciborg se acercó a la mesa para servir más sake en los vasitos de cristal. Ryushin sintió el azote de nervios perturbar sus sentidos. El mundo comenzó a parecerle ir en cámara lenta; el humo saliendo de las pipas y cigarros, el sonido ralentizado de los murmullos y los vestigios de carcajadas, los lentos movimientos de brazos de los jugadores para checar sus cartas y lanzar fichas... Su corazón comenzó a latir de alerta. Ensanchó los ojos.
—Oye, Junichi —dijo Kentaro. Junichi lo miró con desagrado—, ¿será que me prestas unos cuántos...?
Y justo antes de terminar su pregunta, la reducida estancia fue consumida por la inesperada llegada de una marea de flamas incandescentes que se comieron en un santiamén todo el cuarto, los pasillos y habitaciones aledañas, y la totalidad del ala suroeste del enorme edificio del casino de Nihontown.
La primera explosión provocó una reacción en cadena que expulsó una cadena de mareas llameantes por las demás instalaciones del gigantesco casino. Fuego y ceniza sobrevolaron los cielos, tintándolo de un anaranjado destructivo que acompañó los despiadados y ensordecedores rugidos de las explosiones producto de bombas racimo implementadas y bien ocultas en las bases subterráneas del casino. Los peatones que anadeaban cerca de la zona cayeron al piso, sorprendidos por las explosiones iniciales, seguido por las ondas expansivas que expulsaron, alguna de ellas siendo tan potentes que volcaron motocicletas y automóviles pequeños.
En cuestión de segundos, longevas hileras de fuego con forma de medio hongo se elevaron por los cielos. El caos se apoderó de las calles. La gente chillaba y huía despavorida por los andenes y callejones, empujándose unos a otros. Algunos salían de sus coches y corrían en dirección contrario con tal de escapar de la ola de humo negro que comenzó a expandirse por los alrededores del casino. Se produjeron incontables accidentes de tráfico; autos chocando con motos, camiones aplastando coches, e incluso un tren ferroviario se averió de su transcurso y terminó saliéndose de su monorraíl y caer en picada contra un edificio de cinco pisos, sumándose así otra destructiva explosión.
Desde lo alto del tejado de un apartamento, ciento cincuenta metros apartado de la calamitosa cadena de explosiones, Ryushin Hogo observaba con una mirada asombrada y jadeos de fatiga saliendo sin parar de sus labios. Vio a lo lejos como el último racimo explosivo hacía estallar la última edificación del gran casino, consumiendo bajo sus gruesas llamas a todas las personas, civiles y miembros de la mafia Inagawa por igual.
Y Ryushin Hogo se quedó mudo, incapaz de pensar por el asombro de ver una explosión tan devastadora matar a cientos de miles de personas.
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𝓔 𝓝 𝓓 𝓘 𝓝 𝓖
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